— ¿Qué es el deseo? — Leí del libro, la pregunta en voz alta.
Era para mí, me gustaba leer de esta manera, pero a veces olvidaba que no estaba solo. Que él me observaba detenidamente, con la barbilla contra la mesa de madera y esa expresión de total aburrimiento — que en ocasiones me hacía reír — mientras enrollaba en sus dedos los mechones más largos de su cabello. No le gustaba venir, ni leer, me lo había dicho en innumerables ocasiones. Pero difícilmente me dejaba estar solo.
Algunos decían que eran por nuestra condición, en mi opinión… no me dejaba porque no quería hacerlo, así de simple.
— No tengo la menor idea, pero sé cómo propiciarlo. — Lo vi levantarse a paso veloz y rodear la mesa hasta llegar junto a mí. En sus ojos ahora refulgentes, distinguí la mala intención. — Es como el fuego… ¿sabes? Una vez que inicia, se extiende en todas direcciones consumiendo todo a su paso. Solo después se apaga. — Retirando el libro de mis manos, lo cerró con rapidez y lo aventó lejos, como si sostenerlo le quemara las manos o le causara algún malestar. Y sin el menor atisbo de vergüenza, se sentó sobre la mesa, con las piernas abiertas. Acorralándome entre ellas y la silla. — Es un lugar muy especial… — Agregó en tono confidencial. Aun cuando a nuestro alrededor no había nadie, hoy fue uno de esos días en los que los alumnos no recuerdan visitar la biblioteca. — ¿Quieres que te lo muestre? — Me sonreía, mientras su mirada seductora recorría mi cuerpo, para finalmente posarse sobre mis ojos. No lo entendía, esta contradicción en su comportamiento, a veces me causaba dolor de cabeza.
Hoy no.
Sucede que la mayor parte del tiempo me parecía una persona muy sana, pero en este momento había nada de inocencia en él. — En realidad, soy mejor en la práctica que relatando… Te mostrare todo lo que sé sobre el deseo. — Sin recato, se acomodó sobre mis piernas, sus brazos rodearon mi cuello y esa sonrisa que parecía tatuada en sus facciones aun infantiles, casi me tentó a imitarla. Cuando actuaba de esta manera, por lo general, yo me volvía un ser sin voluntad.
Vi cómo se acercaba peligrosamente hacía mí, como si no estuviéramos ya demasiado cerca. Apenas y si alcancé a cerrar los ojos, antes de que sus labios llegaran directo a aprisionar los míos. Una caricia suave y controlada, pero que logró robarme un par de suspiros.
Con él nunca podía bajar la guardia, porque en cuanto lo hacía, caíamos en esto.
— Aqui no… — Intentaba decirle en los breves espacios en los que me permitía respirar. — Es-espera, por favor… — Sus manos ya iban descendiendo por mi pecho, acariciándome, torturándome.
Su cadera comenzó un meneo ondulatorio que me obligó a aferrarme a su cintura, en un peligrosa lucha entré apartarlo por completo u obligarlo a que se acercara un poco más.
— ¿Te gusta? — Sé que realmente le importaba mi disfrute, aunque esa pregunta estaba ahí más por hacerme rendir. — Se siente bien… ¿no es así? — Me preguntó sobre mis labios justo antes de lamerlos.
A estas horas, sus manos ya habían sacado de mi pantalón la camisa del uniforme, y se habían colado, acariciando mi estómago y mis costados. Estaba muy pasional, bueno… él siempre lo estaba. Pero ya habían pasado varios días desde la última vez. Entre otras cosas, porque mis padres pasaban más tiempo en casa que de costumbre. — ¡Te he extrañado tanto! — Soltó de golpe, mientras se apartaba de mis labios y me miraba fijamente.
— ¿Extrañar? ¿Qué sucede…? — Su expresión abatida, fue reemplazada por una juguetona. No le gustaba preocuparme. — Si estamos juntos… todo el día, todos los días.
— Fue un simple comentario… — Se escudó y volvió a lo suyo.
Pese a que lo sentía moverse sobre mí y besarme, mi mente retrocedió una semana atrás. Era la hora de la comida, y había un silencio inusual en la mesa, entonces papá soltó de la nada un — “¡Vamos a divorciarnos!” — para justo después, seguir comiendo. Como si nos hubiera dicho la hora y no una noticia que pese a ser lo más viable y algo que se veía venir, nos doliera, sobre todo, por lo que agregó minutos después. — “Uno se quedará con su madre y el otro vendrá conmigo”. — Tras lo dicho, Aidan sujetó con fuerza mi pierna izquierda, obligándome a mirarlo.
Estaba tan sorprendido y angustiado como lo estaba él, pero en sus ojos vi algo más… miedo. Y supe que tenía que ser fuerte por ambos. Nuestros padres ya lo habían decidido, pero nosotros ya no éramos unos niños. Podíamos decir con quien quedarnos y yo iba a elegirlo a él.
— Connor… tocame. — Pidió en medias palabras, mientras se mordía los labios. Fue el sonidito que hizo y la imagen de esa insaciable sexualidad, lo que me devolvió al presente. — ¡Por favor! — Suplicó.
— ¡No! — Respondí en un hilo de voz y tomé sus manos entre las mías para detenerlo.
La respuesta no se hizo esperar, había reventado su burbuja de placer y en cierta forma, mi “aparente” rechazo le había entristecido.
— ¿Por qué? — Ccuestionó molesto. — ¿A caso no quieres…?
— ¡Quiero! — Aseguré. — Pero no aquí. Aidan estamos en el colegio, alguien podría vernos y…
— Y no soy lo suficiente, como para que los demás sepan que tienes algo conmigo… ¿Es eso no? — Estaba convencido de que no estábamos en la pose correcta para discutir este asunto, y que si alguien nos viera, estaríamos igualmente en problemas. Pero era más importante el saber cómo había llegado a esa conclusión.
— ¿Qué? ¿Por qué diablos dices eso…?
— Porque en ningún momento dijiste que lo íbamos a mantener oculto. — Me recriminó. — Cuando estamos en casa, entonces existo para ti, pero si estamos en la calle o aquí en el colegio, apenas y si me miras… pero si te haces de largas charlas y risas con “otros”.
— “Nuestros amigos” — Le aclaré — Y tú siempre estás conmigo.
— Aun así… ¿Desde cuándo te importa tanto lo que dice la gente?
— Aidan, eres mi hermano… — Le dije levantando un poco lo voz, hecho que le molesto, porque nunca le gritaba. — Si fueras cualquier otro chico, no me importaría que supieran, pero somos hermanos. Cuando estamos uno al lado del otro, ni siquiera pueden diferenciarnos. No se supone que entre nosotros debería de existir este tipo de relación…
— ¿Ahora te arrepientes? — Cuestionó herido.
— ¡No! Eso jamás… — Respondí de inmediato. — Solo no quiero exponerte, eres mi pequeño hermanito. — Intenté acariciar su rostro, pero desvió la cara impidiéndomelo.
— Solo soy menor por quince minutos… — Fue su turno de gritar. Y levantándose de golpe, se retiró de sobre mis piernas, apenas sus pies tocaron el suelo, intentó alejarse. — ¿Sabes que…? — Regresó sobre si y tomando uno de los libros que descansaban sobre la mesa, me lo aventó a la cara. Con suerte, logré esquivarlo. — ¡Olvidalo! Solo continúa leyendo tu estúpido librito sobre el deseo. Mientras te hundes en tus prejuicios.
Si tengo demasiados prejuicios, tú tienes demasiado pocos. Lo pensé pero no iba a decírselo, si algo no toleraba era decepcionarlo.
No podía permitir que las cosas terminaran de esta manera, no después de que él se había mostrado tan expuesto. Era consiente de pocas cosas mantenían su interés durante mucho tiempo, después de tres años viviendo de esta manera, debía estar agradecido de aun tenerlo celoso.
— ¡Espera…! — Lo tomé de la mano y le hice señas de que se sentara en la silla de alado. Aidan no parecía convencido pero aun así, cedió.
También le deseaba, todos y cada uno de los días, a todas horas, a conciencia o mientras dormía, él era siempre, mi más ferviente deseo. Y de alguna manera, él lo sabía.
Le dediqué una última mirada, mientras me dirigía a la puerta. La encargada era amiga mía, ahora mismo estaba en su hora tiempo de comida y me había confiado sus preciados libros y la llave de la puerta que los resguardaba.
Aseguré la puerta y apague la luz, fui recorriendo las pocas cortinas de las ventanas del frente y después volví hasta donde él. Me arrodillé y besé su mano, iba a poseerlo, era justo ser caballeroso.
— ¿Qué haces? — Me pregunto extrañado mientras se ponía en pie. Aidan estaba muy lejos de ser como esas princesas de los cuentos que reaccionan con timidez, ante la galantería de su “príncipe”, pero era perfecto para mí.
— Así es mejor… ¿No crees? — Le respondí, restándole importancia a su pregunta. — El amor se debe hacer sin interrupciones… — Aclaré mientras me erguía.
— Espera… — Retrocedió un paso. — Es decir… detestas hacerlo de esta manera.
— Lo hago porque te amo, y no lo detesto. — Enfaticé lo que había dicho mientras recorría con la vista toda la biblioteca. — No me importa la forma ni las circunstancias, si es contigo. Y este lugar en especial, es uno de los que más amo.
Lo vi frágil, como muy pocas vez. Pero ahora se comportaba con la timidez propia de lo que era, un adolecente de diecisiete años, que ha acaba de ser halagado, y se siente bien con eso. Y es que los humanos hacen el amor con sus cuerpos, pero yo prefería hacérselo con palabras.
El resultado era casi el mismo.
Aun que nada se comparaba con sentirlo debajo de mí, fundidos, complementados, amantes en los cuerpos y también en las palabras y las almas.
— Solo hay dos lugares en los que amo estar… — Susurré, mientras lo abrazaba. — La biblioteca y tu cuerpo, aunque, no precisamente en ese orden.
Un beso lento, casi un simple rose, fue el inicio perfecto.
Y la preguntó revoleteó en el aire… ¿Qué es el deseo?
Diría con toda seguridad, que sus labios. Inquisidores y en muchos sentidos letales, delicada seda y suaves como el algodón. En un diluido tono coral pero con un intenso sabor a vida.
¿Qué es el deseo?
Quizá sus ojos, dos esferas de luz en medio de mi oscuridad, claridad y pureza en medio de mi inmoral proceder. Fuegos consumidores, o tal vez, un par de dioses que exigen veneración.
¿Qué es el deseo?
Probablemente su cuello, esa torre firme en color canela, el nido que no deseo dejar, mi cueva, mi deleite, el camino por el que mi lengua ha dejado surcos imborrables. O su pecho, árido desierto que solo es refrescado por mis aguas, recorrido por mis manos y grabado poro a poro su extensión en mi memoria. Un par de serranías son sus pezones, puntuados, delicados y erectos, tan solo para mí. Son tierra fértil, pese a ser desierto, son las laderas que mi lengua disfruta escalar, buscando como recompensa el premio de sus gemidos. Tal vez, el deseo sea su abdomen o el oasis de su sexo, el paraíso que solo existe en medio de tanta sed, de tanta provocación y de tanta necesidad. Su parte más sensible que mis labios han recorrido, y mis manos, acariciado.
Es la meta después de una ardua carrera, es el hogar después de una guerra. Es todo después de tanta nada.
— Connor… — Repitió y juró que nunca me había gustado tanto mi nombre.
Mi mente estaba tan aturdida ante su belleza, impotente ante su excitación, débil ante su desnudez… ¿Cuál fue el momento exacto en el que lo desvestí mientras lo hacía poesía? No lo sé. Y no me importa, lo prefería así, tan solo él. Sin distractores, sin botones difíciles de desabrochar o cremalleras impenetrables. Amaba la vestidura de su desnudez, y la cadencia de sus movimientos al restregarse contra mí.
Me buscaba necesitado, se pegaba tanto a mí, como si pretendiese fundirse en mi cuerpo. — ¡Te Necesito…! — Agregó, con los ojos entre cerrados, mientras mi lengua remarcaba la fina línea de sus labios.
— ¿Qué es el deseo? — Le pregunté, para torturarlo un poco más.
— Tú… el deseo eres tú. — Me hablo sobre los labios permitiéndome respirar su aliento, mientras sus manos se perdían entre mis cabellos. — Connor…
— Si no me lo pides, no te lo daré… — Lo envolví entre mis brazos y pude escucharle reír sobre mi oreja y eso, el sonidito de su risa me estremeció. Jugábamos de esta manera, hacerle decir cosas que en sus cinco sentidos y sin una erección de por medio, no diría ni aunque lo torturaran. Un inocente juego de seducción, en el que él fingía rendirse y yo llevar las riendas de nuestra relación. — ¡Pídelo! — Ordené con voz firme.
— ¡Por favor! ¡Hazme el amor! — Fue fervorosa su suplica, me perdí en su mirada y me entregue a su deseo.
Si de mí hubiese dependido, le hubiera hecho un nicho con los libros, pero no hubo tiempo para ello. No consideraba la mesa, lo suficientemente resistente, como para dos chicos de nuestra talla y movimientos pélvicos descontrolados. Pero el piso parecía amplio. Sin dejar de mimar sus labios, lo recosté sobre la fría losa y se estremeció al instante, lamente no tener algo mejor que ofrecerle, pero ahora era yo quien le necesitaba.
Aidan me hizo un espacio entre sus piernas y yo recompense su cooperación con besos duros, como si en algún momento pudieran extinguirse y quisiera tomar lo más posible de ellos. Él cruzo sus brazos sobre mi cuello obligándome a acercarme más a él. Intentaba no aplastarlo, aunque ya había comprobado que era capaz de soportarme. Lo escuché suplicar de nuevo, al parecer, tenía prisa.
Pero mis manos querían acariciarlo, y mis ojos admirar su desnudez. Lo admito, me estaba volviendo presa de la lujuria, uno de mis más grandes pecados. Pero que importaba si iba a ir al infierno, si en este momento él me habría el cielo de sus piernas.
No era mí culpa y si acaso lo era, bien merecido tendría el castigo.
— ¡Hazlo! — Me ordenó necesitado.
Y me sorprendí de lo obediente que puedo llegar a ser. Como pude, me libere y ya no hubo tiempo de algún tipo de preparativo. De una sola estocada, entré por completo él.
Gimió y el dolor fue latente en su rostro. La mirada que me dedicó fue clara, si osaba moverme, podría darme por muerto.
Pero… ¿Qué es el amor sin un poco de dolor?
Cargaría con la responsabilidad. Siempre lo hacía. Y con eso en mente, comencé a moverme lentamente, sin salirme de su interior pero si buscando hundirme más. Aiden no pudo hacer otra cosa que cerrar con más fuerza los ojos, sus manos se aferraban a las mías y en venganza clavo sus uñas en mi piel. Y efectivamente… ¿Qué es el amor sin un poco de dolor?
Ya no mantenía el mismo entusiasmo por aquella pregunta. Pero era tarde para echarme atrás, contrario a lo esperado, aumenté la velocidad de mis movimientos, mi amado aun no podía hablar, y el panorama que me ofrecía era realmente cautivador, un ángel caído que comenzaba a humedecerse de sudor y otras cosas…
Se cubrió la boca con ambas manos, su vista estaba perdida y sus cabellos se mecían al compás de mis embestidas. Coloqué su pierna derecha sobre mi hombro, en un afán por sentirlo un poco más y por primera vez, desde que iniciamos salí por completo de él y al volver entrar mi pequeño gritó.
¿Era este el momento en el que debía detenerme y consolarlo?
Con ojos inundados lo sentí aferrarse a mí y seguidamente sus uñas rasguñaron desde mis hombros hasta mi brazos, también la espalda. Pero en ningún momento pidió que me detuviera, y ese era su más grande pecado. Disfrutaba en cierta medida del dolor, mientras que yo, no lo toleraba para nada.
Aventó la cabeza hacía atrás, permitiéndome saborear su cuello, sobre el cual dejé delicadas mordidas, que quizá mañana serían moratones. Sus piernas se abrazaron a mi cadera y sus paredes comenzaron a oprimir más mi sexo, impidiéndome una entrada limpia, pero excitándome mucho más.
Me estaba provocando y respondí como se esperaba hasta que el tiempo se detuvo para nosotros. A estas alturas llevábamos ritmos distintos pero la melodía era la misma y la continuamos hasta el final de la canción. Sus gemidos y suspiros, eran casi incontrolables, y me descubrí a mí mismo, demasiado agitado. Me era casi imposible respirar… el clímax estaba cerca para ambos, lo sabía por sus gestos, y porque su temperatura había aumentado.
— ¡Mírame! — Le pedí, sin dejar de moverme. — Mírame…
Sus ojos se centraron en los míos, y traté de evitar pensar en lo perverso que era todo esto, éramos idénticos, y en sus gestos y reacciones podía ver las mías. Me perturbaba, era tanto como hacer el amor conmigo mismo.
Quiso decir algo, pero le fue imposible, una de sus manos se aventuró buscando de donde apoyarse y fue la mía quien la recibió, las entrelacé y unidas las dirigí hacia mi pecho. Sentía que mi corazón podría detenerse en cualquier momento y quise que fuera testigo de lo que provocaba en mí.
Sé que sintió mi palpitar porque me sonrió. Y pese al esfuerzo que le resultó, busco mis labios y los besó.
Quizá fue la fricción rápida de nuestros cuerpos al rozarse mientras las estocadas se hacían más profundas, lo que hicieron que soltara mis labios mientras arqueaba la espalda, su cuerpo entero se sacudió es un espasmo y sus muslos se tensaron, asfixiándome de manera deliciosa, gimió mientras nos mojaba. Verlo fue el empujoncito que necesitaba y siguiéndolo terminé dentro de él.
Su cuerpo cayó lapso sobre el piso. Estaba agotado y sudoroso, ambos lo estábamos. Pero también estábamos satisfechos, la sonrisa tonta de nuestros labios nos delataba.
— Te amo… — Resopló en un suspiro.
— Te amo, cada día un poco más…— Respondí, mientras lo abrazaba.
Dicen que un beso en la frente vale más que muchas otras caricias, Aidan me inspiraba ternura, afecto, respeto, cariño y por supuesto amor. Era mi amigo, mi compañero de clase, mi socio, mi amante y lo más importante que tenía en la vida. También era mi hermano, mi gemelo, pero ese título hacía tres años que había comenzado a perder sentido, y ahora no tenía ninguno. Éramos dos personas, que pese a nuestra juventud, nos amábamos. Él lo sabía, y aun así, se lo repetía todos los días, en vez de asumir tontamente, que toda nuestra vida, juntos, era suficiente.
Él me había dado paz, felicidad, su cuerpo, su tiempo y su vida entera.
Pero estábamos muy lejos de ser la pareja perfecta, y quizá por eso nunca antes intentamos serlo, discutíamos como todos, quizá más que la mayoría. Nuestras diferencias nos amargaban durante días. Incluso puedo asegurar que la mayor parte del día, Aidan no me soporta, sé que le desquicia mi pasividad, lo mismo que a mi impulsividad. Pero cuando se tiene claro lo que en realidad importa, tomar decisiones no es difícil.
— Y al final… ¿Qué es el deseo? – Me preguntó mientras me entregaba mi libro que había aventado lejos. La biblioteca de nuevo estaba abierta y en manos de su protectora.
— Por ahora… una hamburguesa. – Respondí, mientras le sonreía.
— Pero, tú invitas… porque no tengo dinero.
— ¡Tú nunca tienes dinero! — Me quejé, mientras le abría la puerta para que pudiera salir.
— Eres el mayor, es tu responsabilidad alimentarme…— Refutó.
— Solo por quince minutos…
Mi muy queridisima Angeles Guzman decir que me maravillaste sera quedarme corta, fue una obra maestra amor, deseo que son sino la continuidad la una de la otra, me enamore, he quedado prendada de tan magnifico relato, la pasión en tus palabras, en como estos hermosos seres se entregan sin quedarse nada, por completo, unidos volviendose uno solo… Gracias por tan maravillosa historia…
Te saluda tu ahora fiel admiradora Anna-Bri
Anna- Bri!!
Hola querida… muchisimas gracias, me hace muy feliz leer tu comentario.
No sabes como me motiva, y saber que puedes sentir a los personajes es muy grato.
Espero seguir manteniendo tu emoción por la historia.
Saludos y espero leerte pronto. 😚