Antidepresivos para el Alma

Antidepresivos para el Alma

De la manera más cortante y directa, escupió palabras con más sentido del que en algún momento hubiera deseado escuchar. Hoy menos que nunca.

Las conocía, todos en algún momento las habíamos oído… ¿Pero cuantos conocíamos su verdadero significado?  Ahora mismo, siento que no puedo responder a esa pregunta.

— No se lastima a quien se ama y si le lastimas, entonces, no lo amas. — Severas y dolientes palabras que me traspasaron algo más que la razón.

La realidad me golpeó con la fuerza de cientos de proyectiles, y si no fuera porque los restos de mi orgullo me sostenían, quizá me hubiera dejado caer de rodillas y reducirme a tristes y plañideras lamentaciones.

Como tanto había deseado, pero como nunca me había permitido.

A mis anchas y destilando toda esta zozobra que en ocasiones, cada vez más frecuentes, me hace temblar, sea de ansiedad o de dolor… ¿Pero quién soy yo para hablar de sufrimiento?

Yo que le había lastimado, que le dañé, pesé a estar completamente convencido de que le amaba. Como nunca a nadie… porque todo había comenzado justo ahí, en ese primer sonrojo de sus mejillas y como nadie después de él, porque terminó, se escurrió entre sus gruesas lágrimas cuando se fue.

En un necio intento por redimirme, pensé decir que así somos todos los seres humanos… Pero sé que no es verdad, él no era así, ahora tal vez, pero antes de mí, no.

Él también me amaba, jamás lo dudé.  Su amor por mí era tan inmenso y vasto como el cielo mismo, y aun así, crecía en su corazón. Y en cada centímetro estaba mi nombre, en sus ojos solo estaba el reflejo de los míos y en sus labios, el sabor de mi boca. Su cuerpo solo había sido recorrido por mis manos, y aun si todas estas cosas, no podrían volver jamás… me quedaba el saber que en algún tiempo,me perteneció de todas las maneras en las que un hombre le pertenece a otro.

Me dejaba escarbarlo y hacer surcos en sus muslos, senderismo por su pecho y preciosos tejidos en su cabello. Me regalaba sus “te amo” en cada estrella y el cielo es testigo de que estrellas había muchas. Pero hoy, solo puedo encontrar en él, su resentimiento.

Un amargo, triste y aplastante resentimiento.

Y no quería aceptarlo, me rehusaba a aceptar que todo había quedado reducido a mera tirria. — ¿Estás bien? — Preguntó, como si mi mala cara y la agonía en la que me hundía, no fueran suficiente respuesta para saber que no, que no estaba bien, que hacía mucho que había dejado de estarlo. — De repente me has parecido ausente. — Agregó. — Sabes que si pasa algo malo, puedes contármelo. Haré lo posible por ayudarte —.

Miré al anciano que tenía enfrente y vi en sus ojos la sabiduría propia de quien ha vivido muchos años, de quien se ha equivocado en innumerables ocasiones y lo mejor o peor de todo, de quien no se arrepentía de absolutamente nada. Lo deteste un poco por eso, mis arrepentimientos, últimamente hacían una escalera hasta el cielo. — “¿Hacer lo posible?” — Me cuestioné mentalmente, eso ya lo había hecho y no funcionó, aun con todo, no aparté la mirada de él, aunque tampoco lo observaba.

No voy a presumir diciendo que había logrado intimidarlo. Pero al darse cuenta que estaba más perdido en mis pensamientos que en sus palabras, posó una de sus marchitas manos sobre la mía, ignoró el hecho de saber, que no me gustaba que me tocaran y con tal osadía me sonrió con amabilidad.

Lo odie entonces, en efecto, que la gente me tocara por el simple hecho de que se le diera la gana hacerlo, me resultaba molesto y repulsivo. Y en especial, si se trataba de una piel tan frágil y arrugada como la suya. “Demasiados sentimientos negativos.” Eso es lo que él solía decirme, ante mis “odio”, “detesto” y otras muchas palabras, que usualmente forman parte de mi vocabulario, pero era de ese modo. Odio todo aquello que fuera o diera la apariencia de fragilidad. Detestaba mis propios momentos de debilidad, cada vez más abundantes, por cierto. Mis sentimientos de desamparo, mi miedo y todo aquello a lo que sintiera una tremenda necesidad.

Él… por ejemplo.

Pero no, yo le amaba, aun lo hago.

— ¿Hay algo que quieras contarme? — Insistió y su mano le dio un apretón ligero a la mía. Estaba comenzando a hartarme de esto, él debía soltarme o no me hacía responsable de mis actos.

— ¡No me ocurre nada! — Respondí con voz monocorde, más por simplemente decir algo, porque en realidad, me sucedían muchas cosas y muy malas.

— Qué triste y vacía debe ser tu vida, de ser así…— Se lamentó.

Eso fue tanto como un insulto para mí, no necesitaba de su lastima ni de sus palabras vacías. Sin medir mis acciones, arrebaté mi mano de la suya, mientras le miraba con hostilidad.

Como animal herido que pese a todo, no se rinde.

Su mirada se endureció ante mi arrogancia, aunque prefiero llamarlo simplemente “carácter”. Era claro que no le agradaba mi lado presuntuoso y poco apegado a todo. Mal por él, porque no me importaba ni me importaría en el futuro.

Bueno, tal vez me importaba un poco.

— No me ocurre nada que no pueda manejar, eso es lo que he querido decir. — Aclaré. —Obviamente me ocurren cosas, es lo normal en un mundo como este, pero puedo resolverlo solo. — Le dije, intentando que sonara a verdad. Sé que no tenía por qué darle explicaciones, y sin embargo; hice a un lado mi orgullo únicamente porque, aunque me causaba cierto desagrado, la verdad es que le respetaba, admiraba su experiencia, sus años y sobre todo, la paz que reflejaba. Aunque me molestaba lo entrometido que podía llegar a ser. — Agradezco su preocupación, pero mis asuntos, son precisamente eso, míos… y compartirlos con usted, no harán volver el tiempo atrás y así poderlos corregir.

— La vida te ha tratado con dureza desde el principio… ¿Cierto? — No era una pregunta, aunque le dio el tono de una. — Eres aún muy joven para guardar tanto resentimiento.

“Resentimiento…”

Una mala palabra elegida en un mal momento. Él me guardaba resentimiento, su amor por mí se había vuelto eso… resentimiento. — Pero siempre es un buen momento para deshacerse de esas viejas ataduras y mirar el futuro con optimismo. — De nuevo con palabrerías. Y yo solo podía pensar en una, resentimiento. Él ya no quería compartir su vida conmigo, su vida que tanto me importaba. — Aligeras la carga, y el camino se vuelve menos…

— No me dejara en paz hasta que sacie su curiosidad… ¿No es así? — Lo acusé. Él simplemente sonrió. — ¡De acuerdo! ¡Usted gana! — Agregué con parsimonia, mientras me ponía de pie y le señalaba con ambas manos como si fuese un loco. — ¡Usted gana! — Repetí, y volví a sentarme después. — Pero antes… — Precisé con toda la serenidad con la que un desquiciado puede contar, porque yo no era víctima de mi situación y por ende, no aceptaría quedar como tal. — Déjame aclararle que la vida ha sido justa conmigo, que no puedo quejarme de ella. Sin embargo, como el hombre que soy puedo honestamente reconocer que he arruinado demasiadas cosas, que soy el responsable de mi suerte y destino. Mismo que enfrento con valor… No soy una persona mediocre ni está en mis planes serlo.

El anciano respondió ante mis palabras, un tanto iracundo. Lo escuché murmurar algo referente a que un poco de humildad, aunque sea de vez en cuando no me caria nada mal y no se lo discutí, porque era posible que tuviera razón.

Pero había crecido con el mal hábito de lograr para bien o para mal, todo lo que me propusiera, y como consecuencia, cada logro que tenía, reforzaba mi actitud deliberante, sarcástica y hasta cierto punto contradictoria. ¿Cómo esperar entonces, que cambiara así tan de repente, sí mi mayor ambición era darme todo aquello que mis ojos o con un poco más de dramatismo, todo lo que mi corazón deseara?

¡Imposible! ¡Simplemente, imposible!

— ¿Vas a decirme entonces, quien te hizo ver tu suerte? Por qué por ahí debe de ir la cosa… — Dijo con total convencimiento —. Alguien no estuvo de acuerdo con los planes de Ryan, y esa negativa se volvió más que un simple obstáculo, se volvió una barrera. — Sonreí… ¿Ahora nos portaremos serios y nos pondriamos nombres? Pero también había algo más…su sarcasmo, no era propio de él, verse tan fuera de sí, debido a mi actitud.

— Creo que usted y yo ya nos vamos entendiendo. — Y lo que inició como una sonrisa, se volvió risa sardónica. Era un lenguaje que sabía manejar. De hecho, en mis ratos libres daba clases de socarronería, a personas incautas. — El poder del sarcasmo no conoce límites “señor”… y envidiable es el maestro que sabe explotar dicho poder.

No me respondió pero su impaciencia, poco a poco se fue volviendo la mía. No era mi nuevo mejor amigo y mucho menos mi confidente, pero el peso de los últimos meses, realmente estaba siendo demasiado, a tal punto que en ocasiones sentía que me ahogaba, que me sometía y aplastaba. Así que después de todo, decidí que no sería tan malo contarle lo que en este momento, era mi más grande dolor.

— Fue hace ya algún tiempo desde que le conocí. — Confesé. — A primera vista me resultó alguien bastante común… ya con un poco de apreciación, me pareció más ordinario que común, a los pocos días me desagradaba y al mes, me resultaba totalmente insoportable.

— Esa no es una buena manera de iniciar una historia, Ryan. — La interrupcion me molesto, pero lo que me sacó de quicio, es que se sintiera con el derecho de regañarme. — Cada vez se pone peor y ni siquiera han pasado los primeros cinco minutos.

Señor… — Tragué aire por la boca y lo contuve algunos segundos, para después dejarlo salir todo de golpe, una acción ruidosa pero que me ayudaba a calmarme. — Con todo respeto, es mi historia… y yo la inicio como se me dé la gana. — Aclaré. — Cuando sea su turno de contar “su historia” entonces iníciela como quiera. Además, así fue como verdaderamente pasaron las cosas.

Y no mentía. —Obviamente, cualquiera que quiera suponerse mejor cosa que yo, terminaría desagradándome, y en este caso en particular, él era muy presuntuoso, arrogante y daba la apariencia de que había vivido mucho y que era precisamente su experiencia la que lo hacía hablar. — Continué con mi relato. — Yo no tenía costumbre de muchas cosas, de la mayoría de las cosas, para ser completamente honesto. Pero eso no le daba derecho a contrariarme. Mucho menos, a mencionar con todas las palabras que no estaba de acuerdo con lo que yo decía o hacía, menos que menos con tal seguridad, que me hacía dudar… y llegué a odiarlo por eso.

Me detuve un momento y sin realmente proponérmelo, medite en mis palabras. No, no le odiaba, lo detestaba pero nunca le odie… ¿Debía aclararle eso al viejo?

— ¿Le odiabas? — Cuestionó él, como adelantándose a mis pensamientos.

— No fue así por mucho tiempo más… — Respondí. — Aunque al principio, mis motivos no fueron los correctos, poco a poco se fue instaurando en mi mente, la idea de que el me quisiera, hasta que se apoderó por completo de mí.

— ¿Por qué dices que tus motivos no eran los correctos? ¿Qué hay de malo en desear que alguien nos quiera? — Preguntó y al instante le resté un par de puntos, era más que obvio, pero él, realmente parecía no haber comprendido.

— Solo deseaba que me quisiera para usar eso a mi favor y controlarle. — Dije irritado, él anciano asintió y me miró con recelo. — Fue una estúpida idea… ¡Lo sé!

— ¡Muy estúpida y cruel!

— Si bueno… Escupí para arriba y la saliva me cayó en la cara. — Reconocí con cierta vergüenza. — Fue solo cuestión de tiempo…Mi corazón comenzó a desearle con fuerza. Lo quería frágil, débil, lo deseaba sumiso pero no para odiarlo… con el simple transcurrir del tiempo. En algún momento terminé queriéndolo. — El anciano me miró con inseguridad, pero este era mi verdadero yo, él que podía reconocer que había sido vencido por una persona encantadora. — Me descubrí fascinado con la idea de que no estuviera de acuerdo conmigo, de que me contradijera, de que fuera capaz de decirme a la cara lo que no hacía bien, comencé a amar su osadía al corregirme, al sugerirme como deberían hacerse ciertas cosas. Nunca antes había conocido a alguien que no estuviera de acuerdo con hacer mi voluntad y me agradaba eso de él, más que cualquiera de sus otros atributos.

Pese a mis ansias por él, no me atrevía a ser yo quien diera el primer paso. Sin embargo, el día llegó. Y pudimos hablar a solas de aquello que nos hacía tan diferentes. La idea fue suya… y yo simplemente lo acepte, sin saber en qué me estaba metiendo. Bueno, quizá si sabía, ya con días de antelación me había dado cuenta que las cosas habían cambiado, podía sentir su constante mirada sobre mí y como lograba captar su atención cuando me aparecía por donde él estuviera. Nuevamente aquello que deseaba, parecía estar a mi alcance. Con la única excepción de que esta vez, no tuve que hacer absolutamente nada para conseguirlo. Cualquiera podría entender que me sentía como pez en el agua. — El anciano sonrió en señal de que me entendía y de cierta forma, le imite.

— Como pez en el agua…— Repitió.

— Sí, en aquella ocasión, quien yo deseaba, se acercó y me preguntó si podía acompañarme. Era un trayecto relativamente corto, el que debíamos recorrer hasta donde se podía tomar el colectivo. — Expliqué y mi interlocutor asintió. — Hablamos de tantas cosas, y mis manos no dejaron de temblar y de estar frías durante todo ese tiempo, el viaje resultó tan corto y el tiempo a su lado tan solo segundos… ¡Mágico! Es así como puedo describir mi tiempo a su lado. A partir de ese día, nos volvimos casi inseparables, sé que puedo presumir que llegué a conocer de él, lo que pocos saben, y la compañía del otro nos cambió a ambos. De alguna manera, nos influenciamos mutuamente para bien y unidos logramos muchas cosas.

Su dolor, se volvió mi dolor, su alegría se volvió mi deber, y ese creo hoy, fue mi más grande error… ¿Pero qué otra cosa podía hacer? Cuando le conocí, él pasaba por una mala racha, aunque ahora que lo pienso con detenimiento, esa mala racha siempre le acompañó, quizá incluso desde antes de mí, sin embargo, mi paz no era entera si no me aseguraba de que él estaba bien.

— Realmente llegaste quererlo…

— Se quiere o no se quiere, no hay más. — Respondí ante su comentario. — En una ocasión, durante unas de nuestras primeras platicas lo vi llorar… ¡Ha! ¡Qué dolor aquello! Ese día pude presumir que supe lo que es sentir que se te rompa el corazón, y posteriormente él se encargó de que no olvidara dicho sentimiento, pero para que adelantarme a esa parte de la historia. En esa única ocasión, sus ojitos estaban llenos de impotencia, de desesperación. De manera muy secreta, le he mantenido cierto resentimiento a la persona que fue la causante de aquellas lágrimas. Mismas que desee besar de sus mejillas, pero no me atreví, en ese momento, me sentí impotente ante su sufrimiento, y solo pude ser un simple espectador de su dolor. Aunque las manos me quemaban por abrazarlo, por, aunque fuera mentira, decirle que todo iba a estar bien, que no siempre seria así. Pero le respetaba demasiado como para mostrar tal atrevimiento, después de todo, aun no éramos tan unidos.

— Sin duda estabas enamorado… — Los viejos y sus suposiciones, pensé.

— ¡No! — Aclaré —. En ese tiempo aún no estaba enamorado, me importaba, lo estaba queriendo, me dolía su sufrimiento porque él era importante para mí. Eso es todo.

— Piensas demasiado, aquello que solo deberías sentir.

— Haré como que no estuviera usted, usando mis frases en mi contra. — Él soltó la carcajada y yo solo aguardé hasta que se calmara su alboroto.

— ¿Qué paso después? — Preguntó entre medias risas.

— Ni yo mismo estaba completamente seguro de que era lo que había sucedido, una cosa nos llevó a otra y lo único visiblemente claro, fue que pocos meses necesite para enamorarme de él, aunque francamente nunca lo acepté, al menos, no en su delante, aunque era muy obvio en muchas otras cosas. Así me resultaba conveniente, sin embargo, no reconocí el sentimiento abiertamente, porque los sinsabores comenzaron a llegar con el “amor”. — Resalté la última parte. — Y es un dicho bastante bien dicho, que el que se enamora primero, pierde… y yo ganaba y perdía en las mismas cantidades. Como quien dice, esto estaba resultando un mal negocio. Le invertía mucho y a veces no salía ni la ganancia y aun así, no le puse fin y mi bodega siguió surtiendo y surtiendo hasta que la mercancía y el capital empezaron a escasear, pero estaba resuelto a que era él, lo amaba y no planeaba descansar hasta conseguirlo. — Si me gusta lo obtengo, al precio que fuese. — Esa fue siempre mi filosofía en todo y para todo. Y sin importar las consecuencias. – Vera usted… yo tenía que tenerlo, amarlo ya no me era suficiente, porque unos días estábamos bien y otros estábamos peleando, algunas veces nos queríamos a toneladas y otras tantas éramos fríos y nos mostrábamos distantes. Acepto que tuve un cierto grado de culpa, comencé a sentirme inseguro, no actuaba de manera espontánea… primero porque no es mi naturaleza, yo requiero saber de la A, a la Z, las ventajas y desventajas de mí actuar, necesito ser yo quien lleve el control y la rienda de todo. Y él no me dejaba, y eso me gustaba pero al mismo tiempo me hacía sufrir… ¿Entiende usted lo que le digo? Esto, especialmente en esto… no quería perder.

— Y… ¿Perdiste? — No pudo evitar preguntar y en cierta forma espera que lo hiciera. — Al final de todo esto, tú… ¿Perdiste?

— ¡Si! — Dije con hilo de voz. — Por supuesto, primero logré lo que quería, durante el tiempo que lo planeé, pero al final, si perdí.

— Pero hijo, el amor no se puede planear…

— Ahora lo sé… y créame que pagué un precio muy alto por mi osadía. — Confesé. — No estaba listo para la despedida, es más… no deseaba despedirme de él. Pero nuestras circunstancias cambaron. Ya no nos íbamos durante siete horas cinco días a la semana. El poco tiempo con visitas cada vez más esporádicas y mensajes muy de vez en cuando, solamente iban a terminar lastimándome aún más, por eso… Por ese motivo, decidí que lo mejor era cortar de raíz con todo, de una sola vez.

Que me doliera lo que me tuviera que doler, pero no lo que él quisiera que me doliera. ¡Ojalá hubiera sido así de fácil! Debí suponer que no se quedaría con los brazos cruzados, mientras yo intentaba desesperadamente huir lejos antes de que me viera colapsar. Él lucho como yo hubiera deseado que luchara desde el principio. Pero fue en ese último momento, en el que yo necesitaba de su frialdad y de su desinterés para hacerme las cosas más sencillas, que se negó rotundamente a dármelo.

Todo lo contrario, se aferró a mí y exigió explicaciones que no quise dar, porque ni yo mismo las conocía. Pese a que ya para los últimos días, nuestra relación estaba más que desgastada, aun así, sus palabras fueron —… Es que no es justo que me saques de tu vida solo así. — Confieso que una parte de mí también creía que no era justo… pero a esas alturas… ¿Qué podía hacer? ¿Quién puede contra el tiempo, contra la realidad? Hasta alguien como yo, reconoce que hay cosas sobre las que no se puede tener control, cosas grandiosas, cosas superiores a uno, cosas como el daño que el trascurrir del tiempo haría sobre nosotros.

Aun así, él estaba dispuesto a todo con tal de no terminar. Pero yo tenía un haz bajo la manga, sabía de algo que él no toleraría, algo que a pesar de todos nuestros distanciamientos, nunca le mostré, hasta ese día. Desprecio.

Nunca en todo el tiempo poco o mucho que le conocí, le había despreciado nada, una caricia, una palabra, absolutamente nada, sin embargo, en aquella ocasión, no deje que me abrazara, me rehusé a que se acercara, que intentara entrometerse en algo que después de todo, no le incumbía. Mi dolor.

— Y si sabias que no lo toleraría… ¿Por qué lo hiciste?

— La despedida me estaba doliendo a mí, más que a él, de eso estoy seguro. Necesitaba que se fuera, porque ya era tarde, era peligroso y porque en cualquier momento de no irse, le suplicaría, con lágrimas en los ojos y el corazón en la mano, que lo que quedara de esa noche, la pasara conmigo.

— ¿A qué te refieres con eso de lo que quedara de la noche la pasara contigo?

— Usted y yo sabemos, que eso… no es asunto suyo — Le recriminé.

— ¿Cómo es que llegaste a quererlo tanto?

— Eso creo yo… debería de ser otro de los grandes misterios de mi vida.

— ¿Por qué el?

— Después de un tiempo él y yo ya no éramos tan distintos… ¿Sabe? En muchos sentidos era mi complemento, resultó ser el más suculento elixir para mí, yo podía mirar directamente al sol en sus ojos, tocar las nubes cuando acariciaba sus manos, miel pura cuando probé sus labios. Criminal e inocente, verdugo y castigado… todo eso y más, encontraba en él. Quizá fue por eso, tenía que ser él y no cualquier otro.

La verdad… había puesto muy pocas reservas entre nosotros, no había demasiados secretos de mi parte en torno a él, lo dejé entrar a mi casa y en vida, le día hasta lo que por mí mismo, no poseía. Cuidaba de él, por él y por mí, que al caso, venía siendo exactamente lo mismo, y es que en sus brazos, el dolor de mis propios problemas que nada tenían que ver con él, se disolvían, era feliz a su lado. El olor de su piel me embriagaba, observarlo era mi pasatiempo predilecto, memorizar sus gestos, sus expresiones, sus palabras. A mí me interesaba lo propio y lo que a él le interesara y aunque no cedía ante sus deseos o palabras, lo escuchaba más de lo que él mismo cree. Es por todo esto que ante sus arrebatos callé, ante sus decisiones guardé cierto respeto, ante su egoísmo y su frialdad, escondí mi dolor. Me burlé de ellos y los ahogué, para que no fuera él quien lo hiciera.

— ¿Y si él no quería burlase de tus sentimientos?

— No digo que ese haya sido su objetivo. Pero cuando las palabras y las acciones no concuerdan, vienen las dudas, y las dudas te hacen ver todo con demasiada claridad y a veces te deslumbran y ya no ves nada fuera de ellas. Lo único que puedo decirle, es que lo amaba pero ya no confiaba en él. En esos últimos instantes no confiaba ni en mí mismo.

Créame cuando le digo, que tenía mis razones y que nunca faltó quien alentara mis ya de por si desbocadas dudas.

— ¿Qué sientes por el en este preciso momento?

— Francamente, siento demasiadas cosas… desde hace varios días, me hostiga en mis sueños, durmiendo le he dicho que él no debería estar ahí, pero noche tras noche regresa, y en mis sueños estamos juntos, como nunca lo estuvimos en la vida real. Me gustaría solamente dormir, sin tener que soñarlo.

Porque en la vida real estoy decepcionado de su proceder, estoy enojo y le tengo mucho resentimiento de la misma manera que él me lo tiene a mí. Pero a pesar de todo, aun lo quiero y le tengo afecto a lo que representó para mí.

— ¿Y si las cosas entre ustedes se solucionaran? — De repente, el hombre frente a mí, se mostraba bastante positivo, quizá para él, la situación no era tan grave como lo era para mí.

— Es posible, pero no ahora, no en mucho tiempo. — Respondí. — Ambos somos necios, aferrados y demasiado juiciosos. No aceptaré nada más de lo que he aceptado este día, y francamente, no disculparía a quien supo verme la cara, y sobre todo, a quien a sabiendas que no merecía mi amor, lo aceptaba. Y a quien sabiendas que me amaba, le jugué sucio y no dudé en traicionarlo. Simplemente, lo nuestro no estaba destinado a resistir por mucho tiempo.

El anciano se quedó meditando mis palabras o al menos esa fue la impresión que me dio. Era la verdad, muy posiblemente un camino sin retorno, o quizá en otro tiempo muy lejano, un tiempo en el que ambos seamos más razonables y sinceros con nosotros mismos o con los demás, un volver a empezar tras este desastroso final. Después de todo, el final es solo principio de una nueva historia.

Al menos, eso dicen.

— ¿Qué piensas hacer?

— ¿Qué puedo hacer? — Respondí con otra pregunta. — He repasado mis posibilidades una y otra vez y siempre llego al mismo punto. Tuve mis oportunidades y las dejé ir. Tome malas decisiones… Ahora él está vivo, yo no, y usted no existe…

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