A dos semanas del accidente por fin puedo dejar este horrible hospital… no puedo creer todo el alboroto que me espera afuera. El auto de mi mamá está frente a la puerta y a pesar de la protección de los guardias del hospital, me veo rodeado de un montón de personas desconocidas que me saludan sin que las conozca, se alegran por mi y otros que, con un micrófono en la mano, me pregunta por mi salud. Me subo al auto, incómodo y adolorido, cansado con el pequeño esfuerzo de caminar un par de pasos… Todo lo que necesito de mi departamento ya está cargado en el vehículo.
Mamá maneja despacio y solo Claudia está en el asiento trasero para ayudarme. Me alejo de la capital… en el maletero está todo lo que necesito, no quiero nada más de este lugar.
El viaje que normalmente toma un poco más de dos horas se vuelve eterno. Me asusta y me incomoda viajar… miro por la ventana y veo el paisaje pasar rápido frente a mi…
Hay algo que me asusta mucho más…
Que imbécil, nunca antes fue así, pero ahora tengo que cerrar los ojos y respirar a conciencia para no ponerme a gritar. Mamá me pregunta cada 10 minutos como me siento y ya me estoy cansando de contestarle… ¡mierda! Mi genio es de los mil demonios… sólo quiero llegar luego y que me dejen tranquilo.
Casi tres horas más tarde entramos al jardín de la casa de mi infancia. Mis hermanas y varias otras personas salen a recibirme. Quiero bajar solo pero obviamente no puedo… me molesta, no me gusta que me ayuden, me pone furioso no poder hacer sólo las cosas tan básicas como bajarme de un vehículo. Mamá pide espacio y tranquilidad. Ella y Clau me ayudan. Paso directo a mi antiguo dormitorio. Me dejan sobre la cama y ahí me quedo sin siquiera dar las gracias. Le pido a mi mamá que no entre nadie a la habitación… me contesta que ella va a entrar cuando necesite darme los remedios… no me deja tomarlos sólo, posiblemente tiene razón, creo que los botaría todos y no tomaría ninguna estupidez más. Depresión post traumática le dijo el doctor a mi mamá… Me duele el brazo… la cabeza… tengo frío a pesar de que mi dormitorio esta temperado… desde hace una semana que tengo frío todo el maldito día…. algo me molesta en el pantalón… lo saco con mi mano derecha… es mi teléfono, hace más de diez días que ni siquiera lo cargo… ha estado apagado y no tengo ninguna intención de prenderlo… por unos segundos juego con la idea de tirarlo fuerte contra la pared sólo para verlo desaparecer en miles de pedacitos… cortar mi relación con todo el mundo… borrar para siempre todos los contactos que alguna vez fueron mis amigos… me parece tan lejana esa vida que tuve hasta hace pocas semanas atrás… he perdido la confianza en mi mismo, las ganas de vivir… mi autoestima ya no existe… solo me queda la rabia, el miedo y este maldito orgullo… Pero me detengo y dejo el teléfono sobre la mesa al lado de la cama… con cuidado, e intentando evitar el dolor, me giro en la cama y cierro los ojos… sé que no voy a dormir… últimamente me es casi imposible dormir a menos que tome algún tipo de medicamento para ello, pero al menos puedo estar solo y tranquilo… los minutos pasan lentos… no tengo apuro, no tengo nada que hacer… todo lo que me queda por hacer ahora es esperar a que los huesos vuelvan a unirse en mi pierna y la piel vuelve a crecer en mi brazo… pero eso es lento… no importa, quiero moverme y vivir al ritmo que crecen esos huesos y esa piel… tan lento y tortuoso que más parece vegetar que vivir.
Llevo ya un par de días en este estado de semi-conciencia… no me alcanzan las fuerza ni las ganas para pensar ni mucho menos para hacer algún esfuerzo… como moverme, usar las neuronas o comer… he perdido varios kilos de peso… eso, junto a las cicatrices y a los hermosos colores azulados y violetas en mi cara me hacen parecer un monstruo… mi pelo está comenzando a crecer… quizás ya tenga medio centímetro… no queda nada de quien fui… las lágrimas brotan sin esfuerzo… es lo único que hago bien y sin esforzarme últimamente… derramar más y más lágrimas.
Mi mamá y Clau entran a cada rato a verme… inventan excusas, en el caso de mi mamá… Claudia no inventa nada, simplemente entra, me mira de cerca, me acaricia o me besa y se va… no me dice nada… veo lástima en sus ojos… odio ser objeto de lástima… pero imagino que esta patética figura despierta lástima… me la tengo merecida.
Los días pasan lentos en esta casa. Las únicas interrupciones a mi completa apatía y soledad son los momentos en que viene la kinesióloga a obligarme a hacer ejercicios bajo la mirada estricta de mi madre y los dolorosos momentos en que una enfermera, amiga de mi mamá, tiene que revisar mi brazo… cambiar la venda o aplicar algún remedio. No quiero mirar mi brazo… Sé que esta horrible. Es una costra gigante… dolorosa. ¡Dios! hasta cuando… quiero que me dejen en paz… por favor… solo déjenme tranquilo. Todo lo que hago es quedarme tirado en mi habitación… rumiando rabia, enojo, penas, lágrimas y… no, no voy a volver a pensar más en ti… cada vez que viene a mi mente desecho los pensamientos lo más rápido que puedo… no quiero pensarte… tu indecisión, tu miedo… no te alcanzó el amor… pedí todo o nada y obtuve mi respuesta… y eso duele más aún que cualquiera de estos dolores físicos.