Daniel
Había visto a Miguel varias veces antes en el gimnasio y siempre me había llamado la atención. No es muy alto, es delgado, tiene los ojos grandes, oscuros y expresivos en un rostro precioso con una piel tan delicada y perfecta que debe ser la envidia de muchas mujeres, es lo primero que llama la atención sobre él, la perfección de su rostro. Creo que Miguel tiene un carisma natural que ni él mismo reconoce pero que sumado a su actitud huraña y distante, llaman la atención de todo el mundo aunque él quiera pasar desapercibido. Nunca habla con nadie, sólo con el profesor. No participa de las bromas ni se ríe de los chistes que a veces hacemos dentro de la clase.
Siempre trabaja solo y a fondo, concentrado. A veces me quedo mirándolo de reojo… la forma en que se mueve, como su cuerpo sigue la rutina de ejercicios… cuando estira y tensiona todo sus cuerpo… los brazos y cada uno de los músculos desde sus hombros hasta las manos están en tensión…sus dedos se curvan… es bonito verlo moverse así. Me gustó trabajar con él hoy día. Me gusto verlo reírse… es un chico extraño, parece hosco pero más bien creo que es un solitario. No sé que fue lo que me impulsó a tocarlo hoy día… no pude detenerme… pero la sensación de sentir su piel bajo la yema de mis dedos fue como una descarga eléctrica. Nunca había tocado así a otro hombre… pero he visto a mi hermano hacerlo incontables veces.
Nuestra casa es inmensa; mis hermanos mayores tienen cada uno su propio departamento dentro de ella. Así y todo, el dormitorio de Gonzalo esta al lado del mío. El closet de mi dormitorio cubre toda la pared que separa nuestros cuartos. Hace muchos años descubrí que en la parte alta de mi closet hay una pequeña grieta que me permite observar todo lo que sucede en su cuarto. Odio a Gonzalo. Creo que es un enfermo. He visto con horror y fascinación como mi hermano toca a otros hombres, chicos y adultos, se besan y realizan el acto sexual mientras yo observo queriendo gritar de asco y deleite al mismo tiempo… la piel sudorosa y el rostro poseído de ambos… sus bocas abiertas y los sonidos que emiten… gemidos .. jadeos… el ruido que resulta del choque de sus pieles y el placer que parecen sentir el uno del otro. Las imágenes de todo lo que he visto a lo largo de los años en el dormitorio de mi hermano me atormentan día y noche… siempre. Odio que Gonzalo me toque o me acaricie, es mi hermano… pero odio sus besos… no quiero que me toque con las mismas manos con las que acaricia a esos chicos en sus partes intimas… o que me abrace, ni siquiera quiero sentirlo cerca de mí. Tumbado sobre la repisa superior de mi closet he pasado cientos de horas mirándolos, queriendo correr, huir, pero no puedo, algo mas fuerte me hace quedarme ahí mirando esta danza hipnótica que realizan.
Cuando era más chico muchas veces terminaba vomitando en mi baño luego de verlos, no podía dormir en las noches, me aterraba sentir la presencia de alguien más en mi cuarto y ni que hablar de alguien más en mi cama, pero ya desde hace un par de años es diferente… en esa misma repisa del closet han quedado miles de suspiros y roces … la primera vez que eyaculé viendo el espectáculo de Gonzalo me asusté mucho pero eso no evitó que volviera a verlo cada vez que sabía estaba con alguien. Ahora, a mis 16 años, me duermo inquieto en las noches pensando en alguno de mis compañeros de clases… soñando, dormido y despierto, con hacerle a alguno de ellos lo que he visto hacer a mi hermano… pero no me atrevo a acercarme a ellos, tengo miedo de lo que pueda pasar y el sólo hecho de tocar o besar a una chica me parece repugnante. Nadie sabe esta parte de mi vida, no puedo ni quiero contárselo a nadie. Me muero de la vergüenza, es algo que solo mi almohada y yo sabemos. Me atormenta y me complace de la misma manera. A veces siento odio hacia mi mismo por tener estos pensamientos y estos deseos tan fuertes y violentos… Pero quiero lo que tiene Gonzalo. Quiero sentir lo que él siente cuando hace lo que hace con tanto placer. Creo que eso fue lo que me impulsó a tocar la piel de Miguel y ahora no me deja dormir. Quiero volver a tocarlo… de la misma forma en que él toca a sus chicos. Me toco con mis propias manos, me masturbo despacio con la imagen de Miguel en mi cabeza…
El día siguiente es sábado. Me levanto temprano para asistir a mis clases de música. Primero aprendí piano a insistencia de mi mamá pero más tarde me enamoré de la guitarra. No sé si tengo talento para la música pero me gusta escuchar el sonido que mis dedos arrancan de las cuerdas. Soy porfiado cuando quiero aprender algo y no me quedo tranquilo hasta que la música suena exactamente como quiero que suene. Me gusta la música tanto como el karate. Me gustan muchas cosas y quiero aprovechar el tiempo para hacerlas todas. No me gustan mis amigos que pasan horas frente a la pantalla jugando videos o viendo televisión. Me gusta mucho hacer cosas con mis manos. Tengo mi dormitorio lleno de pequeños aviones a escala armados con infinita paciencia. Cuelgan del techo dándole un aspecto especial. Al terminar mi clase de guitarra me voy al Mall, nos hemos puesto de acuerdo con mis amigos para almorzar juntos e irnos al cine luego. En general soy amistoso y me llevo bien con casi todo el mundo pero amigos cercanos tengo pocos. Mi papá nos ha enseñado a mantenernos distantes de la gente. Hoy tuve que convencerlos para asistir a la primera función del cine. No quiero faltar al gimnasio hoy día y tengo muy claro el por qué. La posibilidad de ver de nuevo a Miguel.
Entro al gimnasio corriendo y me cambio ropa más rápido aún. La clase ya debe haber empezado. En el salón están los chicos de siempre. Mis ojos recorren las esquinas del salón, los lugares dónde siempre se oculta Miguel. Mi corazón se alegra de verlo en un rincón. Hoy no participa de la clase. Me cuesta seguir las indicaciones del profesor hoy. Miguel me mantiene más distraído que nunca. Se ha empeñado en practicar golpes hoy día y sus movimientos son bruscos, rápidos… llenos de energía… al mirarlo siento que parece enojado. No me mira. No mira a nadie, sólo se concentra en golpear una y otra vez hasta quedar sin aliento. Siento pena por él en la misma medida en que me atrae verlo moverse así… tan lleno de energía y concentración. Me gustaría hablarle pero no me atrevo a interrumpirlo. Me limito a mirarlo y a admirarlo. A pesar de la rabia o el dolor que siente, su cuerpo sigue moviéndose de manera precisa y acompasada… el sudor brilla en gotas perladas que caen por su piel… me gusta mucho verlo. Pasado un buen rato en que intento seguir las indicaciones de la clase mi imaginación empieza a volar y traslada esos movimientos a una cama… imagino a Miguel de la manera en que he visto a los chicos de mi hermano. Me tengo que detener cuando noto que mi pene empieza a cobrar vida y la sangre de todo el cuerpo se me calienta más de lo debido. Me voy rápido al baño y me meto en la ducha. Me mojo bien con agua fría. Salgo cubierto con la toalla, aun algo agitado y respiro profundamente tratando de tranquilizarme y alejar a Miguel de mis pensamientos… lo que resulta completamente inútil cuando la puerta del baño se abre de golpe y es el mismo Miguel quien entra secándose el sudor del cuello con una toalla. La excitación y el calor me recorren enteros aun peor que antes. Maldición… no puedo controlarlo. Me mira extrañado, puedo sentir la rabia que tiene de solo mirarlo.
-. Hola – lo saludo.
Miguel me mira y pasa de largo hacia las duchas, sin contestarme. Me quedo inmóvil, ¿qué fue lo que hice yo para que no me conteste? Me voy a vestir desconcertado y algo molesto. Unos segundos después, justo cuando estoy a punto de salir del baño, Miguel se asoma y me mira
– Hola
No sonríe ni nada, pero se queda esperando mi reacción
– ¿Cómo estás?
Me da pena verlo tan triste o enojado o molesto.. no sé qué tiene… sólo me da pena verlo como esta
– Bien – contesta.
Asiento con la cabeza… no es verdad pero… ¿Por qué me habría de contarme lo que le pasa?… ni siquiera soy su amigo.
– ¿Y tú?..¿Cómo estás?
El corazón me late feliz. Miguel, que no habla con nadie jamás, me está hablando.
– Bien también
Miguel camina hacia las duchas. Mis ojos lo siguen, perdidos en su piel.
– ¿Ya terminaste? – le grito
– Si.. ¿y tú? – me grita por sobre el ruido del agua en la ducha
– También
No es verdad pero no me importa. Quiero seguir conversando con él
– ¿Qué vas a hacer ahora?
Los minutos pasan y Miguel no me contesta. No sé si no me ha escuchado por el ruido o si no quiere contestarme. Entonces sale de la ducha… las gotas de agua brillan en su piel, al pasar a mi lado sacude su pelo intencionalmente y me moja
– No sé, no tengo nada que hacer
Sonríe apenas y sigue su camino a vestirse… yo agradezco las gotas de agua que me mojaron sacándome del trance de su piel
– Te invito a comer pizza. ¿Te gusta?
Me aventuro a preguntarle. Miguel termina de vestirse. Se vuelve hacia mí mientras se seca el pelo con la toalla
– ¡Me encantan la pizzas! –
Es sábado y ya son cerca de las ocho. Es la hora sagrada en que mi familia se reúne entera a cenar. Sé que me estoy arriesgando a un castigo pero hoy tendrá que ser sin mi, esta es un oportunidad que no me voy a perder por nada del mundo. Mi teléfono suena. Es de mi casa. Lo apago con un pequeño escalofrío. Ya inventaré algo después. Total, el castigo ya me lo gané de todas maneras.
Salimos juntos del gimnasio y caminamos un par de cuadras hasta la pizzería. Nos sentamos en las mesas de la calle. Esta anocheciendo y sopla una brisa agradable. Miguel esta diferente, parece haber dejado la molestia atrás o al menos lo intenta.
– ¿Qué edad tienes Daniel? –
– 17 – le miento – ¿y tú? –
– 18, ¿Estas en el colegio?
Le cuento de mi vida en el colegio, de las cosas que me gustan y de las tonteras que hacemos con mis compañeros.
– ¿Y tú, que haces?
Miguel me cuenta dónde estudia y lo mucho que le gusta el dibujo. Me sorprendo… no creí que Miguel fuera un estudiante… Me responde con frases cortas y sin detalles. No le gusta hablar de él, me doy cuenta de inmediato así es que le pregunto por otras cosas que no sean tan personales… hablamos de la música, le cuento de mis afición por la guitarra. Me mira asombrado. Dice que no había conocido nunca a alguien que tocara un instrumento de verdad. Me río aun más cuando se asombra por que también se tocar piano. Le digo que fue mi mamá la que me obligo a aprender piano. Le pregunto por su mamá. Su expresión cambia. Se vuelve triste. No le gusta hablar de ella. Ya me di cuenta y vuelvo a preguntar por otra cosa. Le hablo de mis aviones. Me gustaría invitarlo a mi casa y mostrárselos, también tocar la guitarra para él pero no me atrevo a invitarlo.. no aún. Miguel es misterioso. A veces es un niño más chico que yo y otras veces parece un adulto. Terminamos las pizzas. Nos miramos. Creo que ninguno de los dos tiene ganas de irse por separado. Los ojos de Miguel tienen pena… una pena tan grande que de algún modo se me traspasa. Me siento triste yo también.
– Tienes los ojos tristes
No sé porque se lo digo.. tal vez porque su pena me cala muy hondo. Miguel se calla. Mira hacia otro lado.
– Ya me tengo que ir – su voz esta triste también
– ¿Por qué?- pregunto. No quiero que se vaya todavía.
– Porque estoy triste
Miguel se para y empieza a caminar por la calle, lo sigo y camino a su lado
– ¿Te puedo ayudar? – le pregunto tocando su brazo para que se detenga.
Miguel se detiene sin mirarme. Los segundos pasan. Lentamente se gira y veo sus ojos brillantes de lágrimas
– Ya me ayudaste mucho Daniel
Se va caminando de prisa, sin volverse a mirarme.
Me quedo mirándolo mucho rato deseando que cualquiera sea el problema que tiene pueda resolverlo rápido y bien.