Capítulo 11

Capítulo XI

Estúpido Corazón (Ka-Boom)

Amar a alguien solamente porque se tiene una imagen idealizada de esa persona es sin duda un error, aunque uno comprensible. Pero cuando el velo de la idealización cae, cuando la vida obliga a enfrentar la realidad y los defectos son muchos y lastiman. ¿Acaso no debería remitir el amor? ¿No se debería ser capaz de ver más allá y tener la capacidad para arrojarse de cabeza en la trinchera que protege el corazón? ¿No debería el instinto de conservación gritar más fuerte?

No necesariamente, porque sin duda no hay nada más idiotizante, enajenante, enceguecedor e irracional que el amor.

1

Simplemente aquello no podía haber ocurrido en un peor momento. Quedarse embarazada justo cuando había conseguido el trabajo de sus sueños parecía ser una maldita broma del cosmos. No era ninguna niña, el pánico absoluto ya había pasado, sin embargo ahora había una bien acomodada preocupación instalada en su pecho y en sus sienes.

Temía por su trabajo. Ella era bastante consciente del hecho de que, además de por sus muchas capacidades como curadora de arte, parte del atractivo de su currículo había radicado en el hecho de que era soltera y sin hijos, cosa que la convertía en una persona con completa disponibilidad de tiempo. Sabía que podía manejar esa situación, en última instancia podía recurrir al simple hecho de que por ley no podían prescindir de sus servicios estando embarazada, aunque esperaba que eso no hiciera falta. El problema real en aquella nueva variante de la ecuación de su vida era Joaquín. Lo conocía lo suficiente como para saber que en aquel momento, él debía estarse sintiendo como si pendiera peligrosamente cerca del borde del abismo, viendo cómo se tambaleaba su independencia.

A pesar de que le había costado lo suyo, guerrera y madura como era, Irina ya había asimilado la situación. Le había dado todas las vueltas posibles, se había pintado varios escenarios, había pensado en los pros y los contras de todo, hasta que había llegado a la conclusión de que lo que quería era bastante simple: quería el paquete completo.

No quería criar un hijo ella sola. La imagen de madre soltera, abnegada, trabajadora y valiente, no era algo a lo cual viera muchas ventajas. Admiraba a aquellas que enfrentaban la situación de tal manera, pero no estaba particularmente interesada en formar parte de aquel admirable grupo. El aborto estaba fuera de discusión, aunque no podía negar el haberlo contemplado como una solución. Irina quería al bebé, quería a su hombre, quería una familia, con la maldita casa de ensueños y el perro incluidos, y lo iba a conseguir porque… ¡Maldita sea! no eran ningunos adolescentes en pánico. Tenían que poder con aquello.

Había abandonado una vida ya hecha en su país, había viajado medio mundo por aquel hombre, iba a tener a su hijo, era imposible que Joaquín no viera todo eso ahora que estaban en la necesidad de llevar todo un nivel más arriba. No quería ser un ente represor y asfixiante en su vida, pero habían hecho parte de la vida del otro el tiempo suficiente como para asegurar que entre ellos las cosas marchaban y darse la oportunidad de formar un lazo más firme.

Estaba cansada de aquel juego. De fingirse y fingirle que lo que había entre ellos era superficial, de jugar la carta de la mujer desapasionada que no quiere atarse. Quizá fue así un tiempo atrás, mas ya no se sentía de aquella manera. No quería seguir teniendo que recordarle constantemente con estúpidas artimañas que ella estaba presente, que ella estaba ahí con él y para él. No quería seguir jugando al gato y al ratón, estaba cansada de tratar de protegerse de él, cuando esa lucha ya estaba perdida hacía mucho. No quería ver a otras personas y definitivamente quería que él dejara de ver a otras mujeres.

En un principio las cosas entre ellos fueron sin duda sólo un juego, puro entendimiento carnal, mas todo había cambiado en algún punto aunque Joaquín se hubiese negado a verlo. Ahora todo sería diferente, ahora llevaba en su vientre la motivación más grande de todas, la manera de finalmente anclarlo a la realidad y reclamarlo como suyo.

Irina suspiró y se dio vuelta en la cama. La espalda de Joaquín y su melena salvaje la recibieron. Aquel lugar nunca estaba lo suficientemente oscuro y aún en la profundidad de la noche, las luces de la ciudad se instalaban en el estudio a través del ventanal. Tenía una vista de él perfectamente iluminada. Ella habría querido saber quién era la autora de aquellos chupetones sobre la cadera derecha del pintor. Estaba segura de no haber sido ella misma la causante.

«¿Quién es ella, Joaquín?… ¿Es importante? Dites-moi, mon amour, dis-moi » *N.A.: “Dime, amor mío, dime” En francés, en el original* 

Él estaba profundamente dormido, ajeno a todo, pero para ella el sueño había quedado atrás hacía mucho. Se levantó de la cama y se acomodó las braguitas, que habían sido incómodamente atrapadas por su trasero. Miró hacia el fondo del salón y sonrió, había encontrado con qué distraerse. Allí estaba el misterioso cuadro que Joaquín protegía tan celosamente. Miró en dirección a él para asegurarse de que seguía sumido en la fase profunda del sueño; así era y no esperaba que fuese de otro modo cuando él había bebido lo suficiente antes de irse a la cama. Tomó su celular de encima de la única mesa de luz que había y de manera silenciosa, se deslizó hasta el objeto de su curiosidad.

No entendía por qué Joaquín era tan quisquilloso con el proceso de creación de sus cuadros si nadie, en su círculo cercano de personas, entendería o apreciaría aquello más de lo que lo haría ella. Quizá temía las críticas, o quizá sólo le era molesto tener a los demás husmeando mientras pintaba.

Buscó en el teléfono la aplicación de la linterna y, desde la esquina superior derecha, despegó de la pared el marco y el lienzo. Le costó algo de trabajo, aquello no era pesado, pero sí de un tamaño considerable. Sostuvo la esquina del marco con la mano izquierda y el celular con la derecha, lo suficientemente alejado para poder apreciar una mayor extensión y que lo que alumbraba el haz de luz tuviera sentido.

Irina se preguntó dos cosas en medio de su estudio contemplativo de aquella pieza. La primera fue sólo producto de dejarse llevar por la trama de la obra: ¿Qué era lo que había hecho aquel ángel para estarse consumiendo en el infierno? La segunda, ya más consciente del autor de la obra: ¿Había utilizado un modelo?

En medio de un infierno rojo y naranja, abrasado por rabiosas llamas, un cuerpo joven y desnudo se consumía en medio de la apacibilidad más desarmante. Su rostro tranquilo y levemente familiar le devolvía una mirada de… ¿Qué había en sus ojos? ¿Rendición? ¿Devoción? ¿Admiración? Emociones demasiado tangibles para que hubiesen sido producto de la imaginación de Joaquín. Además, él no solía dibujar realismo, ¿por qué molestarse entonces en ser tan descaradamente detallado si no estuviese plasmando algo real?

Ojos grandes y grises, las pestañas imposible y envidiablemente largas, la nariz recta, los labios generosos e intensamente rosas estaban entreabiertos como invitando a un beso. Irina no pudo evitar pensar que había dualidad en aquel ser. Era aparentemente angelical, pero si se le miraba con detenimiento, y se buscaba más allá, bajo aquella piel se escondían miles de cosas… Tentaciones, promesas de gozo, pecaminosa y atrayente juventud… Sexo.

Había demasiado detalle y demasiada pasión en las pinceladas de Joaquín como para pasar aquello por alto. Era una obra preciosa, eso no lo podía negar. Debía sin duda haber estado debidamente motivado para haber tenido la paciencia de plasmar aquello, yendo en contra de lo que solía gustarle pintar.

De manera lenta, Irina devolvió el lienzo a su posición original. Ahora entendía por qué él no quería que ella viera aquella pintura. Era una ventana a su pecado.

Aunque no hacía falta para confirmar sus sospechas, igual revisó los bocetos de Joaquín. Decenas de veces las mismas facciones, una gran cantidad de bosquejos de aquel cuerpo. Quizá así era mejor, era más fácil quitar de su camino a un hombre, alguien a todas luces inadecuado.

De manera repentina Irina recordó de dónde le sonaba aquel rostro. Lo había visto en la internet, cuando investigó acerca de la persona que iba a ayudar a Joaquín a exponer sus obras. Era el hijo de aquella mujer, aquel al cual se había comprometido a darle clases de dibujo.

—¿Te has atrevido a tanto, Joaquín? —le susurró Irina al hombre dormido en la gran cama.

 

2

Sus alumnos estaban exaltados, ya que la hora anterior a su clase habían tenido la visita del representante de una de las más prestigiosas, y absurdamente costosas, universidades de la ciudad. El hombre que los visitó había hecho bien su trabajo y había expuesto hábilmente las múltiples bondades académicas, además de explicado con lujo de detalles por qué la institución universitaria a la cual representaba, era la elección correcta. El mayor atractivo para los alumnos y el gancho de la universidad desde hacía dos años, era el hecho de que el actual alcalde de la ciudad y honorable exalumno de aquel instituto se había licenciado con ellos.

En cada par de manos de los estudiantes de aquel salón de clases  se estudiaba con detalle el folleto elegantemente impreso en policromía y en papel de primera. Era gratificante para Ricardo ver cuán emocionados podían llegar a estar sus alumnos ante la expectativa con sus futuros.

—Oh, oh, ¡miren esto! —uno de los alumnos agitó un brazo en el aire, llamando la atención de sus compañeros más cercanos, pero con la obvia intención de que lo escucharan también todos los demás. Sujetaba el folleto con una mano y mantenía la vista fija en el mismo—. Creo que Martín no podría asistir a esta universidad ni siquiera si consiguiera notas brillantes al final del curso.

De inmediato el nombrado, que estaba acodado en el pupitre y sostenía su cabeza con el brazo flexionado,  apartó la vista del folleto que tenía al frente y la centró en aquel que reclamaba atención. Martín no movió un solo músculo, sólo sus pupilas se movieron… Quieto… enigmático, como un gato que con cautela trata de precisar qué tan tonto es el ratón y si valdría la pena saltarle encima.

—¿Por qué, Isma? —preguntó la chica junto a él, su devota y orgullosa novia. Ella miraba alternativamente al chico a su lado y a Martín, relamiéndose con anticipación ante algo que muy seguramente la haría reír, y no era que hubiera muchas oportunidades para reírse de Martín.

—Aquí dice que los valores morales y las buenas costumbres son esenciales para convertirse en miembro del estudiantado… Entonces, no creo que tengan lugar para maricas. Además —dio vuelta varias veces al folleto, fingiendo estudiarlo en busca de algo específico—, he revisado minuciosamente y no parecen tener cursos de peluquería o de lencería.

Okey, Ricardo comprendió en ese preciso segundo que debió haber detenido aquello oportunamente. Las risas retumbando en todo el salón de clases no eran buena señal. Miró en dirección a Martín sin poder evitar sentir que aquella situación era en parte —gran parte— su culpa. Además, no podía dejar enfadar a alguien que tenía material en su contra… Menos aún durante su clase. Permanecer callado al respecto sin duda haría parecer que él estaba de acuerdo con aquel comentario desacertado. Martín no había hecho ningún tipo de demandas, pero Ricardo creyó que el evitarle aquel mal rato quizá le haría ganar puntos a su favor.

—Suficiente chicos, creo que…

—¿Recuerdas aquel beso que intentaste robarme el año pasado, Ismael? —interrumpió Martín, sin cambiar un ápice su postura—. ¿Crees que este sea un buen momento para que finalmente lo obtengas? Quizá ayude con tus problemas de autoestima y evite que te pongas tan constantemente en ridículo tratando de obtener un poco de atención sobre tus estúpidos huesos.

Aunque habían cambiado su objetivo, las risas en el salón de clases aumentaron de intensidad. Ismael se levantó de su asiento, mirando a Martín, que estaba hasta atrás, con ganas de saltarle encima.

—¡Chicos, basta! ¡Silencio! No quiero este tipo de comportamiento durante mis clases. No lo toleraré —dijo Ricardo, levantando lo suficiente el tono de voz y mostrando un seño profundamente fruncido que nadie había visto hacía semanas. Como con un interruptor, se hizo el silencio, pero Ismael continuó de pie mientras miraba a Martín con resentimiento—. Siéntese, Señor Quiroga, por favor. No quiero volver a repetírselo —Ismael obedeció, aunque lo hizo en cámara lenta, sin quitarle la vista de encima a Martín. En cuanto se sentó por completo, su novia posó una mano en su espalda, consolándolo por el mal rato. Aparentemente, ella sintió la necesidad de defender a su hombre y se dio la vuelta para encarar a Martín.

—Hay que ver las estupideces que dices, Martín, cómo te atreves a insinuar que…—. Martín levantó el dedo índice de una mano, indicándole a la chica que guardara silencio, mientras con la otra descargó la palma de lleno y con fuerza sobre el pupitre cosa que, de hecho, fue lo que logró que ella se callara.

—Sólo ten presente algo Ismael, en caso de besarte con mi absolutamente homosexual boca sería sÓlo cuestión de lástima, porque este marica —Martín se señaló el pecho con ambos pulgares— tiene estándares demasiado altos, estándares a los cuales tú no alcanzarías ni con una garrocha. Quizá solamente estoy de buenas pulgas y quiera ayudarte a salir de ese oscuro closet en el que vives, y liberarte para que puedas darle rienda suelta a tu latente homosexualidad, inhábilmente escondida tras esa actitud de chulo homofóbico. Quizá quiero que te sientas libre de perseguir el arcoíris o el unicornio rosa o lo que más te acomode, y me dejes de una vez en paz, pedazo de reprimido mal cogido —Martín ni siquiera gritó y eso de alguna manera sólo lo hacía verse más amenazador. Quizá era el hecho de que tenía los puños apretados y hablaba entre dientes—. Me gustan los hombres. ¡Supérenlo ya! Manada de hipócritas. ¡Dios! Estoy tan harto de todos ustedes, ¡TAN HARTO! —esta vez sí levantó la voz y se puso de pie, amenazante—. Escúchame, sólo hay una persona, sólo una, autorizada para llamarme marica, y ese soy yo. Supongamos que voy a dejarte pasar la primera… Si eres tan machito como crees, repítemelo UNA VEZ MÁS, pero hazlo justo aquí, en mis narices y atente a las consecuencias de ello.

Ricardo estaba absolutamente sorprendido. Algo parecía desbordado en Martín; confiaba en que el otro chico no fuese a cometer la imprudencia de seguirle el juego y… No, estaba equivocado, Ismael se dirigió a grandes zancadas hasta Martín con los puños apretados a ambos costados, ya predispuesto para un enfrentamiento físico. Ricardo apenas tuvo tiempo de correr hasta el fondo del salón, esquivando a los demás alumnos que comenzaban a ponerse de pie.

—¡MA-RI…!

—¡Basta ya! —Ricardo se interpuso entre ambos contendientes, dejando a Martín a sus espaldas y habría jurado por Dios que había escuchado claramente el suspiro de decepción que los demás alumnos dejaron escapar ante el hecho de que no iban a tener un espectáculo violento que comentar en los pasillos—. Ámbrizh, por favor, usted espéreme fuera del salón. Usted, vuelva a su asiento. Ahora —Ismael iba a reprocharle, pero Ricardo no lo permitió—. ¡Ahora si no quiere que esto tenga repercusiones en su expediente!

—¿En el mío? ¿Y qué hay con él?

—¡En el de ambos! Dejemos esto hasta aquí. Ahora, a menos que crea conveniente que sus padres y los de él deban venir a hacernos una incómoda visita, siéntese señor Quiroga.

A regañadientes, su alumno obedeció. Sintió a Martín abandonar su posición a sus espaldas y luego lo vio encaminarse a grandes zancadas fuera del salón de clases.

Ricardo caminó de vuelta al frente de la pizarra y, quitándose los anteojos, apretó el puente de su nariz para luego regalarle a sus alumnos una mirada cargada de algo bastante parecido a la decepción.

—Creo que ustedes y yo necesitaremos tener pronto una charla acerca de la aceptación, de la tolerancia y lastimosamente, también acerca del matoneo. De momento no voy a reportar esto en la dirección, porque considero que habiendo sido en mi clase debo ser yo y nadie más quien lo solucione y no quiero meterlos en problemas. Quiero pensar que van a tener la madurez suficiente para que algo parecido no se repita y para que esto se quede justo hasta aquí. No quiero escuchar un solo rumor en los pasillos. Espero haber sido lo suficientemente claro.

Ricardo abandonó el salón en busca de Martín.

 

***

Martín sentía que le hervía la sangre. Podía sentirla, cual lava, recorrer espesa y caliente a través de sus venas. Había perdido el control y odiaba esa sensación con todas las ganas. ¡Dios! Había estado a punto de liarse a golpes con un cavernícola con problemas para aceptar su sexualidad. Martín sentía la imperiosa necesidad de estampar su puño contra algo, ya que de no hacerlo, no lograría calmarse.

Respiraba como un toro embravecido sin poder controlarse y ya fuese por esto, por el disgusto, o por el hambre que tan rabiosa y repentinamente lo había atacado, estaba comenzando a marearse en serio. Un momento de verdad inconveniente para que toda la estupidez de los niveles de azúcar comenzara a hincharle las pelotas. Por supuesto que había notado que últimamente le pasaba aquello muy seguido, pero sabía a qué se debía y no le vio el caso a quejarse, sólo que esta vez todo estaba yendo un poco más allá y sintió un leve y molesto hormigueo en los brazos.

Se sostuvo de la pared a su derecha y se concentró en respirar profundo para acompasar su ritmo cardiaco y respiración. Y mientras lo hacía, mientras los latidos de su corazón se calmaban y el mareo remitía lo suficiente como para impedirle hacer el ridículo en medio del pasillo, un dolor sordo e incómodo hasta hacía algún tiempo desconocido, ubicado en un lugar indeterminado de su ser, mucho más molesto y más difícil de calmar que cualquier otro, reclamaba su lugar, instalándose en él.

No había caso en intentar negárselo a sí mismo, sabía perfectamente por qué estaba tan susceptible y de tan mal humor. Él… últimamente el motivo de cada cosa en sus días era él.

—¡Ámbrizh! ¡Por Dios! ¿Está bien?

Ricardo lo sacujdió por el hombro. Martín abrió los ojos. Ni siquiera era consciente de haberlos cerrado… ¿En qué momento se había sentado en el suelo contra la pared? Había un rostro demasiado cercano al suyo. Ricardo estaba a su lado, acuclillado para estar a su altura, una mano posada en su hombro y machacándolo con unos ojos inmensos, preocupados y cafés que no estaban cubiertos por los acostumbrados anteojos. Sólo le faltaba empezar a menear el rabo para completar la apariencia de un cachorro. Sus ojos le recordaron a Martín a los de Julius Jones.

—Usted… Está demasiado cerca.

—¿Qué? —Ricardo se escuchó de veras perplejo—. ¿Se encuentra bien? ¿Necesita que lo lleve a la enfermería?

—¿Por qué? Sólo estoy sentado aquí, pensando, ¿No se puede? Aunque teniendo en cuenta la cantidad de retrasados mentales por metro cuadrado que hay en este lugar, no me sorprendería que una práctica tan trivial como poner las neuronas en movimiento sea considerado como una enfermedad —Ricardo respiró profundo y puso los ojos en blanco, mientras Martín se ponía de pie con dificultad. Rechazó la ayuda del docente y consiguió erguirse arrastrando la espalda hacia arriba, pegado a la pared—. ¿Va a reprenderme por lo que pasó hace un rato? Sinceramente no creo que deba, profesor.

Ricardo únicamente apretó los labios y asintió, al reconocer la amenaza implícita en sus palabras.

—Dios… Usted es increíble.

—Lo sé.

—No lo estoy diciendo como un cumplido, yo… Olvídelo. Si se siente mal sólo tiene que decirlo, no todo es un tirar y aflojar por tener la razón ¿sabe? Usted no se ve bien. Déjeme llevarlo a la enfermería —Martín negó con la cabeza y Ricardo dejó escapar un suspiro de cansancio, mientras apoyaba ambas manos en la cintura con frustración. Luego miró hacia el reloj en medio del pasillo—. Ya está encima la hora del almuerzo, la clase está a punto de terminar, vuelva al salón por sus útiles… Sin confrontar al señor Quiroga, por favor —Ricardo bajó la mirada y luego volvió a fijarla en él—. Cuando usted tenga tiempo y esté dispuesto, espero que hable conmigo y me diga cuáles son sus términos. Quiero recuperar… eso.

Martín cruzó los brazos sobre el pecho y sonrió con suficiencia sólo para molestarlo, porque realmente no tenía muchas ganas de sonreír. Pero que tuviera el corazón vergonzosamente medio roto y estuviera teniendo un día no muy bueno no tenía por qué impedirle disfrutar de aquello.

—¿Eso? ¿Qué es eso? Y más importante aún ¿en qué términos podría yo apoyarme, y para qué? —Martín fingió meditar—. ¿Eso… Eso…? Oh, habla acaso de aquella fotografía con contenido cuasi erótico que le…

—Shhhh. No hay necesidad de hablar tan fuerte, Ámbrizh. —Eticoncito pareció a punto de sufrir un ataque, abrió inmensamente los ojos mientras miraba alrededor para asegurarse de que nadie los había escuchado o los espiaba. Aquello era por completo divertido e hizo a Martín sonreír, esta vez en serio.

—Patético.

Cuando ambos regresaron al salón de clases y Martín se dirigió hasta su lugar sin mirar absolutamente a nadie, no se sorprendió, ni siquiera un poco, cuando encontró asomando de su carpeta una blanca y plateada tarjeta de invitación con su nombre impreso en el dorso, a lo que muchos llamaban «La fiesta del año». El cumpleaños de una de las princesas del instituto, una de las más populares y parranderas.

Masquerade in White rezaba en elegantes letras Plateadas. 

Esa simple pieza de papel dictaba en gran medida si se era alguien socialmente relevante o no en medio de aquel submundo en el que se desarrollaban. Esta vez el alboroto era aún peor, ya que era el cumpleaños número 18 de la pequeña heredera al trono de las empresas de su padre. Todos hablaban de esta fiesta en particular como algo épico.

Todos querían ser invitados.

Muchos no lo conseguían.

Martín siempre estaba en la lista.

¿No se suponía que lo odiaban?

«Pendejos».

3

Contra la pared. Así lo tenía Joaquín, literal y metafóricamente hablando. Impedido para ejercer su libertad de movimiento. Impedido para expresar libremente lo que tan arraigadamente habitaba en su corazón.

La espalda contra la fría pared de yeso abundantemente salpicada de manchas de pintura, mientras Joaquín, sin pudor y sin ninguna contención, le arrancaba del interior todo suspiro, todo quejido, todo gemido… Y el amor prisionero dentro de su pecho. Ahogándose con el esfuerzo de contenerlo… Contra la pared.

A Martín le hubiese gustado haber tenido el acierto de enamorarse de alguien que lo amara de vuelta, que lo quisiera entero para sí y lo reclamara como propio, alguien que quisiera atesorarlo como algo valioso, alguien con quien los besos no fuesen sólo el preámbulo de una follada. Pero su corazón, al parecer, no era nada inteligente.

Aquello que compartían era tan superficial que le dolía. Quería salir corriendo, pero no podía. Imaginarse lejos, era imaginarse muriendo lentamente… Continuar a su lado, sin la fuerza o la voluntad para alejarse, era cuanto le quedaba.

¡Qué maldito era el amor… Qué maldito!

Por más que quería, no podía dejar de pensar en sus palabras y en su cruenta sinceridad. Lo que más le dolió fue que le dijera que no le interesaba el hecho de compartirlo con otras personas.

¿Por qué Joaquín no fue más firme a la hora de negarle cariño? ¿Por qué tuvo que salirle con aquella estupidez de que quería seguirlo conservando a su lado? Lo pisoteó sólo con la punta del pie, ¿por qué no lo hizo con la planta completa para ayudarle a desencantarse de él?

Su dulce agonía seguía perpetrándose día tras día. Joaquín seguía tocándolo como siempre, con hambre, con pasión, con lujuria. Podía simplemente tratar de engañar a su subconsciente y convencerlo de que aquello era otra cosa diferente a sólo sexo, olvidar sus palabras y simplemente disfrutarlo. Tenía 17 años, por Dios. Sus hormonas deberían haber tenido la capacidad de eclipsar y anular cualquier pensamiento y cualquier sentimiento. Estaba teniendo sexo genial casi a diario, debería sentirse satisfecho con ello… Pero no era así.

Imaginaría que su próstata era su corazón y que Joaquín se esforzaba sobrehumanamente por alcanzarlo y henchirlo hasta hacerlo estallar y ya estaba. Su corazón y su cuerpo en línea directa e intercambiando lugares. Corazón y placer… Placer y corazón. ¿Qué más daba?

¿Por qué no podía sólo conformarse? ¿Por qué?

—Mientras tengamos sexo eres mío, Joaquín. Solamente mío. No te atrevas a pensar en nada, ni en nadie más —rugió contra el cuello que arañaba superficialmente con los dientes. Lo hizo con tal autoridad que Joaquín, llevado como estaba por la promesa de su cuerpo, asintió con la cabeza, quizá tomándose aquello como un simple juego para calentarlo, pero era la necesidad de Martín por sentir que algo de él le pertenecía la que en realidad hablaba.

Cada vez que estaban juntos, Martín se aseguraba de marcarlo, dejando un reguero de chupetones y de arañazos en su piel para que ella, la infame, supiera que Joaquín no era sólo suyo. Que supiera que al menos algo pequeño de su ser, pertenecía a alguien más… A él.

«Te necesito… Te necesito… Te necesito». Aquellas dos palabras eran como veneno, como ácido corroyendo su ego. Aquellas dos infames palabras, tan amablemente obsequiadas por Joaquín cuando Martín torpemente había intentado abordar el tema de sus sentimientos sin realmente llegar a hacerlo, estaban grabadas en su cerebro como un insulto, como un fútil premio de consolación que jamás le sería suficiente. Aquellas dos palabras significaban algo completamente diferente para él.

 «Dime que me odias… Por favor, dime que me odias. Quiero odiarte, tengo derecho a odiarte. Déjame hacerlo… Ámame o bótame, pero no me dejes en medio».

Joaquín era buen jugador en aquella partida que representaba la relación que los unía. No lo apartaba ni lo rechazaba para asegurarse sus besos y su devoción, pero tampoco le daba más y aunque no quisiera reconocerlo, eso era ser usado. Había algo en su interior que se revelaba contra el hecho de sólo llegar, ser follado y hasta luego. Sobre todo teniendo en cuenta que cuando él ponía sus manos, sus labios y sus ganas encima de Joaquín, lo hacía con todo el corazón. Porque todos aprecian una buena película porno, pero hasta el más calenturiento e insensible sería capaz de reconocer que con una historia de fondo y un poco de corazón, la cosa sería mucho mejor.

Sufrir en silencio…

Amar en silencio…

Amar solo.

Martín se empujó con el pie para despegarse de la pared contra la cual estaba siendo tan placenteramente torturado y empujó a Joaquín con brusquedad, haciéndolo retroceder hasta que su cuerpo rebotó sobre el colchón. Aun completamente vestido se colocó a horcajadas sobre sus caderas y comenzó a moverse en lentos y cadenciosos círculos. Reclamaría su orgasmo. Eso era, después de todo, lo más que lograría conseguir de él.

 

***

Eran las 6:17 de la tarde. Su madre era una mujer bastante liberal y permisiva, pero había cosas que ella exigía de manera inquebrantable. El que cenaran juntos todos los días, sin excepciones y sin retrasos era una de ellas, con más razón si su abuela estaría presente. Martín tenía menos de media hora para llegar a tiempo. Al menos se había duchado en el estudio de Joaquín, puesto que no era muy educado sentarse a cenar apestando a sexo.

Salió casi corriendo del ascensor, ese aparato arcaico con puertas dobles que algún día terminarían por pillarle los dedos. Cuando alcanzó la salida, el viento frío le dio de lleno en la cara y removió su cabello húmedo, produciéndole un violento escalofrío. Se subió a tope el cierre de la chaqueta y corrió hasta su auto. Se frenó en seco cuando vio a una mujer delgada, alta, negra y lo suficientemente llamativa como para poder ser llamada guapa, recostada en la puerta del lado del conductor.

—Disculpe, ese es mi auto. ¿Puedo ayudarla en algo? —preguntó, aunque realmente no esperaba una respuesta. Fue simplemente una manera educada para insinuarle que se quitara de en medio.

—¿Ayudarme? Claro que puedes. Tú y yo tenemos una conversación pendiente

Lo primero que le llamó la atención a Martín fue su acento, aquel que la obligaba a cambiar las “R´s” por “G´s”. Lo segundo, la familiaridad con la que le hablaba.

—¿Nos conocemos? —preguntó, con la sospecha comenzando a arañarle el estómago.

—No. Pero tú y yo tenemos a alguien en común.

Ella apuntó con su índice hacia arriba, hacia la ventana de Joaquín.

 

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