Capítulo 9

Capítulo IX

Sólo Uno (The guy with one ball)

Entrada No. 6 – Diario de Martín.

Tú, quienquiera que seas:

El último par de días no han sido días buenos para mí, en lo absoluto. He estado rebanándome los sesos, atascado en una misma, repetitiva, preocupante y desgastante idea. Él tiene a otra persona…  Alguien que seguramente es más de su estilo y gusto. Alguien con vagina, ovarios y un par de tetas; algo contra lo que yo nunca podré competir.

Vale, yo sabía que esto podía pasar. Viendo cómo entre nosotros no pasó nada hasta que yo  me le lancé encima,  sabía que muy posiblemente él no me vería con los mismos ojos con los que lo veo yo.

Normalmente algo como esto no debería haberme afectado tanto. Quisiera que esta situación sólo me hubiera hecho hervir la sangre a causa de la rabia y haberme hecho mandarlo a la mierda. Sí, quisiera haber tenido esa reacción, cualquier cosa habría preferido, menos esta opresión en el pecho y esta inquietud con las que apenas puedo.

¿Dónde está mi capacidad para herir? ¿Y mi capacidad para deshacerme en el acto de lo que no me gusta? Con cualquier otro posiblemente habría convertido la situación en un chiste, e incluso sólo para sacarme la espina, quizá le habría dicho que la invitara y que nos divirtiéramos los tres, antes de mandarlo a volar… Pero esta vez, todo es diferente… Esta vez me duele.

No le dije nada, no le pregunté nada. No lo hice porque no quiero escuchar su respuesta, prefiero seguir protegido por mi ignorancia. No quiero saber. No quiero escucharlo decirme que no me quiere… No sabría cómo encajar algo que nunca me ha dicho nadie más. Querer, amar… Estúpidas palabras. Palabras que han empezado a importarme demasiado, a importunarme, a amargarme, a herirme.

¡Maldita sea! No quiero ser esta persona cursi y necesitada. No soy yo… Yo no soy así.

No pude escuchar a mi orgullo, aunque éste le gritó a mi subconsciente con todas sus fuerzas que me alejará de su lado, que lo pateará lejos de mí; y juro por Dios que lo intenté, con todas mis fuerzas, lo intenté, pero simplemente no pude hacerlo.

No voy a cedérselo a nadie, así de simple. No quiero compartirlo con nadie. Nunca establecimos términos para la relación que nos une, nunca dijimos que seríamos exclusivos, quizá simplemente deba aceptar el hecho de que no soy el único… Pero no quiero ¡Maldita sea, no quiero!

Quien quiera que sea ella, más le vale dar un paso atrás, por su bien, será mejor que lo haga. Ni aunque quisiera podría dejarlo ir, porque en mí él se ha empeñado más en crear fuego que en apagar la sed. No puedo sacarlo de mi sistema, no quiero.

Yo no sirvo para mártir, ni para sufrir abnegadamente en silencio, así que voy a enfrentarlo; no tengo otra opción. De lo contrario simplemente creo que voy a enloquecer. O quizá me convenga más hacerme el de la vista gorda, no lo sé…

 No me interesa la etiqueta que ostentemos, es más, creo que ni siquiera sé qué etiqueta tenemos… O sí, sí lo sé: Somos amantes, eso somos. Nos revolcamos como si el mundo fuera a acabarse, eso es lo que hacemos, es lo que somos, así nos entendemos… Y me gusta. ¿Por qué echarlo a perder entonces? ¿Por qué incluir a los celos y a los estúpidos sentimientos? Mezclar mis sentimientos en algo que funciona bien tal como está, es mi error, yo soy el equivocado. Soy yo el estúpido que se ha enamorado. Debería simplemente conformarme con lo que he conseguido de él.

Quizá sólo necesito saber dónde estoy parado. Necesito tener las cosas claras.

 Amantes… Él ama mi cuerpo, ama el sexo conmigo  y yo… Yo simplemente lo amo, amo todo de él. Amo que me pinte, amo que me mire, que me hable, que no me hable y sólo me mire, amo y odio la manera en la que se ha apoderado de mí, amo sus manos en mi cuerpo, Dios… Amo la posesión con la que me abraza, y la fuerza con la que me hace…

1

Martín no supo cuánto tiempo estuvo mirando el techo de su habitación, ni si había dejado de escribir de manera consciente. ¿Se había quedado dormido o sólo se había desconectado? ¿Tan grande era la apatía que sentía, que lo había hecho evadirse momentáneamente de la realidad? No lo sabía, pero el aviso de la aplicación para chatear de su celular lo había traído de vuelta.

Julius Jones III le ladró al aparato y Martín le lanzó un cojín al perro para que se callara. Estiró el brazo buscando a tientas sobre la cama hasta que dio con el teléfono. Era un mensaje de Carolina.

Caro: ¡¡Holaaaaa!! Estoy sin saldo, pero tengo activo el plan de datos, por eso me comunico por aquí. ¿Estás listo? Voy en camino para recogerte.

Martín: ¿Listo para qué?

Caro: Por Dios, no me digas que te olvidaste del cumpleaños de Gonzalo. Te avisé con tiempo.

Martín: ¿Hoy? ¿En serio? Lo siento, lo olvidé. ¿Qué pasa si no voy?

Caro: Ni siquiera sueñes con eso… No vas a hacerle semejante desplante. Bien sabes que él escogió el antro de siempre únicamente porque es al único en el que te puedes colar sin tantos problemas. Te robó un beso. ¿Y qué? Ya supéralo.

 Martín: No digas estupideces, ¿Quién piensa en eso? ¿En cuánto tiempo llegas? Voy a ir, por supuesto, no vaya a ser que Gonzalo se lance de un décimo piso si no me ve allí esta noche.

Caro: JAJAJA. Qué gracioso… Estaré allí en unos veinte minutos. Ponte muy guapo para que Gonzalo se recree la vista, es su cumpleaños. No voy a preguntar qué le compraste de regalo, ya que tú ni siquiera lo recordabas. Agregaré tu nombre en la tarjeta del mío. Besitos.

Martín: Nos vemos.

Arrojó el celular sobre la cama de nuevo, lejos de él. Podía ver las ventajas de aquel aparato, claro que sí, pero definitivamente lo odiaba un poco por hacer de él alguien completamente asequible las 24 horas del día. Podía apagarlo, pero por supuesto no iba a hacerlo.

Abandonó la cama y se dirigió hacia el armario, dispuesto a vestirse lo mejor que pudiera para enfrentar la noche. Quizá eso era lo que necesitaba: mundana e intoxicante diversión y salir a comerse el mundo en compañía de sus amigos. A lo mejor, si las cosas estaban de su lado y tenía la oportunidad, emparejaría la situación con Joaquín para lograr estar a mano con él. Este último pensamiento lo hizo sonreír, con algo de amargura.

—¡Deja en paz ese zapato, Julius!

***

Por supuesto Martín se veía espectacular. Se veía como una invitación a hacer algo malo y pervertido con el primo con cara de ángel del que todas las tías están orgullosas. Lo hizo a propósito.

Sus ojos delineados en negro fueron obra de Carolina, y aunque él se había negado, ella no se resistió cuando lo encontró enfundado en aquellos pantalones negros desgastados, adornados con una correa de taches plateados y el sweater y los borcegos de color rojo tinto.

—¿A qué se debe el culi-vestido que tienes puesto, Carolina? No le dejas nada a la imaginación… Se te ve todo el chip —dijo Martín desde el asiento trasero del taxi en el que se dirigían a la discoteca donde el grupo de amigos tenía reservada una pequeña zona V.I.P.

Carolina se miró las piernas, tardíamente preocupada.

—¿En serio crees que está demasiado corto? ¿Me veo mal?

—Te ves genial, sabes que eres preciosa y el vestido no está mal per se, pero… sí está demasiado corto y el escote… ugh. Dejaste completamente de lado el concepto de sutileza.

Ella meditó sus palabras por algunos segundos.

—¡Entonces está perfecto! Esto —Carolina se señaló las piernas y el pecho—, es una medida desesperada… Prácticamente una llamada de auxilio.

Martín rio a carcajadas mientras se dejaba caer con fuerza en el asiento.

—¿Por qué? ¿Acaso Mauro te salió disfuncional? ¿La varita no resultó mágica?

—No, Martín, no es eso. Mauro es… Dios, esto es casi trágico de contar, es casi tan malo como si no le funcionara el pilín, él es… todo un caballero. Aún no me ha puesto un dedo encima. ¿Puedes creerlo? He mandado señales como un maldito faro. Si no reacciona con este vestido, me daré por vencida… O dejaré de insinuarme y le diré de frente lo que quiero. Lo peor que podría pasar es que me diga que no, ¿cierto? Voy a morirme de la vergüenza si eso pasa, pero al menos voy a saber dónde estoy parada con él. 

—O también puedes, no sé… ¿casarte con él? Seguro que ahí si deja que lo desvirgues      —Martín continuó riendo con verdaderas ganas. En su fuero interno lo único que pensaba al respecto, era que aquello no era más que justicia divina. Ella lo había aventado con Gonzalo sólo por conseguir que le echaran la mano con aquel chico… Pues ahí tenía. Karma.

—¡Ay Dios! ¿En serio crees que sea virgen? Yo ya lo había pensado… Pero ¿quién es virgen a los 22 hoy en día? Y especialmente él que es… gigante y tiene ese cuerpazo… Imposible que antes nadie más se le haya lanzado encima. Yo nunca he desvirgado a nadie…   —dijo, pensativa—. ¡Deja de reírte Martín, esto es serio! Además se te va a correr el delineador de ojos y vas a parecer un mapache. Ojalá haya otra explicación.

Martín se reincorporó y, mirándola a los ojos, dejó de reírse con un evidente esfuerzo.

—Yo de ti, imploraría a los cielos porque esa fuese la explicación. Eso, o que es malditamente chapado a la antigua; de lo contrario… La otra posible explicación te va a gustar aún menos, y va a ser un tanto más problemática… para ti, porque yo sólo lo encontraría divertido.

—¿Qué me estás queriendo decir?

—Vamos, Carolina, piénsalo bien. A Mauro nos lo presentó Gonzalo. ¡Gonzalo, ni más ni menos! Quizá sus afinidades vayan más allá de compartir carrera, ¿no?

Ella pareció meditabunda unos cuantos segundos, hasta que el entendimiento llegó y abrió ampliamente los ojos y la boca.

—O sea, que tú crees que Mauro, mi Mauro, el de los impresionantes pectorales y el sixpack puede ser… Crees que le gusten los…—Carolina se cubrió la boca, por completo estupefacta.

— Ding ding ding… ¡Bingo!

—No puede ser. Yo me habría dado cuenta… Creo. Él es tan especial, tan atento y dulce, siempre me escucha, es absolutamente devoto conmigo, definitivamente es el mejor novio que he tenido.

Martín elevó las cejas y la miró con la ternura con la que se mira a un niño cuando descubre que Santa Claus no es real y tuvo las pruebas justo al frente todo el tiempo.

— ¿Toda su actitud no te suena acaso como… No sé, ¿el típico amigo gay?

 —No, esto no puede estar pasándome. ¿Qué hago? —lloriqueó ella.

El taxi llegó a su destino y ellos se apearon ante la mirada curiosa del conductor y después de que Martín pagara el monto de la carrera. Una vez que se dirigieron hacia la entrada del local, reanudaron la conversación.

—Mi consejo: Primero, si no quieres ir directo con Mauro y soltarle la pregunta en la cara en cuanto lo veas,  acorrala a Gonzalo y sácale la verdad, aunque debas hacerlo a golpes. No puedo decirte que confíes en mi gay-radar porque el mío está atrofiado, nunca lo he necesitado. —Carolina blanqueó los ojos, Martín sonrió divertido—. Si Gonzalo llegara a asegurarte  que Mauro es hetero, entonces pruébalo con ese vestido. Si eso no funciona a lo mejor es que tiene vocación para cura… O es la prueba viviente de que la mítica criatura llamada caballero existe realmente y de ser así… No sé si eso te convierte en una chica afortunada. Yo más bien diría frustrada. O quizá simplemente sí sea virgen y ya —Martín agregó esto último cuando vio la cara de asesina en serie con la que lo miraba su amiga.

2

Irina no lo miraba. Estaba parada frente al ventanal, mirando a la calle de manera ausente, con los brazos fuertemente cruzados sobre el pecho. Se veía meditabunda, seria, apagada; todo lo contrario a lo que solía ser normalmente.  Joaquín pensó que quizá ella aún estaba enfadada porque él fue demasiado brusco cuando la descubrió tratando de espiar detrás de la pared contra la que protegía el lienzo en el que estaba trabajando y le dijo que bajo ninguna circunstancia quería que ella viera lo viera. Ella lo había hecho aun cuando él expresamente, y de la forma más calmada que pudo, le había sugerido con anterioridad que se mantuviera alejada de aquella tela. Odiaba que vieran sus obras sin terminar. De hecho odiaba tener a la gente espiando y pululando a su alrededor mientras él aún estaba en el proceso, otra de las razones por las que no le gustaban los retratos pero con Martín, por supuesto, era todo diferente.

No quería compartir aquel lienzo con nadie. No aún por lo menos. Con respecto a aquel retrato sólo contemplaba dos posibles opciones, y una era el extremo opuesto de la otra. O lo exponía ante el mundo entero para que hasta el último par de ojos que quisiera lo viera, para que todos se maravillaran, como él, ante la desnudez y la férrea suavidad de Martín, o lo guardaba y lo atesoraba solamente para sí mismo, sin que nadie más osara perderse en sus profundidades. Lo conservaría para observarlo para siempre, para soñarlo, para perderse en las cavilaciones calenturientas y apasionadas que hacía nacer en su cabeza; para saborear el erotismo que desprendía; un erotismo que se paseaba delante de sus ojos tomado de la mano de una suavidad atada a lo que quedaba de los últimos rastros de su suave adolescencia. Un Martín congelado en el tiempo antes de que sus rasgos quizá se endurecieran y se volvieran más cuadrados y adultos.

Aquel retrato era Martín en el momento perfecto de su vida, inmortalizado en aquellos trazos tal como él lo conoció, sin cambiar jamás y sin las esclavizantes ataduras de la ropa.

Sumiso.

Expuesto.

Entregado.

Precioso.

Con sus cabellos negros y su piel blanca, con sus labios rojos y su actitud osada. Con su risa suave y esos ojos en blanco y negro que lo miraban con devoción.

Martín era algo fresco y diferente en su vida. Sin una pizca del drama que solía haber la mayoría de las veces con aquellas con las que jamás parecía ser suficiente advertirles desde el principio que únicamente los uniría el sexo. Con él se sentía sin ataduras, sin reclamos, sin el lazo emocional que tarde o temprano las mujeres reclamaban de él… Y aun así era tan entregado que lograba conmoverlo. ¿Sería él así con cada amante? ¿A cada uno lo haría sentir en las nubes?

Con él todo era claro, porque por supuesto era demasiado obvio que las cosas entre ellos no irían más allá de lo que hasta el momento compartían: una relación clandestina basada en un sexo delicioso y novedoso.

No tenía que renunciar a nada por él, menos a Irina, su mujer esculpida en jaspe negro. Ella era casi igual de perfecta que aquel niño liberal y desinhibido. El sexo con ella era genial, no le exigía mucho, era divertida, era una mujer inteligente y tremendamente hermosa, con sus duras carnes oscuras y sus labios gruesos y generosos.

Desde el sofá, Joaquín la observaba… Ella era imponente, estilizada, alta y negra… Hermosa. En definitiva ella era alguien que fácilmente podía ser catalogada como «una buena opción». Se conocían desde hace suficiente tiempo como para que ella hubiera aprendido a convivir con sus muchos defectos. Ellos se frecuentaban de manera intermitente. Ella sabía huir de él en el momento justo.

Y aun así, aunque ella era una maravilla, a pesar de estar teniendo sexo con ella y de disfrutar de su cuerpo, de su compañía, de su charla y de su tiempo, eran los movimientos, los sonidos, la sexualidad y la estampa de Martín los que tenía grabados en la retina. Pero Irina… ella era una mujer. A pesar de lo que vivía y disfrutaba con Martín, jamás desestimaría o pondría completamente de lado lo que una mujer le hacía sentir… Tal como ya no se sentía completamente capaz de ponerlo de lado a él.

«No puedo culpar de esto más que a mi inmadurez.

¿Cómo me atreví?

Pero él… ¿Cómo habría podido decirle que no? ¿Cómo habría podido resistirme?

 Resistirme habría sido tan difícil como el que un simple mortal pretendiera resistirse a probar la ambrosía.

 Debería alejarlo de mí… Corre Martín, corre antes de que caigas conmigo… De que te arrastre conmigo.

 Pero no quiero. No quiero alejarme. ¿Conservarlo, entonces? Tampoco quiero… Porque no debo.

¿Qué futuro hay en esto?

¿Qué quiero de él, más allá de lo que he obtenido ya?

Me tiene prisionero con su sexo… Me tiene prisionero con su fruto prohibido.

 Lo siento, Micaela. Lo siento».  

¡Mierda!

¿Por qué parar? Ambos estaban disfrutando de aquello. Él estaba desprendiéndose de demasiadas de sus barreras, sólo por él… Sólo por él ¿entonces por qué parar?

Su sentido común le gritaba que se detuviera, que dejara las cosas hasta ahí, pero su lujuria y su egoísmo le decían que disfrutara todo lo que pudiera, mientras tuviera la oportunidad… Hasta que se saciara; y estos dos gritaban más fuerte que ninguna otra voz en su cabeza.

—Joaquín…—la voz de Irina lo sacó de sus cavilaciones. Miró en su dirección, ella le devolvió una mirada brillante y cargada de algún tipo de emoción intensa que él no fue capaz de ubicar de inmediato.

—¿Si?

—Yo… Estoy embarazada.

3

¿Cuán inmaduro se debe ser para hacer lo que estaba haciendo Gonzalo en aquellos momentos? Mucho, sin duda.

—¿De dónde habrá sacado a ese tipo? —se preguntó Martín a sí mismo en voz alta, mientras observaba cómo Gonzalo se estaba comiendo la boca con un mastodonte musculoso de dos metros de altura, justo frente a él. Era casi hipnotizante la manera en la que se querían tragar la cara uno al otro—. Este sitio ni siquiera es de ambiente, deberían cortarse un poco… Vayan a un cubículo del baño.

Era obvio para Martín que la intención de Gonzalo al armar semejante espectáculo era restregárselo a él en la cara, dada la manera escandalosamente intencionada con la que había pretendido estarlo ignorando. Así que, ¿a aquello se debía su insistencia en que asistiera sí o sí aquella noche? ¿Para darle algún tipo de lección? ¿Había estado de acuerdo con aquello Carolina? Si así era, entonces Martín deseaba con todas sus fuerzas que Mauro resultara ser aún más marica que Gonzalo —si es que tal cosa era humanamente posible—. Y aunque aquella actitud realmente no le importaba o le afectaba, lo malo era que Martín estaba tan aburrido en aquella celebración que, a falta de algo mejor que hacer, realmente estaba poniéndole atención a Gonzalo y a su mastodonte de revista de fisicoculturismo.

.

Carolina había desaparecido con Mauro hace casi media hora. Martín miró la hora en su celular. Media hora era tiempo suficiente para un polvo o para una confesión de homosexualidad con llanto de por medio. Ella no le había dicho nada después de que acorraló a Gonzalo, y por supuesto Martín no iba a preguntárselo a él.

Ella regresaba del baño, meditabunda. Estaba subiendo las escaleras hasta la zona V.I.P. en cámara lenta y con los brazos cruzados sobre el pecho. Martín la vio pasar de largo el rincón del sofá que había ocupado con Mauro y seguir caminando en su dirección. Por lo menos no veía lágrimas, eso era buena señal. Ella se sentó a su lado y guardó silencio durante un tiempo que a Martín y a su paciencia les pareció demasiado.

—¿Y? —preguntó.

—¿Y qué?

Martín puso los ojos en blanco.

—¿Gay?

—No.

—¿Extremadamente caballeroso?

—No precisamente.

—¿En serio quiere ser cura?

—Ay ¿cómo crees? No, eso no.

—¿Entonces? ¿Lo tiene pequeño? ¿Tiene una disfunción eréctil? ¿Es de otro planeta en el cual practican sexo mental? ¡¿Qué, Carolina?!

Ella se volvió hacia él, con los brazos aún cruzados sobre el pecho.

—Baja la voz y acércate, ni siquiera Gonzalo lo sabe. Él… Después de dar muchas vueltas y querer salirse por la tangente, al final se animó a decírmelo cuando no me aguanté más y le lancé a la cara aquella estupidez de que seguramente era gay. Hubieses visto su cara, creí que iban a saltársele los ojos del rostro. Fue a causa de un accidente, uno lamentable sin duda, la cuestión es que… Verás, Mauro únicamente tiene uno —Carolina estiró su dedo índice coronado en una larguísima uña pintada de azul eléctrico, para señalar aquella mágica cantidad: uno—, ya sabes, un solo… Un solo testículo —susurró—. Por supuesto le daba vergüenza que yo me enterara, temía mi reacción y por eso había dilatado el sexo entre nosotros. No es virgen, si es que te lo estás preguntando… Yo sí que se lo pregunté. Más que preguntárselo, se lo lancé a la cara como una acusación. ¡Eso es tu culpa! —con uno de sus dedos apuntó a Martín al pecho—.  Cuando me confesó aquello me sentí… Me sentí aliviada, porque eso no es tan grave como si él hubiese resultado ser gay —ella respiró profundo—. Él estaba tan avergonzado que yo le dije que eso no era un gran problema para mí, lo cual es completamente cierto, que él es un chico dulce y después de haberme asegurado que eso no influía en su desempeño, le dije que lo superaríamos juntos, que yo lo quiero lo suficiente como para que eso no me importe.

—Si todo salió así de bien ¿por qué estás así entonces? Y ¿dónde está él?

—Déjame terminar, Martín —Carolina puso la palma abierta frente a su cara—. Él se emocionó tanto, me dijo que se moría por estar conmigo y que únicamente se había reprimido por miedo a mi reacción, no perdió el tiempo y comenzó a meterme mano de inmediato. Fuimos hasta el baño de hombres… ¡No me mires así! No había nadie, así que cerramos la puerta. Cuando… cuando ya estábamos a punto de… Tú sabes, lo toqué y lo vi. No pude contenerme Martín, te lo juro.

—¿Qué hiciste?

—Lo peor que pude haberle hecho. Me reí tan fuerte de él, que se me saltaron las lágrimas y no podía respirar. Todo fue a causa de los nervios, te juro que yo no quería. Lo herí, acribillé su ego. Mauro me dijo que no quería volver a verme y se fue —a Carolina se le enlagunaron los ojos—. ¡Oye, Gonzalo! —gritó ella de repente—. ¿Qué tan cercano eres a Mauro?

El aludido soltó al Mino-tauro con esteroides y puso toda su atención en Carolina, aunque su mirada se ladeaba hacia Martín cada dos por tres.

—Conocidos apenas, aunque es un buen tipo. Más que nada sólo somos ocasionales compañeros de copas. Lo invito cuando vamos a salir, pero no mucho más allá de eso… Aunque estoy completamente seguro de que no es gay, ya te lo dije —se llevó el dedo índice derecho a la nariz, dando pequeños y repetidos golpecitos—. Mi radar no lo detectó. ¿Por qué, muñequita? ¿Pasó algo malo? ¿Te hizo algo?

—Pasó que a partir de hoy él oficialmente me odia y sólo creí que debías saberlo               —Carolina se limpió sus lágrimas con los dedos y se dirigió a todos—. ¡Vamos a bailar, chicos! Estamos celebrando, eso estamos haciendo.

 En total eran ocho esa noche, cuatro estaban en la pista de baile, a tres de ellos Martín no los conocía.

***

Había demasiada gente y hacía demasiado calor. Sentía que allí dentro no había suficiente aire para todos y que lo más sabio era salir para agenciarse un poco para sus pulmones.

La tanda de rock en español que solía enloquecer a todo el mundo estaba sonando en aquel momento… Gonzalo se la pidió al D.J. después de que anunciaran su cumpleaños a todo pulmón a través de los parlantes. Martín saltaba al compás de los demás por pura inercia, y porque estaba atrapado entre Gonzalo y el mino-tauro, que al parecer lo tenían sujeto por la cintura y los hombros. Se removió para que lo soltaran y lo hicieron, pero Gonzalo continuó invadiendo su espacio personal, que no lo hiciera parecía imposible, dado que las cuatrocientas personas que estaban allí aquella noche parecían querer transgredir la primera ley de la física, ya que había más de un cuerpo ocupando un mismo espacio a la vez.

¿Dónde estaba Carolina? No quería morir aplastado por aquellos dos, quería quedarse quieto, pero si se quedaba anclado al piso mientras ellos saltaban, era lo que sin duda iba a pasar… Lo iban a gelatinizar con sus masas corporales.

Se sentía extraño, confundido… Como en un sueño. ¿Hacia cuánto tiempo estaba allí, en aquella pista, saltando como un idiota al ritmo de aquella estúpida canción que pedía la lega-lega-legalización del cannabis?

Vio a Carolina a un par de metros de la estación del D.J. saltando como una loca, mientras movía la cabeza de derecha a izquierda y agitaba uno de sus brazos sobre su cabeza y con el otro sujetaba el ruedo de su vestido para que este siguiera cubriéndole el trasero. Martín se preguntó cómo se las arreglaba ella para estar saltando de aquella manera con los zapatos de tacón de aguja que tenía puestos.

Sentía la cabeza como un peso liviano e inútil que iba a abandonar sus hombros en cualquier momento. Sintió crecer un agujero en la boca del estómago. Se le nubló la vista, así que Martín apretó los ojos con fuerza, pero cuando los abrió comenzó a ver dos Carolinas, dos Santiagos, dos de quien quiera que fuese aquella chica del vestido horripilante y que estaba con ellos, dos festivos Gonzalos y dos de los gigantes mino-tauros.

Se sujetó el estómago, le dolía como si no hubiese comido en días. Definitivamente no debería haber tomado tanto alcohol.

Sin que fuese completamente su intención, dejó de saltar y su cuerpo se inclinó hacia el frente de manera involuntaria. Gonzalo era el más cercano, así que trató de asirse a él y le pareció increíble haberlo logrado a pesar de la violencia con la que le temblaban las manos. Apenas y logró sostenerse del ruedo de la apretada camiseta que seguía el movimiento hacia arriba y hacia abajo del danzarín Gonzalo, antes de que se le cerraran los ojos y se le aflojaran las piernas.

Gonzalo sintió el ligero tirón en su camiseta y, sabiendo que quien se encontraba a su lado izquierdo era Martín, le pasó rápidamente el brazo por los hombros. Quizá no iba tener nada con él, pero sin dudarlo se aprovecharía hasta de la más pequeña oportunidad que tuviera para mirarlo y para estar cerca, muy cerca —todo lo cerca que se pudiera— de él. ¿Para qué iba a seguir esforzándose en ignorarlo si aquel muchachito le gustaba más que levantarse tarde? Pero la magia se desvaneció en menos de dos segundos, cuando sintió como Martín se convirtió en un peso muerto.

—¡Hey! ¡Mierda!… ¡Abran campo! —Gonzalo afirmó un brazo en la nuca de Martín y pasó el otro por debajo de sus rodillas, cargando con él, antes de que los bailarines lo pisotearan. ¿Era mal momento para robarle un beso?—. ¡Que abran paso!

Carolina no se había percatado de nada hasta que vio cómo Gonzalo subía con cierto nivel de dificultad las escaleras a la zona dónde estaban los sillones que estaban ocupando. Parecía que iba cargando a alguien. Por unos segundos Carolina pensó que quizá a alguna de las chicas se le había ido la mano con la bebida, hasta que Gonzalo dio vuelta, las luces estroboscópicas le permitieron ver el zapato rojo de Martín y uno de sus brazos colgando inerte a un costado. Corrió hasta ellos lo más rápido que pudo, lo cual no fue muy rápido, tomando en cuenta que debió sortear un grupo bastante apretado de personas y llevaba unos zapatos de vértigo que por momentos pensó en quitarse, pero de manera sabia decidió no hacerlo.

Estaba segura de que le habían agarrado el trasero más de una vez, pero dadas las circunstancias debió ignorar aquello.

—¡Martín! ¿Qué pasó? —preguntó alterada —. ¿Qué pasó, Gonzalo?

—No lo sé —Gonzalo agitó una mano en el aire, ¿cómo alguien con aquellos músculos podía verse tan absolutamente afeminado con sólo agitar una mano? Aun así, estaba haciendo lo que Carolina suponía que era lo correcto, parecía estar revisando la cabeza de Martín en busca de golpes—. Sólo… Sólo se sujetó a mí y luego simplemente cayó inconsciente.

Inconsciencia. Cómo se le hizo a Carolina de nefasta aquella palabra. Nunca antes en su vida había visto a alguien inconsciente en vivo y en directo. Estaba algo ebria, así que se puso histérica de un segundo al otro.

—¡Voy a llamar a una ambulancia! ¡Voy a llamar a su mamá! —se acuclilló cerca de Martín, que yacía recostado en un sofá, y comenzó a rebuscar en los bolsillos de Gonzalo para hacerse con su teléfono, no recordaba dónde estaba el suyo—. ¡No me digas que le pusiste algo en la bebida sólo para poder ligártelo, Gonzalo! ¡Martín! ¡Martín! ¡Martín! ¡Despierta! ¡Martín!

Y Martín los estaba escuchando, pero estaba terriblemente atontado y no había tenido energías para hablar o para abrir los ojos. No había podido anclarse a la realidad hasta que Carolina había comenzado a gritarle de manera histérica cerca del oído. Repitiendo su nombre, como si él no supiera cómo se llamaba.

—Deja de gritar, Carolina…—ella pareció no escucharlo, puesto que no paraba de repetir su nombre y no tardó en comenzar a sacudirlo—. ¡Que dejes de gritar, Carolina! Estoy bien          —abrió los ojos, se llevó la mano derecha a la frente y pugnó por reincorporarse, con todo a su alrededor aun dándole vueltas. Ella se le lanzó encima, abrazándose a su cuello y llorando como si él se hubiese muerto. Sin duda estaba ebria.  Se encogió, queriendo ocultarse tras Carolina, incómodo al ver que varios de los demás chicos estaban alrededor, mirándolo cómo si le hubiese crecido una extremidad en la cara. No recordaba mucho, pero no había que ser ningún genio para sumar 2+2—. Yo… ¿Lo siento?

—¡Juro por Dios que yo no lo drogué! —se defendió Gonzalo—. ¿Estás bien cariño?       

Martin asintió con la cabeza.

—Ya cálmate, Carolina… Sólo es una baja de azúcar —se dejó caer de vuelta en el sofá—.Me siento terrible… Me quiero ir. No voy a aguarte la fiesta, así que no tienes que venirte conmigo.

—¿Una baja de azúcar? ¿Se supone que me calme con eso, Martín? Nunca te había visto así, me asustaste… ¡Eres un idiota! —Carolina miró alrededor—. ¿Y ustedes que hacen ahí parados? ¡Muévanse y consíganle algo dulce! —se sujetó de nuevo al cuello de Martín—. Tiny… ¿Por qué ese idiota tenía que tener solamente un huevo y hacerme reír?

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