Capítulo XVIII
Vamos bebé, abona mi flor (Mommy, he is older than me… and my teacher)
1
Micaela se bajó del auto por completo contrariada. El automóvil de Martín estaba atravesado en la entrada, así que debió dejar el suyo aparcado en el andén. Había acabado de abandonar una reunión, programada hacía semanas, a la mitad porque Lola la había llamado y lo que fuese que hubiera dicho debió haber sido lo suficientemente importante y urgente como para que su secretaria se hubiera atrevido a interrumpirla, cuando tenía órdenes explícitas de no hacerlo a menos que viera a los cuatro jinetes del apocalipsis surgir el cielo.
El nerviosismo de la señora Jiménez fue más que evidente, cuando se entorpeció de tal manera al entregar el mensaje, que realmente no fue mucho lo que Micaela pudo sacar en claro. Pero bueno, las palabras emergencia y Martín en la misma oración, eran suficientes para ponerla en movimiento. Mientras conducía llamó de manera repetida a casa, pero no había obtenido ningún resultado. Cuando Martín tampoco atendió su teléfono, empezó a pensar en los peores escenarios.
La reunión que había acabado de dejar era de verdad importante, así que más valía que lo que hubiese pasado o tuvieran para decirle fuese algo lo suficientemente bueno, porque de lo contrario haría correr sangre. No había entendido mucho, pero la mención de su hijo y la idea de que algo pudiera estar pasándole, habían sido suficiente motivación para dejar a un grupo de australianos, a sus ganas de invertir y a su dinero, a cargo de su asistente. Además, Lola podía ser lo que fuera, pero siempre era capaz de apañárselas con cualquier situación y ponerle un alto o remediarla, así que si la había llamado debía ser por algo.
Comenzó a taconear en el camino asfaltado que llevaba a la entrada de la casa. Cuando atravesó la verja vio a Don Napoleón, jardinero en aquella casa desde que había sido erigida, custodiando lo que ella solo pudo describir como un bulto cubierto con una manta sanguinolenta. A juzgar por el tamaño del bulto, entendió de inmediato… A menos, claro, que alguien hubiese asesinado a un pigmeo en su jardín delantero.
— ¿El perro?— Preguntó.
—Si, señora, el perro. — Confirmó el hombre.
«Dios… ¿Me han llamado solo por eso?»
Micaela no quería sonar como alguien cruel o indolente a sus propios oídos, y mucho menos a los de otros; sabía cuánto adoraba su hijo a aquel animal —aunque ella no lo soportara—, pero bien habría podido consolarlo por teléfono, ¿no? Por lo menos en aquella ocasión en particular, en la que cuatro estupendos rubios de habla inglesa, y su disposición para poner una cuantiosa cantidad de dinero en sus manos, estuvieran así de cerca.
La puerta de la entrada estaba cerrada, y ella había dejado la cartera con sus llaves en el auto, así que timbró de manera insistente, cruzándose de brazos, impaciente. Por su puesto no iba a decirle una palabra a Martín de lo que pensaba, porque eso la haría ver ante su hijo como una persona mezquina o inhumana. Se limitaría a consolarlo como correspondía y correría de vuelta a esa reunión en cuanto pudiera.
Recordó el auto de Martín atravesado en la entrada. Quizá él mismo había arrollado al perro por accidente y, en ese caso, quizá el panorama era un tanto más sombrío y su hijo se la estuviera pasando fatal. Timbró de nuevo, esta vez con más insistencia.
Fue la chica que asistía a Lola con los quehaceres, la que finalmente le abrió la puerta.
—Bienvenida, señora —La chica se apartó para darle espacio de entrar en la casa—. La señora Dolores y el joven Martín están en la cocina.
— ¿Qué pasó?
—Pues… Él está…—La chica parecía no saber cómo explicarse, así que harta ya del aparente misterio tras aquella situación, y al escuchar repetidos sonidos de algo quebrándose, Micaela la ignoró y se apresuró a llegar a la cocina.
Definitivamente no había esperado encontrarse con lo que se encontró.
Llegó a tiempo para ver a Martín estrellar, con absoluta rabia y completamente fuera de sí, una bandeja de porcelana contra el piso, en donde reposaban cientos de trozos de lo que al parecer era cada cosa con la capacidad de romperse en aquella estancia. A donde Micaela dirigiera la mirada en aquella cocina, había un desastre. Todo estaba roto, en especial Martín. Micaela esperó que la sangre en sus ropas fuese de Julius y no de él.
—No he podido calmarlo, señora. Este niño está descontrolado y tiene el diablo metido en el cuerpo. No me ha dejado acercarme a él y me ha roto todo por aquí. Hubiese usted visto, además, lo que nos costó quitárselo de encima al hombre que atropelló al perrito… Martincito parecía querer arrancarle los ojos. A mí no me escucha, por eso la llamé.
—No te preocupes, yo me encargo. Déjanos solos, Lola, por favor.
2
Se sentía letárgico, lento… Irreal.
Como si hubiese acabado de correr una maratón, aunque no hubiese consentido participar en una. Como si, después de pasar mucho trabajo para escalar una montaña, por fin tuviera permitido derrumbarse en la cima y descansar. Se sentía tan vacío y tan cansado que solo quería dejarse caer allí mismo, donde sea que estuviera, y permitirle a la fatiga que le devorara los huesos y sumirse en aquel estado soporífero que estaba abatiéndose sobre él, hasta que pudiera volver a funcionar con normalidad.
Un paso involuntario y poco firme hacia un lado, lo obligó a sostenerse de la primera superficie que tuvo al alcance, y que resultó ser el mesón del lavaplatos. El contacto frío del metal le devolvió mínimamente la cordura, la consciencia de sí mismo, haciéndolo despertar. Llevó la mano libre a su rostro, y en un movimiento torpe se apartó el cabello de la cara. Fue entonces cuando reparó en el desastre a su alrededor… Decenas de platos y vasos rotos… Restos de vidrios, flores… Frutas… Agua… Café en granos esparcido por el suelo, dibujando en tonos oscuros un patrón sin mucho sentido.
¿Había sido él?
¿Todo ese desastre le pertenecía?
—Martín… Martín, cariño, ¿Me escuchas? —Y al escuchar aquella voz, supo que no había ningún zumbido molesto alrededor, que todo el tiempo fueron voces. Voces que no había escuchado con claridad hasta aquel justo momento.
— ¿Mimí?—Ella asintió, con el ceño fruncido con preocupación— Tú… Dios, todo esto… Lo siento—Estaba confundido—. Mi perro… —Dijo de manera lastimera en cuanto lo recordó, casi sin aire. —Lo arrolló un auto. ¡Mi maldito perro está muerto! ¿Puedes creerlo? Quedó todo apachurrado en la calle y…—Ante el recuerdo de aquella escena, una arcada lo atacó. Pero lo cierto era que, aunque lo de Julius había sido un golpe bajo y absolutamente cruel, no era la única razón por la que estaba tan descontrolado. Era todo, malditamente todo.
—Lo sé amor, lo siento. Ven aquí, por favor. Aléjate de los vidrios y ven hacia mí…
A pesar de que el tono de voz de su madre lo irritó, porque le hablaba como si fuese algún tipo de retrasado o alguien parado en una cornisa a punto de saltar, Martín se limitó a asentir con la cabeza. Dio torpes pasos en retroceso, alejándose de ella en cuanto empezó a acercarse a él, aun cuando sus piernas estaban tan flojas que no era conveniente soltarse de su apoyo en medio de un piso lleno de restos puntiagudos.
Se alejaba porque, si tal como suponía su madre pretendía consolarlo dándole un abrazo, lomás seguro era que percibiera de inmediato el olor de su piel… El particular olor a sexo sobre él. Olor a sexo con machos, a Joaquín… Su sudor… Su saliva y calor… Su semen… Y aquello lo avergonzó… Porque era su madre… Porque se lo estaba montando con alguien que no quería que particularmente ella se enterara de aquello. Porque, aunque ella no lo supiera y quizá nunca lo haría, otra vez había tenido que largarse del lado de Joaquín, huyendo espantado como una cucaracha… Con el rabo entre las patas… Porque él era el amante aunque no quisiera aceptarlo… El entrometido… El infame.
Y luego estaba su perro… Su amigo… Su Julius. Los únicos ojos que jamás le escondieron nada, cosa que ni siquiera era capaz de decir acerca de su propia madre. Julius… Enormes y sinceros ojos cafés. Julius era la firma en el contrato de su libertad de elegir. La prueba de que ejercer su derecho a ser diferente no lo eximía de ser profundamente amado por su familia. Su abuela se lo había regalado como muestra de que no importaba lo que él hubiese elegido ser y que, aun cuando ella no lo aprobara, siempre lo amaría por encima de todo… Siempre. Pero ahora estaba muerto y si quería podía culpar de ello a Joaquín… A los estragos que hacía en él.
Sabía que Mimí había seguido hablando, pero no la escuchaba… No lo hacía.
¡Mierda! necesitaba aquel abrazo dispuesto en los brazos de su madre, pero también necesitaba una ducha antes de que ella se acercara a él.
3
Se desconectó por segundos que no llegaron a ser suficientes para sobrepasar el minuto, sumido en una inconsciencia tan fugaz que, más que como inconsciencia, bien pudo haberla catalogado como una simple bobera, porque aunque, durante el tiempo que había durado no pudo abrir los ojos o ser dueño de sus movimientos, había continuado siendo consciente de su entorno. Habían pasado por lo menos dos horas desde que se había duchado, pero continuaba envuelto en una bata de baño con solo la ropa interior debajo. Estaba cómodo arrebujado en aquel pedazo de tela mullida… Lola utilizaba suavizante del bueno.
Aún le costaba creer que todo el alboroto en la cocina lo hubiera montado él. Tenía la incómoda sensación de haber perdido momentáneamente la cordura y haberse, de algún modo, perdido a sí mismo, de haber hecho todo aquello en un estado zombie, porque no lo recordaba del todo. Era casi como haber visto aquella escena desde fuera de sí mismo.
Sabía lo que había ocurrido, pero no sentía exactamente como si lo hubiera hecho él.
Aquello quedó como una gran rabieta por la muerte de su perro pero ni siquiera él, con todo lo malcriado que podía llegar a ser si se lo proponía, sentía que fuese capaz de llegar hasta aquellos extremos.
«Quizá sí que estoy enloqueciendo…»
—Ya se llevaron a Julius… Los del servicio de la funeraria canina— Se sobresaltó. No había sentido a Micaela entrar en su habitación. Ella suspiró, caminando rápido en su dirección; llevaba una bandeja con comida en las manos. Después de dejar la comida en una pequeña mesa entre los sillones, se sentó en la cama, junto a él— ¿Te sientes mejor? ¿Estás seguro de que no quieres que llame a un médico?—. La voz de Mimí tenía exactamente el mismo tono con el que le hablaba cuando estaba enfermo. Le dijo que si con un movimiento de cabeza—. Lo que pasó hoy… Sé que estás dolido, pero si quieres que te sea sincera, ese tipo de reacción logró asustarme. Nunca te había visto así y no me pareció una reacción muy normal, Tiny. Lloras a la madrugada, te enfadaste a tal punto que rompiste todo lo que encontraste a tu paso. Tal vez… No sé, ¿Tal vez hay algo que te esté molestando? Quizá deba agendarte con mi terapeuta para que hables con él, si no quieres hacerlo conmigo, ¿Qué opinas?
Martín elevó las cejas y la miró a los ojos. ¿Que si había algo que le molestaba? ¡Dios si, así era! Le molestaba su vida, porque en ese justo momento sentía que esta apestaba completamente.
—Creo que eres una exagerada. Creo sobretodo que siempre he manejado tan bien las situaciones y sin haberte ocasionado molestias, que te tengo mal acostumbrada y ahora no sabes cómo reaccionar a una simple… rabieta. Se supone que es así como sea ¿sabes?. Yo: —Martín se señaló el pecho— tu hijo adolescente causando problemas, y tú: La madre abnegada que debe lidiar con ellos… Status quo.
—No bromees ahora, estoy hablando en serio, Martín. Alterarte de esa manera solo porque se ha muerto tu perro no es… No sé, ¿Te ofende si te digo que no me parece normal?— ¿Ofenderse él? ¿Por qué? Si compartía por completo su opinión. — Yo creo que estás estresado… ¿Lo estás?
Estrés. La respuesta a muchos comportamientos erráticos estos días.
—Quizá—. Respondió, mirándose los dedos, en lugar de a ella.
—Mmm. Dime hijo, tu abuela… ¿Has hablado con ella? ¿Ella te dijo algo que quizá te molestó, para que estés así?
Martín frunció el ceño sin entender qué pitos tocaba su abuela en aquello.
—No… No he hablado con ella en días. ¿Hay algo que ella deba decirme? Ayer dijiste que habían discutido, ¿Está todo bien?
— Si, todo está bien… Solo preguntaba—Ella hizo una pausa y desvió la mirada. Estiró la mano hasta la mesa de luz y tomó de encima uno de sus cuadernos de dibujo, para empezar a ojearlo. Martín entornó los ojos en su dirección, algo pasaba allí, pero no sabía el qué, y tampoco creía que fuese el momento para averiguarlo—. ¿Crees que ese novio misterioso tuyo tenga algo que ver con tu estado de ánimo? Necesito una explicación que me disuada de llevarte a terapia… O con un cura que te exorcice.
Muy a su pesar, Martín dejó escapar una sonrisa, aunque sin mostrar los dientes.
Mimí tanteando el terreno… No tenía nada de insinuante o de tanteadora, ella era absolutamente directa. Debía aplaudirla, ella había demorado días, y no horas como creyó en un principio que sería, en atacar aquel tema para abordarlo sin dejarle escapatoria. Al verla con las piernas cruzadas y su mirada de águila materna absolutamente centrada en él, después de haber abandonado sus dibujos, Martín estuvo seguro de estar haciendo las cosas mal. Como estaba la situación en aquel momento, lo más seguro era que su madre estuviera pensando que la persona con la que estaba saliendo, lo tenía absolutamente descontrolado… Y vaya si tenía razón.
—Él… Tiene absolutamente todo que ver. —La miró a los ojos. Ella soltó el cuadernillo y envolvió una de sus manos con las suyas.
—Lo sabía. Oye, estás frío— Ella tomó su otra mano, y le frotó ambas con energía, como hacía constantemente cuando él era pequeño, y eso lo llenó de nostalgia, envolviéndolo en una sensación de calidez y de seguridad, como siempre pasaba con ella—. Cuéntame de él. ¿Qué te preocupa?
—Las circunstancias entre nosotros… No son fáciles. No me siento libre— Mimí arrugó el entrecejo y ladeó la cabeza, pidiéndole con este gesto una mejor explicación—. No quiero esconderme. No me gusta reprimir lo que siento. Odio andar a escondidas.
— ¿Y por qué andan a escondidas? —Mimí había soltado sus manos y comenzado a pasar los dedos por su cabello, tratando de separar las hebras que estaban inusualmente rebeldes, ya que no se había peinado cuando salió de la ducha y se había limitado a secarse el cabello con una toalla, dejándolo disparado en todas direcciones. Su cabeza tenía el aspecto de un nido de pájaros. Un look poco glamoroso que él solo le permitía ver a ella (ocasionalmente y bajo circunstancias extremas, como aquella) —sinceramente, no entiendo a qué se debe tanto misterio. No quiero pensar que sientes que debes esconderte de mí; porque si hay alguien que siempre te ha apoyado por encima de lo que sea y de quien sea, he sido justo yo. Y sin conocerlo o saber de él ¿Cómo podría juzgarlo?
Martín suspiró y se deslizó en la cama hasta apoyar la cabeza en el regazo de su madre. Ella sonrió complacida, como lo hacía siempre que tenían aquel tipo de cercanías, que se habían espaciado con cada cumpleaños que alejaba a Martín un poco más de la niñez. Mimí se acomodó mejor en la cama y metió una almohada debajo de su cabeza. Luego continuó acariciando su cabello.
Era hora de poner los engranajes en movimiento, y enfrentar a Mimí con las inconveniencias de la relación que estaba sosteniendo. Esa relación que era falsa, y a la vez no. Esa relación que de complicada parecía tenerlo todo.
—No importa lo que yo haya dicho todo este tiempo o lo que hayas podido interpretar de eso, Mimí pero, aunque soy completamente capaz de disfrutar de la compañía de las chicas, yo definitivamente prefiero a los hombres— miró hacia arriba, hacia los ojos de su madre, midiendo en su mirada si era el momento para la gran charla. La charla de los contras. Ella asintió con la cabeza, dándole a entender que lo seguía, que comprendía, y que estaba dispuesta a asimilar cuanto le dijera—. Además de eso, que no es que me facilite la vida, encuentro mucho más interesante y atractivo que sean… mayores que yo.
Bombazo número uno: Factor edad.
— ¿Siempre… Siempre ha sido así? ¿Siempre has salido con hombres mayores que tú? Y sabes muy bien a lo que me refiero con «salir»—Ella incluso dibujó las comillas con sus dedos.
Oh, Mimí había pasado de llamar al sexo «Tener relaciones» a llamarlo «Salir» Ella estaba involucionando en ese aspecto… Llamarlo así, era incluso más mojigato que llamarlo Relaciones… Que jodido. Pero no era momento para burlarse de ella y de su manía de transmutar los conceptos de los que, al parecer, encontraba incómodo hablar con él. De verdadextraño, para tratarse de la misma persona que, cuando tenía 11, le compraba condones con más frecuencia de la que le leía cuentos para dormir.
—No siempre. No es algún tipo de regla que sigo a pies juntillas Mimí, solo es… cuestión de gustos. No es como si, solo porque me gustan los rubios, jamás haya… salido con un moreno.
— ¿Te gustan rubios? —.Vaya si era cierto que ellos jamás habían hablado de aquellos temas. Mimí mostró una pequeña sonrisa, como si él fuese una quinceañera pendeja y hubiese accedido a dejarle leer su diario o algo por el estilo… Su diario. De manera disimulada Martín paseó la mirada por los alrededores, para asegurarse de que cierto cuaderno de tapa blandengue y contenido no apto para su madre, estuviera a la vista.
Entonces cómo reaccionaría ella si se enterara, por ejemplo, de que en cierta ocasión alguien particularmente desinhibido y ocurrente había vertido Becherovka por su agujero hasta hacerlo rebosar; y que luego de hacerlo retorcerse, preso en una extraña y electrizante sensación cuando sintió el licor frío recorrerle las entrañas, no quiso desperdiciarlo y bebió de él… ¿Iba Mimí a seguir riendo a causa de la emoción, acaso? Martín no lo creía.
—Sí, pero ese no es el punto aquí. El punto es que él en particular, lo es. No quiero decir rubio— ¿lo era o no lo era? Joaquín era rubio… Eticoncito no… ¿De quién se suponía que estaba hablando en aquel momento? Aquello iba a convertirse en un gran lío si no se centraba—, sino que es mayor que yo. Eso quise…
—Espera… Espera Martín. Antes de que me digas de qué color tiene el cabello, o cuánto mide, o de qué color tiene los ojos, aclárame algo, ¿Qué tan mayor es él?
El tono de voz de Micaela fue un tanto duro y serio. Quizá ella estaba imaginándose a un viejo verde de sesenta, con las manos engarzadas en su trasero como zarpas o algo así; pero esa era una reacción natural que no lo tomaba por sorpresa. No era como que hubiese estado esperando que ella de la nada le dijera: maravilloso hijo, continua, como si ese dato le fuese absolutamente indiferente. Confiaba en que podría lidiar con el shock inicial. Además, en caso de que aquello no marchara como él esperaba, simplemente a ojos de su madre «terminaría» con Ricardo, y su vida privada volvería a su habitual status de clandestinidad… Seguro que a Joaquín le encantaría eso, con todo aquello de que le gustaba follárselo sin que eso le trajera ningún tipo de consecuencias o ataduras… Justamente lo que Martín no quería. Con él no quería ser clandestino, no quería estar desligado, quería amar sin tapujos y con libertad… Quería amar de manera cursi…
Ridícula…
Estoica…
Libre…
Eso quería.
—Estoy confiando en ti Mimí, no me decepciones. No me hagas pensar que debo mantenerte a ciegas para estar con quien quiero, porque eso es algo que puedo hacer y lo sabes. Creí que estarías dispuesta a escucharme sin juzgar hasta conocer del todo los hechos… Que no recularías por algo tan nimio como la edad, ¿Cómo vas a querer que sea? ¿Quieres seguir escuchando o paramos aquí, antes de que escuches algo que quizá no te guste? No hay lío.
—Por supuesto que quiero que sigas. Pero te advierto que si algo no me gusta, o lo considero inconveniente, solo lo diré, ¿De acuerdo?—Martín asintió con la cabeza. — ¿Exactamente cuántos años tiene?
—Tiene…— diría una cifra al azar superior a 30, para redondear las cosas. — tiene treinta y dos.
Micaela no abrió la boca a causa del asombro… pero sí desorbitó los ojos… de manera excesiva.
— ¿Treinta y dos?… Treinta y dos. O vaya Martín él… Él tiene… Casi te dobla la edad. Mi Dios. Yo… —Ella boqueó, luego suspiró, y Martín debió abonarle que la vio hacer de tripas corazón para recomponerse—. Si es la persona que tú has elegido yo… ¿Es una buena persona? ¿Estás seguro de tu elección y de lo que sientes? A veces uno se apresura al juzgar a la gente, o se confunde y se precipita.
—Te aseguro que siento muchas cosas, pero confusión no es una de ellas. Hay otra cosa que deberías saber…
— ¿Acaso hay más?
Oh, de que había más, había más.
—Pues… Él es uno de mis profesores, ¿Cuenta eso como más?
Bombazo Número dos: Inconveniencia al extremo.
¡Boom!
4
Quizá aquello de pensar acerca de sí mismo en términos que lo acercaban demasiado al concepto de depravado, no estaba siendo muy conveniente.
La noche anterior, aunque Martín no había aparecido tras sus párpados, tuvo un sueño que lo sacudió. De alguna manera, mientras soñaba, sabía que algo diferente ocurría. Que no era solo el paisaje de sus sueños el que había mutado, sino él mismo… Un cambio en su interior. Era extraño.
No era más que él, paseándose en una apacible pradera. Pudo sentir la hierba, que crecía alta y salvaje, acariciarle las pantorrillas mientras andaba. Debía dar pasos amplios para poder avanzar, o de lo contrario habría terminado cayendo gracias a lo tupido de la vegetación bajo sus pies. En su sueño, no era exactamente de día. El sol en lo alto del cielo era casi un chiste, como si se tratara de parte del decorado en un escenario… No era que estuviese dibujado, pero no iluminaba, ni calentaba, solo estaba ahí, colgando inerte. Y aun así Ricardo era capaz de ver todo con absoluta claridad… En lo ilógico de los sueños, precisamente radicaba su poder.
Era solo él, caminando hacia el horizonte, tranquilo, sin prisas, sin miedos. Solo él y el viento… El viento que le mecía los cabellos, que refrescaba su cuello y que le acariciaba los genitales con suavidad y sin pudor… Miró entonces hacia abajo, hacia su pecho, hacia su estómago, hacia sus ropas… Y aunque llevaba una prenda pesada que sentía arremolinarse junto a sus rodillas mientras andaba, supo de inmediato que no llevaba nada debajo de esta; que lo único que se interponía entre él y una completa desnudez, era aquella gabardina, que era el otro habitante en su sueño y siendo únicamente ellos dos en medio de aquella pradera, su amiguito allí abajo estaba disfrutando como lo hacía gracias al suave soplar de la brisa.
Y sabiéndose desnudo se sintió libre.
Libertino.
Ladino.
Risueño.
Fresco.
Sexual…
Y de la nada su mundo de ensueño dejó de estar vacío, porque él lo quiso así, porque decidió dejar de estar solo… Porque él, su gabardina y la brisa bajo su ropa estaban allí, para darle sentido a aquella trama. Personas avanzando en dirección contraria a él se cruzaron en su camino… Personas sin rasgos, porque él no estaba particularmente interesado en saber quiénes eran.
Se sintió travieso…
Animado…
Inmaduro…
De alguna manera extraña, en su sueño le fue posible verse a sí mismo, así que se vio curvar las comisuras de sus labios hacia arriba, en una risa un tanto malévola que se salió de su rostro de tan grande que era. Pareció a sus propios ojos un personaje de caricaturas que se dispone a hacer algo malo… Y lo hizo. Decidió que su carne desnuda se haría una con la brisa, una con su paisaje nebuloso, una con la alta hierba… Una sola con los viandantes.
Y cada vez que se cruzaba con alguien, su Yo de los sueños se abría la gabardina, mostrando su desnudez, mostrando su sexo y sus carnes con orgullo… Mostrando a su amiguito que tantas veces, en el mundo de sus sueños, había hecho retorcerse a Martín y derretirse debajo de él —En efecto, en uno de sus sueños, había terminado haciéndole el amor a un Martín blandengue que terminó por desintegrarse en un charco— que tantas veces en el mundo de sus sueños había dado rienda suelta a la perversión, a la pasión ante la cual en el mundo real, muy seguramente, jamás sucumbiría… ¿Cómo podría?
Sentía tanto placer al mostrarse, que con cada ocasión en la que se abría el ropaje, sus pies se despegaban un palmo más del suelo.
Y voló sobre la brisa…
Voló sobre la hierba…
Voló sobre las personas que caminaban, que bien podría ser siempre el mismo ente repitiéndose como en una grabación… Cuando la tela de su ropaje se sacudía al son del viento, comportándose como alas que lo mantenían en vuelo, dirigió los ojos a su entrepierna que sentía henchida de un inusitado placer, y en lugar de que su pene lo saludara erguido y potente, lo hizo una flor. Y ni siquiera fue una exuberante y pomposa rosa, o un orgulloso y llamativo girasol; que si tenía que ser una flor al menos pudiera haber sido la más llamativa de todas, sino que en su lugar había una pequeña, aunque completamente vivaz, florecilla de manzanilla… Igual a las que se agitaban al compás del viento en el extenso paraje debajo de él.
Y en lugar de sentirse decepcionado, aceptó y mimó a su pequeña flor, sintiéndola vibrar en su centro mientras acariciaba las pequeñas hojas… Vibraba con tal resonancia que le hizo preguntarse si en medio de los pétalos de su flor, había atrapada alguna abeja zumbadora… Y pensó, porque en los sueños sí que se piensa, que de seguro Martín tendría el abono suficiente para tomar su pequeña y necesitada flor de manzanilla, y cultivarla hasta convertirla en una roja y rabiosa rosa… Por primera vez en mucho tiempo, se sintió real, y extrañamente pleno
Por supuesto, en cuanto Ricardo despertó de aquel extraño sueño que le proporcionó placer de una manera que carecía de sentido, se apartó el cabello del rostro y soltó una carcajada colosal que retumbó en los pasillos oscuros y silenciosos de su departamento a las 3:54 de la madrugada.
***
Aquella tarde, se creyó a salvo porque la clase había terminado y habiendo salido invicto de la pequeña tortura que le representaba el tener cerca a Martín pensó que, por lo menos hasta la siguiente clase, tenía la oportunidad de tomar su consciencia y retirarse a respirar tranquilo…
Eso creyó.
Su vista periférica detectó una presencia recortándose contra el umbral del salón de clases, que había sido desocupado hacía escasamente cinco minutos atrás, y lo único coherente en lo que pudo pensar, entre un latido desenfrenado y otro, fue que ojalá no se tratara de él… No él, no en aquel momento vulnerable en el que cada vez que pensaba en Martín, sentía algo extraño relacionado con su flor de manzanilla. No miró en dirección a la puerta, porque de manera estúpida sintió que mientras no mirara en esa dirección, la persona que estaba allí, y que esperaba que no se tratara de él, no se materializaría.
Aquel día Martín no se la había puesto fácil, porque cada vez que Ricardo miró en su dirección, se había encontrado con que Martín también tenía los ojos clavados en él, y eso lo puso excesivamente nervioso. Imaginó que quizá no había logrado ser tan disimulado como había pretendido y su alumno había notado que últimamente lo miraba demasiado. Solo deseó con todas sus fuerzas que la sombra en su vista periférica, parada bajo el marco de la puerta no fuese él… ¡Por Dios! Que fuese cualquiera, porque ni siquiera la posibilidad de otro ataque amoroso por parte de Georgina Santillana lograría ponerlo tan nervioso como enfrentarlo… Pero por supuesto, no tuvo tanta suerte.
Ricardo vio a Martín acercarse a grandes zancadas hasta posicionarse frente a él, con el escritorio de por medio. Vio casi con terror como su alumno apoyó las manos en el borde del mueble y proyectó el cuerpo hacia adelante, acortando considerablemente la distancia entre sus rostros.
El corazón de Ricardo latió tan arrítmico, que en ese momento estuvo casi seguro de haber heredado la inexistente enfermedad cardiaca de su madre.
Grises… Sus ojos eran grises con montones de filamentos blancos y ondulados cruzándose unos sobre los otros… ¡Caramba! Cómo un color tan simplón como el gris podía, en ese momento, estarle mostrando tantos matices.
Era mejor correr. Esconderse en un rincón y convencerse de que una cosa era el Martín en sus sueños y otra muy distinta el muchachito intimidante y prepotente que tenía por alumno. Un alumno que, si quería, tenía su futuro laboral en sus manos.
—Creo que es hora de negociar, Richie.
***
Cuando Ricardo, en medio de la incredulidad más palpable, terminó de escuchar en qué exactamente consistían los términos de la negociación que le proponía Martín, mentalmente retiró lo que había pensado un tiempo atrás, y se convenció de que lo más probable era que se hubiese apresurado en sus apreciaciones y su alumno, en efecto, si era la mismísima encarnación del mal.
—A ver… A ver si entendí bien, Ámbrizh. ¿Básicamente lo que usted está proponiéndome, es que finja ser su pareja? —Martín asintió, tranquilo como quien habla del clima, con los brazos cruzados sobre el pecho, sentado a su lado en la primera fila de asientos del salón de clases. Ricardo hizo un amago de sonrisa porque aquello debía, sin dudas, ser algún tipo de broma. Aun así preguntó—. ¿Y de qué manera se supone que tal absurdo mejoraría mi situación?
Martín suspiró, mirándolo directamente a los ojos. Lo hizo casi como si estuviera llenándose de paciencia pare explicarle algo a alguien realmente corto de entendederas.
—En primer lugar, Richie, no es que yo esté particularmente interesado en facilitarle las cosas a usted en alguna medida puesto que, siendo yo quien tiene información en su contra, tengo todas las de ganar. Aun así, ¿no ha escuchado acaso que es mejor que las situaciones, experiencias y demás, se lleven a cabo dentro de un ambiente controlado? Necesito de su colaboración pero le aseguro que soy completamente capaz de ofrecerle… No sabría cómo llamarlo—Martín pareció meditar en busca del concepto adecuado para hacerse entender. Mientras lo hizo, Ricardo fue capaz de apreciar una vista de primera mano de su perfil, apreciación que lo hizo cerrar los ojos y negar, reprendiéndose a sí mismo—. Llamémoslo: Inmunidad Política, ¿podría ser?
— ¿Inmunidad Política? Va a tener que explicarse mejor, Ámbrizh, porque de verdad no le estoy entendiendo.
Martín blanqueó los ojos y suspiró de nuevo, y Ricardo descubrió que le resultaba bastante placentero provocar la exasperación de Martín.
—Pues… Necesito de su ayuda, pero a cambio le aseguro que el hecho de inmiscuirse conmigo en esta relación falsa, no va a traerle ningún tipo de repercusión negativa, porque tengo todo bajo control. No pienso inmiscuirlo en nada que yo no pueda manejar. Sé que esto suena a locura, pero… piense en lo siguiente: Entre dos males inevitables—Martín estiró dos dedos de la mano derecha—, siempre es más conveniente escoger el menos malo.
—Oh, ya veo. Es decir, usted es el mal menor y el otro es…
—Georgina, por supuesto. Ella está loca, yo no. Simple. Es bastante posible que ella esté ahora mismo recortando su rostro y el de ella de todos los anuarios y pegándolos encima de parejas de revistas de vestidos de novia. Soñando con un montón de niñitos con anteojos y rizos… Yo solo necesito un favor… Está bien, un gran favor. A cambio dejaré que usted mismo borre el archivo con la fotografía de mi correo electrónico y además tiene mi palabra de hombre de que lo dejaré en paz… Con respecto en lo que a la fotografía se refiere.
Ricardo escuchaba a Martín con las cejas arqueadas en lo alto de su frente, mientras lo miraba por encima de los anteojos y aunque hubiese querido evitarlo, pero en realidad no pudo, también tenía una sonrisa incrédula en los labios.
—Su palabra de hombre… No se ofenda Ambrizh, pero es notablemente curioso que me ofrezca eso como garantía, a la par que me propone que finja ser su pareja. Eso tiene muy poco sentido, ¿No cree? Su hombría… Creo que es algo bastante cuestionable.
Martín ladeó ligeramente el rostro, pero seguía con la vista fija en él. Contrario a lo que Ricardo hubiese esperado, el chico a su lado elevó una comisura en una sonrisa por completo matadora. El maestro luchó consigo mismo para que aquel gesto no tuviese efecto en él.
«Él no es el ser de mis sueños… Él no tiene ningún poder sobre mí… ¡Dios! Esto es ridículo» Tragó duro.
— ¡Ahí va de nuevo! Su mentalidad estrecha es realmente testaruda y está hablando por usted. ¿Sabe? Quisiera poder exponerle mi punto de vista sin tener que recurrir a las palabrotas, en serio quisiera, pero siento que si lo hago de ese modo, lo que quiero decirle no tendrá el suficiente peso o usted no me tomará debidamente en serio. Así que, profesor ¿Usted en serio piensa que ser un verdadero hombre radica en lo que se haga con la verga? —Martín chasqueó con la lengua—. Mi palabra vale, sin importar con quién prefiera acostarme. Yo… Puede que llegue a ser pervertido, cosa que disfruto, pero jamás, escúcheme bien, Jamás soy inmoral.