Capítulo 22

Ética sintética (Bully Friend)

1

Finalmente los setenta alumnos que conformaban los tres grupos de undécimo (A, B y C) lograron ponerse de acuerdo. Luego de casi cuatro semanas de consenso, desacuerdos y frustrantes y poco productivos encuentros entre los representantes del alumnado de cada grado y los respectivos directores de grupo, la conclusión fue que el viaje de final de curso, con el que celebrarían la culminación de la etapa de la educación básica secundaria, sería a Francia, en un tour de dos semanas.

Estaban atascados en uno de los auditorios, donde se hizo el anuncio a grandes voces. Los alumnos, exceptuando a Martín y algunos otros, igual de apáticos que él en lo que a aquel viaje concernía, estallaron en aplausos y vítores jubilosos ante la noticia. Martín pensó que, aunque Francia fuese un país por demás hermoso al cual viajar, habrían podido pensar un poco más y optar por un lugar un tanto más exótico, puesto que la mayoría de ellos ya conocía París. De cualquier manera, aun si hubiesen escogido El Cairo o la isla más paradisiaca y recóndita de todas, el tema no era de gran interés para él, ya que no planeaba ir a aquel viaje. Lo último con lo que soñaba era con dos semanas en las que cada minuto de su día estuviera completamente planeado, cambiando de hotel cada dos días y compartiendo su tiempo con sesenta y nueve personas con las que convivía en la actualidad solo porque se veía obligado a ello. No iba a estar con ellos de manera voluntaria fuera del instituto. No sentía la necesidad de afianzar lazos, y si estuviera interesado en crear memorias con ellos, para eso todavía tenía por delante cinco meses, hasta noviembre, para padecerlos. No era necesario un tour en Europa.

Cuando la efervescencia ante la noticia disminuyó, tanto alumnos como maestros comenzaron a abandonar la sala. Algunos de sus compañeros iban en pequeños grupos, inmersos en charlas emocionadas, hablando con expectación del viaje, quizá también planeando ser amigos para siempre y más memadas por el estilo; porque ese tipo de eventos, que ponían en evidencia que ese sería el último año que estarían juntos como compañeros de estudios básicos y diciéndole legalmente «adiós» a la adolescencia, solía alborotar el sentimentalismo de muchos. Otros  simplemente se apresuraban a salir porque se negaban a permanecer en el instituto un minuto más allá del que fuese estrictamente necesario. Martín, en cambio, estaba por completo concentrado en no perder de vista a Georgina. Podía verla subir por el pasillo, dirigiéndose a la salida cogida de gancho con una de sus compañeras del equipo de equitación.

Martín estaba sentado hasta arriba, cerca de la salida y junto al pasillo, así que cuando ella pasó lo suficientemente cerca de él, la tomó suavemente por el codo, deteniéndola.

Georgy. —Canturreó, estirando excesivamente la última sílaba. Exhibiendo una sonrisa falsa en la que enseñaba todos los dientes, precisamente porque quería que fuese evidente que en su gesto no había nada de sincero. —Necesito que por favor me regales algo de tu tiempo. Hay algo acerca de lo que necesito que hablemos. — Miró a la otra chica, que también se había detenido y ponía demasiada atención en un asunto que no era de su incumbencia. — A solas, si no es molestia.

De manera rápida Georgina despachó a su amiga, prometiéndole que se verían más tarde para estudiar para los exámenes del día siguiente. La chica, a quien Martín asoció con el nombre de «Claudia» sólo cuando Georgina lo mencionó, torció el gesto en respuesta, pero contrario a lo que hubiese esperado, sonrió cuando miró hacia él, antes de partir.

Bye, Martín—. Ella agitó los dedos de manera rápida, para despedirse.

Bye… Claudia. —Sonrió de manera involuntaria cuando ella alcanzó la parte de arriba del auditorio y desde donde él estaba sentado tuvo un buen vistazo de la unión entre su trasero y sus piernas, por debajo de una falda que, desde donde se le mirara, se salía de los códigos de vestimenta contemplados en el manual de convivencia estudiantil. Los collares de cuentas alrededor de su cuello eran más largos que su falda y eso lo explicaba todo. No estaba ciego, y aquel tipo de encantos lograba conmoverlo, eso era todo.

Georgina chasqueó los dedos frente a sus ojos para llamar su atención, luego se cruzó de brazos, mirándolo desde arriba, de pie junto a él.

— ¡Oye! Deja de mirarle el trasero. Ella solo está coqueteándote porque no fue invitada a la mascarada de cumpleaños de la Princesita Sofía y tú prácticamente eres el último con una invitación plus one  que aún no ha invitado a nadie… Vas a encontrarte con más de lo mismo estos días, hasta que anuncies quién será tu pareja y todas las desplazadas dejen de soñar con que puedas llegar a invitarlas.  Dime, ¿Qué quieres de mí?—. Georgina comenzó a examinar su cabello, en busca de puntas abiertas… Y obviamente para pretender que no se moría por saber lo que él necesitaba decirle. —Habla rápido, mi chofer está por llegar. —Martín elevó una ceja, involuntariamente reprobatoria… Y burlona. —No me mires de esa manera, Martín. Yo suelo conducir mi propio auto, pero mi mamá sale de viaje hoy y ha insistido en pasar a recogerme para que la despida en el aeropuerto… No es como si pudiera negarme. —Se explicó ella.

— Tu asunto, niña. —Dijo Martín, levantando las manos en señal de rendición; luego las dejó caer pesadamente sobre sus muslos. Tomó su morral del suelo y se puso de pie, de manera un tanto lenta, tratando de evitar los movimientos demasiado bruscos. — ¿De cuánto tiempo disponemos?

Ella miró la hora en su celular, uno monstruosamente grande y llamativo… Uno que hizo que Martín se preguntara si era el mismo que le había visto sacar de entre las profundidades de su escote hacía unas semanas, y si así era, ¿Cómo era que cabía allí?

—Unos veinte minutos.

—Es tiempo suficiente. Salgamos de aquí, te invito a un café.

***

Georgina estaba evidentemente a la defensiva. No había dicho mucho y lo miraba como si esperara que él en cualquier momento le saltara a la yugular y se la desgarrara. Martín encontró aquella reticencia hacia su persona como algo en demasía gracioso y también inmerecido, porque ni que se llamara Damián y tuviera una marca de nacimiento con la forma del número de la bestia grabada en el cuero cabelludo. Aun así, de manera inconsciente, estaba disfrutando con ello; por eso estaba mezclando su café con deliberada lentitud, mientras no le apartaba la mirada de encima.

— ¡Habla de una vez, Martín! Vas a chantajearme con el tema de la fotografía, ¿Cierto? Vas a meterlo en líos a él y de paso a mí, ¿No es así?—. Soltó Georgina con la voz elevada y en tono de reclamo, además de muy exaltada ante el hecho de que Martín aún no le hubiese dicho qué quería. Al ver que él continuaba permaneciendo en silencio, optó por cambiar de tono y de estrategia. —Está bien, negociemos. Debe haber algo que yo pueda ofrecerte y que te haga permanecer callado. ¿Qué es lo que quieres? Veré lo que puedo hacer.

Y, para indignación de la chica, la respuesta inmediata de Martín, fue reír.

—Para empezar, cálmate. Te estás comportando como una loca y si prestas atención a tu alrededor, yo no soy el único que lo ha notado. —Martín dibujó un pequeño círculo con el dedo índice, para señalarle a las demás personas en la cafetería. Algunos miraban en su dirección —Yo… Venía con una idea bastante clara, concisa y rápida de lo que necesitaba decirte, pero debo reconocer que ahora has picado mi curiosidad, ¿Qué puedes tener tú que yo quiera? ¿Qué es lo que estás dispuesta a ofrecer? —. Miró dentro del profundo escote de Georgina, solo para molestarla. —Tentador… Pero no, gracias. —Ella pareció ofenderse, y eso sí que fue gracioso.

— ¿Entonces qué?—Eso sonó para Martín como si ella realmente hubiese estado dispuesta a dejarlo hurgar dentro de su sujetador.

—Verás… El profesor Azcarate habló conmigo. Se acercó a mí para pedirme que no dijera nada acerca de la situación en la que los encontré.

—Y aceptaste, ¿verdad? ¿Vas a quedarte callado?

—Algo así.

¿Algo así? Sé directo, por favor. Deja de dar vueltas y dime las cosas de manera clara.

—Está bien. —Martín dio un sorbo a su café, luego se recargó en el espaldar de la silla y cruzó los brazos sobre el pecho—. Si algo tuvo la conversación que sostuvimos el profesor Azcarate y yo, es que fue absolutamente esclarecedora.

— ¿Ah, sí?—Ella sonó desafiante—. ¿Y puede saberse qué fue lo que te quedó tan claro?

—Lo obvio. Que en esta situación, no hay más culpable que tú. — Los ojos de Georgina se abrieron de par en par. Ella abrió la boca con la clara intención de refutar, pero él no le dio tiempo de emitir palabra. —Bien sabes que es cierto, Georgy, no hay necesidad de que nos hagamos los tontos, o de que te sientas ofendida. Tú tienes una preocupante tendencia a ver cosas donde no las hay; pero por suerte para el profesor Azcarate, e incluso para ti, soy por completo capaz de ver con claridad y de entender. Si es que en esta situación hubiera que acusar a alguien, sería sólo a ti. —Martín se acodó en la mesa y Georgina, quizá un tanto intimidada, pegó el cuerpo contra el respaldo de su silla, alejándose de él. —Solo Imagina el escándalo: Una chica decente y de buena familia, como tú, acosando a un inocente profesor de instituto solo porque puede… Porque nunca se abstiene de nada de lo que se le antoja… Porque sabe que ante cualquier mala consecuencia de sus caprichos o de sus locuras, siempre quedará impune. Porque sabe que papi y mami jamás permitirán que a su nenita con cara de ángel siquiera se le parara encima una mosca. —Se detuvo un momento para contemplar la reacción de la chica ante sus palabras. Parecía estar obteniendo lo que quería de ella: puro y físico nerviosismo.

—Y ¿P-por qué alguien estaría dispuesto a creer tal cosa?

—Por dos simples razones. La primera: —Martín estiró el dedo índice derecho. —Es por completo cierto y lo sabes. La segunda: —Desplegó el dedo medio. —Porque esa historia sería respaldada por alguien también decente y de buena familia: Yo. —Martín se señaló el rostro y sonrió—. Alguien que, contrario a ti, no tiene un historial en el instituto y en su círculo cercano por obsesionarse con los hombres, cuando la mayoría de las veces estos no le dan ni la hora.

Los ojos de Georgina se clavaron en sus propias manos sobre el mantel, donde sus dedos jugueteaban nerviosamente entre sí. Martín, desde lo más hondo de su corazón, esperó que ella no se echara a llorar. No estaba de humor para soportar y manejar aquello.

— Pero él me gusta… Lo hace en serio.

—Pero sabes que eso no significa que él sienta lo mismo.

—Pero él es diferente, es tan… ¿Por qué haces esto, Martín? ¿Por qué intentas apartarnos?

Él suspiró sonoramente, irritado. ¿Apartarlos? ¿Acaso ella estaba refiriéndose a separarla del mismo hombre que prefería verse inmerso en una historia complicada y loca con él, con tal de ver desaparecer la evidencia que lo relacionaba con ella?

—Porque el mundo es como Disney y yo soy el malvado al que no le gusta ver a nadie feliz.

—No hay necesidad de tal sarcasmo, Martín. —Los ojos de Georgina comenzaban a cubrirse de humedad.

—Escucha… —Martín suavizó el tono de voz y trató de ponerse en su lugar. Para su sorpresa, esto último no le fue tan difícil. — Esa es mi condición. Lo dejas en paz, yo los dejo en paz. Si sigues insistiendo… Creo que ya sabes cómo terminará todo esto. Aunque no lo parezca, solo es un consejo. Aléjate. No hago esto solo porque me parezca una injusticia que tu actitud meta a alguien que no lo merece en problemas, es también por ti. Porque si algo saliera mal, serías tú y nadie más, la que resultaría herida… Realmente herida, donde importa… Aquí. —Martín se señaló el pecho. — Solo porque has cometido el error de enamorarte. Resguarda tu corazón, porque nadie más lo hará. ¿Qué caso tiene poner tus esperanzas en alguien que no va a corresponderte y que no te amará como te mereces porque hay un mundo de excusas y de circunstancias en medio? Él es mayor que tú, es tu profesor por el amor de Dios, tiene una vida hecha en la que no sabes si él querrá o podrá hacerte un lugar. Quizá no cumples con sus expectativas, y si ese es el caso eso solo desembocará en que él no cumpla las tuyas. ¿Qué mérito hay en que sufras por amor, cuando se supone que estar enamorada debería hacerte sentir plena, atesorada, necesaria, anhelada… Suficiente y correcta? No vale la pena tanto esfuerzo, créeme. Es casi como tirar diamantes a los cerdos. — Y Martín, aunque en el fondo era consciente de que hablaba más de sí mismo y de su situación que de la chica frente a él, era incapaz de escuchar sus propios consejos—. Él no es alguien malo… Tú no eres mala… Pero definitivamente no son una pareja hecha en el cielo, eso es todo.

2

¿Cómo era posible que el examen de francés que descansaba sobre su pupitre, pareciera estar escrito en chino? Eso no tenía ningún sentido. Su mente parecía estar en blanco y negándose a cooperar de manera rotunda.

No se había pasado de largo toda la noche estudiando para aquella prueba, como sí lo había hecho con Química, física y Filosofía, pero le había dedicado sus buenas cinco horas de repaso que, ahora comprobaba, parecían haber sido completamente en vano.

Mentalmente comenzó a hacer cálculos. Tratando de establecer qué pasaría con su promedio del periodo si sacaba un cero en esta prueba.

¡Merde!—. Rezongó Martín, en un susurro. Burlándose de sí mismo.

Rellenó las casillas y los espacios en blanco lo mejor que pudo, no tenían permitido utilizar el diccionario, así que se valió de su memoria solo hasta donde ella quiso colaborar… Que no fue mucho, en realidad. Quizá aquella laguna mental fuese a causa de que, por algún extraño motivo, había desarrollado de súbito cierto rechazo hacia el idioma francés. Al menos sabía que con la toma de calificación oral no había sido un desastre insalvable. Podía hablarlo —decentemente al menos— pero se había olvidado de cómo escribirlo, ¡Genial!

Mesdames et messieurs… Dejen de escribir en este mismo instante, S’il vous plaît.

El señor Fournier se retiró del salón de clases cargando con las hojas de examen, con su calvicie prematura, sus ojos soñadores y con su acento franchute… Dejó atrás a un Martín de un humor no particularmente bueno.

Diez minutos después, un Ricardo que se veía de verdad incómodo dentro de su chaqueta de paño color tabaco, hizo su arribo atravesando la puerta con afán. Martín lo vio abandonar el portafolio sobre el escritorio, despatarrarse en la silla, cerrar los ojos y soltar un gran suspiro. Martín sintió que sería capaz de morir de calor con solo ver a Eticoncito. Él se veía como alguien que necesitaba litros de agua y una intravenosa, con urgencia, ¿Quién estaba tan demente como para ponerse todo eso encima cuando estaban atravesando una ola de calor? Una ola de calor que parecía desértica no solo por el sol inclemente de los días, sino también por el contraste tortuoso de unas noches frías en exceso.

 Al parecer su profesor decidió que era demasiado joven como para morir a causa de combustión espontánea, porque finalmente se sacó la chaqueta y después los anteojos; se aflojó un tanto el nudo de la corbata y se mesó el cabello. Revelando así sus mejillas enrojecidas a juego con la elevada temperatura ambiente.

—Buen día a todos. Por favor, acomoden sus pupitres en un círculo. —Nadie movió un músculo, aquello no era una petición común, así que la mayoría de alumnos se limitaron a mirarse unos a otros, elevando las cejas de manera interrogativa. Ricardo dio un par de palmadas al aire. — ¿Por qué no los veo moverse, jóvenes? Formando un círculo, he dicho.

Martín pensó en que Eticoncito se veía de mal humor, además de haciendo un evidente esfuerzo para no hacer contacto visual directo con él. Llevaban unos cuantos días jugando aquel mismo juego… Pues ese juego no le iba a funcionar porque, además de necesitarlo, Martín sentía que tenía una suerte de venganza pendiente con él. Bajo ninguna circunstancia consideraba que el recibir su ayuda los dejaba a mano; menos ahora que Ricardo parecía tan empeñado en ignorarlo.

Martín no pensaba en hacer contra él algo drástico y dramático. Sólo planeaba matarlo de incomodidad, hasta que reventara o él mismo se sintiera satisfecho. Mataría dos pájaros de un solo tiro.

El salón de clases se llenó del pesado sonido del arrastre de las sillas y de las mesas, hasta que todos se acomodaron de la manera en la que había pedido Ricardo que lo hicieran. A unas cuantas mesas de distancia, estaba Georgina, taladrándolo con los ojos. Lo miraba como si él le hubiese arrebatado al amor de su vida, pero al menos todo indicaba que ella estaba dispuesta a dejar al pobre hombre en paz, tal como él se lo había pedido.

Todos se quedaron en silencio, mirando al profesor en espera de lo que seguía y muchos bufaron cuando lo vieron sacar un atado de hojas de su portafolios. Ricardo colocó el montoncito de hojas en uno de los pupitres.

—Toma una y por favor, pasa las demás.

Martín siempre consideró que examinar una materia como aquella era algo sumamente extraño y contraproducente; tan subjetivo que no tenía realmente sentido, ¿Acaso cómo podía juzgarse qué tan ética es una persona? ¿Cómo calificar como correcta o incorrecta la manera en la que una persona se relaciona con los demás? Siempre y cuando las acciones no transgredieran la línea que raya entre lo legal y lo que es considerado un delito, cada cual simplemente podía ver la vida desde su particular punto de vista y hacer con ella lo que se le diera la gana.

Exámenes de ese talante solo podían contener preguntas de tipo: ¿Qué opina acerca de…? ¿Qué piensa de…? ¿Según su opinión, qué quiere decir esta cosa o la otra? ¿Cómo podían preguntas de este calibre tener una respuesta correcta o incorrecta, o calificables siquiera? Esa clase era como la asignatura de Religión: completamente inútil y para rellenar espacios, ¿Qué iban a hacer acaso? ¿Reprobarlo si llegaba a decir que no creía en Dios, por no ser lo correctamente ético o si sus valores no eran lo suficientemente humanos? Aunque al menos en la clase de Religión los tintes históricos le daban algo de precisión sobre lo cual asentar los pies.

Con un suspiro recibió el montoncito de hojas, tomó una y pasó el resto hacia un lado. Le dio un par de vueltas. Era una hoja en blanco. Miró a Ricardo con una ceja interrogante elevada en lo alto de su frente, pero en cuanto lo hizo, este desvió la mirada. ¿Qué iban a hacer, acaso? ¿Dibujar la mente o alguna estupidez parecida?

Respiró profundo, tratando de ahuyentar el mal humor y el dolor de cabeza que comenzaba a matarlo lentamente.

—La mesa mística de Camelot, en la que el rey Arturo y sus caballeros se sentaban a discutir temas cruciales, era redonda porque en una mesa con estas características no hay lugares privilegiados y ninguna persona sobresale del resto. —Explicó Ricardo, mientras tomaba una de las hojas en blanco y arrastraba la silla desde el escritorio hasta uno de los extremos, ya que el círculo que habían formado, en realidad era semi, porque no lo habían cerrado del todo. —Además, de esta manera, todos pueden mirarse a los ojos.

Un par de chicas rotaron sus rostros para mirarse a los ojos, pestañear de manera repetida como en las caricaturas y luego reír de manera estridente. Martín se preguntó si era momento para decir que, desde donde él estaba sentado, además de poder mirarles los ojos también podía verle a una que otra la ropa interior.

— ¿Para qué son las hojas en blanco, profe?

—Estas—, Ricardo elevó la hoja que él mismo sostenía en una mano, — son para hacer un pequeño ejercicio de sinceridad. Haremos lo siguiente: cada uno de ustedes marcará la hoja con su nombre y apellido en la parte superior, luego van a pasársela al compañero a su derecha. Cuando tengan la hoja de su compañero en frente, van a escribir lo que piensan de él o ella, o algo que quieran decirle, lo que provoca en ustedes, o preguntas, ¡Lo que quieran!… Volverán a pasar la hoja a su derecha cada 15 segundos, a mi señal. —Ricardo les enseñó un silbato que sacó del bolsillo de su pantalón y que pendía de una cadena plateada. —Lo que escriban puede ser anónimo, o si gustan pueden firmarlo. Pueden escribir en cualquier parte de la hoja, al principio, al final, al respaldo… Donde quieran, tanto o tan poco como quieran. Nos detendremos cuando todos tengamos nuestras hojas de vuelta en nuestras manos.

— ¿Esto tendrá calificación? —Preguntó uno de los chicos cercanos a Martín.

***

Martín no estaba realmente sorprendido por lo que decía su Hoja de la sinceridad. Podía decirse, incluso, que mucho de lo que había allí escrito le causaba gracia y que además se lo esperaba. No había nada profundo o interesante. Por eso, anticipándose a lo que pasaría, él había hecho su parte y había escrito una tontería tras otra en cada hoja que pasó por sus manos, asegurándose de firmar en cada ocasión.

*¿Usas ropa interior de mujer?

*¡Maricón!

*Me gusta cómo te vistes.

*Llévame como tu pareja a la fiesta de Sofía… No me interesa que seas un chico —David…

*A veces eres tan odioso.

*¿Por qué nos ignoras a todos?

Y más cosas por el estilo. Solo un mensaje, en medio de aquel atado de comentarios sin importancia, llamó su atención.

*Para la número uno, hay que afinar detalles.

Ricardo, sin duda.

Miró en dirección a su profesor, diagonal a él en el círculo, en busca de una confirmación que  obtuvo en forma de un ligero, pero evidente, enarcamiento de una ceja.

3

— ¡Parejas! Un chico y una chica. Vamos, vamos… El tiempo es oro, damas y caballeros. El tiempo es oro y el deporte es salud. —El señor Parrado, profesor de educación física, ex miembro de las fuerzas armadas, 94 kilos y 1.95 metros de estatura, desbordaba energía por cada poro, mientras daba palmadas para ponerlos en marcha. —Bádminton en parejas, señoritas y señores, de su disposición y de su habilidad dependerá la nota que aparezca en su boleta de calificaciones. Y si, antes de que alguien diga una sola palabra, las notas de mi clase también son importantes. Puedo arruinarles las vacaciones si no veo el empeño suficiente.

Martín podía, por lo menos, agradecer el hecho de que no lo pusieran a correr o a treparse a nada. Podía con una raqueta y un volador, pero con la cuerda sujeta al techo en medio del gimnasio, no.

Parejas. Un problema para él, teniendo en cuenta que el suyo era un caso sumamente extraño: era popular, pero también un relegado, increíble y sin mucho sentido, pero cierto. Nadie a quien le pidiera ser su pareja se negaría, quizá incluso aceptarían encantados, pero tampoco veía a alguien corriendo en su dirección para pedírselo a él. Ese era el gran problema con ser percibido como alguien a todas luces intimidante; demasiado cool y demasiado maravilloso para ser tratado con normalidad (¡Jah!). Porque sus amigos, las personas que de verdad lo conocían, lo apreciaban y eran capaces de encontrar encantadoras muchas de sus actitudes, no estaban ahí; allí solo estaban los estúpidos a cuya mayoría conocía desde la primaria e igualmente, desde aquellos tiempos inmemoriales, le caían de la patada.

«Soy un pobre incomprendido… ¿Quién lo iba a pensar?»

—Apártate, yo voy a hacer pareja con él. —Ante la voz imperiosa a sus espaldas, Martín se dio la vuelta para encontrarse con una Georgina que hacía retroceder a dos chicas que la miraban con cara de pocos amigos. —Así está mejor, shu shu. —Ella sonrió, aparentemente satisfecha consigo misma.

— ¿Y tú, qué?—Preguntó seco, al ver cómo ella se colgaba de su brazo, auto proclamándose como su pareja para las mangas de Bádminton.

—Nada, solo quiero que llevemos la fiesta en paz.

Martín bufó, recapacitando. Era cierto que su mente estaba un tanto lenta en las últimas semanas, pero no lo estaba tanto. Después de permanecer un par de minutos en silencio— un par de minutos en los que buscó una explicación a lo que tenía frente a sus ojos y sujeto a su brazo como una lapa para que nadie más se atreviera a acercarse— dejó escapar una pequeña sonrisa cuando el entendimiento, como un chispazo, llegó a él. Se deshizo del agarre de la chica y se paró frente a ella, mirándola a los ojos.

—A ti tampoco te invitaron a la Mascarada, ¿No es así?

—No, no lo hicieron. Sofía y yo tuvimos un pequeño desacuerdo el año pasado… Hubo un chico en medio. —Ella hizo un gesto con la mano, indicándole a Martín que le restara importancia a aquel dato.

— ¿Y esperas que yo te lleve como mi pareja?—. Aunque lo que Martín decía sonaba como preguntas, en realidad no lo eran, porque conocía las respuestas.

—Por supuesto.

—Y tú supones que yo voy a aceptar porque…—Dejó la frase inconclusa, esperando a que ella la completara con una explicación; porque a menos que recibiera una realmente buena, eso no iba a ocurrir.

—Digamos solo que una vez que vaya contigo a esa fiesta, no volveré siquiera a mirar a Richie… Con fines románticos, digo, porque ya sabes, aun sino quisiera, debo seguir viéndomelas con él hasta que el año escolar termine.

Martín curvó los labios hacia arriba y caminó con ella hasta el extremo del gimnasio, en donde las demás parejas esperaban para su turno en la cancha.

— ¿Tan banal era tu amor, entonces?

—Martín, yo prefiero verlo, y espero que tú también lo veas así, como que tus palabras me calaron hondo. Que capté todo tu rollo de amar solo a alguien que me merezca y que me haga feliz y blah, blah, blah — Ella volvió a colgarse de su brazo. —Digamos que si me llevas como tu pareja al baile de máscaras, yo estaré dispuesta a pasar por alto tu evidente, y absolutamente extraño, interés en que deje a Richie en paz. Tienes que admitir que eso es bastante sospechoso y no creo en que solo sean tus buenas intenciones saliendo a flote. Quizá mi curiosidad al respecto, llegue a ser mucha—. Ella lo miró con suspicacia.

—Si te llevo conmigo al baile, ¿Te dejarás de estupideces, Georgy?—. Martín no era tonto, así que percibió la amenaza implícita en las palabras de Georgina. Ricardo iba a deberle una muy grande por aquello.

—Te lo aseguro.

—Hecho. Pero ten algo en cuenta. Si intentas joderme de alguna manera yo sigo teniendo la fotografía y no voy a dudar en utilizarla. Te haré quedar como a una bruja… No, espera, no como a una bruja, te haré quedar como a una perra. Voy a explicar tanto, y tan bien, que tú te irás de este instituto con una mala fama terrible y a Ricardo lo nombrarán como el siguiente Director. ¿Capisci?

—Entiendo. Tu disfraz y el mío deberán hacer juego, ¿Cuándo nos veremos para comprar?

Martín soltó un pequeño gruñido. Definitivamente había cometido un error al pensar que Georgina era una completa estúpida. Él no tenía planeado ir a aquella fiesta, y si hubiese estado en sus planes por supuesto su pareja habría sido Carolina.

—El siguiente en la lista… ¡Ambrizh! Venga aquí con su pareja. ¡Bustamante! Al centro usted y su pareja, jovencita. Quiero ver ese saque, que sea un gran juego.

— ¿No se supone que las parejas deberían ser mixtas y no de dos chicas? Parece que Martín no lo entendió.

Las risotadas no se hicieron esperar ante el estúpido, realmente estúpido e infantil, comentario de Ismael. Martín blanqueó los ojos y bufó, antes de contestarle.

—Oye… No te das cuenta que tanta pendejada homofóbica, te hace sonar súper gay.

 

4

Tenía la desagradable sensación de que el mundo a su alrededor se estaba moviendo demasiado rápido, pero quizá la explicación real era que él andaba demasiado lento.

El olor a trementina, reinante en el salón de artes, lo obligó a pedir permiso a la señora Lilent para que lo dejara abandonar la clase por algunos minutos. El olor del solvente había penetrado profundamente en sus fosas nasales y lo había inundado, proveyéndolo de un malestar que no creyó poder soportar. Prefirió salir huyendo de allí, antes de adornar su lienzo con el contenido de su estómago y no con óleos.

Para aquel momento, Martín se encontraba frente al espejo del lavabo del baño en el tercer piso del instituto. Había lavado su rostro con agua y se miraba al espejo tratando de convencerse a sí mismo de no vomitar. Para ello respiraba profundo, inhalando por la nariz y soltando el aire por la boca. Lo malo con ello, era que no parecía que fuese a funcionar.

Su respiración profunda se convirtió en un jadeo rápido e involuntario con el que trataba de apaciguar las arcadas. Perdió la pelea, así que debió darse rápidamente la vuelta para encerrarse en uno de los cubículos. Apenas y tuvo tiempo de correr el pestillo, antes de que su cuerpo se arqueara y comenzara a vomitar con dolorosos espasmos que le obligaban a contraer los músculos del abdomen. Vomitó mucho y con tanta fuerza, que sintió cómo se le saltaron las lágrimas. Aunque quizá más adelante lo encontrara por completo asqueroso, en aquel momento estaba arrodillado en el piso, abrazando con fuerza la taza de baño, como si aquel fuese su polo a tierra y sin cuyo apoyo de seguro azotaría contra el piso. Vaciar su estómago lo dejó con una sensación de debilidad tal, que cerró los ojos y simplemente continuó allí, en la misma posición, sujeto a tan absurdo salvavidas.

Después de minutos, no supo exactamente cuántos, al final se sintió lo suficientemente estable como para soltar una de sus manos de aquel apretado abrazo y tiró de la cadena. Bajó la tapa y de manera lenta, como si de un moribundo se tratara, se incorporó lo suficiente para dejarse caer sentado sobre la tapa. Luego se lamentó por el hecho de estar utilizando una camiseta de manga corta, y no pudiera utilizar el puño para limpiarse los labios. Sintió el asqueroso sabor amargo en su boca, quería enjuagarse de inmediato, pero solo tenía que reunir las fuerzas y la voluntad suficientes para ello.

Sintió la puerta del baño abrirse, eso hubiese podido significar buenas noticias para él, alguien a quien pedir ayuda, si no hubiese sido porque  las dos personas que irrumpieron lo hicieron de manera violenta.

— ¡Suéltame! —Martín reconoció esa voz. Sobretodo reconoció el miedo en ella, así que se limitó a subir los pies para no revelar su presencia y atraer atención no deseada sobre su persona. — ¿Por qué haces esto? ¿Por qué solo no lo olvidas todo y me dejas en paz? No voy a dejar que sigas chantajeándome, ¡Vete a la mierda!

Alguien fue empujado con fuerza contra una de las paredes, produciendo un sonido seco.

—Pendejo de mierda, no voy a  olvidarme de nada. —Dijo la otra persona, otro chico. Por cómo se escuchaba, Martín sacó como conclusión que hablaba con los dientes apretados. —Si no sigues con las cosas como hasta ahora, todo el mundo se va a enterar ¿Me escuchas? TODOS. Y no creo que la noticia le caiga muy bien a tu papá… O a tu novia.

—Pero, pero… Solo fue un beso y yo no te obligué, solo pasó. Lo siento, ¿Me oyes? ¡Yo lo siento! —Lloriqueó Ismael.

—Me vale una mierda que lo sientas, ¿Me oyes? Tienes dos días, ¡dos! Si no me entregas nada, voy a irme de la lengua y todo el mundo se va a enterar de que eres un asqueroso marica.

—No voy a conseguirte más de esa mierda. Además, ponerme en evidencia a mí, significa que tú también…—Lo siguiente que se escuchó de labios de Ismael fue un quejido profundo, seguido de un ataque de toz, de lo cual se podía sacar como conclusión que había sido golpeado en el estómago.

—Dos días, dije. Espero que te haya quedado claro.

Martín escuchó pasos alejarse y luego el fuerte azote de la puerta al cerrarse. Sujetándose de las paredes, y aún sin bajar los pies de la tapa del inodoro, aplicó el oído a la puerta del cubículo, tratando de saber si estaba solo en el baño. No, no lo estaba. Los sollozos al otro lado de la puerta que lo resguardaba, se lo confirmaron.

Apoyó los pies en el suelo y se puso de pie, lentamente. Solo cuando comprobó que era capaz de andar sin caerse, destrabó el pestillo y salió del cubículo, encontrándose con una imagen que jamás esperó ver: A su Bully personal, mirarlo con absoluto terror y los ojos inundados de lágrimas, mientras estaba doblado sobre sí mismo en el suelo.

Martín siguió derecho hasta los lavabos, giró la llave del agua y ahuecó las manos debajo del chorro. Antes de lavarse el rostro y enjuagarse la boca, vio a Ismael a través del espejo ponerse de pie. Sus miradas conectaron.

—Eso es tan triste, que ni siquiera voy a burlarme de ti. — Martín se inclinó hasta sus manos y se deshizo del desagradable sabor en su boca. La mano de Ismael sobre su hombro lo obligó a reincorporarse y  a girarse hasta quedar frente a él.

— ¿Qué escuchaste? Dime, Martín, ¿Qué fue lo que escuchaste?

Casi quiso reír cuando vio al chico frente a él, tratando de adoptar su aptitud intimidante y demandante de siempre, lo cual era ridículo teniendo en cuenta que lo hacía con los ojos llenos de pánico y lo había visto llorar hacía menos de dos minutos atrás. Nunca le había tenido miedo, pero ahora había incluso menos posibilidades de que Ismael causara tal efecto en él.

— ¿Qué es lo que te pide para permanecer callado? ¿Dinero?

— ¡¿A ti qué te importa?! Maldito maricón. —Martín vio la imagen de Ismael bailar delante de sus ojos, así que se sostuvo de la mesada detrás de él.

— ¿Sabes qué?—Dijo con voz un tanto temblorosa. —Tienes toda la razón, no  me importa. —Se sacó la mano de Ismael de encima del hombro y comenzó a caminar hacia la puerta para salir de allí. —Eres de verdad patético.

Tenía la mano puesta en el pomo de la puerta, pero no pudo abrirla porque Ismael recargó la mano sobre esta, por encima del hombro de Martín, invadiendo su espacio personal.

— ¿A quién llamas patético?

Martín suspiró, cerrando los ojos. De verdad quería salir de allí y hablar con su profesora para que lo dejara marcharse a casa, pero la posibilidad parecía alejarse cada vez más. Se dio la vuelta de manera lenta, viéndose obligado, debido a la excesiva cercanía de su compañero, a dejar caer la espalda contra la puerta para ganar algo de espacio.

— ¿Ves a alguien más aquí metido en problemas, siendo chantajeado y golpeado solo por no tener las pelotas para asumirse? Porque yo no. —Comenzó a irritarse, así que se enderezó y apoyó el dedo índice en el pecho de Ismael para hacerlo retroceder y que dejara de acorralarlo contra la puerta. — ¿Ves a alguien más aquí metido en un estúpido problema que terminaría de inmediato si tan solo fuese lo suficientemente valiente como para abrir la boca y sincerarse? —Por cada palabra que decía, Martín avanzaba un paso y el otro lo retrocedía—. Porque aparte de ti, yo no veo a nadie más. Ahora, si me disculpas, de verdad necesito irme.

Una vez más se encaminó hacia la puerta y se dispuso a salir, tomando el pomo de nuevo.

—No es dinero…— La voz de Ismael a sus espaldas lo hizo detenerse. —Ojalá fuese eso.

Se dio la vuelta, resignándose ante la idea de que al parecer no iba a poder salir de allí en toda la tarde, ¿Por qué no había utilizado otro de los baños y haberse así ahorrado todo aquel drama y la molestia?

— ¿Entonces? —Se recostó nuevamente en la puerta. — ¿Qué es lo que quiere?

—Él… Él…—Ismael se dio la vuelta para quedar de frente al espejo. Parecía estar debatiéndose entre decirle o no. Y Martín lo comprendía. Después de tanto tiempo de enemistad entre ellos, seguro era difícil confesarse cosas íntimas y problemáticas como si fueran buenos amigos.

—Vamos hombre ¡suéltalo ya! No creo que esté pidiéndote sexo, porque de ser así, sabiendo por donde van tus gustos, de seguro estarías saltando en un pie. —Ismael soltó una pequeña risa ante su comentario, luego se quejó un poco, agarrándose las costillas. Había sido golpeado en el estómago hacía unos minutos.

—Cállate, Ámbrizh. —No lo  dijo con rabia. —No es nada del otro mundo, o quizá sí. Él quiere que siga consiguiéndole drogas… Drogas duras.

Ambos guardaron silencio durante algunos minutos. Martín, procesando lo que había acabado de escuchar. Ismael, posiblemente procesando el hecho de que acababa de confesarle a Martín que ya había provisto drogas a aquel chico con anterioridad.

—Que gran lío. ¿Y si hablas? Eso le quitaría al idiota lo que tiene contra ti.

Ismael dejó de mirar el espejo y se sentó en el suelo, frente a una de las puertas de los cubículos.

—Eso suena más fácil de lo que es. No tienes idea de cómo es mi padre él… De seguro se tomaría el asunto muy mal. — Padres. Un tema con el que Martín jamás había tenido que lidiar. — Oye, Martín ¿Tu real… Realmente siempre sospechaste que yo era… Que a mí me gustan los…? ¿O solo lo decías para joderme?

Martín cambió el peso de su cuerpo de un pie al otro y recargó la cabeza en la puerta, luego cerró los ojos y soltó una risotada suave.

—Ismael… Trataste de besarme en los baños. Aunque sé que soy irresistible, créeme cuando te digo que eso, no es algo que me pase todos los días.

—Yo… Lo lamento. De verdad siento haber sido tan insoportable todo este tiempo. Es solo que tú siempre te ves tan… Y te comportas tan… A veces siento que hay ocasiones en las que quisiera ahorcarte, otras en las que quisiera ser como tú. Así de… Pareces tomártelo tan bien y manejar la situación. Me costó aceptarlo, ¿Sabes? A veces aún pienso que no  lo he hecho del todo. Hay días en los que me levanto decidido a mandarlo todo a la mierda y enfrentarlo, pero luego sólo me lleno de miedo y sigo fingiendo. Aún tengo la esperanza de levantarme un día y que se me haya pasado—Ismael bufó. —Y después de tanto esconderme, voy y cometo un estúpido error con un completo idiota. ¡Ese maldito hijo de puta!

—Y él, ¿Te gusta?

— ¿Quién?

—El «maldito hijo de puta». Lo besaste, ¿Te gusta?

—No. Una cosa llevó a la otra… Vi la oportunidad y la aproveché, pero nunca llamó mi atención más allá de la curiosidad de saber qué se sentiría besar a un hombre. Menos me gusta ahora que parece determinado a convertirme en su camello particular.

—Oh.

— ¿Oh? ¿Oh? ¿En serio eso es todo lo que tienes para decirme al respecto? ¿Tú, que nunca te callas? —El chico se mesó los cabellos, evidentemente desesperado. Después de todo, su situación no era para menos.

—Ismael…

— ¿Si?

—Me siento extraño.

—Sí, tú eres extraño.

—Yo no…

—Espera, ¿Extraño cómo?

—Pues, siento como si me fuera a desmay…

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