Capítulo 23

Inminente (Are you ready for this?)

1

La belleza de Irina, ahora estaba iluminada por un tipo de luz diferente.

Mientras retozaba a un par de metros de él, desnuda e inmóvil para que la observara en detalle, vio cómo su usual apariencia de espiga había comenzado a desvanecerse, porque ahora toda ella era curvas que se habían acentuado. Toda ella era generosidad y abundancia. Sus pechos habían aumentado de tamaño y la piel que los resguardaba se veía tensa y abrillantada. Sus mamas estaban coronadas por sendos pezones, oscuros y generosos como moras maduras. Sus caderas se ensanchaban día a día y su vientre estaba recargado y redondeado. Eran maravillosos los estragos que doce semanas de gestación habían producido en su cuerpo.

Ella… Simplemente se veía hermosa y radiante. Como una criatura mítica con el increíble poder de crear una vida en sus entrañas.  Así que, como no le había ocurrido hasta aquel momento, esta vez Joaquín logró conmoverse e involuntariamente curvó una de las comisuras de su boca hacia arriba en una sonrisa un tanto retorcida, que le fue inmediatamente devuelta.

El vientre de Irina, de repente, se había convertido en un punto hipnótico del cual no podía apartar la vista. Allí estaba su hijo… Su hijo. Cuan aterrador y cuan maravilloso sonaba aquello.

— ¿Quieres tocar?—. La voz de Irina retumbó en el silencioso estudio. Retumbó, aun cuando ella apenas y había levantado la voz y esta apenas y sobrepasaba un susurro. Y Joaquín se preguntó si eso acaso se debía al hecho de que ella ahora parecía ser mágica… Una mutante.

No hizo falta que ella le explicara a qué se estaba refiriendo. Le bastaron tres segundos para decidirse a abandonar el lápiz, quitarse el exceso de grafito de las manos limpiándoselas en los pantalones y encaminarse hacia ella.

Irina posaba para él en el mismo pequeño sofá de una plaza en el que lo había hecho Martín. Esto para nada obedecía a su amor por el sarcasmo o a su indiferencia siquiera, era únicamente por su escasez de mobiliario. Aunque, no sabía si involuntaria o deliberadamente, pero ella había adoptado una pose similar a la de Martín.

En unas cuantas zancadas zanjó el espacio entre ambos y, tras apoyar ambas manos en los braceros del pequeño sofá, se acuclilló  frente a ella, hasta que sus rostros quedaron casi a la misma altura.

Una mano callosa que se apoyó sobre un diminuto vientre. Una mano tan grande, que casi lo cubrió por completo…

Un hombre que creía muerta su capacidad de conmoverse y que, estupefacto, la vio renacer… A medias…

Una mujer que, a pesar del tiempo transcurrido, aún tenía la capacidad de estremecerse ante el toque de las manos del hombre que la había tocado en todas partes y de todas las formas posibles… Una mujer que soñaba y sobre todo, una mujer que era paciente.

***

La  tocaba, sin dejar de mirarla a los ojos. Ambos en la cama, ambos completamente desnudos. Olvidado habían quedado el boceto y la tela… Los lápices y las ganas de pintar. Con ella no le importaba mucho si en alguno de los otros edificios había algún fisgón con binoculares, así que a ambos los bañaban la claridad y el sol.

Las hormonas parecían haber dotado a Irina de una sensibilidad extrema. Ella se retorcía lujuriosa con apenas unas cuantas caricias. Su cuerpo lo emocionaba y lo excitaba pero… Si había de ser sincero, de verdad sincero, debía reconocer que cada vez que estaba con ella, por muy innovadores que fuesen, no podía evitar que una simple e hiriente frase se repitiera en su cabeza sin cesar: «Esto, es algo que ya he hecho demasiadas veces», e irremediablemente, esa frase iba atada al recuerdo de Martín…. Martín sobre, debajo y alrededor… A un lado y a otro de él… Martín en todos lados, ocupando su campo visual… Martín haciendo maravillas que para él aún estaban revestidas de novedad.

Se introdujo en el almizclado sexo de Irina, deslizándose dentro sin el acostumbrado embate con el que solía penetrarla. Aquello no pintaba bien. De pronto Joaquín estaba demasiado consciente de su estado, de que había un bebé dentro de ella y que eso, para él, la había convertido —casi repentinamente— en algo parecido a una pieza de cristal.

Irina estaba debajo de él, así que Joaquín sostenía la mayoría de su peso con los brazos apoyados a cada lado de ella. Estaba empeñado en no dejarse caer encima de ella del todo, así que por esto sus embestidas eran poco profundas y por lo tanto no tan placenteras. Pronto, al ver como Joaquín se resistía a ir más adentro aun cuando ella lo había amarrado con una de sus piernas engarzada en su cintura y lo empujaba contra sí con el talón, el rostro extasiado de Irina se convirtió en una careta de extrañeza y confusión.

— ¿Qué pasa? ¿Qué es lo que haces, Joaquín?

El pintor dejó escapar un gran suspiro y se apartó de ella, sentándose en la orilla de la cama; con la frustrada erección apuntándole directo al rostro, como si se burlara de él.

—No es nada, yo… Es solo que me da impresión, eso es todo, ¿Vale?

— ¿Impresión? ¿Te impresiono porque estoy lentamente convirtiéndome en una ballena? —La indignación de Irina prometía convertirse pronto en rabia si es que él no decía lo debido. — Y eso que apenas voy completando el  primer trimestre… ¡Putain de vie!— Ella descargó el puño contra el colchón.

— ¡¿Pero de qué cojones habláis, tía?! A lo que me refiero, es a que me da la impresión de que podría llegar a lastimaros si me muevo… Si te lo hago con demasiada fuerza. Esto es… ¡Dios!

2

Ismael le prestó su ayuda. Si es que así podía llamársele al hecho de que casi lo ahogara en el lavabo; tratando, según él, de despertarlo. Se le habían aflojado las piernas, y se le habían ido las luces, pero no se había ausentado del todo, aun cuando se había visto imposibilitado para emitir señales de vida que evitaran a tiempo que su compañero de clases lo lanzara de cabeza debajo de un inclemente chorro de agua.

Para como encontró las cosas una vez que volvió enteramente en sí, Martín hubiera podido apostar por el hecho de que Ismael habría sido capaz de practicarle una lobotomía a mano limpia si hubiera precisado de una, con tal de no llamar la atención sobre ellos de cualquier manera y sobre todo en el hecho de que estaba en el baño con el que posiblemente era el chico gay más famoso del instituto. En todo caso, y aunque hubiese terminado con la pechera de la camiseta empapada, la clandestinidad fue un gesto que agradeció; puesto que verse y sentirse desvalido, definitivamente no era la manera en la que a Martín le gustaba tener la atención sobre él.

Llegó a su casa arrastrando los pies. Con el dolor de cabeza, de garganta y de huesos matándolo lenta y tortuosamente. Se limitó a negar con la cabeza cuando Lola le preguntó si iba a almorzar enseguida. Al pensar en comida, reprimió una arcada; no se sentía capaz de verla, u olerla —o por lo visto imaginarla siquiera— así que ni hablar de sentarse a comérsela.

Llegó a su habitación y descargó el morral y las carpetas de cualquier manera sobre la cama; se internó en el baño y se paró frente al espejo apoyándose contra la mesada como si no pudiera con sus propios huesos. Cuando vio la nariz y los cachetes rojos que le devolvía el reflejo, y además dejó escapar el primer estornudo, algo dentro de él se relajó, a pesar del terrible malestar, porque ciertamente era mejor tener la peor gripe del mundo y no un tumor cerebral o algo parecido. Por lo menos por esta vez, tenía una explicación más que satisfactoria para sentirse tan repulsivamente mal.

—Genial…—Dijo con voz gangosa. —Y aun me quedan dos días de exámenes. —Se quejó,  temiendo que quizá debiera faltar a clases, porque en el fondo Martín tenía su porción de ñoño.

 

***

Abandonó la cama en estado zombie, con las sienes punzándole y muerto de sed. Pudo haber tomado agua de la llave del baño en su habitación, pero su razonamiento no estaba funcionando precisamente de la manera correcta; así que su lógica, que en aquel momento estaba funcionando solo para guiarlo en los aspectos más básicos de la supervivencia, lo instó a dirigirse a la cocina, para lo cual debía flanquear dos extensos tramos de escaleras en descenso: todo un reto, si se tiene en cuenta que el cuerpo le pesaba como el plomo.

No sabía cuánto tiempo había dormido, o qué hora era, pero de momento no tenía ningún interés en saberlo. Solo le interesaba el hecho de que debía respirar por la boca, porque se estaba ahogando en un mar de mocos.

— ¡¿Cuándo vas a dejar de juzgarme, mamá?! Creo que definitivamente cometí un error al confiártelo, no debí haberte dicho nada… Pero por algún extraño motivo, se me ocurrió que podría llegar a contar contigo, que me entenderías. Pero por lo visto me equivoqué. —La voz de Mimí lo hizo frenar en seco en el pasillo que llevaba a la escalera hacia la planta baja, puesto que sonaba realmente molesta.  Aunque no podía verla, Martín pudo imaginar perfectamente el rictus de sus cejas fruncidas. Una expresión facial materna que aunque no era muy frecuente, cuando se presentaba era de temer, o al menos de respetar y saber que hay que tomar una distancia prudente. Esperó por la contestación de su abuela, creyendo que quizá ella estaba en el estudio también, pero al no escucharla dedujo que su madre hablaba por teléfono. Si había mal humor de por medio, aquel no era su asunto, entonces. Decidió continuar con su camino, en silencio.

—Mejor me voy. —Le susurró al vacío, con voz ronca.

— Cuándo y cómo se lo diré a Martín, si es que decido hacerlo, es completamente mi asunto, lo haré cuando lo crea conveniente. — Escuchar su nombre por supuesto llamó su atención, así que se quedó estático de nuevo. — ¡Mamá! ¿Acaso crees que tú lo amas más que yo? ¿Qué te preocupas por él más que yo? ¿Qué buscas su bienestar más de lo que lo hago yo? Es mi hijo, así que déjame manejar esto a mi manera, por favor, no te inmiscuyas.

A Martín le habría gustado poder escuchar las respuestas y comentarios al otro lado de la línea, para poder contextualizar aquello. ¿De qué hablaban las dos mujeres de su vida y, mucho más importante, qué tenía que ver con él? No le había prestado mucha atención, pero ahora que le echaba cabeza, hacía lo suyo que no veía a su abuela. Quizá de alguna manera mágica, como solía pasar, el evidente enfado que había entre las dos mujeres, había pasado a inmiscuirlo también a él.

Con la intensión de espiar el resto de la conversación, caminó agazapado contra la pared y en puntas de pie, hasta llegar lo más cerca que pudo a la entrada del estudio, pero un estornudo que no pudo contener, lo delató.

—Aww. —Se quejó, al sentir como retumbó algo dentro de su cabeza y obviamente también por saberse descubierto tan pronto.

— ¿Martín?… Mamá tengo que colgar, Martín está aquí… Si mamá, adiós.

Ya no había mucho sentido en seguir manteniéndose en silencio u oculto, así que se asomó al estudio. Se quedó recostado en el marco de la puerta, con los brazos cruzados sobre el pecho y el ceño fruncido como una muestra evidente de que no estaba precisamente contento, porque le parecía de terrible mal gusto el hecho de que hablaran de él a sus espaldas.

—Dime, Mimí, ¿Qué es lo que tienes para decirme?

Ella abandonó su lugar detrás del escritorio, después de acomodar el auricular del teléfono encima del aparato y se dirigió hacia él en un pequeño trotecito. Entre sus tobillos se arremolinó la tela vaporosa de un pijama de seda color durazno, debajo de un albornoz que sobrepasaba por poco la altura de sus rodillas. Eso quería decir que era lo suficientemente tarde como para que su madre se dispusiera a dormir y que él había dormido toda la tarde… Que desperdicio de tiempo.

—Mi amor, ¿Te sientes mejor? Ven aquí. — Mimí se acercó a él y lo tomó por la nuca para hacerlo descender un poco hasta su altura y así posar sus labios sobre su frente, para medir su temperatura. —Algo mejor, sí. ¿Por qué estás fuera de la cama? ¡Y sin zapatos! El doctor dijo que…

— ¿Me vio un doctor? —. Que lo hubiera visto un médico sin que él estuviera del todo presente dentro de su propia piel, era casi como… como una violación, aunque sonara exagerado. Además de que, por obvias razones, quien lo haya visto era un completo extraño, dada la condición de… cadáver, de su médico habitual. Se tomó el cuello del pijama, que ahora notaba que él también estaba usando, juntando fieramente una mitad de la camisa con la otra, tratando tardíamente de resguardar su intimidad. — ¡¿Por qué?!

— ¿Por qué? Simplemente porque cuando Lola me llamó me dijo que tenías casi 40 grados de fiebre, ¿Te parece eso una razón suficiente?—Mientras hablaba con él, Mimí lo empujó fuera del estudio, cerró la puerta tras ellos, y comenzó a guiarlo por el pasillo escaleras arriba, hacia su habitación. Ella se quitó el albornoz y lo pasó sobre sus hombros y comenzó a pasar las manos de arriba abajo sobre sus brazos, como si quisiera tratar de hacerlo entrar en calor y eso, se sintió condenadamente bien.

— ¿Quién… quien me cambió de ropa? —Preguntó, casi temiendo escuchar la respuesta.

—Casi me provoco una hernia maniobrando contigo pero lo hice yo… Nadie más que yo.

«!Mierda!»

No era que Martín fuese particularmente tímido, era simplemente que no estaba muy interesado en que su mamá —o cualquier otro ser humano sobre la faz de la tierra, en realidad— viera todos los chupetones y marcas que gritaban «sexo reciente y duro» sobre su cuerpo.

—Ajá…

—Es… Fogoso tu novio, ¿No?

— ¡Mamaaá! No es un tema del que vaya o quiera  hablar contigo, ¿Está bien?

Mimí rio, más incómoda que divertida. Entraron a la habitación. Ahora que miraba bien, Martín pudo ver los frascos de suero oral y de jarabe, además de los sobrecitos de disolubles contra los síntomas de la gripe y los comprimidos, sobre su mesa de luz.

—Pero… No tengo que preocuparme, ¿verdad? Está todo bien, ¿verdad? No estará él… Lastimándote de algún modo, ¿cierto, cariño? Quiero hablar con él, ¡Pronto!—Mimí se detuvo solo el tiempo suficiente para cruzarse de brazos, pero rápidamente volvió a la carga. — ¿Sabes? No me interesa mucho ser el tipo de mamá que no tiene ni la menor idea de lo que hacen sus hijos por estar ocupada y que luego, de un momento a otro descubra… Algo que la deje estupefacta y dándose golpes de pecho por haber sido demasiado confiada. Algo que no está muy lejos de la realidad porque, digo, después de todo estás manteniendo una relación sentimental con una persona mayor que tú y que además es tu profesor. Si tienes una vida oculta llena de misterios quiero saberlo, Martín. Definitivamente quiero.

—Oh Dios, esto no está pasando… Esto no está pasando. —Martín se tiró en la cama, sobre sus sábanas revueltas con todo empezando a darle vueltas. Se abrazó a una de sus almohadas y cerró los ojos. — Él… Es una persona demasiado dulce y no sería capaz de hacerme daño. —Puede que en el preciso instante en el que dijo aquello no le hubiera puesto la debida atención, pero si lo hubiese hecho, habría notado que mientras habló la imagen mental que rondaba su cabeza tenía anteojos, además de ojos y rizos de color café. Quizá fue simplemente porque no había manera de que su mente pudiera relacionar la palabra «Dulce» con Joaquín. —Creí que ya habíamos establecido hacía mucho que soy sexualmente activo. Cosa que jamás debería sorprenderte por la manera tan disparatada que has tenido de surtirme de preservativos; no sé cómo sonará eso en tu cabeza, pero en la mía sonó como un gran «ADELANTE… DISFRUTA DEL SEXO… TIENES MI BENDICIÓN». Si lo que estás tratando de decirme es que estoy manteniendo una vida oculta en la que tengo montones de sexo… Entonces tienes toda la razón. Pero… ¿Adivina qué? No es tan oculta porque tú estás al corriente. —Martín incluso gritó un poco esto último. —  Me duele la cabeza… Y tengo frío… Todo está dándome vueltas y tengo mucha sed. —Abrió los ojos y se sentó de manera torpe en medio de la cama, con la intención de bajarse de nuevo. — Sed… Por eso me levanté, necesito agua, mucha agua…

Mimí puso la mano derecha en su hombro y lo obligó a tumbarse de nuevo, sin que eso le costara mucho trabajo.

—Ten esto, tonto. —Ella le pasó una de las botellas de suero oral.

Martín desenroscó la tapa y se llevó la botella a los labios resecos. La vació en dos largos tragos, saboreándose, porque tenía un leve sabor a cereza. Ella le pasó otra, junto con un comprimido que se tragó, sin preguntar qué era.

—Oye…—Dijo, cuando una idea extraña se dibujó en su cerebro. —No irás a decirme que soy adoptado, ¿Cierto?—. Vio a su madre contraer las cejas, con duda y extrañeza. — Lo que hablabas por teléfono con la abuela hace un rato… Acerca de algo que me dirías solo cuando lo consideraras conveniente. ¿Vas a decirme que realmente no soy tu hijo? Porque si me dijeras eso, sinceramente te creería de inmediato porque ¡Míranos! Tú y yo, no nos parecemos en nada.

Micaela suspiró. Comenzó a acomodar las cobijas sobre él y a ahuecar su almohada, instándolo con ello a acomodarse mejor y a abrirle campo en la cama, a su lado.

—Si bebé, tú y yo no nos parecemos mucho físicamente, pero te aseguro que recuerdo perfectamente bien el momento en el que esa cabezota tuya casi me parte en dos.

Martín rio de manera tonta, porque lo que fuera que le hubiese dado Mimí comenzaba a hacer efecto; aunque quizá no era el medicamento, sino solamente la gripe y sus terribles estragos aturdidores. Se acomodó mejor en la cama de frente a Micaela y pasó un brazo sobre su cintura. Ella comenzó a juguetear con las puntas de su cabello, que rebasaba sus hombros… Quizá fuese hora de recortarlo un poco.

—Qué alivio, me alegra ser realmente tu hijo, ma. No me parezco a ti… ¿Me parezco a él, entonces?—Se aventuró a preguntar.

—Sí, amor, un poco.

—Tú… ¿Algún día… Vas a hablarme de él? ¿Vas, finalmente, a decirme quién es? No comprendo… Incluso si el problema es que no quiso hacerse cargo de mí… Yo solo quiero saber, Mimí… No te… Tanto misterio… Mmm.

Micaela solo continuó acariciando su cabello. Martín cerró los ojos. Se durmió, antes de obtener una respuesta.

3

Cuando abrió los ojos, Martín pudo jurar que sufrió un micro infarto al ver el furibundo sol que alumbraba fuera de su ventana y que evidenciaba lo tarde que era. Normalmente, cuando era día de instituto solía levantarse sobre las 5:30 de la mañana, y no había manera de que tanta luminosidad correspondiera a una hora decente para llegar a tiempo a estudiar.

Abandonó la cama dando tumbos y miró la hora en su celular: 9:17 a.m. ¡Era una broma! ¿Por qué Lola no lo había despertado? Si se daba prisa y conducía lo suficientemente rápido, alcanzaría a llegar para la tercera hora, el problema radicaría en qué hacer para que lo dejaran entrar. Gruñó alto, preso en la frustración, porque ni de coña estaba dispuesto a que le estropearan las vacaciones, haciéndolo ir a las clases de refuerzo para poder rendir los dos exámenes que se perdería ese día si no conseguía llegar al instituto y colarse dentro.

— ¿Qué pasa, Tiny?—Una Micaela perfectamente producida, con zapatos vertiginosos y vestido ejecutivo de chaqueta y falda de un corte impecable, se asomó a su puerta, como si tal cosa.

— ¿Que qué pasa? ¡Ya viste la hora! Hace dos horas que debería estar en el instituto, eso pasa.

—Ah, eso.

— ¡Si, eso! ¿Por qué no me despertaron?

—Deja la histeria, cariño. No te veo del todo bien aún. Mira nada más tu nariz, pareces una postal navideña. Tú serías Rodolfo, por cierto. — Martín blanqueó los ojos. Había pillado el chiste a la primera, no era necesaria la aclaración. — ¿Te sientes lo suficientemente bien como para ir a estudiar hoy?

No, no se sentía precisamente bien, pero tenía cosas que hacer. Además estaba Ricardo y el hecho de que tenía que informarlo un poco para la cena, así que asintió con la cabeza.

—Mimí, si no voy al instituto hoy, entonces no conocerás a… Mi novio, recuerda la cena del sábado, pero si no quieres…

Vio con satisfacción la manera en la que ella abrió exageradamente los ojos y separó  un poco los labios, con eso la tenía en un puño… Las ventajas de que su carta Ricardo fuese multiusos.

— ¿En serio vas a traerlo?—Ella desvió la mirada de él y Martín pudo jurar que veía su cabeza carburando a mil por hora. Mimí carraspeó, recomponiéndose. —No sé qué tenga que ver el hecho de que vayas o no a estudiar hoy con que él venga o no el sábado.

—Tiene que ver, porque como supondrás él está por completo nervioso al tener que venir  aquí a enfrentarse contigo y con el hecho de que estemos juntos. Me necesita y…—Casi se mordió la lengua ante la cursilada que estaba a punto de soltar— y yo a él. Odiaría no poder verlo hoy… Por favor. Además tengo examen de cálculo y estoy perdiendo tiempo valioso.

—Ya, ya, no te preocupes. Llamé al instituto temprano, el primer examen de hoy es a las 11:00 a.m. si decides ir, van a dejarte entrar.

***

Ser víctima de los cuidados de Mimí a veces era sin dudas algo desventajoso y exagerado, porque dado el poco tiempo con el que ella contaba para realmente dedicarse a él, cuando había la necesidad o la oportunidad de que lo hiciera, ella solía desbordarse en sobreprotección y quería suplir días de ausencias en uno solo, como si aquello funcionara como cupones acumulables, o como las jorobas de un camello, que se llenan de agua que se consumirá de a pocos en los días de sequía. La cuestión es que a Martín no le fue permitido abandonar la casa hasta que estuvo utilizando una camisilla, sweater de mangas largas, mascarilla, chaqueta y bufanda… Con el calor que hacía. Además, no le permitió conducir y lo llevó ella misma hasta el instituto.

Cuando entró al salón de clases, 15 minutos antes de que diera inicio el primer examen, todos lo miraron tan raro como si hubiera acabado de bajarse de una nave espacial, y esto no  mejoró cuando, por estar mirando la manera en la que Georgina lo saludaba agitando casi con el mismo ritmo sus pestañas y sus dedos —evidentemente burlándose de él— se tropezó con su propia mesa, antes de sentarse.

En cuanto se dejó caer en su asiento y se sacó las capas de ropa de más, se arrepintió, porque al parecer su regulador interno de temperatura estaba estropeado, puesto que pasó de sentir que estaba a punto de gelatinizarse dentro de la chaqueta a causa del calor, a sentir escalofríos recorriéndole los huesos.

***

—Yo… Lo hice, terminé con mi novia. ¡Dios! Creo que aún estoy en shock, ella lloró, ¿Puedes creerlo? Lloró. —Lo que Martín no podía creer, era que Ismael estuviera sentándose junto a él con todo y su bandeja de almuerzo. Elevó las cejas en lo alto de su frente, en un mudo «¿Qué carajos haces aquí?»—Eso me hizo sentir completamente miserable, viejo. No sabes cuánto. Es buena chica.

Martín, viendo la situación, contempló varias opciones.

  • Ser el mismo borde de siempre. Para que Ismael entendiera que siquiera sentarse junto a él en la misma mesa a la hora del almuerzo (aún si no le hubiese dirigido la palabra) era algo absurdo, y eventualmente lo dejara solo con la única compañía de un sándwich que le habían dicho que era de pollo, pero que no podía asegurarlo puesto que su sentido del gusto solo parecía funcionar a ratos y de momento el pan y su relleno solo le habían sabido a algo parecido al cartón… O por lo menos a la manera en la que él imaginaba que sabía el cartón.
  • Simplemente decirle «Largo de aquí» lo cual aseguraría el mismo resultado, pero de una manera mucho más rápida, pero que podría llegar a herir susceptibilidades.
  • Fingir que lo escuchaba, sin emitir palabra, hasta que él se aburriera y se largara por sí mismo… Porque ellos dos no eran amigos y ni siquiera se llevaban decentemente bien.

Optó por una cuarta opción. Tomaría el cuaderno de dibujos en el que estaba garabateando, su sándwich, su tercera mascarilla desechable del día, levantaría el trasero y se largaría a otro lugar donde nadie lo fastidiara… Quizá la biblioteca, porque esa sí que era tierra inhóspita.

Lo habría hecho, sino hubiese descubierto que se sentía lo tan mal como para realmente no querer moverse de una mesa privilegiada lejos de la cocina, junto a uno de los ventanales por el cual se colaba un decente rayo de sol que era amortiguado por un sauce solo lo suficiente como para no achicharrarlo, pero aun así calentarlo justo lo necesario. Así que solo cerró el cuaderno y se acodó en la mesa.

— ¿Entonces ella lloró? Que mal. —Se aclaró la garganta y esto produjo un nuevo acceso de tos.

—Eso hizo. —Ismael le dio unas cuantas palmadas en la espalda, mientras arrugaba la nariz —Con que era gripe, entonces. Tienes una cara terrible.

— ¿En serio? No me digas. —Dijo con sarcasmo, pero no sonó precisamente como tal debido a la congestión. — Fue lo correcto. Dejar de jugar con esa chica, fue lo correcto. No era justo para ella, o para ti, que continuaras obligándote a  jugar un rol que no es el tuyo—. Continuó, incluso para su propia sorpresa.

—Y que lo digas. — Ismael negó con la cabeza. —Por mucho tiempo pensé que… Quizá podía ser alguien como tú, que me gustaran los chicos y las chicas. Pero no… El sexo con ella fue… No me gustó. Debí utilizar mucho, de verdad mucho, mi imaginación para lograr mantener una erección y…

— ¡Oye! No necesito saber tanto… Además estoy comiendo. En todo caso, ¿Por qué estás aquí, conmigo? ¿Qué hay de tus amigos?

Ismael miró de forma disimulada por encima de su hombro, hacia la mesa que solía ocupar y en la que sus usuales acompañantes no les sacaban la vista de encima; de seguro tan sorprendidos de verlo en aquella mesa, como lo estaba Martín.

—Ellos… No sé cómo puedan llegar a tomarse el que yo sea… Si es que llego a decírselos.

—Pues… En primer lugar, si llegaran a rechazarte por tus inclinaciones, entonces no se merecerían el título de «amigos». En segundo lugar, Ismael, ahora mismo estás sentado aquí, conmigo, el chico gay al que llevas tiempo amargándole la existencia, si ellos tienen así sea un poco de cerebro deben estar sospechándose que algo extraño pasa contigo. — Martín consideró que había utilizado un mal juego de palabras. —No es que ser gay sea extraño, solo es… diferente. Que algo diferente pasa contigo. —Estornudó contra la manga de su chaqueta, e Ismael hizo un gesto de asco. —Aprovecha esta oportunidad, y ve de qué están hechos tus amigos. Abandona el closet, es muy oscuro y muy represivo ahí dentro. —Martín se sintió extraño, enseñándole a alguien a dar sus primeros pequeños pasos en el mundo gay, como una especie de Padrino.

— ¿Tú crees que deba?

—Sí creo… Ahora, largo de aquí. —La opción 2, esa solía funcionar.

Ni bien Ismael se hubo alejado unos cuantos metros, alguien más ocupó su lugar.

—Y ahora, ¿Tú qué quieres? Creo que sigo dormido en mi casa y esto es una pesadilla.

—Ay… Que exagerado. —Georgina descargó tres revistas sobre la mesa, abrió la que coronaba el montón en una página central. —Esto—, Apuntó firme con el dedo sobre la hoja, —Es lo que quiero que usemos para la fiesta ¿Te gusta? Llamé a mi madre y desde Miami nos concertó una cita con la mejor costurera de la ciudad para que nos los haga a medida, ¿No te parece genial? Esto va a ser épico. ¿Cuándo tienes tiempo para que pasemos a entrevistarnos con ella?

Martín soltó un quejido y dejó caer la cabeza sobre la mesa, de manera teatral.

—Que alguien me asesine, por favor. Georgy, yo no soy ese tipo de gay.

4

Ese día no había tenido clase con Martín, y en medio del ajetreo del final de periodo y de semestre, realmente no había tenido la oportunidad de verlo siquiera en los pasillos; así que la imagen ruinosa que ofrecía el chico cuando finalmente se reunió con él en una cafetería en el extremo de la ciudad contrario al instituto, de verdad lo cogió desprevenido, y eso que era bastante poco lo que podía realmente ver de su rostro.

Martín se dejó caer de manera pesada en el asiento frente a él y soltó un bufido que a Ricardo le sonó como agotamiento en estado puro, luego empezó a desenvolver lo que parecían ser metros y metros de bufanda de alrededor de su cuello. Ricardo marcó con una servilleta la página del libro por la que iba, antes de abandonarlo sobre la mesa.

—Ese debe ser el peor de los refriados que he visto en los últimos tiempos. —Cuando Martín se quitó la mascarilla, reveló unas mejillas y una nariz rabiosamente enrojecidas que le conferían un aire de fragilidad que nunca antes había tenido la oportunidad de ver en él. —Vaya, se ve terrible Señor Ámb… Martín.

—Gracias.

— ¿Quiere tomar algo?

—Veneno estaría bien, puesto que considero que es mejor ponerle fin a este agonizante sufrimiento. — Ricardo le regaló una de esas miradas por encima de los espejuelos que era tan característica de los profesores con anteojos y que siempre, en la circunstancia que sea, tiene efecto. —Lo que usted quiera está bien, ya que todo me sabe a lo mismo: a nada.

A Ricardo se le escapó una pequeña sonrisa. De manera que Martín era de esos enfermos quejumbrosos. Elevó una mano para llamar la atención de uno de los camareros y le pidió un té con miel, algo que ayudaría a aliviar un poco el malestar de la garganta.

Ricardo vio a Martín apretar los labios y mirarlo de manera un tanto afectada.

— ¿Ocurre algo?

Martín suspiró, como si se dispusiera a decirle algo que no hubiera planeado soltar en primer lugar, o que le molestara decir.

—Comienzo a marearme, así que va a tener que pedirle al mesero que acompañe ese té con algo sólido… Y ya que vinimos aquí a intercambiar datos para que esta relación falsa tenga un poco de credibilidad esa, Ricardo, es una de las cosas que debe saber acerca de mí: Soy hipo glucémico. —Martín se acodó en la mesa y se cubrió la cara con ambas manos, viéndose inestable.

— ¿Y eso quiere decir…?—Preguntó un tanto nervioso. Sabía lo que era la hipoglucemia, por supuesto, pero quería saber cómo comportarse con Martín en ese estado.

—Eso quiere decir que mi cuerpo no metaboliza debidamente el azúcar y que me pongo de muy mal humor cuando no como a tiempo. Pero, ¿Sabe qué es lo peor?

— ¿Qué?— Preguntó Ricardo con una mano elevada en el aire para llamar nuevamente al camarero.

—Tener que comer sin hambre.

***

— ¿Cuántos años tiene, Ricardo?—Le preguntó Martín.

—Cumpliré treinta dentro de unas semanas

—Veintinueve… Usted es más joven de lo que creí. Bueno, lo que quiero decir en realidad es que es usted más joven de lo que yo necesito que sea, pero no por mucho. Porque lo cierto es que cuando no utiliza anteojos usted revela que no es tan mayor. Bien, para mi madre usted tiene 32, así que por favor téngalo…—Martín hizo una pausa para respirar por la boca, debía hacer eso cada cierto tiempo, cuando se le acababa la reserva de aire. — Tenlo en cuenta, Ricardo.

—Lo haré, Martín. ¿Por qué debo tener treinta y dos? ¿Acaso treinta y su profesor no es lo suficientemente arriesgado para… ti?—. Preguntó con las cejas elevadas en lo alto de su frente.

—Porque él, Joaquín, tiene treinta y cuatro.

— ¿Y?… Oh, ya veo. —El entendimiento se abrió paso entre sus neuronas. — De manera que además de servir para darle celos a ese hombre, también soy un sujeto de prueba para que usted testee a su madre. De lo cual, obviamente, puedo sacar en claro que ella no sabe que usted se frecuenta con él.

Martín asintió, bajando la vista y soltando una pequeña sonrisa apenada, cosa que a Ricardo le sorprendió, y aunque debería estar pensando en otras cientos de cosas, como en el hecho de que estaba entrevistándose con un alumno con el que iba a pretender estar saliendo, en un lugar público, lo que su mente estaba procesando era lo adorable que se veía Martín con los cachetes colorados a causa de la congestión.

—La manera en la que usted dice «Ese hombre» me gusta, se oye teatral. Usted no va a juzgar lo que siento por él como algo superficial o como capricho, ¿verdad?—Los ojos de su alumno se clavaron en los suyos, con algo parecido a… La suplica, algo que lo tomó por sorpresa. —Yo mismo he tratado en ocasiones de convencerme de que es solo eso, pero no…—El teléfono celular de Martín sonó—. Deme… ¡Rayos! Esto es más difícil de lo que creí, quiero decir dame un momento, por favor. —Atendió la llamada. —Hola mamá. —Saber que Martín estaba hablando con su madre, hizo que el corazón de Ricardo se acelerara. Tratando de calmarse tomó un sorbo de café, pero este ya estaba repulsivamente frío, así que desistió de continuar con aquello. —Sí, estoy bien… Estoy con él… Ajá… Él no va a dejar que me pase nada malo, ya te he dicho la clase de persona que es… No, tomaré un taxi, no tienes que pasar a recogerme. Además sé que solo lo haces porque quieres verlo, ¿Tanto te cuesta esperar un par de días más?… Ok, lo siento… Está bien, adiós.

— ¿Qué clase de persona le ha dicho a su madre que soy?

—Ya sabes, Ricardo: Un perfecto caballero, un verdadero príncipe… Gay.

Blanqueó los ojos.

—Cierto, el estandarte de mi reino es una bandera multicolor. Martín, ¿Qué debo esperar cuando vaya a su casa? ¿Qué va a ocurrir?

—Veamos: mi madre va a interrogarlo hasta que ella esté satisfecha. Ella querrá asegurarse de que no es usted un enfermo que quiere hacerme daño, pero como espera no quedar mal frente a mí, ahora que he decidido confiar en ella, estoy seguro de que lo hará con el mayor de los tactos. Juzgará minuciosamente cada pequeña palabra, gesto o acción que usted emita; porque en el fondo ella estará midiéndolo para el momento en el que ella considere que usted pueda conocer a la gran jefa pluma blanca de la familia: Mi queridísima abuela.

—Y… ¿Qué? ¿Voy a encontrarme con algún mayordomo de librea y corbatín?

Martín rio.

— Claro que no, tener un mayordomo es demasiado pretencioso, incluso para mí. Bueno… Aunque tenemos una especie de ama de llaves. —Ricardo lo miró con diversión. —No me mire así, es solo que no sé cómo más llamarla. Digámosle entonces… Una administradora. Su nombre es Dolores, y mi casa marcha al ritmo que ella imponga. Mi casa no está llena de sirvientes, si es lo que usted está imaginando. Hay un servicio externo de limpieza que va un par de veces por semana, Lola y otra chica se encargan de todo en los días intermedios y está el jardinero… Bien, supongo que si hay unos cuantos empleados.

—Dios, estoy tan nervioso, no sé qué es lo que estoy haciendo. —Confesó, respirando de manera un tanto acelerada.

—Todo saldrá bien, en todo caso si esto no funciona, simplemente lo acabaremos mucho antes de lo planeado, borraremos el archivo y aceptaré el hecho de que hay cierta información que mi madre es incapaz de procesar. —Martín pareció como si fuese capaz de echarse a llorar por esto último, o quizá solo era un efecto visual a causa de la gripe. — Entonces: Nada de llamarme señor Ámbrizh. —Estornudó. —Perdón. Estamos saliendo desde hace dos meses. Siempre nos fuimos mutuamente indiferentes, pero un día simplemente, solo pasó… La magia se desencadenó. — ¿Y acaso eso era mentira?—   Usted… Me quiere, y no hay en su vida, nada ni nadie más importante que yo.

Esta vez Ricardo estuvo seguro de que su corazón iba a detenerse, cuando el chico frente a él lo había mirado directo a los ojos cuando le dijo aquello. Y Martín tomó una de sus manos hasta entrelazarla con la suya, encima de la mesa. A Ricardo no le importó que los vieran porque el resto de las personas dentro de aquella cafetería habían dejado de existir para él… Solo estaba él, con sus impresionantes ojos grises rodeados por manchas rojas… Nadie más que él.

—Martín…

Su alumno negó con la cabeza.

—Siente mi mano, Ricardo. Dijiste que estarías dispuesto a tomarla, entonces familiarízate con ella, sostenla como si yo te importara. Necesito… Necesito que de verdad parezca que te importo. Cuando veas a mi madre, cuando finjamos estar juntos deberá parecer que  usted…Que tú, harías lo que fuera por mí.

¿Y acaso no era eso lo que estaba haciendo? ¿Acaso no veía Martín la locura que iba a cometer… Por él?

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