Capítulo 26

Oniria (A night with moon)

1

«Soy la que soy.

Mis errores, mis aciertos, mis esfuerzos, incluso mis locuras, todos y cada uno de mis actos, queriéndolo o no, me han conducido hasta aquí; a este momento. Un momento que, sinceramente y a pesar de las circunstancias, siempre percibí como algo lejano: La cena de presentación del novio de mi Tiny.

Es tan extrañamente irreal. Esto me emociona, pero también me cohíbe e inquieta. Me agrada que sea algo tan formal y revestido de compromiso y seriedad. Presto total y casi obsesiva atención a cada uno de los movimientos del hombre a mi derecha, estudio sus gestos; analizo todas sus respuestas, sus palabras, el tono empleado en ellas y puedo asegurar que él, Ricardo, hace mucho perdió la razón a causa de mi Martín. No es difícil llegar a esa conclusión. Basta con ver la manera en la que lo mira, la forma en la que está al pendiente de lo que tenga para decir, de sus reacciones e incluso de sus movimientos.

La primera mención de labios de Martín al respecto, me hizo preguntarme qué tan especial sería este hombre para haber logrado enamorar, dominar y hacer sucumbir a mi hijo en este sentimiento del cual él nunca fue creyente. Jamás lo escuché hablar del amor de manera fervorosa, o por lo menos no más allá de escucharlo mencionar dicho sentimiento como algo lejano de lo que pensaba preocuparse en alcanzar algún día… Tal como cuando se está arropado por el velo de la infancia y se menciona de manera vaga, e incluso desapasionada, aquella frase de: «Cuando sea grande…»

… Y ahora lo veo… Su cambio, su reciente estado de ánimo, su raro comportamiento, todos ellos signos inequívocos del amor. Ricardo representa eso en Martín, es el cambio y conocimiento de un desconocido —hasta ahora para él— sentimiento… La maravillosa conexión entre el dolor y el bienestar.

Amor… Cuatro simples grafías a las cuales las personas brindan un valor abismal, sin nunca llegar a contemplar  que pueden ser solo eso, palabras sin significado, valor o sentimiento alguno… Algo sin sentido. Simples palabras soltadas al aire, sin tener remitente ni destinatario. Dos vistas contradictorias y a la vez complementarias. ¿Por qué describo al amor de esta forma, cuando su única definición se supone que es la felicidad absoluta y eterna? Simple… He sido capaz de sentir, observar y deslucir éstas dos facetas y aun así, no encuentro explicación valedera de su comportamiento. Ábrele la puerta al amor y el dolor será un huésped también… Uno insaciable, a quien el amor nunca le otorgará salida… Coexisten, cohabitan en simbiosis, a veces hasta llego a pensar que son sinónimos uno del otro.

Claro está, que soy perfectamente capaz de comprender y asimilar el hecho de que el problema no radica en el sentimiento mismo. No, el problema somos nosotros y nuestra decrepita capacidad para manejar de la manera correcta nuestros sentimientos. Tal como aquel que cuenta con la suerte de tener en su vida a la persona correcta, y espera que mágicamente todo marche a la perfección, sin tener en cuenta que el amor es algo que necesita ser cultivado y alimentado… Pero por sobre todas las cosas, lo que se necesita para sobrevivir a él, es no dar por sentado algo que es enteramente volátil y mutable.

¿Cuándo se desvela la verdad de una persona? ¿Sus motivos e ideas? Hijo mío, aun la persona más amada es capaz de herirte… Y viceversa. ¿Cómo podemos hacer eso? ¿Cómo podemos caer tan bajo? Juramos amar y proteger y a su vez lastimamos de manera certera y con tal ahínco, que logramos un daño inconmensurable. Encontré la respuesta a este gran interrogante, la respuesta que hice mía y por la cual se rige gran parte de mi forma de conducirme con respecto a este tema, con tan solo diez años de vida… Algo dentro de mí se quebró de manera irreparable en aquel momento… Puede interpretarse como que perdí la fe en el amor. Dejé de creer en su magnificencia, porque las personas que se suponía eran mi ejemplo para ello, estaban viviendo una mentira, y yo me encontraba en medio.

La felicidad que ellos, quizá sin ser verdaderamente conscientes, me arrebataron, tú me la devolviste, Martín. No sé si tenga derecho a escudarme en ello, pero mi corazón, al igual que yo, creció herido…  Jamás se entregaba del todo e hizo de mí alguien egoísta, que no recapacitó hasta que sentí que ya no me debía solo a mí misma, hasta que te sentí creciendo dentro de mí y supe que tenía la obligación de hacerte feliz, que tú eras mi oportunidad para redimirme. Pero como en la mayoría de situaciones en la vida, no recapacité hasta que había cometido demasiados errores… Uno en particular que aún me atormenta.

Debido a mis decisiones, en mi estúpido afán de jamás permitir que alguien se instalara lo suficiente en mi vida como para hacerme caer presa del amor —un sentimiento en el cual me obligué a no creer— siento que te arrebaté una oportunidad invaluable. Mi amargura al respecto, no tiene por qué arrastrarte a ti, Martín; porque tú, contrario a mí, eres libre de creer en el amor, de entregarte a él si es lo que quieres… Después de todo, he hecho un gran trabajo contigo y te crie para que te debas solo a ti mismo, para que jamás te rindas, para que luches y para que sueñes, para que alcances tus metas y para que jamás te sientas condicionado a reprimir a tu corazón.

Amo tanto al ser humano en el que te has convertido, y me enorgullece ser artífice de ello, que creo que quizá sea el momento oportuno para contarte una historia…»

2

Entrada No. 10 – Diario de Martín.

Debo confesar que había esperado mucho menos de él… De mi profesor. Su comportamiento me sorprendió, y lo hizo de una manera grata. Se comportó a la altura. De manera que lo que pudo haber resultado como un gran desastre, terminó siendo un gran acierto. Creo que ahora siento curiosidad con respecto a él, porque todo parece apuntar a que no es un simplón como creí, o por lo menos a que no lo es del todo.

Bien, lo acepto. Mi vanidad definitivamente me llevó a hacer algo que odio que hagan conmigo; me llevó a apresurarme, a encasillar  y a simplificar a una persona de la que apenas conozco una de sus facetas. Y si lo pienso bien, es justamente la faceta en la que las personas no suelen mostrarse enteramente tal como son: la laboral. Todos quieren caerle bien al jefe así que…

Mi profesor… Para ser alguien que me advirtió que a duras penas tomaría mi mano en un caso extremo, se tomó realmente en serio su papel y él… La cuestión es que, contrario a lo que me permití imaginar, besa con tal destreza que puedo decir que me sacó el aire, y creo incluso que mi memoria perdió un par de minutos. Así de intenso fue. Culpo de mi reacción, a la sorpresa, ¿Qué otra cosa podría ser? Esperaba un beso soso, o ninguno en absoluto. Admito que su valentía me desconcertó.

Ante su reacción a la situación, solo me queda suponer que la providencia me sonrió, y por azares del destino y de la casualidad, me llevó a escoger correctamente a la persona para restregarle en la cara al otro, al tormento de mis días… Y también debo suponer que mi profesor está tan desesperado por recuperar y desaparecer el archivo con su fotografía, que se ha tomado la molestia de fingir con gran esmero.

Y aunque mi madre tampoco me decepcionó, no puedo dar nada por sentado aún. Ella apenas se ha expuesto a la superficie, y no quiero correr riesgos para cuando finalmente decida sincerarme con ella. Voy a empujar y a presionar todo lo que pueda, hasta establecer su punto de quiebre… Y ya que estaré sobre la marcha, aprovecharé para molestar un poco, y ver hasta dónde es capaz de seguirme el juego mi profesor.

M.A.

3

A veces, Joaquín se cuestionaba si la manera en la que se manejaba, las decisiones que tomaba y la mayoría de sus acciones, eran alguna especie de auto sabotaje. Se preguntaba si de alguna manera, esa era su forma de tratar de pagar por sus acciones del pasado. Como si, habiendo tomado tantas veces ventaja de las situaciones, haberse comportado como un egoísta e incluso como un traidor, lo hubiese condicionado a siempre tomar el camino que le aseguraría más problemas.

¿Quería sexo? De seguro Irina estaría más que dispuesta a satisfacerlo, sacrificándose por la causa. ¿Por qué entonces estaba rechazándola de manera sistemática? Aun cuando, a menos que se comportara como un verdadero bruto, sabía que tener sexo con ella estando embarazada no la dañaría, o al bebé. Ella se había asegurado, además, de que él tuviera esta información lo suficientemente clara, cuando lo obligó a ir con ella a su última cita con el gineco obstetra, y estando frente a ambos hombres, arrojó la pregunta así, sin más.

Con cada día que pasaba, notaba la manera en la que Irina ganaba terreno en su vida. Podía ver en sus ojos el orgullo y la seguridad que esto producía en ella. Joaquín no quería bajarla del pedestal, pero lo cierto era que ella se encontraba en esa situación solo porque él se lo había permitido. Claro que podía reconocer en ella a una mujer tenaz, paciente y luchadora, pero nadie iba a instalarse en su vida si él así no lo quería. No era que estuviera decidido a formar una vida a su lado, con todo lo que ello implicaba, pero tampoco quería comportarse como un completo hijo de puta al contrariarla estando en embarazo. Quería que se sintiera segura y a gusto, eso era todo.

Quería amarla. Necesitaba amarla. Necesitaba desearla… A ella, a ella que era la correcta.

Irina se esmeraba por complacerlo y por seducirlo, pero él no quería el sexo sin problemas que ella le ofrecía. Quería el de Martín, por supuesto. Pero pensar en él, era inevitablemente pensar en Micaela, y pensar en ella, era un pasaje directo para rebuscar en su memoria, para escarbar en ella hasta dar con los recuerdos de una persona en la que, de ser posible, prefería no pensar. Porque ese recuerdo le plantaba justo en frente la verdad acerca de sí mismo, de lo ruin y traicionero que podía llegar a ser.

Pensar en Martín y desearlo, además clavaba en su ser la necesidad malsana de comparar sus carnes con las de Micaela, y eso era algo demasiado bajo, incluso para él. Pero, ¿Acaso cuándo había sido él capaz de resistirse a sus más bajos instintos? Si hubiese habido un ápice de decencia en él, no habría tocado al chaval, en primer lugar.

Ahora ya era tarde, ahora se sabía de memoria todos los recovecos de su cuerpo. Ahora ya sabía que su sexo era maravilloso y que quería más… Siempre quería más. Ahora ya tenía la certeza de que el cariño que sentía por Micaela y el respeto del que se había jurado revestirla cuando la tragedia les rozó la vida, no eran suficientes para frenarlo. Podía convencerse incluso de que precisamente a causa de su pasado con ella, algo malsano dentro de él había caído con más ganas dentro de las preciosas y sensuales redes de Martín, porque sabía que algo dentro de él, se regodearía al saber que los había tenido a ambos.

¿Cuándo se había vuelto tan mezquino y tan dañino? ¿Acaso siempre había sido así? No, no siempre fue así. Él sabía exactamente en qué momento se le había podrido el corazón.

…Podía tener a Irina, pero quería el sexo de Martín. Quizá, en el fondo, lo que quería era que Micaela los descubriera y lo odiara, para sufrir. Necesitaba sufrir. ¿No decían acaso que en el sufrimiento había redención? Quería redimirse.

La luna, plateada y redonda lo arropaba con su luz… A él y a su pequeño compañero tapizado en café, de una pieza. ¿De cuantas cosas había sido testigo aquel pequeño sofá? Acarició la tela, recordando con algo de nostalgia cuántos días había estado Martín recostado allí, posando para él. Recordó la sensación que albergó su pecho cuando se le metió en la cabeza que quería dibujarlo desnudo, porque no era capaz de concebir el no hacerlo cuando lo tenía frente a él, brindándole aquella oportunidad. Esbozó una sonrisa al recordar, también, lo poco que le había hecho falta para convencerlo de ceder. Martín era un chaval decidido, desinhibido y tenaz, que conseguía justo lo que quería, pero que también lo daba todo a cambio.

Sus ojos se empequeñecieron al ampliar aún más la sonrisa, y lo recordó disponiéndose a prepararse para posar desnudo para él por primera vez. Eso fue ni bien se lo propusiera, justo tres días después de que comenzaran a tener sexo. Justo en medio de aquel salón con ventanas sin cortinas. Justo a plenas 3:30 de la tarde, cuando la luz natural no servía de mucho porque era un día nublado, cuando, si alguien se lo proponía, podría verlo desde los otros edificios con alturas similares a aquel. A veces Joaquín se preguntaba por qué aún no había recibido una queja de parte de sus vecinos, porque en aquel estudio en ocasiones parecía haber más sexo sin pudor, que pinturas. Joaquín se preguntaba si acaso eran ciegos, o simplemente indiferentes o si acaso, quizá, les gustaba lo que veían… Cualquiera que fuese la respuesta, consideraría el comprar unas malditas cortinas.

Fue precioso… Fue sublime ver a Martín adoptar de inmediato su papel y buscar su posición sobre el pequeño sofá, sin esperar por instrucciones… Tan natural, tan él… Tan único. Su cuerpo grácil, sus piernas largas, duras y lechosas, sus nalgas pequeñas y redondas, su sexo que tenía de terso y tierno lo mismo que tenía también de brioso y exigente. Toda esa maravilla acurrucada de manera perfectamente imperfecta en aquel mismo sofá que ahora recorría con los dedos, para permitirle a él —suertudo de él— plasmarlo en el lienzo más grande que tuvo a mano en aquel momento.

Con la mala luz que hubo aquel día, apenas esbozó unas cuantas líneas que contorneaban a grandes rasgos su figura, antes de abandonar la tela. En aquellos días benditos, en los que lo tenía a mano para follárselo cuando quisiera, fue justo lo que hicieron en aquel mismo pequeño sillón, tras el biombo que había puesto para proteger su intimidad. Y lo que hizo Martín aquel día fue… fue sensual, y por sobre todas las cosas, fue ocurrente.

—Ahhh, ¿Ah? Por qué has hecho eso… Estaba a punto de correrme, joder.—se quejó Joaquín, cuando Martín dejó de moverse sobre él y se alejó de su entrepierna, sacándoselo de adentro al levantarse de su regazo.

—Porque quiero que te corras mientras te miro a los ojos. —Dijo Martín. Con la mirada brillante, la respiración agitada y los cachetes sonrojados… Como le gustaba a Joaquín que él perdiera la palidez por razones como aquella. —Túmbate.

Joaquín frunció el ceño. ¿Acaso hablaba en serio? ¿Tumbarse allí, en aquel diminuto sofá?

— ¿Aquí? Ya que has interrumpido, por qué no continuamos en la cama… Este sillón es demasiado pequeño para los dos. Anda, vamos…

Martín sonrió.

—Sí, es pequeño para dos…—Mientras hablaba, Martín lo empujaba hasta hacerlo apoyar la cabeza en uno de los braceros, y luego, con una de sus rodillas atizó una de sus piernas para darle a entender que quería que la apoyara en el otro brazo del pequeño sofá. Obedeció. —Pero mientras hacemos el amor, no somos dos… Somos uno, Joaquín.

Y aquella, sin duda, debió ser una gran pista acerca de lo que Martín sentía, porque el chaval jamás se refería a lo que ellos dos hacían como simple sexo… Él decía «Hacer el amor»… Egoísta de él, jamás le dio importancia a aquello.

Martín se sentó a horcajadas sobre él, sin dejar de mirarlo. Respiraba con la preciosa boquita entreabierta, su pecho subiendo y bajando a un ritmo acelerado. Su polla había perdido algo de firmeza, pero Martín se encargó de ello rápidamente, al sentarse sobre esta y comenzar a mecerse encima, mientras lo besaba.

En cuanto sintió el pene de Martín empujando contra su vientre bajo, firme y lloroso, su propia libido explotó dentro de él, con la enorme necesidad de enterrarse en aquella anatomía caliente y abrazadora que danzaba ondulante sobre su centro, hinchando venas y desbordando cataratas.

Intentó apartarlo, para ponerlo en ángulo correcto y penetrarlo de una sola vez, como le encantaba hacer, pero Martín frenó sus manos, apartándolas de él. Se acomodó mejor y retrocedió, apartando de su miembro anhelante aquel agujerito con el cual ansiaba arropar su sexo.

Iba a protestar, pero comprendió la intención de Martín cuando este se sentó sobre sus muslos y en un solo puño, atrapó ambos sexos. Nunca había hecho aquello antes, y nunca pensó que se sentiría así de bien.

Con una mano experta, que apretaba sin demasiada compasión, Martín masturbaba ambos miembros juntos. Intensificaba y suavizaba el movimiento a su entero antojo, enloqueciéndolo. Haciendo que, sin que estuviera dentro de su entero control, su vientre temblara, contrayéndose.

Cuando Joaquín estalló en manos de Martín, aún debió aguantar más de aquel movimiento torturante y bendito que le electrificaba la columna y la fricción entre ambos miembros, hasta que su chavalín alcanzó el orgasmo.

—Ahhh.

Martín se apartó de él, conteniendo en la palma de su mano, el producto de ambos orgasmos. Por un momento pensó que quizá Martin iba a lamerlo de su palma, y aquello no le habría extrañado o molestado, pero lo que hizo fue mucho mejor y más significativo.

Caminó con  paso elegante hasta la mesa en la que tenía los pinceles, tomó uno y lo cargó con el semen que le manchaba la palma de la mano. Miró la tela, en la que apenas se veían los trazos básicos de su silueta, su rostro ligeramente tinturado de rosa, tenía una expresión de solemnidad.  Con pequeños trazos, rellenó la porción de los labios… Dejándolos, con ello, a ambos retratados allí, para siempre.

El cielo nocturno estaba despejado, y los rayos lunares proveyeron al estudio de un misticismo que difícilmente hubiera podido lograrse a propósito. De alguna manera la luna y su luz potente, pero insuficiente al fin y al cabo para que todo pudiera ser visto en detalle y no bajo aquel halo casi fantasmal que proveía a los objetos, confirió vida a las llamas alrededor del Martín en el cuadro… Bajo la luz de la luna, sus ojos grises se volvieron vivaces… Bajo la luz de la luna, su piel parecida a la nata, se veía más luminosa… Bajo la luz de la luna, el pecado se hizo mucho más deseable.

Mientras caminó hacia aquel cuadro, Joaquín soltó un gran suspiro, sobre todo por darse cuenta de que lo más probable era que en aquella misma hora de la madrugada, en la que él se paraba frente a un cuadro y posaba los labios sobre unos hechos de tela y óleo, y en los que le hubiese gustado poder sentir el sabor salobre del semen de Martín que reposaba bajo las capas de pintura, era bastante probable que él estuviera teniendo un orgasmo en los brazos de alguien más.

 

4

Situado en lo alto del pico del paroxismo, su mente y su imaginación ardían, conflagrándose al luchar contra algo que tenía demasiado metido en lo profundo de su ser. «Martín… Martín» se  repetía incesantemente en su cabeza. Con tanto ahínco y con tantas ganas imaginaba el eco de su nombre, que sus labios terminaban por verbalizarlo, mientras su cuerpo sudoroso se revolvía entre unas sábanas que lo apresaban, más que reconfortarlo.

…El calor… ¿Cuándo remitiría el calor?

Cómo enfrentarse a la mutación que estaba sufriendo su ser, su interior, su corazón, sin sucumbir al malestar… Un malestar del que sabía se desharía únicamente cuando finalmente se rindiera, cuando se entregara a lo que su cuerpo y su mente comenzaban a exigirle a gritos.

Era Martín, todo él… Eran sus ojos, su boca, su pedantería que, extrañamente, comenzaba a encontrar encantadora y a comprender… Su boca, que invariablemente, desde ese momento y para siempre, estaría ligada a sus besos. A ese beso profundo y perfecto que le hizo estallar los sentidos, y lo tenía en aquel estado de febril duermevela en el que, nada más cerrar los ojos, lo hacía seguirlo en sueños.

« ¿Qué me has hecho, Martín? ¿Qué me has hecho, que estoy preso en ti?»

Era la culpa la que lo perseguía. No era él quien estaba enfermo, era su contrariedad a punto de morir, la que irradiaba aquellas hondas febriles que en aquellos momentos le estaban haciendo temblar los huesos. Ya no había adonde correr, porque huir, habría significado hacerlo de sí mismo.

Estaba dentro de su apartamento, dentro de su habitación, en su cama… Y aun así, no estaba enteramente allí. Sus sueños y la realidad se mezclaban, creando un tapiz colorido que estaba poblado de los elementos que estaban a su alrededor, pero que estaban reblandecidos por la magia de sus sueños. De manera que sus paredes, por momentos, parecían estarse derritiendo, chorreando pintura hacia el piso, y sus muebles ondulaban hacia arriba, como si sus bordes estuvieran dibujados con humo.

Pero él, Martín, se veía tan tangible, a pesar de lo etéreo. Con cada uno de sus bordes perfectamente detallados, que lo demás a su alrededor no importaba. Quería abandonar la cama, e ir en su dirección y envolverse alrededor de él, pero le pesaban los huesos. Ricardo sentía como si sus extremidades no le pertenecieran.

— ¿Estoy soñando?—. Preguntó, arrastrando la lengua.

—No lo sé… Eso dímelo tú.

— ¿Qué haces aquí? No deberías estar aquí.

Martín sonrió, empequeñeciendo un tanto los ojos. ¡Dios! Su sonrisa era tan bonita.

—Pero yo no estoy aquí. —Dijo el chico, dando un paso en su dirección, pero continuando lo suficientemente lejos de él. —Tú me trajiste, eso es distinto.

— ¿Cómo distinto? Si yo te traje, entonces sí estás. Es decir… ¿Qué estás aquí en contra de tu voluntad?

—Sí y no, eso debes decidirlo tú, Richie.

Llevó una mano torpe hasta su rostro, tratando de aclararse y además para quitarse los mechones de cabello que se adherían desagradablemente a su frente a causa del sudor.

—Entonces sí estoy soñando, porque tú no sueles ser tan vago al hablar.

— ¿No? ¿Cómo suelo ser, entonces? —. Martín parecía no tener otra expresión que mostrarle, más que aquella complaciente y traviesa sonrisa que no se le borraba del rostro, y que de alguna manera lograba hacerlo ver angelical y no burlón. Había de ser porque era el Martín de sus sueños… Aunque todo pareciera indicar que continuaban en su habitación.

—Tú… Siempre dices lo que quieres y esperas que se ejecute en el acto. No sueles dar muchos rodeos. Eres bastante mandón, además. Y siempre esperas tener el control.

—Y ahora mismo, ¿Tengo el control?

—No pareciera.

— ¿Y sabes por qué es eso?

—No.

— ¿Quieres que te diga?

—Por favor.

—Porque tú lo tienes, porque aquí y ahora, haré lo que tú quieras… Además, esperaré.

Ricardo rio, de manera bastante torpe. Rio desde entre sus sábanas empapadas con su sudor.

— ¿A qué esperarás?

—A que te rindas, Richie.

Ricardo apartó la mirada de Martín, al distraerse con lo que adivinó serían las luces de un vehículo de gran tamaño, colarse por su ventana. Debía ser grande y muy luminoso, quizá un camión de bomberos, porque su apartamento quedaba en un tercer piso. Pero si eran los bomberos, ¿Por qué no había escuchado la sirena?

Se obligó a centrarse nuevamente en su joven acompañante, en cuanto percibió con el rabillo del ojo que este se desvanecía.

— ¡Oye! ¿A dónde vas?

—No me estabas poniendo atención, así que las reglas dicen que siendo así, debía marcharme.

— ¿Reglas? ¿Cuáles reglas?

—Las reglas de los sueños, tontito. —Martín amplió la sonrisa.

—Ah, entonces sí que estoy soñando.

—Por supuesto, sino, ¿Por cuál otra razón estaría yo aquí, en medio de tu habitación, en medio de la madrugada y vistiendo algo como esto?

Ricardo separó un poco la cabeza de la almohada, para apreciar mejor a qué estaba refiriéndose Martín en cuanto a su vestimenta. Y allí estaba, el chico estaba utilizando la camisa del uniforme que tenían los alumnos del instituto en el cual trabajaba, y que únicamente utilizaban en las fechas en las que había actos cívicos, la camisa tenía el escudo del instituto bordado en la parte superior derecha. Él además estaba utilizando la corbata a rayas azules y rojas… Nada más. Sus piernas estaban desnudas, al igual que sus pies. La camisa, relucientemente blanca, cubría una tercera parte de sus muslos.

— ¿Por qué estás vistiendo eso?

—No lo sé, Richie. Esta es tu fantasía, así que explícalo tú.

—Con que mi fantasía, ¿Eh?—. Una vez más su mente se distrajo, esta vez al posar la vista en los números fluorescentes que resaltaban en medio de la oscuridad de su habitación y marcaban indolentemente las 3:37 a.m. Lo cual le recordaba que en un par de horas debía levantarse para ir a trabajar, él aún debía laborar una semana más, no como los suertudos de sus alumnos. Una vez más, Martín comenzó a desvanecerse y él lo impidió, mirándolo fijamente. —No te vayas, Tiny. Quédate.

—Entonces no me dejes ir.

—Jamás. —Declaró con resolución. —No me gusta del todo este sueño, no me puedo mover, ¿ves?—. Le mostró al chico cómo hacía un gran esfuerzo por levantarse para abandonar la cama y no podía.

Martín sonrió, juguetón, mientras lo señalaba con un dedo.

—Eso posiblemente se debe a que tienes mucha fiebre.

— ¿Fiebre? ¿Estoy enfermo? Pero… ¿Por qué? Yo suelo ser muy sano.

—Pues porque me besaste. Me metiste la lengua hasta la garganta y te he prendido el virus. Eres un tontito, Richie.

—Ah, ya veo… Pero valió la pena. Tanto, que lo volvería a hacer sin pensarlo dos veces.

—Si. Qué bueno saberlo. Pero ¿Sabías que ese malestar tuyo está intensificado por tu estúpida reticencia? Te gusta alguien de tu mismo sexo. No es algo tan descabellado y no eres el primero al que le pasa, acéptalo de una buena vez y sácale todo el provecho que puedas.

—A mí no me…

— ¿Qué no te gusta? ¿Qué hago yo aquí, entonces? ¿Acaso crees que este tipo de sueños no están tratando de decirte algo? Es tu subconsciente gritando, haciendo un gran escándalo —El Martín de sus sueños colocó ambas manos a los lados de su boca, usándolas como bocina — ¡Te gusta un hombre… Te gusta lo suficiente como para soñar que te lo coges la mayoría de las noches!

— ¡¿Quieres callarte?! Los vecinos podrían escucharte. Entonces este sueño no será de los divertidos, contigo machacándome la cabeza y con esto de que no me puedo mover…

—Oh, pero yo sí que puedo.

— ¿Y por qué no lo has hecho? ¿Por qué continúas lejos de mí, en medio de la habitación si antes ya lo hemos hecho tantas veces? Quiero abrazarte.

—Porque ahora las reglas han cambiado. —Dijo Martín, mientras se paseaba a los pies de su cama y arrastraba un dedo por la baranda de metal blanco, siguiendo los patrones de los arabescos. —Tú ya no te conformas con lo de antes, con solo imaginar e intuir. Ahora te preguntas cómo se sentirá realmente tocar mi piel, cómo se sentiría realmente tener sexo conmigo—. Mientras dijo aquello, aquel Martín grumoso metió la mano dentro de su camisa, justo en medio de sus piernas, y tal como era de esperarse, Ricardo no logró ver nada en concreto, más allá de la mano que de manera sugerente bombeaba allí debajo, haciendo que la tela se hinchara y deshinchara en un movimiento de vaivén. — y como nunca has tenido esa experiencia, pareces no saber cómo recrearla aquí…—Martín dijo aquello irguiéndose y recomponiéndose, como si tan solo segundos atrás no hubiese estado evidentemente masturbándose delante de él.— Eso es gracioso, porque fuiste capaz de arreglártelas antes; muchas veces, incluso me has puesto una vagina alguna vez… Y yo obviamente no tengo una, ¿Quieres ver?

—S-sí. —Dijo sin convencimiento. Estando dormido había hecho el amor con Martín una indecentemente alta cantidad de veces, pero era solo la sensación del sexo, de la desnudez, la sensación del frotar de cuerpos, jamás había estado lo suficientemente consciente, como sí lo estaba en aquel momento en el que sabía que no estaba enteramente dormido. Nunca antes había puesto especial atención en el hecho de que el Martín de sus sueños fuese anatómicamente correcto, o normal siquiera, porque estaba seguro de una vez haber soñado que lo penetraba por un conveniente agujero en un costado… Pero así eran los sueños la mayoría de las veces, bizarros.

—Uhm… Mejor no. Dejemos eso para cuando sepas como es el amiguito del Martín de allí afuera de verdad, y así puedas visualizarlo en mí.

— ¿Crees que alguna vez llegue a verlo… Desnudo?

—No sé cómo es él, no sé si te lo permita. Pero de que tú quieres, quieres.

— ¿Él? ¿Acaso tú y él no son el mismo?

Esta vez la sonrisita de Martín, se transformó en una risotada en toda regla.

— ¿El mismo? Para nada. Yo solo soy una proyección complaciente que tu mente calenturienta ha creado a partir de un suceso que hizo mella en ti… Una proyección sospechosamente igual a alguien de tu entorno cercano. Yo culpo de ello a la larga abstinencia sexual… Y a la gripe.

Ricardo bufó.

— ¿Sabes qué? Los sueños eróticos en medio de un episodio febril, apestan. Creo que todo es mucho mejor cuando estoy tan dormido, que no me parece extraño que tengas una vagina.

— ¿Sabes que el Martín de allí afuera, probablemente te caparía si te escuchara decir algo semejante con respecto a él?

—Supongo que así sería.

— ¿Quieres que este sueño deje de apestar?

—Eso me gustaría mucho. ¿Qué piensas hacer? Yo no puedo hacer nada, porque aparentemente el malestar me tiene sujeto a la cama.

—Voy a darte algo con lo que, patético de ti, estás muy familiarizado. —Martín le enseñó una mano, agitando los dedos. —Esto es algo que puedo hacer por ti. ¿Quieres?

—Quiero… Pero, espera. ¿Esto quiere decir que nunca más volveré a tener sueños más… específicos contigo?

Martín se subió a la cama y empezó a gatear sobre él, hasta sentarse sobre sus rodillas.

—No te preocupes, tú eres dueño de tus sueños. Pero tal como yo no soy el Martín de allí afuera, el real, tampoco soy exactamente el mismo Martín en tu fase de sueño REM. Yo soy el de la fase superficial. El de las gripes.

—Pero, si no eres él, ¿Cómo es que sabes que alguna vez le puse una vagina?

—Porque en esencia… Aunque no soy el uno o el otro, somos el mismo.

— Pero… Eso es contradictorio ¡Eso no tiene sentido!

— ¿Cómo podría algo tener sentido, Richie? Esto es un sueño, ¿Recuerdas?

Con una mano que parecía vibrar, más que moverse, Martín aprisionó placenteramente su sexo, que para su alivio tenía todos los atributos de un pene y no se parecía para nada a una flor, y comenzó a manipularlo con la clara intención de llevarlo hasta el orgasmo.

— ¿Recuerdas que me dijiste que esperarías a que me rindiera?

—Sí, lo recuerdo. — Martín se tumbó junto a él, sin dejar de maniobrar en su entrepierna, y lo miró a los ojos, con aquella pequeña y hermosa sonrisa colgándole de los labios.

—Pues puedes dejar de esperar… Porque me rindo, Martín. Me rindo… Te quiero conmigo… Me rindo.

—Qué triste…

—Qué… Uhm… ¿Qué es triste? —Preguntó Ricardo, tratando inútilmente de controlar la manera en la que se aceleraba su respiración.

—Que lo que estás diciendo, es algo muy bonito; y aunque me lo estás diciendo a mí, eso evidentemente va dirigido al Martín de afuera. Bien por él.

— ¡Dios! Esto es muy confuso. Creo que prefiero despertar. Deja de tocarme entonces, porque si no eres él, el real, esto no vale la pena.

La luna, la luna redonda, enorme y plateada, llamó su atención, distrayéndolo de un Martín que de inmediato comenzó a desdibujarse.

5

Cuando esa madrugada, a las 5:30, se dio el placentero lujo de desactivar la alarma de su celular cuando le chilló cerca del oído, porque había olvidado desactivarla durante el fin de semana, y la palabra «vacaciones» se dibujó en su cerebro, jamás imaginó que tan solo dos horas y media después sería cruelmente arrancado del mundo de los sueños, con lo que le había costado conciliar el sueño la noche anterior.

Ni siquiera había caso en tratar de saber cómo había Georgina obtenido su número de teléfono, estaba convencido de nunca habérselo proporcionado. El caso era que la tenía parloteándole en el oído, mientras él ni siquiera había abierto los ojos del todo aún.

— ¿Qué haces? Apenas son las…— Alejó el teléfono de su oreja para mirar la hora, — Son las ocho de la jodida mañana. ¿Acaso no tienes nada más que hacer que llamar a joderme la vida?

Vaya Martín, pero qué vocabulario. Jamás pensé que fueses de esas personas que se ponen de mal humor por una simple llamada.

No, Georgina. No suelo ser de esas personas que se ponen histéricas por una simple llamada, soy de aquellas personas que pierden los estribos cuando los llaman y los despiertan. —Inspiró aire de manera profunda por la nariz, considerando que nada ganaría con seguir desparramando veneno y que lo mejor era calmarse y averiguar de qué iba aquello, para poder despacharla rápido. — ¿Qué quieres?

Pudo escuchar la manera en la que Georgina bufó al otro lado de la línea, evidentemente exasperada.

Para empezar, lo que menos quería era escuchar que acabo de despertarte, cuando se supone que hace media hora deberías estar aquí, Martín.

— ¿Aquí? ¿Aquí, dónde?

Martín se incorporó, hasta quedar sentado en la cama. Buscando inútilmente una explicación a su alrededor. Un calendario, quizá, que le ayudara a confirmar que tal como él creía, no tenía clases aquel día. El dolor de cabeza, recién despertado también, comenzó a abrirse paso desde su sien, sin dudas tratando de alcanzar su cerebro.

¿Aquí? ¿No querrás decir «Allí» acaso? Porque «Aquí» no estás, eso es obvio. — la voz de Georgina comenzaba a aumentar de volumen, y esto lo hizo alejar el teléfono durante un par de segundos. Cuando lo volvió a poner sobre su oreja, ella ya iba a la mitad de una frase. — …Creer que me hayas dejado plantada. Está bien que tú y yo no somos precisamente amigos, pero jamás pensé que no tuvieras palabra. Con lo que me costó conseguir esta cita… Con lo que le costó a mi mamá concertar esta cita. Eres un gran…

Cita. Mierda, lo había olvidado. Martín presionó una palma sobre sus ojos, tratando de pensar de prisa y de buscar la manera de calmar a Georgina. Pero lo único en lo que podía pensar era en el pum – pum – pum que emitía su cerebro, al retumbar al ritmo del dolor de cabeza.

—Espera… Espera, yo lo siento, de veras lo siento. Lo olvidé por completo.

De eso ya me di cuenta. He tenido a esta mujer retenida esperándote durante media hora, y ella ya empieza a mirarme mal. Sabes que podríamos tardar un mes en poder conseguir otro turno con ella, y para ese momento la fiesta ya habrá pasado.

¡Oye! Deja de gritar, y sobre todo deja de exagerar. Es solo una costurera…

¡Idiota! ¿Solo una costurera? ¿Acaso estás escuchándote? Ella, solo es la dueña de la cadena de boutiques para novias más importante de la ciudad… Hizo una gran excepción con nosotros, y va a confeccionarnos los disfraces solo porque mi madre se lo pidió… Y tú no estás aquí.

Suspiró, tratando de serenarse. Más le valía calmarla, no le convenía tenerla en contra. Cuánta razón había en aquello de que las mujeres se volvían histéricas con los vestidos de novia. Ni que se fueran a casar.

—Bien, bien. Antes que nada, por favor dime que no estás diciendo todo esto delante de ella…

¿Acaso crees que soy estúpida? —Sí, había un poco de eso. —Estoy a dos cuadras de su tienda comprándole un Mocaccino, tratando de mantenerla contenta. Ya tengo la cara adolorida de tanto sonreírle.

Bien, Georgy, Por favor, sigue sonriéndole durante la siguiente media hora, en 30 minutos estaré ahí.

Pero…

—Por favor, juro que en media hora estaré allí. —Iba a colgarle sin darle tiempo de decirle una sola palabra más pero… —Oye, ¿Cuál es la dirección?

—Martín eres un grandísimo…

***

A veces, Carolina hacía aquella cosita dulce. Ella corría hacia él, fingiendo que lo hacía en cámara lenta y cuando finalmente lo alcanzaba, ella se ponía en puntas de pie y le enroscaba los brazos alrededor del cuello, antes de estamparle un beso en la mejilla o sobre la nariz. Lo que no esperó fue ser el receptor de aquel hermoso gesto en cuanto bajó las escaleras a la carrera, con el cabello húmedo, los cordones de sus zapatos sin atar, y terminándose de colocar la chamarra.

—Oh, ya estás listo, ¿Acaso nos vamos ya?

— ¿Irnos? ¿A dónde?

¡Dios! ¿Acaso de cuántos compromisos se había olvidado?

Carolina desenroscó los brazos de su alrededor y con las manos aún posadas sobre sus hombros, dio un corto paso hacia atrás, para mirarlo con una ceja irritada e interrogante elevada en lo alto de su frente.

—Voy a suponer que estás bromeando, Martín. Voy a suponer que no te olvidaste de que la última vez que me visitaste, y te comportaste como un verdadero idiota, trataste de desagraviarme invitándome a pasar un par de días en tu casa de campo a las afueras… A partir de hoy.

—Oh, Dios. —Sí, oh Dios, ella lo iba a matar.

— ¡¿Lo olvidaste?!

Ella exhaló aire de manera brusca, en el signo más inequívoco de su incredulidad. Se apartó bruscamente de él y meneando sus caderitas de manera exagerada, se dirigió a la otra estancia para recoger su mochila. Lola miraba la escena con mucha atención, sin emitir ningún sonido. Martín tardó en reaccionar, pero al final corrió tras ella.

—Lo lamento Carito, lo siento de verdad. —La abrazó desde la espalda, impidiéndole agacharse a recoger el morral en el que obviamente tenía ropa para los días que él le había prometido llevarla de paseo. Aquella situación sería aún más grave si él, habría la boca y confesaba que realmente no recordaba siquiera habérselo propuesto. —He… Tenido mucho en la cabeza. Tonto de mí, ninguna situación debería ser lo suficientemente importante para desplazarte a ti.

Carolina permaneció en absoluto silencio durante los dos minutos siguientes, pero no se deshizo de su abrazo, eso era una buena señal.

—Bien. Si tanto lo lamentas, ¿Cómo piensas compensármelo?

Martín meditó unos cuantos segundos. Solo existía una manera certera de llegar al corazón de Carolina.

Rebuscó en el bolsillo interno de su chamarra hasta dar con su billetera, de la cual extrajo la tarjeta de crédito Platino.

—Te llevaré de compras.

Carolina se dio la vuelta en sus brazos, hasta quedar frente a él, con la expresión del rostro mucho menos adusta.

— ¿Y al spa?

—Lo que quieras, princesa. Pero vámonos.

— ¿Ya? Ni siquiera has desayunado.

—Ya comeremos algo después.

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