Ahora mismo, soy un desastre (A crazy day)
1
Georgina había escogido los disfraces que ambos usarían para la mascarada, sin darle a él mucha oportunidad de opinar. Y aunque a Martín le costara reconocerlo, eran algo simpático y de bastante buen gusto, no la vestimenta pomposa y estrafalaria que él habría pensado que quizá ella escogería. Todo en blanco, oro y plata, los únicos colores permitidos para la fiesta. La vestimenta era algo parecido a lo que vestirían en alguna película basada en los libros de Jane Austen… Muy victoriano. Lo único a lo que debió negarse, fue al hecho de utilizar pantalones estrictamente apegados al marco histórico. Porque tal como los trajes nocturnos de las mujeres en aquella época estaban concebidos para hacerles resaltar los pechos y las caderas, los pantalones de los hombres, con su talle alto y su innecesaria estrechés o abultamientos en determinadas zonas, parecían estar pensados para hacer resaltar las partes pudendas… Como pavos reales que en lugar de desplegar la gloriosa, colorida y emplumada cola, insinuaban sin miramientos la majestuosidad de su paquete. Muy ingenioso, sin duda, pero para nada sutil. Y ¡Por Dios! nada lo haría utilizar de esas ridículas medias que acompañaban a los pantalones hasta las rodillas tampoco. En eso todas estuvieron de acuerdo con él, y Madame Mala Cara accedió a diseñarle un par de pantalones rectos que no desentonaran con el resto y le cubrieran debidamente las pantorrillas y no insinuaran de más sus atributos escrotales.
Iba a sentirse como un personaje de Orgullo y Prejuicio, pero pudo haber sido peor… Georgina bien pudo haberlo vestido a la Farinelli —Quizá incluyendo la peluca ridícula peluca empolvada— y muy poco habría podido hacer contra ello.
Pensar en partes íntimas masculinas al descubierto, e incluso ocultas o solo insinuadas de la vestimenta masculina de la época de la regencia, prontamente desembocó en su ensoñación con el área genital de cierto pintor amigo de su madre. Su psiquis navegó rauda, recreando en su memoria con demasiado detalle cada rincón del cuerpo de Joaquín, y pronto frenó su andar cuando reparó en el hecho de que, desde que habían comenzado a frecuentarse, incluso desde que lo conoció, no había tenido sexo con nadie más. Cuestión que le fastidió porque, ¿Qué lo obligaba a él a guardarle fidelidad a semejante imbécil? No era que él se la pasara brincando de cama en cama, pero ciertamente tampoco era de aquellos que, no habiendo tenido nunca una relación de verdad significativa, le diera demasiada importancia a aquello de la exclusividad. Ya era suficiente con que su corazón, bastante tozudo por cierto, se sintiera amarrado enteramente a él, ¿Por qué tendría que ser igual con su cuerpo? Si Joaquín podía revolcarse con Irina, y sabía Dios con quién más, ¿Por qué no podía también él acostarse con quien le viniera en gana?
Y tanta actividad de su cerebro por supuesto desembocó en un gran, importante e incómodo cuestionamiento: ¿Joaquín lo quería en su vida, o las cosas entre ellos solo obedecieron a un instante que ya había pasado? ¿Estaba él forzando las cosas?
En algún momento, mientras era ultrajado por una mujer armada con una cinta métrica y una mala actitud, las dos chicas de las cuales estaba acompañado y a las cuales, de manera inconveniente, había dejado plantadas, habían congeniado. Aparentemente se sintieron identificadas una con la otra, al encontrar que ambas sentían una gran necesidad de despotricar contra él en aquel momento. Solo les faltó cogerse de gancho mientras estaban inmersas en una conversación que debió haber sido de lo más divertida, a juzgar por las explosiones de risa que emitían cada dos por tres, casualmente mientras lo miraban a él.
Todo parecía indicar que la única manera que encontró Georgina para frenar el creciente mal humor de la —supuestamente eminente— diseñadora de modas, fue repetir hasta el cansancio lo desconsiderado, descortés y tonto que él era, logrando de esta manera que ella la viera como a una víctima y desviara su rencor por haber tenido que esperar por un cliente, cuando normalmente había una importante cantidad de personas que estaban en una lista de espera solo para tener la suerte de entrevistarse con ella, por completo hacia él. Aunque viéndolo bien, era lo justo.
Carolina y quien parecía su recién descubierta nueva mejor amiga, lo designaron como acompañante y chofer para que las condujera a una inacabable variedad de tiendas, sin derecho a opinar. Tres horas y media después de haber emprendido tal travesía, Martín estaba sentado delante del probador de prendas dentro de una de las tantas boutiques que habían visitado a lo largo de la mañana, custodiando las bolsas de compras anteriores y esperando para ver el tercer modelo que Georgina se medía en aquella tienda. Todo comenzaba a parecerle una grabación en circuito continuo, donde lo único que cambiaba, era el nombre de la tienda. No se estaba divirtiendo para nada, pero sabía que no tenía derecho a quejarse, pues aquello contaba como una penitencia que estaba obligado a cumplir.
A unos cuantos metros de él, Carolina parecía estar demasiado entretenida debatiéndose entre las dos blusas que tenía en las manos en aquel momento. Miró a su amiga con algo de rencor. Sospechaba que ella no tenía planes de acabar con aquello pronto, y ni siquiera podía refugiarse en el hecho de charlar con ella libremente, sacándole así algo de provecho a la jornada, contarle acerca de Joaquín y de Ricardo, porque ello significaría que Georgina se enterara de asuntos que a él —y en especial a Ricardo— no le convenía que ella supiera. Sentía unas serias ganas de gritarle «!Quédate con las dos y larguémonos ya!»
Bien hubiese podido dedicarse a rumiar su contrariedad, o a desmenuzar lo extraña e incómoda que era aquella situación y tratar de buscar como librarse de ella, pero su mente, sin embargo, rápidamente voló lejos de allí. Eso era más fácil.
Se preguntó si acaso Joaquín invertía algo de su tiempo, aunque fuese mínimo, en pensar en él… Se preguntó si algún día su situación con él mejoraría y se estabilizaría y si algún día llegaría a ser lo suficientemente importante para él… Se preguntó, de manera estúpida, si acaso existían en la mente de Joaquín pensamientos que lo ataran a él, sin que el sexo estuviese inmiscuido. Cambió de posición en el asiento y, de igual manera que su cuerpo, su mente cambió el rumbo de los pensamientos. ¿Qué estaría haciendo Ricardo en aquel momento? ¿Qué planeaban los profesores para sus vacaciones? ¿Nuevas maneras de torturar al estudiantado? ¿Cursos online acerca de cómo ser mortalmente aburridos? … ¿Cómo era que él besaba tan malditamente bien? ¡Dios! ahora su mente traidora no podía hacer nada por evitar que su cabeza se preguntara, entonces, si la destreza de sus labios era en alguna medida equivalente a su desempeño a la hora de tener sexo. La curiosidad era genuina.
La vibración del teléfono celular en su bolsillo, reclamó su atención. Una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro cuando el identificador le mostró el nombre de quien llamaba.
— ¡Hola! ¿Ya pudiste darle alegría a tu cuerpo, Macarena?—. Un chiste viejo y terrible, pero cada vez que lo decía, su abuela reía de buena gana, tal como si fuese la primera vez que lo escuchara.
— ¿Cuándo cambiarás?
—Tú me amas tal como soy, y en realidad no quieres que cambie.
—Es cierto, querido mío. Jamás cambiaría una sola cosa de ti.
Martín rio, pero también blanqueó los ojos y negó con la cabeza, porque por supuesto que había algo de él que su abuela cambiaría sin pensárselo dos veces. Ella jamás iba a gritarle en la cara algo como «Deja de ser un jodido marica» pero en cambio su sutileza y la renuencia a rendirse con respecto al tema, la instaban a comportarse como una de esas cintas para aprender inglés mientras se duerme, tratando de enviarle mensajes subliminales que básicamente consistían en presentarle a cuanta nieta de sus conocidas tuviera a mano. Cuando estaban juntos hablaba con tal apasionamiento de lo bellas que eran ciertas chicas, que bien hubiese podido interpretarse como que «la rarita» era en realidad ella, cuestión con la cual Martín no pudo evitar bromear en cierta ocasión y terminó por comprobar de inmediato y de mala manera que esa había sido una muy —realmente muy— mala idea. En otras ocasiones ella dejaba caer frases que hacían alusión a lo mucho que le haría ilusión un biznieto. Martín estaba convencido de que si él cometiera el error garrafal de embarazar a una chica con lo joven que era, su abuela estaría tan complacida de que tuviera algo que lo atara tan irremediablemente a una mujer, que de seguro haría efectivo su testamento en vida y pondría la cadena de joyerías a su nombre de inmediato.
En los años de vida de Martín, teniendo en cuenta que él nunca había dicho «Me gustan las niñas» —aunque de hecho sí que le gustaban, pero más lo hacían los «niños»— y que los primeros 5 años de vida no cuentan mucho como pista para dictaminar la orientación sexual de una persona, casi podía decirse que él llevaba más tiempo como un confeso que teniendo a su familia ciega ante la falsa esperanza de que sus ganas y su género coincidieran, que cualquiera hubiese pensado que para aquellas alturas ella ya debería haberse rendido ante lo incambiable.
— ¿Cómo has estado abuela? ¿Por qué no te he visto últimamente?
—Oh, porque estoy enfadada con tu madre, cariño. —Vaya. Ciertamente Martín esperaba un poco más de rodeo acerca de aquel tema.
—Sí, eso supuse. ¿Puede saberse el por qué?
—Es mejor que no, cielo. —Pues ella estaba de verdad enfadada si estaba terminando cada frase con un pronombre azucarado. Su pie para saber que era mejor no seguir preguntando.
—Bien. ¿Qué necesitas? —No quería sonar grosero, pero lo cierto era que el hecho de que lo relegaran sí que le molestaba un poco.
—Suenas como si quisieras deshacerte de mí. ¿Dónde estás?
Martín miró sobre su hombro, pero Carolina ya no estaba allí, estaba frente a la puerta del probador a medio abrir, desde donde aparentemente le daba su opinión a Georgina acerca de las prendas que se estaba midiendo. Decir que estaba en el infierno quizá sería exagerar un poco.
—Estoy de compras con Carolina.
—Carolina, gran chica. Ella me gusta. Deberías salir con ella.
Martín soltó un pequeño suspiro. Ella se había tardado.
— ¿Sabes, abuela? Yo no podría estar más de acuerdo contigo. Ella es perfecta. Es hermosa, es inteligente, es graciosa, confiable, y tiene un atributo que de seguro tú aprecias mucho: es una chica. Voy a pensarlo, ¿vale? Y si algún día siento la enfermiza y contraproducente necesidad de casarme y reproducirme con alguien, te aseguro que no escogería a nadie diferente a ella. —Martín sonrió. —A ella y nadie más que a ella. ¡Dios! es casi como si acabara de comprometerme con ella y jurarle amor eterno; eso quiere decir que mi parte heterosexual le debe entera fidelidad y que no puedo traicionarla ni con el pensamiento. No saldré con ninguna otra chica, no besaré a ninguna otra chica, ni siquiera pensaré en ninguna otra mujer. Mi lado hetero la ama. Así que no puedo seguir exponiéndome a correr el riesgo de ligar con ninguna de las nietas de tus amigas, de manera que estarás obligada a alejar esa tentación de mí. El lado de mí al que le gustan las mujeres, no osará poner sus ojos sobre nadie más. Mmm… Sin embargo, mi lado gay es otro asunto.
— ¡Ay, Martín, por Dios!
Para Macarena, el que Martín mencionara la palabra gay para referirse a sí mismo, era el equivalente a maldecir dentro de una iglesia; ella sentía la necesidad de protestar y soltar las palabras en un gritito agudo, como si se hubiese pinchado un dedo con una aguja.
— ¿Siíííí?
Sin embargo esta vez, las cosas tomaron un rumbo distinto del acostumbrado. No era que él esperara que ella le riera la gracia, porque la conocía demasiado bien, pero tampoco se esperaba el tono de decepción con el que le habló.
—No sé cómo puedes… Todo esto es culpa de Micaela. No, esto más bien es mi culpa por haberle permitido criarte con el grado de libertinaje con el que lo hizo. Pero qué otra cosa hubiese podido esperarse de alguien con tan pocos escrúpulos como ella. —La mujer al otro lado de la línea suspiró de manera sonora. — Te amo, Martín; pero créeme cuando te digo que nada bueno te espera en la vida si sigues transitando por el mismo camino decepcionante. ¿Cuándo piensas madurar y dejar de lado todo este absurdo? Espero que estés planeando hacerlo pronto, porque estás cercano a tener que empezar a vértelas con el mundo real, y cuando ese momento llegue. ¿Entonces qué? —Durante la pausa que ella hizo, Martín no se atrevió a soltar una sola palabra. No habría sabido qué decir, lo habían cogido con la guardia baja. ¿Qué mierda era todo aquello y a qué se debía?—. ¿Acaso no quieres ser alguien respetable? ¿Tener valores que los demás reconozcan y que te admiren? ¿No quieres tener una familia o tener el legítimo derecho de caminar con la frente en alto? Tengo tantas esperanzas puestas en ti, Martín, pero…
Dolió. Ese «pero» dolió. ¿«Pero» qué?
Habría querido decirle que él tenía el legítimo derecho para caminar con la frente en alto. El derecho que le confería el hecho de ser una buena persona. El derecho que le confería el jamás haber pisoteado o humillado excesivamente a nadie… Tal como ella acababa de hacer con él con tan pocas palabras. Él jamás había matado o robado, eso lo hacía ser alguien respetable. No era alguien perfecto o un santo, pero tampoco era el agujero negro de la perdición.
En términos generales era un buen tipo, alguien de provecho. Era un buen hijo y un buen nieto, era amoroso, se esmeraba en sus estudios, tenía planes para el futuro, era buen amigo en medio de la sarta de estupideces que a veces era capaz de soltar por minuto, era un miembro aprovechable de la sociedad con un buen futuro por delante, ¿Qué acaso no le confería eso el derecho legítimo para caminar con la puta frente en alto? Al parecer no. Aparentemente el hecho de ser gay pesaba más que cualquier otra de sus facetas. Y por algún motivo para ella, ser gay era necesariamente algo malo y vergonzoso.
Las palabras se arremolinaron en la punta de su lengua. Cientos de palabras con las cuales rebatir cada una de las que ella había dicho y que picaron de manera dolorosa en la base de su garganta, pugnando por salir… Hubiese querido gritar hasta hacerla entender que se equivocaba. Sin embargo calló y no dijo nada de lo que tenía en mente, porque entonces quizá no habría encontrado la manera de frenarse a sí mismo. De pronto se sintió tan cansado y tan hastiado de todo, que incluso decir más de lo estrictamente necesario le pareció una tarea maratónica. Dejó escapar todo el aire de sus pulmones, en un enorme, cansado y profundo suspiro. Su ánimo había acabado de descender a la altura del mismísimo averno.
— ¿Sigues ahí, Martín?
— ¿Necesitas algo de mí?
Su voz cortante y fría, exhumó resequedad. Queriéndolo o no, puso en evidencia que de ahí en más, habría una línea divisoria entre ellos dos que quizá jamás se borraría. La relación de ambos había pasado a ser vidrio quebrado… De seguro podrían llegar a juntar las piezas nuevamente, si es que llegaban a encontrarlas todas; pero nada jamás volvería a estar igual. Estaba algo harto.
— ¿Cómo?
— ¿Que para qué me has llamado?
— ¿Piensas viajar a algún lado durante estas vacaciones? ¿Ya estás en vacaciones, cierto?
— ¿A qué viene la pregunta?
—Pues… Me preguntaba si quizá querrías ir conmigo a…
—No. —Dijo de manera tajante. — No planeo salir a ninguna parte. Ya tengo planes.
—Oh, está bien cariño. Me habría encantado pasar tiempo contigo. —Ella hizo una pequeña pausa. — Creo que quizá fui un poco dura hace un momento, lo siento, no era mi intención. Con quien estoy enfadada realmente es con Micaela. Yo solo…
—No pasa nada. Carolina está aquí, tengo que irme. Que tengas un bonito día. — Y colgó.
En momentos como aquel era completamente capaz de entender a Mimí y su insistencia por mantener a su madre al margen de su vida, y la manera insistente en la que ella jamás permitió que su abuela metiera la basa en su crianza. Durante los primeros años de su vida había sido normal para él el escuchar a su madre repetir de manera constante «Es mío, es mío… Él es mío. Tú ya tuviste tu oportunidad conmigo y aunque no hiciste un mal trabajo, este, —Y entonces lo señalaba a él — crecerá a mi manera» Esto se intensificó después de que a los once años él saliera del closet de la manera más patética e inocente.
Mimí incluso le había devuelto a su madre el dinero que ella le facilitó para iniciar su compañía, y se había negado en redondo a tener algo que ver con los negocios familiares. Cualquiera vería esto como un espíritu en exceso orgulloso y emprendedor, pero Martín lo veía como reticencia al extremo a dejar que su abuela tuviera, en alguna medida, poder de decisión sobre sus vidas. Y aun así, Macarena se las había arreglado para representar para ellos dos la máxima figura de autoridad.
2
Estaba deprimido. Necesitaba tomar su maltrecho ego, su mal humor, sus vergonzosas ganas de llorar, hacer una pelota con ellos, envolverlos en una manta y achucharlos como si de un bebé se tratara. Quizá así la bestia se calmara y le permitiría sentirse y comportarse como un ser humano normal. La cuestión con esto, es que el único lugar en el que quería llevar a cabo dicho ritual era a solas, en su casa, en su cama, aunque meterse en su cama a pleno medio día con el calor que estaba haciendo, no se veía a simple vista como algo atractivo.
Así que por nada del mundo quería ir a ver a Gonzalo, aun cuando las razones de Carolina eran nobles, porque decía estar preocupada por él. De manera que su negativa había sido tomada como una excusa para un enfurruñamiento crónico. La tenía sentada a su lado en el auto, con el ceño fruncido y los brazos cruzados sobre el pecho, mientras miraba el paisaje o a cualquier lado, excepto a él.
La radio estaba sintonizada en una emisora en modalidad de vacaciones. Estaban haciendo un recuento a través de los éxitos de verano de los últimos 5 años. Cuando escuchó el intro de aquella canción algo dentro de él se removió; lo hizo con cierta nostalgia, pero también con una conocida y desagradable sensación de erizamiento de los bellos de la nuca y de los brazos. Casi temió el momento en el que el cantante comenzara a declamar, y más temía mirar hacia un lado, hacia Carolina. Sin embargo lo hizo, y tal como esperaba ella tenía una sonrisa por completo maliciosa y siniestra en los labios y lo miraba a él.
Ella amaba esa canción…
Él la odiaba…
…Y ella lo sabía a la perfección.
Dos años y medio atrás, cuando la conoció y ella era una estudiante de último año de instituto, enviada a la ciudad a vivir con su tía para que al año siguiente iniciara la universidad, Carolina aún arrastraba consigo algún que otro horroroso estrago de haber sido criada en un pueblo. Martín la adoró en cuanto ella hizo acto de presencia en su vida y, después de todo, la chica no tenía la culpa de haber crecido en una finca ganadera en el culo del país. Ella rápidamente desarrolló un increíble buen gusto para la ropa y los zapatos, aceptó sin miramientos que existían muchas bebidas calientes aparte del café con leche o el chocolate, se convirtió en una verdadera maestra de las selfies, y dejó de medir lo bonita o no que podía ser una chaqueta en la cantidad de flores que tuviera impresa la tela; pero su obsesión con aquel cantante y en particular con aquella canción no remitió en lo absoluto hasta mucho tiempo después, y ella renunció solo porque su furor en aquel lejano verano, gracias a Dios, en algún momento llegó a su fin.
Todo aquel asunto fue… Simplemente algo por lo cual Martín debió respirar profundo en demasiadas ocasiones, para evitar saltarle encima y estrangularla.
Aquella cosa, a la que apenas podía llamársele una canción, era de aquellas tonadas que una vez que se escucha se pega en el cerebro como goma de mascar en el cabello y, queriéndolo o no, permanecía en la cabeza repitiéndose en bucle, decía «Baby» demasiadas veces y no transmitía ningún mensaje que valiera la pena atesorar, y en su momento, Carolina incluso la tuvo como su ringtone.
Ella estiró la mano hasta la radio del auto y le subió el volumen a todo lo que daba el aparato. Martín negó con la cabeza y sin apartar la vista del camino, porque no quería matarse en medio de aquella canción, gritó por sobre el ruido de la radio.
— ¡No lo hagas!—. Ya era lo suficientemente malo el tener que escuchar la versión original, pero que Carolina también acompañara a la radio con su voz, era el colmo. Entre sus muchas virtudes no estaba el tener una voz particularmente melodiosa.
— ¡Give it to me, give it to me babyyyy… As if I were your boy babyyyy! — Dios, eso fue malo. Y fue aún peor cuando un gritito emocionado se escuchó desde el asiento trasero. — ¡Oh, Pretty Babyyyy!
— ¡Oh, mi Dios! Yo amo esa canción. —Georgina se unió a la interpretación.
Y así Martín tuvo a dos chicas en su auto que sonaban como si alguien estuviera capando gatos sin anestesia. La escena era un poco graciosa, de hecho. Estaban en el primer día oficial de las vacaciones de mitad de año. Martín hubiese podido reírse, de hecho, pero su estado de ánimo no estaba muy por la tarea. Ahí estaba el dolor de cabeza, renaciendo de entre las cenizas como el ave fénix. Los tres minutos y medio más largos de su vida.
—Vaya, que nostalgia. Eso estuvo divertido. —Dijo Carolina, mientras se daba la vuelta y estiraba un brazo por encima de su asiento para chocar los cinco con Georgina, que ostentaba una enorme sonrisa en su rostro.
Por lo menos algo bueno, Carolina ya no parecía enojada. De alguna manera aquello desencadenó en una historia narrada por Georgina acerca de cómo Martín y ella no eran amigos, ni siquiera remotamente cercanos, a pesar de conocerse desde más o menos los 7 años de edad.
— ¿A dónde iremos ahora?—Preguntó Georgina.
Un quejido salió de la garganta de Martín.
—Estoy cansado. Quiero irme a mi casa. —Georgina puso cara de decepción, haciendo un mohín con los labios y arrugando la naríz. Y Martín pensó en que ella, como que se veía un poco linda haciendo eso. Ella, según su criterio, tenía leves problemas de desequilibrio mental y en ocasiones era un completo fastidio, pero definitivamente no era fea.
—No. Hoy eres mío. Me la debes, Martín. Deberíamos ir a visitarlo, está muy solo. Gonzita nos necesita, mis súper poderes mentales me lo dicen. —Carolina llevó sus dedos índices a las sienes.
—No me vas a convencer.
— ¿Por qué no seguimos comprando? No has comprado nada para ti, Martín. Quiero ver dónde compras tu ropa… En el instituto jamás me creerán que estuve de compras con el Gran Martín. Este chico es todo un personaje, no sabes si amarlo u odiarlo. Yo, hoy, como que lo amo un poquito. —Dijo Georgina, toda ella emoción, mientras se retocaba el lápiz de labios viendo su reflejo en un espejo diminuto.
—Ella tiene razón, Gran Martín. Deberías comprar ropa para ti. Ya sabes, ponerte lindo para ese nuevo y refinado novio tuyo, con gusto por los adolescen…
Martín se atragantó con su propia saliva y tuvo un acceso de tos. Carolina, tarde, pues ya había soltado la frase y metido la pata, pareció darse cuenta de su error ¿Cómo se le ocurría a ella mencionar algo como aquello delante de Georgina? ¿Acaso no le había contado toda la historia y dejado en claro que Ricardo era su profesor, y que por ende también lo era de Georgina… Y que justamente gracias a ella era que lo tenía en un puño.
— ¿Novio? ¿Tienes un novio oficial? ¿Quién es? ¿Es alguien que yo conozca? ¿Quizá alguien en el instituto?
—Cómo crees que yo saldría con alguien del instituto. —Desestimó, tratando de restarle importancia al asunto.
— ¿Entonces de dónde? ¿Quién es él? Y un ¡«Él» oh, Dios mío!
—Eso no es de tu incumbencia, Georgina.
—Anda, dime un nombre, dime un nombre. Hazme sentir especial. Tómalo como un detalle de tu parte, por nuestra recién nacida amistad.
—No, y ¿cuál amistad? No seas ridícula.
—Somos amigos, si hasta me has invitado a un baile de máscaras y todo. Mmm, Entonces supongo que sí debe ser alguien que yo conozco, es fácil decirlo por la manera en la que te niegas a decírmelo.
— ¡Dios! Ya te dije que no es así. Deja el tema de lado, ¿Quieres?—. Se desesperó, y Carolina estaba muda a su lado como la gran culpable que era.
—Entonces quién es… Anda, dime ¿Quién es? Si es alguien en el instituto no tardaré en averiguarlo. Yo tengo muchos contactos ¿sabes? Mucha gente me pasa información, todo el mundo está al pendiente de lo que tú haces, así que imagino que no me sería tan difícil el…
— ¡Gonzalo! Mi novio se llama Gonzalo. Nadie que tú conozcas. ¿Contenta? —Había estado hablando acerca de él con carolina tan solo segundos atrás, así que fue el primer nombre que se le pasó por la cabeza.
—Si. Su novio se llama Gonzalo, es un amor de hombre y vamos a ir a visitarlo justo ahora ¿No es así, Tiny?—. Carolina recuperó milagrosamente su don del habla y puso una expresión de triunfo en su rostro.
3
Nunca antes había estado en el apartamento de Gonzalo. Así que mientras subía por escaleras que para él parecían interminables, se preguntó si acaso el nunca haber estado allí con anterioridad lo convertía en un mal amigo. Ni siquiera tenía su número de móvil; un número que le habría facilitado un poco la vida, si tan solo hubiera podido llamarlo y explicarle cómo estaban las cosas, para que actuara con naturalidad. Un número telefónico que Carolina hubiese podido facilitarle, pero ella no lo hizo porque todo parecía indicar que continuaba en plan vengativo. De su poco conocimiento acerca de Gonzalo y sus casi nulas ganas de saber más, podía decir que sí, había sido un amigo de mierda.
Algo debía estar realmente mal con él si necesitaba de más de un novio falso. Por algún motivo últimamente su vida parecía complicarse más a cada momento.
En cuanto llegaron al departamento y Gonzalo abrió la puerta, Martín se lanzó hacia él, enganchándose de su cuello, haciéndolo retroceder un par de pasos.
—Sígueme la corriente con esto— le susurró en un oído, — y te deberé una grande. Solo finge por un rato que estamos juntos. No preguntes… No aun, por lo menos, ¿Vale?—. Le dijo hablando a toda velocidad contra su cuello.
En respuesta sintió como Gonzalo le rodeó la cintura con los brazos. Al principio no lo hizo con mucha convicción, apenas y posó superficialmente las manos en sus costados; quizá tratando de entender, o esperando a que se destapara lo que seguramente sería algún tipo de broma, pero pronto lo apretó fuertemente contra sí.
— ¡Vaya! veo que alguien me extrañó. —Dijo Gonzalo en voz alta, aún sin soltarlo. En cuanto Martín escuchó su voz retumbando en su caja torácica, desenroscó los brazos de alrededor de su cuello, pero no los apartó, para mirarlo a la cara como si estuviera viéndolo por primera vez. Aunque se notaba que con algo de esfuerzo, pero Gonzalo había hablado sin la acostumbrada afectación en la voz, o por lo menos lo había hecho sin mucha de ella. Detrás de ellos, Carolina estaba estática, seguramente sorprendida por lo mismo que Martín.
—Ho-hola Gonza, ¿Cómo has estado? Tengo días sin saber de ti. —Dijo Carolina, cuando salió de su estupor. No esperó a que contestara y continuó hablando. —Ella es Georgina, una nueva amiga, compañera de instituto de Martín.
Gonzalo le extendió la mano a Georgina con una gran sonrisa en su rostro, asintiendo casi de forma imperceptible, gesto que Martín interpretó como que quizá él había entendido que la farsa era para ella.
—Hola, preciosa. Bienvenida a mi humilde morada, es un placer conocerte. Los amigos de Martín, son mis amigos también. —El tono de voz continuaba en una estudiada neutralidad.
— ¡Dios! El placer es todo mío. Por favor llámame Georgy. Nadie va a creerme cuando diga que he conocido al novio de Martín. Él es todo un misterio en el instituto, ¿sabías? Y la única vez que decidió compartirnos cosas acerca de él, que fue a través de la lectura de un diario, se armó un gran revuelo, porque después de no decir mucho, lo soltó todo. Muchos intuían que quizá le gustaran los hombres, pero que lo confesara así… La gente se la pasa especulando acerca de su vida, hablando de la ropa que se pone, de lo cool y de lo creído que es. ¡No habla con nadie si no es para ofender! Yo aún no decido enteramente cómo me siento con respecto a él. —Nada parecía indicar que ella fuera a callarse— A pesar de que me inclino a pensar que lo odio, también siento que es solo a veces y solo un poco. Aunque hoy no lo hago en absoluto. Gonzalo… Eres muy, muy, muy guapo. Que suerte tienes Martín, ya quisiera yo que alguien así se fijara en mí. —Georgina habló mucho y muy rápido, mirando en todas direcciones, estudiando cada detalle que estaba a su alcance y comenzó a abrirse camino hacia la sala de Gonzalo, sin esperar a ser invitada. Martín la siguió, sinceramente tenía curiosidad por ver la manera en la que vivía su novio, ¿Sería todo rosa? —. Oh, por cierto, no te importa que Martín vaya a llevarme al baile en lugar de a ti, ¿verdad? El jamás me dijo que tenía un novio, quizá tú querías ir con él. — Ella avanzaba y hablaba sin mirar hacia atrás, dando por sentado que los demás la seguían.
Martín vio una posible oportunidad para librarse de aquel compromiso con Georgina. Si decía que prefería ir con su novio, ¿Iba ella a dejarlo en paz?
—Oh, yo no tengo problema con eso. —Dijo Gonzalo, apareciendo detrás de Carolina, pisoteando su recién nacida esperanza de librarse de Georgina. La segunda gran sorpresa del día con respecto a Gonzalo, apareció cuando lo vio andar sin contonear las caderas como hacía siempre. Aún había un remanente balanceo, pero era tan leve que alguien que no lo conociera de antes de seguro lo pasaría por alto. Carolina y Martín se miraron, ella se encogió de hombros, dándole a entender que no tenía idea de lo que ocurría con Gonzalo. —Sé que no es fácil que alguien lo aparte de mi lado. No después de todo lo que él luchó por conquistarme.
¡Perfecto! Sus dos novios falsos se habían tomado la libertad de hacerlo ver como un desesperado, simplemente perfecto.
Gonzalo dijo algo acerca del hecho de lo poco efusivo que había sido su saludo, porque no los esperaba de visita aquel día, y sin saber cómo, cuándo, ni por qué, Martín terminó nuevamente en los brazos de Gonzalo, y con este comiéndole la boca como si no hubiera un mañana.
—Oh, Dios mío. ¡Que lindos!—. Soltó Georgina en un gritito emocionado y aplaudiendo como una foca con retraso mental. Carolina no se cortó, ni siquiera un poco, y desde la profundidad del torbellino frenético en el que estaba envuelto, Martín escuchó a la perfección su carcajada.
4
El apartamento de Gonzalo era básicamente una oda a sus dos grandes pasiones en la vida: La arquitectura y ser marica. Y no era que Martín quisiera ser odioso al pensar así, era solo que no podía pasar por alto el hecho de que había un tubo de pole dance en mitad de la sala, y si no se era una bailarina exótica con la costumbre de llevarse el trabajo a casa, esa pieza de decoración en la vivienda de un hombre simplemente era lo más gay del mundo. Pero a favor de Gonzalo, Martín debía reconocer que sus maquetas eran geniales.
Gonzalo les hizo un rápido tour a Georgina y a él.
El apartamento no era muy grande, pero era generoso para una sola persona. La sala de estar era lo más amplio que tenía y servía de sala, de comedor y también como cuarto para la televisión. La cocina estaba separada del resto de la estancia por una barra de madera y vidrio. Había un pequeño balcón desde el que podían verse las otras dos torres del conjunto residencial, este se enfrentaba dentro del apartamento con un pasillo que terminaba en un espejo rodeado de bombillas que ocupaba toda la pared… Okey, eso seguro debía verse genial cuando se encendían las bombillas.
La puerta del baño, la puerta de la habitación y la puerta que conducía a un pequeño estudio, estaban una al lado de la otra del mismo lado del estudio. El baño y el estudio eran minúsculos, pero la habitación tenía un tamaño decente y el armario valía toda la pena del mundo, pues ocupaba toda la pared de la izquierda. Contrario a lo que Martín hubiese pensado, comparada con el resto del apartamento, la habitación de Gonzalo era bastante tranquila. Tenía las paredes pintadas de color hueso, una cama de dos plazas, un par de mesas de luz, un estante lleno de libros, fotografías y algunos adornos, pero lo único llamativo en ella eran la cortina de cuentas que debía atravesarse después de abrir la puerta y una caja grande en un rincón llena de boas de plumas de colores. Por lo demás, era el lugar más tranquilo y ordenado de la vivienda. El olor a pintura hacía pensar en que aquel era un cambio reciente, así que quizá antes de eso aquel lugar fuese una verdadera jaula sexual, o estuviese lleno de cientos de réplicas de My Little Pony, alrededor de un columpio para sexo.
Todo estaba aceptablemente limpio, sin embargo Gonzalo parecía tener alguna clase de problema con las plantas, porque las macetas que había visto tenían plantas muertas o en proceso de estarlo. Había un insistente olor a cigarrillo pegado a cada cosa en aquel apartamento, pero aquello no era del todo desagradable.
***
Lo bueno de las vacaciones era que, aunque fuese lunes, no había ningún impedimento valedero para consumir alcohol, así que el primero en mencionar las cervezas, fue Martín. A pesar de que Georgina decía cada diez minutos que debía marcharse a recoger su auto del estacionamiento de Madame mala cara, ella ni se iba ni decía que no a cada botellín de cerveza que Carolina le ofrecía, las cuales parecían manar de manera infinita de la nevera de Gonzalo, o eso le parecía a Martín, porque cada botella que consumía le sentaba como diez.
La música inundaba el ambiente a un volumen moderado que no les impedía hablar. El par de chicas, algo ebrias ya, bailaban de manera un tanto torpe, pero sexi y llamativa, alrededor del poste de pole dance.
—A pesar de que técnicamente es así como debe ser, alguien debería decirle a tu amiga que su falda es demasiado corta para estar elevando las piernas en el aire de esa manera—. Dijo Gonzalo, después de darle un largo sorbo a su botella. Ambos observaban a las chicas desde el mullido sillón de cuero en una esquina. Ese sillón era, sin duda, la mejor posesión de Gonzalo, era la cosa más cómoda del mundo.
— ¿A cuál de las dos?
—Mmmm—Gonzalo meditó—. A las dos, creo. He visto suficiente encaje negro como para vomitar.
Martín sonrió de manera atontada.
—La que no tiene pecas no es mi amiga en realidad, así que no seré yo quien le impida seguir mostrando las braguitas. A la otra… a la otra ya incluso la he visto desnuda, ¿Qué de malo tendría que le viera el encaje sobre el peluche? Bueno, sin peluche en realidad… Ambos nos hicimos la depilación eléctrica el año pasado.
Gonzalo dejó de mirar el espectáculo de las chicas para dedicarle toda su atención.
— ¿Viste a Carolina desnuda?
In vino veritas. Tan ebrio y mareado como se sentía, contrario a como era en la mayoría de los casos, Martín estaba listo para decir la verdad acerca de cualquier cosa que le preguntaran.
—Sip. El año pasado… Ella y yo estuvimos a punto de hacerlo. Estuvimos así de cerca. —Martín separó mínimamente los dedos índice y pulgar, mostrándole a Gonzalo que tan a punto estuvo de acostarse con Carolina. —Ella es… ¡Dios! Tiene un cuerpazo de ataque… Es toda suavecita y tiene las curvas justas.
—Pero no lo hicieron. ¿Por qué?
— ¡Porque habría sido un tremendo error, Gonzalo! Por eso. —Martín hablaba en voz demasiado alta, evidenciando los estragos del alcohol en su cuerpo, además arrastraba excesivamente la lengua. Pero las dos chicas estaban demasiado entretenidas y reían demasiado fuerte como para escuchar lo que ellos decían. —Era un punto sin retorno. Una vez que eso ocurriera, las cosas jamás hubiesen vuelto a ser iguales… Se habrían puesto todas raras… Eso de «Amigos con derechos» no hubiese funcionado para nosotros; o somos amigos, o somos novios, o no somos nada. Las medias tintas no funcionan con nosotros, ambos estuvimos de acuerdo en eso y nos detuvimos a tiempo. Nuestra amistad pesó más. Así que jamás le volveré a poner un dedo encima con esas intenciones.
Martín agitó un dedo frente al rostro de Gonzalo, este lo siguió con la vista hasta que se quedó quieto y lo atrapó entre los dientes, apretando solo un poco en medio de una sonrisa y luego lo soltó y juntó sus frentes para dejar un besito fugaz y superficial sobre su nariz. Él había estado haciendo aquello con intervalos de más o menos diez minutos, a veces el besito era en los labios.
—Solo intento darle realismo a nuestra supuesta relación. —Sus frentes continuaban juntas.
— ¿Estás disfrutando esto, no es así?
—Oh sí. Bastante, a decir verdad. He estado a dieta estos últimos días, así que cualquier cosa es cariño.
—Oye, Gonzalo, ¿Cuántos años tienes? No pareces muy mayor que nosotros. —Preguntó Georgina, mientras se despegaba los cabellos que se le pegaban al rostro a causa del sudor producto del baile. Gonzalo finalmente liberó la frente de Martín, para responder.
—Eso es porque a menos que todos ustedes tengan cinco años, no lo soy. Tengo veintidós, ¿Por qué? ¿Cuántos tienes tú?
—Oh, yo tengo dieciocho. Pero pregunto porque cuando veníamos hacia aquí… Es decir antes de decidir que vendríamos hacia aquí, Carolina dijo que el novio de Martín tenía gusto por los adolescentes, pero si solo eres unos pocos años mayor que Martín, entonces no entiendo.
—Oh bonita, ven aquí y sigamos bailando, no interrumpas a los tórtolos. —La intervención de Carolina obviamente fue con la intención de alejar a Georgina de aquel tema.
—Okey. —Respondió la chica, obediente, antes de empezar a contonearse alrededor del tubo de nuevo.
—Oye, Tiny. Creo que me gustaría escuchar tus explicaciones acerca de…
— ¿Crees que soy un mal amigo… O una mala persona?—. Martín interrumpió el cuestionamiento de Gonzalo.
— ¿De qué estás hablando? Por supuesto que no.
—He sido un mierda contigo, ¿cierto? Te he maltratado algunas veces… Muchas veces. Me he burlado de ti por ser tan amanerado… Pero hoy no estás siendo tan brutalmente amanerado. Por cierto, ¿Qué hay con eso? ¿Qué tratas de demostrar?—. Martín bizqueó un poco al tratar de enfocar el rostro de Gonzalo, como buscando en su cara la respuesta a su cuestionamiento, pero enfocar la vista de esa manera dolía, así que apoyó la frente en su hombro. —Si he sido malo contigo, lo siento. Lo siento mucho porque en serio, en serio, en serio quiero ser alguien que pueda caminar con la frente en alto, así.
Martín despegó la cabeza del hombro de Gonza y miró hacia el techo, con «la frente en alto» pero lo único que ocurrió fue que el peso le ganó y terminó con la cabeza cayéndole hacia atrás, hacia el sofá.
— ¡Oye! ¿Qué es lo que pasa contigo? ¿Por qué estás tan borracho? Solo te has tomado como cuatro cervezas.
—En realidad no lo sé, pero creo que me estoy muriendo o algo muy malo pasa conmigo porque… Esto me asusta, así que no se lo digas a nadie, ¿Escuchaste? ¿Me lo prometes? No se lo he dicho a nadie. Ni siquiera a ella. —Señaló a Carolina.
Gonzalo frunció el ceño, no le gustaba aquello, pero quería que Martín siguiera hablando.
—Te lo prometo. Dime lo que te pasa, ¿No estás solo muy borracho?
—Noooo. A veces me siento así incluso sin haber tomado una pisca de alcohol… Ya sabes, como ebrio. Como si… Los colores se vieran más brillantes. Cierro los ojos y veo mi propia pupila pintada en mis párpados, eso es súper raro, ¿no?—Martín rió.
— ¿Qué más sientes?
—No se… Me tiembla todo. Pero es posible que eso se deba a esa estupidez de los niveles de azúcar en la sangre. Se supone que no debo saltarme las comidas, me diagnosticaron hace un año, ¿Qué hora es? Creo que necesito comer, porque estoy súper mareado, o sea mucho… A veces se me olvidan algunas cosas… como palabras, o citas. ¡Oh! Y mi corazón, eso es lo que más me asusta. —Martín hizo una pausa, de repente muy interesado en sus zapatos, hasta que se los sacó tirando de ellos desde los talones, para luego lanzarlos lejos.
— ¿Tu corazón? ¿Qué sucede con tu corazón?
—Mi… ¿De qué estábamos hablando?
Gonzalo estiró la mano lentamente hasta dejar la lata de cerveza que tenía en las manos, en la mesita de centro… Que no estaba en el centro si no a un lado, recostada contra la pared.
—Me decías que algo andaba mal con tu corazón, ¿Qué es?
—Ahh, sí. Me late… Muy fuerte. Me asusta porque a veces siento como si me fuese a dar un infarto o se me fuera a salir del pecho. Cuando ocurre, siento como si fuese a caerme redondo allí mismo, entonces me quedo muy quieto y respiro profundo y se me pasa… Pero me da miedo. Aunque creo que sé la causa.
—Y, ¿cuál es?
—Ha de ser porque… No se lo digas a nadie, ¿eh?—Gonzalo asintió con la cabeza, sorprendiéndose de la manera en la que la ebriedad de Martín parecía ir en crescendo, a pesar de que él ya no estaba tomando alcohol. — Creo que es porque tengo el corazón roto… Estoy enamorado y creo que eso va de la mano con necesariamente teeenerrr el colazón loto. —Repentinamente, Martín empezó a tener problemas para hablar de forma correcto.
—Hey ¿Estas bien?
—Mmm. Sí, no te pleocupesss, pasa a veces. Yo plo plo… Probablemente debelía bebel menosss.
Martín rebuscó en su chaqueta hasta que dio con su teléfono celular. Levantó un dedo, indicándole a Gonzalo que lo esperara un momento. Buscó en el listado de contactos el nombre de Joaquín. Mientras sonaban los tonos, habló con Gonzalo.
—Gonza, deberías conseguirme algo de comer ahora mismo, en serio, si no quieres que caiga redondo encima de tu alfombra. Es una bonita alfombra. —su dificultad para hablar desapareció mágicamente.
—Hola Martín. —Dijeron del otro lado de la línea.
— ¡Holaaaaa! Solo llamaba para decirte un par de cosas. —Martín se aclaró la garganta y se relamió los labios. — ¡Eres un bastardo hijo de puta! Pero follas genial. —Colgó y se rio de su propia gracia, mientras buscaba otro nombre en la lista de contactos.
— ¿A quién llamaste?—. Gonzalo parecía no saber si reírse o no.
—Espera, espera.
Un timbre, dos… Tres.
— ¿Aló?—. La voz al otro lado de la línea se escuchaba nasal y congestionada.
— ¡Holaaaa, Eticoncito!
— ¿Martín? Tú… ¿Estás bien? Estás… ¿Estás tomado?
—Siííí, pero un poquito nada más. Estoy con mi amigo Gonza, y aunque hay un par de chicas bailando alrededor de un tubo, no estoy en ningún puteadero. Nunca he ido a uno.
— ¿Qué? ¿Necesitas… Quieres que vaya a recogerte?
—Oh no, descuida. Solo llamaba a decirte algo, que no dije la última vez.
—Sí, escucho.
—Extraño a mi perro y tú… tú besas de puta madre.