RESUMEN:
A veces, la vida toma giros inesperados. Se cruzan caminos y se unen almas que estaban destinadas a caminar juntas por el mismo sendero, el que a veces, lamentablemente, es interrumpido por tragedias de las que nadie habla por temor. Hay historias inconclusas que deben ser contadas antes de quedar relegadas en el olvido.
¿Quiénes eran David Stewart y Oscar Ford? ¿Qué es lo que ocultaron a los ojos curiosos de los demás?
Para quienes creyeron conocerlos, sólo eran dos agentes del FBI que tenían una cercana e inseparable amistad, pero existía algo más. A escondidas, ambos agentes compartían un único sentimiento que sólo podían revelar en la intimidad que les brindaba la oscuridad de las sombras. Un amor oculto, una declaración contenida.
Una promesa inconclusa que guardaron bajo el más absoluto secreto y que los uniría para el resto de sus días.
PROMESAS INCONCLUSAS, LA HISTORIA DE DAVID Y OSCAR.
París, marzo 16, 02:15 am
David se escondió tras una de las máquinas tragamonedas mientras una lluvia de vidrios rotos caían sobre su espalda. Cubrió su cabeza con ambas manos, aun sosteniendo su Beretta 92 en la mano derecha, con el fin de protegerse de los proyectiles que caían de todos los rincones.
Al detenerse el ataque, levantó su mirada para buscar a Oscar entre los demás agentes de la policía francesa, pero alrededor todo era caos, humo y muerte. Muchos de sus hombres yacían heridos en el piso junto a las bajas que había sufrido la banda a quienes se suponía que debían detener aquella noche, pero todo salió de una forma completamente opuesta a la planificada.
Finalmente lo vio, unos metros más allá, apoyado contra una máquina tragamonedas que aún no había sido destruida por las balas perdidas que volaban en todas direcciones dentro de esa sala. David analizó sus posibilidades antes de lanzarse a correr por la alfombra cubierta de casquillos de bala vacíos y restos de pólvora.
– ¡Estás demente! – exclamó Oscar cuando lo vio llegar a su lado – ¿Por qué saliste de ahí, imbécil? ¿Quieres que te maten?
David le dio un golpe en su brazo libre y esbozó una sonrisa.
– No puedo dejarte toda la diversión – dijo mientras lo miraba con picardía – además… sabes que no me gusta estar lejos de ti.
Oscar le dio un golpe en la rodilla con la culata de su pistola.
– David… este no es momento. Además, pueden escucharnos.
David comenzó a cargar su arma con sigilo y sin responderle. Por más que intentaba comportarse con él de la misma forma que siempre, sabía que Oscar estaba preocupado por algo. Muy preocupado. Y no era por intentar mantener la compostura ni intentar ocultar su relación con él a los ojos de los demás.
Su rostro perfilado y duro estaba contraído con la expresión del miedo. De todos los años que llevaban juntos como compañeros de trabajo y después de todos los meses que llevaban como amantes, jamás lo había visto tan preocupado.
La misión se les estaba saliendo de control. Tras todos esos meses de investigación en París, persiguiendo la sombra de una banda criminal de la cual no tenían más información que el apodo de sus integrantes y el rastro de sangre y muerte que dejaban a su paso, esta era la primera vez que los habían acorralado. Estaban rodeados, sin escapatoria posible. Los refuerzos policiales no serían suficientes contra la fuerza armamentista que poseían sus atacantes.
– Estos malnacidos no están aquí sólo por el dinero, David. Ya robaron todo lo que querían, tienen todo para salir victoriosos de este atraco y sin embargo no se van…
David le tomó la mano enguantada y lo observó fijamente. Siempre le gustó el contraste que tenía el cabello negro y espeso de Oscar con sus ojos intensos de color azul zafiro. Le recordaba a un perro siberiano, fiero y solitario, un animal encerrado tras una coraza de hielo con la que pretendía esconder lo que su alma deseaba. Su cuerpo firme y duro estaba tenso bajo el traje táctico, y su respiración acelerada le trajo inmediatos recuerdos de la noche anterior.
Oscar se agazapó en un rincón y volvió al ataque. Sostuvo su arma con firmeza mientras mantenía la vista fija sobre su objetivo. Los disparos certeros y cercanos rompieron el ambiente entre ambos como el filo de un cuchillo sobre la carne.
David comenzó a disparar en la otra dirección para así cubrir un área mayor. No podrían abatir a Oscar tan fácilmente, él era uno de los mejores agentes que había conocido durante su corta carrera como miembro de la brigada contra el crimen organizado del FBI, por lo que cuidó la retaguardia y lo dejó contraatacar tranquilo mientras esperaban a que los refuerzos que rodeaban el casino se aprontaban al sitio crítico. Sabía que muy en su interior, Oscar amaba demostrar su fuerza tanto como amaba hacer el amor con él.
Una bala pasó rozando una esquina del tragamonedas a escasos milímetros de la nariz de David. Incluso pudo sentir como su rubio cabello rizado se movió con el paso de ese proyectil. Una mano fuerte y dura lo tiró con violencia hacia atrás unos segundos después.
– ¡Debemos buscar un sitio seguro! ¡La vanguardia está dispersa! ¡Nos van a capturar si no nos movemos!
– ¡Está bien! – dijo David con un asentimiento.
Dudaba si Oscar logró entender lo que acababa de decir. El estruendo era de tal magnitud que ya era prácticamente imposible comunicarse por medio de palabras. El radio con el que mantenían contacto con el resto de los agentes era sólo un aparato que estaba fijo sobre su cinto; hace ya varios minutos que cortaron todo intento de comunicación entre los distintos grupos.
Oscar le gritó algo que no alcanzó a oír. El ruido de los disparos y las explosiones que retumbaban en la distancia se amalgamó al estallido de los vidrios y las alarmas contra incendios. El humo ya le estaba dificultando la respiración.
– ¡Al bar! ¡Rápido!
David lo siguió obedientemente apenas lo vio salir de su escondite. Mientras Oscar limpiaba su camino de posibles agresores, David protegía la espalda de su amado. El miedo a ser separados era algo con lo que habían lidiado cada maldito día desde que aceptaron ser parte de esta misión, y aquella noche estruendosa aquel temor se había hecho presente nuevamente.
Ambos hombres se escondieron tras el bar. El fuerte olor de los licores desperdigados por el piso les llegó de lleno a la nariz. Cientos de copas, vasos y botellas rotas habían saltado alrededor del perímetro cuando se inició la balacera. David lamentó profundamente ver que uno de esos disparos había alcanzado a uno de los guardias del casino, quien yacía inmóvil sobre la alfombra con la cabeza reventada y rodeado por un charco de sangre.
– David… tenemos que abortar esta misión… son demasiados – dijo Oscar girándolo para así poder observar sus ojos castaños – no vamos a resistir.
– ¡No podemos rendirnos!
– David… escúchame – dijo Oscar acercando su rostro hasta que pudo sentir la respiración tibia sobre su mentón – no me importa lo que nos pase si decidimos abandonar esta locura, no me importa si nos expulsan del FBI, ya hemos arriesgado demasiado a cambio de nada. No quiero perderte, David…
David clavó su mirada tierna sobre los fríos ojos de Oscar.
Sin importar que ambos estuvieran en la peor situación posible para un acto así, David cerró los ojos y lo besó largamente. Oscar reaccionó de inmediato a su contacto e intentó separarse de él, pero cayó preso de su encanto y cerró sus labios en torno a los de él, tomó con ambas manos su rostro suave y dejó que sus lenguas se enredaran en un apasionado beso de aquellos que sólo podían darse cuando estaban protegidos por el refugio que les bridaban las sábanas.
– Te amo David – susurró una vez que se separó de sus labios – Nunca lo olvides.
La visión de sus ojos azules clavados sobre los suyos fue lo último que alcanzó a ver antes de que la electricidad se perdiera y la sala de tragamonedas quedara sumida en la más absoluta oscuridad. Una ráfaga de balas silbó sobre el sitio donde ambos estaban escondidos y rompió lo que quedaba de la vitrina, que cayó estrepitosamente sobre sus cabezas.
David cerró su mano en torno a la Oscar y luego se lanzó al ataque.
Si hubiera imaginado lo que pasaría en las próximas horas habría alargado aquel beso hasta el momento en que sólo Dios pudiera separarlos.
París, marzo 14, 22:01 pm
Oscar leía el reporte que les había enviado Steve Adams, coordinador de la operación Mirage, por centésima vez mientras jugaba con un mechón de su cabello. Pese a que aún era invierno, estaba recostado sobre la cama envuelto en la misma toalla con la que había salido de la ducha. Su cuerpo caliente tras el baño brotaba vapor por cada uno de sus poros, mientras los suaves vellos de su pecho se secaban con el calor del ambiente.
David observaba el contorno de sus músculos bajo la piel, guiando su mirada desde los brazos hasta el abdomen, siguiendo por las piernas firmes y torneadas, hasta terminar en sus pies rosados. Por más que lo observaba, nunca se cansaba de admirarlo. Él mismo no era precisamente un adefesio, pero en comparación a él su aspecto era mucho más leptosómico.
– ¿Te diviertes?
Desvió la mirada de vuelta hacia su rostro serio y sereno. Sonrió. Oscar lo observaba con expresión divertida y llena de burbujeante deseo, invitándolo a acercarse.
David se levantó del sillón de inmediato y caminó hasta su cama.
Ambos habían acordado en mantener su relación escondida para evitar tener problemas con sus superiores. Pese a que ya era un tema aceptado en muchas partes, aún no existía una tolerancia equitativa con respecto a la sexualidad, menos aún en las instituciones gubernamentales.
David siempre estuvo enamorado de Oscar, y desde el primer día que fue seleccionado como su nuevo compañero de labores supo que él sería algo especial. Durante meses pensó que era el único que estaba enamorado y que tendría que amarlo a través del silencio de la careta con la que ocultaba sus verdaderos sentimientos hacia él, pero todo cambió después de su primera misión en el extranjero.
Tras casi morir en una persecución hace poco más de ocho meses, David y Oscar no pudieron controlar la oleada de deseo y pasión desenfrenada que estaban al borde de hacerlos explotar. Oscar fue muy reticente a su cercanía y siempre lo trató con un dejo de frialdad desgarradora que lo descolocaba, pero apenas cerraron la puerta al volver de aquella misión, Oscar se lanzó sobre él, lo acorraló contra una esquina y lo besó con la intensidad de un fuego abrasador que lo envolvió y lo penetró hasta lo más profundo de su alma como jamás nadie lo había hecho.
Ya habían pasado ocho meses desde aquella noche en que ambos se amaron enredados entre las sábanas, pero Oscar aún luchaba por controlar sus impulsos; siempre pensando en qué pasaría si se llegaba a saber que era gay. David, por el contrario, luchaba por hacerle entender que poco le importaba lo que pensaban los demás. Amaba a Oscar, y por amor aceptó mantener su secreto escondido tras el disfraz de una amistad demasiado cercana para el gusto de sus compañeros de oficina.
Pero en la protección que les brindaba esa habitación todo era distinto. Protegido de la mirada inquisidora de sus compañeros de trabajo, Oscar lo miraba fijamente a los ojos, sin tapujos, sin la necesidad de ocultarse tras la capa de hielo con la que se mostraba frente al resto del mundo.
– Ven – dijo en un susurro.
David se dejó caer a su lado. Su cuerpo aún estaba caliente y húmedo, y se mostraba sensible al más mínimo contacto. David recorrió con los dedos el suave vello que cubría su pecho mientras Oscar jugaba con uno de sus rizos. Siempre le gustaba hacer eso antes de lanzarse como una fiera sobre él.
– Pensé que ya no te importaba – dijo David acariciando sus clavículas con ternura – has estado todo el día leyendo ese maldito informe.
– Alguien tiene que hacerlo, en vista de que a ti no te preocupa en lo más mínimo la misión que nos delegaron.
– Creo que ya se ha hablado mucho sobre este tema ¿No crees? Además, no somos los únicos involucrados…
– No, pero somos nosotros quienes estamos al frente de esta investigación.
Un brillo de temor relució en los ojos de Oscar. Siempre veía esa misma expresión cuando lo abrazaba tras estar todo el día pretendiendo que sólo eran amigos. Mantener oculto lo que sentía por él, rechazándolo públicamente, mostrándose frío y distante lo afectaba bastante. Sabía que Oscar se moría por acariciarlo y aprovechaba cualquier pequeño momento para hacerlo. Era muy triste no poder decirle cuánto lo quería cuando David le daba motivos suficientes para hacerlo con cada pequeño detalle que mostraba cada segundo que estaba a su lado.
– Todo estará bien – dijo David sin dejar de mirarlo – hoy fue un día largo, eso es todo.
– Mmmm…
Oscar comenzó a acercarse a su rostro lentamente. David cerró los ojos y acarició su nariz larga y perfilada contra el ángulo de su mandíbula fuerte y esculpida. Oscar lo besaba tiernamente cada vez que sus labios se aproximaban y descendía sus manos a lo largo de su espalda con delicadeza y ternura.
– Te necesito, David – susurró apenas sintió que el cuerpo de su amante reaccionaba a sus caricias – Ahora más que nunca.
David siguió recorriendo su mandíbula y su cuello, modificando la intensidad de sus besos a medida que se acercaba a sus arterias. Sintió su pulso intenso y palpitante, e incluso sintió cómo la sangre fluía con fuerza a través de ellas. Lentamente, recorrió el contorno de los músculos de su pecho con la ternura de sus labios.
Antes de llegar a su pubis, Oscar le levantó el mentón y lo besó con fuerza. Cada segundo que sufrió durante el día al verlo sonreír sin poder acariciarle, cada momento en que resistió su impulso de besarlo cuando él se rascaba el cuello al estar concentrado, cada minuto de agonía que sufrió cuando estaba justo a su lado antes de iniciar una misión arriesgada y no poder abrazarlo eran eclipsados en cada beso, en cada caricia y en cada susurro que salía de sus labios.
Desesperado, David soltó la toalla que envolvía su cintura y liberó su sexo duro y palpitante. Oscar se tendió de espaldas mientras él se quitaba la camisa. La visión de su pene largo y duro le aceleró la respiración de inmediato. Lo quería, lo amaba, lo deseaba.
Como cada vez que hacían el amor, David encendió la televisión y sintonizó un canal de música al azar. No quería que sus compañeros que dormían en la habitación contigua escucharan el más mínimo gemido. Aquel breve instante de soledad en la que liberaban sus más profundos anhelos era su más preciado tesoro y no estaba dispuesto a compartir con nadie la intimidad de su relación.
– ¿Música romántica? – preguntó Oscar levantando una ceja.
– ¿No te gusta?
– Es que… ¿No sospecharan? Ayer pusiste a Iggy Pop…
David rio con ganas. Ver la cara de perturbación de Oscar cada vez que hacía algo incomprensible era digno de contemplar.
– A estas alturas lo más probable es que sí, pero no me importa. Ya no me importa nada.
David se acostó sobre él y lo besó con fuerza mientras acariciaba lentamente su entrepierna. Oscar suspiró de inmediato. La dulzura con la que David deslizaba sus dedos a través de su pene lo estaba volviendo loco.
Lentamente, David comenzó a descender por su torso hasta quedar a la altura de su sexo. Recorrió cada espacio de su pene con los labios hasta rodearlo completamente. Oscar gemía y suspiraba sin dejar de susurrar su nombre mientras él lamía y chupaba su miembro duro y caliente.
– Ve despacio. No quiero correrme.
David obedeció. Procuró ser más pausado y sutil con los movimientos de su lengua pese a que estaba desesperado por hacerlo llegar al clímax. Ambos habían esperado todo el día para poder disfrutar de ese momento y no quería malgastarlo producto de la desesperación.
– Así… sigue así – gimió Oscar mientras estiraba su cuello.
David continuó lamiendo la punta de su pene hasta que le pidió que se detuviera. Soltó su falo lentamente y sonrió. Ahora era su turno.
Oscar se sentó rápidamente y le desabrochó el cinturón. Ni si siquiera esperó a quitarle la ropa cuando sacó su pene tierno y suave entre los dientes del cierre de su pantalón. David se sentó de rodillas mientras Oscar se giraba para quedar boca abajo, dándole una completa visión de su espalda ancha y fornida y sus glúteos firmes y torneados.
Oscar no dio el mismo preludio que él para comenzar su labor; abrió la boca apenas estuvo cómodo y comenzó a chupar su pene con frenesí mientras deslizaba una de sus manos por dentro de la ropa interior en busca de sus testículos.
Succionó su pene y lo introdujo profundamente hasta llegar a su garganta, y no se preocupó por ello hasta que sintió sus labios rozando los vellos cortos y claros de su pelvis. Con aquel movimiento, David supo de inmediato que debió subir más el volumen del televisor. Oscar no hizo caso de sus advertencias y siguió chupando con fuerza hasta que no resistió más.
Cerró los ojos y elevó su cabeza hacia el techo. Oscar lamía y chupaba su pene sin tregua alguna, apenas respirando, apenas conteniendo la agitación de sus suspiros. Gimió y se afirmó con fuerza de su grueso cabello negro.
– No pares… por favor Oscar… no pares.
David abrió la boca y dejó que su cuerpo aflorara la pasión que lo consumía. Suspiró y gimió, intentando contener el orgasmo para que no fuera oído a través de las paredes, pero sabía que no lo lograría. Oscar sabía hacerlo perder la razón a través del sexo oral, era tan intenso que cada vez que hacía eso lo lanzaba a un nirvana orgásmico y extracorpóreo en el que ambos se unían en un solo gemido de placer, donde sus cuerpos eran uno solo.
David dio un largo gemido y disfrutó aquella experiencia límite intentando ahogar sus gritos con las manos. Oscar saboreó su semen tibio y dulce mientras su pene palpitaba contra el paladar en reacción a los últimos vestigios del orgasmo.
– ¿No puedes ser más silencioso? Gritas más fuerte que Jennifer Holliday – le recriminó Oscar susurrándole al oído mientras la habitación se llenaba por la potencia de And I am telling you I’m not going – Menuda elección musical tienes. Mañana tendremos que dar más de una explicación.
– Hazme tuyo Oscar…
– Te estoy hablando en serio.
– Yo también… – gimió David con lujuria.
Oscar sonrió. Su sonrisa tímida y sensual le volaba la cabeza y la forma como Oscar lo miraba a los ojos, cavando profundamente en el centro de su alma, lo hacía sentirse insignificante ante su poder. Lo amaba… Dios… cuánto amaba a ese hombre.
David rodeó su cuello con los brazos y lo besó con fuerza. Quería aprovechar cada segundo a su lado, cada caricia y cada mirada, quería disfrutar de su cuerpo y vivir a través de él.
Oscar lo hizo girarse sin dejar de besarlo y lo acostó sobre la cama. David se quedó tendido sobre su espalda, en espera de que su amado estuviera listo para la batalla. En esos momentos su cuerpo pedía a gritos sentirlo dentro y hoy le tocaba a él ser dominado por la fuerza de sus embestidas.
Oscar se estiró y sacó un preservativo del cajón de la mesita de noche. Tomó su pene grueso y palpitante con fuerza y deslizó el preservativo con lentitud para no romperlo. Mientras hacía esa delicada tarea mantuvo su vista fija sobre David, anunciándole en cada movimiento lo que tenía pensado para esa noche.
Una vez que estuvo listo se acercó hasta su abdomen plano y lampiño y comenzó a bajar hasta su pene lentamente pasando la lengua caliente y suave a lo largo de la delicada piel. Volvió a chupar su pene, quien ya se había recuperado del orgasmo anterior y se alzó con una poderosa erección hacia el cielo. Cambiando de posición, alejó la boca de su miembro y lo tomó con la mano derecha mientras lo obligaba a abrir las piernas con la izquierda, dejándolo expuesto y vulnerable. David sintió cómo la sangre se le subía a la cara por lo que Oscar estaba haciéndole.
– Tranquilo – le dijo con voz ronca y profunda.
David asintió. Oscar siguió masturbándolo con suavidad y dando movimientos largos mientras besaba, lamía y mordisqueaba sus testículos. David comenzó a gemir otra vez. Cerró los ojos e intentó controlar su respiración agitada. Ahogó un gemido con sus manos cuando, sin previo aviso, Oscar descendió más allá de lo que pensó y comenzó a lamer su ano.
– ¡Oscar! – saltó David de inmediato cuando sintió la lengua alrededor de su trasero.
– ¡No hables tan fuerte! – exclamó él de inmediato – ¿Qué pasa? ¿No quieres?
– Es que… me da vergüenza ¿No tienes lubricante?
– Se acabó anoche y se me olvidó comprar otro. Lo lamento – respondió él mirándolo con complicidad – No quiero hacerte daño ¿Me dejas intentarlo? Puede gustarte.
– Ay Dios…
David se tendió en la cama sintiendo la cara roja y ardiendo de deseo y vergüenza. Una vez que estuvo listo, Oscar volvió a situarse entre sus piernas y recuperó el control sobre su cuerpo. Acarició su pene con suavidad para no hacerlo sentirse presionado y volvió a estimular su ano con tiernas caricias.
David creyó que se volvería loco. La suavidad con la que Oscar lo lamía, el deseo, la pasión, la vergüenza; él era dueño de todo su cuerpo y sabía cómo poseerlo y amarlo. Conocía cada punto de su cuerpo, cada espacio, cada poro y pese a la vergüenza que sentía, le permitía recorrer su cuerpo de la forma que quisiera ya que sólo él conocía los puntos que lo hacían gritar su nombre a viva voz.
Lo disfrutó, y mucho. No fue necesario que se lo dijera, Oscar sonrió complacido cuando lo vio revolcándose de placer y aferrando las sábanas entre sus puños para controlar las ganas de gritar.
Oscar cambió de posición y finalmente lo penetró con suavidad, deslizando su pene lentamente dentro de su cuerpo para no hacerle daño. Con cuidado le separó las piernas y comenzó una danza pasional vibrante, intensa y profunda, presionando su cuerpo con fuerza a cada embestida. David cubrió su boca con las manos para ahogar los suspiros que huían a raudales de su pecho.
El movimiento ondulante de sus caderas estaba rápidamente haciéndole llegar al clímax, por segunda vez ¿Cuánto más podría aguantar? Oscar invadía su cuerpo una y otra vez, aumentando la intensidad de sus movimientos y la fuerza de cada penetración. David sentía su ano dilatado y caliente, ardiendo por el roce del firme miembro de su amado.
– Oscar… me pierdo… Oscar…
Estaba alcanzando el orgasmo y aprovechó aquel momento para deleitarse con la expresión de placer en el rostro de su amado. Oscar cerraba sus ojos y levantaba la cabeza hacia el techo, respirando con dificultad mientras su pecho duro y firme subía y bajaba con violencia en respuesta a la excitación.
Pese a que no estuvo de acuerdo en un principio, no podía haber elegido una mejor música para esconder sus expresiones de amor a los oídos del resto. Cada caricia, cada gemido y cada movimiento rítmico de la pelvis de Oscar seguía los acordes intensos y soñadores de Take my breath away.
– ¡David! Oh David…
David sintió que su alma se separaba del cuerpo cuando alcanzó el orgasmo. Oscar dio un largo gemido susurrando su nombre. Presionó con fuerza contra su cuerpo cuando alcanzó el clímax del éxtasis y acabó junto a él, dejándose caer sobre su pecho desnudo, agotado y feliz.
Ambos se quedaron abrazados en silencio mientras recuperaban la normalidad de sus respiraciones. Oscar siguió dentro de él mientras se dejó caer contra su pecho y David lo abrazaba con ternura, sin dejar de acariciar su cabello.
– Eso estuvo bien – dijo Oscar con la respiración entrecortada.
David abrió la boca para responder, pero de ella no salió nada. Estaba tan agotado y embriagado con el amor que sentía por él que no podía ni siquiera hablar.
– Quiero que sigamos siempre así, David. Desde que estamos juntos he sido libre y me has hecho feliz como nadie pudo hacerlo. Te amo y me da pánico pensar en que estamos expuestos a tanto peligro con este operativo…
– No pienses en eso. Todo saldrá bien, ya verás. En unos cuantos meses estaremos de vuelta en casa y podremos amarnos sin temor a que nos escuchen a través de las paredes.
– Yo creo que ya se han dado cuenta – recriminó él tomándole las manos – Gritas demasiado.
David rio. Oscar se volteó hacia él y observó su rostro risueño y perspicaz, aquel que tanto amaba y del cual se enamoró con tanta fuerza.
– ¿Te dolió mucho? – preguntó en voz baja.
David negó con la cabeza. Tomó sus manos y lo atrajo hasta su cuerpo, de vuelta a donde pertenecía.
– No quiero que pienses más en lo que pasará mañana. Hazme ese favor.
Oscar lo miró a los ojos y pudo ver en ellos un brillo de temor. Dio un suspiro y rodeó su torso con los brazos.
Ambos hombres se quedaron abrazados, conectando los latidos de sus corazones en un solo ritmo. David acarició el cabello de su hombre por largos minutos hasta que se quedó dormido entre sus brazos y luego lo besó largamente en la entrada del cabello.
Lo entendía. Él también tenía el mismo temor grabado a fuego sobre su piel desde que aceptó estar a cargo de esa misión. Los Mirage eran una banda desconocida y a todas luces peligrosa, y por más que intentara sonar convincente de que no pasaría nada y que en unos meses más estarían de vuelta en casa, no podía asegurarlo. Había visto el poder que tenían y era consciente de lo peligrosos que eran, sabía de lo que eran capaces. Ya en varias ocasiones se habían visto mermados por sus ataques y con el correr de los meses la situación no hizo más que empeorar. No había huellas, no tenían identidades. Perseguían a una sombra, un criminal intangible que los amenazaba constantemente.
Gracias a sus indagaciones pudieron obtener información privilegiada sobre su siguiente movimiento. Tenían planificado atacar el casino de Enghien-les-Bains y a diferencia de las veces anteriores, estarían preparados. No los dejarían escapar. Era un movimiento arriesgado, pero era la perfecta oportunidad para capturarlos de una vez y acabar con todo.
Pese a que se decía una y mil veces que todo saldría bien, David también estaba preocupado, quizás tanto como Oscar.
Algo extraño sucedía y eso era lo que lo tenía tan inquieto. Oscar le aseguró en más de una ocasión que no eran coincidencia los violentos ataques que había sufrido cada vez que interceptaban sus crímenes y estaba convencido de que obtuvieron esa información de una fuente muy privilegiada.
Oscar sospechaba que alguien muy cercano estaba pasando información ¿A cambio de qué? El dinero era lo más probable, pero intuía que había otro motivo, uno mucho más oscuro.
– Duérmete – dijo Oscar con voz profunda y sin despegarse de su pecho.
– No cabemos aquí – señaló David el pequeño espacio de su cama. Ambos dormían en camas separadas para mantenerse a salvo de comentarios malintencionados.
– ¿Qué más da? Quédate esta noche.
David levantó las sábanas y cubrió el cuerpo desnudo de Oscar con ellas. Apagó la luz de la mesita de noche y el televisor, sumiendo la habitación en la oscuridad y el silencio. A través de la luz que se filtraba por la ventana, vio la silueta del cuerpo de Oscar esperando a por él en la cama.
– Buenas noches – dijo David cuando se posicionó a su lado.
– Mañana pensaremos en qué mentira les diremos ahora – dijo Oscar – pero insisto en que a estas alturas ya no nos creen una palabra. Es obvio que Jared sospecha algo.
– No es el único – puntualizó David – Creo que son varias personas las que piensan que somos gays.
– ¿Y no lo somos?
Ambos rieron y se besaron suavemente antes de acurrucarse para dormir.
Aquella noche había sido hermosa, como muchas otras, pero David la disfrutó más que ninguna.
Cerró sus ojos y estrechó a Oscar contra su pecho. Desearía estar con él siempre de esa forma y no tener que esconder su amor fuera de esas paredes. Desearía poder volver a casa con él y gritar a los cuatro vientos que lo amaba, pero eso tendría que esperar.
Antes de que pudiera pensar en otra cosa, David se quedó profundamente dormido, atesorando el amor que había encontrado en su camino y que ahora dormía a su lado.
París, marzo 16: 03:21 am
– ¡CUIDADO CON LAS VENTANAS!
David alcanzó a huir a tiempo. Una fuerte explosión en las afueras del casino retumbó con violencia, haciendo remecer los cimientos del edificio y provocando el estallido de todas las ventanas que comunicaban con el pasillo principal. Oscar se había protegido tras una columna mientras daba instrucciones a viva voz a Jared Novak, uno de los principales investigadores que estaba con ellos en esa misión.
– ¿Dónde está la agente Levine? – gritó tratando de hacerse escuchar entre las explosiones.
– ¡Venía tras de mí!
– ¡Tenemos que abortar! ¡No podemos arriesgar a más agentes, Jared!
David se sacudió un poco de polvo de su uniforme y le hizo señas en la distancia a la agente Levine, quien venía corriendo hacia ellos. La joven agente había perdido su casco en la loca carrera y sus rizos se habían cubierto de polvo.
– ¡No podemos huir así! ¡Debemos detenerlos ahora que estamos a tiempo!
– ¡Nos tienen acorralados! ¡Seguirán matando a gente inocente y ya hemos perdido a muchos agentes de la policía!
– ¡Podemos hacerles frente!
David tomó por el brazo a Jared. La agente Angelina Levine los observaba presa del miedo.
– ¡Mira lo que han hecho! Tuvimos que correr hasta aquí para salvarnos el pellejo ¿Y dices que podemos hacerles frente? ¡Nos van a matar si no abortamos! ¡Estamos completamente rodeados!
Jared miraba a su compañera en busca de apoyo, pero la agente Levine estaba demasiado asustada para hablar.
– ¿Aún no pueden comunicarse con los demás? – preguntó ella.
– Ni siquiera sabemos si siguen con vida, maldita sea – respondió Oscar con furia – las comunicaciones están completamente perdidas.
– No podemos irnos sin Roxanna, Keith y Andrew – dijo David ante la mirada de apremio de Oscar – No podemos dejarlos solos, somos un equipo.
Una nueva explosión retumbó contra los muros. El olor del humo y el calor del fuego que salía a través de los ductos de ventilación estaban convirtiendo el edificio en un infierno. El peligro de que aquel sitio se viniera abajo aumentaba con cada minuto que pasaba y tener a todo el equipo de investigación desperdigado por todo el edificio no ayudaba a planificar un escape.
– Sigamos buscándolos. Diez minutos, sólo diez minutos y nos largamos de aquí – finalizó Oscar tomando nuevamente su arma – Andando.
David caminaba unos pocos pasos más atrás de Oscar. Tenía el corazón acelerado y la respiración entrecortada. Las balas pasaban silbando a escasos centímetros de su cuerpo y con la oscuridad reinando los pasillos, cualquier movimiento errático podía significarles la muerte. Deseaba poder ir junto a Oscar y no varios metros más atrás de él. Quería abrazarlo, cuidar de él más allá de sus plegarias. Cuánto odiaba tener que pretender ser sólo su amigo ¡Podía apostar su vida a que todos en ese grupo sabían que algo había entre ellos! ¿De qué valía seguir ocultándolo? ¿Qué es lo que tanto temía?
Mientras caminaban en silencio y atentos a cualquier movimiento sospechoso en las sombras, el sonido de una comunicación entrecortada salió a través de sus radios. Pudo reconocer la voz del agente Keith Moore y lo que escuchó no fue nada alentador. El joven agente hablaba atropelladamente y costaba mucho distinguir lo que decía gracias al ruido que había a su alrededor.
– ¡Ellos están aquí! ¡En la sala de póquer! ¡Estoy rodeado!
– ¿Keith? – dijo de inmediato David tomando su radio – ¿Dónde estás?
– ¡Debemos irnos de aquí lo antes posible!
Oscar, Jared y Angelina se detuvieron de inmediato y lo rodearon. Pudo sentir que Oscar se acercaba a él con atención e incluso hizo un gesto para tomarle el brazo, pero dejó caer su mano apenas se percató de lo que hacía.
– Keith, dinos tu posición, iremos por ti.
– ¿Andrew y Roxanna están contigo? – preguntó David.
– No… vi a Roxanna hace un momento, pero fuimos separados por un grupo armado.
Todos se miraron aterrados. Durante todos los meses que llevaban investigando jamás los líderes de Los Mirage se habían presentado durante una de sus redadas. Nunca.
Las pocas veces que se supo que estuvieron presentes en algún atraco no dejaron ni un solo testigo vivo, lo único que dejaban era un reguero de muerte y destrucción, marca que los identificaba de todos los demás criminales.
– Keith, iremos por ti. Aguanta.
Oscar les hizo señas para que lo siguieran. El grupo aceleró sus pasos sin soltar las armas, encontrándose con varios hombres del clan que intentaron repelerlos a tiros, pero que abatieron rápidamente pese a la oscuridad. La mitad del casino estaba siendo consumido por el fuego y los carros de emergencias aún no podían acercarse a extinguir las llamas debido al potencial peligro que tenían de ser víctimas de un ataque. Las alarmas se habían activado y todos los pasillos estaban inundados, pero eso no fue suficiente para extinguir las largas lenguas de fuego que salían por las ventanas.
Corrieron hasta la sala de póquer, intentando mantener el contacto con el agente Moore y buscando sin tregua a sus otros dos compañeros. El humo y la oscuridad de aquel sitio no les permitía ver por dónde iban y varias veces tropezaron con lo que parecían ser cuerpos inertes desperdigados por la alfombra.
– Keith, danos tu posición.
Nada.
David volvió a establecer comunicación, pero no hubo respuesta. Fue entonces cuando sintió que algo metálico rodaba por el suelo, directo hacia ellos.
– ¡BOMBA!
David sólo atinó a saltar hacia Oscar y a empujarlo lo más lejos posible de aquella explosión. No pensó en Jared ni en Angelina, ni siquiera pensó en sí mismo. En fracciones de segundo todo el lugar se llenó por una potente llamarada que se elevó al cielo mientras un estruendo rompió el silencio de sus pasos.
David tomó a Oscar del brazo y corrió con toda su fuerza para sacarlo de allí, pero no tuvo mucho tiempo. Antes que el explosivo detonara, lo empujó detrás de una mesa y segundos después él fue lanzado varios metros más allá producto de la onda expansiva. Su cabeza golpeó violentamente contra un muro de concreto y sólo vio la silueta de Oscar tratando de incorporarse antes de cerrar los ojos y perder el conocimiento. A través del silbido de los disparos pudo escuchar cómo lo llamaba a gritos e intentaba acercársele, sin poder hacerlo producto de la nueva arremetida que se lanzó contra ellos.
– ¡DAVID!
– ¡OSCAR CÚBRETE! ¡NOS ATACAN! – gritó Jared intentando darle a algo disparando a ciegas en la oscuridad.
Oscar se incorporó con desesperación. Le costaba respirar, tosía sin control y le lloraban los ojos gracias al humo denso y pútrido que inundaba la sala. Demasiadas cosas habían pasado en tan pocos segundos, y aturdido, pudo recordar que David había saltado hacia él para salvarlo de la explosión sin dimensionar todo lo que había pasado hasta que vio su cuerpo varios metros más allá de él, inmóvil. Intentó correr hacia él, pero fue interceptado por un hombre de dimensiones colosales que cargaba un fusil AK 47. El hombre lo repelió con violencia y se vio obligado a esconderse tras un pilar para salvar su vida.
David estaría bien. David aún respiraba, lo sabía. David no podía dejarlo… no podía…
El hombre se lanzó en su dirección sin dejar de disparar. Sus ojos negros eran lo único visible de su rostro y en ellos leyó una sed de muerte y sangre. Su mirada estaba maldita, sea quien sea ese hombre no era un enemigo cualquiera.
– NO TE LE ACERQUES – rugió cuando vio que el hombre se acercaba hacia él.
Sin pensarlo demasiado e ignorando los gritos desesperados de Jared, se lanzó corriendo en su dirección. Oscar le disparó varias veces a quema ropa, pero sus proyectiles quedaban incrustados en los muros y en su chaleco antibalas. El humo le nublaba la visión y por más que apuntaba en su dirección no pudo alcanzarlo. El hombre, sea quien sea, era más rápido que él. Oscar no pensaba en la locura que estaba cometiendo, no pensaba en que estaba arriesgando su vida y la de todo su equipo; sólo pensaba en David.
Mientras corría, un fuerte golpe en su cabeza lo hizo tambalearse. Todo alrededor era oscuridad y caos y apenas pudo encontrar la fuerza suficiente para centrar su mirada en el atacante. Casi cae contra una de las mesas cuando se da cuenta que se trataba de una mujer mucho más baja que él y que sólo portaba una manopla de oro como única arma. Por la expresión en sus ojos pudo saber que sonreía y disfrutaba al ver ese acontecimiento.
– ¡Tómalo ya Búfalo! ¡Debemos irnos! – gritó y se alejó rápidamente de Oscar antes de que pudiera defenderse.
Oscar intentó incorporarse, pero las piernas le fallaron y cayó de rodillas al suelo. Eran ellos, Los Mirage habían llegado al casino.
Oscar se puso de pie rápidamente, pese al dolor y al mareo que sentía. Le temblaban las piernas y le dolía el pecho. Desesperado, buscó el cuerpo de David en la oscuridad para luego lanzar un grito de ira cuando vio que aquel hombre a quien identificaron como Búfalo lo había tomado sin ningún cuidado y lo lanzaba sobre su hombro como si fuera un muñeco.
– ¡DAVID! ¡DAVID! ¡NO! ¡NO!
Ciego de dolor corrió sin importarle que tenía todas las de perder. Corrió en zigzag intentando alcanzarlo, viendo como su bello cabello rubio se había empapado de sangre producto del golpe que recibió. Ver aquello fue lo más doloroso que había sentido en toda su vida.
– SUÉLTALO ¡SUELTALO! – gritaba sin dejar de disparar al aire. No podía disparar al hombre que se estaba llevando al amor de su vida. Apenas tenía fuerzas suficientes para correr tras él y temía matar a David por error.
Vio como los hombres de Los Mirage que aún seguían con vida corrían fuera del edificio hacia una decena de furgonetas que los esperaban para la huida. Se estaban llevando a David…
Ya no le importaba lo que ocurriera con Jared, con Keith o con Angelina. Ni siquiera le importaba saber si Andrew y Roxanna seguían con vida. el mayor de sus miedos se había materializado frente a sus ojos y él no pudo hacer nada para proteger a su amado. Los Mirage habían ganado y llevaban como trofeo de guerra a David.
– ¡SUÉLTA A DAVID, HIJO DE PUTA!
Una lágrima se deslizó por su mejilla. Su vista se nublaba.
– Vaya, vaya… no esperé a que reaccionaras de esa forma…
Oscar se volteó levemente al sentir esa voz. La conocía.
– Tal parece que ustedes dos sí tenían algo – dijo nuevamente aquella voz – ¿Por qué me dijiste que no? ¿Temías que dijera que eres un marica?
Oscar no pudo creer lo que acaba de escuchar. Al ver la sonrisa y la mirada que acompañaban a esa voz creyó que algo se rompía dentro de su corazón, dejando paso a una ira asesina.
– Hasta nunca – dijo aquel hombre entre sombras – ya te reunirás con tu amorcito en el otro lado, bastardo.
Un disparo rasgó el aire. Oscar cayó de rodillas en el piso mientras veía a aquel traidor que le disparó por la espalda alejándose en dirección a Búfalo, quien lo esperaba junto a una furgoneta. El hombre lanzó a David dentro de ella sin ningún cuidado y cerró la puerta.
Oscar comenzó a llorar. Ya no podía respirar y apenas podía moverse. Presionaba su mano contra las costillas sintiendo la sangre caliente saliendo a raudales de su cuerpo mientras escuchaba un silbido pavoroso que salía cada vez que intentaba respirar.
David.
Le habían quitado a David.
¿Por qué? ¿Qué había hecho para merecer eso? ¡Lo amaba! ¡Lo amó más que a nada en ese mundo y se lo habían quitado! Los habían separado. Mientras sentía su cuerpo caer a un vacío profundo y oscuro recordó el momento en que lo vio por primera vez, cómo se apretó su corazón cuando observó su rostro risueño y su cabello rizado que tan bien le asentaba. Recordó como temblaron sus manos cuando lo saludaba cada mañana. Recordó lo confundido que se sintió y lo idiota que fue durante tanto tiempo en que intentó controlarse y evitar pensar en lo que sentía por él.
Pero lo más doloroso fue recordar cuánto lo amo, recordar todas las noches que estuvo durmiendo a su lado, acariciando su pecho suave. Recordar sus besos tiernos, su cuerpo desnudo y ardiente de deseo, la forma cómo cubría su boca para ahogar los gemidos mientras le hacía el amor. Recordar su sonrisa, su aroma, su textura, su calor, su amor, sus ideas locas, sus expresiones al intentar comportarse de forma seria.
Oscar lloró y rogó una última vez para que su alma pudiera encontrarlo allá, en el otro lado. David y él ya no podrían volver a casa juntos como habían dicho, no podrían amarse, no podrían perderse observando la profundidad eterna de los ojos del otro.
Oscar cayó y dio un último suspiro pensando en él.
David fue su todo. Con él fue libre, como jamás lo había sido; con él conoció el amor y el consuelo que su alma solitaria deseó por tantas noches. Con él vivió intensamente cada minuto, cada segundo; guardando en su memoria cada sonrisa y cada palabra.
Murió abrazando el recuerdo de su sonrisa, dejando que el recuerdo de su amor y de su calor penetrara en lo más profundo de su alma, aquel sitio al que pertenecía y del cual jamás podrían separarlo, ni siquiera con la muerte.