En nombre del desastre – Segunda Parte
1
— ¿Cuál de las dos más famosas lesbianas con talk shows te gusta más, Carolina? ¿Rosie O´Donell o Ellen DeGeneres?—. Preguntó Gonzalo, luego de dos minutos de silencio cuando ellos hubieron agotado el tema acerca de si en la siguiente vida les gustaría reencarnar en una lolita japonesa o en una coreana, posterior al asunto de si creían o no en la reencarnación.
Carolina tomó un puñado de frituras de queso del tazón que estaba sobre la cama, entre ella y Gonzalo. Hacía cerca de media hora había abandonado la pretensión de no querer mancharse los dedos de color naranja, y superado este pequeño impase para aquel momento comía como una verdadera desesperada sin remordimientos. No le importaba demasiado el estar llena de boronas, o que bajo sus uñas tuviera tanto producto como dentro del tazón, pues ya encontraría la manera de sacarlo de allí sin tener que dañar la manicura que Gonzalo le había hecho ese mismo día en la mañana.
Con movimientos lentos se llevó unas cuantas frituras a la boca, mientras meditaba a consciencia su respuesta.
—Ellen. Definitivamente Ellen DeGeneres. Ella gana porque tiene esa forma de bailar extraña y divertida. —Respondió con toda la seriedad que ameritaba semejante asunto—. Además, ella es mucho más guapa que Rosie O´Donell y eso también cuenta.
—En efecto, así es. Concuerdo contigo, Ellen Rock´s
El diseño del techo de la habitación no era nada interesante… Aun así se quedaron inmersos en su contemplación, mientras lo único que se escuchaba eran el crujido de las frituras mientras las devoraban y el murmullo del televisor a un volumen tan bajo, que era imposible que alguno de ellos dos estuvieran entendiendo una sola palabra en realidad.
Definitivamente estaban aburridos.
Revisar las redes sociales cada diez minutos y pensar cada vez en la posibilidad de que la mayoría de personas que publicaban seguro tenían alguna especie de discapacidad relacionada con el alfabeto y su correcta combinación de letras, debido a los espantosos errores ortográficos, había comenzado a hacerse monótono y dejado de tener gracia hacía rato.
Carolina soltó un profundo suspiro que fue respondido por uno igual de sonoro por parte de su amigo.
— ¿Gonza?
— ¿Mmm?
—De seguro esta no era la manera en la que imaginabas que serían estas vacaciones ¿cierto?
Gonzalo dejó de mirar el techo y ladeó la cabeza, mirando en su dirección.
— ¿Y qué te hace pensar que este no era exactamente mi plan? Quizá esto es justo lo que yo tenía planeado… No quitarme el pijama en todo el día y rellenarme insanamente de calorías mientras veo el mundo avanzar de forma lenta a través de tu ventana, y sentir como un tiempo valioso que jamás recuperaré se me escurre entre los dedos— Gonzalo curvó una de las comisuras de la boca hacia arriba. —Que sepas que normalmente mi vida es mucho más movida, y que si estoy aquí ahora mismo es solo por acompañarte, porque pareces no haber conseguido levantar cabeza después de que tu novio y tú hubiesen terminado, y de que tú mejor amigo te haya abandonado por estar inmerso en una historia de amor bastante complicada.
Carolina chasqueó la lengua con fastidio, quizá aceptando que en el fondo Gonzalo tenía algo de razón; además su ademán era porque tenía que reconocer que le molestaba un poco —¡Mucho!— que Martín le hubiese contado lo de su embrollo amoroso a Gonzalo. Esas eran confidencias que solo se hacían entre mejores amigos, y ahora Gonza no perdía ninguna oportunidad para recordarle aquello. Estaba algo celosa.
—Me crispas los nervios, ¿Cuándo vas a dejar de hablar así?
— ¿Así como?
—Así… Como si fueses un hombre.
—Yo soy un hombre.
— ¡Jah!
— ¡Oye! Yo soy tan hombre como cualquiera.
— ¿Ah, sí? Muéstrame, entonces—. Carolina se sentó en la cama, sacudió la cabeza de manera que el moño flojo y sin pinza que tenía en la parte alta de la cabeza se deshizo, dejando que el cabello largo y espeso le bañara los hombros, con los que comenzó a hacer sexys y exagerados movimientos circulares. Encogió la pierna derecha hasta dejar una buena porción de muslo al descubierto, cuando la tela del pijama resbaló.
Gonzalo dejó escapar un gritito agudo.
— ¡Ay no, qué asco! No quiero tener nada que ver con esa almeja apestosa que las mujeres tienen en medio de las piernas. —Gonzalo se levantó de la cama y fingió un escalofrío—. Que repelús. Dime ¿Tan aburrida estás?
Para ser sinceros, Carolina había comenzado a desternillarse de la risa en cuanto escuchó el nada masculino gritito de Gonzalo. La sarta de tonterías que él soltó después solo echó más leña al fuego y no ayudó a mitigar su ataque de risa. Para cuando ella logró detenerse, el otro ya tenía el ceño fruncido.
—Sí, estoy muy aburrida, pero no estoy tan desesperada como para querer sexo contigo… Y te aseguro que soy de las que cuida su «almeja» para que no apeste, grosero. —Se dejó caer nuevamente sobre la cama, estirándose de manera perezosa—. Aunque… No te voy a negar que mi curiosidad por ver, solo ver, qué tan hombre eres, es mucha. Hasta ahora solo he tenido indicios y mucha palabrería al respecto—. Carolina agitó pícaramente el dedo meñique de la mano derecha.
— ¿Qué estás diciendo, grandísima desvergonzada?
—Anda, Gonza, déjame ver. Es casi como si fuéramos un par de chicas y yo estuviera pidiéndote que me dejes ver tus pechos para compararlos con los míos… O hablar acerca de sujetadores de encaje.
Gonzalo soltó una risotada falsa bastante exagerada.
—Supongamos que te muestro mi pito, ¿Contra qué se supone que lo vas a comparar? Tú no tienes uno, que yo sepa.
Gonzalo cruzó los brazos fuertemente sobre su pecho, casi como si estuviera esperando que ella le saltara encima.
—Oh no, no tengo uno… Pero he visto unos cuantos.
— ¿Unos cuantos? Te aseguro que nunca habrás visto uno como el mío, niña.
—Pues eso ya lo determinaré yo. Ahora, bájate los pantalones y déjame ver. —Demandó la chica.
—Pero mira nada más que gracioso. Justo las mismas palabras mágicas que me dijeron mi primera vez —Carolina tragó saliva, eso fue un tanto triste. —Quita esa cara, mujer, que solo es una broma. Mi vida no es una telenovela barata… Bueno, un poco, pero solo a veces.
Ella puso los ojos en blanco y suspiró, rezongando.
— ¿Vas a dejarme ver o no?
Gonzalo comenzó a juguetear con el elástico en la cintura de sus pantalones de pijama. Tiraba de él y luego lo soltaba, picándola, como contemplando si bajárselos o no.
—No lo sé…—Canturreó. — ¿Qué obtendré a cambio?
— ¿Acaso no fue suficiente con haberme hecho tragarme dos desesperantes películas de Woody Allen y luego haberte visto a ti durante una rutina de ejercicios de dos horas? Siendo así, creo que esto me lo debes. ¡Anda ya! Quiero verte la…
El teléfono celular de Carolina comenzó a vibrar y a sonar en medio de la cama, deteniendo aquel sinsentido al que estaba empujándolos el aburrimiento. Cuando vio de quien se trataba estuvo a punto de ignorar la llamada, para devolver un poco de la nula atención que había recibido durante la última semana y media de su vida. ¿Era acaso que él no era capaz de imaginar lo duro que era eso para ella, cuando normalmente ellos dos solían ser como un par de sanguijuelas, pegados el uno al otro? ¡Dios! Necesitaba un novio que ocupara su tiempo.
Chasqueó la lengua, asqueándose un poco ante su falta de voluntad para despreciar a Martín.
— ¿Qué quieres, grandísimo ingrato? ¿Te equivocaste de número?
No le sorprendió escuchar una risa fingida, con grandes y exagerados «JA – JA – JA» al otro lado de la línea.
— ¿Qué estás haciendo?
— ¿Qué? Pues… Estoy ocupada. Mucho.
— ¿Ocupada exactamente con qué, Carolina?
—Con… Cosas, estoy liada con un montón de cosas. Imagino que llamas porque me necesitas para algo, pero así no es la vida, Martín. No puedes solo llamar cuando se te venga en gana después de haberme ignorado durante días, cuando habías prometido tratarme como a una princesa, y esperar que deje todo tirado solo porque te has dignado a acordarte de mí. Eres un…
— ¿Tiny? Salúdalo de mi parte, Caro. —Pero Gonzalo no esperó a que ella le transmitiera el saludo, si no que se acercó a ella, se agachó a su lado hasta pasarle su gran brazo sobre los hombros y pegando la boca al teléfono le gritó directamente en la cara, con la intención de que sus berridos fueran escuchados por Martín a través de la bocina del móvil— ¡Holaaaa, Martín!
—Oh, Gonzalo está contigo, ¿Por qué te quejas tanto si ya me conseguiste un reemplazo? Apuesto a que a él también le gustan ese montón de novelitas chinas rosa que te gustan a ti… Por favor, ponme con él.
¿Pero qué era aquello? Además de todo Martín se daba el lujo de darle esquinazo incluso cuando había sido él mismo quien había llamado… A su número. Era un grosero de lo peor. Más le hubiese valido tomarle la palabra a su tía Antonia y haberse ido con ella a pasar las vacaciones en su pueblo natal, aun si en aquel lugar lo más entretenido fuese escuchar las cigarras por la noche, no habría habido mucha diferencia entre aburrirse en aquella finca y la manera en la que de todas maneras se estaba aburriendo en la ciudad, pero allí no tendría testigos.
Arrugó la cara con verdadera molestia, miró mal a Gonzalo y estiró el brazo mostrándole el teléfono.
—El principito caprichoso quiere hablar contigo.
Gonzalo arrugó el entrecejo con extrañeza y se señaló el pecho de manera interrogativa. Al parecer ella no era la única que encontraba extraño el que Martín pidiera hablar con él de manera voluntaria. Pero claro, como ahora eran los mejores amigos del mundo…
— ¿Conmigo?
—Ajá.
Ella asintió con la cabeza y la expresión del rostro de Gonzalo sufrió un cambio drástico al convertirse en uno de completa alegría mientras tomaba el aparato.
— ¡Ey! ¿Qué te cuentas, Tiny?… Sí, por supuesto que estoy de ánimos. Siempre lo estoy… ¿El de siempre?… ¿Con quién crees que hablas? Por supuesto que conozco, varios, de hecho, pero jamás pensé que quisieras ir a uno. ¿Ya habías ido a uno antes? … —Carolina hacía verdaderos esfuerzos por entender de qué iba la conversación, uniendo la información unilateral que recibía. — ¡Genial! Por supuesto que quiero ir, te llevaré al mejor… Eso suena muy interesante… ¿Ocupados nosotros? Pero si lo único que hemos hecho en todo el día es ver televisión y perder la figura, lo mismo que el resto de la semana…—Carolina blanqueó los ojos, Gonzalo era un chismoso y acababa de dejarla como una mentirosa. — Nop, casi todos viajaron, a los padres normales les gusta pasar tiempo con sus hijos, que los visiten y esas cosas, ya sabes… ¿Dónde nos vemos?… Sí, me aseguraré de que ella vaya, pero danos un par de horas para ponernos decentes. No lo digo por mí, pero creo que Carito va a necesitar tiempo, si la vieras ahora mismo no te lo creerías. —Gonzalo debió hacer una contorción para esquivar el almohadazo que Carolina intentó darle. —Estamos en su apartamento, Jazmín salió de viaje hace cuatro días, así que la he estado acompañando…Vale, vale, ella parece estar de mal humor, pero le diré que la quieres… Chau.
— ¿Y? ¿Qué quería ese malcriado?—Aunque no era que no lo hubiese adivinado, de todas formas.
— ¡Fiesta! —Gritó Gonzalo. —Gracias a Dios. Un poco más de tiempo pernoctando aquí sin nada que hacer, y juro por Dios que iba a volver a contemplar el suicidio—Carolina abrió gigantes los ojos, ¿volver? ¿Suicidio? —Muévete, mujer. Solo tengo dos horas para deshacer ese nido de pájaros al cual valientemente llamas cabello. —Fue obvio que Gonzalo se dio cuenta de lo que había dicho y trató de desviar el tema. De momento ella iba a dejarlo estar, no quería hacerlo sentir incómodo, pero eso era algo de lo que definitivamente hablarían después, probablemente era una de sus bromas… Pero quizás no.
—Yo… Puede que no vaya. Martín me tiene algo decepcionada… Haciendo todo tipo de tonterías sin escucharme, dejándome de lado. Creo que estoy de verdad enojada con él y esta vez es completamente en serio.
— ¿No ir? Oye, sinceramente eso no te lo crees ni tú misma. ¡Vamos! Muévete, Carolina, o saldrás de aquí con pinta de espantapájaros, pero te aseguro que saldrás. La razón principal por la que se supone que estás enojada con él es justo porque te tiene acostumbrada a la marcha, su total atención, porque te había prometido unas vacaciones de locura y ahora que va a cumplir con su palabra, ¿Piensas negarte? Necesitas poner en funcionamiento los poros bailando hasta que logres sudar las dos toneladas de comida chatarra que te tragaste hoy. Además, entiéndelo, Martín está enamorado y la mayoría de personas suele enloquecer cuando eso ocurre. Es su turno.
Carolina suspiró pesadamente.
—Sigue intentando un poco más, quizá logres convencerme, porque aún no lo haces.
Gonzalo sonrió con ganas y se sentó a su lado.
—Bien, aquí hay dos razones que de seguro te convencerán. La primera: Martín me ha pedido que lo inicie… Vamos a ir a un club gay—. Carolina imaginó que Gonzalo debía sentirse como el chango de culo rojo que presentó a Simba ante los animales de la selva. Podía ver sus ojos brillando con algo parecido al orgullo y lo que estaba segura, era una completa emoción—. Me habías dicho que querías ir a uno, ¿cierto? Pues voy a llevarlos a mi favorito—. Si ella fuese un can y Gonzalo estuviera ofreciéndole comida cuando ella se negaba a ingerir alimento, podía decirse que la croqueta que le había acabado de mostrar comenzaba a despertar su interés —. La segunda es que es bastante curioso que Martín me haya pedido específicamente que los guiara a un lugar de ambiente cuando también ha dicho, cito textualmente— Gonzalo carraspeó con dramatismo—, «Pasaremos por ustedes en un par de horas» el plural en esa frase es algo que vale la pena desvelar, ¿No crees?
—Pero, pero, pero… ¿Te dijo a quién piensa llevar?—. Okey, su curiosidad estaba al tope ahora.
—No. Pero solo existen dos opciones, ¿No es así? Y cualquiera de ellas que sea, definitivamente es algo que quiero ver… Incluso si hay una tercera opción, también quiero. Creí ser su único amigo gay. Ahora pregunto, ¿Carolina Ignacia, quieres ir?
Carolina boqueó con completa indignación.
— ¡No puedo creer que Martín también te haya dicho eso!—. En cuanto pudiera, iba a ir a una registraduría y acabaría con el karma de su segundo nombre—. ¿Cómo me saco lo naranja de los dedos?
— ¡Chúpatelos!
2
Estaba decidido a hacer parte de la vida de Martín, sí. Pero quizá era momento de empezar a contemplar los inconvenientes que ello conllevaba, sobre todo cuando en aquel momento se encontraba bajo la mirada escrutadora y descaradamente directa de dos de sus amigos, mientras los cuatro se encontraban empaquetados en un taxi con rumbo desconocido, al menos para él.
La chica, Martín y él iban en el asiento trasero del vehículo; el otro chico, Gonzalo, a quien Ricardo no sabía si catalogar como «chico» cuando era evidente que estaba más allá de los Veinte, iba en el asiento del copiloto, pero él no miraba hacia el frente, como una persona normal y prudente lo haría, sino que estaba girado sobre el asiento, forzando el cinturón de seguridad para mirar hacia él de forma descarada. Tanta atención sobre su persona estaba empezando a incomodarlo. No podía evitar preguntarse qué tanto sabían ellos de las circunstancias de la relación que lo unía a Martín.
Ella era bastante hermosa, debía reconocer. Era como un bonsái, bastante pequeña pero con una anatomía proporcionada y curvilínea. A pesar de la baja estatura, su complexión estaba bastante lejos de la absoluta fragilidad. Estaba vestida de manera quizá un tanto atrevida para su gusto, pero Ricardo supuso que aquel era el derecho con el que contaba una mujer que tuviera tan hermosas y notorias curvas. Ricardo se preguntó si estando el clima como estaba, y ella estando tan descubierta como estaba, no estaría pasando frío puesto que la chaquetilla que ella llevaba encima era casi un chiste.
Gonzalo, de quien Ricardo sinceramente había esperado que tuviese un semblante más afeminado y acorde con la personalidad que le había descrito Martín, estaba vestido de manera aparentemente discreta, pero a saber si al igual que ocurría con Martín en aquel momento, la usencia del abrigo que llevaba sobre la ropa revelaría un atuendo llamativo.
No lo soportó más. Él llevaba un jersey de lana debajo de la chaqueta, con el que estaría lo suficientemente abrigado. El labio inferior de la chica temblaba de manera casi imperceptible y desde donde él estaba podía perfectamente ver la manera en la que sus piernas estaban con la piel de gallina, así que rápidamente se sacó la chaqueta y se la tendió, esperando que no se lo tomara a mal.
—Hace frío. —Dijo como única explicación, mientras le tendía la prenda que ella recibió con una sonrisa.
—Wow, muchas gracias—. Ella comenzó a calzarse la prenda. Para hacerle espacio para maniobrar, Martín y él debieron arrinconarse lo más que pudieron contra la puerta del auto, así que Ricardo tuvo a su alumno apretujado contra él, bombardeándolo con el rico olor de su perfume—. Ustedes dos, a ver si aprenden algo.
— ¿Pero qué dices? Te pregunté puntualmente si estabas dispuesta a salir así cuando hace tanto frío. Tu respuesta fue un rotundo «No te importa» así que solo te dejé ser—. Martín se encogió de hombros.
—Ya déjala, Martín… Está enojada contigo por haberla tenido abandonada. Mírala, es como una niña pequeña reclamando atención. Además es obvio que está celosa porque cree que le van a robar a su mejor amigo—. La voz de Gonzalo destilaba diversión y burla.
—¡Cállate, tonto! Tú eres un traidor—. Ella blanqueó los ojos, cruzó los brazos sobre el pecho y se dedicó a ignorarlos, mirando por la ventana.
—Lo siento, princesa. Prometo que no va a volver a ocurrir. ¿Me perdonas?
Carolina dejó de mirar el paisaje nocturno y miró en dirección a Martín, con una de sus perfectas cejas arqueada.
—Pues aún no lo sé. De momento estás a prueba. Así que más vale que te comportes.
—Oh Dios… Diciendo estupideces cuando hay cosas mucho más importantes aquí. —En efecto, Gonzalo hablaba como un hombre, pero mucho de su lenguaje corporal lo delataba. — Martín, cuando dijiste que estabas saliendo con tu profesor, me imaginé a un cincuentón medio calvo con cara de cachondo perdido, pero él… ¡Dios mío! Ninguno de mis profesores de instituto era así. De haberlo sido yo habría sido expulsado por acosar a los docentes y no por las razones estúpidas por las que me expulsaron… Dos veces.
Bien… ¿Se suponía que debía sentirse alagado por aquel comentario, o intentar correr por su vida? Ricardo no se consideraba una persona particularmente tímida, aburrido quizá y eso solo en ocasiones, pero nunca había sabido como encajar bien los halagos, menos uno así de directo y específico. Nunca lo había piropeado alguien de su mismo sexo, tampoco. Más que tímido se sintió cohibido, fuera de ambiente, tenía miedo de decir algo desacertado que pudiera ofender al otro o darle una impresión equivocada. Martín nunca le había transmitido aquel tipo de incomodidad a pesar de que lo turbaba, pero esa turbación era de aquella que le hacía sentir cosquillas en el estómago, ya fuesen de tensión o de gusto, no de la que lo dejara sin saber qué decir.
¿Qué tanto les había dicho Martín?
El conductor del taxi lo miró a través del espejo retrovisor con el ceño fruncido, y carraspeó con incomodidad y evidente reprobación. De la garganta de Martín nació una pequeña risita.
— ¿A dónde estamos yendo?—. Ricardo prefirió cambiar de tema por completo.
Gonzalo intentó hablar nuevamente pero Martín lo interrumpió, respondiendo en su lugar.
—Vamos a una discoteca. Ya sabes, Richie, mucho ruido, muchas luces, mucho alcohol. Algo de distracción, hoy estoy algo tenso.
—Mucho ruido y muchas luces, no hay problema. Pero no tienes la edad suficiente para «mucho alcohol»—. Dijo, sin poder evitar que el adulto responsable hiciera acto de presencia.
—No, no tengo la edad, pero te aseguro que tengo la experiencia y sobre todo tengo ganas. Oye, ¿Sabes lo que sí tengo? —Quizá aquella era una pregunta retórica, pero aun así Ricardo negó con la cabeza. —Tengo una identificación falsa que me salió por un ojo de la cara y que nos mantendrá lejos de problemas. Relájate. Sé que lo vas a disfrutar.
Algo hubo en su sonrisa y la manera en la que le guiñó un ojo, que prometía peligro.
3
Debió haber sospechado que Martín le haría algo como aquello. Lo había metido de cabeza en un lugar donde se estrelló con la más gigante bandera multicolor y repleto de los personajes más desinhibidos con los que se hubiera cruzado jamás. Había tanto colorido, tanto brillo y tantas prendas de vestir demasiado pequeñas, transparentes o ajustadas, que casi sintió vergüenza por verse tan normal vestido con su jersey de lana de color crema y sus pantalones de dril de color caqui.
Aquello había sido prácticamente pasar de cero a cien en un lapso de tiempo demasiado corto. Pasar de empezar a aceptar, reconocer y asimilar el hecho de que encontraba atractiva y llamativa a una persona de su mismo sexo y que sus deseos estaban mutando, a encontrarse repentinamente inmerso en un ambiente en el que dos hombres se metían mano o se comían la boca en medio de una pista de baile, cosa que lo hizo sentir por completo incómodo y que lo obligaba a desviar la vista cada vez que sus ojos se estrellaban con una situación similar… Pero sintió que bien había valido la pena el dejarse arrastrar hasta allí adentro, solo por ver la manera en la que se iluminaron los ojos de Martín y la sonrisa que se extendió en su cara, ante la mera posibilidad de estarle causando un disgusto con aquello. Riendo su propia gracia por haberlo metido allí cuando él había empezado a negarse a entrar cuando fue obvio donde se encontraban.
Un lugar bastante grande y ostentoso, con reflectores gigantes en la entrada que utilizaban el encapotado cielo nocturno como telón para proyectar la potente luz. Quizá era porque nunca había estado interesado en el tema, pero siempre creyó que ese tipo de lugares eran algo clandestino, con entradas secretas disimuladas en lugares inverosímiles y de cuya existencia solo se enteraban a través de las Páginas Amarillas para gays o algo por el estilo. Ricardo rio ante su propia estúpida y completamente heterosexual conclusión, porque era evidente que no era así.
Era viernes y además estaban en medio del periodo vacacional, así que el sitio parecía estar en su máxima capacidad. Ricardo ignoraba que tipo de influencia tenía Gonzalo allí, pero les habían conseguido una mesa cerca de la pista de baile en un abrir y cerrar de ojos, a pesar de que había una considerable cantidad de personas esperando afuera por la oportunidad de entrar. Cuando Martín le preguntó al respecto, este se limitó a decir algo que sonó mucho como «Yo soy su reina»
Con los fuertes golpeteos de los amplificadores retumbándoles en el pecho, los cuatro estaban sentados en un cómodo sofá de cuero rojo en forma de «U» alrededor de una pequeña mesa cuya superficie de vidrio transparente dejaba ver a la perfección la pequeña base en forma de brillante bola de discoteca, y sobre la cual acababan de dejarles la primera consumición: Una botella de whisky, cuyo sello Gonzalo revisó con ojo clínico antes de devolvérsela al mesero para que la abriera, un cocktail de color rosa en una copa alta, para Carolina, vasos, hielo, pasantes, servilletas, cuencos con snacks y una pequeña bandeja con rodajas de limón.
La sección de mesas en la que se encontraban, se elevaba a más o menos un metro de altura de la pista de baile. Una pequeña reja adornada con tubos fluorescentes actuaba como barrera y evitaba que cayeran de cabeza en medio de un mar de bailarines que seguramente se los tragarían. A su derecha, cuatro pequeños escalones les daba acceso a la pista.
Habían más mesas hacia arriba y hacia el fondo, teniendo esto en cuenta, ellos tenían una mesa de las mejores, una mesa desde la cual tenían una buena vista de la pista de baile y gracias a la cual, Ricardo podía ver a la perfección la manera en la que un montón de torsos desnudos se contorsionaban unos contra los otros en medio de un frenesí musical, a no muchos metros de ellos. No era un lugar para charlar, sino para enloquecerse y perder el control.
Ubicó con la vista las salidas de emergencia y los baños, nunca estaba de más ser precavido, sobretodo en un lugar así de grande y concurrido. Cuando terminó de estudiar todo el club con la vista, y después de que sus ojos se toparan con el par de senos más grandes que hubiese visto jamás y que dudaba que pertenecieran a una mujer, regresó su atención a la mesa justo a tiempo para ver como Martín daba cuenta de su bebida, tal vez con demasiada rapidez.
— ¡Hey!, más despacio.
Martín se apartó el vaso casi vacío de los labios con la cara arrugada, debido al fuerte sabor de la bebida. Tomó un gajo de limón y se lo llevó a la boca.
—No me pidas que vaya más despacio. —Debido a lo fuerte que sonaba la música, para hacerse entender tenían tres opciones, o leían los labios —cosa que se dificultaba con las luces estroboscópicas, y la completa ignorancia al respecto, claro— o hablaban a gritos, o se hablaban al oído… Opción que Martín escogió mientras alcanzaba el vaso que estaba frente a él, en la mesa, y se lo tendió. —Más bien toma tú, para que estemos a la par y también te diviertas, Richie.
Tomó de su vaso, aunque no tanto o tan rápido como Martín, que empezaba a servirse por segunda vez, y aunque él no era un bebedor frecuente aquel había sido un día largo y cargado de emociones que le aseguraba que querría beber un poco más. Había algo dentro de él que necesitaba ser mitigado; necesitaba apagar la fea sensación que le producía el pensar en el motivo del por qué Martín parecía desesperado por encaminarse hacia la inconsciencia etílica.
***
Martín y su amiga Carolina estaban en la pista de baile. Gonzalo había reusado la invitación a unírseles y él mismo había preferido quedarse en la mesa y observarlos desde allí.
Desde el momento en el que Martín se había puesto de pie y se había sacado la chaqueta, revelando su atuendo, muchas de las miradas se habían dirigido hacia él de inmediato. Ricardo debía reconocer que entendía aquello a la perfección, aunque le molestara un poco. A juzgar por la manera en la que Martín pasó por alto la atención que estaba recibiendo y las miradas que llovía sobre él, pudo adivinar que era algo a lo que estaba acostumbrado.
Ricardo había bebido lo suficiente como para empezar a sentirse mareado y sentir que muchas cosas, que normalmente no lo serían, empezaban a parecerle graciosas, como los bailarines con tangas blancas que bailaban ágilmente, ubicados en lo alto del perímetro de la pista de baile, metidos dentro de lo que él solo podía describir como tubos probeta gigantes.
La principal consecuencia de estar alcoholizado, era el hecho de que había dejado de tener un cerebro multi servicio y no podía concentrarse en más de un par de cosas a la vez. Así que teniendo que escoger funciones, se decidió por las que consideró de mayor importancia: llevarse la bebida a los labios —en intervalos de tiempo que cada vez se hacían más cortos— y observar a Martín… Tragárselo con los ojos sin perder detalle de cada uno de sus movimientos.
La pareja que bailaba en la pista estaba tan cerca de ellos, que solo le habría bastado con recargarse en la pequeña reja y estirar el brazo, para tocarlos. A pesar de la manera cadenciosa y sugerente en la que se movían, acompasando sus movimientos al ritmo de una tonada urbana cuya letra los instaba a «juntar sus cuerpos y hacer travesuras» y la manera en la que ellos dos parecían prestar oído a las indicaciones, aquel par no transmitía la sensación de estar sexualizando aquel baile. No se veían como nada más allá de lo que eran: un par de amigos bailando y haciendo el tonto en ocasiones.
Martín se movía con pericia, ondulando el cuerpo con experiencia y sensualidad, como un pequeño Dios bastante consciente de su divinidad.
—Yo también solía mirar a Martín con esa misma cara de tonto. —La voz de Gonzalo evidenciaba una diversión que se reflejaba en la sonrisa oculta en la comisura de su boca. Estaba cerca de él, pero no tanto como para no tener que gritar aunque fuese un poco—. No es que yo lo haya superado del todo, pero ahora soy más realista. Ese chico— señaló hacia la pista—, se ha encargado de darme mis buenas cachetadas de realidad cuando ha sentido la necesidad de hacerlo.
—Oh, yo no…
—Eh, eh, eh… Que yo no juzgo, así que no hay necesidad de negar nada. Pensé que era extraño que tú… ¿Puedo tutearte? —Ricardo asintió con la cabeza—. Okey. Que era extraño que tú hubieses accedido tan fácilmente a su juego, cuando existían mil maneras de negarse, pero está claro que Martín te gusta y eso lo pone todo a otro precio.
No había como negar lo innegable. Si el otro decía que su mirada lo había delatado, entonces de seguro así había sido. Ricardo relajó los hombros, derrotado, y le dio un largo sorbo a su bebida antes de atreverse a hablar.
—No se lo digas—. Pidió.
— No lo haré, pero no creo que tarde en notarlo… Es bastante avispadito. La verdadera cuestión aquí, es que Martín al que quiere es al otro—. Ricardo resintió esto último, sintiéndolo como un golpe directo en las entrañas, así que apuró el resto de la bebida y se dispuso a rellenarse el vaso. — Pero quizá sea porque te he conocido a ti primero, porque tienes cara de buena persona o porque lo poco que he escuchado a cerca de «Don quijote» no me ha dado buena espina que espero que, sí es que esto es una contienda, tú seas el vencedor al final… Tienes mi voto, profe.
Ricardo no pudo más que reír.
— ¡Amen!—. Gritó al tiempo que elevó su bebida y la chocó en el aire con la de Gonzalo. —Aunque… Quizá lo que te motive y cause simpatía sean las ganas de ver a alguien más fracasar tan estrepitosamente con Martín como lo hiciste tú. —Oh, ahí estaba la inconveniente sinceridad al extremo que los tragos solían causar en él. Pero incluso en ese estado supo que todo su esfuerzo por no decir nada desacertado que pudiera herir al otro, había acabado de terminar en un fracaso estrepitoso—. Caray, yo… lo siento.
Gonzalo parecía más divertido que ofendido, pero eso no evitaba que Ricardo se sintiera terrible.
— ¿Vas a decirme que no quisiste decir eso?
—No, que va, si eso fue exactamente lo que quise decir… Pero de seguro no debí. Qué rayos, creo que es mejor que me calle.
—Así es, profe. Mejor cállate.
— ¿Vas a llamarme profe todo el tiempo? ¿Cómo un apodo? Ya es lo suficientemente malo el que yo en efecto sea el profesor de Martín como para hacer ese hecho aún más evidente, convirtiendo eso en mi nombre clave. Si nos vamos por lo obvio, ¿Entonces cuál sería el tuyo?
Gonzalo rio de manera estruendosa y bebió un largo sorbo antes de contestar.
— ¡Oh! Yo me pido ser llamado: Fresa salvaje del jardín de la maldita primavera. —Ricardo frunció el ceño dispuesto a replicar, eso de ninguna manera podía ser considerado como un apodo, más parecía el título de un mal poema súper gay, pero Gonzalo se le adelantó—. Puedo ser llamado como yo quiera… Porque «Adonis», aunque obvio, quizá sonaría demasiado vanidoso. — Gonzalo apuró lo que quedaba en su vaso—. Ahora, ¡vamos a bailar! Me muero por ver qué tal mueves el esqueleto, profe. Además, nuestro pequeño príncipe allí abajo parece necesitar ayuda.
***
El estruendo, la adrenalina, el calor… Cada vena de su cuerpo pulsando al ritmo de una música que sonaba tan fuerte, que con cada retumbar amenazaba con querer desencajarle las coyunturas del cuerpo. Cientos de personas bailando a su alrededor.
«Vaya si hay maricones en esta ciudad»
Carolina, que conociendo de sobra su manera de bailar, se adaptaba perfectamente a sus movimientos, y una cuota nada desdeñable de alcohol en la sangre, hacían de ese justo momento algo perfecto. Todo lo que hacía unas cuantas horas atrás le había parecido infranqueable, molesto e incluso doloroso, en ese justo instante no le importaba. Tanto era así, que incluso llegó a pensar en sí mismo como en un exagerado. Echarse a la pena por aquel idiota, sufriendo por él, interesándole lo que hacía con su cochina vida… En definitiva no valía la pena.
Obtuvo un pequeño oasis en un lugar absurdo para hacerlo, pero de momento eso era suficiente para mantener sus demonios a raya y sus sentimientos, que últimamente parecían desbordados, en control. ¿Por qué tenían que arruinárselo, entonces?
Carolina bailaba de espaldas a él, pegada a su cuerpo mientras ambos se movían al ritmo de la música. Los tacos de las botas que ella estaba utilizando eran tan altos, que Martín solo necesitó agacharse un poco para conseguir que el trasero de ella encajara perfectamente en su pelvis, acompasando el movimiento mientras la sostenía de las caderas.
Hacía mucho que ellos podían tomarse ese tipo de libertades sin que ello conllevara mayores inconvenientes o consecuencias. Quizá un tiempo atrás hubiesen estado confundidos o tentados a llevar las cosas entre ellos a un plano que incluyera lo físico, pero superado ese impase y esclarecida la relación que los unía, ahora se tenían la suficiente confianza como para permitirse ese tipo de cercanías físicas sin que ello tuviera una connotación sexual. Así que la incomodidad y el problema radicaron en el hecho de que alguien más quiso «encajarse» detrás de él, como si estuviesen jugando al trenecito, y Martín no tardó mucho en encontrarse «ensanduchado»
¿De dónde mierda había salido quién fuese que estuviera detrás de él? Alguien que evidentemente era un hombre, porque podía sentir como presionaba su paquete contra su trasero mientras se aferraba a su cintura. Hubiera podido pensar que era Gonzalo, cosa que no le habría extrañado tanto y a quien quizá le hubiese permitido aquello hasta cierto punto, pero desde donde estaba podía verlo en la mesa conversando con Ricardo, haciendo muchos ademanes como era tan natural en él.
No le gustaba para nada que se refregaran contra él sin su consentimiento, ni siquiera estando tan ebrio como se sentía.
Dejó de moverse, esperando que eso fuese suficiente señal para que la lapa tras él entendiera el mensaje, se le despegara y lo dejara en paz. Carolina se volvió entre sus brazos en cuanto él se detuvo, y sus ojos viajaron de inmediato al par de brazos extra alrededor de su cintura. Martín hizo lo mismo, en vista de que quien fuese que estuviera detrás de él, no lo había soltado aún.
Sus movimientos estaban ralentizados y algo torpes, y su mente no estaba muy lejos de lo mismo, así que fueron varios los segundos que permanecieron en aquella extraña posición, mientras los demás bailarines seguían moviéndose a su alrededor en medio de un frenesí de color y carnes desnudas y sudorosas… Él, de pie y poco dispuesto a moverse. El otro haciendo torpes movimientos a su espalda.
Normalmente solía tomarse ese tipo de situaciones más a la ligera. De hecho, si hubiese estado de humor se habría tomado el trabajo de rebuscar entre su arsenal de frases ingeniosas y le hubiera lanzado un par, quizá incluso habría coqueteado un poco hasta tenerlo donde quería y luego, en el momento que considerara justo, lo habría mandado a volar, o a lo mejor, si encontraba que el tipo estaba lo suficientemente bueno le habría seguido la corriente, pero ese día simplemente no estaba dispuesto a aguantarse nada. Le habían reventado la burbuja y eso le molestó.
Se removió brioso hasta que logró que lo soltaran. Para su vergüenza, se desestabilizó en cuanto perdió el apoyo y si no se fue al suelo, fue gracias a Carolina.
Tampoco era para armar un alboroto. A Martín solo no le daba la gana de masajearse contra un desconocido que se había tomado demasiadas atribuciones, así que tomó la mano de Carolina y se dispuso a alejarse, pero su intento se vio truncado cuando el otro, evidentemente tan o quizá más ebrio que él, tiró de la manga de su blusón con tanta fuerza que rasgó la tela, y el muy idiota en lugar de entender que esa era su señal para desaparecer y que ese pequeño accidente pasaba a ser algo un poco violento, soltó el girón de tela y lo tomó por la muñeca.
— ¡Sigamos… Bailemos!—. Gritó.
Martín odiaba que lo jalonearan. Odiaba a aquellos que no respetaban los límites… Sus límites. Comenzó a verlo todo rojo a causa de la rabia en el momento mismo en el que Carolina intentó conseguir que el otro lo soltara y el muy cabrón, salido de Dios sabía dónde, la apartó de un empujón. Mucha gente se había ganado su odio por mucho menos que eso.
Pensó en tirársele encima y reventarle la cara. Su muñeca y la del otro tipo repentinamente fueron apresadas por un par de manos contundentes, que de manera rápida y con alivio descubrió que eran de Gonzalo, que en un movimiento rápido deshizo el agarre. Martín esperó que su amigo no estuviera tan mareado y torpe como él.
— ¡¿Qué haces?!—Gritó el otro, tan fuerte que bien pudo haberse desgarrado las cuerdas vocales—. ¡Espera tu turno!
Martín bufó, indignado.
— ¿Cuál turno? ¿Acaso soy un baño público o la caja registradora de un almacén?—. Martín estaba seguro de que nadie lo había escuchado. Mejor así, porque su razonamiento comenzaba preocupantemente a rozar la estupidez.
Gonzalo lo apartó, colocándolo detrás de él hasta hacerlo chocar con alguien que, ubicado a su espalda, lo rodeó rápidamente con un brazo. Pensó en removerse y quizá lanzarle un cabezazo si es que era alguien con las mismas pretensiones que el otro, pero aquel apresamiento se sentía más protector que posesivo. Se giró, pero el abrazo no se deshizo.
Ahí estaba Ricardo, apareciendo y desapareciendo a una velocidad de vértigo, al ritmo del titilar de cientos de luces. Coloreándose de rojo, de verde, de violeta, atravesado por rápidas serpentinas de luz… Con Carolina de la mano y él sujeto contra su pecho.
—Richie…—Se apretó más contra él. Un hombre confiable, cálido y de seguro incapaz de meterle mano sin su expreso consentimiento. Mientras se aferraba a su cintura, como a una tabla de salvación que impedía que se fuera de culo al suelo, no pudo evitar preguntarse cómo sería Ricardo en la cama… ¿Apasionado? ¿Aguerrido? ¿Salvaje? ¿Como un cachorrito? Él tenía ojos de cachorro, después de todo. Él le había insinuado que era un amante diestro y con experiencia, pero para ser sincero, a Martín le costaba mucho imaginárselo así…
… ¿Ricardo lo haría con él si se lo pidiera? Habían jugueteado y Martín podía decir con certeza que él no se le había resistido… Al principio un poco, quizá, pero cuando hubo cedido fue completamente capaz de percibir su deseo y su necesidad, ambas cosas muy palpables y evidentes. Nada les impedía ir más allá si es que quisieran hacerlo. Ricardo había hecho mucho por él, quizá era hora de devolverle el favor rompiendo su penosa dieta de meses. Respiró profundo contra su cuello. —Me gusta como hueles, Richie.
Después de decir algo como eso, simplemente se soltó del agarre de Ricardo y se alejó de él. Aquel era un asunto que resolvería más tarde, pues en ese mismo instante tenía algo más que hacer.
Martín se metió bajo el brazo de Gonzalo, hasta que quedó frente al bailarín entrometido que amenazaba con arruinarles el rato. Comenzaba a sentir los potentes estragos de la bebida, así que aunque no quisiera hacerlo, mantenerse estable sobre sus pies requirió del amplio pecho de Gonzalo, donde recargó la espalda.
—Antes de que desaparezcas y nos dejes en paz, tú tendrás que disculparte con ella—. Martín señaló a Carolina tras él, con un vago gesto de cabeza—. Empujaste a una chica… ¿Qué clase de animal hace eso? —El otro lo miraba como si no estuviera entendiendo una sola de sus palabras, lo cual era muy posible teniendo en cuenta que estaban hablando a los gritos debido a la música. —Hazlo ahora y olvidaré que me has roto la ropa y te sobaste descaradamente contra mi trasero… Metiche pervertido.
—Ya lo escuchaste. —Dijo Gonzalo, aun sosteniendo al entrometido por la muñeca derecha y viéndose por completo amenazador.
4
Fue bastante gracioso, a decir verdad; aun si Carolina no le encontraba la gracia.
— ¡¿De dónde sacó ese idiota que yo podía ser un hombre?!— Se quejó ella, cuando estuvieron de vuelta en la mesa—. Aún si hubiese sido así, si yo de hecho hubiese sido un hombre, ¿Le daba eso derecho a empujarme? ¡Idiota! ¿Cuándo en la vida, por mucha silicona y mucha hormona, va a encontrar a un tipo que se vea como yo?
La indignación de Carolina era verdadera, potente y para ser justos, también era comprensible… Le habían dado justo en el ego.
—Ni siquiera hay muchas mujeres que se vean así de bien. —Ricardo supo que su comentario había sido acertado cuando vio una sonrisa juguetear en la boca de Carolina. —Atribuyámosle tal desacierto al alcohol y al simple hecho de que estando donde nos encontramos, apresuró la apreciación. Lo importante es que fue capaz de reconocer su error y, tal como correspondía, pidió disculpas.
La tensión se disipó y la jovialidad volvió a ellos.
—Martín… Si no vas a quedarte a Ricardo, ¿Puedo quedármelo yo?
Ricardo no supo determinar si la palabra «quedarte» le gustaba o no en medio de la oración, pero lo que Carolina dijo, como que fue un poco dulce.
—No—. Martín se echó unos cuantos maníes a la boca y luego se chupó los dedos para retirarles la sal y, seguramente tratando consciente o inconscientemente de enloquecerlo, también se chupó los labios—. Es mío, así que no puedes tenerlo.
Bien. Esa frase definitivamente le gustó aún más a Ricardo. Tanto, que como consecuencia de la sonrisa que se extendió por su rostro en respuesta, los hoyuelos de sus mejillas se marcaron tanto que daban la impresión de que un dedo entero hubiese podido desaparecer dentro de sus profundidades.
—Caro… Estamos en un club gay y te confundieron con un chico… Y aun así te dejaron de lado y prefirieron a Martín. —La risotada de Gonzalo fue tan estentórea, que varias personas en las otras mesas miraron en su dirección. —Vas a quedarte solterona.
Carolina estrelló un puño en el brazo de Gonzalo, pero fue obvio que no le causó ningún daño. Muy por el contrario, parecía haberle acertado al músculo de la risa.
—Pues qué alivio, ¿Qué obtendría yo ligándome a un tipo en un sitio como este? A lo sumo ganaría una amiga más. —Aunque en un principio había habido un poco de enfado en su voz, todo lo duro se vino abajo cuando ella misma terminó riendo ante su propio comentario.
—Pues… Aún si muchos no saben usarlos, seguramente en este lugar todos los hombres tienen dos huevos.
Lo que dijo Martín debía sin duda ser alguna clase de broma privada, porque el único que se reía era él. Carolina se limitó a abrir la boca, aparentemente anonadada por lo que había acabado de escuchar. Ricardo se limitó a fruncir el ceño, sin entender, y al parecer Gonzalo lo acompañaba en el sentimiento.
Iban ya por la segunda botella. Botella de la cual Martín estaba sirviendo de forma generosa en el vaso frente a él.
—Despacio, vaquero. Al menos ponle Ginger Ale a eso. — Gonzalo le quitó la botella.
—El Ginger es para maricas.
—Con más razón habrás de ponerle entonces, Martín.
Por unos cuantos segundos la seriedad en los rostros de ambos amigos, fue absoluta. Martín rompió el fuerte y desafiante lazo visual que los unía, cuando se llevó la bebida a los labios y vació medio vaso de un solo trago, luego lo rellenó con Ginger. Eran vasos grandes, para servir la bebida en las rocas y Martín se la estaba pasando pura y en grandes cantidades.
— ¿Contento?
—Oye, él solo intenta cuidarte. —Intervino Ricardo, de manera confidencial, hablándole al oído. Ricardo podía suponer que dado lo que había ocurrido durante la cena, el ánimo de Martín no debía ser particularmente bueno. Meter la baza era algo que bien podía explotarle en el rostro, o no.
La presencia de un bailarín gogó que se paseaba entre las mesas vistiendo un minúsculo tanga del color exacto de su piel, en cuya parte delantera y como único adorno llevaba adherido algo que simulaba una hoja de parra, y con una imponente e intimidante serpiente de brillantes colores sobre los hombros, los distrajo y disipó la tensión, al menos de momento.
Gonzalo dejó escapar un gritito que hizo coro con el que soltó Carolina, y que iba por completo en contra de su fisonomía… Aunque combinaba a la perfección con la extravagante y llamativa camiseta plateada que estaba utilizando. Martín rio con verdadera sorna y Ricardo creyó adivinar el porqué. Con cada milímetro de alcohol que Gonzalo ingería, aumentaban sus ademanes y el tintineo cantarín en su voz.
Ricardo se limitó a encogerse un poco contra Martín. No era que sintiera un miedo visceral por un animal que suponía sería inofensivo, dado que lo estaban paseando por allí sin más, pero obedeció a un temor instintivo y quizá también estaba aprovechándose un poco de la situación para estar más cerca de él.
— ¡Hey!—Gritó Martín, llamando la atención del atrevido Adán —Él está de cumpleaños… ¿Puedes ponerla alrededor de sus hombros para que yo pueda tomar una fotografía?
— ¡No!—Esa negativa escapó de su boca sin que lo pensara siquiera—. Mi cumpleaños es hasta dentro de dos días, no es necesario que…
Ni siquiera lo dejaron terminar de hablar, cuando Adán se acercó a él y sintió el peso del animal sobre sus hombros.
«Dios mío… Dios mío…. Dios… Tengo una serpiente sobre los hombros ¡Una maldita serpiente!»
Martín manejaba voltaje. Todo con él era intenso, a velocidad de vértigo, exigente, lleno de locura y de calor… En toda su existencia ni siquiera se le había pasado por la cabeza meterse a un sitio como aquel, o acercarse a una serpiente a menos que hubiese un grueso vidrio de seguridad de por medio. En menos tiempo del que le tomó asimilarlo, tenía a un par de llamativas y altas Drag Queens a su espalda, listas para la foto. La boa de plumas, por encima de la víbora y el sombrero de copa alta, ni siquiera sabía de dónde habían salido.
— ¿Por qué no nos dijiste que era tu cumpleaños, profe? Aquí los cumpleaños son algo especial.
Mientras gritaba emocionado, Gonzalo le sacó los anteojos, reemplazándolos por un exuberante antifaz. No sumió su mundo en penumbras al despojarlo de los espejuelos, pero si había bajado considerablemente la calidad de la imagen. Martín se alejó de ellos en medio de un tambaleo y con una gran sonrisa, alistando su teléfono para inmortalizar aquella extraña escena, tanteando la pantalla del aparato, hasta que con el ceño fruncido de manera leve, tambaleó de vuelta hacia ellos.
—No… No recuerdo el patrón para desbloquearlo. —Todos rieron, pero Martín no los acompañó, aunque tampoco parecía molesto, sino más bien confundido mirando intensamente la pantalla del dispositivo, como si esperara recordar de golpe lo que había olvidado. — ¿Me dejas el tuyo, Richie?
Algo cálido le recorría el pecho cada vez que Martín lo necesitaba, aunque fuese para cosas tan mínimas y corrientes como esa… Además, comenzaba a adorar que lo llamara Richie, era algo entre ellos, pues nadie más lo llamaba así, y aunque en un principio cada vez que le llamaba de esa manera lo hacía poniendo un énfasis pícaro en esa palabra, como recordándole que todo aquello era una farsa, en ese momento solo parecía fluir como algo natural… Tan bonita la manera en la que su lengua se pegaba al paladar, y vibraba allí con resonancia para pronunciar la “R”… Rrrrrichie… Rrrrrr.
Se sacó el móvil del bolsillo delantero de los pantalones, tratando de no hacer movimientos demasiado bruscos porque no fuese a resultar que la víbora que tenía sobre los hombros siempre no era tan inofensiva. Desbloqueó la pantalla con los dígitos de la fecha de nacimiento de su sobrino, buscó la cámara y se lo pasó a Martín, que se alejó de nuevo y apuntó hacia el grupo con el teléfono. Lo hizo aun a sabiendas de lo irónico que resultaba el facilitarle los medios a Martín para que tomara una fotografía que era comprometedora y que de llegar a las manos equivocadas, lo podía dejar sin empleo.
—Ahora todos digan ¡Richieeee!
Aunque accionó la cámara, todos permanecieron quietos después de eso, esperando a que Martín repitiera el shot porque había olvidado activar el flash.
***
Que un cumpleaños en aquel lugar fuese algo especial, se reducía al hecho de que por cualquier motivo lo hacían ingerir grandes cantidades de alcohol, y aparentemente también que todo el personal con maquillaje grueso se sintiera con la libertad de tocarlo cada vez que se cruzaban con él.
El club les había invitado un par de rondas y Ricardo estuvo seguro de que esto se debió a la presencia de Gonzalo, de quien comenzaba a sospechar era algo así como parte del Jet Set de ese lugar… Lo que fuese que eso significara y conllevara, pues muchos ahí parecían reconocerlo y lo saludaban con efusividad.
Más de un mesero medio desnudo había pasado por su lado y dejado caer chorritos a pico de botella dentro de su boca. Incluso desde las otras mesas les habían invitado bebidas, después del alboroto que se había formado en torno a él.
Estaba por completo borracho y los otros tres estaban andando por el mismo sendero que él. Había perdido la cuenta de cuántas veces había hecho caso a aquello de «!Fondo, Fondo, Fondo!». Y aunque su recuerdo de la noche comenzaba a tener pequeñas lagunas y distorciones, no hubo ni un solo momento en el que no hubiese estado consciente de Martín, aún si eso en ocasiones había significado verlo a lo lejos, sin despegarle la vista mientras bailaba en la pista enfundado en aquel par de pantalones del pecado.
Escuchó con un interés que rápidamente se convirtió en vaga indiferencia, la emoción que sentía Gonzalo por un taller de teatro en el que se había inscrito y que daría inicio al mismo tiempo que lo haría el segundo semestre del año en la universidad. El otro incluso parloteó acerca de cómo pensaba acomodar sus horarios para poder cumplir con todo.
En algún punto Ricardo se alarmó cuando Carolina comenzó a llorar, pero Martín lo tranquilizó diciéndole que ella solía hacer eso cada vez que el nivel de alcohol en su sangre superaba determinado nivel.
Sea como fuere que hubiese ocurrido, o las razones que habían causado aquello y que no recordaba bien, agradeció enormemente el momento en el que Martín se había puesto a horcajadas sobre su regazo, jugueteando en el hueco de su cuello, riendo en su oído, portándose como un gatito mimoso, tentándolo con los labios sin llegar a besarlo. Desde allí, desde su regazo, Martín lo hechizaba con sus ojos delineados y el fulgor de un brillante que despuntaba en su oreja, en reemplazo de la acostumbrada argolla de madera… Lo que ya no agradeció tanto, fue cuando él se bajó de allí porque alguien tendió la mano en su dirección pidiéndole bailar y Martín aceptó.
A metros de allí, en una de las barras, estaba Gonzalo. No frente a ella pidiendo bebidas como cualquier tipo normal habría hecho, sino encima, bailando, desnudo de la cintura para arriba, agitando la camiseta con una mano. No estaba solo, había un par más con él. ¿Cuánto habían bebido ya? ¿Qué hora era? ¿Qué año era?… Caray, ni siquiera había notado que se había quedado completamente solo en la mesa. Lo atacó una risa floja y solitaria al ver bailar a Gonzalo a lo lejos, que se movía bastante bien, a decir verdad.
Movió la cabeza de manera negativa, quizá por décima vez en la noche, rehusándose a bailar con alguien que extendía su mano en dirección a él con una sonrisa.
Bailar…
Bailar…
Bailar…
¡Martín!
Lo buscó rápidamente con los ojos, conteniendo el aire y angustiándose cuando no conseguía ubicarlo. Respiró tranquilo solo cuando lo encontró. Allí estaba, entre la multitud, un poco alejado. Los ojos cerrados, yendo más lento que la música electrónica que estaba pinchando el D.J. Como si siguiera el ritmo de una música que escuchara solo él. Movía la cabeza de un lado al otro, pero no de forma desenfrenada, sino lenta, con el cabello pegado en las mejillas y en la frente. Movía las caderas, elevando uno de sus brazos desnudos sobre su cabeza… ¿Por qué estaban desnudos sus brazos? Y ¿Por qué no era él quien bailaba con Martín? Sobre sus piernas encontró respuesta al primero de estos dos cuestionamientos, al dar con el blusón de malla con una de las mangas desgarradas. Para la segunda pregunta no encontró más respuesta que el reconocer que era un idiota y que en definitiva querría ser él quien se estuviera aprovechando del tumulto para acercarse al cuerpo de Martín y acapararlo solo para él
Quería besarlo…
Quería tocarlo…
Quería… Lo quería cerca.
Lo quería con él.
Desde donde estaba vio a Martín negar con la cabeza, mientras el otro le hablaba al oído y lo sostenía sutilmente por el hombro. Si la tanda de música no hubiese finalizado, dejando todo en silencio por apenas unos tres segundos, y que con esta pausa Martín emprendiera su camino de vuelta, Ricardo habría llegado a su lado y lo habría arrancado de aquel par de brazos desconocidos… Ya iba en los escalones.
La cosita más sexy que había visto jamás, bañado por cientos de luces multicolores, con el cabello húmedo a causa del sudor, el rostro salpicado de decenas de gotitas fluorescentes de la lluvia cósmica y respirando de forma agitada, lo miró directo a los ojos desde el último escalón… Apenas tres escalones de acero inoxidable se interponían entre ambos.
Con un ligero puchero en los labios, Martín extendió ambos brazos hacia él, pidiéndole sin palabras que tomara sus manos y tirara para ayudarlo a subir. Y lo hizo, por supuesto que lo hizo… Y no paró de halar hasta que lo tuvo envuelto entre sus brazos, hasta que sintió la piel cálida, suave y un tanto húmeda de sus brazos, contra sus manos. Era cómodo abrazarlo… Era cómodo estar así, sobretodo porque de alguna manera se sentía como algo correcto y natural que fluía de manera orgánica entre ellos.
— ¿Qué te dijo ese tipo?—. La pregunta solo escapó de sus labios, ni bien hubieron vuelto al sofá. Martín seguía sujeto a su torso, y podía sentir como su respiración parecía no querer recuperar el ritmo normal.
—Me pidió un polvo… Y muy amablemente ofreció pagar por un cubículo en el cuarto oscuro.
—¿Amablemente?—. Ricardo no daba crédito a lo que estaba escuchando. — ¡¿Amablemente?¡
—Si… Pudo haber sido descarado y pedirme que pagara yo… Aunque eso habría sido el colmo, ¿No crees?— Había un retintín burlón en la voz de Martín y la cosa no mejoraba si arrastraba la lengua como lo estaba haciendo. ¿Cuánto había tomado?
—Él se atrevió a pedirte sexo y tú… ¿Te lo tomas tan a la ligera que incluso bromeas al respecto? —Ricardo empezó a sentir la manera en la que la lucidez regresaba lentamente a él. Martín rio contra su pecho y dijo algo que no entendió bien, pero que sonó mucho como un «mojigato» cosa que para ser sincero, le molestó. —Pues entonces menos mal que no estás en busca de sexo esta noche, sino posiblemente ahora…
— ¿Quién dijo que no es eso lo que busco?
Aquellas simples palabras hubiesen podido abrir todo un mundo de posibilidades en su cabeza, tanto buenas como malas… Habrían podido arrancarle decenas de reacciones, tanto morales como físicas, pero Ricardo no tuvo tiempo de ello, de nada, de reaccionar o procesar, porque antes de que siquiera llenara sus pulmones de aire para poder hablar, Gonzalo llegó junto a ellos, poniéndose la camiseta plateada de la cual se había desecho y se dejó caer en el sofá frente a ellos, con una enorme sonrisa estampada en el rostro. Se abanicó con una mano mientras metía la otra en la hielera y se apropió de un cubito de hielo que se llevó a la boca, sin dejar de reír.
—Acabo de pasarla genial. Y ¿saben qué? Esa genialidad no disminuyó cuando no llevé las cosas más allá de lo que se debía.
—Te vi comiéndole la boca y metiéndole mano al tipo con más cara de pasivo que he visto en mi vida, ¿cómo es que te has frenado?
—Tampoco pretendo convertirme en una monja, Martín… O bueno, en cura. Los cambios se hacen de a poco. El hecho es que acabo de comprobar que al parecer no tengo que acostarme con todos para caerles bien. Como que hoy me siento… Moral.
—Bueno… No sé, quizá eso no sea del todo cierto, porque no me he acostado contigo y quizáseso explique por qué no me caes bien del todo. Pero bien por ti, anormal. Acabas de descubrir la magia del vocablo «No»
Gonzalo torció el gesto, pero pareció más divertido que molesto, como si ese tipo de comentarios provenientes de la boca de Martín fuesen algo que se esperara. Comenzó a mirar en derredor.
— Y díganme, par de tórtolos, ¿Dónde está Carolina?
Tres sonrisas se borraron en cuanto Gonzalo preguntó aquello.