PSLN 1 – Martín.

Perorata Sobre la Nieve.

 

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Prólogo

El techo de mi habitación no tiene nada de interesante y aun así llevaba cerca de quince minutos absorto en su contemplación, como si ese fuese uno de los más grandes placeres de la vida. Me molesta bastante cuando la nada es capaz de abstraerme de tal manera de la realidad y sumirme en un estado contemplativo, haciéndome gastar un tiempo que bien  podría estar invirtiendo en cualquier cosa de verdadero provecho, pero al parecer el picor de la decepción me estaba afectando más de lo que me gustaría reconocer y esa era una de las consecuencias.

No es que fuese a deprimirme por ello… Tampoco estaba entre mis planes hacer algún tipo de escena u ofenderme hasta puntos inmanejables, pero en definitiva es un incordio, además de bastante molesto, el que después de varias semanas endulzándome con la perspectiva y la planeación de un viaje, mi madre me dijera a última hora que no podremos ir. Sobre todo es molesto si eso significa que me quedaré más solo que la 1:00 en una plaza, porque todos mis amigos tienen planes y yo no estoy incluido en ninguno de ellos, ya que se suponía que dentro de cinco días yo iba a estar rostizándome y cocinándome en mis propios jugos en las playas de Ko Chang, Tailandia.

Mi madre se había encargado de dotar este viaje de cierto misticismo con el que al final logró envolverme. Se suponía que sería algo especial porque dentro de unas cuantas semanas será mi cumpleaños número diecisiete. El último año de mi vida en el que ella tendrá un yugo legal alrededor de mi cuello; aunque ella tuvo el suficiente tacto para decirlo de otra manera. Dijo la cursilada aquella de que este sería el último año en el que yo sería su bebé, cosa que, por cierto, dejé de ser hace mucho tiempo. Además, estoy a un mes y medio de iniciar mi último año en el instituto.

Yo podría fingirme ofendido hasta el punto de hacer sentir culpable a mí madre y obtener así algún tipo de beneficio; pero debo ser justo y no lo haré por dos razones: la primera de ellas es que, a pesar de que soy completamente capaz de encontrar el atractivo visual en la paradisiaca escena con el sol, la arena, los atardeceres naranja, las playas de arenas blancas y las palmeras y los cocos incluidos, la verdad es que el calor tropical no es para nada lo mío; en realidad el calor en general no es lo mío. Me parece por completo incómodo, exponerme durante más de unos cuantos y saludables minutos al sol significa que no podré disfrutarlo realmente, porque aunque utilice bloqueador solar con factor de protección de un millón, el resultado inmediato será que me ponga más rojo que un semáforo atascado en la señal de stop y las siguientes dos semanas me las pasaría deshollejándome a cámara lenta y pasando por el desagradable proceso del cambio de piel, como si fuese yo algún tipo de reptil.

Estaba dispuesto a dejar de lado mi aversión natural por el sol excesivo porque nunca he estado en Tailandia y siempre es interesante aprender acerca de otras culturas y en definitiva no hay mejor manera de hacerlo que viviéndolo de primera mano; por supuesto también porque siempre es agradable pasar tiempo con mi madre y porque creo que habría sido por completo excitante tener tan a mano la posibilidad de darle algo de colorido étnico a mi abanico sexual, incluso si al final decidía pasar toda la estadía «en blanco»; no porque haya una oportunidad hay que tomarla, lanzándose de cabeza, pero en definitiva siempre es bueno que esté allí, solo por si acaso. No iba con la firme idea de tener sexo con alguien, Dios sabe que eso habría sido una locura con mi madre al pendiente, pero si hubiese llegado a presentarse la oportunidad, en mi mente me había empeñado en que fuese con un nativo, nada de turistas. ¿O es que acaso alguien que va a Italia pasa por alto la gran variedad de la gastronomía local y pide hamburguesa en los restaurantes?

Quizá al principio yo no había estado muy receptivo con la idea, en el fondo porque estaba obligándome a mí mismo a mantener las expectativas bajas para no sufrir una decepción —cosa que al final ocurrió— pero una vez que comencé a recabar información acerca del lugar y se acercaba la fecha del viaje, la idea sinceramente comenzó a emocionarme y mi buen ánimo y emoción crecieron al ver que con el paso de los días mi madre parecía firme en nuestros planes. Creo que con esto último canté «¡Victoria!» demasiado pronto, y no conté con su habilidad para encontrar ocupaciones de último minuto que no pueden ser aplazadas.

La segunda razón por la que no voy a enloquecer a causa de la indignación es que Mimí, mi santa madre, realmente se esfuerza por pasar tiempo conmigo a pesar de sus múltiples compromisos y las interminables horas de trabajo. Así  que supongo que debo conformarme con aquello de que es la intención lo que cuenta. Jamás se lo diré, porque la amo demasiado y me niego a romperle el corazón pero, aunque soy por completo capaz de percibir las fuertes oleadas de amor maternal que ella emite y que chocan incesantemente contra mí, y del hecho de que siempre esté en los momentos realmente importantes y cruciales de mi existencia, en el fondo ella es en gran medida eso que siempre ha temido: Una mujer demasiado ocupada que ejerce de mamá sólo a medias. Me ama entrañablemente, se preocupa por mí, me complace; si la necesito conmigo ella definitivamente estará a mi lado en un segundo y se tomó increíblemente bien el bombazo que le lancé cuando tenía once, al confesar que prefería a los chicos de la manera más desenfadada, pero en definitiva ella no tiene el tiempo suficiente y eso la lleva a que cuando su agenda me abre un hueco, o su sentido de mamá le dice que algo ocurre, quiera suplir su ausencia con sobreprotección e interrogatorios que la ayuden a «ponerse al día» en uno de los temas cruciales de su vida: Yo. Sin embargo no es suficiente, porque si ella supiera la mitad de las cosas que hago a sus espaldas, lo más probable ser que ella enloquecería.

Sin ir más lejos, con respecto a asuntos que mi madre desconoce acerca de mí, acabo de dejar de montármelo clandestinamente con uno de los programadores que trabaja para ella en su agencia de publicidad; el señor Javier «Tengo-un-tremendo-fetiche-con-tus-pies» Olsen. Al recordarlo no puedo evitar que se me escape una sonrisa al pensar en las magistrales pajas que él solía prodigarse con la ayuda de mis pies y una considerable cantidad de lubricante, o la manera tan entregada en la que lamía mis meñiques… De los pies; asunto que quizá me tomó por sorpresa la primera vez que lo hizo, pero que una vez que mi mente lo procesó no constituyó ningún tipo de problema porque lo último que alguien va encontrar en mí con respecto al sexo es que lo juzgue, y aquello tuvo lo suyo de interesante y excitante. ¿Quién diría que los pies tenían tal cantidad de terminaciones nerviosas aparentemente conectadas de la manera más descarada con la entrepierna?

Javier… Treinta y nueve años, una hermosa sonrisa, una exesposa y un tacto como  de seda para tratar con las personas, que hace que me incline a pensar que el mal final que tuvo su matrimonio fue por entero culpa de su ex, aunque quizá quepa la posibilidad de que su entusiasmo con el sexo con otros hombres haya ayudado también. Me gustaba su atención, apreciaba su entrega y su empeño en complacerme, pero aun así fui yo quien insistió en que todo entre nosotros terminara.

El caso es que el que mi madre cancele nuestro viaje en definitiva no suma puntos a su favor, aún si la mayoría del tiempo yo aprecio el hecho de que ella esté lo suficientemente lejos como para no estar al tanto de todos mis asuntos. Pero no le diré nada porque también sé que la culpabilidad ya se está encargando del asunto en mi lugar. Después de todo, fue ella quien me crio tan independiente como soy, así que habiéndome quedado siempre claro que no soy una especie de apéndice suyo, no tengo nada que reclamarle.

Ella tiene más cosas que admirar de las que pueda tener para reprocharle. No ha de ser fácil ser exitosa laboralmente y además tener que apañárselas para ser madre soltera e intentar suplir todas y cada una de mis necesidades. Así que creo que puedo empezar a caminar por el sendero del perdón, a pesar de que hace apenas un par de horas que abandoné la mesa del comedor de manera airada como única muestra de mi descontento, después de que Tailandia y sus playas paradisiacas se esfumaran de mi futuro inmediato.

Sólo cuando mi perro tiró de uno de mis zapatos al empezar a mordisquearlo, fui capaz de dejar de mirar el techo y de lamentarme por mi mala suerte, además de por la pérdida del brumoso, efímero y completamente imaginario amante tailandés de hermosos ojos rasgados y un cuerpo de infarto que adjudico a la práctica del Muay thai —Toda esta maravilla acompañada por el encanto de una personalidad interesante y a un considerable intelecto, por supuesto—. Estiré la mano hacia mi teléfono. Cuando lo tuve al frente comencé a pasar el dedo de manera perezosa por mi lista de contactos, con la enorme tentación de llamar a mi chica, mi gemela malvada, la voz nada sabia de mi conciencia, una de las pocas personas que mi ego me permite soportar, quizá la única persona que ha representado verdaderos y fuertes lazos de amistad en toda mi vida. Carolina.

Me la tiraría sin pensármelo dos veces sino fuésemos tan amigos que el sexo entre nosotros casi tendría el reprochable sabor del incesto.

Sacudí el pie y reñí a Julius Jones III para que dejara de llenar de babas mi zapato. Por supuesto mi perro me ignoró por completo y sólo logré distraerlo de su labor destructiva de calzado cuando comencé a rascarle detrás de una oreja y le dediqué por completo mi atención.

Deseché la idea de llamar a Carolina casi de inmediato. Llamarla a rumiarle mi molestia y disconformidad no habría sido justo; conociéndola sé que ella sería capaz de empacar sus maletas y abandonar la finca donde está pasando la época navideña con su familia. Familia que, por cierto, sólo visita una vez al año para no ver menguado su presupuesto. Ella es incapaz de dejarme de lado si la necesito y creo que esto a veces tiene como consecuencia que yo tienda a aprovecharme un poco; pero en mi defensa diré que eso funciona en ambas direcciones.

***

Con el pasar de los días el aburrimiento se aposentó cada vez con más peso e intensidad sobre mis huesos. Ir a la casa de campo de mi familia no tenía mucho sentido si debía hacerlo solo, así que no me tomé ni siquiera la molestia de abandonar la casa, además de que con esto reforzaba mi posición de indignación. Releí en tiempo record mi libro favorito e intenté que el tiempo pasara más rápido al perderme en la vacía distracción de la televisión. Al final me entregué a mis blocks de dibujo y a mis lápices, pues fuese cual fuera la situación siempre era en el dibujo donde terminaba encontrando cobijo y consuelo.

La visión de la cordillera desde la ventana de mi habitación había logrado hechizarme y la estaba plasmando a tamaño de un pliego con lápices pasteles a pesar de que los paisajes no son de mis favoritos para dibujar. Estaba absorto en lo que estaba haciendo, con el relajante sonido de las tizas al deslizarse sobre el papel y la deliciosa sensación de esparcir el color con los dedos, aunque mi profesora de arte, la señora Lilent, había dicho que esto era una mala práctica y que en caso de tener que crear una sensación brumosa o de sombras lo correcto era utilizar el difumino, pero la señora Lilent no estaba ahí en ese momento y de verdad me estaba gustando el resultado.

Tres rápidos golpes amortiguados, que apenas fui capaz de escuchar, precedieron a la intempestiva entrada de mi abuela y el final de la quietud de mi periodo creativo. Por alguna extraña razón ella piensa que el hecho de que la habitación esté insonorizada significa que no debe esperar a que yo le diga que puede pasar, porque asume que no la he escuchado anunciarse de todos modos. Un día de estos puede que se encuentre con algo que a ella con seguridad no le gustaría ver y será enteramente su culpa. Esta mujer fue criada en un estricto y estirado internado para señoritas en Londres donde le enseñaron a tomar el té con el dedo meñique estirado, pero tratándose de mí, ella ignora esta simple regla de la cortesía.

Mi abuela sonrió en mi dirección y yo le respondí de la misma manera, mientras abandonaba la tiza y me limpiaba las manos sacudiéndolas una contra la otra de manera  rápida para luego frotarlas con un paño. Ella se acercó a mí con los brazos abiertos y me envolvió con esa presencia imponente y protectora que no ha decaído con los años, sino que por el contrario parece acrecentarse. La abracé con fervor porque la amo y  porque ella no me perdonaría que no correspondiera su gesto. Mis fosas nasales se llenaron de aquel característico olor que reposa incrustado en lo más recóndito de mi memoria. Macarena me dio un beso en cada mejilla; ambos elegantes y delicados pero que aun así no carecieron de carácter. Me dejé envolver por el familiar aroma de su perfume y por la suavidad de su mejilla contra la mía.

—Querido mío— Cuando rompió el abrazo sostuvo mi rostro entre sus manos y me miró como lo hace siempre: Con devoción y absoluto cariño—. Dime, Martín, ¿Cómo has estado?

—Muy bien, abuela. ¿Tú?

—Oh, maravillosamente. Mucho mejor ahora que te veo, ya casi no visitas a tu pobre abuela. Te he extrañado tanto.

Se separó de mí y caminó hacia el caballete con mi obra a medias, contemplándola con detenimiento. Sé que cuando ella deje de ver mi dibujo me dirá que es maravilloso; es por eso que nunca he tomado su opinión acerca de lo que plasmo como una medida de mi talento. El amor la ciega por completo. Es una mujer consentidora y complaciente conmigo; desde que se mudó de esta casa, cediéndosela a mi madre al vendérsela por un precio irrisorio, ha insistido en que me vaya a vivir con ella —cuestión a la que Mimí se opone por completo, por supuesto—. Es una verdadera pena que ante la cuestión de mi sexualidad ella aún no haya dado el importante paso hacia la aceptación, y que con eso nuestra relación se haya resquebrajado un poco en sus cimientos. Todo está bien en tanto yo no mencione que también siento gusto por los hombres.

Otro par de zapatos de tacón alto entraron repiqueteando en la estancia y con ello tuve  a toda mi familia dentro de mi habitación. Fruncí ligeramente el ceño, extrañado con la situación y tomé asiento en mi cama en espera de una explicación.

—No puedo creer que vayas a aprovecharte de la situación, mamá. Sí, está bien, yo no voy a poder llevarlo de viaje como prometí, pero esperaba poder pasar tiempo con él—. Fueron las palabras de mi madre ni bien puso un pie dentro de mi habitación. Luego adoptó su posición de guerra: los brazos en jarra con los puños apoyados en la cadera—. ¡No es justo! ¿Qué es lo que pretendes? ¿Aparecer como la heroína mientras yo soy la villana?

Mi abuela se dio la vuelta con la gracilidad de una gacela y clavó sus bonitos ojos azules en los del mismo color de mi madre.

—No entiendo por qué mencionas una palabra tan fea y te ofendes de tal manera por algo tan sencillo. ¿Quién pretende convertirte en una villana, acaso? Ciertamente yo no. Tú no podrás viajar con él como lo habían planeado, ¿Es acaso justo que mi nieto se quede encerrado en casa mientras tú tienes asuntos que resolver? Sólo quiero pasar algo de tiempo con él.

— ¡Oh, vamos, mamá! Tú ni siquiera habías pensado en llevarlo contigo hasta que te dije que él estaba odiándome porque no iba a poder cumplir con mi promesa de tomar vacaciones juntos.

Bien, estaban hablando de mí como si yo no estuviera presente y mi madre pensaba que yo la odiaba, puff ,¿Qué pudo haberle dado esa idea? ¿Acaso era sólo porque llevaba un par de días ignorándola por completo y en lugar de llamarle Mimí, como lo hago siempre, estaba llamándola por su nombre de pila, a pesar del hecho de que yo sabía cuánto detestaba que hiciera eso? Pero qué delicada.

Una de las verdades de mi vida estaba poniéndose en evidencia una vez más: las dos mujeres de mi vida constantemente compiten por mi cariño, y no voy a negar que he sacado ventaja de esta situación a lo largo de mis días, pero a veces la cuestión podía convertirse en un verdadero dolor de cabeza porque por lo general significa que yo debo encontrar la manera de mantenerlas contentas a ambas; cosa que es bastante difícil cuando las dos están juntas en la misma habitación. Me es más fácil convencerlas de que reinan en mi corazón cuando debo enfrentarlas por separado. La relación de ellas dos es bastante tirante la mayor parte del tiempo y en definitiva yo no pensaba ser el motivo que utilizaran como excusa para sacarse los ojos.

—Mimí…— Vi como su expresión tensa se relajó un poco en cuanto me escuchó llamarla de este modo, y de inmediato me sentí culpable por haber estado siendo un cretino con ella—. Por supuesto que no te odio. Me molestó la cancelación de nuestro viaje, es cierto, pero soy capaz de comprender la situación y ahora que lo miro todo en frío, no hay ningún problema. En serio, todo está bien.

—Amor, perdóname. De verdad, de verdad quería hacer esto contigo, estar los dos juntos… Tenerte sólo para mí mientras aún puedo—. Ví en sus ojos que ella realmente lamentaba el haber tenido que cancelar nuestros planes y pensé que no era tan grave. Me gustaría poder transmitírselo—. ¿Cómo voy a poder compensártelo?

Es momento de matar dos pájaros de un solo tiro al complacer a la matriarca de mi familia y también dejar tranquila a mi madre.

—No tienes que compensarme de ninguna manera, pero si insistes en ello me basta con que resuelvas tus asuntos tranquila mientras yo escucho lo que la abuela tenga para proponerme. ¿De acuerdo?

Aun mirando a la abuela con algo de prevención, Mimí suspiró y asintió. Leo en su mirada que ella siente que ha perdido algún tipo de batalla, cosa a la que ella no está acostumbrada, pero tengo la certeza de que yo soy su punto débil.

—Está bien. Después iremos a algún lado tú y yo. ¿Sí?—. Sé que lo más probable es que eso no ocurra, o por lo menos no muy pronto, pero por su tranquilidad y la mía, finjo que le creo.

—Por supuesto que sí. Estaré esperando por ello—. Miré a la otra mujer de mi vida—. ¿Abuela? —Ella sonríe complacida.

—Quiero que vengas conmigo a un lugar precioso. Debo ir por negocios, pero no creo que estos absorban todo mi tiempo. Sé que te va a gustar tanto como a mí… Un lugar encantador llamado Sibiu.

— ¿Sibiu? ¿Eso queda en…?—Dejé la frase inconclusa porque no ubicaba el lugar en mi mente.

—En la zona central de Rumania, querido —Su voz resuma emoción, pero para ser sincero, en cuanto la escuché lo único en lo que pude pensar fué en la caricaturesca imagen del conde Drácula que aparece en las cajas de Cereales.

Mi nombre es Martín. De seguro hay cientos de cosas que yo podría decir acerca de mí para describirme, sin embargo solo diré una: Que mi juventud y lo que percibes a primera vista, no te engañe.

 

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