Capítulo 48 En la Madriguera del Lobo

 

EN LA MADRIGUERA DEL LOBO

 

Lo llevé a las profundidades de mi bosque entre montañas empinadas, lobos salvajes, oyameles, encinos y cedros, lo llevé al único lugar en todo el bosque cuya ubicación juré jamás revelar, lo llevé porque a partir de ahora, también sería su hogar”.

 

 

TERCERA PERSONA

 

Estando en la cama con la vista pegada al candelabro que colgaba del techo, Ariel pensaba en todo menos en conciliar el sueño, no podría… ¿para qué intentarlo entonces? Había cosas más importantes que el reclamo de sus ojos ante su cansancio. Cosas como reprocharse su mala suerte o lamentarse por todas esas veces en las que Bianca e incluso el propio Damian, le había sugerido que tuviera cuidado con Axel, pero él había decidido hacer de menos sus palabras.

Y sí, ahora se arrepentía. Sentía que había sido muy estúpido al creerle y dejarse chantajear. De nuevo su ingenuidad le jugaba en contra, pero ¿realmente merecía tanto? ¿Hasta dónde planeaba llegar Axel con su “venganza”? Ariel sabía que fue él quien provocó todo este alboroto, el propio Axel se lo había confesado la última vez que se lo topó de frente; cuando descaradamente le había dicho que se merecía todo lo que le estaba pasando, eso y más… y que no se detendría hasta verlo arrastrándose suplicándole por una oportunidad de la misma manera en la él lo había tenido que hacer.

El recuerdo hizo que Ariel pusiera la ceja en punta reafirmando su incredulidad. Jamás fue su intención herir a Axel, tampoco le dio falsas esperanzas y, por sobre todas las cosas, en ningún momento deseo verlo de rodillas rogándole.  Obviamente, prefería volver a Arizona antes que rogarle a Axel, aunque la sola idea de tener que dejar a Damian hacia que su corazón se oprimiera. Todo esto era como una mala broma del destino; recuperaba algo que anhelaba, pero perdía lo demás… ¿por qué? ¿Qué de malo había hecho él como para tener que pagar un precio tan alto?

Primero sus padres le daban la espalda, después su relación con Damian se venía abajo y ahora le quitaban su beca y, quizá, inclusive su derecho a permanecer en la universidad… ¿Qué seguía? ¿Qué otra trampa le tenía preparada la vida? Sea lo que fuese, Ariel deseaba que sucediera de una vez por todas, no necesitaba ni quería la compasión de nadie, pues pese a todo, se juzgaba listo y fuerte, iba a encarar lo que viniera con la frente muy en alto, porque estaba convencido de que no tenía nada por lo cual avergonzarse.

El tema de su sexualidad no le liaba en absoluto. En Arizona nunca pasó, pero vino aquí y se enamoró de un hombre, era amor… ¿Dónde estaba lo malo? ¿A quién ofendía con sus sentimientos?

—A nadie… —dijo, haciendo audibles sus pensamientos.

Se incorporó de golpe de la cama y resopló con frustración. Había algo más de lo cual angustiarse, ¿Cómo iba a decírselo a sus abuelos? No quería decepcionarlos y menos que menos, hacerlos sufrir tras su partida.

Tarde había caído en la cuenta de que no solo era preparar las maletas e irse; estaban ellos que le habían dado el calor de una familia llenándolo de todo el amor que nunca tuvo. Sus abuelos no eran como esas personas de mente cerrada que se asustaban por ver a dos hombres tomándose de la mano o besándose, sus abuelos creían en los sentimientos de la misma manera en que creía él. Dejarlos iba a ser un golpe muy duro, Susan le había relato lo mucho que sufrió cuando el padre de Ariel se mudó a Alemania, si bien, no había tanta distancia entre ellos, su padre no volvió a Sibiu hasta que Ariel cumplió los cinco años y lo trajo para que los abuelos lo conocieran.  Él no quería reabrirle esa herida con su partida.

Incluso había pensado que lo mejor era resignarse, buscar otra universidad y empezar de nuevo. Podría trabajar hasta que iniciara el siguiente curso, lo que hiciera falta con tal de no dejarlos. De alguna manera ya se sentía parte de ellos y sabía que extrañaría las caricias y atenciones de Susan, así como la complicidad de David. También estaban sus amigos, aunque amaba a William, aquí se había hecho de muy buenos amigos a los cuales todavía no se iba y ya extrañaba, entre todos a Taylor incluso a Sedyey, Bianca de seguro le reclamaría hasta las lágrimas pues aun cuando él tuvo que abandonar el club de dibujo, ella siguió hablándole y animándolo. Le demostraba su apoyo sin importarle las habladurías o las amenazas de Axel.

Deviant, James y Samko, Han y Gianmarco, obviamente, Damian, su moreno que le robaba la razón ¿Cómo iba a decirle a que tenía que irse? ¿lo comprendería? La intención era buena, quería ser alguien en la vida, tener algo que pudiera ofrecerle, aunque tan solo decirlo se escuchaba risible. Damian no necesitaba nada, sin embargo, Ariel quería darle todo, justamente “todo” lo que no tenía.  La ansiedad lo hizo ajustarse las botas y a paso rápido abandonó la habitación.

Después de que Taylor se fue, Ariel se había ido a la cama sin siquiera tomarse la molestia de cambiarse, por lo que solo se puso un abrigo extra para protegerse de la aguanieve que caía.

Con cuidado, abrió la puerta corrediza y salió a la terraza. Se había acostumbrado a este panorama oscuro y frío. El nimbo se expandía por todos lados hacía los que se mirase, era señal de mal tiempo, quizá más tarde llovería.

Bajó las escaleras y rodeó la casa con dirección al patio trasero, tal vez Taylor tenía razón; no debía deambular a deshoras por el bosque, pero en esta inmensidad encontraba una paz que lo calmaba. Era como si estuviera volviéndose parte de los árboles y la nieve misma. Pese a la oscuridad escabrosa, se sentía seguro.

Buscó la brecha que sus idas y venidas constantes habían dejado sobre el camino, alumbrándose con apenas la lucecita de su celular, se encaminó a su escondite. Caía una nevisca acompasada que volvía lodoso el piso y el roció que chorreaba de las hojas humedecía su abrigo, aun con todo, avanzó con la seguridad de quien conoce el terreno que pisa.

Cuando estuvo a espaldas de su tienda, oyó un sonido particular: un aullido roto y distante que le resultó conocido. Sí, lo escuchaba cada cierto tiempo, pero nunca con la claridad con la que lo hacía ahora, esperó por si se repetía, más al no percibirlo, entró a su escondite y encendió el candelero de aceite que reposaba sobre una silla de madera. La luz que desprendía era tenue, más suficiente para Ariel.

Se recostó en la camita improvisada y su vista se perdió en el panorama de afuera. No fue consiente del momento en el que sus ojos comenzaron a cerrarse ni prestó atención a la suave melodía que en algún momento comenzó a escucharse y que se alzaba sobre la tienda, acurrucándolo. Una extraña y dulce sinfonía que parecía venir de todas partes y que tuvo en él un efecto somnífero.

En medio de su adormecimiento Ariel alcanzó a ver a esa mujer de ropas raídas y cabello descuidado que casi se le arrastraba por el piso, enlodándose de la misma manera en que lo hacía la vieja capucha negra que colgaba de sus hombros angostos. Pretendió moverse pero su cuerpo no le respondió, intentó gritar más sus labios parecían sellados… únicamente en sus ojos expresivos de pupilas dilatadas, se notaba el terror que lo invadía. La mujer entró a la tienda y se acercó hasta donde estaba recostado, sus dedos gráciles que terminaban en uñas largas, acariciaron los mechones de su frente casi con ternura. Con la familiaridad de quien ha obsequiado la misma caricia en muchas ocasiones.

—Te esperaba  – susurró ella – había estado llamándote desde hacía varios días, pero decidiste no escucharme.

¿Lo había estado llamando? Ariel no comprendía nada de lo que la mujer decía, él jamás la había visto antes… ¿O sí? Su mente trajo a su memoria un recuerdo, no… varios de ellos. La sensación de que alguien lo seguía, el sentirse observado, las sombras que en ocasiones veía en el bosque, y la mujer que se había aparecido en la casa de Damian cuando fueron a Judet. Eran la misma persona, de alguna manera lo supo.

— Ahora me recuerdas…—agregó ella, como si hubiese sido la causante de los recuerdos en Ariel —Es tiempo.

¿Tiempo de qué? La mujer acarició las mejillas de Ariel antes de obligarle a cerrar los ojos. Él no quería, tenía miedo de ella, y en medio de la desesperación no hubo ni una sola sensación más que pudiera percibir. Sintió su cuerpo flotar como una burbuja de jabón en el viento, que era movida a voluntad. Aun con los parpados cerrados vio una claridad que lo lastimaba, sintió un frío intenso que le calaba los huesos y que hizo que sus dientes castañearan.

La burbuja bajó y sus pies tocaron el piso, al mismo tiempo que sus ojos se abrían… ya no estaba en su bosque, había un prado de escasa vegetación y tierra negra, el sol despuntaba en lo alto y el frío dejó de hacerlo sufrir. Sus pies se movían por si solos, Ariel no tenía control sobre su cuerpo. Avanzó lento por un camino de piedra hasta el borde un páramo sobre el cual cruzaba un rio caudaloso.

Del otro lado de la corriente iniciaba lo más parecido a un paraíso; vegetación alta y verde, flores de colores y una vasta cantidad de animales, los había de todo tipo y Ariel no podía explicar porque todos estaban reunidos ahí, mirándole. Volvió a sentir miedo cuando una fuerza desconocida lo arrastró hasta donde el río iniciaba. Luchó con todas sus fuerzas para no avanzar, no había nadie a su lado, pero sentía la fuerza empujándolo al agua. Trastabilló y aquella energía lo aventó a la corriente, el agua estaba helada y el pánico lo invadió, Ariel no sabía nadar y la corriente comenzaba arrastrarlo. Luchó desesperadamente por aferrarse a algo, más la fuerza no le alcanzaba. La mujer volvió a aparecer. Lo seguía desde afuera sin la más mínima intención de ayudarlo.

Solamente lo miraba como si esperara algo que no terminaba de suceder.

Ariel pataleaba y manoteaba, pero la corriente era fuerte y terminó estrellándose contra una de las piedras salientes. El golpe seco en su pecho lo dejó sin aire y al abrir la boca trago agua. El aturdimiento lo paralizó y su cuerpo comenzó a hundirse logrando que la claridad de la superficie se viera cada vez más lejana… de nuevo sintió frío, miedo y un vacío que lo consumía.

Sin embargo, hubo algo más, sintió un dolor desgarrador en su brazo y lo siguiente que vio fue la figura desdibujada del animal que lo arrastraba lejos del agua. La claridad lo cegó por unos instantes, pero ya no era la luz del sol, sino la de una luna inmensa que despedía destellos de luz blanca y fluorescente. Descubrió entonces que nuevamente estaba en el páramo y cuando volteó para buscar a quien lo había sacado del agua solo pudo divisar la doble hilera de dientes irse en dirección a su cuello.

Despertó en medio de gritos e instintivamente se llevó las manos al cuello. No había nada, él estaba en la tienda y todo parecía haber sido una horrible y extraña pesadilla. Intentó ponerse de pie apoyándose en una de las sillas que tenía cerca, más la punzada de dolor en su brazo le hizo desistir. Con cuidado dobló la manga de su abrigo hasta descubrir su piel. Fue una gran sorpresa descubrir la doble marca roja que rodeaba su brazo, que dolía y le palpitaba. La cabeza le dio vueltas en un mareo intenso que lo obligó a irse de rodillas al piso.

Las imágenes de su sueño comenzaron a repetirse en su mente, aturdiéndolo.,. sus dedos tanteaban el piso en busca de algo que se le cayó cuando intentó levantarse… se movían solos como guiados por alguien más y cuando finalmente atraparon el pequeño objeto, su mano lo envolvió sujetándolo con fuerza. Era una pirita.

Ariel nunca había visto una piedra que siquiera se le pareciera, por lo que tampoco sabía que era utilizada para pasar de un estado a otro a esferas superiores a través de proyecciones del pensamiento. La pirita era un escudo energético, un mineral con un alto valor espiritual. La mujer se lo había puesto en la bolsa de su abrigo antes de aventarlo al río para ayudarle a encontrar a su animal protector; aquel que respondiera al llamado de la piedra trasmutaría de su naturaleza en función del cambio en sus cualidades. No fue sorpresa para ella que el sol haya caído para dar paso a la magia lunar y la piedra se tornara blanca. Era la naturaleza de Ariel, contraria a la de Damian cuya piedra era roja.

La Wicca era consciente de que las personalidades y los caracteres son contagiosos y se adquieren por simpatía. Ariel iba a atraer aquello a lo que fuera afín. Cada animal es diferente no solo físicamente sino también de forma espiritual y representa una esencia única, un espíritu especial, un estilo, una manera de ser que lo diferencia del resto de las especies.

Las marcas en su brazo eran la prueba de que la fusión se había hecho, la energía del animal ahora residía en el cuerpo de Ariel y también su poder. Sus cualidades junto con la piedra habían servido para que su animal protector le reconociera y le aceptara.

Su lealtad, generosidad y compasión, su astucia, su deseo de libertad, su fe, su resistencia, su fuerte sentido de familia sin perder su individualidad; que su animal protector resultara ser un lobo no fue casualidad. Era su destino, sus cualidades habían llamado a su semejante y este había aceptado unirse a él.

—Estará contigo mientras lo necesites, aunque jamás te dejará —dijo la mujer, antes de hacerlo dormir otra vez.

 

Cuando Ariel pudo ser consiente de si mismo, estaba en el piso… tiritando de frío, en su mano había una piedra de forma extraña y acurrucado muy cerca de él, un cachorro blanco como la nieve.

 

SEDYEY

—¿Qué te paso Ariel? —no pude evitar preguntarlo, aunque mi intensión no fue incomodarlo.

Lo estaba esperando en la entrada de la universidad y sabía que la noticia bien pudo afectarle, pero no esperaba que tanto. Venía arrastrando los pies, con los hombros hundidos y vestido de manera descuidada, su cabello revuelto y los ojos como si no hubiera dormido en toda la noche.

—¿Tan mal me veo? —preguntó decaído.

—No, no es eso… —dije—pero te están esperando en la sala de juntas y por ningún motivo dejaré que te vean así.

—¿Entonces sí me veo mal?

—¿Taylor habló contigo anoche?

—Sí.

—¿Y no pudiste elegir un atuendo más adecuado para la ocasión?

—Por supuesto, debí vestirme de negro… esté es mi funeral —dijo a modo de broma.

—Por lo menos, tu humor está intacto —reproché.

Lo arrastré hasta los vestidores, y mientras lo obligaba a tomar una ducha, llamé a Taylor para que me ayudara a conseguirle algo más formal. No pudimos obtener gran cosa. Ariel es bajito y delgado, no hay muchos de su talla en la universidad, al menos, no conocidos nuestros.

—Diablos, si se ve mal…—soltó mi hermano cuando Ariel salió ya vestido.

Y le bastó escucharlo para dar media vuelta e irse a esconder.

—¡Gracias, Taylor! —regañé—Ari, sal de ahí, te están esperando.

—¡No quiero!

—Ariel, sales o entró por ti —amenacé.

Tuvimos que hablarle a Bianca para que viniera a sacarlo. Ella se encargó de ponerle algo de color de las mejillas, porque estaba terriblemente pálido, se veía enfermo y cansado. Nada que ver con el Ariel que solíamos conocer y no quería que se mostrara débil ante esa gente.

El camino hasta la sala juntas se me hizo eterno, Ariel no parecía estar en sí, divagaba en la nada y eso me preocupaba.

—Escúchame —dije para obtener su atención y puse mis manos sobre sus hombros, cuando finalmente llegamos a la entrada de la oficina—no me permiten entrar contigo, es un juicio privado. No hiciste nada malo, no lo olvides, sin importar lo que ellos digan no tienes nada de lo cual avergonzarte.

—Sí—se limitó a responder.

—Vamos a estar esperando aquí. No tengas miedo, buscaremos la manera de resolverlo.

Busqué el apoyo de Bianca o Taylor, pero ambos mantenían la vista fija en el piso. Era una mala situación, yo mejor que nadie era consciente de lo terrible que era, pero no podíamos rendirnos antes de la pelea. Tenía confianza en que no lo expulsarían. Ninguna de las acusaciones en su contra ameritaba una expulsión.

—Ve, te están esperando —agregué y tuve que empujarlo con suavidad para hacerlo andar.

No le quité la vista de encima hasta que la puerta se cerró tras de él. No dejaba de pensar que Ariel no tendría que pasar por nada de esto si me hubiera elegido a mí… ¿Dónde estaba Damian ahora que él más lo necesitaba? No me extrañaría que ni siquiera estuviera enterado.

Ariel no me necesitaba a un tipo como él en su vida.

 

TERCERA PERSONA

En cuanto Ariel puso un pie en la oficina, se hizo un silencio sepulcral. Las personas reunidas lo miraron acusadoramente y él se intimidó en el acto. No hubo presentaciones ni algún tipo de preámbulo. El jurado parecía ansioso por darle carpetazo al asunto en cuestión.

El coordinador de su carrera fue el encargado de leer el dictamen. Tal y como había dicho Taylor, su benefactor le retiró su apoyo y la beca le fue removida, la universidad se negaba a representar sus pinturas, así como también le impedían participar en cualquier actividad extracurricular que le hiciera destacar como alumno. Podría continuar con la carrera, siempre y cuando se comprometiera a pagar todo el dinero que su benefactor había invertido hasta el momento en él. No le dieron mucho tiempo para que pudiera pensarlo, tan pronto lo mencionaron, pusieron los documentos frente a él, si los firmaba podría continuar, si se negaba, sus papeles estaban listos para entregársele junto con su baja definitiva. Todo parecía como que quien tenía la última palabra era Ariel y podía elegir lo que considerara mejor, pero lo que realmente estaban haciendo era obligarlo a decidir entre dos opciones, ninguna de las cuales le convenía.

Y a pesar de que estaba echándose encima una deuda considerable, firmar y continuar le pareció una mejor opción que ser expulsado. En cuanto Ariel firmó le pidieron que se retirara. No le entregaron una copia del documento que había firmado ni le dieron mayores explicaciones. Él tampoco dijo nada, estaba hecho un manojo de nervios y se sintió aliviado de que lo dejaran ir.

Tal y como habían prometido Taylor, Bianca y Sedyey lo esperaban afuera, más la expresión de Ariel les bastó para que no preguntaran por lo sucedido. Era claro que el chico necesitaba tiempo siquiera para respirar. Sedyey lo alcanzó en el camino y lo llevó hasta una de las bancas, los demás se sentaron a su lado en silencio. Confiaban en que Ariel les diría lo que había pasado cuando estuviera listo y, a decir verdad, no tuvieron que esperar demasiado.

—Me permitieron quedarme, pero ahora tengo que devolver todo el dinero de mi beca —dijo.

Sedyey empezó a soltar maldiciones, Bianca en cambio abrazó a Ariel intentando reconfortarlo.

No era justo, pero por lo menos no lo habían expulsado, para la chica eso era más que suficiente. Taylor en cambio, tuvo que tragar aire por la boca, tal parecía que había contenido el aliento desde que Ariel entró a la oficina.

—No me quedaré hoy… —explicó Ariel, soltándose de la chica —pero vendré mañana.

Bianca lo dejó ir, Sedyey insistió en llevarlo a casa, pero tenía clases, así que Taylor se ofreció a llevarlo, sus clases empezaban al mediodía y si había venido tan temprano fue solo por Ariel.

—Hubiera deseado poder hacer más por ti.

—No, Sedyi tú ya hiciste demasiado y en verdad, te lo agradezco—aclaró Ariel y para despedirse le dio un abrazo rápido. Hizo lo mismo con Bianca más cuando buscó a Taylor, esté se negó a despedirse.

Taylor sabía lo que ese abrazo significaba y no lo quería. Entendía que Ariel necesitaba el dinero, pero no quería que se fuera. Ni siquiera por unos días.

 

La mayor parte del camino hasta la casa de los abuelos lo realizaron en silencio. Ariel parecía aliviado de cierta forma, más cada vez que recordaba todo lo que ahora debía, se sentía angustiado. Y se le notaba en la forma en la que se tallaba el rostro o exhalaba con fuerza.

—Tengo algunos ahorros, te los daré para que pagues… —sugirió Taylor, pero Ariel negó de inmediato.

—Gracias, pero no voy a aceptarlo. Haré tal cual habíamos planeado.

—Es que ese es el punto —reclamó—yo no planeé nada, tú lo decidiste todo.

—Debo hacerme cargo de mí, no puedo esperar a que me resuelvan la vida, aunque lo hagan de corazón —explicó Ariel, con paciencia. Taylor reviró los ojos en un gesto de inconformidad, más no le objetó nada.

—Es que no quiero que te vayas…—confesó algunos minutos después, mientras se orillaba sobre el camino de terracería— Siento que si te vas no vas a regresar y si lo haces, no será igual. No quiero que vayas…

—Cuando mucho serán un par de semanas, volveré después.

—Un par de semanas es mucho tiempo.

Taylor ya no pudo mirarlo, y clavó los ojos en lo que había del otro de su ventana. Era un hombre de veintiséis años, no se suponía que esté tipo de cosas lo sensibilizaran tanto, pero Ariel era especial, si bien, era menor que él… se había convertido en poco tiempo, en su mejor amigo.

—También te voy a extrañar —dijo Ariel.

—¡Perdóname! —interrumpió suplicante, Taylor—Por favor, perdóname por lo mal que traté al principio. Estaba preocupado por mi hermano y sé que fui un maldito, pero era porque no te conocía.

Pese a la seriedad del momento, Ariel soltó la carcajada. Taylor le había hecho la vida de cuadritos cuando recién llegó al centro comunitario. Tan solo lo vio al lado de Sedye y le declaró la guerra y durante todo ese tiempo, logró hacerlo sentir mal en muchas ocasiones. Pero era algo que Ariel ya había olvidado y no esperaba que Taylor aún se atormentara con eso. Ahora eran confidentes, y confiaban mutuamente el uno en el otro.

—¿Te estás burlando de mí? —reprochó Taylor, sorbiéndose la nariz —. No puedo creerlo, yo te abro mi corazón y tú… te ríes de mí.

—Nada de todo lo que nos hicimos y dijimos importa ahora. No me estoy burlando, pero debes admitir que es gracioso.

—No es gracioso…

—Sí lo es…

—Entonces, ¿estoy perdonado?

Ariel volvió a reírse y Taylor terminó dejándose contagiar, sin embargo, para su completa tranquilidad, Ari tuvo que decir con todas las palabras que lo perdonaba.

—Ahora que todo está bien entre nosotros, ¿puedo contarte algo que es ultra-secreto?

Taylor escuchó con paciencia lo que Ariel le contaba mientras reemprendía la marcha hasta la casa de Ariel. El relato era tanto como una historia fantástica, algo que rayaba en lo inverosímil, más, sin embargo, Taylor sabía que Ariel no mentía.

—¿Un cachorro? ¿Estás seguro de que no lo soñaste?

—Es de verdad—dijo—. Cuando desperté, Nieve estaba a mi lado.

—¿Nieve?

 

Entraron a hurtadillas a la casa, era más como una costumbre que divertía a Ariel, porque en esa casa Taylor siempre era bien recibido y él era el nieto favorito, algo que se justificaba en el hecho de que era el único nieto de Susan y David. Subieron de puntillas hasta su habitación y antes de entrar, Ariel entreabrió la puerta asomando apenas la cabeza. Le hizo señas a Taylor para que no hiciera ruido. El primero se fue a arrodillar junto a la cama y levantó los edredones, entonces señaló algo que había debajo de la cama.

Taylor se tiró al piso junto a él y se asomó para mirar. En efecto, acurrucada contra una de las patas de la cama, había una bolita blanca que se alzaba y bajaba al compás de sus respiraciones. Ariel rodeó el colchón y metió la mano para sacar al animalito. Primero lo acarició hasta despertarle sin que asustara, lo tomó en brazos sosteniéndolo hasta dejarlos en los de su amigo.

—Nieve, él es tu tío Taylor —dijo a modo de saludo—Taylor, esta bella señorita es Nieve.

—¿Señorita?

—Es hembra.

Ariel la acarició aun en los brazos de Taylor, quien los miraba de forma alternativa con expresión preocupada.

—Ari, si sabes que Nieve no es perro… ¿cierto?

—Es una cachorrita.

—Es una loba —objetó—. Puede que ahora no te lo parezca, pero va a crecer y estos animales son muy peligrosos. No puedes quedártela.

—Investigué en internet, —rebatió Ariel, quitándosela, como si de un momento a otro temiera que Taylor le causase algún mal —los lobos son animales sociales, leales e incomprendidos. Nieve no es mala, por supuesto, si la molestan se va a defender, pero eso lo hacemos todos.

—No es lo mismo.

—Taylor, ella estaba a mi lado cuando desperté, ya hablé con mis abuelos y me dieron permiso de quedármela. Voy a enseñarla y si cuando sea grande quiere irse y vivir como los demás lobos no se lo voy a impedir, sin embargo, ahora no tiene a nadie más que a mí y a ti.

—¿A mí? —preguntó incrédulo y cuando Ariel asintió el negó de inmediato— Lo siento, pero no… ese animal es peligroso. Puede tener rabia, lo último que quiero es verte escupiendo espuma.

—La vacunaremos.

—No.

—Taylor, por favor—suplicó —necesito que cuides a Nieve en lo que regreso de mi viaje.

—¿Qué? Pero si es un cachorro, casi como un bebé… ¿Qué voy a hacer yo con un bebé? A veces, aun olvido comer o bañarme, no puedo hacerme cargo de otra vida, y menos la de un casi bebé.

—Practica con Nieve, para cuando tengas hijos con James.

—¡Que gracioso!

—Por favor, por favor… —junto sus manos como si orara y miró a Taylor con ojos de cachorro, ¿Quién podía resistirse a esos ojos tan azules como el cielo?

—¿Y si se enferma? ¿Qué voy a hacer si le da hambre?

—Pues le das de comer, por cierto… debe comer cada dos horas. Solo la fórmula que voy a darte, procura que siempre esté tibia para que no le de cólicos. Aun no debe bañarse, pero debes mantenerla calientita. Te voy a dar todo lo que necesita, y ya hice una lista detalla de instrucciones, así como el numero de un veterinario por si llega a enfermarse.

—¿No crees que estas tomándote un muy en serio tu papel de madre?

—Querrás decir, padre —le corrigió— y claro que me lo estoy tomando enserio, Nieve debe vivir y tener una fantástica vida de lobo. Depende de nosotros que esto se cumpla.

 

Taylor intentó zafarse en varias ocasiones de su recién impuesta responsabilidad, insistía que en que la paternidad no era lo suyo, pero Ariel no se lo permitió. Después tuvieron que olvidar el tema de Nieve, cuando fue el momento de contarles todo a los abuelos. Ariel le pidió a Taylor que se quedara y fue un momento amargo hasta que logró hacerles entender tanto a Susan como a David, que volvería, que sería un viaje de unos cuantos días.

David fue el primero en saltar en desacuerdo, le había molestado que Ariel no les hubiera contado todo lo que le estaban haciendo pasar en la universidad. Incluso habló de hipotecar la casa para cubrir su deuda, pero Ariel no aceptó. Explicó que no había querido preocuparlos, que esa era la razón por la que no les contó. Susan lloraba sujetando con fuerza su mano y Ariel ya no sabía que hacer para calmarla. Fue entonces, cuando Taylor intervino explicando a detalle la situación, incluso ofreció viajar con Ariel para asegurarse que volvería, les prometió a los abuelos que no permitiría que su nieto se fuera por más de dos semanas.

—¿Y cuándo planeas viajar? —preguntó David, aun no muy convencido.

—Me voy mañana…

 

ARIEL

Taylor se llevó a Nieve a su departamento, confiaba en él, sabía que la cuidaría como era debido. Él seguía preguntándome por la hora de salida de mi vuelo, pero me negué a dársela. Iba a ser mucho más difícil si tenía que despedirme.

Después de que hice mi maleta y me arregle lo mejor que pude y fui a ver a Damian, el resto de la tarde la pase con él. James y Samko estaban ahí cuando llegué, todos observamos a Deviant ir y venir por el departamento. Actuaba como si nada pasara, más se le notaba en el semblante que estaba decaído. Todos nos dimos cuenta, pero él se negó a hablar del tema, ni siquiera Damian pudo convencerlo.

James dijo que Han estaba igual, que lo había ido a buscar y hablaron, pero que no quiso mencionar nada sobre de Deviant. Era triste verlos de esa manera, pero ambos estaban tercos y quien sabe a dónde llegarían como todo esto.

Por otra parte, Damian se veía mucho más repuesto, de nuevo nos mostró su mal humor porque no lo dejaban levantarse, aunque él decía estar terriblemente aburrido en la cama.

Sam fue el primero en marcharse, Gianmarco pasó por él y subió de rápido para ver como seguía Damian. James recibió un mensaje que lo mantuvo sonriendo e intercambiando muchos más, casi como una hora… y después se fue diciendo que habia olvidado que tenía un compromiso importante. Deviant fue el último, hasta como a eso de las siete, cuando llegó la hora de irse al casino. Fue entonces cuando Damian aprovechó que yo estaba en la cocina preparándole un poco de té y se escabulló para sorprenderme. Intentaba agarrarme con la guardia baja, más no le resultó. Al saberse descubierto, me abrazó por la espalda y recargó su quijada en mi hombro.

—Hoy estás distinto…—me dijo mientras me respiraba en el cuello —Y hueles distinto.

—¿Huelo mal?

—Jamás, pero hay algo distinto en tu olor que no puedo identificar. Eso y has evitado mi mirada toda la tarde.

—No es verdad —respondí con seguridad.

No me gustaba mentirle, pero si no lo hacía Damian se daría cuenta y no me dejaría viajar. Apagué la estufa cuando el agua hirvió. Serví un poco en una taza junto con las hojas de limón.

—¿Quieres que le ponga azúcar? —pregunté.

—Quiero que me digas que te pasa.

—Nada, yo me siento muy bien.

Me soltó y alejándose un poco se recargó contra la barra del lavabo. Me miraba con los ojos entrecerrados, escaneándome de los pies a la cabeza.

—¿Ha pasado algo que no me hayas contado?

—Te he contado todo… ¿algo como qué? —indagué.

—Es que no puedo sentirte como antes —masculló.

—¿Sentirme?

Volvió a escanearme con la mirada, incluso se acercó y me olisqueó de cerca, me miraba con desconfianza, mejor dicho, con extrañeza.

—Te conozco lo suficiente como para deducir que me estás mintiendo, pero no tengo la certeza. Te lo advierto pequeño cachorro, voy a castigarte si haces alguna travesura.

 

DAMIAN

 

Me alejé de él más no dejé de seguirlo con la mirada en todo lo que hacía. Desde que llegó sentí que su olor era distinto, pero decidí no darle importancia. Sabía que era cuestión de tiempo para que ella interviniera quitándomelo, pero conservaba la esperanza de que no fuera tan pronto.

Era extraño no poder sentirlo como antes, sus pensamientos incluso sus reacciones… ya no podía leerlo e intuía que estaba ocultándome algo. Era normal, si Ariel había encontrado a su animal protector, instintivamente lo protegería de mí y viceversa. Pero no quería sentir que se apartaba de mí, que ya no me necesitaba como antes. Lo quería de vuelta, probarme a mí mismo que nuestro vinculo era irrompible.

Me sonrío mientras dejaba la taza de frente a mí, se sentó a mi lado en el sillón y se acurrucó contra mi brazo. Estaba triste y mucho más cariñoso de lo que normalmente suele serlo. En un arranque de impulsividad sus brazos rodearon mi cuello y lo sentí besar mi mejilla.

—¿Por qué estás despidiéndote? —pregunté. Él negó de inmediato.

—Bésame… —ordenó y ya no pude pensar en nada más.

Lo recosté sobre el sillón y me sacié con sus labios, Ariel se sujetaba con fuerza de mis brazos mientras su calor aumentaba. En sus ojos pude ver lujuria y en la forma en la que su cuerpo se removía debajo del mío, descubrí pasión. Se comportaba como si no fuera consiente de lo que provocaba en mí y quizá no lo era. Quizá su intención no era seducirme, pero lo había logrado. Me tenía embelesado, deseando cualquier migaja de su cuerpo que quisiera obsequiarme.

—No te atrevas a dejarme ahora…—exigí en un suspiró —No cuando finalmente he dicho que te amo.

Sus manos buscaron el dobladillo de mi camiseta y tiró desde abajo para sacármela por los hombros. Por un momento pensé en detenerlo, mis heridas ya habían cerrado por completo, pero las vendas aun las cubrían. Aunque no era eso lo que me preocupaba… no me gustaba que Ariel viera las cicatrices en mi cuerpo, porque personalmente me resultaban desagradables y no quería incomodarlo.

—Hoy estas pudoroso… —se burló.

Lo dejé continuar solo porque su comentario me hizo reír, aun me carcajeaba cuando invirtió los papeles dejándome debajo. Sus dedos delinearon una a una mis cicatrices y después sus labios las repasaron dejándome una sensación de calor y humedad. Trazó un camino de besos sedosos desde mi obligo hasta mi quijada y lo recorrió de ida y vuelta, antes de que asaltara mi boca.

Era demasiada provocación para no corresponder, sin embargo, fue más fuerte mi idea de que algo malo ocurría y por eso él se comportaba de esta manera. Intentaba distraerme y vaya que lo logró por un largo rato. Más cuando me di cuenta de sus intenciones lo frené todo. Él me importaba, cualquier cosa que le afectara también me dañaba.

—¿No quieres? —preguntó con seriedad, sus ojos azules me observaron a detalle. Era mío, lo conocía mejor de lo que yo mismo creía. Sin quitármelo de encima me incorporé dejándolo sentado sobre mis piernas, acomodé sus cabellos y le regalé caricias en sus mejillas rosas.

Internamente yo era un manojo de emociones y sentimientos encontrados. Por supuesto que me enojaba  saber que ya no tenía el más mínimo control sobre él, me asustaba pensar que iba a dejarme. Sin el vínculo entre nosotros eramos como dos personas comunes, iba a estar tan enterado de lo que le sucedía como él quisiera decirme, si es que quería decirme. Pero estaba esa otra parte, el tiempo que compartimos juntos y lo que había aprendido de él, aun si como humano yo estaba dudando, mi lobo sabía que algo le ocurría. Lo veía frágil y triste. Me ordenaba mimarlo y hacerlo sentir seguro.

—Llevo meses queriendo —confesé.

—¿Entonces?

—Entonces, nada…

Lo abracé, hasta el momento en el que debió volver a su casa lo mantuve entre mis brazos. Deviant le había pedido un Taxi que justo a las diez de la noche, ya esperaba por él en el estacionamiento.

Ariel se abrazó a mí y me apretó con fuerza, lo besé para calmarlo e incluso le dije que si no quería irse podía hablarle a David para pedirle su autorización y que le dejara quedarse, pero después de un último beso, se soltó de mí y salió casi corriendo de la habitación, dejándome una sensación de vacío y soledad.

Mentalmente me dije que no debía preocuparme, que lo vería mañana cuando sus clases terminaran. Sin embargo, un asalto a la puerta como a eso de las cinco y cuarto de la mañana nos despertó sobresaltados. Fui el primero en salir de la habitación, detrás de mí Deviant se asomó desde el cuarto del  lado. Cuando crucé por la sala vi que James dormía en el mueble largo. Fue sorpresa, a él también había dejado de sentirlo desde que nuestro vinculo se deshizo y no lo escuché llegar. Fue el último en despertar, después de la segunda ronda de golpeteos en la puerta, concluí que lo buscaban a él porque el olor que sentí me dijo que era Taylor quien intentaba echar abajo la puerta. Inconsciente miré a James y esté pareció comprenderlo todo, pues saltó del mueble y se apresuró a la puerta. Un —¿que haces aquí? —tajante se escuchó desde atrás, Deviant lo había reconocido y se abrió paso entre nosotros para enfrentarlo.

Casi se le fue encima, colocándose entre James y él.

—Te advertí que te quiero lejos de mi hermano.

—Quédatelo —respondió Taylor indiferente —he venido a ver a Damian.

Lo primero que sentí fue la mirada fría de James, sea lo que fuese, yo era inocente, nada tenía que ver con Taylor.

—No me importa a que has venido, lárgate de mi casa.

—Damian, necesitamos hablar—exigió Taylor ignorando a Deviant.

—¡Que te largues he dicho! —gritó Dev, mientras empujaba a Taylor.

Por supuesto, Taylor no iba a quedarse de brazos cruzados, le devolvió el gesto a Deviant, poco pudimos hacer para evitarlo.

—Se trata de Ariel —agregó mientras me miraba— su vuelo sale en una hora. En un primer momento no pude reaccionar… él y mi hermano estaban a punto de agarrarse a golpes y ahora resulta que Ariel va a viajar —. Acabo de enterarme, quiere irse por lo que sucedió en la universidad —lo miré fijamente, como si estuviera hablando en otro idioma —. Ni siquiera estás enterado… ¿cierto?

—Eso se resolvió —comentó James, pero Taylor negó de inmediato sin mirarlo.

—Te lo cuento en el camino…

Apenas y si volví a la habitación por mi cazadora, para salir detrás de él.

—Síguenos en la moto —le ordené a James, Deviant dijo algo, pero no alcancé a escucharlo.

 

De camino al aeropuerto Taylor me lo contó todo, él me culpaba y no me atreví a rebatirlo. Tal cual dijo las cosas, parecía que yo era el único responsable de todo lo que ocurrió con Ariel. Había sufrido durante estas semanas, perdió su beca y la representación de la escuela sobre sus pinturas. Todo lo que amaba.

—No quiso decirme a que hora salía su viaje, y a último momento se me ocurrió rastrear su vuelo. Es tu deber ayudarlo y no dejar que se vaya.

No se lo discutí, Taylor me dejó en la entrada mientras buscaba un lugar donde estacionarse. Con la información que me había dado, casi corrí hasta la sala de espera. De lo demás se encargó mi olfato, lo encontré solo, en la última fila de las sillas de metal, con la cara húmeda y los ojos rojos.

Por supuesto, se sorprendió al verme ahí, junto a él.

—No pasa nada… yo estoy muy bien…—repetí sus palabras con ironía—¡Mentiroso!

—Damian…

  • Creí que no ibas a dejarme

—No iba a hacerlo —se apresuró a responder.

—Pues no recuerdo que ayer mencionara algo sobre viajar.

El nerviosismo le ganó, se puso de pie y cuando intentó sujetarme, lo alcé y me lo eché al hombro. Con mi mano libre tomé sus cosas y me dirigí a la salida. No me importó que la gente nos mirase, se lo merecía por intentar huir de mí. Ariel no se atrevió a decir nada y más le valía.

Cuando estábamos saliendo de las escaleras eléctricas, nos topamos con Taylor y James, mantuvieron su distancia frente a mí, no contaban con que podía sentir el olor de Taylor en mi hermano.

Le pedí a James que se encargara del equipaje de Ariel, le dije que lo buscaría mañana para resolver el problema, que Taylor le daría todos los detalles.

—Taylor ayúdame…— pidió Ariel, pero lo hice callar de una nalgada.

Taylor intentó detenerme y exigió santo y seña del lugar al que íbamos, pero me limité a decirle que le daría una lección ejemplar a Ariel de los motivos por los que no debía mentirme. Y que iba a llevarlo a un lugar apartado para que nadie lo escuchara gritar.

Taylor me miró horrorizado y pude sentir como Ariel se tensaba, por supuesto, lo dije jugando, pero ellos se tomaban muy enserio mis palabras… aun no comprendo el motivo.

—No le des tanta libertad —le dije a mi hermano, mientras me entregaba la llave de la moto y el casco —¿Cómo que “quédatelo”? Debes enseñarle quien manda en esa relación.

James se limitó a sonreír y el que no lo negara me hizo pensar que lo de ellos iba enserio. Cuando Deviant se enterara estallaría la bomba y todos estaríamos en problemas.

 

Salí con mi premio al hombro y mientras le ponía el casco no fui capaz de dirigirle la palabra, era parte de su castigo por mentirme. Lo senté en la parte trasera de la moto y abandonamos el aeropuerto a toda velocidad… más o menos, sabía que le daba miedo si iba muy rápido, así que fui prudente.

No había exagerado con eso de no darles tantas libertades, que había que enseñarles quien mandaba, eso mismo haría yo. Con vínculo y sin él, Ariel no volvería a olvidar a quien pertenece. Por eso decidí llevarlo a las profundidades de mi bosque, entre montañas empinadas, lobos salvajes, oyameles, encinos y cedros. Iba a llevarlo al único lugar en todo el bosque cuya ubicación juré jamás revelar a nadie, y decidí hacerlo porque a partir de ahora, también sería su hogar. Tomé un atajo para evitar el centro de la ciudad, salimos cerca de la casa de Ariel, más cuando la dejamos atrás, él se asustó, lo sentí sujetarse con fuerza a mi cazadora.

No me detuve, seguí la carretera hasta el límite con Bungard, y me desvié por una brecha angosta por la que apenas y si pasaba la motocicleta, fui sorteando árboles y riachuelos, era un tramo difícil que se complicaba conforme más nos internábamos en el bosque. Diecinueve kilómetros hacía el fondo y doce más a la izquierda, subir y bajar la colina y cruzar el prado, después la zona de oyameles, el escarpado y finalmente salimos a espaldas de la que parecía ser una colina mediana, crucé la pared de follaje y seguimos por el camino de piedra que terminaba al interior de la colina, por dentro estaba hueca y mi cabaña estaba al fondo, un riachuelo cruzaba por en medio del patio y todo lo demás estaba cubierto por una leve capa de vegetación, casi como pasto. Me estacioné cerca de la cabaña, le quité el casco a Ariel y lo sostuve en brazos hasta el interior, pateé la puerta para entrar y lo dejé caer sin mucho cuidado sobre mi “cama”, me alumbraba con ceras, busqué algunas y las encendí.

Hasta ese momento caí en la cuenta de lo austero que todo se veía, una cabaña oscura, fría y rudimentaria. Sin duda alguna, este no era el mejor lugar para Ariel. Sí en la noche le daba frío no tenía más que una frazada para cubrirlo, tampoco había comida. De un momento a otro la idea de volver me resultó tentadora, pero quería que fuera aquí, para mi tenía un significado especial.

—¿Qué me vas a hacer? —su voz me distrajo de mis pensamientos, estaba llorando… ¿por qué? —No quería mentirte, te juro que no quería…

—¿Por qué lloras? —fue a su lado para calmarlo, pero cuando quise tocarlo él se cubrió con ambas manos, como si yo fuera a pegarle.

—¡Por favor, no te enojes! —supliqué.

—No estoy enojado… —aseguré. Nos miramos confundidos por unos segundos.

—Lo que le dijiste a Taylor…

—No lo dije enserio, y si te traje a este lugar es porque yo vivo aquí.

—¿Aquí?

—Ya sé que le hacen falta algunos detalles, pero te dejaré que arregles todo lo que no te guste —Aseguré repasando la casa con la mirada.

—¿No vas a regañarme? —la inseguridad en su voz era la consecuencia de todos los maltratos que le habia hecho sufrir, me dolió verlo temeroso de mí, inseguro.

 

TERCERA PERSONA

—¿Puedo acercarme? —preguntó Damian casi en un susurro, Ariel, aunque mucho más tranquilo, mantenía la mirada baja y jugaba con sus dedos. Sin embargo, la voz apacible de Damian le hizo buscarlo con la mirada —¿Puedo ir a tu lado? —repitió su pregunta.

Ariel asintió y flexionó las rodillas con los pies apoyados en el colchón de esa cama mal improvisada; descanso los brazos sobre sus rodillas como si se abrazará a si mismo y no perdió detalle de lo que a continuación hizo Damian, quien en un movimiento casi felino gateó y se sentó a su lado, tan cerca que sus brazos se rozaban, todo en un total y completo silencio.

Permanecieron de esa manera algunos minutos más, los necesarios para que el mayor decidiera si debía hacer su movimiento o detenerse. Quería, había pensado en esta ocasión más veces de las que se hubiera imaginado, tantas que hacía mucho tiempo que había perdido la cuenta; aunque siempre llegaba a la misma conclusión: que aún no era el momento, que Ariel no estaba listo, que primero debía saber la verdad. Excusas no le faltaban, pero internamente Damian era consciente de que nada de esto importaba en realidad, que era más el miedo que sentía por herirlo que cualquier otra cosa de las que pudiera inventar.

Que más que herirlo estaba aterrado por probarlo, pues una vez que sus cuerpos se unieran no había marcha atrás. Ahora por lo menos podía tener sexo con cualquiera y luchar por sobrellevarlo, aunque en todas esas personas estuviera buscando un poco de lo que Ariel ya representaba en su vida. Pero sería distinto después de aparearse; su lobo jamás permitiría el encuentro con nadie más. Y si posteriormente Ariel lo rechazaba ¿Qué sería entonces de él?

No le preocupaba una vida de abstinencia, le aterraba una existencia en completa soledad. Un vacío creciente en su interior que se lo devoraría completo cada día hasta que no ya no pudiera soportarlo más y en medio del dolor buscara la muerte, esa era la razón por la que, hasta el día de hoy, se había negado. Pero ahora que casi podía palpar todo el daño que le había causado, solo quería remediarlo. Se había prometido no ser más la bestia incontrolable con Ariel, quería unirse a él y entregarle todo, para ello, poseerlo era necesario.

—¿Puedo besarte? —susurró.

Era extraño para él pedir permiso, no estaba en su naturaleza y sin embargo le ganó más la preocupación por no asustar al chico, que la punzada en el pecho producto de un orgullo herido. Ariel soltó un “sí” inusualmente tímido y se giró levemente para permitirle un mejor acceso a sus labios.

Damian también se giró de tal modo que quedó de frente a Ariel, acunó el rostro terso entre sus manos y con las yemas de sus dedos limpió los rastros de lágrimas que aun mantenían húmedas las mejillas del menor. Fue hacía él acabando con la distancia que los separa y dejó un beso ruidoso sobre la mejilla derecha de Ariel, respiró su aliento cuando pasando por sus labios y sin rosarlos se fue a besar la mejilla izquierda. Fue a su frente y apartando los mechones negros y ondulados del menor, dejó allí el último beso.

Uno distinto a cualquier otro de los besos que anteriormente le había regalado en la frente. Damian carencia del don de la grandilocuencia más con este beso mandó un mensaje especial, mejor que cualquier discurso dicho en palabras dulces o galantes. Con este simple gesto falto de connotaciones sexuales le mostraba su respeto, la fidelidad que de hoy en adelante le ofrecía. Un beso afectivo que también suplicaba por un permiso y que confesaba sus deseos más intensos de ser aceptado como pareja, a cambió prometía protección, cuidado y por supuesto, amor.

Tantas y muy bellas cosas en el acto más romántico que alguien puede ofrecer a otro, un beso, solo un beso.

 

DAMIAN

 

Su cuerpo me buscó, las manos de Ariel se cruzaron sobre mi cuello y lo estreché en un abrazo cálido. Su olor, su piel, el mar de pensamientos que lo mantenían en un silencio total y casi podía sentir como mis propios pensamientos, todo en él era hermoso. Tan puro que me parecía ilógico tenerlo entre mis brazos. Su rostro buscó cobijo en mi cuello, en tanto que mis manos lo acariciaban por los costados a veces buscando situarse por debajo de sus ropas.

¿Lo haría? ¿Realmente me iba a atrever? Ya estábamos aquí, aun si no era el escenario perfecto ni con todas las comodidades, tampoco hubiera deseado que se fuese de otra manera. Mi forma de vivir era rustica, yo mismo también lo era. Sin importar lo que mi familia poseía, mi ser era tan ordinario como cualquier otro, no iba a mentirle mostrándome fino cuando en realidad soy hosco e intratable.

Lo estreché con fuerza y él se dejó hacer; el palpitar acompasado de su corazón contra mi pecho me dijo que todo estaba bien, que no había nada que temer. Entonces lo separé un poco, necesitaba mirarlo para lo que le iba a decir y puedo confesar, sin el más mínimo resquicio de vergüenza, que volví a enamorarme de sus ojos cuando los tuve frente a mí.

Bellos, delicados y húmedos; el azul más intenso en la mirada más tierna que he tenido la fortuna de sostener. Sin soltarlo del todo, una de mis manos fue hasta su rostro y se acomodó contra su mejilla.

—Ariel… —dije—voy a hacerte el amor.

3 comentarios sobre “Capítulo 48 En la Madriguera del Lobo

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