CAPÍTULO 2
Bitter Sweet Symphony
YOTAM
Nuevamente escalofríos. No he dejado de temblar desde la mañana y me irrita.
Sobre todo ahora que él parece aun no querer sobreponerse a la sorpresa de verme, y me mira de esa misma manera que me orilló a irme de aquí, hace ya varios meses atrás.
—Si sientes frío, puedo cerrar las ventanas — me ofrece.
—No, no es necesario —respondo y es verdad, pero vuelvo a estremecerme, entonces él finge no notarlo.
—A decir verdad, no esperaba verte…—dice y al instante me detengo a mirarle, si no me quiere aquí, entonces buscaré ayuda en otra parte — pero me alegra que hayas venido. Ha pasado mucho tiempo… ¿verdad? —continua, mientras me señala el camino hasta la sala de estar.
Apenas y si soy capaz de asentir ante sus palabras. Su entusiasmo lejos de resultarme contagioso, me incomoda. De no ser por esto, no le hubiese buscado, pero estaba asustado y necesitaba hablar con alguien que pudiera comprenderme. Que me conociera y que también conociera a Alain.
Colby es amigo de ambos. A decir verdad, es amigo de Alain y me mantuvo en terapia por casi cuatro años, hasta que decidí ponerle fin. De eso ya han pasado casi once meses. Debido a las “razones”, ambos acordamos que Alain no se enteraría. La idea de ocultarte algo como esto me incomodaba, pero hasta cierto punto me sentía responsable o por lo menos, fue así como Colby me hizo sentir. Preferí callar porque sé que Alain no se lo hubiese tomado bien, solo que una mentira me llevó a otra y ahora tenía todo un revoltijo de cosas que aun no le había dicho, pero que tampoco descartaba en hacerlo, solo estaba buscando el momento oportuno para contarle.
—Tal vez ha pasado el tiempo, pero no estoy aquí para hablar de eso—hablo fuerte para que deje de mirarme tan fijamente y debido a la situación no puedo evitar que mi voz salga osca, casi ruda. Como delatando que realmente no quiero estar aquí, con él.
—Por supuesto…—Colby se remueve inquieto en su silla y me dedica un último segundo de su mirada sobre mí, aun cuando esta ha cambiado ya — ¿de qué quieres hablar entonces?
—Escalofríos —respondo.
— ¿Escalofríos?
— ¿Los has sentido?
—Sí, claro.
— ¿Cuándo escuchas alguna canción que te gusta? —Colby levanta el rostro y me mira con esa típica expresión que tienen los terapeutas; contrae los ojos hasta hacerlos pequeños, y su mirada se vuelve profunda, casi como si pudiera ver en lo más hondo de mi interior. — ¿Lo has sentido?
—Es posible —dice—, ¿lo has experimentado? ¿Cómo es?
Me toma un momento ordenar mis ideas, pero al final resulta fácil decirlo. Narrar ese extraño pero placentero cambio fisiológico que vuelve la piel más sensible y eriza por completo los vellos del cuerpo. Que aumenta el ritmo cardiaco. Ese sutil hormigueo que baja la temperatura del cuerpo y acelera la respiración. Un instante intensamente gratificante, casi sublime.
—A ese sentimiento lo llaman “una respuesta física a la música” —me explica, pero esa ya lo sé. —Puede suceder también cuando miras alguna película, pinturas o tallados, cuando lees un libro o creas algo con tus propias manos. Es una condición particular de cierto tipo de personas. Almas sensibles las llaman… Sabes, León Tolstoy dijo que la música es la taquigrafía de la emoción —lo dice de tal manera que me da la sensación de que Colby está de acuerdo con ese argumento.
“La música es la taquigrafía de la emoción”, lo repite con la seguridad de haber dado en el punto exacto al que yo quería llegar. Entonces de la nada, me suelto a hablar; me escucho decirle que mi personalidad me ha orillado a los números. Le digo que estoy a punto de graduarme en administración financiera, aunque eso él ya lo sabe. Como también sabe que en realidad, las cuentas no me apasionan, pero que suelo llevarme mejor con las cosas que tienden a ser exactas, ya que yo estoy muy lejos de serlo. Le confieso que aunque las artes no me van, tengo un amor especial por la música. Y es por eso que a veces, cuando escucho a ese violista interpretar Bitter Sweet logro experimentar esa misma respuesta física: estremecimientos. Un sentimiento que nace de mi interior y se propaga por toda mi piel, que obliga a mi corazón a encogerse mientras inunda mis ojos con lagrimas que siempre pretendo contener, sin conseguirlo. Son emociones que golpean con fuerza y logran sacudirme, despertarme de la realidad para ver otra distinta, mejor.
—Sentir está bien, Yotam —susurra—. A veces la música puede conmovernos hasta llorar. Es algo completamente normal, así que no debes inquietarte.
¿Inquietarme…?
No era únicamente inquietud lo que sentía, pero para que Colby pudiera comprenderme, tuve que contárselo:
Hoy, mientras Alain me abrazaba, sentí eso… escalofríos. Y me asusté cuando lo escuché llorar. Lo conoces, él no es el tipo de persona que llora por cualquier cosa. Y no puedo explicarme cómo es que mi mente trajo los recuerdos de estos sentimientos ante una situación que no era en lo absoluto placentera, sino más bien, triste y desesperada. No comprendo el cómo dos sensaciones que se contraponen pueden ser descritas de la misma manera.
Me estremecí, mi corazón parecía querer salir de mi pecho de lo rápido que latía, pero fue triste… muy triste.
Alain no es un hombre que se deje dominar por sus emociones, por el contrario, es siempre tan propio. Dueño de la situación y de sí mismo. Lo ha sido desde muy niño, lo sé, porque puedo recordar su entereza y esa apariencia de que “todo está bien”. La misma expresión que lo ha acompañado desde que lo conocí, cuando él tan solo tenía diez años.
—Las personas cambian, Yotam.
—Cambian por las razones correctas—le corrijo.
Lo sabes, no soy yo quien debería hacerlo llorar. Le explico. Me duele y me siento frustrado, porque en esos momentos en los que debí calmarlo, no pude decirle nada. Más bien, me volví emocional, como una gelatina de agua entre sus manos que tiembla sin control, que se arruina si se le aprieta con demasiada fuerza. Simplemente me deshice entre sus dedos.
—Piensas demasiado en Alain, lo pones incluso por encima de ti mismo y creo que jamás voy a terminar de estar de acuerdo con eso.
—Es que, obviamente debería ser yo quien llore por él…
Es así como lo siento…
Nada de esto ha tenido sentido desde el principio, el que me ame, que Alain esté con alguien como yo, alguien que jamás estará mejor de lo que lo estoy ahora. Es triste reconocerlo, pero conforme pasan los días me hago pequeño y al ritmo de mis lamentos me desvanezco. Quiero frenarlo todo, quiero no preocuparlo por las cosas que me pasan, pero no sé cómo hacerlo.
—Ya no es más un niño de diez años, así que encontrará la manera de sobrellevar esta situación.
— ¿Sobrellevar? Es eso lo que soy, ¿un peso que él debe sobrellavar? —mi voz sale molesta, ofendida, pero lo que realmente siento al escuchar estas palabras, es tristeza.
—No es lo que quise decir…
—Pues es lo que dijiste.
Lo digo tajante, pero estoy herido. Sin embargo, continúo con mi relato…
En la mañana me ha dicho que está desesperado y que no sabe cómo ayudarme. Su voz sonaba tan triste…tomó mi mano entre la suya como si tuviera la necesidad de agarrarse de mí para no irse. Han sido años y años de sujetarme a él, que la forma tan perfecta en la que nuestros dedos se amoldan es inevitable. Casi como si mis dedos hubiesen sido formados en el molde de sus manos para complementarnos hasta volvernos la misma única pieza de una escultura.
Quiero decirle todo lo que siento, pero ¿cómo voy a explicarle algo que ni yo mismo entiendo? Aunque diga que somos un equipo, y que no tengo porque pasar yo solo por todo esto, sé que mis sentimientos son una carga para él y temo por el día en que le resulten demasiado pesados como para que quiera continuar sosteniéndome.
- ¿Y qué es lo que sientes?
—Me siento triste, perdido, frustrado y a punto de estallar de ira. Estoy inquieto y aunque puedo ver claramente y comprendo que Alain está preocupado por mí, me irrita el que insista. Estoy cansado, no quiero hablar de esto ni de ninguna otra cosa. Solo no quiero que se enoje conmigo, no quiero hartarlo y menos que menos, quiero hacerlo sufrir.
Le pedí que no siguiera preguntándome, porque no puedo darle respuestas ahora. Le supliqué que continuemos como hasta ahora, pero solo he logrado enfurecerlo. Y me ha culpado, me cuestiona el por qué estoy haciéndonos esto. Ha dicho que él se está forzando y que yo no he querido ayudarlo. Dijo —… con tu actitud me haces sentir que amarte es triste —. Me han dolido sus palabras. Me enojé y dije cosas terribles…como, que no intentara atraparme en esas palabras, que yo también está esforzándome. Nos enfrentamos y fuimos duros en lo que ambos dijimos. Al final le eché en cara que quizá estaba esperando demasiado de mí. Y él me ha llamado bastardo egoísta, justo antes de marcharse de casa.
Jamás antes me había insultado, y no responde a mis llamadas, ni a los mensajes que le envié cuando estaba en la universidad.
—No te culpes por lo que él sienta.
— ¿Como me pides eso? Es mi pareja…
—Nada ha cambiado en todos estos años, Yotam —me dice cortante. —Quieres sanar la herida pero insistes en mantener la navaja enterrada en tu cuerpo… date cuenta que él no es la persona con la que deberías estar. Estas luchando desesperadamente para dejar tu pasado atrás, pero lo peor de ese pasado está ahí, junto a ti. Y lo llamas “tu pareja”.
—No lo dices enserio…
—La verdad es que sí.
CALLUM
—Bastardo egoísta…
— ¿Puedes dejar de repetir esa palabra? —Le cuestioné cortante —La has dicho ya cientos de veces durante todo el día.
Alain me miró sin verme. Había estado comportándose de esa manera desde que llegó a la oficina por la mañana. Le conozco desde hace seis años, y ese tipo de palabras no forman parte de su vocabulario habitual. Estaba preocupado por él, pues no solo era mi jefe, yo le quería como a un hermano.
Digamos que cuando llegué aquí, él fue el único que me trato sin miramientos; es decir, para Alain yo era alguien a quien debía entrenar para que me ocupara de sus cosas cuando él se ausentara. Jamás me ha tratado como el chico de silla ruedas que necesita ayuda para subir las rampas o una mano extra para limpiarse el trasero cuando va al baño. Para él, tan solo soy Callum.
—Se que jamás hablas de tus cosas personales, pero estoy convencido de que Yotam es el único que tiene el poder de perturbarte hasta este grado y como estás a punto de reventar, si quieres hacer una excepción, puedes contarme…
Él negó muy despacio y admito que fue un poco decepcionante que no pudiera confiar en mí, aun cuando yo le cuento todas mis cosas, aunque él no me lo pregunte.
—Pero, ¿se trata de Yotam?
En vez de responder, me dio la espalda. Todos en el trabajo sabíamos que el arquitecto en jefe, sostenía una relación con un universitario de nombre Yotam, fuera de ahí, no sabíamos nada más. Alain jamás habla de él, pero en varias ocasiones ha dejado en claro a quienes inútilmente han intentado acercarse de él, que está en una relación estable. Todo en torno a Yotam, es un misterio, salvo para el pequeño y muy selecto grupo de amigos íntimos de Alain, quienes guardan el secreto con el mismo recelo que él.
—Si no quieres contarme, porque no me tienes confianza, entonces…
—No se trata de eso —me interrumpió. —Confió en ti.
— ¿Pero…?
Hubo un largo silencio, tan largo que estuve a punto de rendirme un par de veces.
—Siento que… él ya no es feliz a mi lado.
Fue una declaración importante y cuando giró en su silla para mirarme, pude ver en su rostro cuan afectado estaba. —No te diré más —aseguró.
Ordené mis ideas y elegí con cuidado las palabras que iba a decirle.
—De acuerdo… sé muy poco de cómo son las relaciones entre dos hombres, pero asumo de que son exactamente iguales a las relaciones heterosexuales. Como sabes, estoy casado y las mujeres, pero sobre todo las esposas, son despiadadamente enigmáticas. Así que cuando no logro comprender a mi esposa, aplico un sencillo truco que mi padre me enseñó. Él decía que antes de suponer o asumir, debía intentar preguntar. Inténtalo… en vez de estar aquí dándole vueltas a lo mismo, ve con él y pregúntale si es feliz contigo. Sé que la respuesta puede asustar, pero en el peor de los casos, si Yotam dice “no”, entonces pregúntale que es lo que debes hacer para remediarlo.
—Suena más fácil de lo que realmente lo es… —sonríe mientras habla pero al menos, me alegra saber que esta sopesando la posibilidad de hacerlo.
—No es fácil, pero nada es peor que estar con la incertidumbre.
Alain ya no agregó nada más, simplemente me miró y después de un rato volvió la vista a los bocetos que tenía en el escritorio, sin embargo y pese a que no tenía ninguna cita de trabajo para esa tarde, se fue temprano de la oficina. Sea lo que fuera, esperaba que pudiera resolverlo pronto.
ALAIN
De camino a casa pasé a la pastelería pero no compre nada, fui por un ramo de flores y ninguno me gusto. Nada de lo que veía alcanzaba como para cubrir lo que le dije en la mañana. Quería obsequiarle algo a modo de disculpa, pero terminé llegando a casa con las manos vacías.
Yotam representaba para mí, más de lo que las palabras podrían explicar. Quizá las condiciones en las que nos conocimos, el cómo crecimos o los veintiún años que ha pasado junto a mí, se encargaron de crear ésta dependencia por él. Lo único que sé, es que yo estaba a punto de rendirme…
Después de luchar casi dos años por mantenerme inquebrantable en ese lugar, finalmente estaba a un golpe u humillación más de rendirme. Entonces llegó. Con otro nombre, siendo apenas un niñito de cinco años, tan asustado y muerto de frío y hambre como llegamos todos, pero cambio mi vida para siempre.
Fue asignado a mi sala, habíamos con él, treinta y dos chicos en una habitación para catorce. Cada noche era una verdadera lucha por ver quién dormía en la cama y quien en el piso. Las cosas como siempre, se resolvían a golpes, pero él no podía pelear con ninguno de ellos, pues la mayoría eran chicos más grandes que venían de las calles. A ellos no les importaba molerse a golpes a quien pudieran.
Los primeros días de Yotam en el internado, fueron terribles. Inclusive yo le hice daño. Su miedo era tan palpable que se volvió el blanco de todo tipo de bromas pesadas y maltratos. Se quedaba dormido en el piso después de llorar hasta altas horas de la madrugada. Yo le observaba, al igual que todos en la habitación y en cada lágrima que él tiraba, sentía que mi alma se desahogaba. Porque yo no me atrevía. Sabía que si comenzaba a llorar, no iba a poder detenerme.
Yotam lloraba por todo, como hasta la fecha. Pero justo después de llorar, se limpiaba su carita sucia, enderezaba su abriguito y se preparaba para la siguiente sarta de golpes. Recuerdo que admiraba eso de él, pero ese lugar y todos nosotros, comenzamos a consumirlo más pronto de lo esperado. Y después de casi dos meses, llegó el día en que él ya no se levantó. La noche anterior, le habían pegado hasta que vomitó sangre, recuerdo que aunque no quise participar, tampoco hice nada para ayudarlo. No lo defendí, ni siquiera lo intenté, aunque quise hacerlo.
Por primera vez experimente un miedo que me hizo caer de rodillas ante su cuerpo lastimado, creí que estaba muerto. Y me aterró la idea de no verlo más. De que ya no hubiera quien llorara por mí en las noches, de no volver a ver sus ojos grises, ni su cabello despeinado por el jardín, siempre huyendo de todos. A partir de ese día, me volví otra persona, cada noche posterior a su recuperación, peleé por una cama y cobijas para Él. Me molí a golpes con mediomundo para protegerlo, hasta que los chicos no fueron más un problema y nos dejaron en paz. Ha dormido a mi lado desde entonces, lo he querido desde entonces…