Capítulo 3 Cuerpo y alma

CAPÍTULO 3

Cuerpo y Alma

ALAIN

      Dicen que la persona que hace todo lo humanamente posible para que una relación funcione, es la misma que se aleja sin remordimientos cuando todo ha acabado.

Creí ser yo quien más se esforzaba por sostener esta relación, pero al entrar a casa, pude ver lo equivocado que estaba.

      El olor tan delicioso a comida que impregnaba todo el primer piso, nuestra mesa puesta y decorada con un mantel de encajes de color amarillo, el florero de cristal que rebosaba de bulbos de narcisos blancos con anaranjado y un pastel de Madeira recién horneado, mi favorito. Todo estaba limpio, mucho más que de costumbre y bueno, soy un hombre básico, sin embargo; inclusive alguien tan tonto como yo podía comprender las nobles intensiones que habían detrás de todo esto. Después de todo, no se le prepara una cena especial al patán que te llama “bastardo egoísta”, a menos que realmente lo ames.

      Todo cuanto había pensando darle; un pastel, flores… él lo tenía listo para mí. Y me sentí todavía peor cuando al buscarlo, lo encontré en nuestra habitación: la camisa blanca de manga larga que le había obsequiado la semana pasada y la cual no había tenido la oportunidad de estrenar, su abrigo y pantalón del mismo color. Había cierta formalidad en la ropa que había seleccionado para nuestra cena y descansaba toda junta a la orilla de nuestra cama. Ninguna de estas prendas era su estilo, sino más bien el mío, incluso en eso planeaba complacerme esta noche. 

      El repiqueteo del agua al caer fue el aviso de que aun se encontraba en la ducha. Me asomé por entre la puerta del baño y pude ver entero y mojado ese metro setenta y tres centímetros de belleza y sensualidad. Quién diría que crecería tanto y que al hacerlo sería tan hermoso. Lo fue siempre, desde niño estuvo rodeado de ese aire tierno y cálido; de cuerpo y sentimientos frágiles, de mente y piel blanca.  Tan ajeno a su apariencia, pero indudablemente guapo. Y no lo digo únicamente porque sea mi pareja, sino que realmente es muy atractivo y joven. Tanto que a veces me preocupa que algún día se de cuanta y quiera irse con algún otro, mientras me olvida.

      Un pensamiento pesimista con el que en ocasiones me gustaba torturarme, por supuesto que Yotam no me dejaría, ni yo a él. Terminé de entrar al baño cuando el vapor se alzó ocultando su desnudez entre esa bruma densa de calor. Quería mirarlo mientras el agua barría con la espuma de su cuerpo y sufrir un poco por el hecho de no ser yo quien mojaba su piel. Ha sido mi error el sentirme siempre tan dueño de cada aspecto de su persona, que ahora mismo me dolía tanto estar a unos cuantos pasos de tomar su boca y no poder besarlo, tan cerca de sentir sus bordes entre mis dedos y saber que no tengo el derecho de tocarlo.

      Él, que siempre ha sido tan mío y ahora por mi estupidez, lo sentía lejano, tan ajeno que no me atrevía a entrar sin su invitación a ese pequeño cubículo y  tomarlo entre mis brazos. Si tan solo me lo permitiera…

      —Yotam —le hablé bajito, pero aun así, mi voz le asustó.

      Levantó la mirada y al verme se encogió de hombros. Su piel rubia por sus largas horas al sol, el pelo enmarañado y largo hasta los ojos, siempre rozándole las córneas como invitándome a cada momento a inclinarme hacia él y apartarle los mechones. Sus ojos grandes y grises con esas curiosas líneas azul eléctrico; como pequeños relámpagos que desataban la tormenta de su mirada húmeda. Su nariz pequeña y su boca rosada y carnosa. Su expresión abatida y todas las miles de gotitas pegadas a su cuerpo que dé vez en vez se iban soltando hasta llegar al piso o resbalaban por la extensión de su desnudez. Sé que, dada nuestra situación no debía estar pensando en estas cosas, pero estaba ardiendo de deseo de tan solo mirarlo.

      —Llegaste antes…

      —Estaba inquieto —confesé.

      — ¿Por qué?

      — ¿Puedo ir a tu lado? —pregunté, al no poder soportar más nuestra lejanía. Yotam asintió despacio, como no muy convencido de querer que me acercara.

      No me quedé en la entrada, sino que fui hacía él con tan determinación que Yotam se vio forzado a retroceder y dejarme pasar.

      —Pero, ¿y la ropa?

      —No importa —le dije, mientras mis manos envolvían su rostro.

      Despacio, lo arrinconé contra el cristal y mi cuerpo. Sus manos se aferraban a mis brazos y me ofreció sus labios cuando se dio cuenta que pretendía besarlo. Era apenas, unos veinte centímetros más bajo que yo, pero su cuerpo era menudo en comparación con él mío. Sentí miedo al rozar sus labios, la idea de que se arrepintiera y me apartara, casi me hacía temblar, sin embargo; mis dudas se volvieron polvo cuando le así por el mentón obligándolo a que me mirara y al pedirle que viniera conmigo a la cama, dijo “sí”.

YOTAM

      Una parte de mí, estaba firmemente convencida de que no existía algo en este mundo que yo quisiera negarle, no después de todo lo que Alain había hecho por mí; lo que me había dado y por encima de todo, lo que sentía por él. Todo cuanto yo poseía estaba seguro de dárselo a cambio de permanecer a su lado y vivía creyendo que tal grado de intensidad y lealtad en mi amor por él, era lo menos que podía ofrecerle. En cambio, Colby decía que las personas como yo, con frecuencia caímos en el error de volvernos dependientes de quienes “aseguramos” amar y no podemos darnos cuenta, hasta mucho tiempo después, que nuestros sentimientos se han vuelto  cadenas que atrapan y aprisionan a las personas por el miedo a perderlas.  

      Lo admito, tengo miedo de perderlo. Me aterra la sola idea de pensar que estoy a un paso de hartarlo. Por eso procuro estar al pendiente de cada una de las cosas que dice, aunque, con respecto a mí, han sido en verdad, muy pocas las veces en las que lo he oído quejarse, pero sé cómo se siente y lo mucho que él detesta todas estas cosas. Así que volvía sin intentarlo siquiera, cedía ante él, pero no como obligado. 

      Esto no era la que había planeado para esta noche, sin embargo; no puedo decir que el nuevo rumbo que había tomado nuestra situación no me complaciera. Le había extrañado tanto que de seguro hubiera hecho cualquier otra cosa que me pidiera; si a cambio, me dejaba estar con él.

      No me importaba en lo absoluto lo que los demás, incluyendo a mi terapeuta, dijera  sobre nosotros. Para mí, Alain era mi mayor motivo para continuar. Lo amaba y me gustaba con la misma intensidad; cada vez que lo miraba descubría un aspecto nuevo de su persona que me enamoraba más que el anterior y así, nos habían pasado los años y aun con todo, él no dejaba de sorprenderme. Sobraba verlo, no resultaba difícil descubrir en sus facciones cierta clase de belleza masculina, esa belleza que la sociedad ha convenido llamar subjetiva. La frente ancha y las mejillas cinceladas. Sus ojos azules y serenos, la mirada profunda y suspicaz. Sus codiciosos labios gruesos, la mandíbula voluntariosa y sus manos tibias. La solidez de su cuerpo que parecía esculpido en mármol blanco y su calor.  ¿Qué era yo sin él?

      Mi rostro que más que construido estaba consumido por mi pasado, mi alma que solo podía mostrar mis excesos, mi cara que solo era capaz de reflejar lo triste, los defectos de las personas y que por ende es fea. Tan fea que me obliga a desviar los ojos de mi reflejo cuando me miro en un espejo… No soy más que un cuerpo cuya alma se ha deteriorado tanto, que ha perdido la capacidad de ocultar sus partes vergonzosas. En cambio él: su cuerpo y su alma brillan con una luz que no puede extinguirse y yo estoy irremediablemente enamorado de eso.

      Me dejé guiar por él, cuando a pasos cortos y muy despacio me sacó de la ducha y me llevó hasta el pie de nuestra cama, sus labios al igual que sus manos, no me habían soltado ni un solo momento. Alain se detuvo con la mirada fija sobre mis ojos, no se atrevía a empujarme al colchón tal y como lo habría hecho en otra ocasión, sino que esperaba por mí. Y con esa mirada sostenida exigía mi permiso. No era una petición, pues no existía entre nosotros la posibilidad de decirle que no y yo tampoco deseaba que existiera alguna otra opción. Me exigía algo que ya sabía que le pertenecía; algo que deseaba que le regalara sin que tuviera que pedírmelo: mi voluntad.

      Me senté al borde de la cama y él conmigo, sus brazos me rodearon por la cadera y con excesiva suavidad me arrastró hasta el centro del colchón. Entre los edredones y las almohadas. Su ropa goteaba, mientras que mi cuerpo se secaba al rozar las sabanas.

      — ¿Estás cómodo?

      —Sí, lo estoy —alcancé a decir.

      — ¿Eres feliz conmigo…?

      Ambos frenamos lo que hacíamos. Alain me miraba expectante y yo no comprendía porque al preguntármelo se mostraba tan agobiado, como si fuera algo muy importante que él desconociera. Sus ojos parecían estar sufriendo y vi una tenue inseguridad en sus gestos. —Dime Yotam, ¿aun te hago feliz?

      —Te amo —respondí, sintiéndome seguro de que amarlo era más que suficiente para apaciguar sus dudas. Después de todo, quién ama a una persona que no lo hace feliz.

      —Y yo a ti, con locura… pero, sabes bien que no fue eso lo que pregunté.

      —Claro que soy feliz, cuando estoy contigo.

      Pareció meditar en mi respuesta, sin apartar sus ojos en mí pude ver ese gesto de duda en su rostro.

      — ¿Cuándo estás conmigo?

      —Es difícil… cuando te vas. Cuando no podemos estar juntos, aunque, sabes que lo comprendo.

      Decirlo fue como hacerle una confesión de la que me avergonzaba. Llevaba años explicándomelo con paciencia: no podíamos estar juntos todo el tiempo, él debía trabajar y yo esforzarme por llevar la vida normal de un joven de veintiséis. Ambos debíamos aprender a desarrollarnos por nuestros propios meritos y si él estaba siempre a mi lado, entonces yo guardaba silencio y me escondía tras su espalda. Comprendía que estaba dándome libertad, que me ofrecía lograr todo aquello cuanto me propusiera, pero yo no deseaba ninguna de estas cosas.

      No quería ser libre, quería depender de él. Que en cada aspecto de mi vida me condujera con la misma autoridad que cuando estábamos en la intimidad. Quería que me dominara, que jalara de mis hilos y mis nudos… pertenecerle, ser de él. Alain me miró preocupado, justamente como no quería que me mirara. Lo que yo sentía, la forma en la que miraba la vida cuando él no estaba a mi lado, era turbia y sombría. Lo necesitaba para sentirme feliz, entero y seguro… no me importaba en lo absoluto reducirme hasta volverme una sombra, pero sé que decirle esto, sería motivo de preocupación  y un peso más sobre sus hombros. Alain me exigía tener motivos y metas en mi vida, pero le molestaba si cada cosa que hago está enfocada en él. Es como si no pudiera comprender que todo cuanto yo quiero y deseo, está en él.  

      — ¿Quieres hablar de ello ahora?

      —No… —dije de inmediato, rehusándome a perder este momento—hablemos después.

      Susurró un “de acuerdo” mientras volvía a besarme. Esta vez, no pasó demasiado tiempo en mis labios, sino que repartió besos por mi rostro. Eran caricias blandas rebosantes de ternura que alegraban mi alma. Descendió por mi quijada hasta la clavícula, a veces besando y otras lamiendo las pocas gotas de agua que quedaban en mi cuerpo. Subió por mi cuello y lo sentí humedecer mi piel antes de morderme. Fue apenas una ligera presión que no me dolió tanto.   

      Mis manos buscaron un espacio por entre nuestros cuerpos y atacaron precisas los botones de su camisa. Alain se dejó hacer, incluso levantó el torso permitiéndome desvestirlo. Le saqué la camisa atorándome con las mangas, él se reía al verme batallar con los pernos de las colleras, pero a mí no me hacía gracia.

      — ¿Quieres que te ayude?

      Negué con la cabeza. Los pasadores no tardaron mucho más en ceder y una vez fuera de su cuerpo, aventé la camisa lo más lejos que pude. En segundos Alain estuvo tan desnudo como yo, entonces volvió a tumbarse sobre mí. Su peso no me aplastaba, sino que se sostenía con una de sus manos mientras que con la otra me acariciaba. Se desplazó sobre mí estomago; friccionando su cuerpo con el mío y al instante separé las piernas para permitir que se acomodara. Lo hizo, pero se tumbo a mi lado. Su dedo índice fue directo a mis labios, yo besé la punta justo antes de dejarlo entrar a mi boca. Lo chupé con ansias, como si su dedo fuera el alimento que necesitaba. Alain me miraba mordiéndose el labio inferior, me avergonzaba esa mirada.

      Rápido sentí como la sangre me subía al rostro calentándome las mejillas, había esa fiereza… sus ojos se volvían como un océano inmenso en el que mi mirada se perdía. En sus profundidades y la claridad de sus deseos. No existía en mi cuerpo un solo espacio que Alain no conociera, sin embargo; y aun después de quince años juntos, bastaba una sola de sus miradas para lograr que me ruborizara. 

      —Así está bien—dijo, retirando su dedo—ahora, solo mírame y relájate.

       El sexo para mí era un tema delicado, casi como correr irresponsablemente al borde un precipicio a sabiendas que puedo caer. Y luchaba por no perder el enfoque entre lo que significa tener sexo y hacer el amor con él. No sentía miedo cuando estaba consciente de que era Alain quien me tomaba. Sin embargo; cuando me distraía, los recuerdos atacaban y algo tan placentero como sentirme invadido por él, se volvía una pesadilla. Ahora mismo tenía claro que estaba entregándome a mi pareja, que era su dedo invasivo el que me penetraba y que era su mano experta la que envolvía mi sexo, excitándome.

      El dolor, era apenas una molestia incomoda. Sus ojos estaban pendientes a los míos, a mis gestos y a cada una de mis expresiones, rastreando hasta al más pequeño signo de que esto resultara insoportable para mí. Un segundo dedo entró y mi piel se erizó. Los latidos de mi corazón comenzaron a dispararse, mi respiración era errática en parte por la excitación y también por el dolor. Mi cuerpo buscaba su calor, necesitaba sentirlo sobre mí, aplastándome contra las sabanas. Quería olerlo, besarlo. Tocar su piel y enredar mis dedos entre sus cabellos; quería sentirlo y entregarme sin que quedara un solo centímetro de mi piel que no tocara. Yo se lo daba todo, mi cuerpo, mi amor… todo. Para que no le quedara duda de cuanto lo extrañé hoy, ni de cuanta falta me hace cada vez que se va.

ALAIN

      Un tercer dedo en su interior y su respiración se trancó. Vi un gesto de dolor reflejado en su rostro y sus ojos se cerraron con fuerza, le di tiempo para que se acostumbrara. Me esforzaba por ser paciente aun cuando me consumía por dentro. Quería poseerlo, lo necesitaba. Despacio comencé a embestirlo con mis dedos, movimientos lentos y ondulatorios… buscaba algo en especial y Yotam gimió cuando las yemas de mis dedos lo encontraron. Seguí rozando esa parte, deleitándome con el calor de su interior y la forma en la que su entrada me apretaba. Imaginaba que no eran mis dedos los que lo penetraban y me llené de calor.

      Yotam serpenteaba sobre el colchón de forma sensual, pero sobre todo sexual. Sin una pizca de pudor separó sus muslos para mí, mientras enredaba las manos entre las sabanas, sujetándose con fuerza a las almohadas. Su cuerpo hermoso, su pene totalmente erguido exigiendo más de mí. Estaba listo para que lo penetrara y yo me moría de ganas de hacerlo, pero decidí esperar. Sabía que si aguardaba un poco más, Yotam estaría tan excitado que no podría controlar sus instintos, no, ni siquiera los más básicos. No quería darle la oportunidad de medirse, de pensar, si quiera. Lo quería total y enteramente para mí, que me dejara hacer con él lo que yo quisiera. Después de todo, mi único deseo era amarlo.

       Continúe penetrándolo con mis dedos hasta que muy bajito empezó a suplicar. Me sentía dichoso de escucharlo tan necesitado, rogando porque lo tomara. Me enloquecía cuando se comportaba tan dócil como ahora, cuando jugaba a regalarme el poder y me hacía sentir que realmente tenía control sobre él. Despacio, me incliné a hacia su estomago y fui dejando besos en un camino húmedo hasta sus pezones. Los bese, mamé de ellos y fui tierno, aun cuando lo que realmente deseaba era morderlos salvajemente. Su cuerpo y el mío se unían en una total sintonía. Yotam sudaba y también en eso nos uníamos, al combinarse nuestros fluidos. Los dos estábamos en éxtasis, una alarma en mi mente me decía que debía ser cuidadoso con él, pero mis ganas y las suyas pedían lo contrario. Mis dedos lo abandonaron solo para darle cabida a mi sexo, sin que hubiera tiempo suficiente como para que Yotam se sintiera vacio.

      Presioné duro contra él, y de una sola estocada estuve dentro. Lo escuché gritar, pero para ese momento yo solo tenía espacio para las magnificas sensaciones que su interior me proporcionaba. Me apretaba, me retenía. Creí que me suplicaba para que continuara, cuando en realidad, estaba pidiéndome que parara. Mi cuerpo traicionó a mi mente, entraba y salía de él, para nuevamente volverme a enterrar en sus entrañas. Este no era yo… lo sabía pero no podía detenerme. Era la frustración, el miedo… todo y nada. Yotam se las arregló para sujetarse a mi brazo y clavó las uñas en mi piel, fue entonces que volví en mí.  Algo en él había cambiado, lo noté en sus ojos… en la mirada de terror y en la forma precipitada de sus exhalaciones. Sus labios se habían cerrado con tanta fuerza que temblaban.  

YOTAM

      Me embestía con fuerza, posesivo. Sus manos me apretaban con firmeza y su cuerpo luchaba contra el mío que se removía debajo de él. Comencé a sentir mucho calor y un repiqueteó en mis oídos que se volvió abrumador. La dulzura de hace unos minutos atrás ya no estaba, solo eran sus ansias poseyéndome, tomando cada gramo de mi autocontrol, asustándome y obligándome a sentir como hacía mucho que no pasaba. Entraba y salía de mí y quise decirle que se detuviera pero mi voz no salía. Mi vista se nubló y por un momento olvidé que se trataba de él. Recuerdos como los que había tenido en la mañana, volvieron a mi mente. Ese hombre, la iglesia y mi cuerpo entero debajo de la sotana, haciéndole todas esas cosas… nunca quise, pero ellos me obligaban.

      Dejé de respirar y la cabeza comenzó a darme vueltas. Quise gritar, pedirle que se detuviera, que no me tocara pero había un nudo en mi garganta que se iba haciendo cada vez más grande. Mi cuerpo se tensó y sentí dolor, mucho dolor… entonces escuché su voz.

      —Yotam… ¡Yotam! —me llamaba. Descubrí mis manos libres y las suyas acariciando mi rostro. —Soy yo… amor, no hay nada que temer.

      Tragué el nudo en mi garganta y me abracé a él cuando mi vista se aclaró.

      — ¿Es esto? —Dijo— ¿Está volviendo a pasar? Debiste decírmelo…

      Todas las conclusiones las sacó él, yo aun no era capaz de pronunciar palabra. — ¡Estarás bien! Vamos a salir de esto… —A decir verdad, yo no lo creía. Tenía miedo y mientras ese terror me acompañara, yo jamás iba a estar del todo bien.

ALAIN

      Vi en sus ojos que él no lo creía, pero íbamos a luchar juntos. Estaba dispuesto a sostenerlo si era necesario.

      —Estarás bien.

      Pese a su miedo evidente, no quise renunciar a este momento, sequé sus lágrimas mientras le hacía el amor. Calmé sus ansias al ritmo de mis embestidas, lo tomé con amor, con el alma y sobre todo con pasión. Lo humedecí sin siquiera tocarlo y lo toqué hasta secarlo. Mientras lo poseía le expliqué cuanto significaba para mí. Embestí su cuerpo hasta que su alma se estremeció y lo amé como no deseaba amar a nadie más en mi vida. Grabé mi nombre en su piel y con besos fui sellando cada uno de uno de sus poros. Lo abracé y le dije “te amo” tantas veces hasta que lo vi sonreír.  A fuego lento, fui construyendo pieza por pieza el camino hasta su clímax. Lo abracé aun más fuerte hasta que le quité los miedos. Mirándolo a los ojos lo llené de calma. Lo acaricié de tal manera que mientras nuestros cuerpos se unían, nuestras almas se encontraban. A besos le arranqué dudas y los malos recuerdos. Lo hice mío; prosa, verso… una poesía intensa, indeleble, imborrable.

      Con esmero lo protegí entre mis brazos cuando su cuerpo y su alma quedaron rendidos; le demostré que cada detalle importa. Que sin importar el tiempo que llevábamos juntos, mi esfuerzo por hacerlo feliz era siempre el mismo. Con ternura le enseñé a verse desde mis ojos, a pensar desde mi edad. Con palabras dulces lo hice fuerte, solo entonces, cuando estuve plenamente convencido de que Yotam podría reponerse con bien, lo dejé llover.

      Con paciencia recorrí sus cielos, sus nubes y sus gotas infinitas, hasta que mi cuerpo mismo comenzó a llover también. Me volví agua en sus ojos e inundé sus parpados, porque él y yo teníamos todas las razones del mundo para sufrir, para llorar a mares y sin embargo, era yo su camisa de fuerza y estaba aquí, con él, para calmarlo, para curarlo.

     

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