Capítulo 5 persigue la luz

CAPÍTULO 5

Persigue La Luz

Yotam

      Hace un tiempo vi en un documental que los girasoles, giran de acuerdo a la inclinación del sol,  pero ¿qué sucede en los días nublados o cuando el sol queda completamente cubierto por la nubes?  Ellos persiguen la luz y en esos días se miran unos a otros compartiendo su energía. Se miran erguidos, hermosos.

      ¿Y qué luz perseguía yo cuando mi vida se tornaba lluviosa y oscura? Quizá era muy osado compararme con los girasoles, aunque definitivamente; Alain era tanto como tener un sol particular. Su calor y su ternura me cubrían con intensidad, devorando cada aspecto de mi ser. La comparación resulta extraña, aunque probablemente no existe otra manera de explicarlo mejor, lo que él es y lo que significa para mí. Pensaba en estas cosas mientras miraba su rostro cansado, pero sonriente. Estando así, tan cerca el uno del otro y mirándonos fijamente con los ojos aun somnolientos. A vísperas de un amanecer que se retrasaba del otro lado de nuestras ventanas.

      Que más daba si el sol no alumbraba, cuando mi piel y mi alma se mantenían tibias al sentir la energía de Alain. Justamente como si se tratara del mismísimo sol.

      Me reconfortaba, pero sobre todo me halagaba. Al mirarme de ese modo, con sus ojos brillosos y sonrientes; me hacía sentir seguro, amado… atractivo. Alain sonreía porque me deseaba, podía intuirlo, mejor aún, estaba plenamente  convencido de ello. La forma en la que se  relamía los labios y la intensidad de su mirada dulce delataba sus pensamientos y mis propios recuerdos. Lo que hicimos ayer por la tarde: todo eso que nos moríamos por repetir, pero que ambos callábamos a la espera de que fuese el otro quien se atreviera a dar el primer paso.

      Fingía que no notaba sus ansias, ingenuamente esperaba poder engañarlo. Deseaba que me lo pidiera y él por su parte, aguardaba por lo mismo. Permanecíamos tan cerca el uno del otro pero sin tocarnos y sin embargo, había pasado mucho tiempo desde la última vez que nos sentimos así de juntos, de unidos.

      No era un asunto para malinterpretar, pues nuestra relación en general era buena, pero aun en lo bueno se puede caer en la monotonía. También lo bueno y el amor puede volverse una costumbre; los besos de buenos días, las llamadas al atardecer, el cenar juntos en casa y dormir después de una película. Pero hoy no. Hoy las cosas entre nosotros eran distintas, mucho mejores de lo que lo habían sido en la última semana y en mucho tiempo.

      La alarma sonó en ese momento, tomándonos desprevenidos; pero ninguno de los dos hizo gesto de moverse y apagarla, nos limitábamos a mirarnos y sonreír en complicidad. Estábamos a mitad de una peligrosa lucha de miradas y por muy hermosa que fuese su risita, esta vez no estaba dispuesto a perder.

      Los segundos pasaban y el sonar estridente de la alarma lo complicaba todo, aún más. Era evidente que estaba comenzando a desesperarme, mientras que Alain se mostraba tan dueño de sí. Sonriente y tan seguro de que lograría hacerme perderme; porque a él no le importa ganar. Su victoria estaba en verme rabiar de coraje después de vencerme. Pero no esta vez, no iba a dejarme llevar… iba a resistir.

      Mi determinación crece, pero Alain  comienza con sus trucos deshonestos. Me acaloro al tiro, mi cuerpo reacciona ardoroso cuando mi vista alcanza a divisar la punta de su lengua humedeciendo sus labios.  Y tan solo por un segundo me distraigo, pero reacciono justo antes de apartar mi mirada de sus ojos y me detengo. Quiero besarlo con la misma intensidad que deseo molerlo a golpes, es un tramposo y me enoja. Aunque instintivamente me acerco un poco más a su boca, casi puedo saborearla entre mis labios pero él no se mueve ¡que patán!

      —No importa cuánto te resistas—dice—te haré perder.

      — ¡Silencio! —Refuto— ¿Qué no ves que me desconcentras?

      —Vas a perder… —repite y ríe— y justo después te voy a hacer el amor.

      El calor aumenta en mi cuerpo por sus palabras y se vuelve asfixiante.

      —Te voy a tomar por atrás…

      Sin poder evitarlo, serpenteo sobre el colchón. Una parte de mí estaba lo suficientemente avergonzada por sus palabras, como para hacerme bajar la mirada y retirarme de la contienda, pero también estaba esa otra parte; esa que deseaba con ardor que sus palabras se efectúen en mi cuerpo. Pretendía no querer  saber los detalles y sin embargo, me incitaba  de tan solo escucharlo decirlos.

      —Voy a hacerte el amor tan despacio que la palabra va adquirir un nuevo significado para ti.

      — ¡Basta! Eso es trampa— me quejo. Intento que mi voz suene molesta, pero sale pastosa, necesitada.

      —No voy a detenerme hasta que tu cuerpo colapse debajo del mío.

      Pretendo burlarme de sus palabras pero hay veracidad en lo que dice, lo sé por la manera en la que me mira. Sus ojos grises se contraen lujuriosos, con malicia y al instante un sacudón de adrenalina me traspasa hasta finalizar en la punta de mi hombría. No sé qué pasa conmigo—la verdad es que sí lo sé, pero no me atrevo a reconocerlo—. De un momento a otro, perder ya no me parece una idea tan descabellada, incluso comienzo a ver las ventajas de ceder, pero mi orgullo llora y resisto un poco más.

      —Te ofrezco un trato—dice.

      —No haré negocios contigo.

      —Aún no has escuchado mi propuesta…

      — ¡No me interesa! —digo tajante, aunque la verdad es que estoy ansioso de escuchar cualquier cosa que Alain quiera decir.

      —Si bajas la mirada…—duda un segundo ante su proposición, pero casi de inmediato su risita repiquetea en mis oídos. Intento cubrirle la boca para obligarlo a callar, pero no me lo permite. Contrario a mis intenciones, atrapa mi mano y la lleva hasta su pecho. —Si bajas la mirada, voy a chupártelo.

      ALAIN

      Me intimido ante mis propias palabras, pero Yotam está lo suficientemente avergonzado para notarlo. Y ante mi propuesta, me mira como si estuviera confundido.

      — ¿Por qué chuparías mi mano? —dice y yo me carcajeo.

      Siempre tan distraído y sin proponérselo logra que me avergüence de mis malas intenciones. Por supuesto, su mano en mi pecho es un tema aparte, pero él lo ha relacionado con nuestra conversación. Nada más equivocado.

      —No me lo tomes a mal, amor—le susurro silencioso— me encantan tus manos, pero me refería a chuparte… aquí. —Mi mano se cuela por entre su pijama y va hasta su pene. Mis dedos lo envuelven en una suave presión.  Y al tocarlo, mi ansiada victoria se corona frente a mis ojos. Yotam se estremece violento y baja la mirada abanicándome con sus pestañas.  Se sonroja y su mano viaja hasta la mía, su intención es clara; aunque no se atreve a apartarme.

      —Lo hiciste otra vez… —murmura despacio— ¡Me enoja tanto!

      Pese a sus palabras, Yotam parece todo, menos enojado. Mis dedos comienzan a masajearlo y él resguarda su rostro en mi cuello. Su pasividad me enloquece y su respiración entrecortada me humedece. Yotam jadea contra mi piel, me abraza y se protege en mi cuerpo.

      —Vas a mirarme mientras lo hago —es una orden, así que no me esfuerzo por hacerlo parecer una petición. Yotam se rehúsa, y se abraza con fuerza a mi cuello cuando intento descender por su cuerpo.

      —No quiero—dice, pero la excitación de su cuerpo lo contradice.

      —Soy un hombre de palabra Yotam, dije que lo haría y mi conciencia no va a dejarme en paz hasta que lo cumpla.

      — ¡Que consecuente!

      —Lo sé, lo sé…

      Me río ante la ironía de su voz, quizá sí está un poco molesto, después de todo. Yotam me suelta, pero antes busca un beso. Labios gruesos… una lengua tibia me recibe. Se envuelve con la mía, seduciéndome.

      Uno, dos y después de tres besos y un leve mordisco… lo convenzo. Le aparto la ropa con la delicadeza de quien no tiene otra profesión más que amar a quien se encuentra frente a sus ojos. Tan solo la desnudez de su cuerpo ya es un espectáculo para mis instintos.

      Sus ojos van siguiendo el recorrido de mis labios por su piel, no hay un solo espacio que yo deseara desaprovechar de su cuerpo. Tocar sus bordes y sus formas como si fuese la primera vez, la última. Y él, sus ojos me hablan, me platican lo que siente aun cuando sus labios permanecen cerrados, fuertemente apretados entre sus dientes.

      Su abdomen se contrae ante mis besos, ¿cosquillas?

      No lo resisto y muerdo despacio la piel suave de su cadera… mi Yotam gime. Veo en sus ojos el reproche, ahora no solo está molesto, está furioso. Las mordidas jamás han sido lo suyo, menos si soy yo el que lo muerde. Intento distraerlo y le sonrió con inocencia, pero no funciona. Entonces veo en él, lo que solo ha sucedido unas pocas veces. Yotam se me va encima, como atacándome. No me da el tiempo necesario para reaccionar y al besarme, mis labios lo reciben titubeantes.

      Me absorbe.

      No hay en su boca la más mínima gota de suavidad o delicadeza al besarme y en segundos me desarma… no puedo respirar, me fatiga.

      Me consume.

      Intento alejarme, pero no me deja ir. ¡Que perverso!

      Al simple contacto de mis labios con los suyos, mi cordura se pierde ahogándome en un delicioso pero peligroso tándem de sensaciones descomedidas. Me aprisiona y lo peor o mejor del caso es que me siento cómodo en su cárcel.  Sin embargo; en la última hendidura  de mi conciencia, una luz roja e intermitente me recuerda que en este preciso momento debería estar luchando por el control, pero ¿a quién quiero engañar? Había perdido esta batalla desde el preciso momento en que comenzó.

      Yotam se movía feroz sobre mi cuerpo, salvaje  y decidido a tal punto que no me sentía capaz de hacerle frente. Me había intimidado el sentirlo tan poderoso, pues intuía que con tan solo un roce de sus dedos podían mandarme al hospital si así lo deseaba. Sabía que su intención no era herirme, quizá por eso el tiempo se fue volviendo un concepto extraño mediante me retenía en su boca: no sabía cuánto tiempo habíamos pasado besándonos y honestamente, no podía importarme menos. Anhelaba cualquier cosa que Yotam quisiera darme, sin embargo; fue él quien primero se separó. Despidiéndose de mi boca, suspiró contra mis labios.

      Jadeante observe en silencio cómo se deshacía de lo que  quedaba de su pijama. Cuerpo joven y una piel hermosa, el hombre que amaba, que me robaba sonoros suspiros sin que pudiera o quisiera evitarlo, se giró lentamente sobre la cama, dejando al descubierto la honestidad de su espalda. Estaba ofreciéndose de rodillas y con el pecho contra las almohadas.

      YOTAM

      Me había propuesto provocarlo y supe que lo conseguí, cuando lo sentí detrás de mí; dejando besos húmedos en la longitud de mi cuello. Arrastraba su lengua por mi piel, aun entre mis cabellos. De una manera muy similar en la que una madre lava a su cachorro. Me estremecí sobre su mano, cuando esta, encontró la vulnerabilidad de mi desnudez. Podía sentir sus dedos en mi entrepierna, acariciando mis muslos e invadiendo cada espacio de esa parte tan privada de mi cuerpo.

       Si en algún momento pensé objetar algo, no tuve tiempo cuando su mano atacó mi hombría con hambre y desespero. Su pecho contra mi espalda, me aplastaba y me dejaba sentir el errático latido de su corazón. Más besos sobre mis hombros y después sobre mi espina dorsal. Sus caricias eran adictivas para alguien tan necesitado como yo. Tragué saliva cuando sentí sus labios y mano libre sobre mis nalgas. Lamió, besó y succionó tanto como quiso y  sin que yo hiciera el más mínimo intento de detenerlo.

      Mi corazón desbocó en mi pecho, sentía mis latidos contra mis oídos. Mi estómago daba volteretas dentro de mi abdomen y estaba comenzado a creer que el pecho me explotaría en cualquier momento. Estaba impaciente ante su calma, y de un momento a otro sentí una necesidad desesperada por tenerlo dentro de mí.

      — ¡Apúrate! —exigí.

      —Si me presionas, te juro por mi vida que lo haré mucho más lento.

      Se reía sobre mi piel.

      ALAIN

      Para este momento, Yotam estaba hecho un precioso desastre. Quizá no podía ver su rostro debido a su posición, pero sabía perfectamente cuál sería hasta la más mínima de sus reacciones. Mis manos estaban heladas y él reaccionó erizándose ante la invasión de mis dedos, al instante dejo de pelear. Y al sentirse débil, me permitió acomodarlo y manipularlo con mi fuerza.

      Despacio me incliné sobre su cuerpo y mis dedos se adentraron un poco más en su interior. No importaba si deseaba postergarlo más, mis propios anhelos me jugaron en contra. Y en ese instante, cuando mi hombría sustituyó a mis dedos en su interior, comprobé esa verdad acerca de que a veces, con la persona indicada, podemos perdernos como los seres que somos para recobrarnos en sensaciones… y a medida que las sensaciones se hacen más intensas, el cuerpo que abrazamos se vuelve más inmenso.

       En cada poro de su piel yo podía ver su inmensidad y la extensión de mi amor por él.  Lo poseo y todo se vuelve silencio, quietud. En este momento nada nos persigue, ni nos asusta. No hay en mí, ninguna ambición más fuerte que mi necesidad por dominarlo, hacerlo mío.  Estos, bien pueden ser los minutos más felices de mi vida, los años más pacíficos, aquellos en los que hemos sido realmente felices, juntos. Mientras nuestros cuerpos danzan en una sincronía casi perfecta de excitación, no hay nada más que desee construir: su cuerpo se vuelve el papel y el mío el carbón en el que dibujo los planos de nuestro presente.  Me basta él, el calor de su piel y la forma tan deliciosa en las que sus paredes me retienen en su interior. Su presencia, la bella forma vertical de su cuerpo…

      — ¿Te dije alguna vez, que te amo? —pregunto. Y es el turno de Yotam para reír, sé que no está burlándose de mis sentimientos. Sus emociones puras, hermosas, no pueden ser descritas con palabras en este momento. Pero sé que él agradece mis confesiones aunque no pueda responder a ellas con palabras, más que con su risa.

      Y sin embargo, me regala una vez más su suave voz.

      —Es posible que tal vez… —se obliga a decir.

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