CAPÍTULO 7
Eres De Alas No De Jaulas
ALAIN
El arrepentimiento puede revestirse de las formas más extrañas, y al manifestarse, lograr que incluso un hombre duro de corazón reconozca en sus actos la más escabrosa perversión y se avergüence. Supongo que esa tarde, fue algo así lo que sucedió con él. Por eso nos dejó ir.
Recuerdo que, cuando finalmente abandoné el internado; me juré jamás recordar una sola cosa de todo lo que había sucedido en ese lugar. Y es que, noche tras noche, de cada día que estuve ahí, supliqué por tan solo una oportunidad, rogué por ella. Estaba convencido que si me era concedida no iba a desaprovecharla.
Me fue otorgada… Dios o la casualidad, que se yo a quien debo agradecerle. Simplemente la tomé, y no volví a mirar hacia atrás, hasta este preciso momento.
—Es una citación… —anunció— dice que debo presentarme a la corte en Irlanda y también hay una para ti —. En ese momento, mientras escuchaba a Yotam decir estas cosas, un sinfín de recuerdos dolorosos se vino sobre mí, como una avalancha que me aplastó sin que yo pudiera evitarlo.
Sentí miedo otra vez, un terror profundo que me erizó la piel y me hizo tiritar.
Volví a ser aquel chico de casi quince años que corría hacia el auto: el que en una mano llevaba las llaves que lo conducirían a su libertad y con la otra sostenía fuertemente a su persona más especial en el mundo. Entonces, fue en ese preciso momento en el que pude darme cuenta que había pasado casi diecisiete años desde que fui prisionero y en todo este tiempo, ni un solo día había dejado de huir. Continuaba siendo un fugitivo al que finalmente habían encontrado y ahora debía comparecer.
Aquella tarde, en aquel instante… se bien que jamás lo voy a olvidar:
— ¿Has hecho bien el nudo? También el de los pies, átame bien los pies… —dijo con ese tono cantado propio de los españoles— ¿Listo? Anda, apúrate… coge las llaves del auto y el dinero, llévate todo el dinero… también el joyero, podes vender lo que hay dentro si lo necesitáis. Dale crio, que alguien puede venir… llévate al niño de aquí.
Hacía todo cuanto él decía. Apurado y nervioso no podía evitar que mis movimientos fueran torpes. Y es que, una parte de mí no podía creer que esto realmente estuviese sucediendo.
— ¿Lleváis la nota que te di? Decidle que yo os he enviado y ella va a ayudaros. No toméis ninguna carretera principal, asegúrate de llegar hasta Puerto Howth, sin que la policía los detenga. Una vez en ese lugar, abandona el auto… tenéis que seguir a pie hasta Bray. A partir de ahora, no os uséis más sus nombres.
Así lo hicimos, dejamos el monasterio y los Montes Wicklow esa tarde, no fue extraño que lloviera. Llegamos a Puerto Howth al anochecer. Juro que en todo lo que duro ese viaje no pude respirar con normalidad, estaba aterrado y constantemente miraba al retrovisor que apenas y si alcazaba, para asegurarme de que nadie estuviera siguiéndonos. Dejamos el auto, tal cual nos dijo Ross —ese maldito cura, al que odiaba por no poder odiarlo como realmente deseaba hacerlo—. Me había hecho tanto daño y sin embargo; sus últimas palabras antes de dejarnos ir, fueron para mí: Ojalá, algún día puedas perdonarme por todo lo que te hice… hasta el último respiro de mi vida, rezaré porque así sea.
— ¿Qué vamos a hacer? —fue el suave tacto de las manos de Yotam sobre mi rostro, y el timbre de su voz al hablarme, lo que me trajeron de vuelta a la realidad. Una triste y dolorosa realidad. — ¿Qué vamos a hacer…? — Repitió.
Fue solo entonces que pude darme cuenta de lo que estaba pasando a mí alrededor. ¿Cómo es que terminamos encerrados en el baño? ¿Por qué estábamos en el piso? ¿Acaso no habíamos pasado ya, demasiado tiempo encerrados y en el suelo frío? ¿Por qué no tenía la fuerza de ponerme en pie y sacarlo de este lugar? ¿Por qué solo podía abrazarlo para intentar calmarlo? ¿Por qué no podía decirle que todo estaría bien, tal y como lo hice en otras tantas ocasiones? ¿Por qué también yo tenía miedo? ¿Por qué estaba tan asustado y mirando con recelo un par de hojas que habían aparecido en el peor de los momentos? ¿Por qué…?
No sabía qué respuesta darle a Yotam, estaba aturdido y entumido. No tenía respuestas ni para mis propias interrogantes. Me sentía desconsolado y con un miedo profundo de que apartaran a Yotam de mi lado… ¿era eso posible? ¡No! Jamás permitiría tal cosa, pero ¿cómo iba a defenderlo ahora?
Me sentía cobarde e impotente.
Lo único que sabía y de lo que estaba plenamente convencido es que no podíamos detenernos ahora, no podíamos volver la mirada hacia ese pasado que habíamos abandonado, esa parte de nuestras vidas que tanto habíamos luchado por dejar atrás.
—Sabes que te amo, ¿cierto?
—Lo sé… —acertó decir, mientras buscaba mi mirada.
—No voy a permitir que nadie te haga daño otra vez, voy a cuidarte de todos y de todo —aseguré y tomé su mano entrelazando nuestros dedos.
De un momento había tomado la decisión…
Convencido no estaba, pero algo debía hacer y pronto. Me puse de pie de un salto, tomé las hojas, las doblé y las guardé en el bolsillo de mi pantalón. Solo me detuve para ayudar a Yotam a levantarse y salí del baño con él de mi mano.
— ¿A dónde vamos?
—Con Blaster—respondí—, te dije que Isobel quería verte.
—Y yo a ella, pero ¿ahora?
—Ahora Yotam —le dejé sentado sobre la cama y fui rápido por una maleta, tomé algunas de sus ropas de entre los cajones y los eché a la valija. Del baño recogí sus objetos personales, los cargadores de los celulares y sus pastillas. Todo lo aventé a la maleta sin darme tiempo a acomodarlo. Podía sentir el peso de su mirada tras de mí, pero no se atrevió a preguntar e internamente agradecí por ello, pues no sabría que responderle. — ¡Vamos! —ordené.
Le ofrecí mi mano y él dudó antes de tomarla. Tenía miedo, se le notaba en los ojos. Ambos estábamos asustados y sé que mi prisa no ayudaba a calmarlo. Bajamos los escalones casi de dos en dos; de la cocina tomé el sobre con él dinero que había dejado en mi saco. Era una sorpresa para él, que ya no tuve tiempo de darle. De la sala cogí mi abrigo y las llaves del auto. Fui apagando las luces mientras cruzábamos de una habitación hasta la puerta de la entrada. Aseguré todo y corrimos al pórtico. La maleta la eché al asiento trasero y esperé a que Yotam ocupara su lugar adelante, para cerrar su portezuela.
Tomé la A1, que era la ruta más corta a la casa de Blaster.
—Cielo, ponte el cinturón… — le pedí. Yotam estaba al borde del llanto y verlo así me hizo enojar. No quería desquitarme con él, pero este no era el mejor momento para ponernos sentimentales. —El cinturón—repetí, pero él no se movía. Para no gritarle, frené de golpe y me estiré sobre él para ponérselo. —Aclaremos esto, cuando te pida que hagas algo… hazlo —le regañé.
— ¿Por qué solo hay ropa mía en la maleta? —Quiso saber. No comprendí la pregunta y cuando finalmente capté a que se refería no pude contestarle. Reemprendí la marcha… zigzagueaba entre los autos para salir del tráfico más rápido. — ¿Alain?
En menos de veinte minutos estuvimos frente a la casa de mi jefe, agradecí mentalmente al ver que su auto seguía en la entrada. Supongo que debí llamarlo primero para asegurarme de que aún no se había ido a la oficina y sobre todo, de que podía recibir a Yotam. Sin embargo; en este momento no tenía cabeza para nada.
—No voy a bajar—amenazó—no me voy a mover si no me dices que es lo que planeas hacer… ¿por qué solo hay ropa mía en la maleta?
— ¿Confías en mí? —Me tomé un momento más para mirarlo, y por la ventanilla pudimos ver como la puerta de la casa se abría. Isobel fue la primera en salir y tras de ella estaba Blaster.
—Confió en ti, pero…
—No, sin peros—le aclaré—. Tú eres de Alas Yotam, no de jaulas y yo haré hasta lo imposible para que eso no cambie.