Capítulo 11 – Llévame contigo

CAPÍTULO 11

Llévame Contigo

ALAIN

— ¡Por favor, Yotam! No llores —le pedí, mientras besaba su frente —. Será un viaje de cuando mucho un par de días y volveré.

—Es mucho tiempo… no quiero que me dejes.

Me hizo sentir mal lo que dijo, porque yo no estaba abandonándolo. Aparté la mirada de él, para que no notara mi disgusto, pero en el barrer, mis ojos se toparon con los de Isobel. Ella me miraba acusadoramente desde la entrada de la casa y por alguna extraña razón sentí que no podía ignorarlo.  Al parecer, su opinión me importaba mucho de lo que creía. Lo que pensaba de mí, lo que sentía por mí y que nunca se podría comparar con lo que siente por Yotam. Sé que solo me tolera, me acepta, y creía estar bien con eso, pero quizá ya no me basta. Quizá en este momento me sentía vulnerable, el caso es que me sentí débil ante su mirada.

—Por favor, Alain… déjame ir contigo.

Su voz y la manera en la que Yotam se sujetó a mí, fueron la excusa perfecta para dejar de mirar a Isobel y centrarme en él. Negué despacio a su petición y entonces, él me miró dispuesto a soltar un rio entero de lágrimas si no accedía a lo que me pedía. Entonces me di cuenta de tres cosas a las que nunca antes les había dado importancia: cumplo todo lo que me pide. Sin importar que sea, se lo doy porque siento que no tengo derecho a negarle nada. La segunda cosa es que Yotam me llama por mi nombre cada vez intenta quebrar mis decisiones, cuando va en contra de lo que digo o como hora, cuando pretende hacerme desistir. Sabe el efecto que su voz tiene en mí, es consiente que encuentro irresistible cuando sus labios pronuncian mi nombre y la tercera…  no olvide lo que me sucedió cuando niño, simplemente he huido los últimos dieciséis años de mi vida. He corrido incesantemente para que mi pasado no me alcance. Y aun viviendo con Yotam, he tomado sus recuerdos como algo completamente ajeno a mí, como si solo él hubiese estado en ese lugar, como si solo él hubiese sufrido. Lo ignoré todo. Al menos, lo hice hasta ahora. Y es que, estaba resuelto a crecer que si no lo recordaba, entonces no había sucedido. Pero de mala manera he comprobado que las cosas no funcionan de esa manera.

—No tienes que pasar por esto tu solo —agregó Yotam, como si pudiera leer mis pensamientos—, déjame ir contigo… voy a estar bien —. Aseguro y estuve a un respiro de aceptar, pero nuevamente me negué. —Todo será peor si nos separamos, sabes que es así…

—Creí que lo habías entendido Yotam —en medio de mi impotencia, le hable con rudeza. — No iré de paseo, ¿realmente quieres volver a ese lugar? O es que tengo que recordarte que la última vez que estuvimos ahí, no te fue nada bien, estabas aterrorizado. ¿Quieres revivir todo eso?

Me miró largo rato en silencio y yo esperé paciente por su respuesta. Sabía que él no deseaba ninguna de estas cosas, pero comenzaba a dudar sobre las verdaderas razones que se escondían tras su insistencia.

—Si te vas sin mí, sé que nada será igual entre nosotros —respondió con más seriedad de la que me hubiese gustado escucharle. —Si eso no te importa, entonces te puedes ir solo.

Fue su turno de esperar por mi respuesta, pero al ver que le sostenía la mirada firmemente, supo que no lo llevaría conmigo y lloró de nuevo.

— ¿Realmente tienes que ir? —Cuestionó Blaster, él había presenciado toda nuestra discusión, pero hasta el momento había optado por no interferir.

Yotam me estaba haciendo dudar. Al verlo en ese estado, casi estuve dispuesto a decirle que no iría, después de todo, tal vez bastaba con que el abogado fuera en mi representación y se ocupara de todo. Pero al mismo tiempo,  estaba convencido de que si no arreglaba este asunto personalmente, no estaría tranquilo. Blaster debió adivinar mis pensamientos, porque sujetó del brazo a mi pareja y trató de apartarlo de mí.

El esfuerzo resultó inútil, pues aunque en un principio cedió, al darse cuenta de las verdaderas intenciones de Blaster, se jaló  de él aferrándose a mí. Yotam me abrazó con fuerza y al instante mi inquietud se calmó. No quise apartarlo, porque al final del día podía reconocer en él todo lo que yo mismo había puesto. Era esto lo que siempre había querido, ¿no? Que  él no pudiera dejarme, que no quisiese hacerlo. Lo había cultivado desde que tan solo era una similla y lo había hecho crecer de tal forma que parecíamos compartir los mismos latidos, a pesar de ser tan independientes. Nos necesitamos, dependíamos el uno del otro tan solo para poder existir. ¡Que vacío y solo debí sentirme todos estos años, como para hacerle algo como esto a él!

Isobel solía decirme que lo que realmente había entre Yotam y yo, era mera costumbre. Aun no comprendo los motivos que la han orillado a decir esas cosas, vez tras vez. Sin embargo, no creo que sus palabras sean ciertas… al menos, no para nosotros. Y es que… muchos saben lo toxica y dañina que puede resultar ser la rutina: el ver diariamente a la misma personas, besar la misma boca e invadir el mismo cuerpo que ha sido tuyo durante tanto tiempo. Pero muy pocos, nosotros entre esos, sabemos lo dolorosamente difícil que puede resultar soltar la mano que estás acostumbrado  mantener sujeta. Cuando yo era tan solo un niño que no tenía nada, Yotam se volvió mi todo.

—Voy a volver —le aseguré—. Yo siempre, siempre… voy a volver por ti.

Blaster intervino de nuevo, en esta ocasión sujetó a Yotam de los hombros y yo me esforcé en sobremanera para soltarme de su agarre. Era el momento de irme, había conseguido un vuelo de última hora a Dublín y el taxi aguardaba por mí, para llevarme al aeropuerto.

Deje a Yotam. Le di la espalda a sabiendas que lloraba, caminé rápido hasta el taxi y me subí con la prisa de quien huye de sí mismo. No tuve el valor de mirar por la ventanilla, pues estaba convencido que de verlo, no tendría el valor de ignorarlo. Simplemente, no nací con la capacidad de poder soportar el verlo sufrir.

El recorrido hasta el aeropuerto fue extremadamente rápido, apenas un pestañar. Entré como en un estado de sopor. No llevaba más equipaje que una bolsa de mano. Me registré y pagué el boleto. Después de eso… no sé qué pasó.

Yo estaba ahí, en la sala de espera aguardando a que anunciaran mi vuelo para poder subir y de repente, mi entorno cambio; las inmensas paredes de cristal desaparecieron y en su lugar había árboles, pinos altos y otros de troncos robustos… era de noche en un bosque que nevaba. A lo lejos podía ver a mi yo de hace muchos años atrás, como si se tratara de alguien ajeno a mí. Era como ver una película a través de una pantalla gigante. Era un mero espectador de algo que reconocía como un recuerdo.

      Dos niños en pijama corrían por entre los árboles. La noche era intensamente oscura pero ellos parecían desprender una luz propia que me permitía divisarlos con claridad. El viento helaba, hacia tanto frío que no podía comprender como era posible que esos chiquillos no lo notaran al ir corriendo por entre las arboladas.

      El mayor no debía pasar de los quince años, era un crio alto para su edad, pero delgado y pálido.  El cabello se le pegaba en la frente debido al sudor y el pijama al cuerpo humedecida por la nieve que caía. De su mano llevaba a otro niño, uno pequeño y debilucho. Delgado hasta el hueso y que era mecido por la intensidad del viento debido a su debilidad. Se le notaba al correr el esfuerzo que hacía por tan solo mantenerse en pie. Pero se esforzaba, a cada paso intentaba seguirle el paso al mayor.

      A lo lejos, es escuchó el ladrar incesante de unos perros.

—Soltaron a los perros…

— ¡Corre! ¡Corre…! — Presionó el mayor.

      Corrían por un sendero pedregoso. Frente a ellos casi nada podía verse, más que la densa e interminable oscuridad de la noche. Los perros se acercaban… impulsivamente me eché a correr tras de ellos, algo en mi interior me hacía sentir su misma prisa. Los seguí hasta que el ladrido de los perros se mezcló con el del agua al caer. El chico mayor afianzo el agarre sobre la mano del niño que lo seguía, obligándolo a ir más rápido.

      Llegaron hasta un rio de escarpadas, yo tras de ellos. Frené de golpe mis pasos al verlos lanzarse contra el agua, sentí pavor… el gua corría con fuerza, azotándose contra las rocas salientes. Pero el mayor manoteaba luchando por mantenerse a flote mientras a rastraba al niño… ambos llegaron a la otra orilla, en ese momento decidí también aventarme al agua para no perderlos, pero al hacerlo, noté que el agua a mí no me mojaba, crucé sin problemas y llegué junto a ellos. Los dos temblaban a tal punto que sus dientes castañeaban.

      Me incliné frete a ese chico… era idéntico a mí a esa edad. Él respiraba con dificultad, se le notaba cansado y a pesar de estar frente a él, no me miraba. Quizás no podía verme.

      Me estremecí al mirar al otro niño, al pequeño. Era él, mi niño, mi Jacob, el hermoso chiquillo de ojos profundos y mirada triste. Su rostro estaba amoratado, tal vez por el frío, pero de su piel tierna resaltaban algunos moratones. Quise abrazarlo. Tocar su rostro tan pequeñito… mi Jacob. Intenté sostenerlo, cubrirlo con mi cuerpo, pero mis manos parecían inmateriales, no podía tocarlo. Sentir su piel ni su calor.

       Mi yo de la niñez, se puso de pie y tiró de Jacob para que se levantara. En ese momento quise decirle que no, que lo dejara descansar. Que ya no lo obligara a  correr. Pero los sentimientos me superaban de tal manera que no pude más que mirarlos marchar. Corrieron en line recta, lo seguí… tan solo unos metros más adelante el camino se acaba, dieron contra un repecho. Me apresuré a sujetar a Jacob para que no callera, pero se me escapó de entre las manos, y ambos terminaron rodando ladera abajo, varios metros. Tal y como en el lago, yo pude bajar sin mayores problemas.

      Me vi cansado, ese chico no podía más. Jadeaba y se quejaba, sin embargo; se puso en pie y de inmediato fue a recoger a Jacob, quien seguía sin moverse entre las hojas húmedas.                                         

      —Ya no puedo…—dijo mi niño, pero el mayor insistió.

      — ¡Vamos! Solo un poco más…

      — ¡Estoy cansado Patrick!

      Era más que eso, Jacob ni siquiera era capaz de hablar con fluidez. Temblaba de pies a cabeza y respiraba por la boca. Me vi siendo aquel chico, sujetándolo por la ropa para obligarlo a levantarse, estaba decidido a llevarlo conmigo.

      Quise ayudar, pero no podía.

      Jacob se esforzó ante su insistencia o la mía. Continuaron corriendo durante varios minutos, yo iba tras ellos. Jacob se desplomó por primera vez, pero fue obligado a continuar, sucedió una vez más y otra…

      Yo, cuando aún era Patrick, intenté una vez sostenerlo. Cargarlo para continuar, pero miré ansioso como Jacob se le escurría entre las manos. Ninguno de los dos podía más… y yo me moría de impotencia. A lo lejos, las primeras luces de la ciudad, saltaban a la vista.                                                                             

      —Jaco, por favor… solo un poco más. Un poco más y todo habrá acabado.

      —Y-ya no puedo… —respondió Jacob llorando. ¡Perdóname!

      —No, no, no…no —suplicó mi yo de la niñez — ¡No! No, no… ¡Maldición, no! ¡Por favor! ¡Por favor, no!

      —Vete… hazlo.

      Jacob se soltó de mí. Más bien, se soltó de Patrick.

      —Ven conmigo—le pidió él y fue su turno de llorar. — ¡Por favor! ¡Por favor, ven conmigo!

      —Si seguimos los dos nos van a atrapar. Vete Patrick, vete y olvida que alguna vez estuviste aquí.

      —No Jacob.

      Hubo determinación en mi voz. Y en medio de todo el caos que estaba reviviendo en mi mente, pude recordar lo que sentí en ese momento; cuando sujeté su rostro entre mis manos… recuerdo que no podía ver su llanto pero la humedad de sus lágrimas entre mis dedos era más intensa. Le había prometido sacarlo de ese lugar, le había prometido irnos lejos donde nadie nos conociera y volver a empezar. Íbamos a estar juntos y yo jamás permitiría de nuevo que alguien le hiciera daño. Lo prometí y realmente pensaba cumplirlo.

      — ¡Vete! —repitió.

      En ese momento supe que la decisión había sido tomada para ambos. Mi yo de la niñez, se estiró sobre Jacob y sin soltar su rostro le robó un beso. Al verlo, me llené de celos… aun sabiendo que se trataba de mí, que Jacob besaba a la persona que yo era cuando niño. Me ardió en el alma mirarlos besarse.

      Los perros había vuelto a escucharse desde quien sabe en qué momento, pero tras cada segundo que pasaba, podía escucharlos con mayor claridad.

      —Por el amor de dios, vete de aquí Patrick —sollozó sin apartarme —vete lejos y no mires atrás.

      Grité que no. Que no se atreviera a dejarlo, pero mi yo de ese tiempo, se alejó llorando llevándose con él recuerdo de un beso con sabor a lágrimas. Lo maldije, mil veces lo llamé cobarde… ¿Cómo pudo dejarlo? Fui hacia él, quise abrazarlo, pero seguía sin poder tocarlo. Los perros aparecieron primero… Jacob se arrastró en el piso huyendo de ellos.  Traté de echarlos,  ahuyentarlos lejos de él, pero al parecer… ellos tampoco me veían.

      Jacob se abrazó a un árbol, los perros casi lo rodeaban… le ladraban, mientras rascaban el piso con las patas. Habían sido entrenados para acorralar… Jacob comenzó a llorar con fuerza, sollozaba de terror. Entonces, Patrick apareció de nuevo y atravesándome como si fuera humo, se abalanzó sobre Jacob protegiéndolo con su cuerpo.

      —No llores…—le dijo apretándolo contra su cuerpo— ¡estoy aquí!

      — ¡Patrick, volviste!

      —Yo siempre, siempre voy a volver por ti Jacob.

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