CAPÍTULO 3
Cancún, 23 de Febrero del 2019
Hijito:
Ya no puedo soportarlo más.
Desde que te fuiste, la vida se ha vuelto demasiado hostil para mí, y la verdad es que… tengo miedo. Estoy muy asustado.
Hace más de una semana que ya no puedo escucharte, es como si incluso de mis recuerdos te hubiesen robado. Estoy tan triste y me siento solo. En un principio que creí que sería algo pasajero, que volverías después de unos días, pero no sucedió así.
EL DESTIERRO
Dicen que se sufre cuando el dolor muerde tu cuerpo.
Tal y como te confesé antes, no soy realmente un rey y todo aquello que tenía era porque mis padres me lo daban. Y un día, simplemente me lo quitaron.
Yo tenía un amor que ellos no aprobaban, te he hablado de él… mi amor era pobre. Tenía mucho menos de lo que yo poseía, casi nada. Ni siquiera su salud. Él estuvo enfermo desde que nació, solo que no lo parecía porque reía mucho, todo el tiempo, a decir verdad. A su lado la vida parecía fácil, sencilla y divertida. Me sentí dichoso mientras estuve con él, sin embargo, no era yo su destino. No pude hacer nada, sin importar cuanto lo intenté… no pude alargar sus días un poco más. Cuando mis padres me echaron de casa, mi amor estaba muy enfermo. Tu padre, su princesa y tú, permanecían conmigo, intentaba no descuidarlos y trabajé tanto como pude. Buscaba con desesperación una estabilidad que no pude conseguir.
Me hizo falta dinero, suerte… pero sobre todo, me hicieron falta más días para estar con él. Aún ahora que han pasado tantos años, espero con anhelo por ese momento en el que finalmente volvamos a estar juntos.
Tras su fallecimiento perdí la poca cordura que me quedaba; así como las pirámides que solíamos formar con tus cubos de colores, de esa misma manera me desmoroné. Mis sueños, mis anhelos, los planes del futuro, mi felicidad misma, todo quedó esparcido en el piso y se ahogaron en mis lágrimas. Y en ese preciso momento en el que solo quería lamentarme y desbaratarme en llanto, la princesa de tu padre anuncio que volvía a su reino.
Que yo no era más que un rey de cuyo trono habían desterrado por sus malas decisiones y que el Príncipe Valiente, ya no era tan valiente y el dinero que llegaba a casa, no alcanzaba. Papá y yo hicimos de todo con tal de retenerla, trabajamos más y nos esforzamos por amueblar el cuarto pequeño en el que vivíamos los tres. Tu padre incluso abandonó la universidad, se hacía pedazos intentando salir con los gastos de cada mes. Mientras que cada centavo de lo que yo ganaba lo ahorrábamos para tu nacimiento. Éramos tres y medio contra el mundo y a pesar de las carencias parecía funcionar.
Claro que a veces discutíamos, yo me enojaba y huía lejos de ustedes. Iba entonces donde mi amor y me lamentaba sobre su tumba, por él, por ustedes, por mí. Estaba seguro que mi vida hubiese sido más sencilla si simplemente me apartaba de ustedes para siempre, pero los sentía como parte de mí, no me atrevía a darle la espalda a tu padre y anhelaba conocerte. Por eso volvía.
Papá me esperaba siempre en la entrada de la casa, y al verme parecía que el rostro se le llenaba de alivio—Pensé que no volverías—. Era lo que decía tras cada vez, entonces nos sentábamos en el piso y él lloraba contra mi hombro. Me confesaba que ya no sabía qué hacer, me pedía consejos, que le ayudara a encontrar soluciones. Lo que él no sabía es que yo estaba tan asustado y roto como él. Que me dolía el que mi familia me haya dado la espalda, que anhelaba mi vida cómoda de antes, que estaba cansado de trabajar tanto y no poder contar con un solo centavo de todo ese dinero, que odiaba vivir en un cuarto tan pequeño y dormir en un sofá. Que estaba cansado y solo quería ahogarme en mi pérdida.
Lo que él no consideró es que yo acaba de perder a la persona con la que había planeado formar una familia y que lo que menos quería era hacerme cargo de una ajena, que no quería esa responsabilidad y que no supe en que momento decidí cargar sobre mis hombros. Y sobre todo, que odiaba, que realmente me ponía mal el verlo sufrir por alguien que quizá nunca lo quiso y que no valoraba nada de lo que hacíamos por ella.
Entonces, cuando más problemas habían entre nosotros… naciste y nos trajiste felicidad.