CARTAS DE NAVIDAD
PARTE II
- RELATO DE YEVHEN KRESSMAN
Kiev, 24 de Diciembre.
Y tan solo un día me bastó para entender la magnitud de lo que Jean y yo habíamos hecho. Estuvo mal, eso y sin mencionar que aquí en Ucrania era un delito grave… ¿Cómo iba a saberlo? ¿Y acaso el no saberlo me vuelve menos responsable?, no lo creo.
Debido a esto, casi podía comprender por qué mi madre no podía, siquiera, mirarme. Su desprecio que no se esmeraba por ocultar, sus miradas acusadoras… había puesto sobre mis hombros la responsabilidad de que papá anulara sus promesas. Ella me gritó a la cara que vez tras vez le dijo que dejaría a la mamá de Jean para casarse con ella, pero en el fondo creo que mi madre sabía que ninguna de estas cosas sucedería, sin embargo, ahora mismo la culpa me pertenecía. Mi padre también me rechazaba, lo dijo justo antes de irse, que se avergonzaba de mí y de Jean, que no podía comprender qué mal estaba pagando como para que sus dos hijos le hayan salido maricones. Esas palabras tan incisivas que en lo profundo de mí ser, siempre me habían causado temor y al mismo tiempo eran la causa principal de que yo hubiese reprimido mis sentimientos hasta que Jean apareció en mi vida… puto de mierda, una nenaza, afeminado… estas palabras dolían porque era demasiado cobarde como para aceptar la realidad: soy un maricón. Tengo sentimientos por un hombre que además, es mi hermano.
Mi hermano.
Y de nuevo… ¿Cómo iba a saberlo…?
Aunque ahora estoy convencido de que, pese haberme enterado cuando ya existían estos sentimientos en mí, nada hubiese cambiado. Yo le habría querido igual. Quizá yo mismo le hubiese pedido continuar porque simplemente no quiero estar lejos de él. Sé que Jean intentó decírmelo, ahora lo entiendo… esas veces en las que parecía que algo terrible lo atormentaba, las ocasiones en las que me miraba fijamente como suplicando perdón por culpas de las cuales no se atrevía a hablar. Fueron tantos los días en los que me despertaba en la madrugada con un mensaje suyo diciéndome <<tenemos que hablar>>. Y al vernos, tomaba mis manos entre las suyas, envolviéndolas, besándolas. Y entonces comenzaba… “hay algo que debo decirte”. Pero nunca dijo nada, al menos, no sobre esto. Lo intentó, pero supongo que no es algo fácil de expresar. Papá dijo que la intención de Jean fue vengarse de mí, pero la verdad es que, nunca me trató mal. Me quiso y me quiere, lo sé. Puedo sentirlo.
Jamás había ido conmigo el papel de víctima, no me sentía menos por haber crecido con un padre ausente, y el hecho de que mi madre en ocasiones se presentara como madre soltera me llenaba de orgullo. Es por eso, que después de recapacitar un poco, simplemente no pude seguir molesto con Jean. Al menos, yo nunca tuve una familia unida por lo que no sé lo que significa. Pero él sí y de alguna manera siento que mamá y yo se lo arrebatamos. Así que ahora mismo me debatía únicamente entre mis dos mitades: la que estaba tan asustado como para si quiera moverse y la segunda, que pese a estar asustada quería verlo. Ir hasta donde Jean y preguntarle cómo estaba sobrellevando la situación, si me extrañaba tanto como yo a él y por encima de todas las cosas, preguntarle qué sería de nosotros a partir de ahora. Pero reunir el valor suficiente para coger el teléfono y escribirle, me tomó siete días.
Hoy seria noche buena y yo aún conservaba un papel con una dirección y un número de teléfono del servicio de taxis. Jean me lo había dado desde principios de noviembre y si esto era lo último que tendría de él, no iba a renunciar a ello. Tomé el celular que estaba frente a mí y escribí rápido. No me detuve a meditar en lo que estaba haciendo porque quizá me hubiese retractado.
Tecleé, lo envíe y devolví el celular a la mesa.
Confieso que no esperaba que me respondiera, los segundos parecieron horas, entonces… el tono de mensaje seguido de la pantalla al encenderse me devolvió el alma al cuerpo. Me respondió, Jean aun quería verme.
VII. RELATO DE JEAN KRESSMAN
Y llegó la noche buena, descansaba en el sillón amplio de la sala mirando el arbolito que destellaba desde una de las esquinas del recibidor, las esferas de colores y todos esos colgantes que lo adornaban trajeron a mi memoria recuerdos de mi niñez. Lo mucho que me emocionaban estas fechas y colocar la estrella blanca en la punta del árbol. Mamá preparaba mis platillos favoritos, mientras que papá limpiaba el patio. Muchos amigos venían a casa y la pasábamos bien. Fue de esta manera hasta hace poco. Y dolía lo contrastante de la situación.
El sentirme solo era tan solo una parte, porque realmente estaba solo. Mi madre se había encerrado en su habitación desde la mañana, tal y como era su nueva costumbre, estaba ebria. A mi padre no lo veía desde hacía varios días, y sin embargo, al único que realmente extraña era a Yevhen. Esta era la primera navidad que pasaríamos como pareja y había ahorrado durante varios meses para darle una sorpresa y estar juntos hoy. Pero había pasado una semana desde que mi padre me puso al descubierto y desde entonces no tuve noticias suyas, así que, cuando recibí ese mensaje, el alma me volvió al cuerpo.
Aun me debes una cena de navidad.
Me levante de un brinco del mueble y subí las escaleras corriendo. Apenas y si me detuve un instante para responderle. Las manos me temblaban y el corazón casi huía de mi pecho hasta donde él. Me duché y vestí en un tiempo record, y al abandonar mi habitación pase por la de mi madre. Entré despacio y robé de su bolsa las llaves del auto. No me detuve a mirarla porque verla en ese estado me dolía y sin embargo, este era mi momento, si Yevhen me daba una oportunidad iba a tomarla sin más, así tuviera que dejarla a ella. No pensaba dudar, si él me aceptaba lo llevaría muy lejos de aquí. Lejos de nuestros padres y de todo aquello que conocíamos, por eso llevaba en mi maleta todas las cosas de valor que tenía, el dinero ahorrado y la tarjeta de mi cuenta bancaria. Mis documentos personales y los papeles de la casa que mi abuelo me había regalo cuando cumplí mi mayoría de edad. Lo sentía mucho por ella, realmente lo lamentaba, pero si mi madre no podía aceptarme junto con Yevhen, entonces no tenía nada más que hacer a su lado.
Llegué primero al restaurante, debido a la fecha la mayoría de las mesas estaban ocupadas, aun así pude hacer valida mi reservación. El nerviosismo me obligaba a alisarme la ropa a cada tanto, no era real, pero sentía todas las miradas sobre mí y la única mirada que yo anhelaba ver, llegó algunos minutos después. Al verlo entrar me puse de pie, en ese instante juro por mi vida que olvidé como respirar. El camarero lo llevó hasta nuestra mesa… Borges dijo que “uno está enamorado cuando se da cuenta de que otra persona es única”, lo sé no porque sea un ávido lector, sino porque lo vimos en clase y ¿quién soy yo para contradecir a Borges?
Yevhen no solo era único, sino completamente especial para mí. Un metro sesenta y ocho de ternura y entereza. Venía con la cara roja y la mirada baja, el cabello revuelto no me extrañaba, sabía que por mucho que intentara componerlo; su cabello simplemente se acomodaba a como le placía. Su piel era bonita, nada del otro mundo y sin embargo, a mí me parecía la piel más hermosa que en algún momento hubiese podido mirar. La ropa le sentaba muy bien, aunque yo podía ver algo más… él se escondía entre toda esa tela. Guardaba su cuerpo atractivo tan sólo porque no era esbelto. Mi Yevhen no era un modelo, pero a su manera era perfecto. Y donde el veía kilos de más, yo tan solo podía ver piel necesitada de besos y caricias.
Casi exigía cuidados y todas las atenciones que yo me moría de ganas por darle. Quizá mi esquema de valores estaba descendiendo rudamente hasta el piso, pero no podía ver a esta persona como mi hermano, él era mucho más que un sentimiento fraterno, lo deseaba, lo quería y por sobre todas las cosas lo amaba.
Ambas personas llegaron hasta mi mesa, no… por supuesto que no. Nadie que no sea yo va a correrle la silla a mi chico para que pueda sentarse. Con eso en mente, me moví antes que el mesero y le hice un espacio para que pudiera acomodarse junto a mí. Yevhen me miró, mientras el hombre que lo acompañaba nos dejaba a solas. Eran segundos importantes, estaba convencido que nuestro futuro dependía de estos instantes y de que yo no cometiera algún otro terrible error.
Quería decirle “lo siento”, era muy probable que con mi mirada ya estuviese gritándoselo pero me resultaba insuficiente cuando en la suya tan solo podía distinguir desconfianza y miedo. Ambos tentábamos los movimientos del otro —por mínimos que fueran—, para imitarlos y respirar.
—Hola…—que los candelabros me caigan encima, ¿realmente no pude decir nada más?
—Hola—dijo él con timidez.
—Te ves muy bien.
<<Más que bien Yevhen, te ves increíble. Te extrañé mucho, tenía tanto miedo de jamás volver a tenerte frente a mí. Perdoname, por favor… no se en que estaba pensando cuando te busqué esa primera vez —bueno, si lo sé, pero ya nada de eso importa ahora porque te quiero y real—. Soy un estúpido, el más grande de los imbéciles y te doy mi palabra que lucharé por ti. >>
Pensamientos, todo se queda en absurdos pensamientos que no me siento capaz de decir en voz alta, aun si parece que tu esperas por ellos.
—Y tú… esa camisa te queda muy bien.
<<Eres lindo y tierno y quiero abrazarte, pero no me atrevo a moverme. Estoy tan asustado. Por favor Yevhen, perdóname. >>
—Es porque tú me la regalaste, ¿lo recuerdas? —Apenas y asientes, quiero halagarte pero no sé en qué concepto me tienes ahora, solo no quiero hacerte sufrir más—. Quería usarla cuando estuviéramos juntos.
— ¿Por qué?
<<Este es el momento. Debo hablarte con franqueza, es ahora o nunca…>>
—Porque mis sentimientos por ti son reales Yevhen — ¡Listo! Lo he dicho y ha resultado mucho más fácil de lo que inicialmente me creí. Pero te tambaleas, como si de la nada tus pies ya no pudieran sostenerte. Pasa todo tan rápido que en mi siguiente exhalación ya estoy a tu lado. Te sostengo del brazo y quizá con más fuerza de la necesaria te obligo a sentarte. Perdóname, es solo que estoy muy nervioso. — Sé que debí decírtelo antes —me obligo a continuar. Ya no voy a guardarte secretos, te lo diré todo y después podrás elegir si te quedas conmigo o me dejas, pero debes escucharme hasta el final —. No podía, lo intenté muchas veces pero, cuando estos sentimientos ya estaban en mí, simplemente no pude hacerlo. Descubrí en ti, todo aquello que me faltaba y tal vez en mi egoísmo, si es que quieres verlo de esa manera, me negué a perderte. Estos días han sido muy duros para mí, por la única razón de que sé que estas sufriendo por mi culpa.
Seré completamente franco contigo, todo está muy mal en casa. Mi madre no deja de beber y aunque no me lo dice abiertamente, estoy seguro de que me culpa de lo sucedido. De nuestro padre no quiero hablar… pero de nosotros, de ti… de eso sí.
— ¿De nosotros…? — De nuevo veo la duda en ti y me duele.
—Es que, a menos que ya no quieras nada conmigo —se me seca la garganta de tan solo pronunciar estas palabras— de ninguna otra manera te dejaré ir. —Me miras con los ojos bien abiertos, si… escuchaste bien, no iré a ningún lado sin ti, tan sólo debes darme una oportunidad. No voy a fallarte, esta vez haré las cosas bien. —No tengo mucho que ofrecerte y sin embargo, a cambio he de pedirte que renuncies a todo lo demás.
— ¿Renunciar a qué…? —El sólo hecho que preguntes, me hace ilusión, estas considerando mi oferta, ¿no es así?
—Mi abuelo me heredó una cabaña en Moldavia, hay un poco de dinero en mi cuenta y en el auto traje algunas cosas de valor que pudiéramos vender.
<<Frunces el entrecejo, lo sé, es una idea descabellada pero no me queda más por hacer. >>
—Eso está muy lejos de aquí…
—Moldavia será temporal, apenas unos días… no podemos quedarnos ahí porque seguro será de los primeros lugares en los que nos buscaran. El punto es, que no podremos volver en al menos un par de años, quizá más. Cuando tengas la mayoría de edad y yo ya no corra el riesgo de ir a prisión por robarte de tu madre.
—Jean… ¿estás hablando enserio?
—Jamás he hablado más enserio.
VIII. RELATO DE YEVHEN KRESSMAN
Ocho años después…
—Es tarde cariño, prometiste que me ayudarías a colgar los adornos. Hay muchas cosas por hacer… Yevhen, lo prometiste.
—Cinco minutos más…
—Nada de cinco minutos, levántate ahora o abriré la carta que llegó para ti. La leeré y justo después la voy a quemar.
Me levanté de golpe, la sabía capaz de cumplir su amenaza. Salí de la habitación y le mal miré mientras ella me sonreía. No entendía como tanta maldad alcanzaba entrar en ese cuerpo tan pequeño.
—Dámela… —dije amenazante.
Mi carta llegó a mis manos casi de inmediato. La abrí despacio, cuidando de no arruinar el sobre, cada vez que obtenía una —tan sólo una vez por año, justo para estas fechas—, me preguntaba que habría sido de nosotros si esa noche yo hubiese tenido el coraje de marcharme con él. Pero es algo que nunca sabré, pues no lo hice. No pude.
Y me dolió en el alma dejarlo ir. Creí morir de tristeza y claro que me arrepentí, muchas veces durante muchos meses, pero en el fondo, sabía que no era correcto, que él y yo huyendo por el mundo era lo más estúpido que habríamos hecho.
— ¿Qué dice?
—Nada que te incumba —contesté receloso, pero le sonreí ante su gesto de ofensa.
Años después pude rehacer mi vida, conocí a alguien tan diferente y entendí que había hecho bien. Que soltarlo para que pudiera redirigir su vida resultó en un acierto, pues yo mismo pude encaminar la mía. En el fondo conserve la esperanza de que en una de esas locas vueltas que da la vida, en algún punto él y yo quedáramos nuevamente de frente y retomaramos el camino que abandonamos. Fue algo que le dejé al destino.
— ¿Esa es la manera de tratar a tu suegra? —reclamó ella, pero era tan solo un chantaje, quería mirar lo que había escrito en la carta, pero su contenido era única exclusivamente mío.
—Te veré después…
— ¿Y los adornos?
—Después… —dije y me escabullí de nuevo a mi habitación. Cerré la puerta y corrí hasta mi cama, solo entonces desdoblé las hojas.