
EL DEBORADOR DE LOS MUERTOS
por
Ángeles Guzmán
PRÓLOGO
Pequeño Warith ―dijo Kimura, apareciendo por entre los árboles en completo silencio. Amitai pensó que este, realmente le hacía honor a su nombre, pues incluso los árboles le cubrían ocultándolo de sus sentidos. ― Siempre furioso, molesto porque el resto no ve la vida desde tus ojos.
Amitai le miró detenidamente, como pocos se atreverían a hacerlo y en ese gesto tan sencillo claramente le cuestionaba por sus palabras, sin embargo, no esperaba recibir ninguna respuesta de su parte. Y si es que, esta, realmente llegaba, no deseaba escucharla. Es verdad que se sentía furioso, pero jamás había deseado que todos aceptaran su manera de vivir, le bastaba que no le cuestionaran por sus decisiones. Esa fue una de las razones por la que había abandonado la residencia, con rumbo a las arboledas, en busca de un poco de paz.
―Halturin lleva en sus hombros la responsabilidad de muchos otros…― susurró Kimura, dejando caer suavemente su hombro contra el brazo de Amitai, como recargándose contra él. ―Intenta comprenderlo.
―Sé quién eres ―arremetió Amitai, con la mirada fija al frente. Su tono de voz era amable, en comparación con la intensidad de sus emociones, que podían sentirse pesadas y frías en su derredor. ―Como lo has dicho al venir aquí, solo soy un pequeño Warith en comparación contigo y sé también que debería escuchar cada cosa que digas y hacer tal cual lo pronuncies… pero no lo haré. ―En esa última frase, Amitai buscó la mirada de Kimura y le dejó ver lo que a ningún otro le había permitido, desprendiéndose de toda careta, le mostró cuanto dolor sentía. ―Antes de ser Halturin, fue Barsha para mí, por muchos años y centenares más.
Yo fallé, pero ¿realmente soy el único culpable?
Kimura sopesó la pregunta, sabía al respecto lo que muchos murmuraban, más lo cierto es que ni Halturin, mucho menos Amitai, habían explicado nada. Sin embargó y a diferencia del resto, él conocía la prueba viviente de la “falla” del pequeño Warith, como le gustaba llamarlo. Y su juicio al respecto se había formado en base a ese joven humano.
―Por primera vez, en dos mil años, pensé en mí antes que, en él y tomé justamente lo que él no me daba. Ahora recibo odio e injurias de parte de todos, qué más da… ―soltó irónico. ―Para Barsha sigo siendo un mueble más de los muchos que adornan su casa. Nada cambió, salvo que está a centímetros de estar a kilómetros de mí.
No había forma de dudar del pesar que sentía Amitai, había dolor en cada una de sus palabras y tanto resentimiento que Kimura sintió preocupación por el futuro de ambos. Conocía a Halturin desde mucho antes que sus ojos vieran la luna por primera vez, y aún antes, de que su padre naciera. Su paso por esta tierra había sido extenso y lento, demasiado tiempo como para ver a muchos caer debido a sus malas decisiones.
Él mismo había experimentado en carne viva lo que significa amar a un humano.
―Su vida es como el humo―dijo refiriéndose a su propia experiencia con Hayate―, pronto te darás cuenta de que no puedes retenerlo entre tus manos. Y se va a ir, y te va a doler como no puedes imaginarte. Un dolor tan grande que mirar al sol de frente te parecerá nada.
No lo vale…
La declaración resultó sorpresiva para Amitai. Kimura parecía haber amado intensamente alguna vez. Esa aura que lo cubría lo confirmaba.
― ¿De verdad? ¿No lo valió para ti…?
Amitai temió por la respuesta que recibiría. La razón era simple, Barsha era similar a Kimura, entonces, si él se arrepentí de haber amado alguna vez a un humano, quizá Barsha también se arrepentía de haberlo amado a él. Pensando fríamente sabía que se merecía su odio, pero aún le dolía la idea de ya no ser amado.
―El tiempo que viví feliz a su lado, fue muy poco en comparación al sufrimiento que su partida me dejó. Aún duele, pero uno aprende a vivir con estás cosas. Tenía responsabilidades que cumplir y me aferré ellas para olvidarme de mi dolor. De la misma manera en la que Halturin y tú lo hacen.
―Alguna vez creí que le importaría―confesó a Amitai resignado―, por lo menos, esperaba que se enojara lo suficiente como para destruirme.
Durante mi infancia solo ansié ser amado. Todos los días pensaba en qué hacer para conseguirlo, ahora que he crecido me doy cuenta de que sigo siendo un niño que se esfuerza por conseguir aquello que no tendrá.
―Pero Halturín…
― ¿Qué habrías hecho tú, en su lugar? Sí él me hubiese amado, habría hecho hasta lo imposible por retenerme. Ni siquiera pedía que se pusiera celoso, me bastaba con provocar su enojo… No valí para él, si quiera eso.
La historia era larga de contar, y Amitai no deseaba recordar ese preciso momento en que la brecha entre ellos terminó de partirse, separándolos. Le basta saber que Barsha había negociado con él con la frialdad de dos extraños que realizan un intercambio comercial, para justo después ignorarlo por completo.
―Él ahora tiene su clan y muchos amantes.
Un hecho evidente, para Amitai y única y exclusivamente para él. Para el resto, Halturin tenía clanes que dependían de él, y vástagos jóvenes e inexpertos que requerían de su cuidado y protección. Cada uno de ellos le era fiel y claramente le amaban. Pero desde el punto de vista de Kimura, una pareja predestinada es precisamente eso. Y donde juzga el destino, nadie puede intervenir.
―Tal vez lo estás malinterpretando todo y no… ―se apresuró a decir Kimura― no tienes que darme la razón, solo escucha lo que tengo que decirte.
Lejos de estas tierras ―comenzó, mientras señala el vasto territorio que se habría paso frente a ellos―, el mundo no es como lo conoces. Por qué él se aferró a mantenerte alejado de todo lo malo, ni siquiera puedes imaginar todo lo que ha tenido que hacer con tal de protegerte, de que nada te toque o dañe…
Allá a fuera nadie lo llama Halturin, mucho menos Barsha. Lejos de estos límites lo conocen como Farnesio. El devorador de los muertos.
CAPÍTULO 1
Soy superior, porque a diferencia de los humanos, puedo decidir cuándo detenerme.
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Cada capítulo debe comenzar en una nueva página. Durante la escritura del manuscrito tenga en cuenta que entre cada oración debe haber dos espacios. Además, se deben deletrear los números como palabras, no dividir palabras que normalmente no contienen guión, y subrayar en lugar de usar cursiva. Estas son preferencias de los editores para que la lectura del manuscrito sea más sencilla.