CAPÍTULO 1- LA RAZA DE CAÍN

CAPÍTULO 1- LA RAZA DE CAÍN

En el principio fue la oscuridad.

Una densa, ilimitada negrura, enlazaba los siete vértices del universo.

Nada existía fuera de lo “Que No Tiene Forma”.

Y la oscuridad palpitaba con el primer suspiro.

El suspiro se deslizó por los siete vértices hasta convertirse en el primer Orgasmo.

Y la oscuridad engendró a los primeros seres, hijos de lo Que No Tiene Forma.

Los hijos de la oscuridad y de lo Que No Tiene Forma alzaron su voz.

El Universo escuchó por vez primera a las Criaturas de las Tinieblas.

No existía el dolor ni las lágrimas; no existía la alegría ni el placer.

Únicamente las profundidades internas unidas a la negrura de las profundidades externas.

Y las criaturas de las Tinieblas recorrían el Universo en libertad.

No existían límites, no existía el principio ni el fin.

Otra vez ese inquietante sueño. Él estaba ahí, podía recordar el viejo castillo imponente y frío, las escaleras húmedas debido a la lluvia de los días pasados, el olor a oxido derruido de los portones y los pisos recubiertos de verdín y moho. La tierra se había vuelto fangosa y destilaba un olor desagradable. Era nuevamente un niño y aunque no podía recordar el motivo, sentía miedo y lloraba.

      Como en tantas ocasiones anteriores, huía, pero no sabía de quien. Algo terrible acaba de suceder y mucha gente había perdido la vida protegiéndolo. Por lo general, la gente que lo rodeaba siempre moría. Parecían dispuestos a entregarse por él, era perturbador y le dejaba una sensación desagradable en el pecho. Pero por encima de todo, le asustaba. La gente que era capaz de ofrecerse así a la muerte, le causaba terror.

      El castillo pertenecía a su padre, al menos, eso es lo que había escuchado en una ocasión. La mujer que lo cuidaba le tenía prohibido venir aquí, decía que era peligroso. Que dentro de las habitaciones se ocultaban secretos que no debían ser revelados. Sin embargo, hundió el estómago y se obligó a cruzar por entre el enrejado. Una vez estando en el patio del castillo, corrió hacia la entrada principal. Estaba seguro que nunca antes había venido a este sitio, sin embargo, podía reconocer el lugar a la perfección, había recuerdos en su mente que no parecían lejanos.

      Lo veía como lo que alguna vez fue; olor a hierba y el canto de aves silvestres. La claridad de cientos de resinas al arder y un canto que apaciguaba la sangre. Corrió escaleras arriba sin detenerse, apenas miró echó una mirada en lo que era el segundo piso y continuó subiendo hacia el tercero y cuarto, como si alguien lo llamara.

      En tan solo unos segundos llegó a la azotea, era demasiado rápido para su edad. Pero al mismo tiempo, tan solo un niño pequeño para detenerse a meditar en sus habilidades. El viento helado le despeinaba sus cabellos largos. La vista era impresionante desde ese privilegiado punto en el techo y resultaba imposible no notar que la noche comenzaba a apoderarse de todo. En el cielo, comenzaban a distinguirse las primeras estrellas, pero había algo más que contrastaba con el negro de la noche… llamas ardientes.

      Un fuego inmenso que devoraba lo que alguna vez fue una pequeña colonia. Entonces pudo recordarlo, huía de ese lugar, un grupo de gente había llegado cuando el sol comenzaba a ponerse y mataron a todos los que le servían. La mujer que lo cuidaba lo ayudó a escapar, pero ella no pudo acompañarlo. La única indicación había sido clara:

      ―Sube al techo del castillo, verás dos cúpulas―le dijo. ―Una es blanca y la otra es de color rojo, elige la que prefieras y resguárdate en ella. Debes asegurarte de que todas las cerraduras embonen, para que la puerta se selle. Espera ahí, alguien irá a buscarte y te cuidará por mí.

      La mujer lloraba, y él sentía por ella un cariño difícil de expresar. Quiso abrazarla, aferrarse con fuerza a su cuello para que no lo abandonara, pero ella insistía en tratarlo como algo superior. No lo entendía, pero nunca había sido tratado como los demás niños de su colonia. Las personas lo reverenciaban y algunos otros, incluso le temían. La mujer se deshizo de su garre, pero acunó su rostro entre sus manos, acariciándole las mejillas. Nacerá entre los hombres―dijo―uno que no será hombre, aunque hombre parezca. Será hijo del viento y de la noche y luz tendrá en su corazón, y en sus manos armas invisibles que llenarán de pavor a nuestros enemigos. Sus pasos harán retroceder el día y su mirada disipará el sol.

      ―Deseaba tanto verte crecer… ―sollozó ella, mirándole con verdadera angustia. ―Pero crecerás, eso es lo único que importa y serás eterno e infinito como el universo.

      El discurso fue interrumpido debido a la prisa de quienes se acercaban a ellos, la mujer lo dejó y él hizo tal cual se le dijo. Ahora se encontraba frente a ambas cúpulas, sin embargo, sus pasos se dirigían ya, hacia la de color de blanco. Empujó la puerta y no le sorprendió encontrarla abierta, echó un vistazo al mismo tiempo que un estallido estridente se dejaba escuchar. No miró atrás, ni siquiera pensó en lo que dejaba. Simplemente entró en ella y se encerró.

      Lo siguiente que supo, es que había alguien más con él. Esta persona a su lado, rezaba arrodillado a sus pies, con las manos extendidas hacía el frente ―como si intentara cubrirle o protegerlo de algo―, y los ojos cerrados. Era como tener una visión, nunca antes había visto a alguien como esta persona. Sin embargo, y pese a lo extraño de la situación, la expresión sosegada de su rostro le infundió tranquilidad. Tenía el cabello negro y lacio, tan largo que le llegaba hasta la cintura. Vestía una túnica blanca y listones entretejidos desde los antebrazos que simulaban mangas largas ajustadas. En su rezo hablaba de la noche, y del fuego. De la eternidad y del dolor. Era hermoso y al mismo tiempo aterrador escucharlo decir todas esas cosas.

      Completamente fascinado y aturdido, el niño se sentó sobre la suave cama en la que no se había dado cuenta que descansaba y extendiendo sus propios brazos hasta tocar las manos del hombre que rezaba. Al instante, fue como si dos imanes opuestos se trajeran, el hombre entrecruzó sus dedos sujetándose a las pequeñas manos del niño, mientras habría los ojos.

―Hijo de Caín―le dijo.

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.