FERNANDO
Se durmió con una sonrisa en los labios y despertó con la misma expresión. Hoy, la ducha, la toalla, el uniforme, el frío exterior y el paisaje por la ventana eran todos perfectos. Estaba exultante, lleno de energía. Mientras se calzaba las botas, pensó en el desayuno, en el comedor y en el soldado que esperaba dentro. Por extraño que pudiera parecer, no dedicó ni un instante a pensar que se trataba de otro hombre, que había un homosexual en su campamento… ¡en el ejército!!! Sus pasos eran tan ligeros camino al comedor que parecían apenas rozar el suelo.
-. Buenos días, caballeros. Tenemos una hermosa mañana.
Saludó a todos con cortesía. Se sentó en su puesto y esperó mirando a la puerta de la cocina.
-. Se ve muy animado hoy día, capitán – comentó el teniente Moreira
-. Lo estoy. Comenzamos una nueva semana y tenemos bastante que avanzar
En ese momento escucho el crujido de la puerta y se giró automáticamente. Nadie pudo notar el gesto de satisfacción apenas perceptible en la comisura de sus labios, el suave movimiento de sus hombros y la forma en que enderezó su espalda. Llenó sus pulmones de aire y elevó el mentón. Vio a Raimundo Lariarte cruzar la puerta con una bandeja y dirigirse hacia su mesa… directo hacia él. ¡Dios! ¡Qué hermoso era!!! A su mente acudieron de golpe los recuerdos de la noche anterior…
No podía explicar de dónde ni cómo le había nacido la necesidad de “castigar” al joven soldado, pero, en su defensa, podría argumentar que lo estaba volviendo loco y no podía quitárselo de la cabeza desde que lo había visto por primera vez. Lariarte se había pegado como una lapa a sus pensamientos y el fin de semana pasado solo había confirmado que sentía una atracción indescriptible hacia el chico… ¿Serviría eso como justificación para lo que le había hecho? Recordó el rostro de Lariarte cuando se dio cuenta que ambos habían experimentado el mismo placer… sin tocarse ni intercambiar ningún roce… Fernando se llevó la mano a la boca para ocultar la sonrisa que no pudo reprimir. No necesitaba justificarse… ¿A quién le iba a dar explicaciones? ¿Al soldado que había disfrutado tanto como él siendo “castigado”?? La breve sensación de culpa que bailoteó alrededor de su mente desapareció en un abrir y cerrar de ojos. Lo había dicho anoche: lo que estaban haciendo era solo entre ellos dos. Lariarte lo había disfrutado… ¿y él? Lo que sintió no tenía descripción posible… era algo mayor que sí mismo, una pasión que deseaba vivir a fondo… iba más allá de lo que podía controlar, el nivel de satisfacción que había alcanzado bordeaba era indescriptible. El chico había despertado en él emociones extremas que deseaba vivir. No iba a dejarlo… no quería ni podría.
Fernando apretó los labios para no sonreír al darse cuenta de varias cosas mientras lo veía acercarse: Raimundo intencionalmente evitaba mirarlo y sus mejillas estaban de color granate a medida que se acercaba a la mesa. Y lo otro, aún más encantador, era verlo caminar haciendo un esfuerzo por mantenerse erguido. Y solo él sabía la razón.
Un espasmo de placer sacudió su vientre.
-. Buen día, soldado
Procuró que su voz sonara lo más normal posible
-. Buen día, capitán – Respondió Raimundo con voz temblorosa sujetando con mayor firmeza la bandeja que se balanceó entre sus manos.
Fernando siguió el movimiento de la mano de Rai mientras ponía los alimentos frente a él… Dios! Si hasta las manos y antebrazos del chico eran hermosos. Su piel cremosa y sus dedos finos… Sintió deseos de tocarlo… apretó las manos para contener las ganas de sentir la piel tibia del soldado bajo sus dedos. Por un instante deseo que todos en el comedor desaparecieran y pudieran dejarlos solos. Entonces, Raimundo se alejó para seguir sirviendo al resto del personal. Con la bandeja vacía, caminó de prisa hacia la cocina y el capitán recuperó la cordura que lo caracterizaba, pero no la ansiedad de esperar verlo salir nuevamente.
Raimundo no volvió a pasar cerca de su mesa, pero cada vez que estuvo en el comedor, los ojos del capitán lo seguían disimuladamente y no lograba evitar el extraño tamborileo en su corazón que se expandía hacia sus genitales. Poco a poco el ruido de tazas y platos se fue aquietando y Fernando tuvo que pararse para dar por terminado el desayuno. Miró por última vez la puerta cerrada de la cocina y pensó en simplemente ir a ver que hacía… “estará aquí mismo cuando vuelva” – pensó calmando sus deseos y recordando que estaba al frente del trabajo y todos tendrían que esperar por él.
-. A trabajar, señores – ordenó poniéndose de pie
Los caballos eran magníficos animales, fuertes y dóciles a la vez. Una de las cosas que le gustaba a Fernando era el trayecto de ida y vuelta montado en su caballo. El suyo era un animal noble al que le había tomado cariño. Hoy trotaba especialmente alegre. Sería un día largo… sabía que tendría que hacer un esfuerzo por concentrarse en el trabajo; estaría pensando en él todo el día. Sonrió con la mirada perdida hacia adelante y la barbilla levantada. “Me sigue dando motivos para castigarlo” pensó, sintiendo su corazón acelerarse y el deseo de que el día pasara de prisa.
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La cena fue una repetición de los sentimientos de la mañana. Quería que todos terminaran rápido de comer y desaparecieran. Miraba a Raimundo circular y su manifiesta intención de evitar mirarlo.
“Tendrá que mirarme más tarde, soldado” pensaba en silencio, deseando sostener el hermoso rostro entre sus manos y forzarlo a perderse en sus ojos. Quería verlo asustado y sometido.
“Oh si… tendrá que hacerlo”
Fue el primero en retirarse del comedor. Se encerró en su dormitorio, atizó el fuego, pensó largamente en lo que habían hecho la noche anterior. Era… increíble. El soldado podía eclipsar a cualquier mujer que hubiera conocido. Además, a ninguna de ellas podría haberla tratado como lo hizo con el chico. AAhh… ya deseaba repetirlo. Se excitaba tan solo de pensarlo.
Volvió a la cocina luego de una larga hora, cuando calculó que ya no quedaba nadie y los dos jóvenes soldados estarían solos. Llevaba una excusa en la punta de los labios por si llegaba a necesitarla. Iba a cruzar la puerta de la cocina, cuando Raimundo la abrió y apareció frente a él. Sus ojos color cielo infinito se abrieron por la sorpresa de verlo y acto seguido, se volvieron tímidos, avergonzados y dulces. Sus mejillas enrojecieron. ¡Dios! ¿Se daba cuenta de lo que le causaba son sus gestos? Fernando se sintió inquieto y complacido al mismo tiempo. ¿Acaso había pensado que no vendría por él?
-. Soldado – dijo el capitán con aquella voz de caricia íntima
-. Capitán – contestó Raimundo en un suspiro
Pasaron varios segundos en que, separados por apenas un metro de distancia, capitán y soldado se miraban sin palabras a la media luz del comedor, con solo el reflejo del fuego de la chimenea y el ruido de la lluvia cayendo afuera.
Raimundo, a pesar del nerviosismo, estaba encantado. Nada tan romántico le había pasado jamás…
-. ¡Oh Capitán! ¿necesita algo, señor?
López cruzó la puerta y chocó con Raimundo que se había quedado inmóvil
-. Necesito a Lariarte en mi oficina – respondió cambiando su voz a un sonido normal – Veremos si sus estudios de ingeniería pueden ser útiles – dijo dando la vuelta y alejándose sin esperar.
Raimundo entregó a López la bandeja que sostenía y corrió tras el capitán
-. ¡Demuéstrale lo que sabes! – susurró López animando a Raimundo y luego, suspirando con pesar, al darse cuenta que había quedado él solo para terminar de ordenar.
Fernando caminaba más de prisa que de costumbre. Sus pasos, de por sí ágiles, volaban bajo la lluvia. Escuchaba al joven soldado caminar tras él y se regocijaba por anticipado. Debido a la lluvia no se cruzaron con nadie en el trecho hasta su dormitorio. De igual modo que el día anterior, sostuvo la puerta abierta para que Lariarte entrara. Una vez que el chico cruzó, Fernando se tomó un instante para cerrar la puerta con calma y poner el seguro. Suspiró expectante. Por fin el objeto de sus deseos estaba nuevamente a su alcance. Finalmente, la espera del largo día había terminado.
-. ¿Cómo estuvo su día, soldado? – preguntó girándose para encontrarse con Raimundo quien de frente a él, mantenía la vista fija en cualquier lugar de la pared
-. Estuvo bien, capitán
Fernando alzo las cejas como si eso lo sorprendiera. Estaban jugando un juego y quería ser un buen actor. Caminó hasta invadir el espacio personal de Raimundo y se quedó cerca de su espalda
-. ¿Pudo trabajar con normalidad?
-. Si, capitán. Trabajé sin problemas – escuchó que Raimundo respondía con un dejo de orgullo.
La bravuconería del chico lo hizo sonreír… no era posible que no le doliera… él lo había visto caminar con esfuerzo en la mañana. Le agradaba que pretendiera ser valiente… él sabía que era poco más que un niño aparentando, pero le complacía tanto verlo ahí en su oficina, obediente, dispuesto, casi dócil, en espera de lo que él decidiera hacer. Fernando paseó su vista examinando al soldado de arriba abajo… no pudo contener un suspiro de satisfacción… Dios! Sí que era hermoso… lo más bello que había visto en su vida. Sin poder aguantarse, las manos de capitán buscaron las caderas de Raimundo por sobre la ropa y las sostuvo con firmeza. Sintió carne, huesos y formas… el cuerpo de Raimundo era engañosamente delgado y sinuoso. Miró directamente hacia la parte baja de la espalda donde ayer había aplicado los golpes… tenía un culo redondeado bien marcado… ¿Habrían quedado marcas?… ¿Cómo lucirían?… ¿Se atrevería a verlas?
Sujetó con firmeza las caderas y tiró hacia atrás hasta que las nalgas chocaron con su ingle y la mayor parte del cuerpo del soldado quedó en contacto con el suyo. Raimundo emitió un quejido suave pero no pudo descifrar si había sido por la sorpresa, dolor o excitación. Solo sabía que ese sonido era grandioso. La excitación le llegó como un latigazo. Estrechó aún más el contacto… se acercó al cuello de Raimundo. Olía bien… lentamente, las manos del capitán abandonaron el agarre de las caderas para deslizarse sobre la tela del uniforme y ubicarse directamente sobre las perfectas semicircunferencias que formaban el culo del soldado. Fernando comenzó a apretar sintiendo la carne tibia y firme bajo el pantalón. Le gustó escuchar como Raimundo se agitaba y sus músculos se tensaban.
-. Cometí un error ayer – dijo el capitán con los labios pegados a la pequeña oreja de Raimundo, reprimiendo el instinto animal de morderlas y chuparlas… su autocontrol a punto de irse a la basura
-. ¿Qué error, Capitán?
Fernando apretó con más fuerza hasta lograr lo que estaba buscando. El gemido de Raimundo fue como una descarga de electricidad desplegándose por todo su cuerpo y sacudiendo su miembro. Aaahh se sentía tan bien…
-. Fui demasiado bondadoso con usted, soldado
Raimundo soltó el aire que había retenido. Había alcanzado a pensar que el capitán se arrepentía de lo que había iniciado. No sabía que era lo que había entre ellos, pero por nada del mundo deseaba que terminara. Estaba viviendo la más grande e inesperada locura de su joven vida. Estaba a gusto sintiendo que el dolor volvía a brotar en sus nalgas ante el fuerte apriete… sí, le dolía, pero esas manos que lo agarraban eran una demostración de afecto y atención. El capitán lo había elegido a él, aunque él no había hecho nada especial para atraer su atención… en serio que él no había movido un dedo para seducirlo porque… porque… ¡Santo Dios!! ¡Era su capitán! Era una persona que admiraba y se había fijado en él… Estaba excitado… lo había estado desde el momento en que se había levantado por la mañana y había pensado en el capitán. Ahora, la sangre comenzaba a llenar su miembro y corría caliente por sus venas
-. ¿Qué desea de mí, capitán? – preguntó sumiso, dispuesto a seguir cualquier instrucción que el capitán ordenara.
Fernando respiró complacido. La mansedumbre en la actitud y el cuerpo de Rai pegado al suyo eran un descubrimiento asombrosamente agradable. No quería parar. No podría, aunque tratara. Lo hacía sentir grande y poderoso de una manera tan distinta al mando que ejercía en el ejército. Deseaba que el soldado Lariarte estuviera completamente bajo su control. ¿Qué que deseaba de él?… aaahhh Tenía tantas respuestas para esa pregunta. Había pasado la mayor parte del día pensando en ello. Quería hacerle tantas cosas… cosas que nunca antes había pensado… cosas que no creyó jamás imaginar, pero el joven cuyas nalgas sostenía entre sus manos le había eliminado el punto de gravedad que lo ataba a la cordura y había desatado la locura en su cabeza. Sonrió sintiendo el placer distribuirse por su cuerpo. Dejó a desgana las nalgas y con sus manos sobre los hombros del soldado lo fue girando hasta que su rostro estuvo de frente.
-. Míreme, soldado – ordenó
Raimundo lo intentó, pero la mirada del capitán resultaba inaguantable. Bajó la vista respirando agitado.
-. Cuando doy una orden, espero que me obedezca de inmediato
Sabía que para Lariarte era difícil sostenerle la mirada ya fuera por vergüenza o por sumisión… pero justamente ahí radicaba el punto. Quería que le obedeciera a pesar del esfuerzo que significara para el joven.
La voz calmada y firme de Fernando fue suficiente para que Raimundo se tragara sus nervios y alzara sus preciosos ojos hasta encontrar los oscuros del capitán. El impacto de sostener su mirada era tan fuerte que se volvía una sensación física dolorosa. La respiración de Rai entrecortada y las manos empuñadas… se mordisqueó los labios
-. Sus ojos son fascinantes – susurró el capitán. Le nació del alma… no era algo que hubiera pensado decir
Era la primera vez que Rai escuchaba esa frase sin que le causara molestia
-. No deje de mirarme
Despacio, las manos del capitán fueron buscando el cierre de la chaqueta de Raimundo. La abrió y la deslizó fuera del cuerpo de Rai. No habían dejado de mirarse y la excitación crecía en ambos.
-. Quítese el pantalón – ordenó el capitán
Rai sintió un escalofrío culebreando en su espalda.
¿Quitarse la ropa?… ¡Cielos!! ante cualquier otra persona, Raimundo habría huido sin pensarlo, siempre había escapado de situaciones que involucraran mostrar su cuerpo o crear intimidad con otra persona… pero el que le ordenaba hacerlo no era cualquier persona… era el capitán, su capitán. No sabía que iba a pasarle, pero si de algo estaba seguro era de que él no iba a dañarlo. Lo haría… por él, lo haría. Contradiciendo la orden recibida, Raimundo cerró los ojos y se llevó las manos al cinturón para soltarlo. Cuando comenzó a bajar el cierre de su pantalón de uniforme los nervios lo consumían. Se mordió los labios con fuerza
-. Sshhh. No haga eso
Abrió los ojos bruscamente cuando sintió el dedo del capitán sobre sus labios en una caricia excitante… no era un toque delicado sino un contacto brusco, Fernando tocaba los labios de Rai como si intentara descubrir el secreto que encerraban, apretarlos y estrujarlos entre sus dedos. Oh Dios!! era algo erótico y demencial. Separó los labios ante la insistencia del pulgar de Fernando. Estaba mareado… el calor corría a borbotones por su cuerpo… el pulgar del capitán estaba en su boca y tocaba su lengua
El pantalón de Raimundo cayó al suelo.
-. Déjelo sobre la silla, soldado – ordenó Fernando quitando su dedo y recuperando el control que tan fácilmente perdía frente a esta persona única y especial que el destino había puesto en su camino
Rai hizo lo que le ordenaba. El vacío revoloteo a su alrededor cuando el capitán se alejó un par de pasos. Se sintió completamente expuesto y vulnerable.
Fernando necesitaba distancia no solo para controlar su excitación sino también para poder observarlo a gusto. Los jeans ajustados que el soldado había usado el día del baile en el pub le habían permitido hacerse una idea de lo que sería la parte inferior de su cuerpo. Ahora se daba cuenta que su imaginación se había quedado corta. Las piernas del soldado eran delgadas, pero perfectamente torneadas. La práctica constante de ejercicios era notoria en ellas y le otorgaba consistencia. Le agradaron sobremanera. Piernas firmes y delicadas a la vez.
-. ¿Se depila, soldado? – preguntó Fernando sin sorprenderse. Solamente curioso de como lograba hacerlo dentro del campamento
-. No, capitán. Soy así. No tengo mucho vello en el cuerpo
El capitán asintió. En su mente, ya deseaba averiguar hasta qué punto aquello era real… pero entonces sus ojos subieron hasta las nalgas del soldado cubiertas por el bóxer negro reglamentario. La tela de algodón se pegaba a las curvas de manera perfecta. Fernando sintió como una exhalación de su respiración salía entrecortada por el asombro. ¡Debería haber sabido que serían tan sorprendentes como el resto de él!… la parte frontal del calzoncillo estaba hinchada mostrando la flagrante erección del chico. Sintió el deseo loco y urgente de abalanzarse sobre el soldado, quitarle la ropa y apretar la carne firme entre sus dedos, sentirla en su boca, tocarla hasta enrojecerla, morderla, probarla… ¿Quién demonios podía resistirse ante este chico que reflejaba a la perfección lo que él deseaba? ¡Dios!! ¿Cómo era posible que todos los años de formación de su personalidad se fueran al tacho de la basura ante la visión de este chico?? ¿Dónde estaba su autocontrol? Apartó la vista bruscamente. Con un par de pasos, la fusta estaba en sus manos.
Raimundo tuvo la sensación de que podía leer lo que estaba pasando por le mente del capitán. En sus ojos había agrado y enojo al mismo tiempo. ¿Qué era lo que no le agradaba de él?… Estúpida pregunta. Era un hombre frente a otro hombre y tenía la seguridad de que el capitán Ahumada no era homosexual. En segundos la inseguridad se apoderó de él y toda la excitación que sentía se desmoronó convirtiéndose en un agujero doloroso. Deseo vestirse y salir corriendo.
-. Manos en el escritorio – escuchó en ese momento.
Rai respiraba tan de prisa que sentía que se ahogaba. Era una orden y el capitán deseaba obediencia inmediata. Aún inseguro, apoyó las manos apretando la madera.
-. ¿Aprendió algo anoche, soldado?
Raimundo sintió que su mente quedaba en blanco… ¿aprender? ¿Qué era lo que debería haber aprendido?… ¿Qué?
-. Yo… ¿no debería molestar en su mente? – respondió tartamudeando
El primer golpe en sus nalgas fue despacio… como si fuera una advertencia. No por ello dejó de doler
-. Respuesta equivocada. Eso no puede controlarlo usted
Fernando estaba tocando su espalda
-. Cada vez que le ordene poner las manos en el escritorio usted adoptará al instante la posición que le indique ayer
Raimundo separó las piernas de inmediato y arqueó su espalda hacia adelante. Una ridícula vocecilla en su cabeza estaba cantando… “cada vez que le ordene”.… 2Cada vez…” ¿serían muchas veces?
-. Si, capitán
Las manos de Fernando bajaban por espalda, recorrían sus nalgas hasta llegar a sus piernas desnudas. Raimundo, instintivamente, contrajo sus músculos. Los golpes del día anterior le habían dejado marcas dolorosas que habían ido disminuyendo a lo largo de las horas, pero si el capitán las volvía a apretar, seguro le iban a doler
-. Creí que hoy dejaría de pensar tanto en usted
Le hablaba en el cuello, con su aliento caliente quemando su piel
– Pero lo único que conseguí fue pensarlo aún más
Raimundo cerró los ojos y sonrió… Un brusco mordisco en el inicio de su cuello le quitó la sonrisa y la transformó en un jadeo
-. Esto no mejora… usted sigue en mi cabeza
¡Dios! El capitán lo había mordido dos o tres veces y ahora pasaba su lengua y chupaba sobre los mordiscos. Raimundo nunca había imaginado que se podía sentir así… él, que siempre había evitado la intimidad con otro hombre estaba ahora sintiendo todo con una intensidad que lo abrumaba… ¿Eran suyos esos gemidos que se escuchaban? Sus piernas temblaban y apenas lo sostenían.
Fernando, sin perder el contacto de sus cuerpos, acariciaba muy despacio su espalda, lo sujetaba de la cintura con firmeza y parecía no querer detenerse… como si necesitara tocar cada pedazo de él, conocerlo… descubrirlo. Rai le daba espacio… gustoso lo dejaba hacer… y sentía como, con cada caricia, se elevaba un poco más del suelo hacia el paraíso
-. Usted… no ayuda a que esto mejore – su voz ronca y aterciopelada se había hecho espacio hasta llegar al hombro de Raimundo
A Rai le habría gustado preguntar cómo podía ayudar, pero estaba tan perdido en sus sensaciones que no tenía voz para hablar
-. Tengo que castigarlo… – dijo Fernando susurrando en el borde de su cuello y cruzando un brazo por delante de su cintura, como si deseara retenerlo para que no escapara
-. Un soldado no puede entorpecer el trabajo de un capitán
Le molestaba la camiseta de Raimundo… odiaba el bóxer que cubría sus nalgas… quería deshacerse de todo lo que le impedía tocarlo a sus anchas…
-. Está bien, capitán – gimió Rai echando el culo hacia atrás para rozarse contra los genitales del capitán
¿Así se sentía que una granada explotara dentro de uno?… Las palabras de Rai le provocaron un fuerte impacto… No sabía que podía existir este tipo de deliciosa insensatez. Su vida, tan ordenada y planificada, no lo había preparado para este desborde de deseo y descontrol. Tenerlo a su merced, aceptando gustoso ser castigado superaba cualquier fantasía… Fernando volaba… sus pies permanecían sobre el piso de madera de la oficina, pero su espíritu estaba flotando. Sentía que el deseo obnubilaba su mente dejándolo a merced de sus más bajos instintos. Retrocedió y se volvió hacia la pared. Respiró profundamente varias veces. Si no se tranquilizaba podía dañarlo. Si seguía pegado a él, su erección iba a convertirse en lo mismo de la noche anterior. Con un último suspiro apretó la fusta y giro hacia el soldado en su escritorio… no conocía nada más esplendido que lo que estaba viendo y lo que lo hacía sentir.
-. Muéstreme las marcas – ordenó sosteniendo la fusta fuertemente con ambas manos
Raimundo escuchó la orden y creyó que moriría ahí mismo. El nudo de su estómago se expandía y anudaba todo su cuerpo… permaneció quieto, en la posición indicada, buscando el valor para hacer lo que el capitán le ordenaba. Tragó tanto aire como pudo para evitar que las lágrimas se asomaran a sus ojos. Con mano incierta y sintiendo que moría de vergüenza, tomó el borde de su prenda interior y tironeó lentamente hasta que la mitad de su culo quedo al aire.
Fernando se acercó un par de pasos… deseaba comprobar de cerca que los golpes no hubieran causado daño real… por Dios!! ¿A quién quería engañar?? Deseaba verle el culo y las marcas que el mismo le había dejado. Alcanzaba a ver la piel aterciopelada de hermosa forma redondeada y el inicio de un par de marcas oscuras…. ¡Dios!… se sentía abrumado
-. Más abajo – exigió con voz profunda
Rai utilizó ambas manos y se bajó el bóxer negro hasta que su culo estuvo expuesto. Escuchó al capitán llegar a su lado. No podría volverse a mirarlo, aunque se lo ordenara… la vergüenza lo consumía no solo por exponerse de esa manera sino también porque su pene estaba bailoteando tan alegremente que podría eyacular en cualquier momento.
-. Hermoso
Más que un comentario fue una palabra que surgió inesperadamente de las entrañas del capitán provocando que Rai se mordiera los labios y algo de su vergüenza aminorara. Entonces, sintió sobre su carne desnuda la mano de Fernando… dedos suaves sobre las marcas que la fusta había dejado… nadie antes lo había tocado… no de esa manera
-. ¿Duelen? – preguntó el capitán casi con dulzura
No había roto la piel, pero las marcas violáceas cruzaban sus nalgas
-. No… un poco… casi nada
Entonces fue la mano entera, abierta y con los dedos extendidos la que se posicionó sobre sus nalgas y las acarició
-. Creo que no puedo castigarlo, soldado. Me temo que podría sangrar
La cabeza de Raimundo, que colgaba hacia adelante cayó un poco más junto a sus hombros. ¿Qué tan estúpido era desear esos golpes?
-. No con la fusta, al menos
La palmada de la mano del capitán lo pilló totalmente desprevenido. Fernando dejó caer el peso de su mano sobre la parte de piel donde no había marcas
-. AAhhh… – el sonido escapó inesperado de los labios del joven
-. Usted no puede librase tan fácilmente de ser castigado
Rai sonrió a través de la nube de dolor…
Cuatro palmadas bien aplicadas y cuatro razones que Raimundo ni siquiera escuchó. Solo sabía que el capitán necesitaba castigarlo… deseaba hacerlo… y se había preocupado de no dañarlo, tal y como él había sabido que sería. Eran sus manos las que le habían acariciado el culo antes de golpearlo… ¡Sus manos!!! Cada palmada aumentaba su excitación. Rai se movió para buscar el roce contra la madera… Cuando la última palmada cayó sobre su culo, el orgasmo lo sacudió. No podía controlarlo a pesar de saber que estaba desnudo y manchando el escritorio del capitán. Estalló en completo descontrol y con una fuerte sacudida de su cuerpo. El placer hizo que se le erizara la piel y perdiera toda fuerza. Entonces, Rai sintió el cuerpo del capitán pegado al suyo. La áspera tela del uniforme contra sus nalgas desnudas y enrojecidas. El capitán se restregaba contra él y lo sujetaba… había pasado las manos de manera de sostenerlo por los hombros y le susurraba frases al oído. Rai, movido por el puro instinto, ladeó su cabeza y encontró soporte en el amplio pecho de Fernando Se le dibujó una sonrisa al notar el rápido latido del corazón del capitán. También fue el mismo instinto el que lo llevó a extender una mano hacia atrás y meterla entre ambos cuerpos para buscar el miembro del capitán que se frotaba contra su culo. Fernando no se demoró en reaccionar y, de prisa, sus manos abrieron el cierre de su propio pantalón y dejaron espacio abierto para la mano de Rai. Grande, duro, suave, caliente y firme… Rai deseo voltearse, quería verlo… pero el capitán lo sostenía demasiado fuerte y no pudo. Su mano hizo el trabajo sin verlo, solo sintiendo la textura y la respiración jadeante del capitán… Supo cuando llegaba al clímax por la forma en que su miembro es volvía aún más duro e hinchado… el líquido lechoso cayó mojando su espalda. Rai sintió aquel líquido en su cuerpo como una muestra de triunfo. Fernando quitó sus manos liberando a Raimundo, sin embargo, en vez de alejarse, su cuerpo cayó casi inerte sobre él, presionándolo contra el escritorio. Pasaron varios segundos hasta que el Capitán pudo moverse y liberarlo.
Por unos instantes, se encontró solo en la oficina. El capitán había desaparecido en su dormitorio. Rai se limpió con los calzoncillos y se puso los pantalones de prisa. Como pudo, limpió su semen y acomodó el escritorio. Cuando Fernando volvió ambos estaban vestidos.
-. ¿Está bien, Lariarte?
-. Si, Estoy bien, capitán.
Que imbécil era, pero no podía dejar de sonreír. La imagen del capitán le parecía lo más increíble que podía existir. Deseaba cruzar la habitación corriendo y refugiarse en su pecho, abrazarlo y sentirse confortado…
Entonces, el capitán se dirigió a la puerta y sostuvo el pomo en sus manos. Indicación de que todo había terminado, por esa noche al menos.
Rai comenzó a caminar. La sonrisa había desaparecido de su rostro. No quería irse. Fernando lo detuvo cuando pasaba frente a él
-. Quiero que venga a mi oficina cada noche por medio, a las 10 en punto. Ni un minuto más tarde.
Que rápido volvía Raimundo a sentirte exultante
-. Si, capitán.
Las manos de Fernando en sus hombros obligándolo a mirarlo
-. Vendrá y me pedirá su castigo
Raimundo asintió. Los ojos oscuros lo quemaban
-. Si alguien pregunta, me está ayudando con el trabajo. ¿Entendido?
-. Si. Entiendo, capitán.
Fernando movió la cabeza en señal de asentimiento y abrió la puerta. El aire frío los golpeó a ambos
-. Buenas noches, soldado
-. Buenas noches, capitán
Rai se aventuró en la oscuridad. Las pocas luces que quedaban encendidas apenas alcanzaban a marcar la ruta que debía seguir para llegar al dormitorio. El viento arreciaba con gotas de agua nieve pinchando su rostro, pero Rai no apuraba el paso. Estaba… confundido. Sus nalgas adoloridas eran un recordatorio de que estaba feliz… sus brazos que colgaban inertes habían deseado algo más.
-. ¿Qué? ¿También quieres besos? – se preguntó a sí mismo enojado
No podía querer ni desear más de lo que estaba obteniendo porque esto ya era mucho más de lo que jamás había siquiera soñado en obtener. Y ahora el capitán le había dicho que debía volver día por medio. Se alegró al recordarlo… lo vería noche por medio… estarían juntos cada vez… progresaban lentamente. Todo esto era nuevo para ambos. Quizás ninguno de los dos sabía bien como hacer las cosas, pero en el camino lo irían resolviendo, ¿verdad?
-. ¡Vienes todo mojado!!! Será mejor que te duches. Aún queda agua caliente.
López lo estaba esperando despierto. Quería saber detalles de lo que había conversado Raimundo con el capitán. Inventó cualquier excusa. Se preocupó de cubrirse bien para que no se vieran sus marcas.
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Ya en la cama, en absoluta oscuridad y con el ruido del viento soplando afuera, Rai tocó sus nalgas y sintió el dolor de las nalgadas… sonrió lleno de n sentimiento nuevo y grandioso… solo era cosa de aprender juntos. Todo iría mejor. El capitán le había dejado claro que no podía ni quería prescindir de él. Quería tocarlo y castigarlo y él tendría que ir a pedir ser castigado. ¡Ay Dios! Iba a doler, pero estaba seguro de que la alegría sería mayor que el dolor. Sonrió como idiota… feliz… ilusionado como nunca antes en su vida.
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Estos últimos capítulos están on fire, me encanta el Capitán, derrocha seguridad en su mismo, y menos mal que si no Raimundo se nos viene abajo!
Me consuela pensar que mañana ya hay otro capítulo, porque es un sin vivir no saber que pasará. 😝
Muchas gracias Nani