Capítulo diecisiete

Aquella noche, marcaba el décimo encuentro desde que habían comenzado. Rai se presentó a la puerta del capitán siguiendo sus instrucciones, golpeó y esperó unos cuantos segundos antes de que se abriera. Con el reflejo de la luz de fondo, Raimundo distinguió la silueta del capitán en la puerta. Se había quitado la chaqueta del uniforme y vestía el pantalón de camuflaje, botines negros reglamentarios y una remera blanca sin ningún adorno más que el contorno de sus músculos que se adivinaban debajo de la tela. Contra la luz de fondo, su imagen era impresionante. El instinto de Raimundo fue más fuerte y lo saludó al estilo militar.

-. Soldado – dijo Fernando calmado, sin que se notara en él todo lo que había esperado por este momento.

Raimundo, con la vista al frente, sin mirarlo directamente, no alcanzó a ver la sonrisa de algo parecido a la ternura que Fernando pintó en su cara.

-. Buenas noches, capitán

-. Buenas noches, Lariarte – respondió sin moverse de la puerta ni abrirla para indicarle que entrara. Se quedó ahí, esperando…

Raimundo se sintió confundido por un instante… ¿se había equivocado de día? ¿Por qué no lo hacía entrar como siempre?

-. ¿Necesita algo, soldado? – preguntó Fernando con voz profunda y cercana

Entonces comprendió…

¿Ahí??  ¿Quería que se lo pidiera ahí mismo en la puerta?... ¡Oh Dios!… ¡Cada vez era algo nuevo y todo le encantaba, pero esto… ay!  iba a morir de vergüenza. Rai sintió que sus mejillas ardían y su cuerpo se agitaba inquieto.  El capitán esperaba…

-. Si, capitán. Yo… yo vengo a pedirle…

Tuvo que detenerse porque no podía pronunciar las palabras… se le atoraban antes de salir…

-. ¿A pedir qué, soldado?

-. Vengo a pedirle que me castigue, capitán – soltó Raimundo de una sola vez con el rostro ardiendo de vergüenza

Fernando agradeció que el chico no lo estuviera mirando en ese momento. El sabor de sus palabras le producía un estado de efervescencia muy grande… la sumisión que el soldado le demostraba hasta ahora eran lo más exquisito y excitante que conocía…  No era un sentimiento que pudiera comparar con nada anterior. no sabía de otra cosa que pudiera comparar con este sentimiento nuevo tan excitante. Dejó que una vez más, la deliciosa sensación de comenzar a controlarlo lo recorriera mientras sus ojos contemplaban al soldado. Luego, se movió hacia un lado y le indicó que pasara.

-. ¿Cree que necesita ser castigado, soldado?

Raimundo abrió muy grandes los ojos… ¿Cómo? ¿Qué nuevo juego era este?  Su castigo era en lo único que había estado pensando las últimas 24 horas. SI!! Mil veces sí!!.. no podía negárselo… lo deseaba… lo quería… necesitaba su castigo!!

-. Si, capitán – respondió de prisa

-. ¿Por qué?

Fernando estaba volviéndose experto en el arte de controlar sus ganas de comérselo. Lucía muy relajado cuando se acercó hasta el lugar donde mantenía las fustas y parecía dedicar tiempo a elegir una.

Raimundo estrujaba su cerebro buscando la respuesta adecuada. ¿por qué lo necesitaba?… pues… Porque se lo había ganado… porque era suyo… porque quería sentir sus manos en su cuerpo… porque… De pronto, le pareció que lo correcto era decirle la verdad… era humillante… era mortificante… pero quería decirlo porque le nacía del alma compartir otro pedazo de su intimidad con el único ser en el mundo que podía entenderlo y no juzgarlo… Que increíble sensación de libertad le producía expresar en voz alta lo que en verdad quería

-. Porque lo deseo, capitán

Su voz sonó muy despacio, pero fue suficiente para que tocara fibras sensibles en el capitán Ahumada. La respuesta sincera lo había complacido sobremanera.

-. Lo desea… – repitió ya con la fusta en la mano. En un movimiento rápido y certero, estuvo detrás de Raimundo y cruzó la fusta por su cuello atrayéndolo hacia atrás, contra su cuerpo

-. ¿Usted desea que lo castigue, soldado?

Rai presionó su cuerpo contra él. El calor de ambos cuerpos fusionándose se sentía increíble.  Una vez más, deseó poder girarse y abrazarlo de frente.

-. Si, capitán

El capitán tocó su torso, seduciéndolo… mordisqueó su oreja y se dio el gusto de saborearlo, pero lo mantenía sujeto de tal manera que Raimundo no podía hacer lo mismo con él ¿Era eso parte del castigo?  De pronto la mano de Fernando bajo por el frente de sus pantalones y lo sorprendió deteniéndose sobre su erección

-. Veo que me ha extrañado, soldado – indicó presionando y recorriendo la forma de su miembro por sobre la ropa

Oh Dios… se sentía tan bien… la mano del capitán estimulando su miembro… Si. Si y sí. Lo había extrañado y odiaba los días en que no podía venir a verlo. Se reconocía completamente adicto a su capitán… quería estar con él dia y noche…

-. Si… me ha extrañado mucho, soldado – sonaba tan complacido y seductor… tan dueño de lo que hacía.

Raimundo reclinó su cuerpo hacía atrás abandonándose a las sensaciones… Fernando tenía un cuerpo grande y sólido que amaba sentir contra el suyo. Rai se removió buscando más roce, más contacto… de pronto sus nalgas captaron con claridad la dureza de la erección de capitán. ¡Oh Dios! Se sentía grande y caliente. No pudo evitar que las palabras se escaparan antes de pensarlas

-. Mmhhh… creo que no soy el único que extraña en esta habitación, capitán – se atrevió a responder con una gran sonrisa y la voz llena de arrogancia – puedo sentir que usted también ha pensado en mi– sus palabras acompañadas de un roce intencional contra la entrepierna del capitán

El descaro de la respuesta provocó a Fernando. ¿Cómo se atrevía el mocosillo descarado a hablarle de esa manera? Su mano sostuvo con fuerza el miembro de Rai mientras que de su boca salía una amenaza

-. ¿Insolencias, soldado? – preguntó medio divertido medio amenazante – eso le va costar caro

¿Qué le iba a ordenar? ¿Se había equivocado al provocarlo? El juego era maravilloso…  Rai estaba expectante

Fernando movió la fusta del cuello y la fue bajando por el cuerpo de Raimundo. El roce del cuero duro junto con su miembro aprisionado en la mano de Fernando le causaban espasmos de placer

-. Quítese la ropa – ordenó deteniendo la fusta justo en la entrepierna de Rai

-. ¿Toda la ropa, capitán?

Raimundo lo miró de frente… Fernando no podía decidir si ese rostro angelical estaba preguntando con toda inocencia o si tras su hermosa apariencia, lo continuaba provocando. Podría mirarlo mil veces y nunca dejaría de sentirse conmovido por su rostro

Fue alzando la fusta hasta detenerla bajo la barbilla de Raimundo y obligarlo a alzar el rostro hacia él

-. Toda, soldado

Rai tragó saliva… hasta ahora nunca se había desnudado por completo… Había dicho que haría lo que fuera, ¿no?

Una a una se quitó las prendas bajo la atenta mirada de Fernando, luchando contra la vergüenza. Cuando solo quedaba su calzoncillo, la fusta golpeó suavemente su mano para detenerlo. Rai la quitó al instante.  Fernando se acercó. Deseaba quitárselo él. Frente a frente… tan cerca que Raimundo sentía sobre su pecho la tela del uniforme del capitán. Cerró los ojos cuando las manos de Fernando se posaron en sus hombros y de ahí comenzaron un camino por todo su pecho y espalda. 

-. Esta temblando…

-. No. Capitán

Pero si lo estaba… se estremecía de deseo… de un sentimiento sin nombre al saberse desnudo y vulnerable. Un jadeo entrecortado marcó el momento en que las manos de Fernando fueron bajándole el calzoncillo. Lo sintió caer a sus pies. Ahora, estaba completamente desnudo.

-. Era verdad – dijo Fernando retrocediendo para mirarlo mejor – apenas si tiene vello en la piel

La mano del Fernando en su vientre, avanzando hacia su miembro erecto

-. Capitán… – gimoteó

Fernando no respondió. Tenía entre sus dedos algo mucho más interesante. Masajeó moviendo el dedo pulgar y el pene del soldado respondió de inmediato, volviéndose aún más duro y agitándose sin control. La vergüenza se apoderó de Raimundo. Iba a tener un orgasmo en ese mismo minuto. No podía controlar lo que sentía

-. Ca..pitán… –  volvió a pedir

Entonces Fernando se detuvo y alejó su mano.

¿Qué?? Pero….  Raimundo casi gritó de frustración

-. ¿Está acostumbrado a conseguir siempre lo que desea, Lariarte?

¿Qué?… no… ¿o sí?… no podía pensar con el miembro hinchado y doloroso anhelando volver a ser acariciado, desnudo en medio de la oficina.

-. Yo… no sé, capitán

-. Es una pregunta fácil. Soldado. ¿Siempre obtiene lo que quiere?

El nivel de su excitación disminuyó. Lo suficiente como para que sus neuronas volvieran a ordenarse y pudiera pensar

-. Casi siempre, capitán

Sus padres, en particular su madre, procuraba satisfacer casi todos sus caprichos en cuanto a gastos y cariño. Sabía que su aspecto físico también lo ayudaba a conseguir muchas cosas. Pero no podía decir que todo, todo, lo que deseaba en la vida lo había conseguido. Prueba de ello era que el capitán era el primer hombre con quien se atrevía a compartir intimidad.

Fernando, ajeno a los pensamientos de Raimundo y embelesado por lo que sucedía en su oficina, solo deseaba ser parte del juego que el mismo soldado había comenzado al provocarlo

-. Al escritorio – ordenó

Rai siguió la instrucción, aunque con mucho gusto se habría quedado donde estaba en espera de una nueva caricia de su mano. Sintió la frialdad del cuero de la fusta en su espalda. El capitán estaba justo detrás de él

-. Separe más las piernas

Lo hizo. Por su mente pasaron pensamientos que lo pusieron nervioso. Él nunca había tenido sexo con otro hombre… la penetración anal no estaba entre sus experiencias… no habían conversado sobre ello… ¿debería decírselo?… ¿O estaba loco por pensarlo?

-. Aahh…

La mano en sus nalgas lo hizo sentir bien y desvió sus pensamientos hacia la realidad del momento. Fernando se movía suavemente, pero con firmeza hacia una dirección determinada. Cuando Rai entendió, se agitó con un nuevo golpe de calor. Iba a decir algo, pero antes de que pudiera articular una palabra, el capitán tenía sus testículos atrapados y él se había olvidado de hablar…

-. ¿Ha visto mi caballo, soldado?

¡Dios! ¿Quería volverlo loco hoy día?… ¿por qué preguntaba y lo obligaba a pensar cuando solo deseaba sentir? ¿A quién le importaba el maldito caballo?

-. Si, capitán – respondió balbuceando.

Fernando no soltaba sus testículos y su mano se movía con desesperante e intencional lentitud. El instinto de Rai lo llevaba a intentar moverse para conseguir más roce, pero cada movimiento era reprimido con un pequeño golpe de la fusta

-. No se mueva, soldado. Es una orden

Oh… Raimundo respiraba jadeando. Se lo había buscado. Mantenerse quieto. Que suplicio.

-. Mi caballo se llama Remanso. Es muy fiel y dócil. Un buen caballo

¿Cómo podía pensar en un caballo cuando se había pegado a su espalda y le estaba hablando al tiempo que sus labios lo tocaban y dejaban un rastro de calor y humedad por su piel?

-. A veces, muy pocas veces, Remanso amanece atravesado y con ganas de provocarme

Rai detuvo sus movimientos… ahora atento a cada gesto y palabra

-. Esos días tengo que recordarle quien es el que manda – dijo el capitán, retirando su mano y alejándose un paso hacia atrás

¡Mierda! ya sabía hacia donde iba la conversación.

-. ¿Qué hace con Remanso, capitán? –preguntó girando la cabeza

Debería haberlo sabido…

La fusta lo tomó por sorpresa… se había concentrado en las caricias de Fernando y el deseo que crecía en su interior. El golpe fue doloroso a la vez que excitante. Rai arqueó su cuerpo y abrió la boca, aunque contuvo los sonidos de dolor

-. Le recuerdo que no debe jugar conmigo

Agua… escuchó agua correr por unos cuantos segundos y luego Fernando estaba a su lado

-. Si me provoca… yo respondo, ¿entiende?

-. ¡Aaaahhh!!!

No pudo contener el quejido cuando la mano congelada del capitán volvió a tomar su pene. El brusco cambio de temperatura era doloroso y lo volvía loco. Su pulgar, gélido a causa del agua fría que había hecho correr por su mano, lo masajeaba con una mezcla de placer y suplicio.

-. ¡Ya entendí, capitán!! – anunció Raimundo gimoteando

-. Si. Yo sé que ya entendió.

Las caricias se detuvieron y Raimundo se vio tomado de los hombros sorpresivamente. Fernando lo obligó a girar y mirarlo de frente. El capitán tomó la mano de Raimundo y la puso sobre su entrepierna, donde claramente se notaba su erección

-. Me levanto así… me voy a trabajar así y cada vez que lo pienso, vuelvo a tener una erección

¡Cielos! Le hablaba tan cerca y tan serio que Raimundo se sentía intimidado. Su mano era presionada contra la erección del capitán y podía palparla claramente

-. Yo también siento, Lariarte.

Raimundo no se explicaba de donde le nacían las acciones a veces

-. Y yo también, capitán… pienso en usted cada minuto del día – su voz era dulce, cariñosa y muy suave.

Rai se deshizo de la mano que presionaba la suya, pero no se alejó de la entrepierna, sino que, todo lo contrario, con la otra mano fue ayudándose a buscar y abrir el cinturón y luego el cierre del pantalón. Los suspiros del capitán llenaban completamente el cuarto

-. ¿Puedo, capitán?

¿Quién en el mundo podría negarle algo a ese rostro precioso que preguntaba con tanta docilidad?

Fernando asintió. Raimundo terminó de abrir el cierre y con más agitación de la que había sentido jamás en la vida, tomó el miembro del capitán entre sus manos… suspiró asombrado. Solo era un miembro masculino, ancho, largo y extremadamente duro, pero era la primera vez que sostenía uno de frente y se había hecho cargo de la misión de llevarlo al orgasmo, aunque se le fuera la vida en ello. Con un par de movimientos, sus posiciones cambiaron; Fernando quedó apoyado contra el escritorio mirando de frente a Rai mientras este tocaba con cautela el miembro sin poder salir del asombro…

-. Ah Lariarte… – suspiró con urgencia el capitán

¿Se atrevería?… ¡Dios!! ¡Lo deseaba tanto!!! ¿cómo sabía? ¿Dulce, salado, suave, caliente? Miró al capitán antes de intentarlo, pero Fernando mantenía los ojos cerrados, la respiración entrecortada y jadeante… estaba disfrutando cada momento de lo que estaban viviendo. Bajó el rostro lentamente… asustado de muerte… empoderado… atrevido… Con sus labios suaves y húmedos besó la coronilla. Fue recompensado al escuchar un gemido de placer y sentir la mano de Fernando acariciándole la nuca. Señal de que iba bien encaminado. Se atrevió a abrir la boca y tocar apenas… Por Dios!! Estaba caliente, tan tieso como una roca y se acercaba hacia su boca. Entonces no le quedaron más dudas y Raimundo se atrevió a separar los labios y chupar la piel, besarlo, sacó su lengua y lamió… asombrado de su propia audacia… mmhhh ¡Dios!!  Era el mejor sabor del mundo y lo querría por siempre en su lengua. Cuando su boca ya no pudo tragar más, se retiró hacia atrás y lamió desde la punta a la base. Era ampliamente recompensado con los sonidos de placer que Fernando emitía y los dedos que agarraban firmemente su cabello corto. Raimundo, con una mano sujetaba el miembro mientras la otra había iniciado un trabajo de descubrimiento y se aventuraba en busca de sus testículos.  No podía creer lo que estaba haciendo. Sus ojos abiertos frente a los genitales del capitán no se perdían detalle de lo que veía, olía, y sentía. El vello oscuro enmarañado y sedoso en la base del pene y subiendo por su vientre, la sedosidad de la piel hacia los testículos, los movimientos agitados del pene. Los envolvió cuidadosamente con la otra mano y los fue masajeando. Su boca se mantenía ocupada… Fernando le ayudaba a marcar el ritmo que necesitaba con la mano en su cabeza.  De pronto todo adquirió un ritmo de excesiva rapidez; el pene entraba y salía de su boca con furia, Fernando se arqueaba. Raimundo sintió los testículos endurecerse y subir… el capitán gimió ahogadamente y el líquido cremoso salió de la punta de su pene en un chorro que cayó sobre él.   Ambos gimieron juntos; Fernando había llegado al orgasmo y Raimundo estaba exultante por haberse atrevido a tocarlo y llevarlo al clímax. No cabía en sí de alegría, orgullo y satisfacción… Todo había sido tan hermoso y diferente a lo que él siempre había imaginado. Con el capitán todo era perfecto…

-. Lariarte…

Fernando recuperaba el aliento. Nunca había imaginado que un hombre pudiera lucir tan bien jadeando, con el pelo húmedo y desordenado… su admiración por Fernando aumentaba cada segundo.

Entonces, el capitán estiró la mano y la pasó por la mejilla de Raimundo recogiendo parte de su propio semen. Sonrió con los ojos oscuros brillando y movió la mano en dirección a los labios abiertos de Rai.

¡Oh Dios!! Podía sentir la cremosa suavidad en su boca… el sabor de Fernando en su lengua. Lamió los dedos ansiosamente. Su erección firme como roca presionando contra la tela del uniforme del capitán.

-. Eso estuvo… muy bien – dijo el oficial con voz satisfecha

Fernando acaricio la mejilla de Raimundo y, tomándolo de la nuca, lo acercó hacia él sin importarle el líquido que aun manchaba su rostro. Por un segundo, los ojos del joven soldado se quedaron pegados en los labios del capitán… pero su cabeza fue desviada hacia el hombro donde le permitió apoyarse. Rai suspiró. Los latidos en el pecho de Fernando aun retumbaban fuerte. Rai sentía los dedos del capitán acariciando su cabeza

-. ¿Cree que pueda aguantar? – preguntó el capitán.

Rai tuvo que hacer un esfuerzo para escuchar y entender. Estaba tan a gusto donde estaba… ¿aguantar?… Si, claro. Él podría aguantar los golpes de su fusta o de su mano sin problema. Es más, los deseaba ya mismo

-. Si. Puedo aguantar lo que usted desee, capitán

Fernando sonrió sabiendo muy claramente que Raimundo no había entendido lo que él preguntaba, tal y como era su intención. 

-. Es lo que hago con Remanso – susurró cerca del oído de Rai sin haber dejado de acariciarlo ni un momento

¿mmmhh? El caballo de nuevo… ¿Qué estaba pasando?

-. ¿Qué cosa? – preguntó Raimundo absolutamente confundido

-. Lo privo de lo que le gusta hasta que aprende que provocarme trae consecuencias

En ese momento, la mano del capitán bajó hasta envolver el miembro erecto de Raimundo

-. Me alegra saber que puede aguantar, soldado.

Fernando lo miraba atentamente. Pudo ver reflejadas en sus ojos todas las emociones que pasaron por la mente de Raimundo al darse cuenta cuál iba a ser su castigo esa noche. Su rostro cambiaba de expresiones a la velocidad de la luz y todas eran hermosas. Incluso ver sus ojos despidiendo chispas fogosas de enojo. Aaahhh… como le gustaba todo de Lariarte. Entonces, en un acto final, el capitán tomó ambas manos del soldado y las levantó hasta que estuvieron frente al rostro confundido de Raimundo

-. Y estas dos… nada de tocar ni juguetear. ¿Entiende soldado?

Raimundo se había quedado mudo…

¿En serio lo iba a dejar así?… y más encima le estaba prohibiendo masturbarse… pero… no podía hacerle eso!!!

-. ¡Capitán!!!

Su voz fue más bien una súplica

-. 48 horas soldado. Estoy seguro que será un buen ejercicio para un niño mimado, acostumbrado a salirse con la suya.

-. Capitán, yo no soy un niño mima…

-. ¡Silencio, soldado! Le estoy dando una orden y quiero saber si va a cumplirla

Frente a frente…  Fernando nunca le había hablado tan golpeado y lo miraba fijamente en espera de una respuesta.  Raimundo temblaba y parecía a punto de estallar en una rabieta peligrosa, respiraba como animal furioso y se veía deslumbrantemente hermoso, lleno de rabia. Pero entonces algo cambió… sus ojos podían tal vez ser los más hermosos, pero la mirada del capitán era irresistible… su autoridad y decisión eran incuestionables y si él le estaba pidiendo ese sacrificio…

-. Si, capitán. Si voy a cumplir – respondió con voz trémula, bajando el rostro.

Fernando respiró tranquilizándose. Por un instante, al ver la mirada irritada de Lariarte, llegó a pensar que estaba pidiéndole demasiado y que el soldado le iba a hacer una rabieta con todo, ahí mismo en la oficina.  Habría sido el fin de lo que tenían juntos. Entendía claramente que Lariarte venía de un mundo donde siempre primaba su voluntad. Se había arriesgado mucho y lo sabía, pero deseaba tanto controlarlo, ser más importante que la voluntad del soldado.

-. Bien. Será una nueva experiencia

Fernando se acomodó la ropa aun sabiendo que tendría que ducharse dentro de poco.

Raimundo se vistió de prisa, con los labios apretados y el cuerpo en tensión. Se limpió el rostro con su propia ropa y se cubrió completamente con la gruesa chaqueta. Tendría que lavar toda la ropa antes de dormirse y dejarla cerca del fuego. Su erección había disminuido. De todas las cosas difíciles que había compartido con el capitán, esta le parecía la peor de todas

-. Buenas noches, capitán – dijo con la mano en la puerta, sin atreverse partir sin despedirse

-. Buenas noches, soldado.

Rai pensó que en cuanto saliera de la oficina iba a ponerse a llorar, sin embargo, no fue así. El aire frío lo ayudó a despejar su cabeza. Tenía sentimientos encontrados dando vueltas en su mente. No podía olvidar la belleza del momento en que había llevado al capitán al orgasmo como tampoco podía olvidar la crueldad de su castigo

-. Conchesumadreeeeee…

No podía gritar, pero repitió la palabra como un mantra hasta que llegó al dormitorio.

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