Capítulo Veintiocho

El sol brillaba con fuerzas al cuarto día y el cielo estaba asombrosamente despejado.  Dejaron la cabaña contentos, con deseos de aventura, abrigados y con las manos tomadas. Fernando guiaba a través de la espesura vegetal

-. ¿Dónde vamos? – preguntó Rai ansioso… dándose recién cuenta que el tiempo pasaba demasiado de prisa y quería hacer de todo con Fernando – ¿Vamos a ver la cascada de nuevo?

-. No. Voy a mostrarte algo diferente – respondió Fernando con su habitual aire de misterio

-. ¿Qué? ¿Qué hay?

Demasiada energía… demasiada felicidad… Raimundo no recordaba cuando había sido la última vez que se había sentido tan bien, tan alegre de las cosas simple, tan acompañado y querido… tan en paz consigo mismo y con la naturaleza a su alrededor.

-. ¿Alcanzas a ver esas copas de los árboles allí adelante? – preguntó el capitán indicando hacia el frente. – esas que parecen conos

Rai miró, pero le faltaban un par de centímetros para tener la misma vista que Fernando veía. Solo un segundo de frustración… Fácil. Él podía. Se demoró un segundo en tomar consciencia del terreno y lugar donde se encontraba. Se soltó de la mano de Fernando y corrió dando un salto y rebotando en uno de los troncos para caer sobre una rama y seguir deslizándose hacia arriba. En un par de segundos estaba encaramado en lo alto de uno de los árboles cercanos.

La escapada de Raimundo tomó desprevenido al capitán que siguió su trayectoria sorprendido.

-. Si. Si los veo – sonaba triunfante y arrogante. Como si hubiera escalado el Everest, él solito

Fernando lo miró primero con asombro y luego sonrió…  su habilidad era increíble. A él, tan perfeccionista y controlador, le costaba encontrar algo o alguien a quien admirar, pero la destreza de Raimundo realmente lo sorprendía. Desaparecía en segundos… volaba sobre las rocas y saltaba de rama en rama como si tuviera alas… como si fuera un ser etéreo y celestial… poseía una extraordinaria capacidad y la llevaba a cabo con tanta gracia y majestuosidad. Manejaba su cuerpo como una herramienta de precisión.

-. No sé cómo lo haces

-. Fácil. Si quieres te enseño – respondió el mocoso altanero

-. Cuidado, soldado. Tengo la fusta en mi equipaje

Fernando expandió su sonrisa… Ahora que lo conocía mejor, estaba comenzando a gustarle el descaro de Raimundo cuando no iba dirigido contra él

Era un bosque de alerces enclavado cerca de un lago. Un terreno de acceso particularmente difícil albergaba a estos seres de impresionante tamaño y altura. Altas copas de un color verde intenso sobre enormes troncos milenarios, tapizados de musgos y flores. Raimundo se sintió impresionado de inmediato. No se explicaba cómo la naturaleza se había hecho un lugar propio dentro de su corazón y lo emocionaba y sorprendía con su cargamento de inigualable belleza.  El lugar era sombrío debido al tupido bosque y reinaba allí mucho silencio y paz. No sabía cómo describirlo, pero Rai sintió como si se encontrara en presencia de antiguos seres mitológicos…

-. ¿Qué edad tienen? – preguntó acercándose a tocar uno de ellos con respeto y admiración. Ni aún con sus brazos extendidos a plenitud alcanzaba a rodear la cuarta parte del grosor del tronco

-. No sé con exactitud, pero posiblemente más de mil años

¡Mil años!!!… él apenas llevaba diecinueve años respirando en el planeta…

Caminó entre los árboles, alejándose de Fernando quien permaneció observándolo. Raimundo fue mirándolos los troncos de uno en uno como si deseara grabarse los intrincados diseños de la corteza y las ramas en la memoria.  Escuchaba el sonido de sus pasos sobre las hojas, ramas y musgo del suelo…  Nadie había pisado allí mismo quizás en cuanto tiempo. Le fascinaba la idea de ser pionero en algo… sobre todo de estar en ese lugar en compañía de Fernando

-. No vayas a subir sobre ellos. El musgo es muy resbaloso – advirtió el capitán anticipándose

No. Ni siquiera lo había pensado. No quería perturbar la paz de ese pequeño santuario de la naturaleza. Solo quería respirar el mismo aire que esos gigantes y admirar su belleza

-. No. No voy a subir a ellos

-. Ven – dijo él, tomándolo de la mano – quiero mostrarte algo más

Rai se dejó llevar. Estaba maravillado de caminar entre aquellos inmortales

.- Ooohhhhh

Un suspiro profundo escapó de sus pulmones ante el nuevo paisaje que descubría de la mano de Fernando. Habían llegado al borde de la laguna… el agua, quieta como un espejo, reflejaba el paisaje de los bosques y montañas cual espejo de agua… había que mirar con cuidado para saber dónde terminaba la realidad y comenzaba el reflejo. Como si aquello no bastara para maravillar, en uno de los costados de la laguna, a continuación del bosque, surgían los restos de troncos desnudos desde el agua… agujas antiguas espigadas y solitarias elevándose hacia el cielo 

-. Es tan bonito…

Raimundo estaba demudado por la emoción que le producía el paisaje… su mano sostenida por el capitán elevaba aún más la sensación de estar viviendo un instante especial

-. Gracias – dijo acercándose a él – creo que es lo más hermoso que he visto – lo besó de manera diferente… sin connotación sexual sino con delicadeza y ternura… con un enorme agradecimiento por todo lo bello que aprendía a su lado. Fernando, como si entendiera con claridad las emociones que Rai experimentaba, respondió al beso de igual manera… sostuvo su cabeza entre las manos y beso sus labios dulcemente

-. ¿Podemos quedarnos un rato aquí?

Quería que su mente registrara el paisaje y lo guardara para siempre.

Fernando buscó uno de los tantos troncos caídos, dejó la mochila sobre él y se sentó sobre el suelo usando el tronco de respaldo

-. Ven conmigo – pidió estirando su mano y separando sus piernas para que Rai se sentara entre ellas

-. Háblame de este lugar – Pidió Rai – Dime dónde viven los duendes y las hadas… Cuéntame lo que sepas y lo que no sabes, puedes inventarlo, capitán

Se acomodó entre las piernas de Fernando y apoyó su espalda contra su pecho, reclinó su cabeza hasta quedar sobre él. Que calma… que paz… tanta alegría y tranquilidad que no sabía que podía existir. Los brazos de Fernando lo rodeaban mientras su voz le contaba lo que había logrado aprender del terreno mientras estuvieron en ese campamento. Interrumpía su hablar para dejar besos sobre el cabello de Rai… para rozar su mejilla con la suya… para entrelazar sus manos con las de él y para escuchar su risa cuando le contaba alguna locura recién inventada sobre el lugar

-. No hay naves alienígenas saliendo del lago a medianoche– replicó Raimundo sin despegarse de su pecho, con la sonrisa en la boca tras escuchar el invento del capitán

-. No sabes… tú no las has visto – susurró buscando lamer la curva de su oreja… tan pequeña y deliciosa

-. ¿Y tú sí las viste? – las manos de Rai vagaban por los muslos del capitán

-. No. Pero me lo contaron – ¡Dios! Quería bajar el cierre de la chaqueta para tocar la piel de su soldado

-. No sabes mentir – acusó Raimundo ladeando su cabeza para encontrarse con los ojos de Fernando muy de cerca

Comenzó como un beso gentil… un suave roce de labios… un traspaso de aliento… un aleteo de mariposas… pero Fernando capturó el labio inferior y comenzó a chuparlo… las manos de Raimundo respondieron hundiéndose en los muslos del capitán… le gustaba apretar su carne firme, extender sus dedos y no alcanzar a rodear el grosor de sus músculos… le gustaba Fernando a rabiar… su rostro fue capturado y retenido entre las fuertes manos para intensificar el beso que comenzaba a adquirir sabor a pasión… las lenguas se juntaron y enredaron… ambos se movieron para poder tocarse mejor… la pequeña chispa había dado inicio a la llamarada lujuriosa que los abrasaba. Comenzaron a quitarse la ropa a tirones, olvidándose del frío.

 -. Hazlo con calma, por favor, capitán – pidió Raimundo – quiero que sea especial.

-. Como ordenes, mi soldado – murmuró extasiado en mirarle el cuerpo desnudo.  Se dio el trabajo de cubrirle el cuerpo de besos… de excitarlo rozando sus partes sensibles con una rama de hojas suaves hasta que lo escuchó jadear… lamió su miembro con largos y profundos lengüetazos y chupones… lo miró a los ojos con ternura, cariño y deseo intenso

-. De pie, Raimundo – ordenó y él obedeció de inmediato.  Desnudos ambos, caminaron de la mano hasta el primer árbol. Allí, en medio de la naturaleza más hermosa y salvaje, Fernando lo envolvió por la espalda y lo fue presionando hasta que el torso de Raimundo tocó la corteza. Sin que se lo pidiera, Rai estiro sus brazos intentando abrazarse al tronco, separó las piernas y se dejó seducir… le ofreció su culo y todo su cuerpo. Fernando supo estar a la altura que Raimundo deseaba. Era la primera vez que lo penetraba con calma y ternura… llenándolo de besos y caricias sin prisa… repitiéndole que no había nada más hermoso que él… que estaba loco por su cuerpo… que el placer de poseerlo era lo mejor que le había sucedido en la vida… inventó palabras bonitas, dulces y nuevas, para dejárselas en su oído, para liberarlas al viento… para gemirlas en medio del bosque

Raimundo escuchaba en éxtasis… alzaba la vista y veía el cielo despejado a través del follaje del árbol… sentía la agradable aspereza de la corteza en sus genitales y al capitán que lo iba llenando por atrás con suavidad… sujetándolo… remeciéndole el alma.

-. Nunca voy a dejar de desearte… – Fernando entraba y salía de él con una pasión nueva… más lenta y pausada… tratando de prolongar el placer

-. Ni yo a ti – respondió Rai apoyando su rostro sobre el árbol como si fuera un querido amigo… estaba en el momento más mágico de su vida… tan feliz que las lágrimas rodaron por anticipado de sus ojos

-. ¿Duele? – preguntó Fernando deteniéndose al verlo llorar

Rai asintió, pero aclaró de inmediato

-. Me duele el corazón de tanta felicidad. Capitán

-. Mi soldado… mi precioso y angelical soldado

Lo abrazó… lo contuvo… se unió a él con la ternura nueva que le nacía con su soldado… lo besó hasta el cansancio y llegaron al clímax con una paz interior nueva que era maravillosa

.

El momento de volver llegó demasiado de prisa. El domingo después de mediodía, en silencio, cargaron los bultos en el vehículo. Raimundo tenía un sentimiento de pesar…

-. Estaremos bien. No me pongas esa cara – lo tranquilizó Fernando que no quería verlo triste

-. Pero… en el campamento no será igual

-. No. Es verdad. Pero estaremos en el mismo lugar y encontraré la forma de pasar más tiempo juntos – se aproximó a Rai y le acarició la mejilla… lo besó despacio… fue introduciendo de a poco en la boca… cuando tuvo la lengua a su alcance ya no pudo contenerse.

-. ¿Cómo crees que podría dejar de querer besarte?

Fernando también estaba preocupado, pero se negaba a demostrarlo. Los días que habían pasado juntos eran, sin duda, los mejores de sus vidas y sería difícil repetirlos. Pero no imposible. Tenía muy claro que en el campamento sería diferente y no podrían tocarse ni buscarse y habría que disimular todo el tiempo. Lo habían conversado en tono alegre una de las tardes mientras estaban desnudos en la cama… pero quizás, en el fondo, a ambos les afectaba más de lo que eran capaces de admitir.

-. Raimundo… – Fernando pegó su frente a la del joven soldado y entrelazó sus dedos con los de él – me gustas mucho. No voy a poder alejarme de ti. Dame unos días y encontraré la forma de que tengamos tiempo

Rai mantuvo su frente pegada a la de Fernando… estaba triste. Si hubiera podido elegir se habría quedado a vivir allí, con él, para el resto de su vida. No necesitaba nada más. Todo lo que lo hacía feliz se encontraba junto ahí delante de sus narices… y tenían que dejarlo para volver a la ciudad y luego al campamento con muchas otras personas.

-. Si. Está bien, capitán. Yo entiendo

Subieron al vehículo luego de comprobar que todo quedaba en perfecto orden y tal como lo habían encontrado. El viaje de vuelta fue silencioso… excepto por las manos unidas y las miradas tristes. Parecía que ambos deseaban que el camino se alargara eternamente y la ciudad no apareciera nunca. Cuando estaban a pocos kilómetros de que apareciera la civilización, Fernando detuvo el vehículo a la orilla y se abrazó a Rai con desesperación. El chico correspondió de la misma manera… se habían acostumbrado a estar juntos, a compartir suspiros y cuerpos… ¿Cómo iban a poder continuar?

-. ¿Vas a ser fuerte mi precioso soldado? – preguntó Fernando sin creer el nivel de emoción que estaba alcanzando

Rai respondió asintiendo… apenas moviendo la cabeza

-. Necesito que lo seas, Raimundo. – exigió Fernando

-. Si. Si puedo. Lo seré – respondió Rai porque sintió que Fernando necesitaba escucharlo para estar tranquilo.   Él no lo estaba. Moría de preocupación… de saber qué iba a pasar ahora con ellos. ¿Cómo sería volver a servirle el desayuno rodeado de toda la unidad sin poder tocarlo o hablarle?… mierda… conchesumadreee… sabía cómo iba a ser. Horrible. Dolía por anticipado.

La ciudad se abrió ante ellos. Fernando manejaba lentamente con una mano en el volante y con la otra, sobre el asiento, mantenía apretada la mano de Rai

-. ¿Puedes dejarme aquí? – preguntó de improviso Raimundo.

Fernando lo miró sorprendido

-. ¿Aquí? ¿No vas al regimiento?

-. No. Yo no tengo que llegar al regimiento hasta la noche. Voy a casa de Don Hernán, Quiero saber cómo está

Fernando pensó en una razón bastante especial por la que no le gustaba esa idea… el hijo de Hernán era gay y lo había visto abrazarse y tocar a Raimundo… pero mantuvo silencio al respecto. Confiaba en Rai y no iba a preguntar u objetar por celos absurdos.

-. Te llevo hasta su casa – ofreció

-. No. Por favor. Quiero… caminar

-. Raimundo…

-. No sabría cómo explicar si me ven aparecer en tu vehículo y contigo. Además… en serio quiero caminar y… solo caminar

Fernando entendió. Caminar, tranquilizarse, comenzar a aprender a guardar distancia, pensar con calma… estar un poco triste… ¡Mierda!! Habían vivido unos días que atesorarían por siempre y volver a la realidad no resultaba fácil. Tendría que pensar de prisa cómo iban a hacerlo de ahora en adelante porque si una cosa tenía clara era que no quería terminar lo que había entre ellos.  Detuvo el vehículo en una esquina a un par de cuadras de distancia de la casa de Don Hernán.

Rai abrió la puerta de inmediato. Odiaba las despedidas largas y además… ni siquiera podrían despedirse como le hubiera gustado

-. Te veo más tarde – dijo empezando a caminar

-. ¡Raimundo!

Se detuvo automáticamente. Respiró profundo antes de girarse a verlo

-. Nada de lo que sentimos y vivimos ha cambiado entre tú y yo – aseguró Fernando

Rai volvió a asentir sin hablar. Le creía. No cambiaba lo que sentían… era solo que ya no podían expresarlo. Se miraron por espacio de varios segundos… Rai adoraba los ojos oscuros del capitán, tan serios y brillantes… dominantes y confiados, la expresión de su rostro… adoraba todo de él… incluso la preocupación que veía en su rostro ahora. Bajó los hombros… Desanduvo sus pasos hasta llegar frente al rostro del capitán

-. ¿No ha cambiado lo que sientes? – preguntó Rai

Fernando movió la cabeza y sonrió como si le hablara a un niño pequeño

-. No. ¿Acaso ha cambiado lo que tú sientes?

Rai se alegró de escuchar seguridad en su voz.  ¿cambiar lo que él sentía? No. Nada. Ni un poquito. No pudo evitar sonreír en medio de la tristeza

-. No. Nada

Esos momentos en que se miraban y se hablaban sin palabras eran especiales e intensos… se comunicaban tan bien mediante las miradas silenciosas…

-. ¿Te veo más tarde entonces? – preguntó Fernando más tranquilo

Raimundo asintió. Justo antes de que el vehículo comenzara a avanzar, Rai volvió a hablar

-. No te di las gracias – dijo tocando su brazo apenas con la punta del dedo en una caricia oculta – Fueron los días más bonitos que he vivido en toda mi vida

-. Sí que lo fueron – respondió el capitán con igual emoción en la voz

-. Lo veré más tarde, capitán – dijo Rai cambiando la voz y alejándose de prisa con su mochila en la espalda.

Fernando lo miró alejarse… quería correr tras él. Quería comérselo a besos como lo habían hecho tantas veces en la cabaña… ¡Demonios! Esto no iba a ser fácil, pero encontrarían la manera… estaban unidos y aprenderían a superar un obstáculo más, así como ya habían superado todos los anteriores. Quien hubiera dicho que la aventura de pasar una semana juntos dejaría una marca tan profunda en sus vidas.

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