Obsesión.
II
Elías
Tengo un nudo en el estómago. Es extraño despertar en medio de la noche y que sea esta sensación la que describa cómo me siento, pero así es: tengo el estómago apretado, y no sólo eso, los puños también. Hago un enorme esfuerzo por recuperar mi capacidad de movimiento y aflojar las manos, mientras me insto a sosegarme lo suficiente como para empezar a respirar con normalidad.
No recuerdo lo qué estaba soñando, pero tengo la certeza de que lo que sea que haya sido era malo, porque el corazón me corre desbocado en el pecho. No hay alivio al despertar. Es incluso peor aquí afuera, en la realidad.
Algo que no logro definir, ubicar o explicar, me roba la tranquilidad. De nuevo me asalta la sensación de inquietud que lleva demasiado tiempo soplándome en la nuca. Miro con desconfianza hacia el rincón más oscuro de mi habitación; ese que, a pesar de dormir con las cortinas abiertas de par en par, no es alcanzado por el resplandor de las luces eléctricas que se cuelan a través de la ventana durante estas horas de penumbra. Soy como un niño pequeño con terrores nocturnos, lo sé, lo reconozco, y no me siento nada orgulloso de ello.
Enciendo la lampara a mi lado. Lo hago con rapidez después de haber estado paralizado, también con miedo, sin despegar los ojos del rincón. Y, de nuevo, me decepciono de mí mismo. Sabía que no habría nadie allí, que era improbable y, aun así, en el fondo, esperaba que algún par de ojos me devolvieran la mirada, para, con ello, finalmente tener una respuesta que me devuelva la paz. Una razón para mi constante miedo.
Saber… solo necesito saber. Necesito algo más que solo sospechas.
Mis días se han llenado de una sensación agobiante que hace mucho rebasó los límites de lo que es comprensible y sano. La tranquilidad, que antes era mi fiel compañera, y a la que no aprecié lo suficiente hasta que la eché en falta, me saluda a lo lejos, burlándose de mí, perdiéndose en el horizonte. Hace tiempo es algo con lo que sólo consigo soñar: La persigo, la araño, apenas rozándola, sólo para ver cómo se me escapa entre los dedos.
Extraño dormir tranquilo y vivir mis días sin mirar sobre mi hombro cada cinco minutos. Detesto a este ser miedoso e inseguro en el que me estoy convirtiendo. Aborrezco esta tristeza que me corroe y me asfixia, esta debilidad de carácter es exasperante. Lloro todo el tiempo, y lo odio. Yo no soy este tipo de persona, juro por Dios que no lo soy. Siempre he sabido cómo lidiar con mis desgracias, las pocas de ellas que me han tocado en la vida. Sé que es normal estar triste, que no todo puede ser jubilo constante, pero esto… Siento que esto es demasiado.
Yo era feliz. ¿A dónde se fue todo lo bueno?
Pateo las sábanas lejos de mí, frustrado. Me siento en la cama y, a través de la ventana, me enfrento a la calle silenciosa, a los tejados de las casas que sobreviven a la compra de terrenos para la construcción de pequeños edificios en los que, en lugar de una familia, vivirán diez. Y entonces, además, me entra la nostalgia por la metamorfosis del lugar en el que crecí.
Me enojo, me enojo mucho, porque a estas alturas parezco estar buscando motivos para sentirme aún más miserable. Como si no me fuese suficiente con lo que estoy cargando sobre los hombros. El suspiro que escapa de mis labios interrumpe de manera grosera el silencio de la habitación.
A veces, cuando me doy cuenta de lo mucho que he cambiado, de lo mal que parece estar todo, de la manera en la que mis amigos me miran: unos con lástima y preocupación, otros con un mal disimulado hastío, me espabilo, enderezo la espalda, cuadro los hombros, levanto la barbilla y doy un par de pasos hacia adelante, intentando darme ánimos y tranquilizar a las personas a mí alrededor, invocando a mi viejo yo. Me obligo a sonreír, a ser positivo, a pensar con optimismo, pero esa máscara cae en cuanto pierdo la concentración y me doy cuenta de que mi vida no parece estar dirigiéndose hacia ningún lugar bueno.
Es tan agotador fingir que estoy bien, que entonces también me enojo con los que se preocupan por mí. ¿Por qué no pueden dejarme tener la cara larga y ser miserable en paz? Sé que sus intenciones son buenas, pero preguntarme cada cinco minutos si estoy bien, solo para obligarme a darles la respuesta que esperan escuchar, no me ayuda en nada.
Sé que quieren que esté bien, pero no lo estoy. Nadie me creyó cuando les dije que, en una ocasión, al despertar, alguien estaba en mi habitación, observándome dormir. Alguien me sigue, me acecha desde los rincones, alguien me observa todo el tiempo, robándose mis momentos; pero, claro, nadie más que yo se ha percatado verdaderamente de ello. Yo tengo los rápidos movimientos de alguien ocultándose en las esquinas de mi visión, los demás sólo mi palabra, pues nunca han visto a nadie… Por eso creen que soy inestable, que el dolor me ha consumido hasta este punto. Para ser justo, si esto no estuviera ocurriéndome a mí, creo que yo pensaría lo mismo.
Así que no quiero dar explicaciones, ya no. Me limito a no estar del mejor humor, a no estar en mi mejor momento, y eso parece sacarlos de la comodidad de no tener que preocuparse por mí. Así que he decidido cerrar la boca con respecto a esto, ha debido ser así hace mucho tiempo, y buscar la manera de darle solución por mí mismo. Nadie va a rescatarme de esta absurda situación, los héroes de capa roja ya no existen en mi vida. Hay un hijo de perra asechándome, uno lo bastante listo como para conseguir ponerme los nervios de punta sin que nadie más, aparte de mí, lo vea; y ya he tenido suficiente. Estoy harto de sentir siempre un par de ojos clavados en la nuca, estoy harto de tener miedo y que nada funcione.
He intentado seguir a esta persona, pero siempre consigue darme esquinazo, he intentado ignorarla, pero no logro hacer eso por demasiado tiempo cuando consigo los vellos de mi nuca erizados hasta tal punto, que debo volver la vista atrás para asegurarme de que nadie está caminando sobre mis pasos con, al parecer, el firme propósito de enloquecerme. Tal vez lo único que me queda es forzarme a recuperar la normalidad… Mi normalidad.
Con esto último en mente, ubico entre las sábanas mi teléfono celular.
‘Cuenta conmigo para la fiesta de mañana’ Tecleo a toda velocidad, y luego le doy a enviar, antes de arrepentirme. Esta simple y estúpida acción me hace sentir un poco mejor de una manera absurda. Johan, uno de mis amigos en la universidad, estuvo insistiéndome para ir a esta fiesta de disfraces por semanas, creo que afanado en tratar de distraerme para que deje atrás lo que él insiste en llamar «mi paranoia» y estuve negándome de manera sistemática. Pequeños pasos, me recuerdo, es eso lo que necesito. Quizá tranquilizar a las personas a mi alrededor consiga tranquilizarme a mí también. Nadie dice que no puedo vivir mi vida mientras busco la respuesta, y el culpable, de lo que me está pasando.
El agudo y corto pitido del aviso de una notificación me hace saltar y acelera mi corazón al punto de dejarme con una sensación enfermiza. Blanqueo los ojos, este estado de nerviosismo es ridículo.
‘Me alegro por ti, pero pudiste esperar hasta mañana para decírmelo, anormal. Son las jodidas 2:00 de la mañana’
Me rio. Si hay algo que puedo asociar con la normalidad en mi vida, es este tipo de respuestas provenientes de él.
***
El ambiente es asfixiante aquí. Está tan repleto de gente, que incluso las escaleras al segundo piso de la casa están llenas. Me agrada. No hay manera de que en un ambiente como este mi atención pueda fijarse particularmente en alguien, o verme mortificado por alguna sombra sospechosa acechando en algún rincón.
Miro a mi alrededor, desde mi vista privilegiada del escalón en el que estoy sentado a mitad de la amplia escalera, disfrutando de la vista colorida y danzante de la compacta masa que forman los invitados, mientras se mecen al ritmo de la música. Halloween tiene esta aura liberadora que parece hechizarlos a todos: las chicas se visten de furcias sin sentirse culpables o juzgadas, los chicos escogen al héroe o ser oscuro favorito y se valen de ello para tratar de meterse entre las piernas de las furcias… Algunos otros solo están a medio camino entre ambos.
Johan por fin aparece con la cerveza que había prometido. Sube las escaleras como puede, pisando algún par de manos y pies en el ascenso y recibiendo un par de insultos por ello, cosa que logra arrancarme una sonrisa. Siento que es la primera en siglos, así que me felicito por mi decisión de venir aquí hoy.
—¡Eso fue como un parto de mula! —gritó en mi oído en cuanto se sentó a mi lado. Algo más que es genial: este ruido que me retumba en el pecho—, pero todo sea por ti.
Tiende la botella en mi dirección. Su disfraz, a diferencia del mío, no cuenta con una máscara, sino con un antifaz; así que soy capaz de ver su sonrisa amplia y las perlas de sudor sobre su labio superior afeitado.
—Gracias —Mi voz es apenas un susurro, por lo que dudo que me haya escuchado. Así que, para darme a entender mejor, levanto el botellín y lo choco con el suyo, mientras espero que tanta amabilidad esta noche no sea lo que pienso. Ha estado sospechosamente amable y solícito. No necesito esto ahora mismo.
Él da un gran sorbo, luego choca su hombro con el mío y apunta con la barbilla hacia la multitud en el primer piso, con lo que entiendo que me está pidiendo que vayamos a bailar y pienso ¿Por qué no?
No sé dónde fue a parar mi botellín de cerveza, pero después de unos buenos diez minutos haciendo parte de la horda de bailarines, estoy tan sofocado por la multitud y el movimiento, que le echo en verdadera falta y deseo un trago más que cualquier cosa. Siento el sudor corriendo por mi espalda y por mi rostro. Me estoy ahogando, de verdad lo estoy haciendo, me están palpitando las sienes y estoy a punto de gritar que alguien abra una ventana. Johan agarrado a mi cintura no es una buena cosa ahora mismo.
Me quito la máscara y batallo con mi cabello pegado a mi rostro con sudor. Estoy a punto de gritarle a mi compañero de baile que necesito alejarme un momento cuando lo veo, por encima del hombro de Johan. De pie en una esquina, mirándome con el ceño fruncido, imbuido en su chaqueta gris, aquella que compré para él, sin la intención de esconderse en esta ocasión, está la explicación por la que he estado rogando.
***
Todo a mi alrededor deja de existir, deja de importarme, es insustancial. No me importa el ruido, o los bailarines que chocan repetidamente contra mi cuerpo. Avanzo en línea recta, con mi vista fija en él, temiendo que de desviar el camino pueda perderlo. Siento un apretón en el brazo izquierdo, pero me arranco con violencia del agarre, nada más me importa ahora que llegar hasta él.
Ahora todo tiene sentido, incluso si parece imposible. Mientras avanzo se va evaporando la posibilidad de que me haya confundido por la distancia, o por la oscuridad, cada vez es más…él. Sería capaz de reconocerlo donde y como fuera: su altura, el ancho de sus hombros, su postura erguida, correcta e imponente… Y sigo caminando, aun si algo en mi interior se retuerce y se niega a llegar a destino, porque no sé qué ocurrirá y cómo manejaré la situación cuando estemos frente a frente.
El calor que me consumía minutos atrás se esfumó, reemplazado por un pesado frío en las manos y en la boca del estómago. Dios, quiero llorar…
Lo alcanzo. Tomo aire de manera profunda, porque es la única manera en la que siento que puedo tener suficiente. Su mirada clavada en la mía es profunda, oscura y posesiva. Toma mi mano y se lo permito, el tacto es familiar, aprieto y me maravillo un poco con ello. Me lleva con él, lo dejo que me guie, haré lo que él quiera, porque solo así tendré una explicación.
Los bailarines quedaron atrás, la música es amortiguada por la distancia. Me permito mirar alrededor solo porque mi mano entre la suya hace que me sienta seguro de que va a continuar ahí cuando vuelva a mirarlo, y veo que estamos en una especie de patio trasero, con plantas, sin techo. El frío de la noche me tensa la piel de las mejillas, donde el sudor se ha secado de golpe, convirtiéndose en una película tirante.
—Así que eras tú —suelto, con la voz más firme de lo que pensé posible, dadas las circunstancias. Incluso me sorprende lo palpable que es la nota de rabia y amargura en ella.
—Si.
Me estremezco al escuchar su voz. Con él hablando todo es más real. Escucharlo tiene un efecto extraño en mí, como si algo se licuara en mi pecho y el zumo exudara a través de mis ojos. Su imagen se desdibuja frente a mis ojos, y se aclara cuando siento los gruesos lagrimones recorrer el camino hasta perderse en el ridículo cuello de Drácula de mi disfraz.
—Estas aquí. ¿Por qué estás aquí? —A estas alturas, qué otra pregunta puedo hacer. Lo que sea que él me diga no va a mitigar el violento bamboleo de mi corazón, pero quiero saber…
—Porque te amo.
Esas palabras disparan directo a mi pecho. Siento que voy a morir.
—Yo también, con el alma, lo sabes.
—Pero, ya no más, ¿cierto? Puedo sentirlo. Me lo has demostrado y no es justo —No le respondo, no sé qué decir. De verdad no sé qué decir. —Me abandonaste, dejaste de hablarme, me haces sufrir ¿Es por él? Empezaste a ignorarme, ¿por él?
—¿Él? —No sé de quién me está hablando, estoy más shokeado ante el hecho de que me diga que sufre, hasta que lo veo dirigir la mirada hacia el interior de la casa. Johan. Todo encaja en su sitio. Nadie había hecho un movimiento hacia mí desde que Felipe no está, hasta esta noche… Así que supongo que no es casualidad que finalmente me haya dejado verlo, después de meses de solo acecharme desde las sombras.
Esto es una locura. Me pregunto si el hecho de estar manteniendo la calma de este modo se debe a que se trata de él, del hombre al que amé con locura, de una persona a la que conocí de la manera más íntima y profunda posible… de una persona con la que pensé que pasaría el resto de mi vida.
Justo por eso, por el recuerdo, por el amor, le debo. Siento mis lágrimas manar de manera incontenible. No creí que me quedaran más para él, pero heme aquí, ahogándome con un manantial de ellas que parece inagotable.
Se lo debo. No quiero que sufra. No lo quiero atado al pasado cuando tiene un camino que seguir. Quiero que sea libre.
Lo abrazo con fuerza, creo que puedo permitirme eso… Tengo derecho a permitírmelo después de todo este tiempo. Se siente tan malditamente bien, pero a la vez sé que es incorrecto. No sé que juego del cosmos sea este, pero es cruel, con ambos. Debes irte, amor. Debes irte. No lo suelto.
—Te amo —Eso no ayuda, creo que debo ser claro, para ayudarlo a entender y a continuar—. Te amé. Más que a nadie, pero es hora de partir.
—No voy a dejarte, nunca —Suena resuelto, incluso violento. El abrazo se aprieta y me siento culpable, pues no debería haberlo abrazado en primer lugar. Es obvio que está confundido y odio tener que contemplar el ser duro y directo con él—. Lo que sea que haya pasado, podemos arreglarlo, juntos. Tú y yo para siempre, Eli. Haré lo que sea. Tú eres mi prueba de que el amor si existe. Mi chico… Mi amor perfecto.
Mi corazón está partiéndose.
—Amor… Felipe. Tienes que irte. No es justo que sigas aquí. Lo que nos separó no puede arreglarse.
La confusión en sus ojos está matándome. No lo sabe, es obvio que él no lo sabe y que voy a tener que decírselo.
—¿Qué fue lo que hice mal? ¿Qué puede ser tan malo como para que no me dejes intentarlo? —Su voz se quebró—. ¿Qué fue lo que nos separó?
Nunca antes me había costado tanto hablar, pero me obligo a hacerlo, mientras me recuerdo que lo hago por él.
—La muerte, amor. La muerte fue lo que se interpuso entre nosotros —Su ceño se frunce profundamente. No entiende. Va a hacerme decirlo, y lo odio por ello —. Solo tu muerte o la mía podría haberme hecho alejarme de ti.
Fin
Ay Dios que historia tan triste… me dio mucha pena el final y en verdad me tomó por sorpresa. Buenisima!!! Gracias!
Mientras la leía imaginé por lo menos, dos tramas distintas… Me siento satisfecha con el resultado. Fue una historia trajica… Triste y dolorosa. Pensar en la muerte, es creo yo, aterrador y desafiante. Lamentablemente nunca ha vuelto alguien de ahí para decirnos cómo es… Cuánto frío o dolor se siente. Cuan tranquilo o pacífico es. En el caso de Felipe… El no saber, el malinterpretar la situación por no comprender. El haber perdido algo tan bello, un acierto entre tantos errores y al mismo tiempo, el mejor de todos los aciertos… Casi quiero llorar.
Pero Elías… Woooou. Que difícil es, porque quienes realmente sufren la muerte no son los que se van, sino los que se quedan y tienen que vivir con la ausencia, con los recuerdos que se aferran. A él le tocó una parte muy difícil. Y tener que decirle adiós dos veces a la persona que ama. Reabrir la herida y obtener un abrazo para luego nada más… Que difícil.
Estoy sorprendida mi Angy… Una historia corta, breve y hermosa. Felicidades por ella, cada sentimiento fue colocado con claridad, la sufrí pero la amé.
Bien hecho!!
Querida mía. Ya sabes como me gusta el tema paranormal, sin embargo me supo un poco mal el tener que darle un final así de triste. Entre mis miedos más grande siempre ha estado el irme y no ser consciente de ello, pues siempre he pensado que, en lo que a fantasmas se refiere, que los que se quedan por ahí están más asustados y perdidos que los que nos quedamos aquí.
En cuanto a la historia de amor… Me pongo en los zapatos de Elías y si, pienso que se llevó una mala parte de la experiencia, pues debió pasar por un gran dolor dos veces.
Gracias por leerla, gracias por dame tu valiosa opinión. Sabes cuanto me cuesta escribir corto.
La amé… Eso sí. De principio a Fin!!
Gracias por disfrutar. A veces lo triste es necesario, jeje. Sé que en ocasiones me paso de cruel.