Fieles Difuntos – Capítulo 4 – QUISIERA CONTARTE

No pocas veces ya he dicho adiós; conozco las horas desgarradoras de la despedida”.

No mejoró, por el contrario, la temperatura aumento al mediodía y era imposible bajársela. La madrina de Benjamín le preparó una infusión de hierbas que olía horrible, misma que el pobre se tuvo que tomar y sin hacer caras. Pero aun cuando eso pareció funcionar contra la fiebre, su apetito continuaba ausente. Había estado durmiendo durante toda la tarde y al despertar, dijo sentirse demasiado cansado como para merendar, eso sí, bebió agua como si su vida dependiera de ello. No me parecía normal, y en esta casa… ya se escuchaban rumores extraños que me ponían los nervios de punta: hablaban de malos aires y que sería necesario frotarle un huevo por el cuerpo, querían bañarlo en agua de hierbas apestosas y hacerle rezos. No me considero un hombre de fe, no cuando la razón se impone a las supersticiones. Y lo que le pasaba a Benjamín no era producto de un mal aire, sea lo que eso fuese. Lo correcto era llevarlo al doctor y no automedicarlo, pero estaba lejos de hacer razonar a esta gente.

Me daba cuenta de que mi presencia en este lugar les incomodaba. No me trataban mal, pero no por ello evitaban hacerme sentir como un intruso que pretendía reclamar derechos que, obviamente no tenía. No sabría cómo explicarlo, pero la mayoría de mis palabras eran ignoradas con toda la amabilidad que alguien puede ofrecerle a otra persona. Actuaban como si conocieran todo de Benjamín y probablemente era así, pues lo habían visto crecer, pero los últimos meses los había pasado conmigo, así que, el que se me tratara como un completo ignorante me resultaba absurdo, casi un insulto.

Se que nadie me había pedido que montara guardia en su habitación, pero temía que, si lo dejaba a solas con ellos, terminarían asiéndole un exorcismo o algo parecido. Fui quien decidió mantenerse cerca de él, tenía mis razones y hubiese deseado la oportunidad de hablarle. Pero lejos de las miradas de todos ellos, entonces le habría explicado. De haberlo hecho, no se hubiese mostrado tan incomodo ante mi compañía, aunque, a decir verdad, todos parecíamos estar incomodos. Sin embargo, no es algo que pudiera hablarse, así como así.

Encontraría la manera, necesitaba decirle, porque deseaba que me conociera, no quería que hubiera secretos entre nosotros.

Ya por la tarde, como a eso de las cuatro, insistieron de nuevo con la idea de pasarle un huevo por la cabeza y ya no pude soportarlo más, fue entonces que decidí llamar a Fernando y explicarle lo que pasaba. Él y mi madre habían dejado el rancho por la mañana, y yo bien podría comprender que querían vivir su momento, no me molestaba, pero esto era de fuerza mayor. Lamentablemente no recibí el apoyo que necesitaba. El padre de Benjamín me explicó que eran creencias comunes en la localidad y que no le causarían ningún daño, por el contrario, quizá lo harían sentirse mejor.

Cuando volví a la habitación el ritual había comenzado. Lo colocaron de pie contra la ventana, cerca de su cama. La luz del sol le daba en la espalda, creando una especie de halo a su alrededor. Benjamín mantenía los ojos cerrados, quizá era mi imaginación, pero parecía estar haciendo un verdadero esfuerzo al mantenerse de pie. Con pesades abrió los ojos cuando entré a la habitación y cerré la puerta ―de mala gana y haciendo más ruido del necesario, para justo después, dejarme caer en la primera silla que encontré―. Al menos, a él parecía divertirle esto, cada cierto tiempo sonreía, como si estuviera conteniéndose. No era una sonrisa de felicidad, sino como obligada, tal vez era su manera de decirme que nada de esto era tan malo.

La madrina recogía entre sus manos un líquido que frotaba sobre la frente y nuca de Benjamín, después supe que era alcohol, por el olor fuerte que desprendía, pero que a la vez estaba mezclado con hojas con ramas. Era un aroma distinto, pero no mejor. Otra de las mujeres rezaba, estaba familiarizado con la letanía, mi abuela solía ser muy devota.

Dios te salve, María, llena eres de gracia,

el señor es contigo.

Bendita tú entre todas las mujeres, y

bendito el fruto de tu vientre, Jesús…

La conocía, pero mi mente se rehusó a repetirla incluso mentalmente, sobre todo cuando el huevo finalmente apareció y comenzaron a frotarlo sobre la cabeza de Benjamín.

Padre nuestro, que estas en el cielo,

santificado sea tu nombre;

venga a nosotros tu reino;

hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.

Los rezos se fueron haciendo incesantes, o quizá era solo yo quien lo sentía de esa manera. Oírlos me causaba una anormal sensación de melancolía, como si algo en el pecho se me oprimiera hasta dificultarme la respiración. No era una molestia que me pareciera física, a decir verdad, no sabría cómo explicarlo; me dolía y a la vez no. Como si solo fuese una sensación. El recuerdo de un malestar lejano, pero que se acrecentaba conforme las plegarias se repetían. Sentí el fuerte impulso de abandonar la habitación, intenté ponerme de pie e irme, pero no pude moverme… Me había ocurrido antes, la sensación de no ser capaz de levantar mi propio peso. Quise hablar, pero mi voz no salía y buscando ayuda, miré de nuevo hacia donde Benjamín, pero él ya no sonreía, su vista se mantenía fija sobre la esquina derecha de su habitación, en la parte donde la luz del sol no alumbraba.

Algo dentro de mí, me avisó que no debía mirar hacia ese lugar, pero me recriminé mientras lo hacía. Miré y la impresión fue tan fuerte que mi cuerpo se vio obligado a reaccionar…, prácticamente salte de la silla y al hacerlo tropecé, yéndome contra la mesita de centro. La volqué y terminé en el piso entre diversos menjurjes que la madrina de Benjamín había dejado destapados.

Los rezos se detuvieron…

Sentí manos a mi alrededor que intentaban levantarme, pero yo, solo podía ver la imagen frente a mí. Un metro diez… o quince cuando mucho, no tuvo tiempo de crecer más. No era como en las películas de terror, tan solo era él, pequeño, blanquito sin llegar a serlo realmente, menudo de cuerpo y con esos grandes ojos marrones. Me llevé ambas manos a la boca para acallar lo que sea que sentía que pronunciarían mis labios, su nombre quizá. Me miraba fijamente y después ya no… su atención se concentró en Benjamín y conforme él avanzaba, Benji retrocedía. Al relatarlo, pudiese parecer que sucedió mucho más lento de lo que realmente fue… pues todo ocurrió en cuestión de segundos; en los cuales me caí, miré a mi hermano y de la nada él se aventó contra Benjamín, mientras que este retrocedía… entonces, el halo que había estado rodeándolo, se intensifico y pude ver como traspasaba su cuerpo hasta volverse una luz más fuerte que se estrelló contra mi hermano. Si es que fue real, desapareció mientras que Benjamín caía de rodillas, como si esa luz, al traspasarlo, se hubiese llevado toda su vitalidad.

Al verlo desvanecerse, intenté impedir que se hiciera daño, pero llegué tarde, lo sostuve cuando sus rodillas ya habían dado contra el piso.

No sé si tan solo lo pensé o realmente me puse a gritar. La intención era que nos dejaran a solas, quería a esas mujeres lejos de Benjamín. Ellas me culpaban a mí de lo que le había pasado, pero yo las hacia responsables por haberle hecho todas esas cosas, cuando claramente debimos llevarlo a una clínica para que un médico lo revisara. El caso fue, que, efectivamente, terminamos solos en la habitación.

― ¡Cálmate! Estoy bien.

―No, claro que no lo estas… te vi desvanecerte.

Me sentía furioso y sí… ¡Sí…! Maldita sea, claro que sí… estaba muerto de miedo. ¿Qué había sido todo eso? ¿Por qué mi hermano había intentado lastimarlo? ¿Realmente lo había intentado? Y por encima de todo lo anterior, ¿por qué mi hermano estaba aquí? No podía explicármelo, y realmente necesitaba que alguien me dijese que era lo que acababa de suceder.

―Ulises, yo…

―No digas nada, solo debes quedarte acostado. Necesitas descansar y yo pensar.

―Lo que necesito… es… vomitar…

Él hablaba muy enserio. Apenas y si aguantó a llegar al baño, para justo después, abrazarse al retrete y vaciar lo poco que tenía en el estómago. Me quedé a su lado, dándole suaves golpes en la espalda. No estaba seguro de si eso ayudaría, pero mi madre lo hacía cuando me enfermaba, y me parecía reconfortante.

―No tienes que quedarte… ―se obligó a decir― creo que estaré aquí por un rato.

Dicho esto, volvió a su nada agradable tarea de vomitar. No me molestaba ayudarlo, a decir verdad, estaba demasiado preocupado y asustado como para que algo como esto, me incomodara.

―Voy a sacarte de aquí. Algo en este lugar no está bien…―prometí.

La razón me decía que lo vi, no podía ser real.

No quiso irse.

Después de varios minutos en el baño, me convenció de llevarlo de vuelta a la cama. Dijo sentirse mejor, pero nuevamente tenía fiebre. Me sonreía, no paraba de llamarme dramático, pero sentía que nada de esto era una exageración.

―Ulises… ven ―dijo y mi reacción fue demasiado honesta, más de lo que hubiese querido mostrarle.

Por lo general, era yo quien buscaba algún tipo de contacto con él, pero esta vez, Benjamín me ofreció su mano, mientras golpeaba suavemente a un lado de su cama. Deseé complacerlo y me recosté junto a él. Pese a haber dicho que deseaba la oportunidad, en cuanto estuve junto a él, no pude hablarle. Benjamín me miraba con esos ojos amables con los que tan fácilmente me había familiarizado.

―Cuando te conocí, ese primer día… tenía miedo de que yo no te agradara ―dijo a modo de confesión―. Me preocupaba porque no tengo el “don de gente”. ―Sonrió apenado y yo también me reí, sobre todo por su expresión―. Eras mayor, habías vivido en otro país, uno más moderno que el mío. Tenías otras costumbres, y en general, tal como dijo papá vivías tu propia vida, a tu manera… ¿Qué pensantes cuando me viste?

―Estaba nervioso…―reconocí ―por cómo se dieron las cosas entre nuestros padres… Me preocupaba que yo no te agradara y que fueras descortés con mamá. Pero no hiciste nada de eso, y después de unos minutos me relaje.

―No respondiste mi pregunta.

―No lo sé Benjamín ―me reí ―no lo sé.

― ¿No lo sabes o no quieres decírmelo?

Como decirle… rememorando ese día, en cuanto puso los pies en la sala, mi primer pensamiento fue ― ¡Que lindo se ve! ―Sí, lindo. Benjamín no es todo rostro, cuerpazo o cosas así de superficiales. Sino más bien, un concentrado de todo lo anterior, físicamente es lindo, y su personalidad es igual aún más linda. La forma en la que se comporta, su hablar, como se ríe, sus travesuras de niño… todo en él, es lindo.

―Pensé que eras simpático.

― ¿Simpático?

―Sí, ya sabes… simpático―respondí nervioso.

― ¡Ok…! simpático es bueno―dijo y ambos nos reímos.

― Y tú, ¿qué pensaste cuando me viste? ―Quise saber y fue su turno de ponerse nervioso.

― Pensé… que eras muy guapo.

Se reía, pero había seriedad en sus palabras y para ser honesto, me sorprendió su franqueza.

―Fue lo primero, pero después me di cuenta de que eras mucho más que guapo. Me gusta estar contigo, y cuando hablamos de tantas cosas, como si siempre hubiese tema de conversación, es muy agradable. Sobre todo, porque, mi madre era siempre muy autoritaria y papá a veces es estricto. Ellos no me dan la oportunidad de explicarles las cosas, pero tú eres distinto. Me escuchas y siempre me preguntas que opino o como me siento. Me haces sentir cómodo.

―Es que, me gusta escucharte hablar.

Hubo un silencio prolongado en el que únicamente nos miramos. Contrario a mí, Benjamín parecía estar muy relajado, y esto podía ser bueno o muy malo para mí. Nuestra cercanía no parecía provocar en él, algo más que calma.

―Hay algo que quiero contarte… ―dije.

Y sin pensarlo demasiado comencé a hablar:

Como te he dicho antes, tuve un hermano menor, si viviera tendría casi tu edad. Éramos muy unidos. Mi familia en general era así. Mi madre fue siempre muy afectuosa, pero papá la superaba. Era mi mejor amigo y él me enseñó a comportarme de esta manera, pues así nos trataba. Cuando Mauricio nació, lo quise mucho. Ya no iba a estar solo, y estaba ansioso de que creciera para que podamos jugar todo el día. Fueron siete años increíbles. Luego vino ese día… el mal tiempo había durado un par de semanas y parecía prolongarse, mi padre nos recogió en el colegio, y nos dirigimos a casa de mis abuelos, porque era fin de semana.

Recuerdo que platicábamos de cómo nos había ido en el día. Mauricio y yo íbamos atrás, ambos con los cinturones de seguridad puestos. Mi padre era muy juicioso en esos aspectos. Era un día como cualquier otro, y yo no podía sentirme más feliz. Tenía en la vida todo cuanto deseaba.

Hubo una curva pronunciada, un tráiler venía de frente, el conductor se durmió… papá le pito, pero él no escucho. Tuvo que volantear para esquivarlo, pero aun así nos impactó porque la carretera era estrecha… la camioneta dio varias vueltas antes de volcarse, todo sucedió muy rápido. Mi hermano gritaba debido a la rapidez con la que girábamos… Logré sostener su mano, pero Mauricio salió disparado por la ventanilla porque su cinturón falló. Fue lo más horrible que he visto en mi vida… tenía su mano entrelazada con la mía, la vida dio un tirón y al siguiente instante, solo había quedado la sensación de su mano y el vacío.

Quizá dimos un par de vueltas más y entonces la camioneta se volcó. No recuerdo muy bien lo que sucedió, pero desde mi asiento pude ver como mi padre goteaba sangre sobre el techo del auto y la imagen de mi hermano, tirado a media calle como si fuese un muñeco de peluche. Sentí mucho frío… y cuando desperté, ya casi había pasado un mes. Estaba en un hospital del condado y mi madre comenzó a llorar desesperadamente.

Dicen que ni mi hermano ni mi padre sufrieron una muerte terriblemente dolorosa, pues ambos fallecieron casi al instante, pero ¿sabes? Eso no me consoló en lo absoluto, porque él era un niño que merecía crecer y disfrutar su vida, y mi padre, es el mejor hombre que he conocido hasta el momento. Ambas perdidas me dolieron, pero lo cierto es, que he lamentado más la de mi hermano.

Después de que salí del hospital, por semanas tuve problemas para dormir, lo veía ahí, parado en los sitios oscuros de mi habitación. No era el chico roto y lleno de heridas y sangre como el de las imágenes que un insensible se atrevió a publicar en redes sociales y que tanto dolor nos causó ver. Tan solo era él, mi hermano… lo veía, pero él no me hablaba, tan solo me miraba y en sus ojos podía sentir tristeza, miedo y desesperación.

Comencé a verlo con más frecuencia, y me alteraba, mamá lloraba desconsolada cada vez que presa del miedo terminaba gritándole lo que veía, fue por ella y para no dañarla más, que acepté ir a terapia. Mi terapeuta lo llamo estrés postraumático. Insinuó que yo sentía culpa, porque estaba vivo y Mauricio no.

Lo acepté. No estaba convencido, pero necesitaba ponerle punto final a este capítulo de vida, para poder continuar, por mi madre, sobre todo. Empecé a tomar medicamentos controlados y cuando mi hermano aparecía frente a mí, cerraba los ojos y decía no es real, no es real, no está pasando realmente . Entonces, al abrirlos, él no estaba ahí y aunque en ocasiones sentía su presencia cerca de mí, llego un punto en el que realmente deje de verlo. Vivimos años de calma, después nos mudamos a México, mi madre ya había conocido a Fernando, y he de decir, que el cambio de vida pareció ser positivo. Ella era feliz ahora y yo creí haber dejado mis temores atrás.

Lo creí, hasta ese día que te conocí.

Cuando te acercaste a saludarme… me viste, pero también viste algo detrás de mí, algo que hizo que te estremecieras. Lo sé, porque tu mano estaba en la mía y sentí como me apretaste con más fuerza de lo que inicialmente lo habías hecho. En ese momento supe que no eran alucinaciones mías. Que tú también podías ver lo que yo.

No me atreví a preguntarte lo que paso ese día. Preferí reunir pruebas, pensaba que si esto continuaba sucediendo entonces podrá comprobar una y otra vez que tu realmente podías verlo.

―No vi nada en realidad… solo una sombra ―dijo Benjamín, y quizá sin proponérselo, se acercó un poco más a mí, como buscando protección. ―Nunca había visto algo así, pero siempre estaba contigo, a tu alrededor. Creí que solo yo podía verlo, porque tú no parecías notarlo.

― Hace un momento, ¿también la viste?

―Sí.

― ¿Por eso retrocedías?

― ¿Lo hice?

Asentí.

Hablamos un poco más sobre lo que había sucedido en la habitación, finalmente pude abrirme y contarle lo que vi. Benjamín sugirió que debíamos poner una foto de mi hermano en el altar, y agregar en las ofrendas lo que a él le gustaba comer. Me resultó curiosa la forma en la que se tomó todo esto. Para él, mi hermano había permanecido a mi lado para cuidarme, y quizá pensó que, por su culpa, yo me había caído de la silla e intento defenderme. No tuvo miedo, tampoco le pareció una cosa de locos o ilógica. Quizás era por sus creencias, por lo fuerte que estaba arraigado en sus costumbres el que los muertos continuaran existiendo de alguna manera, después de la muerte.

Para mí, no era normal. Mi hermano estaba muerto y enterrado en Chicago… ese era el fin. Nada lo devolvería a la vida o lo traería de vuelta. Que ambos pudiéramos verlo, era aún más desquiciado que el hecho de que me sucediera solo a mí. Sin embargo, no quise insistir más, Benjamín parecía agotado, ha sí que lo dejé descansar.

Pero me quedé a su lado, quería cuidarlo, aunque después de unos minutos de no hacer nada, me dormí.

Cuando desperté ya había oscurecido. No me sorprendió encontrar la cama vacía, pero tampoco entendía cuál era su necesidad de huir en las noches. Reuní todo mi escaso valor y salí a buscarlo, no era tan tarde. Según pude ver en el reloj que colgaba de la pared en la sala, pasaban de las once de la noche. Incluso me topé con dos mujeres del servicio, pero en cuanto se percataron de mi presencia se escabulleron entre los pasillos.

La casa era hermosa a su manera, pero también fría y siniestra, caminé sin saber en qué parte me encontraba, sin embargo, pude ubicarme cuando encontré el pasillo que daba al altar de los familiares de Benjamín. El aire traía el olor fuerte de las flores anaranjadas con las que habían recubierto todo ese espacio. Sentía curiosidad por saber cómo era, pues desde mi posición era muy poco lo que podía distinguir, camine, al principio con determinación, pero conforme me acercaba al final del pasillo, mis pasos se fueron volviendo lentos y torpes. Sentía miedo, mi ritmo cardiaco estaba al mil, y casi no podía respirar, estaba cuando mucho a un par de metros de cruzar ese pasillo y salir hacia donde el altar… di algunos pasos más, con el siguiente estaría en el exterior… regresé la vista para ver cuanto había avanzado, y cuando la devolví al frente él nuevamente estaba ahí.

―Mauricio… ―decir su nombre resultó extraño, fue más un susurro que palabras, pero era lo de menos. Algo dentro de mí me gritaba que me estaba volviendo loco, o algo realmente malo estaba pasando conmigo. Giré sobre mis pasos y salí corriendo en la dirección opuesta, corrí hasta que encontré otro pasillo y lo seguí, llegué a la puerta principal y aun así continue corriendo con rumbo a la camioneta, quería irme de este lugar, necesitaba salir de aquí.

Lamentablemente no encontré la camioneta, y después de tanto ir y venir, convine que lo mejor era que intentara controlarme. Todo lo que había a mi alrededor, eran árboles y oscuridad. Juro por mi vida que me resultaba aterrador. Estaba acostumbrado a vivir en la ciudad, nada de esto era para mí. Tuve el impulso de llorar, pero me contuve, yo no era este tipo de persona.

Aún estaba en medio de mi frenesí cuando un ruido en el establo intensifico mi inquietud. A los pocos segundos la voz de Benjamín se alzó entre el silencio. Como todo lo que hago cuando se trata de él, me moví por puro impulso. Corrí hacia donde se había escuchado su voz. Benjamín seguía a alguien y yo lo seguí a él. Estaban lejos de mí, pero hice mi mayor esfuerzo para no perderlo de vista. El establo, así como la casa, era enorme.

― ¿Por qué estas tan enojado conmigo? ―Esa era la voz de Benjamín, él lloraba.

No escuché respuesta a su pregunta, tropecé y terminé en el piso. Entonces ellos avanzaron nuevamente.

― ¿Por qué quieres lastimarme? ―Nuevamente su voz, y pese a lo que dijo se escuchó más dolido que asustado.

―Benjamín… ¿Dónde estás? ¿Con quién hablas? ―Como pude me puse en pie y continue llamándolo. Crucé la última división y hasta en ese momento pude verlo de espaldas a mí, estaba en el piso, y una persona, a quién no pude distinguir a detalle, pero era más alta que Benjamín, lo dejó ahí, pude ver una parte de su espalda, antes que abandonara los establos.

Fui hacia donde Benjamín, efectivamente, lloraba. No como cuando quiso despedirse de su mamá y ella no respondió, era un llanto mucho más desolador.

― ¿Qué pasa? ¿Qué fue lo que te hizo?

No pudo responder. Se sujetó con fuerza a mi camisa y tan solo alcanzó a decir ― ¡Lo arruiné! No va a perdonarme ―. En su mirada había desesperación y tristeza, pero yo pude notar algo más, un brillo que nada tenía que ver con el llanto, y al tocarlo lo comprobé. La fiebre había vuelto.

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