Fieles Difuntos – Capítulo 5 – EL CORAZÓN NO SABE SER RAZONABLE

Quizá te diga un día que dejé de quererte, aunque siga queriéndote más allá de la muerte; y acaso no comprendas en esta despedida, que, aunque el amor nos une, nos separa la vida”.

La melodía sonaba dulce, lenta, casi confidencial… creí que era un sueño, un recuerdo antiguo de mi niñez que había viajado a través del tiempo, para traer a mi memoria esa noche: muy cerca de la fogata y bajo un cielo estrellado, tan bello que difícilmente podría ser descrito con palabras. Había un hombre que pasaba los cuarenta años, con un pie sobre una roca y entre las manos una guitarra desgastada. Más que tocarla, parecía que la acariciaba; sus dedos se paseaban entre las cuerdas como un enamorado que arrulla entre sus brazos a su amada.

Había también, un joven alto y desgarbado, de mirada tierna que me sonreía mientras escuchábamos a su padre cantar. Su madre había muerto cuando aquel joven era apenas un niño, y su padre, el hombre de la guitarra, la recordaba cantándole aquellas melodías que a ella tanto le gustaban. Parecía real, pero no lo era… aquello había sucedido mucho tiempo atrás, sin embargo, la canción era la misma, pude reconocerla aun entre mis sueños y me hizo despertar. Ya había oscurecido, pero no era tan tarde. Miré a Ulises que dormía a mi lado y cuidando de no perturbar sus sueños, salí de la habitación.

Como si tuvieran voluntad propia, mis pies siguieron el repiqueteo de aquella guitarra. Estaba descalzo y el piso frío, pero ni siquiera eso me detuvo cuando dejé atrás la casa y me dirigí a los establos. Conocía el lugar y con cada paso que daba la melodía parecía volverse más intensa.

No estaba seguro de lo que vería, pero sentía mi corazón frenético, como si presintiera que algo terrible estaba por suceder. Simplemente no tengo palabras para explicarlo, era casi como una sospecha y al mismo tiempo, solo el aviso de algo que indiscutiblemente sucedería tarde o temprano y sin importar que.

Intente ignorarlo, ¿qué razón tenía para sentirme de esta manera?

Caminé impasible, inclusive con miedo…, crucé pasillos cada vez con más prisa y ansia hasta que finalmente llegué a ese último corral. Desde que tengo memoria, ese lugar solo guardaba pacas de alfalfa achicalada y algunas herramientas que se utilizaban para el trabajo del campo. Lo conocía mucho mejor que la palma de mi mano. Era aquí donde solía venir a jugar él, nuestro sitio secreto. Uno de los pocos sitios en los que podíamos disfrutar de un poco de intimidad, sin levantar sospecha.

Sentí un frío intenso mientras levantaba la mano para empujar la puerta y cuando esta cedió permitiéndome ver al interior del corral, lo encontré ahí: mi amigo, mi amado. Sentado sobre las pacas alfalfa, con la guitarra que alguna vez fue de su padre.

―Nicolás…―decir su nombre, aun en un susurro fue tan difícil.

Él levantó la mirada y al reflejarme en sus ojos supe que ya no éramos esas personas que solían esconderse en este corral, los que pasaban los días de lluvia recostados sobre la comida de los caballos. Nicolás me miró como si fuésemos completos extraños, sus ojos ya no tenían para mí, la calidez de antes.

Me sostuvo la mirada algunos segundos, y después simplemente los cerró y comenzó a cantar aquella melodía que solía repetirme cuando pasábamos las noches junto a la fogata.

Esa mujer de mirada bonita, de cuerpo hermoso

y de pelo precioso que ven ahí.

La más hermosa, la más primorosa,

en algún tiempo, fue la fortuna de mi vivir.

Hoy… no quiere nada de mí,

dice que no me conoce, que no sabe de dónde salí.

Pero cuando la miro, ahoga un suspiro

Pensando en mí.

La melodía y la canción se detuvieron casi al mismo tiempo, Nicolás volvió a mirarme y esta vez sonrió. Pero no fue un gesto de felicidad, sino más bien, de amargura.

Ahora entiendo el significado de esta canción… no es bonita, pero explica bien la ocasión, ¿no lo cree así?

No pude contestar, sus palabras las sentía como un reproche al que no podía hacer frente. Nicolás asintió, como si realmente no esperase que yo dijera algo. Sus manos volvieron a las cuerdas de la guitarra, pero su mirada se centró en la mía mientras cantaba. Profunda, impenetrable y más ajena que nunca:

No están fácil olvidarme,

aunque aparentes que sí.

Si una vez me quisiste,

no te pongas enfrente

porque vas a sufrir.

Lo entendí…

Y si era como lo imaginaba, esto ya no era más, tan solo una canción. Nicolás nunca me había hecho daño y esta era también, la primera vez que me amenazaba.

Quise explicarle y en un intento por acabar con la distancia que nos separaba, entre al corral y quise tocarlo, pero él me evito. Se apartó violentamente como si la sola idea de que mis manos lo alcanzaran, le causara repulsión. No supe que hacer, era él, mi mejor amigo… de todos aquí, al que más quería. Mi primero en muchas cosas, la persona que me había hecho sentir lo que con ningún otro y ahora me rechazaba como lo habían hecho todos los demás.

―Nicolás…

Niño Benjamín, no creo que deba usted estar aquí. ―El mismo respeto al hablarme, pero no el mismo sentimiento. Sus palabras eran frías y duras. ―Este ya no es el lugar que en el pasado solía ser. Quizá le sorprendería lo distinto que es…

―Quisiera explicarte.

¿Por qué tendría que darme explicaciones? No se moleste ―dijo en tono vencido―. No por mí.

Nicolás intentó salir del corral, pero me puse en el medio, entre la puerta y él. Había cosas que arreglar entre nosotros, no permitiría que se fuera solo así, pensando lo peor de mí. Y si yo había dado motivos, estaba dispuesto a redimirme.

―Sí, si tengo que… ―impuse y me obligué a mirarlo fijamente, pese a lo mucho que me intimidaba su actitud―. Lamento no haber venido antes, sé que la espera pudo ser…

Ya no espero nada de usted―me cortó― lo hice un tiempo, esperé algunos meses, pero comprendí que todo lo que vivimos se había quedado conmigo, en el pasado.― Me dolieron sus palabras y la seguridad con las que las pronunció, pero no había razón, si yo realmente le importaba porque no respondió a mis cartas, a una sola de ellas. Después de que me fui, no volví a tener noticias de él. ―Sea lo que sea que tenga que decir, ya no es de mi interés escucharlo.

―Dame una oportunidad, por nuestra amistad.

Usted y yo ya no podemos ser amigos… ―aclaró ― yo solo soy un empleado, usted es el patrón.

―Nunca nos tratamos de ese modo.

A mis palabras le siguieron mis manos intentando abrazarlo, pero Nicolás interpuso el brazo para hacer distancia y después me empujó. Lo miré herido, sé que hice mal al no intentar contactarlo por otro medio, pero él tampoco lo hizo, así que no podría decirse que toda la culpa era mía.

Es mejor que se vaya, su amigo estará preguntándose en donde esta…

― ¿Ulises? ―Lo sé, fue una pregunta necia, quien más si no él, pero en un momento como este, no entendí porque lo mencionaba. ―Es el hijo de la novia de mi padre, y ha sido un apoyo importante en los últimos meses, pero… ¿qué con eso? Estamos hablando de nosotros, ¿por qué lo mencionas?

Dicen que se desespera cuando se despierta y usted no en la cama con él…

Eso me ofendió. El tono y la forma en la que pronunció cada palabra, la insinuación que escondían y la forma tan descarada con la que me reprochaba. Y me dolía, pero no podía enojarme, no con él. Contrario a eso, solo me importaba demostrarle mi inocencia y en ese empeño me desesperé, hice y dije muchas cosas, pero no pude hacerlo entrar en razón. En algún momento empezamos a discutir, a gritarnos cosas sin sentido ― es muy posible que tan solo fuera yo quien gritaba―. Nicolas mantenía una calma que hería, aunque sus respuestas no se suavizaron en ningún momento. Fue duro al reprocharme mi falta de valor, dijo que jamás me perdonaría el haber iniciado algo que, según él, yo bien sabía que no iba a poder continuar. El haberme ido, sin siquiera, mirar atrás.

― ¿A caso eres el único que lo ha pasado mal? ¿Qué es lo que sabes de lo que yo he sentido? ―Intenté defenderme y plantándome frente a él, lo encaré. ―también me dolió, te extrañe… pero ¿qué más podía hacer?

Si hubiese cumplido su promesa, yo habría leído cada letra en sus cartas, no tenía necesidad de buscar apoyo en nadie más, porque le hubiese dado todo y cuanto yo tenía.

―Te escribí… pero tú no respondiste.

¡No mienta! ―Por primera vez levantó la voz. Y al hacerlo, quizá fue mi imaginación, pero lo hizo tan fuerte que las luces parpadearon como si la electricidad fallara. ―No juegue con eso, porque sabe bien que no es verdad.

―Jamás te he mentido―dije, pero mi valor comenzaba a menguar. Jamás he sido alguien que resalte por su valor, una de las cosas que más lograba intimidarme era que alguien me gritaba. No importaba quien, bastaba escucharlo para que de una manera u otra me pusiera a temblar. Sin embargo; me aferré a lo que yo sabía que era verdad. Le escribí, no una sino muchas cartas. Sintiéndome humillado tras cada una, porque debía hacerlas y leerlas ante la persona que nos había descubierto y que, de cierta forma, nos había amenazado a ambos. Pero lo hice porque era por él, y para mí, Nicolas valía todas las humillaciones del mundo.

No me creyó. Dijo que lo decepcionaba, pero que entendía que lo que yo pensara sobre él fuese insignificante. Fue doloroso escucharlo, porque en sus palabras podía sentir la influencia y el veneno mi abuelo. Él y mi madre siempre despreciaron a los que, según ellos, eran inferiores. Mi abuelo detestaba que mi padre apreciara y respetara a cada uno de sus trabajadores, de la misma manera en que su padre y abuelo lo hacían.

Mi abuelo paterno y mi abuelo materno eran personas completamente distintas, opuestas en todos los sentidos, lamentablemente, los buenos se van primero.

―Él te dijo todas esas cosas… ¿por qué le crees y a mí no?

El patrón si escribió y no solo eso, él vino y me dijo que usted lo había dejado todo atrás, que ya no esperara más tiempo, porque usted solo estaba jugando.

―Desde el día que nos vio, no hizo más que amenazarme… burlarse de mí ―Nicolás sonrió como si mis palabras, no fueran para él más que simples excusas. ― Desde que escribí la primera carta me dijo que no me responderías y que solo era cuestión de tiempo para que me despreciaras… ¿Qué no te das cuenta? Él hizo todo esto.

¿No me dices nada? ―presioné―. ¿Por qué no me crees? Te escribí, lo hice muchas veces, ¿en verdad, no las recibiste?

Lloré, no pude evitarlo. Mis lágrimas no eran un recurso para chantajearlo, era mi honestidad y dignidad derramadas ante su obstinación. El dolor de permitir ser lastimado por quien siempre me cuido.

No, ¿por qué llorar? ―dijo y casi pude ver un poco de lo que solía ser, su expresión se suavizó, y volvió a mirarme con ternura, pero duró poco… tan poco. ― Fue un albur de amor… solo eso.

Tras esa última frase su postura volvió a ser dura, quizá triste.

―No… eso no.

Aquellas eran expresiones de ellos, comunes entre los hombres que han sido engañados y olvidados por las personas a las que amaron.

Un albur de amor… es el relato de un hombre que al perder la honra ya no quiso continuar viviendo. Él se enamoró de una mujer que no podía tener. Ella jugó con él, le hizo creer que su amor iba a ser para siempre, pero después de un tiempo lo abandonó. Se fue repentinamente y se casó con un hacendado que tenía mucho dinero.

El hombre que la amaba casi llegó a la locura… la ausencia de ella le dolía y le atormentaba. Abatido, borracho y perdido entre las botellas no lograba su objetivo, por mas tomaba no la podía olvidar.

La gente decía que iba por las calles gritando su nombre, pidiéndole al cielo que un día ella regresara, la llamaba, pero ella no lo escuchaba. El hombre tenía metido en el alma y las venas su amor y solo el vino lo hacía caer… Después de cada botella, tirado en el suelo soñaba con ella.

No supo cómo continuar y se deshizo en las cantinas entre copas y canciones de olvido; buscando peleas con todos, aunque la gente decía que él tan solo deseaba acabar con su dolor. Porque era pobre y su vida la había hipotecado para jugar el juego de ese amor.

El día llegó en que tres balas su pecho traspasaron y mientras sus ojos cerraban finalmente la olvido.

No me tomó por sorpresa, la verdad, ya lo esperaba.

―No es así…

Los últimos <<te quiero>> que dijo antes de irse, fueron la herencia de su olvido. Usted tuvo mil motivos para seguir con su vida, en cambio yo… me quedé. ― Mientras decía estas cosas fue él quien buscó tocarme, me sujetó por los hombros y me apretó con fuerza, con tanta fuerza que en algún momento pensé que me partiría los huesos por la mitad.

― ¿Por qué estas tan enojado conmigo?

Retrocedí y el conmigo, hasta que ambos estuvimos fuera del corral. La forma en la que me sujetaba me lastimaba, pero no solo por la presión que ejercía sobre mis brazos, sino que él… había algo en él que me hacía daño. Se llevaba mis fuerzas, la poca vitalidad que me quedaba y al mismo tiempo me llenaba de frío y de miedo, sabía que me sujetaba, pero sentía que estaba cayendo en un vacío y una tristeza que no podía explicar.

― ¿Por qué quieres lastimarme?

Sus ojos eran profundos y su mirada fría e impersonal.

Y sí, quizá estuve herido, pero hasta donde me fue posible continue; usted no es la única persona que me ha dolido.

La voz de Ulises se escuchó a una corta distancia y al siguiente instante Nicolás me soltó, más que eso, me aventó al piso y se fue. Cuando sus manos finalmente me liberaron fue aún peor, sentí una opresión fuerte en el pecho y lloré casi a gritos.

Ulises llegó a mi lado y me sujetó mientras me hablaba. No entendía lo que me decía, tan solo pude sujetarme con todas mis fuerzas a su ropa e hice audible lo que en mi mente se repetía. ― ¡Lo arruiné! No va a perdonarme…

Después todo fue confuso, se volvió nada.

El ultimo pensamiento claro que tuve fue el resumen de los primeros siete meses posteriores a los que fui de aquí: esperar duele, olvidar duele. Pero el peor de los sentimientos es no saber qué decisión tomar.

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