¡Como lucha mi amor por asirte!
Más si es duro tener que alejarte, mis palabras no deben herirte si mis besos no pueden curarte”.
¿Has visto alguna vez una burbuja de jabón que se eleva movida por el viento? Son hermosas y perfectas esferitas de colores que al tocarse unas contra otras en ocasiones se empujan, revientan o se unen formando una más grande.
Si tuviese que describirme en este momento, diría que yo era como una de esas burbujas, pero en vez de unirme a otra y fortalecerme, sentía como si algo me dividiera por la mitad hasta hacer de mí, dos pequeños y frágiles fragmentos de nada.
Incorpóreo y físico a la vez.
No tenía dolor, ni me sentía enfermo, al contrario, pero ya no era totalmente yo, sino solo una parte de mí. Era una sensación confusa, anómala, pero sin llegar a ser desagradable. Y aun después de haberme despertado, me tomó tiempo despejar la mente.
No me apresuré y cuando finalmente pude sentarme, descubrí con agrado que me encontraba en mi cama y todo el drama de la noche anterior había pasado. Ulises descansaba en el sillón junto a la mesita de centro, parecía cansado pese a que dormía profundamente.
Tal y como era la costumbre me escabullí de mi habitación, escuché a mi padre hablar en la sala y para evitar que me regañara, salí por una de las ventanas de la cocina. Hoy pese a esa extraña sensación, me sentía inusualmente liviano y repuesto. Como si el peso de los meses pasados finalmente hubiese sido quitado de mis hombros.
Al abandonar la casa, pude ver que el rancho también había vuelto a la normalidad, la gente iba de un lado a otro ocupados en sus quehaceres. Evitar que me descubrieran y me mandaran de nuevo a mi habitación, no fue sencillo, pero pude llegar hasta los establos sin problemas. ¿Qué era lo que buscaba al venir o que esperaba encontrar? A decir verdad, no lo sé. Tan solo quería estar aquí, era lo más cercano que tenia de él y aunque el recuerdo también era triste, lo prefería a no tener nada. Quizá conservaba la esperanza de topármelo nuevamente, hoy me sentía bien y estaba dispuesto a insistir, hablarle y encontrar las palabras adecuadas para explicarle. O posiblemente, me bastaba con verlo, aunque sea de lejos. No es que yo no tuviera un pelo de respeto y amor propio, lo tenía. Pero aun por encima de todo, incluso de mis sentimientos hacia él, Nicolás y yo éramos amigos. Si realmente, esta situación se había tornado insalvable, desearía por lo menos conservar su amistad. Se que nada entre nosotros sería igual, pero lo prefería a perderlo definitivamente.
Pese a mi edad, me consideraba lo suficiente maduro para ofrecerle este trato, él ha sido y seguirá siendo la persona que más he querido, y el que no acepte una relación conmigo, no iba a cambiar ese sentimiento.
Vine acá porque Nicolás era el encargo de alimentar a Alazán, querer ver a mi caballo era el mejor motivo con el que podía acercarme nuevamente a él. Lo busqué, pero no lo encontré en su corral, sabía que a veces lo sacaba a caminar o lo llevaban a pastar. Así que dejé los corrales con rumbo al sendero que llevaba los plantíos de zacate. No tuve que caminar mucho, cuando a lo lejos divisé a Alazán. Corrí hacia él, realmente quería tocarlo y montar en él, pero el caballo se asustó. En un primer momento creí que no me reconoció, le hablaba y trataba de calmarlo, pero él se irguió sobre sus patas traseras mientras relinchaba histérico, para seguidamente aventarse contra mí, buscaba acercarse lo suficiente para patearme.
―Alazán… cálmate. Soy yo, mírame…
El caballo relinchó asustado, se irguió nuevamente y en esta ocasión logró soltarse. Alazán no tenía la edad ni el temperamento para considerársele un caballo violento o peligroso, sin embargo, cuando cayó sobre sus cuatro patas, comenzó a aventar patadas a diestra y siniestra y al no conseguirlo me atacó de nuevo. Por experiencia sabía que, si corría, él me perseguiría y posiblemente me mordería o terminaría arrastrándome y si me quedaba, lo más probable era que me derribara y acabaría entre sus patas. No pude decidir qué hacer, y tampoco fue necesario hacer nada. Alguien, en un primer momento no supe quien, me envolvió entre sus brazos y rodamos juntos hacia el lado contrario del que venía el caballo.
Terminé con el rostro contra el piso y al siguiente instante, los brazos que tan diligentemente me habían protegido me soltaron.
― ¿Qué hace aquí? Y ¿por qué…?
―Alazán no me reconoció… ―dije sorprendido, mientras me ponía de pie y me sacudía la ropa. ―Él me tuvo miedo, estaba asustado de mí.
Nicolás se quedó callado y al igual que el caballo me miró como si no supiera quien soy.
―Anoche fue al hospital, ¿por qué hoy está aquí? ―agregó él, mientras se ponía de pie, caminó hacia mí, pero se detuvo a una distancia prudente. ―Dijeron que su condición era delicada.
―Pues me siento bien.
― ¡Esto no está bien! ―Presionó él ―Debe volver a la casa, esto no está bien.
Nicolás comenzó a ir de un lado a otro frente a mí y tras cada cierto tiempo me miraba, para justo después echarse nuevamente a andar. Parecía preocupado, pero no sabría decir si era por mí. No quise pensarlo mucho, entonces, si esto salía mal, podía culpar a mi impulsividad y quizá así, no sentiría tanta vergüenza al ser nuevamente rechazado. Así que, solamente fui hacía él y sujeté su mano, la envolví entre las mías aferrándome a ella sin la más mínima intención de soltarla. Nicolás detuvo su andar y me miró fijamente, para justo después, centrar su mirada en nuestras manos unidas.
―Todo está bien, yo estoy bien… no tienes nada de qué preocuparte.
―No, usted no lo entiende ―dijo y quiso jalar su mano de entre las mías, pero lo sujeté con más fuerza. ―Esto no debería estar pasando, usted…
―Nicolás…― lo llamé y admiré su rostro, el cómo sus pobladas cejas se habían unido cuando contrajo el ceño, hasta casi parecer una misma línea tupida y negra. El cabello corto, la barba sin alinear, y el batir de sus pestañas que parecían querer abanicarme. Todo en él era masculino y rudo, pero dolorosamente atractivo. ―No quiero volver a la casa, quiero ir contigo… ―dije― llévame contigo, vámonos lejos de aquí, a cualquier sitio, pero contigo.
―No sabe lo que dice.
―Te equivocas, se perfectamente lo que digo ―aseguré y avancé hacia él para darle más valor a mi declaración. ―A donde tú me conduzcas puedo ir sin problema, siempre y cuando vayas conmigo. No quiero equivocarme, esta vez quiero hacer las cosas bien, iré contigo, realmente quiero hacerlo.
Mis palabras parecieron remover algo dentro de él, lo vi dudar, pero también fui consciente del cambio y me preparé para lo peor. Para ver nuevamente su molestia y el desagrado que parecía crecer a pasos agigantados dentro de él.
Me empujó. No pareció ser algo con demasiada fuerza, de hecho, uso la misma mano a la que yo me aferraba, pero logró hacer que lo soltara, perdí el equilibrio y casi terminé con la espalda contra el piso. Creo que a ambos nos sorprendió lo débil que me había vuelto.
Sentí dolor, no uno físico. Dolía el rechazo, dolía que fuera él, dolía porque algo dentro de mí acusaba diciendo que me merecía esto y más. Merecía ser tratado con dureza, merecía no tener a nadie y que la gente que solía amarme me rechazara. Y ya no quise contenerlo, porque estaba triste y me sentía asustado y solo. Lloré… lo hice por él, por mí, por mis padres, por toda esta situación, lloré porque sentía que no había algo más que pudiera hacer, que esto. Le dije entonces que comprendía que me odiara, que entendía su resentimiento. Pero que era justo que supiera lo que yo había pasado.
No intenté levantarme, sentía que no podría hacerlo. Así que, desde el piso lo miré y le conté todo, aun si no quería escucharlo, aun con el miedo de que se fuera dejándome ahí tirado, lo dije para que estuviera enterado, pero también para escucharme y saber que, efectivamente, yo había luchado contra todo esto con todas mis fuerzas. Le conté de mi abuelo… quien desde el día que nos descubrió en el establo, se encargó de martirizarme y amenazarme con que se lo diría a mi madre. Nicolás sabía lo especial que era ella y el miedo irracional que yo aun le tengo. También le hablé de las cartas, desde la primera hasta la última. Le dije que fui fuerte, y vez tras vez me encerré con mi abuelo, en el despacho cuál era su voluntad y escribí y leí en voz alta mis sentimientos hacia él. La soledad que sentía, y la tristeza al ver pasar los días sin tener respuestas. Escuchando después sus burlas, palabras que me herían, dolía cuando decía que yo solo había sido un juguete del hijo del caporal, que obviamente él no me tomaría enserio o quizá en ese momento se encontraba en los brazos de alguien más. Fue siempre así, tan insistente y manipulador que hubo un momento en el que realmente llegué a creerle, sobre todo después de meses y varias cartas sin respuesta. Después empezó lo del divorcio de mis padres, entonces el abuelo se olvidó de mí y comenzó a atacar a papá.
―Me dejó en paz, pero sus palabras ya habían hecho germinar en mi mente la semilla de la duda ―sollocé―, no sé por qué razón, pero olvidé… muchas de todas las cosas que vivimos esa última vez, las olvidé. Él beso aquel bajo la lluvia, cuando dijiste que yo no sabía lo que provocaba en ti… esa misma noche en mi habitación, cuando…
―No diga más…
―Tengo que decirlo, porque pasó y, sin embargo, estando en ese frío en impersonal salón, cuando la terapeuta me preguntó si fui correspondido tuve la certeza de que no.
Dije no.
Dije… él no me quiso, él me olvido, me dejó atrás. Y te odié por eso, me enojé contigo porque sentí que para ti valía tan poco en comparación a lo que tú has significado para mí todo este tiempo. Yo no quería venir aquí, verte y que miraras como lo hiciste anoche. Tenía tanto miedo, tanto…
Quizá producto de las emociones, sentí una inquietud en esa parte incorpórea de mí que debía ocupar mi corazón, como el sobresalto que le sigue al despertar abruptamente y me desvanecí. Lo último que vi, fue el cielo sobre mi cabeza y después todo se apagó.
NICOLÁS
2 de noviembre: Se recuerda a todas las personas que perdieron la vida cuando eran adultos.
Despertó en la madrugada, le había llevado a la casa que solía ocupar mi padre. Yo sabía que nada de esto estaba bien, que él no estaba bien.
Después de traerlo aquí, regresé a la casa del patrón, me preguntaba porque aún nadie había notado su ausencia. Ni siquiera el joven que lo acompañaba y vigilaba todo el tiempo, se había percatado de que el niño Benjamín no estaba.
Me había acostumbrado a que la gente no me notara, ya no me incomodaba ni me causaba pesar, así que me adentré en la casa y caminé despacio hasta la habitación de Benjamín. De camino, cuando cruzaba por la sala vi al patrón Fernando y a la nueva señora, ellos tampoco me miraron.
El patrón siempre fue legal conmigo y con mi padre, le tenía mucho respeto y aprecio. Hubiese querido la oportunidad de hablar con él, aunque sea una última vez. La señora, su futura esposa era muy bonita, incluso más que la antigua señora. Y Benjamín había dicho que ella lo trataba muy bien.
Cuando entré a la habitación lo primero que vi fue al joven Ulises, el amigo del niño Benjamín. A la orilla de la cama, sostenía una mano… lo que sentí en ese momento, me hizo salir corriendo de la casa, y mientras me alejaba, muchas cosas pasaron por mi mente, ¿por qué estaba aquí? ¿Realmente quería una venganza? ¿Llevarlo a la misma oscuridad a la que yo tanto le temía? Verlo apagarse, despedirse de sus posibilidades…
Lo había querido tanto, tanto… ¿Y si todo lo que dijo era verdad? ¿Y si su abuelo nos engañó a ambos? Entonces no sería su culpa, y no habría que hacerlo pagar por nada, porque durante todo este tiempo, él fue tan víctima como en su momento lo fui yo.
Cuando llegué a la casa de mi padre, entre despacio… era un viejo habito que no cambia ni con el pasar de los años. Lo busqué en la cama y encontré con agrado y pesar, casi en la misma medida, que él realmente se encontraba ahí. No había crecido tanto, seguía siendo debilucho y tan frágil. No era como el resto de los chicos de su edad que viven aquí. Pero a su manera era perfecto.
Hice un verdadero esfuerzo por verlo sin los ojos del rencor, al final, era solo él, tan inofensivo y pequeño. Un chico de dieciséis, de cabello color caramelo, nariz respingada y pestañas curveadas. Delgadito, de manos pequeñas y uñas limpias. Con olor a esos perfumes caros que solo la gente como ellos soporta. Él sol había sido generoso con él, su piel apenas y había sido acariciada dejándole un color rojito en la cara.
Era tan bonito que de haber podido hubiese llorado, era mucho más hermoso que el día más soleado y perfecto en el rancho, me atraía con más fuerza que las arboledas y los ríos, más que la luna con todas sus estrellas en la noche.
Le había querido desde siempre, no pero no de la misma manera. Primero como amigos, después como hermanos. La gente del rancho solía decir que yo no tenía derecho a mirarlo de esa manera, a tratarlo con tanta confianza porque él era el hijo del patrón y yo uno de sus tantos trabajadores. Pero al niño Benjamín― ya no era tan niño, pero era la costumbre llamarlo de esta manera― jamás hizo algún tipo de diferenciación. Mi vida ordinaria parecía atraerle tanto, que disfrute todos esos años en los que yo le resultaba interesante. Pero las cosas cambian, yo cambie… y él.
La hermandad se fue convirtiendo en algo más. La intimidad entre nosotros se fue volviendo algo vital, algo que buscábamos, que nosotros mismos propiciábamos. Y todo esto se fue volviendo confuso para mí, la vida aquí, la forma de ser de la gente…, llegué a sentir que no había cabida para este tipo de sentimientos en este lugar, así que lo oculté, traté de negarlo… de evitar que continuara creciendo, pero aquella noche, cuando él me besó, el esfuerzo de años cayó como un derrumbe sobre mí, no solo me aplastó, me enterró por completo.
Cuando lo tuve entre mis brazos, cuando lo sentí temblar… esa primera e inigualable sensación de sus labios sobre los míos. En ese instante, creí haber probado lo que era el cielo, fue tan hermoso. Incomparable y algo que jamás creí tener. Porque yo no era nada, un pobre y simple trabajador y él era todo eso que no estaba a mi alcancé. Pero me tomó de la mano y dijo que me quería… por supuesto que yo le creí.
Los siguientes días fueron el regalo más hermoso en toda mi vida. Cruzamos límites a pasos realmente acelerados y, sin embargo, él se entregaba plenamente a mí. Me dio su cuerpo y su confianza. Pero era un niño y yo lo respetaba lo suficiente, como para no faltarle. Creí que tendríamos tiempo, años por vivir. Creí que lo vería crecer y convertirse en un hombre hecho y derecho del cual me sentiría orgulloso.
Pero la vida tenía sus propios planes, el niño Benjamín crecería, pero yo no estaría para verlo.
BENJAMÍN
Cuando abrí los ojos, me asusté porqué creí estar nuevamente en mi habitación, pero resultó que no. Nicolás se acercó a la orilla de la cama y me ayudó a sentarme.
―Debe volver a su casa.
Negué rápido. Reconocía este lugar… pensé entonces que, si Nicolás realmente me quisiera lejos, me hubiese devuelto con mi padre en lugar de traerme aquí.
―Volveré, pero todavía no ―intenté ponerme de pie, quería recorrer la casa, revivir cada espacio y los detalles que guardaba en mi memoria de la última vez que estuve aquí. Todo lo suyo y los recuerdos estaba aquí y yo necesitaba revivirlo, pero él me impidió abandonar la cama.
―Niño Benjamín… ―dudó cuando su mano alcanzó mi estomago para mantenerme sobre el colchón. ― ¿Aun debería llamarlo así? Después de todo, ya no tiene doce años.
Algo en él era distinto, era como antes, cuando ni con sus palabras quería herirme, cuando me cuidaba y éramos unidos. Había dulzura y preocupación en su voz y quise abrazarlo, pero me contuve para no presionar de más.
―Aunque me convierta en hombre, quiero ser tu niño siempre.
Mis acciones quizá pude medirlas, pero mis palabras eran demasiado honestas que yo mismo me recriminé por haber dicho eso. Nos miramos, había un significado profundo en mi declaración y ambos lo entendimos.
Nicolás suspiró e hizo el intento de retirar su mano, pero lo sujeté. ― ¡Lo siento! Fue imprudente decir algo como eso ―me disculpé― eso solo que, yo…
De nuevo la tristeza.
A veces la realidad puede golpear con tanta fuerza que podría dejar sin palabras al más elocuente de los hombres, cuanto más a mí. No pude terminar la oración, ¿qué podía decirle que fuese un argumento válido? En ese momento fui yo quien lo soltó, en el fondo sabía que no podía retenerlo a mi lado, ya no.
―Las cosas han cambiado… ―susurro y su mano acarició mi mejilla para obligarme a mirarlo, no me lastimó, pero hubo una ligera presión que me hizo levantar el rostro. ―Tres días una vez al año podría resultar ser poco tiempo para cualquiera.
―Si eso es todo lo que hay, lo tomaría igual… ―no sé porque lo dijo, no lo entendí y tampoco sé porque yo respondí aquellas cosas, es posible que no muy en el fondo de mi ser, pensara que un poco era mucho mejor que nada. Y acto seguido, me deshice de la prudencia. Sujeté su mano y me impulsé con ella para besarlo.
Lo vi cerrar los ojos un poquito antes de que nuestros labios se unieran. Mi valor tampoco daba para tanto, apenas alcanzó para unir nuestras bocas… lamentable, ¿no? En cuanto sentí la humedad de su piel, me ericé de pies a cabeza, sentí que todo a mi alrededor daba vueltas y no se trataba de mariposas en mi estómago, realmente me sentí abrumado. Las fuerzas abandonaron lentamente mi cuerpo y me desvanecí frente a él. Nicolás me sostuvo por los hombros y me sentí estúpido, me llené de coraje por ser tan inútil, mi cuerpo no me respondía en un momento tan importante como este, la frustración me llegó a la cabeza.
―Lo que pretende hacer tiene un precio alto, debe volver a su casa.
― ¡No! ―grité y saqué fuerza de quien sabe dónde, salí de entre sus brazos y me alejé lo suficiente para encararlo. ―No volveré. Aún si no me quieres aquí, aún si me detestas no me iré…
Hubo otro mareo y tuve que recargarme contra la pared, la opresión en mi pecho me recordó que no estaba completo y la otra parte de mí, parecía llamarme, como si me obligara a volver a ella y tuve que resistirme con todas mis fuerzas. ―Aun si me hechas, me quedaré afuera, no me iré… no lo haré.
Fue lo más que pude decir, el aire se me acababa, me sentí fatigado como si mis piernas no pudieran soportar mi peso. No pelee contra ello, dejé que mi espalda resbalara contra la pared hasta que llegué al piso.
―No sé qué me pasa…
―Está muy lejos de su casa, eso es lo que pasa ―dijo él, llegando a mi lado.
―Ya basta Nicolás, no me hagas repetirlo.
No tuve que hacerlo y para acabar con la poca dignidad que me quedaba o peor aún, como si yo fuera una simple hojita que se ha desprendido de su rama, Nicolás me atrapó entre sus brazos y me levantó. El hecho me trajo recuerdos agradables, esta no era la primera vez que me sostenía de esta manera. En el pasado, cuando era más pequeño, me cargaba todo el tiempo.
―Tengo miedo… ―confesé― siento que voy a desaparecer o lo harás tú.
Fui dejado en la cama, me acomodó con cuidado, pero ya no parecía dispuesto a hablar conmigo. ―Sigo pensando en las cosas que haces y ya no quiero pensar… ―Nicolás me miró a una distancia prudente, una ridícula y cruel distancia. ―Necesito a alguien que pueda tomar el control.
Mi corazón dolió en mi pecho, si no me mataba su rechazo entonces quizá lo haría la vergüenza, porque en mi vida había tenido que ofrecerme como lo hacía ahora y esperaba jamás tenerlo que hacer nuevamente, con alguien más que no fuese Nicolás. ― ¿Vas a hacerlo o tendré que buscar a alguien más?
Hubo algo en sus ojos que me hizo guardar silencio, y en cuestión de segundos sus manos apretaban con fuerza mis hombros. No lo vi moverse o avanzar, estaba lejos y al siguiente instante sentí que me rompería por la fuerza con la que me sujetaba. Sus ojos estaban muy abiertos y sus labios temblaban levemente, como si estuviese conteniéndose.
Me dolía, pero no quejé, me intimidaba, pero no bajé la mirada y si esto iba a terminar mal, por lo menos me quedaría la satisfacción de que intenté todo cuando pude.
―Bésame…
No lo hizo, ni siquiera se movió.
―Bésame ―repetí y entonces él se río.
Mucha gente me había rechazado antes, pero nunca me había dolido tanto. Sentí que no podía mirarlo, dejé mi dignidad en esa cama y salí corriendo de la casa. Fui chocando con todo lo que había a mi paso, tropezaba y me caía y tras cada vez, levantarse era más difícil, pero lo hice. Corrí, corrí con todas mis fuerzas. No tenía un lugar al cual llegar, así que no importaba el rumbo que tomara, tan solo quería escapar, huir lejos y jamás volver.
Todo era oscuridad, me dolía el cuerpo por los golpes y las heridas al caer, pero, aun así, me obligué a ir más lejos. Lo que había frente a mí, por lo menos, todo lo que podía divisar era un terreno que se extendía sin más barreras que arboles inmensos y piedras, sin embargo, luego de avanzar algunos metros más, me estrellé contra algo que no vi, no había nada, pero el impacto fue tan fuerte que me fui de espaldas contra el piso.
Tuve la sensación de que mi rostro se había roto al estrellarse contra esa nada, me lleve ambas a la cara seguro de que al retirarlas sentiría la sangre escurrir, pero, aunque dolía no hubo sangre. Grité porque la sensación era muy real…
―No puede ir más allá de donde antes no estuvimos ―dijo Nicolás detrás de mí y juro que lo odie un poco, porqué mientras yo había corrido como desquiciado para alejarme de él, había estado detrás de mí todo el tiempo. Se agachó a mi lado y aun entre las lágrimas pude ver su rostro, el maldito ya no reía, pero no iba a creerle que nuevamente se preocupaba por mí. ―Solo es la sensación, no le ha pasado nada realmente.
Hizo el intento de levantarme, pero no se lo permití. Quería quedarme ahí sufriendo mi dolor, estaba oscuro y me sentía destrozado. Cerré los ojos porque el amor viene lento, pero se va tan rápido. ―No puede quedarse aquí.
―Solo vete.
―Benjamín.
―Estoy cansado… ―sollocé― solo quiero que todo terminé. ―Nicolás intentó acercarse nuevamente, pero me cubrí los ojos con mi brazo, no quería verlo. ―Volveré a casa por mi cuenta… no tienes que quedarte, ya no es tu problema.
El viento soplo frío en ese momento, no lo escuche irse, pero cuando me descubrí los ojos él ya no estaba ahí. Lloré entonces, grité y lloré hasta no hubo una gota más que derramar. No era un berrinche, una rabieta porque no había podido convencerlo. Lloré porque me dolía, pero después de hoy no le permitiría decir que solamente me fui sin pensarlo si quiera, que yo no sentí nada, porque yo siempre iba a quererlo. Nunca tuve la intensión de herirlo, tampoco quise iniciar una guerra sin cuartel entre nosotros, tan solo quería estar cerca de él, pero en vez de insistir, supongo que debí haberle preguntado primero. Todo lo que quería era derribar sus paredes, pero el único que se rompió fui yo.
Estaba amaneciendo cuando comencé a quedarme dormido. Me dolían los ojos, pero la claridad que comenzaba me lastimaba y me hacía sentir incomodo. Entonces sentí que flotaba, pero no era eso. Nicolás me sostenía entre sus brazos cubriendo mi rostro con su cuerpo, para que los primeros rayos del sol no me cegaran.
―Tiene que prometer que recordará mi nombre si algún día nos encontramos en el cielo. Que tomará mi mano y todo volverá a hacer como antes.
Quise decirle que no entendía ni una sola de sus palabras, pero no tenía fuerzas si quiera para respirar.
―Debe ser fuerte y seguir adelante… ¡Prométame que vivirá!
Mi rostro dio contra su pecho y lo sentí tan cómodo que me dejé ir.
―No puedo quedarme…
Sentí que algo se removió en mi interior cuando le escuché decir que no podía quedarse, pero, aunque me esforcé por abrir los ojos, no pude hacerlo.
―Es difícil para mí decir lo siento… solo quiero que se quede, pero el tiempo es poco. Después de todo lo que se ha hecho y dicho, usted es una parte de mí que no quiero dejar ir. No quiero ser separado de la persona que amo.
Tenía que ser el destino el que conspiraba contra nosotros, porque tuve que dormirme a mitad de su confesión.
NICOLÁS
―Recuérdame y sonríe, porque eso es mejor que recordarme y llorar.
Las despedidas hacen que uno se dé cuenta de lo que tuvo, de lo que perdió y de lo que dio por sentado… Si alguien me preguntara si hubiese querido que las cosas fuesen diferentes, por supuesto que diría que sí. Pero si me cuestionaran sobre las últimas horas, la respuesta seria “no”. Sé que lo traté con dureza, sé que hay mucho de todo esto que él no va a comprender, no lo entenderá, y tampoco seré yo quien se lo explique, sé que después de hoy quizá sufrirá y los primeros días serán una tortura, lo sé… también los pese. Tal vez sea egoísmo, o resentimiento, pero si esto llega a ser un dolor para él, no quiero evitárselo.
― ¿Vas a dejarme? ―Aun con los ojos cerrados, respondió con la voz ronca. Se había hecho daño al llorar y gritar.
Me acosté a su lado, muy cerca de él. Benjamín buscó mi mirada y le sonreí cuando nos encontramos. Sus ojos estaban tan irritados e hincados que su expresión me conmovió, aun así, no me arrepentí. ―No quiero pelear, no me siento bien para discutir contigo ―susurró y pesé a todo lo había llorado anoche, su mirada volvió a cristalizarse.
―Tampoco quiero pelear.
―Creo que algo malo va a pasar, no lo sé… lo siento así.
― No lo piense de más, ¿qué de malo podría pasar?
― ¿Puedo pedirte algo? No tienes que hacerlo si no quieres…
Le respondí que sí.
Benjamín me pidió que lo abrazara y así lo hice. Lo escuché llorar y sin proponerlo también lloré. Tenía razones para hacerlo, los últimos meses habían sido de una soledad que me desquiciaba. En lo único que podía pensar era en el momento en que lo tuviese frente a mí y hundirlo en la misma oscuridad en la que yo había tenido que vivir desde que se fue. Pero cuando llegó el momento, no pude hacerlo.
Porqué era él y por encima de todo, estaba el amor que le tenía. Y hoy era el último día…, quizá debía sentir miedo de mi futuro, de lo que sería después de este día, pero no era así. Intentaba ser optimista, después de todo, aun si yo no estaba con él, Benjamín crecería. Tendría una vida y podría cumplir sus metas.
Pero le tenía miedo a la distancia.
― ¿Qué es mejor, olvidar o soportar la ausencia?
La pregunta era personal, pero sin querer, la hice audible para ambos.
―Prefiero vivir contigo―dijo Benjamín.
Benjamín, Benjamín, me sentía osado al llamarlo solo por su nombre, pero ya no éramos más aquellas personas, no había razón para no hacerlo.
― ¿Pero si no pudiera…?
―Encontraría la manera ―respondió― siempre y cuando me quieras, encontraría la manera de estar contigo.
―Lo quiero―confesé―pero quiero que viva.
―Repítelo.
― ¡Quiero que viva!
BENJAMÍN
Mi profesor de filosofía solía decir que la ausencia tenía el poder de extinguir las pequeñas pasiones e incrementar las grandes. Su te quiero, me supo a despedida y ausencia, sobre todo a ausencia. Sin embargo, mi pasión por él era inmensa… la sensación de abandono solo la acrecentó aún más. Y me volví como el viento que, aunque puede extinguir una vela, tenía también el poder de avivar un incendio. Y no solo eso, realmente lo hice arder.
Busqué su boca y lo besé mientras acaricia su barba. Era ligera y rasposa, me perdí jugando, pasando la punta de mis dedos entre ella y disfrutando de la sensación de su piel con la mía. Me gustaba como se veía en él. Me gustaba cada aspecto de Nicolás.
Mis manos buscaron el espacio detrás de su cuello y lento, muy lento, como para no asustarlo, lo atraje hacia mí hasta que mi espalda quedó contra el colchón. Nicolás se separó apenas el espacio justo para que podamos mirarnos, mis manos aun lo mantenían sujeto y él a su vez acorralaba mi cintura entre sus brazos. Era perfecta la manera en la que nuestros cuerpos se amoldaban.
―No puedo darte más allá de lo que no hayamos tenido en el pasado…
Me había perdido sus ojos, en la forma de sus cejas y en su apuesta nariz. Mi mirada viaja de sus expresiones a sus labios rojitos debido a la dureza con la que me había besado. Nicolás me absorbía, todo lo que él era, todo lo que significa para mí, era tanto que mi corazón dolía en mi pecho.
―No tengo idea de lo que estás diciendo.
―Benjamín…
Amé la manera en la que pronunció mi nombre, el mismo, el de siempre, sin embargo, sonaba distinto si era él quien lo decía. Ya no me llamaba niño, eso significaba quizá que las barreras comenzaban a desvanecerse, sin embargo; lo extrañe, me gustaba que me llamara de esa forma, aunque solo Benjamín, tampoco estaba mal.
―Nicolás.
Él tenía todo el tiempo, yo no. Él mantenía la calma, yo me derretía al sentirlo sobre mí. Habíamos hecho esto en el pasado, podía rememorar la ocasión como si hubiese sido ayer. Y también recordaba que habíamos hecho mucho más y quería repetirlo, pero Nicolás aguardaba.
Tuve a bien, entonces, recordar aquel poema Beltolt Brecht:
La piel, de no rosarla con otra piel se va agrietando.
Los labios, de no besarlos con otros labios se van secando.
No era amante de la poesía, a decir verdad, ni siquiera me gustaba leer. Pero había reprobado el examen y al profesor se le ocurrió la magnífica idea de ponerme un proyecto final. En aquel momento, no entendí ni media palabra de lo que aquel poema significaba, pero ahora podía comprenderlo.
―Necesito que me toques ―supliqué sosteniéndole la mirada. Y lo sentí temblar, todo su ser se estremeció.
Podía notar lo mucho que mis palabras lo habían incitado, pero se mantenía distante. Yo tenía necesidad, pero en su rostro tan solo había dolor y quise borrarlo. Quise decirle que no estuviera triste, pero no me atreví a preguntarle la razón de su malestar.
No se trataba de que no me importaran sus motivos, pero era más fuerte mi deseo de estar con él. Fue más fuerte cuando me acerqué a besarlo nuevamente, fue más fuerte cuando usé mi propio cuerpo para quitármelo de encima, y fue aún mucho más fuerte cuando lo dejé debajo. Me arrastré sobre él y besé su frente, besé sus ojos, sus mejillas, el puente de su nariz, su barbilla, besé su boca… me ensañé en sus labios. De esto no sabía nada más que lo que él mismo me había ensañado, pero dejé que mis ganas, mi necesidad y mis sentimientos, junto con todo mi cuerpo hablaran por mí.
Llevé sus manos a mi rostro y restregué mis mejillas contra sus palmas, eran duras y callosas, me raspaban, pero no hubiese querido que fuese distinto. Mis manos dirigieron a las suyas por el sendero de mi cuerpo, realmente necesitaba que me tocara.
―Por favor, por favor…
―Benjamín…
Su voz fue un susurro, casi un gemido. Él se contenía y yo ya no podía soportarlo más.
―No digas nada, solo tócame… han sido muchos meses, te necesito más que a nada en este momento. Quiero sentirme como antes, quiero que me hagas sentir…
Si tengo que hacerlo, es tan solo porque tu así lo has querido ―le advertí.
―Benjamín… ―Negué y cubrí su boca con una de sus manos.
― ¡Te lo ordeno! ―Dije con seriedad― Ya no te lo estoy pidiendo, te estoy dando una orden.
Casi pude ver el momento exacto en el que su última barrera de contención se desmoronó y al siguiente instante mi espalda estaba nuevamente sobre el colchón. Todo se volvió sensaciones que se intensificaban y me consumían. Creí entonces, que algo le hacía a mi cabeza porque estaba sobre mí y ambos estábamos desnudos, pero no recordaba en qué momento nos desvestimos.
No esperaba caricias tiernas, pero me sentí abrumado por la rudeza con la que me tocaba. Un momento me besaba, al siguiente me mordía. Acariciaba mi cabello y después tiraba de él… cuidaba de no aplastarme y justo después se frotaba contra mí como si quisiese fundirse en mi piel. Todo era intenso, febril y deliciosamente placentero.
Cuanto de aquello hicimos, no sabría decirlo… perdí la cuenta de las oleadas de placer que me hizo sentir. Una parte de mí, la más exigente, intentó hacerme sentir decepcionado por no haberlo tenido dentro de mí, pero no pude. Sentí que se había esforzado demasiado porque fuese suficiente para mí y, a decir verdad, lo fue. Terminamos uno frente al otro, muy cerca… Nicolás solo me miraba, yo intentaba mantenerme despierto.
Había calma en su semblante, pero no parecía agotado.
―No se forcé, por qué no solo descansa.
― ¿Algún día me vas a tutear?
― No… ―dijo―para mí, usted siempre será usted.
―De acuerdo Nicolás, llámame como tú quieras.
―Benjamín.
Asentí.
Al caer la tarde me pidió que caminara con él, por supuesto, acepté con gusto. Visitamos varias partes del rancho, lugares en los que anteriormente habíamos estado, y en cada uno de ellos Nicolás me besó.
Volvimos al establo, a nuestro sitio en el último corral. Nos acostamos sobre la paja y él me cantó, me abrazó … no puede evitar recordar el día que mi abuelo nos descubrió, justamente en este lugar, pero Nicolás se encargó de hacerme olvidarlo, me dijo que él estaba muy lejos y que, de ahora en adelante, yo no debía permitir que me intimidara.
Dijo: debe ser fuerte y muy valiente. La vida no es fácil, pero es hermosa y vivir en un regalo que debemos valorar.
Dijo: quiero que sea feliz, que crezca y se convierta en un hombre de bien. No cierre su corazón, hay gente a su alrededor que lo ama sinceramente y se preocupa por usted.
Dijo: conocerlo fue lo mejor que me ha pasado, jamás vuelva a dudar de cuanto le he amado. Porque sí, ha sido de este modo desde hace muchos años. Y dijo algo más: hay que aprender a perdonar, olvidar y continuar. Quiero que viva y que lo haga bien.
Algo en mi interior me gritaba que debía preocuparme por sus palabras, pero Nicolás era generalmente así, decía ese tipo de cosas de manera espontánea. Me gustaba escucharlo cuando decía todas estas cosas, aunque también amaba sus momentos de silencio.
Y sobre eso, hubo uno… uno realmente largo, en el que únicamente nos miramos.
― ¿Cómo se siente? ―Quiso saber y yo le sonreí.
―Feliz… ―respondí y él asintió.
―Hay un último lugar al que quiero ir…
Nicolás esperó por mi respuesta, yo iría… a donde sea que el quisiera, iría. Sin embargo, debí suponer que en algún momento él buscaría la manera de traerme a casa. Cuando dijo que quería que fuéramos a mi habitación, me puse nervioso.
― ¿Te quedaras conmigo?
―Hasta que amanezca.
NICOLÁS
Ya casi era hora, podía sentirlo en mí… el cómo la fuerza comenzaba a abandonar mi cuerpo. Sentía que en algún momento desaparecería y pese a que la sensación era insoportable, no tenía miedo. Hubiese querido más tiempo, pero las cosas son como son.
Al final, era consiente que gran parte de mi energía la había usado para atrapar a ese pequeño diablillo que solo quería dañar a Benjamín. Intenté explicarle que estaba malinterpretando las cosas, pero él había pasado mucho tiempo aquí, y ya no era tan razonable. Esperaba que no fuese una mala compañía, después de todo, me quedé aquí todo este tiempo porque llevaría a alguien más conmigo, pensé que sería Benjamín.
Pero su hermano, al igual que mi Benjamín tenían aun un mundo de posibilidades frente a sus ojos. Estarían bien justos, porque había cariño entre ellos y confiaba en los sentimientos de Ulises. Lo vi cuidar de Benjamín, no se lo dejaría a nadie más. A cambio de ese favor, yo me llevaría al diablillo para que finalmente pudiera descansar.
Nos escabullimos a su habitación, le había dicho que no tenía que preocuparse de nada, porque estando conmigo nadie lo vería, aun así, quiso ser precavido y le dejé serlo. Entramos a hurtadillas… no quería que se asustara al verse en la cama, así que lo giré y poniéndolo de frente lo abracé con fuerza.
―Lo quiero… siempre voy a quererlo.
Benjamín se resguardó en mi cuerpo, sus manos rodeaban mi cintura y se dejó guiar cuando mis pies avanzaron hacia el interior de la habitación, no lo dejé mirar… Caminé despacio, protegiéndolo en todo momento. Cuando llegamos a la orilla de la cama, ya nos besábamos.
Quiso alejarse, pero se lo impedí, lo tomé entre mis brazos con cuidado y lo devolví a su cuerpo. El Benjamín que estuvo conmigo no era frío ni caliente, el Benjamín de la cama se mantenía tibio entre las cobijas. Hubo un momento, cuando ambos volvieron a ser uno mismo en el que Mi Benjamín luchó para quedarse conmigo, pero presioné contra su pecho para devolverlo a su lugar.
―Algún día… ―le dije― algún día estaremos juntos, pero no será hoy.
BENJAMÍN.
Nicolás extendió su mano contra mi pecho y me empujó con fuerza, en ese momento pensé en las burbujas de jabón que se elevan movidas por el viento. Esas hermosas y perfectas esferitas de colores que al tocarse unas contra otras en ocasiones se empujan, revientan o se unen formando una más grande.
Si tuviese que describirme en este momento, diría que yo era como una de esas burbujas, pero en vez de unirme a otra y fortalecerme, sentía como si la otra parte de mí regresara y nos fundiéramos en una única burbuja. Dejé de sentirme incorpóreo y me volví físico.
Sentí dolor, me sentí enfermo, nuevamente era yo. Pero al abrir los ojos, Nicolás estaba ahí, me miraba sereno y con los ojos vidriosos.
― ¡Lo amo! ―Dijo y en respuesta sonreí. ―Mañana todo será difícil, pero que los demás no puedan creerlo no sígnica que nada de esto haya sido real.
Se tendió sobre mí, cuidando de no aplastarme, había mangueras y cables conectados a mi cuerpo y en un primer momento me asusté, pero él dijo: todo está bien. No se preocupe, dijo nuevamente… ¡Lo amo! Siempre lo voy a amar y lloró, pero no entendía el motivo. Quise decirle que no estuviera triste, que ahora que estábamos juntos todo iría bien.
Pero en ese momento me besó con fuerza, con pasión. Y aun con su boca en la mía dijo: no lo olvidaré, jamás lo olvidaré. Mi niño, mi Benjamín… jamás lo olvidaré. Quería pedirle que se detuviera, pero no podía hablar, había tantos sentimientos en mí que no pude decirle cuanto me dolía escucharle decir aquellas palabras, por lo que fuese que estuviera diciéndolas, no quería escucharlo decir estas cosas.
Sentí que la garganta se me cerraba, no podía respirar y había un pitido que provenía de uno de los monitores que se estaba volviendo insoportable, pero luché, aferré mis manos contra su cuerpo. A lo lejos escuchaba otra voz que me era familiar, pero no tenía tiempo para ella, solo podía mirar a Nicolás y quería estar con él. Verlo tan quieto me hizo sentirlo lejano y dolió, le pedí entonces que me tocara.
―Duele si no me tocas, por favor, por favor… quédate conmigo. No me dejes, no quiero estar lejos de ti. Quédate otra vez, quédate toda la noche.
Y él lo hizo, pero algo era distinto, sus manos eran ridículamente suaves, sus caricias como pétalos. Me tocaba como si fuese la primera vez, con reverencia… muy distinto a como cuando estuvimos en su casa. Pero no por ello le falto amor, podía sentirlo en cada segundo en cada rose, él me dejaba sentir cuanto me quería. Dijo: Benji… ¿qué te pasa? Y su voz sonó tan distinto, me había tuteado tal y como se lo pedí y me sentí feliz, sonreí y el me imitó.
― ¡Te quiero! ―dije ―Te he querido desde hace mucho tiempo.
Lo sentí temblar sobre mí, estremecerse… después me dominó por completo, besó cada espacio de mi cuerpo, hizo de mí lo que quiso y se lo permití porque lo amaba. Solo a él, era el único para mí, siempre fue Nicolás. Sus ojos en los míos, su rostro sereno… me entregué y fui feliz cuando su cuerpo me invadió, me sentí lleno y en paz, entonces él dijo: Mio. Y yo asentí.
―Sí, soy tuyo, siempre seré tuyo.
3 de noviembre: Se enciende una veladora blanca como despedida a las almas que tendrán que irse, con la esperanza de que se les permita regresar el año siguiente.
ULISES
Fueron los gritos los que me hicieron despertar sobresaltado, me asusté porque Benjamín no estaba en la cama y no lo había sentido levantarse ni desconectarse de los monitores.
― ¿Qué es todo esto? ¿Por qué lo haces? ―En su voz escuché un sentimiento parecido a la agonía. Salté de la cama dispuesto a ir a su encuentro, pero me descubrí desnudo, entonces recordé lo que paso anoche.
Estuvimos juntos.
Benjamín había dicho ― ¡Te quiero! Te he querido desde hace mucho tiempo―. Y en ese momento me sentí el más afortunado. Él dijo ―Siempre seré tuyo―.
Me vestí con prisa, Benjamín gritaba y lloraba… cuando llegué a la sala, alcancé a ver por el pasillo que todos estaban reunidos en el solar, junto al altar. Su padre y mi madre intentaban calmarlo, Benjamín lloraba en el piso entre veladoras rotas, cristales, flores y fotografías.
Le pregunté a mi madre que pasaba mientras me habría paso entre la gente, la madrina de Benjamín también lloraba junto a él. Mamá no supo que responder, entonces me arrodillé frente a Benji… vi que abrazaba una fotografía que supuse había quitado del altar.
―Benji, ¿qué paso?
―Ulises… dile a mi papá, dile que es verdad lo que digo―sollozó―, en la mañana cuando entraste a la habitación, viste a Nicolás… él estaba ahí. Dile que lo viste…
― ¿Quién es Nicolás?
Benjamín me miró herido, pero yo no sabía de quien hablaba.
―Él estaba ahí… ―lloró de nuevo.
―Benji…―intenté tocarlo― estuve contigo desde anoche… nosotros…
― ¡No es verdad! ―Gritó― Estuve con él, nosotros estuvimos juntos.
La forma en la que me miró me hizo entender que había algo más de lo que yo deseaba aceptar en ese “estuvimos juntos”. Y me negué a ello, ¿qué era todo esto? No había tomado nada de él a la fuerza, tomé lo que voluntariamente se me ofreció y en este momento no me sentía capaz de dejarlo ir.
― ¡Estuviste conmigo! ―Aseguré y mi instinto más primitivo me hiso sujetarlo con fuerza por ambos manos. Lo miré fijamente y lo repetí despacio, esperando que Benji pudiese registrarlo. ―Anoche fui a tu habitación porque los monitores se dispararon en pitidos, habías despertado y parecidas aturdido…, así que decidí darte un poco de tiempo para que te recuperaras. Hice todo cuanto me pediste, porque me lo pediste… y pasamos la noche juntos.
Benjamín abrió los ojos como si mis palabras lo hubiesen asombrado y contuvo la respiración. Rechazó mi toque y se hizo chiquito sobre sí mismo.
―No Ulises, no, yo sé lo que pasó… estuve con él, nosotros estuvimos juntos dos días.
―No hijo ―intervino su padre y parecía a punto de perder la paciencia―. Después de que volviste del hospital, no despertaste hasta hoy en la mañana o anoche.
Benji apretó la fotografía entre sus manos y me acerqué para distinguir a la persona en ella, era un joven, lucia como la gente de aquí, y parecía mayor que nosotros… entonces la madrina, se arrodillo junto a Benjamín, lo abrazó y le dijo que esa persona en la foto, el supuesto Nicolás, había muerto siete meses después de que Benjamín se había ido.
―Fue una tarde, Nicolás no había estado bien en esos días ―comenzó―, se cayó de alazán, el golpe fue de gravedad ―explicó― murió a las pocas horas… Te quiso mucho, hasta el último momento no dejó de llamarte.
―No debería decirle esas cosas―intervine molesto, pero ella me enfrentó.
―Fue lo que pasó, el niño Benjamín tiene derecho a saberlo.
BENJAMÍN
Todos estaban mintiéndome, y no podía entender por qué lo hacían. Nicolas no… él no podía… yo había estado con él, no podía, simplemente no podía. Me levanté decidido a comprobarles que no mentía, corrí hasta el último corral en establo, en el interior aun debía estar la guitarra.
Ulises y mi padre me seguían de cerca.
Cuando abrí la puerta del corral, estaba lleno de herramientas, era una especie de bodega llena de polvo y telarañas.
No era posible…
Querían hacerme perder la razón, pero me rendiría… corrí a su casa, él debía estar ahí.
Otra burla del destino… al llegar encontré candados en las puertas, la hierba estaba crecida en la entrada y la casa parecía abandonada.
Me dejé ir sobre la pared, dolía… dolía mucho. No podía respirar y, sin embargo, me obligué a llamarlo. Gritaba su nombre con todas mis fuerzas, pero él no respondía. Ulises fue el primero en llegar a mi lado. Me abrazó con fuerza y me suplicó que volviera a la casa con él.
Sus manos sobre mi rostro, su olor… me resultaron tan íntimos, tan familiares que sentí ganas de vomitar, no entendía por qué, pero había en mi mente recuerdos de esas manos por mi cuerpo, de su voz y sus labios acariciándome.
Supe entonces, que mi mente no mentía en ninguna de las dos realidades que me golpearon de frente: los últimos dos días los había pasado con Nicolás, pero anoche dormí con Ulises. Y lloré de nuevo, porque el recuerdo de sus palabras que en ocasiones parecían tan fuera de lugar, palabras que yo no cuestione, no quise preguntar sobre su verdadero significado, fueron indicios y me negué a verlos como tal:
Este ya no es el lugar que en el pasado solía ser. Quizá le sorprendería lo distinto que es…
Ya no espero nada de usted… lo hice un tiempo, esperé algunos meses, pero comprendí que todo lo que vivimos se había quedado conmigo, en el pasado.
Usted tuvo mil motivos para seguir con su vida, en cambio yo… me quedé.
Las cosas han cambiado…
Tres días una vez al año podría resultar ser poco tiempo para cualquiera.
Lo que pretende hacer tiene un precio alto, debe volver a su casa.
Debe ser fuerte y muy valiente. La vida no es fácil, pero es hermosa y vivir en un regalo que debemos valorar… Quiero que sea feliz, que crezca y se convierta en un hombre de bien. No cierre su corazón, hay gente a su alrededor que lo ama sinceramente y se preocupa por usted.
Conocerlo fue lo mejor que me ha pasado, jamás vuelva a dudar de cuanto le he amado. Porque sí, ha sido de este modo desde hace muchos años.
Quiero que viva y que lo haga bien.
Lo quiero… siempre voy a quererlo.
Es difícil para mí decir lo siento… solo quiero que se quede, pero el tiempo es poco. Después de todo lo que se ha hecho y dicho, usted es una parte de mí que no quiero dejar ir. No quiero ser separado de la persona que amo.
Tiene que prometer que recordará mi nombre si algún día nos encontramos en el cielo. Que tomará mi mano y todo volverá a hacer como antes.
Debe ser fuerte y seguir adelante… ¡Prométame que vivirá!
No lo olvidaré, jamás lo olvidaré. Mi niño, mi Benjamín… jamás lo olvidaré.
Algún día… algún día estaremos juntos, pero no será hoy.
Y ese último momento, cuando me pidió que fuéramos a mi habitación, en ese momento que había sentido miedo y ansiedad, porque entendía que estaba devolviéndome a casa, le pregunté:
― ¿Te quedaras conmigo?
Y él dijo…
―Hasta que amanezca.
Mi querida Ann:
Me llevaste a un lugar lejano, me hiciste viajar. Me mostrarte parte de tu cultura y me hiciste sentir nostalgia por algo que jamás he vivido, eso es lo que hace una verdadera narradora de historias.
Amé cada palabra, me enamoré de cada personaje. El trio más hermoso que jamás haya leído.
CUANDO CREZCA QUIERO ESCRIBIR COMO TÚ.
No tengo palabras para expresar lo que esta historia me hizo sentir, porque, al parecer, todas las palabras las tienes tú, eres dueña de ellas.
Gracias por este hermoso relato.
Oh vamos angye!!! Debería ser yo quien diga eso. Me halaga tanto porque eres quien lo dice. Soy feliz de que te hayan gustado mis humildes personajes. Y la historia en general… Gracias a ti, que siempre me animas a escribir.