“Y, sin embargo, amor, a través de las lágrimas y el dolor, yo sabía que al final iba a quedarme desnudo en la ribera de tú olvido”.
1 de noviembre: El día es dedicado para recordar a quienes murieron durante su infancia.
Fue como caer en un sueño profundo… No me sentí mal, tampoco tuve dolor. Tan solo estaba entumecido, agotado a tal punto que no podía siquiera, mantener mis párpados levantados. Me pareció escuchar la voz de Ulises, pero estaba lejana, a decir verdad, ni siquiera pude entender lo que me decía. Después sentí como si flotara y fue casi placentero, pero la sensación duró poco… y seguidamente comencé a caer como en un remolino oscuro y sin final. Mi cuerpo pesaba, incluso mis brazos parecían inmensos y terriblemente pesados. Quería levantarlos para tratar de sujetarme a algo, lo que fuese… porqué tenía miedo de caer. Pero no pude, mi cuerpo no respondía por más que mi cerebro ordenaba que se moviera, entonces la bruma se extendió. Perdí la poca claridad que me quedaba y mis pulmones resintieron la falta de aire. Quería, necesitaba respirar, pero fue como si hubiese olvidado como hacerlo. Me ahogaba, era doloroso y aterrador. Jamás antes me sentí tan mortificado.
Quería gritar, llorar… Entonces, nada.
Tan solo vi mi cuerpo en los brazos de uno de los caporales del rancho.
No sabría cómo explicarlo, era extraño de principio a fin. Podía verme desde fuera, como si se tratara de la proyección de una película que no llegaría a ser taquillera, no, porque se trataba de mi vida. Y nada podía ser más común y aburrido que mi vida. Pero ahí estaba yo, viendo correr a la gente de un lado para otro. Ulises temblaba, lo sé porque aún desde donde me encontraba podía escuchar el castañar de sus dientes, pero aún con todo, era el que ordenaba. Quien decía lo que cada uno tenía que hacer y de qué manera. Pensé entonces que él había nacido para esto, tenía la entereza necesaria para enfrentar cualquier situación.
El caporal me colocó en la parte trasera de la camioneta, Ulises entró por la otra puerta y me acunó entre sus brazos. Imaginé la sensación, el cómo se sentiría estar de esa manera contra su cuerpo. ¿Sería similar a cuando me abrazó, después de que llamé a mi madre, una noche antes de que viajáramos a este lugar…? Olía bien, su cuerpo era tibio y sus palabras bondadosas. Recuerdo que lo único que pensé mientras me consolaba era tranquilidad, seguridad, refugio. Deseé sentirme así nuevamente.
Y con eso en mente, caminé hasta la camioneta. Por la ventanilla miré su desesperación, el dolor que parecía embargarle por verme en ese estado. Ulises estaba a nada de ponerse a llorar, su rostro enrojecido por las emociones, lo delataba. Besó una de mis manos, me dijo ― Estarás bien… ―y yo quise creerle. Entonces, cuando levanté la mirada sobre la ventanilla al otro extremo. Vi a Nicolás. Él también observaba al Ulises y al Benjamín que se encontraban en el interior del auto.
Su expresión no supe cómo interpretarla. Aun recordaba la dureza de sus palabras, y volvieron a doler. Sin embargo, algo era distinto. Nicolás estaba preocupado, quizá un poco triste y casi volví a ver a mi amigo de hace años. La persona que solía quererme y preocuparse por mí.
Puse mi mano sobre el cristal de la ventana para llamar su atención. Ulises se estremeció en el acto, pero no pude prestarle mucha más atención. Nicolás me miraba desde el otro extremo. Su mano se colocó sobre el cristal de la misma manera en la que lo había hecho yo. Y finalmente pudimos tocarnos.
No lo hicimos realmente, pero yo aún podía recordar la sensación de su mano contra la mía, y casi pude sentirla como si fuese real. No hubo calma, no fue un momento de reconocimiento y alegría. Como todo últimamente, duro tan poco.
Me advirtió, su rostro se alteró por algo que había detrás de mí, pero no hubo tiempo para las palabras… Lo que fuese, se estrelló contra mí con tal fuerza que dolió como si me rompieran todos los huesos a la vez. Al menos, eso me pareció, jamás antes había sentido tanto dolor. Y mi yo al interior del auto, convulsionó y el griterío se alzó.
Algo y no se bien que, me atrajo de nuevo a mi cuerpo, como si fuese absorbido por una fuerza invisible y poderosa. Pero no fue tan sencillo, no simplemente regrese a mi cuerpo y ya… Una pequeña cosa se aferraba a mí, rabiosa. Era aquello que se había estrellado contra mi espalda. No tenía una forma clara o al menos, no pude verla. Quizá se debía a que intentaba morderme o arañarme, yo luchaba con todas mis fuerzas por alejarla. Era como una sombra, pero sólida al mismo tiempo y más fuerte que yo, tanto así que me derribó y casi terminamos debajo de la camioneta. Se arrastraba sobre mí, porque era pequeña y trató de estrangularme. A decir verdad, lo estaba haciendo y nuevamente la sensación de no poder respirar me hizo sufrir.
Todo se volvió sofocante y doloroso, terriblemente doloroso. Creí que no podría soportarlo un segundo más y en ese momento que estaba convencido de que ese sería mi final, pensé en mi padre… ¿Cómo lo tomaría? En mamá, quizá se sentiría aliviada, o quizá triste porque esa última vez que intente contactarla no atendió a mi llamada. Y pensé en él, en mi Nicolás. ¿Me extrañaría? ¿Me perdonaría algún día?
Sentí tirones de un lado a otro, pero la presión contra mi cuello no disminuía. Nicolás, ¡perdóname! Quise decirlo, gritarlo hasta que me oyera, pero mi voz no salía, estaba quedando sin fuerzas y sin aire.
Nicolás…
Nicolás…
Sentí mis ojos cerrarse lentamente, muy lentamente. Mis manos estaban por soltarse y rendirse, pero la sombra finalmente se apartó o más bien, fue apartada y aventada a un lado, lejos de mí. Al mismo tiempo que era levantado del suelo y empujado al interior del auto.
―Sucederá… ―dijo él que me había levantado y resultó que era Nicolás. ―Pero aún no. Y no, no lo perdonaré.
Quise rebatir, suplicar si era necesario, pero demasiadas cosas sucedían a la vez. Entonces mis dos yo se unieron en un solo cuerpo. Escuché una última vez a Ulises, gritaba… Y después todo se apagó.