Hace muchos, muchos años atrás, hubo una época en que el sol y la luna eran amantes apasionados, que en el frenesí de sus entregas prohibidas formaban los más bellos eclipses. En aquel tiempo vivió un lobo gris que se diferenciaba del resto por el tamaño de su manada y el color de su pelaje.
Ninguna otra manada en todo el vasto bosque era tan grande y prospera como la suya, un asentamiento de pieles grises con tonalidades negras y blancas cuyo territorio se extendía cientos de kilómetros. Cada uno de sus integrantes desde el de mayor edad hasta los lobeznos recién nacidos, eran su fortaleza y el motivo de su vivir.
Se sentía seguro, que nadie intentaría tocar a uno solo de los suyos, pero era sensato y cuidadoso, por eso, al caer la tarde su alma libre y su instinto sobreprotector lo llevaba a recorrer tanto de su territorio como le era posible, buscando fortalecer las guardas con su olor, para que, al sentirlo, ningún depredador se atreviera a atravesarlo.
Una noche, cuando las primeras estrellas comenzaron a brillar en el cielo y el recorrido diario casi terminaba, un aullido particular proveniente de uno de los suyos, le hizo volverse con desesperación. Aquel desgarrador lamento fue el aviso de que su manada estaba en peligro, le necesitaban. El lobo gris corrió a tal velocidad que parecía como si una luz surcara el frío territorio boscoso deformando su ser hasta que solo pareciera una sombra que iba contra el viento.
Fue tanta su prisa por volver…, pero a veces el tiempo es cruel y no ofrece tregua. Cuando el lobo gris llegó hasta la entrada de su madriguera, tal fue su sorpresa y el dolor que le envolvió al ver a todos los suyos muertos. La nieve, ahora de un color rojo escarlata, contaba la lucha cruel tras la que cada uno había perecido para justo después, despojarlos de su piel. Les habían cerrado el paso, incendiando ambas entradas para que no pudieran escapar.
Solo había un enemigo capaz de ignorarlo todo y causar semejante barbarie, aquellos eran otros tiempos, en ese entonces los animales poseían la humanidad de la que los propios humanos carecían.
El lobo sintió su vida entera desquebrajarse. Se lamentó y aulló sobre los cuerpos inertes de los que amaba. Pero en medio de todo ese dolor, que bien podría hacerle perder la cordura a cualquiera. El odio y resentimiento lo fue alcanzando hasta apoderarse por completo de él. Al principio fue lento como una brisa y después feroz e incontrolable como una tormenta.
De repente supo lo que tenía que hacer. Enardecido de coraje y con el dolor recorriendo sus venas, juró que vengaría a cada uno de los suyos.
— Diez hombres por cada uno de mis hermanos —prometió.
Esa noche lloró su pena como no lo hacía desde que era un lobezno. La luna, que para ese momento alumbraba desde lo alto, enternecida por su lamentable situación posó su luz sobre él y lo cubrió. Se decía que luna era la madre de todas las estrellas y constelaciones, nadie más salvo ella podría comprender la aflicción por la que el lobo estaba pasando.
El lobo gris la miró de frente con las lágrimas aun desbordándose por sus mejillas peludas. Su eterna y fiel compañera. Él sabía que ella era lo único que le quedaba y rogó para que le ayudara a vengarse. La luna como madre piadosa le concedió su deseo. Aumentó su tamaño hasta transformarlo en un animal colosal, mucho más fuerte y veloz. Cambió su jaez gris por una espesa masa de pelos negros y quitó el brillo de sus ojos claros, tornándolos de un color rojo intenso y siniestro. El color de la sangre, el color de la muerte y la venganza.
La ayuda contenía una advertencia, pues si bien, el astro comprendía la desolación del animal, no podía tomar partido por él y tampoco por los hombres. Ella le dijo entonces, que únicamente debería tomar la vida de quienes habían asesinado a los suyos, ninguna más. De trasgredir esta única condición, pagaría las consecuencias.
Una vez pactado el trato, el lobo fue en la búsqueda de los asesinos de su familia; bastó con seguir las huellas de sangre y las pisadas para dar con ellos en menos de lo que se esperaba. El rastro lo llevó hasta el poblado más próximo, un asentimiento creciente a un par de kilómetros a las afueras de su territorio.
Esa noche, todo el poblado pereció.
Ya lo había perdido todo, el lobo creyó que no existía peor castigo que ese. Y la luna, decepcionada de su desobediencia le dijo que lo transformaría en lo que más odiaba. Un humano. Y que el animal y el hombre habitarían en un mismo cuerpo en medio de una constante lucha por devorarse mutuamente. También se rehusó a devolverle su forma original, confinándolo por la eternidad a una vida de soledad, por su aterradora apariencia.
Se creé que semejante castigo ha persistido tras el paso de los años y que aún existe ese híbrido sobrenatural que cada noche aúlla a luna implorando su perdón, deseando que ella nuevamente pose su luz sobre él y lo separé del hombre, sobre el cual no puede tener control. Que lo debilita lentamente, amenazando su existencia y su cordura.
Cerré el libro de golpe, la sensación al leer me resultó desagradable, pues, aunque me decía que solo era una de tantas leyendas, no podía verlo de esa manera. Me sentía afligido por el lobo, consideraba injusto lo que le sucedió y también el castigo de la luna. Ella debió saber desde el principio que el lobo no sabría cuando detenerse, que el dolor y la ira lo segarían. Era obvio, y aunque lo que hizo el lobo estuvo mal, no podía culparlo.
Precisamente por esta razón no me gustaba este tipo de literatura; siempre hay desventuras y tragedias irremediables que te dejan una sensación desagradable en el pecho. Si no fuera tan sentimental fingiría haberlo olvidado por ahí, sin embargo, no podría decir que lo odiaba. Admiré la pasta dura de la portada, era un trabajo detallado y había símbolos extraños que recorrí con la punta de mi dedo. Miré el título del libro: Historias sobre el origen de los hombres lobo. Lo repasé de la misma manera en la que lo había hecho con los símbolos y el marco. La caligrafía era delgada y de un color dorado muy llamativo. Volví a la contra portada y releí la dedicatoria:
Es mi libro favorito, así que léelo hasta el final.
Platicaremos sobre lo genial que es cuando te visite en las vacaciones de fin de año.
Hasta entonces, cuídate mucho y abrígate bien.
¡Feliz viaje Ariel!
Con cariño: William.
—William… —sonreí al pronunciar su nombre, tan solo decirlo causaba un calorcito agradable en mi pecho, era su magia. Y lo extrañaría horrores.
Extrañaría cada uno de sus detalles, su manera de ser, siempre tan cariñoso. Ni todas sus novias juntas habían logrado que las cosas entre nosotros cambiaran, fue de esta manera hasta el último momento. Sin importar qué, nos mantuvimos unidos.
Creo que incluso extrañaría a sus novias… Will era así, mantenía noviazgos apasionados y voraces en los que se presumía perdidamente enamorado y orgulloso, aunque ninguno duraba lo suficiente como para que llegáramos a acostumbrarnos. Si tuviera que describirlo, diría que es un loco apasionado que amaba hoy y olvidaba mañana y que creía que los hombres lobo realmente existían y que eran una raza superior a la nuestra.
Ahora que lo pienso, creo que está un poco loco, pero también era de las personas más preciadas en mi vida, mi mejor amigo, mi único amigo para ser exacto. Obviamente trataba con otras personas y compañeros de la escuela, pero Will era mi confidente. Y pese a que tenía gustos literarios bastante peculiares, lamentaba el que tuviéramos que separarnos. Su ausencia dejaba un vacío en mi interior que lo volvía todo más difícil.
No solo lo perdía a él, también estaba triste por dejar la ciudad en la que había crecido y todo lo que implicaba cambiarse de residencia.
Pues sin importar todo lo malo que había ocurrido, había sido feliz en Arizona. Pero al mismo tiempo, estaba contento de poder ver de nuevo a mis abuelos; si bien, hubiera preferido que los motivos que me traían a ellos fueran distintos, tenía que aceptar que esto, es lo que había y no permitir que la ocasión se opacara porque sí.
Y es que, me sentía terriblemente avergonzado con ellos. Había quienes no se cansaban de decirme que no era culpa mía —William entre ellos— el que mi madre nos abandonara para irse con alguien más. De todos modos, me sentía responsable; como si hubiera sido mi deber evitarlo. Y no que fui el último en enterarme cuando ya no había nada que hacer.
El aviso de que todos nos abrocháramos los cinturones de seguridad porque íbamos a aterrizar, me hizo olvidarme de mis conflictos internos. Miré por la ventana y la magia resurgió. La última vez que estuve en Rumanía tenía cinco años. Papá me había traído de visita en vacaciones para que mis abuelos me conocieran y ahora que estaba de vuelta, era para quedarme por lo menos, hasta concluir la carrera.
El parlante anuncio el número de mi vuelo y nos dio la bienvenida a Alba Lúlia, la capital de Transilvania. Era una calurosa bienvenida teniendo en cuenta que hacía un frío casi insoportable. Incluso la pista estaba cubierta de una ligera capa de nieve.
El cansancio de diecinueve horas vuelo en las que había dejado de sentir mis piernas casi a la mitad del tiempo, me hicieron mirar con optimismo el bajar del avión. Tampoco fue un mal viaje, los asientos eran muy cómodos pero mis pies no alcanzaban a tocar el piso. Sin embargo, no iba a acomplejarme, la niña a mi lado tampoco llegaba, así que era un problema común entre los bajitos de estatura. Eso sí, aún conservo altas exceptivas de crecer un poco más, antes de llegar a los veinte.
Después de recoger mi equipaje y de que el transporte me trajera hasta el hotel, pude hablar con mi padre. Lamentablemente las noticias no fueron animadoras. Su cambio de sucursal no se autorizaría pronto, pero dijo que dentro de cinco meses a más tardar estaría conmigo.
No quería pensar mal, ni mucho menos parecer un hijo egoísta que solo piensa en sí mismo y no valora lo que su padre hace por él, pero mientras lo escuchaba hablar, no pude deshacerme de este sentimiento que me hace creer que lo que mi papá realmente busca es estar lejos, como si quisiera deshacerse de mí. Por otra parte, lo escuchaba afligido, y el solo hecho me hizo sentir peor. Después de todo, nunca nos habíamos separado tanto tiempo y cinco meses parecía resultarnos a ambos, más de lo que podíamos soportar.
O al menos, eso quería creer.
Contaba con que los meses pasarían rápido y estaríamos nuevamente juntos. Deseaba que pasara porque aun si acababa de llegar, ya me sentía solo y triste. Después de colgar llamada, me dejé caer sobre la amplia cama de mi habitación, no quería pensar demasiado, estaba cansado y los ánimos no eran los mejores. Como cada vez que me sentía de esta manera decidí que lo mejor era dormir. Posiblemente me sentiría optimista al despertar.
Estaba dejándome ir, ya podía sentir la pesades en los parpados, pero mi celular vibro y me sobresaltó.
—¡William! —hablé sin poder contener mi emoción. Ni el cambio de horario lo frenaba y me hacía sentir dichoso. —¡Oye, no te rías en mi oído! —me quejé.
—¿Qué tal estuvo el viaje? ¡Lindo no! — bromeó. —De seguro no querrás volver a sentarte durante toda la siguiente semana.
— Algo así… —dije intentando sonar valiente.
¿La siguiente semana? Apenas comenzaba a comprender que no lo vería mañana temprano ni la siguiente semana, sino hasta varios meses después. Me sentí triste de nuevo y de un momento a otro caí en la cuenta de que estaba solo, en un lugar que no conozco, con gente que habla un idioma que apenas entiendo y puedo hablar. Y William no iba a estar aquí para ayudarme.
El silencio se hizo largo y denso, quería hablar, decirle cualquier cosa para no preocuparlo, pero no pude y me sentí peor cuando lo escuché resoplar.
—¡No, Ariel! ¡No hagas esto de nuevo! —me regañó. —Prometiste que no entristecerías…
— No estoy triste —mentí, pero la voz vacilante con la que hablé me delató.
—¡Mentiroso! —reprochó. —Ari, lo prometiste. Tienes que ser valiente, todo va a estar bien.
—¡Estoy bien! Soy valiente. — Pese a mis palabras, tuve la humana necesidad de llorar. Por mucho que me costara reconocerlo yo no era como él, había vivido todos estos años protegiéndome tras su espalda, y habían sido tantos, que ahora me sentía desvalido y solo.
Otro silencio…
—Prometí visitarte pronto —dijo—pero cancelaré el vieje si continuas de esta manera.
Pese a su tono amenazante y quizá molesto, sabía que me hablaba con dureza porque no quería que me viera débil. William se preocupaba por mí. —Prometiste que serías más sociable, que te esforzarías para hacer nuevos amigos. ¡Quiero que lo cumplas Ariel! Todo estará bien, la gente va a quererte casi como te quiero yo, pero deja de esconderte.
—Acabo de llegar Will, buscaré amigos mañana.
—¡Que mala actitud! —me regañó. —No seas tan retraído y tímido o terminaras aferrándote al primer desquiciado que te dirija la palabra, tal y como pasó cuando me conociste—. Me reí ante su comentario. William era un poco extravagante, pero a mi parecer no era una mala persona. —En vez de estar lamentándote, sal a conocer la ciudad. Dale uso a esa tarjeta de identidad que tanto trabajo nos costó obtener antes de tiempo. Ve a un bar, pide una cerveza y coquetea con una linda chica rumana o chico… Lo que prefieras, son tus gustos y yo voy a respetarlos, pero entretente con algo.
Sonreí, había aprendido a tomarme sus comentarios de la mejor manera. En muchas ocasiones le expliqué que aquello había sido un malentendido, pero se aferraba a la idea y aunque el tema le incomodaba, insistía en tocarlo. William era un Don Juan indomable y siempre andaba tras una nueva conquista, contrario a mí, que lo seguía y observaba a una corta y segura distancia.
También tuve algunos romances, unos más significativos que otros, pero era reservado al respecto. Soy un hombre después de todo, ¿cómo no iban a llamarme la atención? Las mujeres son hermosas pero peligrosas, la mayoría de las chicas con las que salí, me resultaban intimidantes. Will dice que se debía a la personalidad y el dominio de un carácter sobre el otro… Hubo una en especial, ella me gustaba mucho y después de reunir suficiente valor, me confesé. Comenzamos a salir a los pocos días… pero, aunque me gustaba… era hermosa en toda la extensión de la palabra, sin embargo, no pudimos hacer clic.
Lo intenté, fui tras ella porque estaba convencido de que podía funcionar. Pero siempre ponía trabas, que no le agradaba William, que pasaba mucho tiempo dibujando, y que mi madre era una mujer déspota y realmente lo es, pero la relación era conmigo no con mamá. Sin embargo, llegué a quererla tanto que no me importó alejarme de mi amigo y de las otras cosas que me importaban. Hice muchas otras para complacerla, pero nada parecía ser suficiente, después resultó que, aunque yo era el “oficial”, no era el único… me rompió el corazón. Me dejó por alguien que según ella era mucho más hombre que yo, él mismo que después comenzó a maltratarla y luego de unos meses la dejó. Entonces quiso que regresáramos y, a decir verdad, yo también lo quería, pero William lo impidió. Me costó reponerme, superarla me llevo meses.
No quise a intentarlo con nadie más. Posteriormente, inicio el divorcio de mis padres, así que me mantuve ocupado en otras cosas.
—Leí que los chicos rumanos son espontáneos para eso de los amoríos, así que no debe ser tan difícil que te consigas uno por ahí — habló Will.
—¿De nuevo con eso? —Reproché. — ¡No me gustan los hombres!
—¡Sí, lo que tú digas Ari! —dijo para zafarse, solo estaba “dándome el avionazo”. —La interminable fila de novias que dejaste aquí, tan devastadas dicen lo contrario—se burló.
Y aunque no lo tenía frente a mí, reaccioné de la misma manera en la que lo hacía cada que tocábamos el tema. Mi lista de novias era pequeña pero concisa… no necesitaba muchas, solo no habría encontrado a la indicada.
—De verdad, no me importaría, si a ti te hace feliz entonces está bien. —la voz de Will, tan calmada y aparentemente segura, me causaba gracia y molestia a la vez.
—Sé que no importaría, aunque tampoco es el caso.
—No tienes nada de qué avergonzarte conmigo —aseguró. —Así que sal a vivir los placeres de este bello mundo, ten sexo con el primer rumano erótico que encuentres. Solo se es joven una vez, es tu oportunidad ¡aprovéchala!
¿Lo harás?
— Sí, ya estoy saliendo para ver a quien encuentro. —respondí sarcástico. —¿El tipo que me ayudó con las maletas, también cuenta?
—Hermano, hasta el cocinero si quieres o ambos, solo ten sexo. Te urge deshacerte de esa virginidad que te limita —lo último lo soltó en un susurro, como si fuera algo malo que a mi edad no tuviera tanta experiencia. En mi defensa diré que virgen, lo que se virgen, tampoco era. —Lo dijo enserio, no sirve de nada que la conserves. Las mujeres en estos tiempos no lo valoran y quizá el tipo con el que te acuestes se sienta honrado de estrenarte.
—Eres un idiota, ¿cómo se te ocurre decirme algo así?
A veces me costaba trabajo escucharlo decir esas cosas tan vergonzosas y me enojaba su actitud descarada. Pero según él, los amigos hablan de esto y nosotros nos teníamos mucha confianza. Seguí escuchando sus excentricidades un momento más. Quizá mañana le haría caso en eso de salir a conocer la ciudad, pero por ahora, me sentía cansado y prefería quedarme en la cama. Por esta noche no habría sexo.
DAMIAN
El aire frío azotaba con cierta violencia mientras creaba un sonido ululante, era una perfecta noche de luna en cuarto creciente; la luz que desprendía iluminaba lo suficiente como para que no perdiera de vista a mi objetivo: hombre, de pelo castaño y complexión delgada, un verdadero hijo de puta que estaba a punto de arrepentirse de muchas cosas, entre ellas, haber nacido. Iba poco más de setenta metros por delante de mí. Pese a la distancia podía escuchar claramente sus pasos torpes sobre el camino empedrado. Hoy estaba mucho más bebido que desde que comencé a seguirlo, hace poco más de una semana.
Se iba recargando en las bardas de las casas o en los pretiles que protegían a los árboles que recientemente habían sido sembrados en los andadores. A pesar de su embriaguez, podía sentirme, lo sé porque cada cierto tiempo volteaba a mirar. Pero con tanto alcohol en la sangre, seguramente no era capaz de distinguirme. Entonces y solo después de unos segundos volvía la vista al frente y continuaba su andar, aunque de manera mucho más precavida que la anterior.
Pasaban de las once de la noche, descendíamos lentamente por entre los callejones pequeños y estrechos de la Piata Mica, siguiendo el rumbo hacía la calle Ocnei. Salvo por nosotros, el camino estaba desierto y desprovisto de toda presencia humana.
Nuevamente se detuvo, lo imité.
En esta ocasión, me quedé en medio del callejón, no tenía problema con que supiera que lo seguía. El viento me trajo su aroma y pude sentir su miedo mezclado con alcohol y sudor, mi sola presencia lo desquiciaba y me resultaba entretenido perturbarlo. El hombre volvió la vista al frente y continuo su huida. Contrario a lo esperado se desvió del camino adentrándose en otro callejón. Ya no podía verlo, pero lo seguía escuchando. El latir frenético de su corazón, los temblores que seguro lo sacudían, prácticamente podía sentir el sabor de su sudor en mi paladar.
Los lobos mantenían el paso de cerca, sigilosos y perfectamente camuflados con la noche. Tres, los más jóvenes venían detrás de mí, dos más cuidaban los laterales por entre las calles. Más adelante, casi al final del camino, los últimos dos aguardaban por nosotros, al acecho entre los montes altos. Habían esperado por este día con ansias, y aunque Deviant aseguro que podía hacerse cargo, decidí que un juicio más privado era lo mejor.
Contrario a los lobos que se perdieron por el mismo camino por donde el hombre se había metido, decidí no seguirlo. Iba a la ciudad baja y el acceso principal a esta, era la calle recta que pasaba por debajo del puente de los mentirosos, así que fue precisamente ahí a donde me dirigí.
Teníamos toda la noche, no había necesidad de prontitudes.
Llegué hasta el puente y esperé porque se asomarán. No pasaron ni diez minutos cuando el hombre apareció, lo vi correr asustado hasta los escalones que finalmente le llevarían a la parte baja de la estructura metálica. Los siete, ahora juntos y en sus respectivas posiciones, le seguían de cerca formando una especia de “C” invertida de la que el infortunado no podría escapar. Me les uní, pronto todo habría terminado y podríamos volver a casa.
Mi cuerpo temblaba ligeramente anticipándose a lo que estaba por suceder, había pasado mucho tiempo desde la última vez, así que no forcé el cambio, dejé que simplemente sucediera. Los lobos lo habían llevado a una fábrica abandonada, la más cercana. Este era su lugar favorito para cenar.
Una vez en el interior de la que años atrás fuera una procesadora de vinos, los gritos de terror y dolor comenzaron a escucharse.
Acorralado y gravemente herido quizá, pero aun continuaba entero cuando me acerqué. Me reflejé en sus ojos, y aún parecía consciente de mí, aunque el cambio ya se había producido. En algún tiempo me sentí perturbado por mi aspecto, ahora mismo, me había acostumbrado a esas miradas de terror. Me diferenciaba del resto de la manada por mi tamaño notablemente más grande y el único de pelaje completamente negro. La fuerza, la maldad y la conciencia… ellos cazaban porque era su instinto, yo lo hacía por placer.
El hombre contuvo el aliento mientras la temible bestia en la que me había convertido, le miraba imponente desde arriba y le mostraba las fauces. Esa doble fila de dientes filosos y colmillos capaces de trozar por la mitad la carne de su cuello palpitante y bañado de sudor. Instintivamente el hombre tanteó el suelo buscando algo con lo que pudiera defenderse. Encontró una piedra, misma que intentó arrojarme, pero todo quedó en eso, en un simple y pueril intento.
Mis fauces se cerraron entorno a su hombro izquierdo, lugar que quedó al descubierto tras aquel fallido y erróneo movimiento. Los alaridos de dolor y los sollozos pronto dejaron de escucharse. El único ruido que se apreció por los siguientes minutos era el que provenía de la manada mientras devoraban al hombre. Ellos, porque yo no como porquerías.
En Sibiu se corría cierto rumor entre los habitantes, los más antiguos contaban que en las noches de Luna Llena una criatura demoníaca deambulaba por la ciudad y sus alrededores, devorando humanos enteros. Nada más estúpido y fuera de la realidad. Después de todo, no puedes devorarlos enteros.
Deviant dice que es de mala educación no masticar.
Eso y que el hambre no depende de la Luna, si no del cuerpo. La gente suele ser así después de todo; temen todo aquello que desconocen, no pueden comprender o es superior a ellos. Consideran su vida simplista y frágil como lo más valioso que poseen. Pero hay tanto que ignoran…, se creen los dueños de todo. Pero esta no es solamente tierra de hombres. La que llaman la tierra de nadie, es también la tierra de todos. Mi nombre es Demian y Sibiu es mi territorio.