CAPÍTULO 2 – SIBIU

Quién diría que sería de esta manera…”

ARIEL

Amaneció temprano para mí. Dormí bien, me sentía repuesto y de mejor humor. Si bien, mi padre dijo que podía tomarme un par de días para quedarme en la capital, la verdad era que estaba ansioso por viajar a Sibiu. Quería ver a mis abuelos e instalarme en la que sería mi nueva habitación, además de comenzar los trámites para mi ingreso a la Lucian Blaga. La universidad más importante de la ciudad.

Pensar en la universidad me hacía sentir ansioso, cuando me postulé me dijeron que no bastaba con pintar bien, debía ser dedicado y mantener una actitud adecuada, solo así podría ganarme un sitio entre la gente. Mi país no es tan amante al arte como estas tierras romances; con sus museos, academias y salones de reunión que cada cierto tiempo logran juntar a los mejores pintores de Europa y sus alrededores.

Mi sueño era poder mostrar mi trabajo en una de esas convocatorias, acudir a las subastas e inclusive, montar mi propia exposición. Quizá era pedir demasiado, pues a diferencia a la gente de aquí, yo no tenia estudios especiales. Mi amor por la pintura nació de mi soledad y timidez. Fui creando una técnica basada en lo que para mí era más cómodo, jamás pensé en esto como una profesión o algo que fuera más allá de una afición. Sin embargo, William mostró mis bitácoras, algunos cuadernos de trabajo y se convirtió en el principal impulsor de esta nueva aventura. Él confiaba más en mí, más de lo que yo mismo soy capaz. Me alentó a ir en contra de los deseos de mis padres y me ayudó a postularme a esta universidad.

La Lucian Blaga, era la universidad que contaba con más carreras en distintas áreas y también la que mejor plan de estudios ofrecía. Entrar no era sencillo y yo había corrido con la suerte de que me aceptaran. Mis pinturas habían generado una gran impresión en los jueces o al menos, eso decía la carta que me enviaron. Tanto así que, aunque yo había solicitado media beca, me habían ofrecido una completa si aceptaba que la escuela exhibiera mis trabajos con su sello.

Me explicaron que las pinturas seguirían siendo mías, pero ellos me darían un tipo de patrocinio. Mi padre dijo que no era necesario aceptar, nuestra situación económica era estable y mi deseo por la beca era solo para ayudar con los gastos, no quería ser una carga o molestia para él. Sin embargo, aún no estaba seguro de si aceptaría o no la oferta.

Después de desayunar, me preparé para despedirme de la capital, solo había un lugar que realmente deseaba visitar, la nombraban la Ciudadela Histórica y era el principal sitio de interés de Alba Lulia. Según mis investigaciones “La Catatea”, como también se le conoce, tardó diecinueve años en ser construida y fue hecha en honor de Carlos VI de Habsburgo. Dentro de esa inmensa fortaleza se encuentra: La catedral de San Miguel, El Palacio Episcopal, La Sala de la Unión, la Biblioteca Batthyaneum y el sitio que más me interesa: La Catedral de la Reunificación. En esta había sido coronado Fernando I como Rey de Rumania en 1922. Era un hermoso edificio en color blanco y plateado, con un diseño único y su campanario de cincuenta y ocho metros de alto. En caso de que aceptara la beca, debería hacer una representación a escala de este edificio. Razón por la que me esforcé a sacar la mayor cantidad de fotos posibles y desde distintos ángulos para trabajar en esto cuando estuviera en Sibiu. Incluso los detalles más pequeños en los adornos de la catedral, intentaría reproducirlos. Después de todo, era un honor que siendo un extranjero recién llegado me pidieran que reprodujera a escala la más antigua de las iglesias ortodoxas de Rumanía.

Dejé la capital al atardecer. El viaje hasta Sibiu era de aproximadamente tres horas y media en taxi. Debo confesar que la panorámica es inigualable, pero algo tétrica. Se suponía que el sol aún no descendía, aun así era imposible verlo entre los espesos nubarrones negros. Estábamos a menos nueve grados y nevaba muy ligeramente. El camino era silencioso, y estaba adornado por interminables filas de árboles sin hojas con sus ramas apuntando hacia todas direcciones.

Mi cochero me miraba divertido desde el retrovisor, debía verme como un niño que se asombra cada vez más ante todo lo que pasa frente a él, pero no podía evitarlo. La costumbre era ver edificios de todos tamaños y no los Cárpatos Meridionales que rodean toda la región como una pared. Las blanqueadas y escarpadas montañas eran totalmente impresionantes, lo que yo daría por salir a recorrerlos.

Y entonces, un ruido extraño acabó con el silencio.

— ¿Qué ha sido eso? — Pregunté, despegándome del cristal de la pequeña ventana del automóvil. — ¿Lo ha escuchado? — El hombre negó de inmediato. Sin embargo, le bajó a la música. — ¡Eso! ¿Lo escuchó? —Volví a preguntar. — ¿Son lobos?

Había un aullido estridente que se escuchaba en intervalos desde las profundidades del bosque.

—No hay lobos en Transilvania… —respondió con mucha seguridad mientras volvía a subir el volumen de la música. —Los exterminaron hace años, se les persiguió hasta que prácticamente se extinguieron y los pocos que quedaron escaparon a las colinas.

— ¿Y no pudieron haber vuelto? — Pregunté sin pensar.

—Son animales tontos y cobardes, no te preocupes. Si llegas a ver uno, llama al guardabosques y lo buscarán, lo matarán y te regalarán su cabeza para que la cuelgues en tu sala.

— ¿Por qué habría de querer en mi sala algo así?

Él ya no respondió. Esperaba que no hubiera malinterpretado mi respuesta, aunque, de hecho, jamás pondría en mi sala ni en ningún otro lugar de mi casa, a un animalito muerto. El resto del recorrido lo realizamos en silencio. Decidí que lo mejor era mantenerme tranquilo y con la boca cerrada, así que me concentré en la música que se escuchaba. El idioma era complicado, lo entendía más de lo que podía hablarlo, pero la letra de la melodía era hermosa: relataba un encuentro inesperado, asuntos del destino en los que alguien se cruza con el amor de su vida y entre los dos surge un sentimiento tan fuerte que hace que la persona se olvide de todo lo que solía ser… Si algún día me pasaba algo así, lucharía con mi vida por ese romance, daría gracias por el amor y por llenar mi existencia de un significado especial.

Yo deseaba un amor así, no me interesaba tener muchos amantes, me basta un solo amor pero que fuera para el resto de nuestras vidas.

— Es aquí…—aseguró mi cochero. Y lo primero que pensé cuando vi la casa fue… Wooooooouuuuu.

Era bellísima.

Mi abuelo la había mandado a construir para mi abuela, después de vender la que se encontraba en el centro de Sibiu. Hace un año se mudaron a esta que se ubica a las afueras de la ciudad. Según ellos por la tranquilidad y respirar aire puro.

En lo personal, esta casa me encantaba, era una cabaña con troncos artesanales. Tantos los cimientos como los recubrimientos eran de pino y álamo, que le daban un ambiente acogedor. La casa era de dos pisos ambos independientes y el techo de dos aguas, con ventanales grandes que sobresalían y simulaban techitos más pequeños. Se podía acceder directamente a cualquiera de las dos habitaciones y la enorme sala de estar, del segundo piso por unas escaleras desde fuera. El puente amplio de la escalera servía a su vez como un balcón para todo el segundo nivel. La parte baja estaba compuesta de tres habitaciones, la de mis abuelos, la de visita y la que ocuparía mi papá. Una amplia sala adornada cuadros de paisajes y fotografías de los viajes de mis abuelos, también había fotos mías que intercambiábamos cuando hablaba con ellos, el comedor, la cocina y una pequeña biblioteca con estudio.

Sobra decir que recibí una de las mejores bienvenidas de mi vida, mi abuela había cocinado todo tipo de delicias para consentirme. Desde Sarmale hasta Ciorba Taraneasca, todo muy típico de la región.

Después de comer y de que se pusieran al tanto de todo lo que hice desde la última vez que nos vimos, mi abuela me llevó a la que sería mi habitación. Lamentablemente el abuelo había perdido la vista hace poco más de cinco años, y no se sentía cómodo subiendo, porque aún no estaba familiarizado con esa parte de la casa. La abuela explicó que pensaron que me sentiría más cómodo con la privacidad del segundo nivel.

Mi dormitorio era paradójicamente un sueño, al centro de la habitación había una cama enorme con edredones blancos, repleta de esponjosas almohadas. Un candelabro de cristales en forma de lágrimas colgaba en el techo sobre esta. Había libreros como hechos apropósito sobre las paredes, también alrededor de la cama. Un closet del tamaño de toda la pared frontal estaba a la espera de la ropa que no tenía, pues solo había llevado conmigo un par de maletas y en su mayoría contenían mis dibujos y algunos libros. Había también una alfombra y asientos de descanso a juego con los edredones y las cortinas que cubrían los ventanales. Un escritorio de caoba y un caballete para dibujar.

Mi habitación tenía vista al patio trasero, mismo que a su vez, daba hacia el espeso e imponente bosque de los Montes Cárpatos. Desde aquí podía ver el pico más alto, el Moldoveanu, mismo que, si lo que escuché fue cierto tenía dos mil quinientos cuarenta y tres metros de altura… ¡Impresionante! ¿No?

Hayas y Robles fueron los primeros árboles que pude divisar y que, al parecer, predominan en esta parte de la región.

—Abuela—tanteé el terreno—. ¿Crees que pueda ir a echar un vistazo ahí? —Pregunté mientras señalaba el bosque que iniciaba del otro lado de la pared.  

Ella asintió de inmediato, solo me pidió que lo hiciera durante el día, y que intentara no internarme mucho, porque podría perderme.

DAMIAN

Pasaban de las ocho de la noche cuando abandoné la ciudad con mira al bosque. Estar entre la gente era cada vez más desgastante, el ajetreo me volvía loco, eran demasiado ruidosos para mi gusto.

Nada se comparaba con mi vida en el bosque, recientemente había terminado de construir una cabaña pequeña. Aún faltaban algunos detalles, pero lo principal ya estaba listo. Después de que tuviéramos que dejar la última guarida, encontré este lugar. A simple vista, era solo una cueva más de las tantas que puedes encontrar en Sibiu, pero había un camino escondido que daba hacia una superficie extensa y plana, cubierta de pasto y rodeada de roca sólida. El sol filtraba sus rayos por la parte descubierta de la cima. Y la luna hacía lo mismo durante la noche. De manera que siempre gozamos de cierta claridad. Era un lugar tranquilo, sobre el cual pasaba un ojo de agua que brotaba de las piedras más grandes. Pero, ante todo, era seguro.

Los lobos jugaban afuera, había estado observándoles desde el ventanal. Se correteaban y mordisqueaban entre ellos como si fueran cachorros. Salvo Vant y Roua que únicamente se limitaban a reposar al pie de la cabaña, mientras observaban a los más jóvenes jugar.

Ella intentó unirse al juego, pero Vant se lo impidió. Por lo general era muy posesivo y estricto con Roua, sin embargo, también la cuidaba y protegía hasta el punto de hostigarla. Ella cedió ante él y se recostó a su lado. Vant la consintió, acariciándola y después recostó su cabeza sobre el cuello de ella quien no dudó en resguardarse contra él.

Vant era muy afortunado de tenerla, ella lo aceptaba tal y como era, con todo y ese mal carácter. Y siempre lo prefería por encima de todo y de todos, incluso, de mí. Los demás aún eran jóvenes como para sentirse interesados en este tipo de temas, pero en lo personal, había noches como estas, en las que miraba lo poco o mucho que poseía y debía reconocer que no tenía a nadie con quien compartirlas. Y quizá nunca lo tendría.

Mi vida estaba confinada a un destierro en el que la única y fiel compañía era la soledad. Lo estaba aceptando, como hombre me sentía listo para la compañía de alguien más, pero la bestia solo quiere matar.

TERCERA PERSONA

Ariel despertó cuando el sol aún no salía. El recibimiento tan afectuoso que había tenido ayer, aun lo mantenía emocionado. Esa mañana, a pesar de que el clima estaba a menos tres grados, no era tan fría como las dos anteriores. Y la emoción por ir de paseo lo había mantenido suspendido fantaseando con cada una de las cosas con las que podría toparse.

Ariel era un chico de ciudad, pero el bosque lo atraía con una fuerza casi misteriosa; tanto así que incluso se despertó varias veces durante la noche solo para comprobar con desilusión que aún no había amanecido. Sentía que la vida estaba a punto de abrirle la puerta de la que siempre había sido su jaula y que lo había mantenido cautivo todos estos años. Y como un resorte que había sido forzado y empujado a presión, estaba más que listo para saltar hacia la aventura.

La emoción era tal, que se olvidó del calorcito que le proporcionaba ese inmenso nido que tenía como cama y bajó premuroso sin medir las consecuencias. Al contacto de su pie con el mármol blanco del piso le resultó demasiado frío, y aunque llevaba puesto calcetines volvió saltando hasta los tibios edredones. En los casi tres días que llevaba en Sibiu, había descubierto que lo suyo no era frío.

Dispuesto a no rendirse, se enfundó en toda la ropa que tuvo a su alcance y prácticamente corrió hasta la puerta que daba a la terraza. En cuanto dio el primer paso fuera del resguardo de su habitación, el aire golpeó sus mejillas y le hizo tiritar, pero no menguó su entusiasmo. Aún estaba oscuro, a decir verdad, la negrura era densa pero el reloj despertador de su buró había marcado las cinco con once minutos. Oficialmente era de día y él se moría de ansias por salir a pasear, aunque aún estuviera oscuro.

¡Que más daba! Él era un chico valiente y decidido, que sin titubear bajó los escalones hasta el primer piso.

La abuela había sembrado unos arbustos de los que brotaban flores amarillas, que tenían un olor dulce. Ariel reparó en ellas unos segundos, antes de concentrarse en el sendero que el Taxi había seguido, la tarde ayer. Realmente estaban a las fuera de la ciudad, la carretera se extendía en línea recta por ambos lados y aunque en ese primer momento no reparó en ello, todo parecía indicar que no había vecinos cerca. Al menos, no en los siguientes kilómetros.

La novedad de la noticia pasó sin mayores sobre saltos, Ariel era un joven sensible que disfrutaba de estar consigo mismo y de su soledad. Jamás la veía como un tormento o un suplicio, por el contrario, utilizaba esa intimidad para la introspección, para despejar y relajar su mente y, sobre todo para incentivar a su ya de por sí, creciente imaginación.

Realmente quería curiosear por el bosque, pero su abuela había sido clara al decir, que podía irse, únicamente después de desayunar.

Esa mañana un par de horas después, la abuela seguía dándole indicaciones de que hacer en caso de que se perdiera, le obligó a comer un poco de todo lo que preparó y también le dio algunos dulces para el almuerzo. Había comentado que ese espíritu aventurero que veía reflejado en el rostro ligeramente impaciente de su nieto, también lo había visto en su esposo y su hijo. Ambos amaban el bosque y se perdían durante horas, recorriendo senderos o cazando presas pequeñas. Ariel le explicó con serenidad su postura sobre la caza y se sintió dichoso al saber que ella compartía su opinión. Amaba la naturaleza y le atraía el bosque con una fuerza casi superior, aunque era la segunda vez en toda su vida que estaba en un lugar como este.

Por otra parte, en una escondida cabaña entre los Montes Cárpatos, otro joven, unos cuantos años mayor que Ariel, golpeaba con más fuerza de la necesaria el pequeño despertador. Levantarse resultaba siempre un suplicio. El asunto estaba fuertemente ligado, a que como de costumbre, se había quedado despierto hasta muy entrada la madrugada.

El lecho improvisado sobre el que había dormido y que apenas y si alcanzaba para cubrir un poco más de la mitad de su imponente anatomía, estaba resultando difícil de abandonar. En un berrinche por demás infantil, terminó boca abajo mientras intentaba acomodarse y volverse a dormir.

Su humor era malo casi todo el día, pero en las mañanas se ponía completamente insoportable. Se mostraba más huraño, casi al punto de volverse violento sin razón. Si lo sabía ese despertador que después de que osadamente volviera a sonar, terminó siendo estrellado en una de las paredes de madera, causando un ruido estridente al romperse en varios pedazos que terminaron regados sobre el frío piso de cemento.

Que más daba, lo reemplazaría por otro más tarde.

Demian movió con pesadez su cuerpo hasta que logró incorporarse, sentado al borde de su cama miró distraído hacia ninguna parte en especial, sus ojos estaban abiertos pero su mente seguía dormida. Necesitó un par de minutos para desperezarse, después de los cuales se talló el rostro con las manos usando más fuerza de la necesaria, era un hecho, se había levantado de mal humor.

Apenas y si tomo un baño rápido, antes de meterse en una camiseta color negro y sin mangas. Hizo lo mismo con la ropa interior y los pantalones de mezclilla que estaban rotos en las rodillas, los había comprado así y por muy mal que se viera, era la moda. Su cabello goteaba, pero tampoco se detuvo a secarlo o desenredarlo. El corte favorecía a su prisa y falta de delicadeza; era corto a los lados, pero la parte de arriba la mantenía larga, como un mechón que solía acomodar hacia atrás, disimulando algunos centímetros, pero ahora que aún estaba mojado se notaba que le llegaba por debajo de la quijada. El color negro cobrizo le hacía lucir, pero al parecer esos mechones eran tan rebeldes como su dueño. Pues, pese a su ligero intento de acomodarlo hacia atrás, terminaron cayendo sobre su lado derecho.

Se metió en sus botas sin calcetines y se ajustó el cinturón. No había necesidad de mirarse en el espejo, aunque tampoco había uno en esa cabaña. Sabía que se veía bien, después de todo, a él todo le sentaba de maravilla. O por lo menos, eso era lo que Demian creía y pobre del que pretendiera hacerle creer lo contrario.

Cuando abrió la puerta de la cabaña, no pudo divisar a ninguno de los suyos, no era de extrañar, ellos le conocían y sabían que era mejor no tentar a la suerte. Razón por la cual preferían alejarse hasta que Demian no estuviera en casa.

Descendió por el camino hasta una cueva pequeña, ahí escondía al más reciente de sus amores. Su “MV Augusta F4” que por el momento era su única y más grande pasión. Sus ciento setenta y cuatro caballos de fuerza que podían hacerlo correr hasta a doscientos noventa y nueve kilómetros por hora, lo traían totalmente enamorado. Bien habían valido la enorme suma que pagó por ella.

Y no era una exageración, lo más cercano al amor que había sentido en su vida, lo tenía hacia su motocicleta, ella era la única que lograba llenarlo. Demian era todo un amante de la velocidad y las emociones fuertes, y este juguetito que recientemente había adquirido, lo tenía todo. A tal punto que la cuidaba más que a su propia vida; la cual corría bastante peligro cuando ese monstruo en color negro con franjas rojas surcaba las calles despejadas de Sibiu.

El motor rugió furioso debajo de él. Y aquí iba de nuevo… de vuelta al mundo al que decía odiar, pero del que se rehusaba a vivir completamente ajeno.

Ariel estaba fascinado por todo lo que había a su alrededor, llevaba en sus manos un cuaderno pequeño de dibujo y cada nueva cosa que le atraía la plasmaba con rapidez. Era hábil y preciso en sus trazos, sin mencionar que sus dibujos tenían ese algo que le permitía dotarlos de realismo. Inmerso en hojas blancas y lápices de carbón, hacía poco más de una hora que había dejado de marcar el que sería su camino de regreso a casa, no fue intencional, simplemente olvido hacerlo.

Ahora mismo, su atención estaba sobre los árboles recubiertos de fina nieve. ¿Cómo podría plasmar tan belleza sobre el papel? Sus ojos se centraban en cada aspecto y su mente lo registraba como si se tratara de una fotografía…mientras que el lápiz se mantenía sobre el papel listo para comenzar a plasmar en la hoja, en cuanto Ariel lo quisiera.

Hubo un ruido…

Ariel era consciente que en el bosque había todo tipo de animales, pero este ruido lo hizo despegar la vista de los arboles y mirar detrás. No vio nada. Estaba a punto de dejarlo pasar, pero se escuchó de nuevo… corría, pasos cortos que al pisar las hojas o arrastrarlas, hacia ruido.

En esta ocasión pudo percibir algo que escondido entre unos cipreses altos le observaba en la lejanía. Lentamente retrocedió sin apartar los ojos de aquella figura extraña. Aún estaba analizando sus opciones, aunque lo mejor era volver, pero ¿por dónde?

Otro ruido, pero esta vez a su espalda, más cerca, mucho más cerca. La impresión le hizo contener el aliento, instintivamente se aferró a su cuaderno como si pudiera protegerse con ello. La mochila con sus cosas estaba a un par de metros detrás de él, lentamente fue acercándose a ella para tomarla mientras observaba detenidamente a su alrededor.

Algo corrió de un extremo a otro con tal rapidez que no pudo distinguir de qué se trataba, solo vio que se escondía detrás de uno de los árboles, como a sesenta metros de distancia. Ariel ya no supo si era su mente la que le estaba jugando una mala pasada o en verdad se escuchaban más de esos extraños ruidos a su alrededor, porque él miraba desesperado hacía todos lados, pero ya no podía distinguir nada.

Lo más normal en una situación como esta era sentir un miedo irracional. Ariel no lo sintió, más bien estaba confundido, como ausente, quizá preocupado. No sentía que estuviera corriendo un verdadero peligro, al menos, no, hasta que un gruñido nunca antes escuchado le hizo gritar del puro y mero susto. Si en algún momento tuvo algo de valor y serenidad, de un segundo para otro se había extinguido por completo. Y se descubrió corriendo entre los árboles sin saber exactamente hacia dónde se dirigía.

Su cuerpo era ligero pero sus piernas no eran muy largas, y le dejaban la amarga sensación de que no avanzaba. Algo temible le seguía de cerca y sea lo que fuese era mucho más rápido que él. Su instinto le obligaba a continuar aun cuando su cuerpo resentía el esfuerzo. Generalmente su condición era decente, hacia deporte y le gustaba correr, pero hacerlo en la nieve no era igual a correr a suelo raso y sus pulmones estaban sufriendo por no recibir el aire suficiente.

Ariel escuchaba muchos pasos detrás de él, sin embargo; no se atrevía a voltear para mirar, ni siquiera cuando su mochila se atoró en una de las ramas salientes haciéndolo retroceder golpe. Forcejeó intentando liberarla, más al darse cuenta de que no lo lograba prefirió abandonarla.

Aferrándose únicamente a su cuaderno corrió como si no hubiera mañana y quizá no lo habría. A pesar del miedo que sentía, entendió que aquello que estaba persiguiéndolo pretendía apartarlo de las orillas e internarlo en el bosque, quizá con la intención de perderlo. Sin detenerse dio la vuelta hacia el costado izquierdo, entonces pudo verlos; eran dos, quizá tres, más grandes que perros y peludos porque no eran perros, sino lobos los que lo seguían.

En su mente lo que su cochero dijo se repitió incesantemente. No se detuvo, ya no estaba el ímpetu del principio, sus pies estaban cansados y se estaba ahogando por no poder respirar con normalidad, y aunque comprendía que los lobos solamente estaban jugando, porque de haberlo querido alcanzar ya lo hubieran hecho desde hace mucho rato. No iba a detenerse a averiguar si ellos estaban podrían cambiar de opinión.

Se esforzó más cuando alcanzó a ver un claro entre los árboles, la carretera debía estar próxima y su vida dependía de que llegara ahí antes de que los lobos lo atacaran. Así que, sacando fuerzas de quien sabe dónde, aceleró el paso. Pronto estuvo frente a la carretera, solo que esta se encontraba a unos seis metros por debajo de donde él.

Con cuidado trato de bajar de pie, fue un error, la pendiente era pronunciada y terminó rodando entre la nieve, colina abajo. Seis metros quizá no es mucho, pero si pierdes el equilibrio y terminas envuelto entre nieve lodo y raíces, es peor. En cuanto estuvo en el suelo reemprendió la cerrera. Ni siquiera se detuvo a sacudirse un poco, poniéndose de pie cruzó la carretera…

Demian venía a toda velocidad, la moto era un lujito, la sentía vibrar sobre la carretera, pero era apenas tan ruidosa como el viento. Se distrajo mirando las agujas que marcaban la velocidad… Para Demian, el chico apareció de la nada y se detuvo justo en su camino…, todo sucedió tan rápido que no tuvo tiempo de medir sus acciones. Frenó de golpe y debido a la velocidad con la que venía, la motocicleta lo aventó hacia adelante, para justo después derrapar. Demian fue proyectado como una bala, rodó sobre el piso y terminó estrellando la cabeza entre las rocas salientes del otro lado del camino.

Ariel se cubrió el rostro con las manos, sin embargo, entre sus dedos pudo observar todo lo que había sucedido. La motocicleta quedó varios metros por delante de él y el tipo que la conducía no se movía. Horrorizado se acercó a Demian, efectivamente estaba inconsciente y sangrando… el pobre hombre había quedado junto a las rocas de espaldas a Ariel.

Sin saber exactamente qué hacer, se arrodilló a su lado y con extremado cuidado lo intentó girar. Sus casi dieciocho años de existencia pasaron como una película frente a él.

En un afán por salvar su vida había matado a un hombre y ahora pasaría el resto de sus días en una prisión en Transilvania. Temeroso se asomó por encima de la cabeza de Demian, era apenas algunos años mayor que él, su complexión era fuerte y sólida, pero eso no hacia menos el hecho de que siguiera con los ojos cerrados, ni mucho menos, que su frente estuviera sangrando profusamente. Recordó haber visto en un documental que los golpes de ese tipo eran casi siempre mortales, ¿cómo iba a explicarlo? Nadie le iba a creer que no había sido su intención matarlo.

Lo giró muy despacio hasta que la espalda del joven terminó contra el piso, inmediatamente se quitó su abrigo y fue limpiando la sangre que escurría por el rostro del inconsciente muchacho. En un afán por lavar sus culpas se dijo mentalmente que también era responsabilidad del chico por conducir sin casco, aunque definitivamente la mayor parte de la culpa recaía en él por atravesarse de esa manera. Cada vez que lo miraba le iba pareciendo más joven, también era atractivo, de seguro le darían cadena perpetua… debía ser un delito grave en cualquier parte del mundo matar a alguien con esa apariencia.

Presionó ligeramente sobre la herida con la única intención de que la sangre dejara de salir, Demian abrió los ojos en ese momento… en un movimiento inesperado y sobre todo violento tomó del cuello a un asustado Ariel y lo dejó debajo. Con la espalda contra el piso y su mano fuertemente cerrada contra su cuello.

Ariel se quejó por el maltrato y el dolor que sintió cuando su cuerpo golpeó contra el asfalto.

— ¿Qué demonios sucede contigo? — Gritó Demian furioso y justo después lo soltó.

Ariel pensó que de haber podido se habría disculpado, pero en ese momento era más importante respirar que hacer cualquier otra cosa, aunque lo dicte la cortesía. Demian intentó ponerse de pie, pero no le fue posible. El golpe había sido tan fuerte que su vista continuaba nublada y todo en la cabeza le daba vueltas. Lentamente se llevó una mano a la frente, específicamente en la parte donde se había herido.

— ¡Lo lamento! — Finalmente alcanzó a decir Ariel, mientras se colocaba frente a Demian.

Dos cosas sucedieron en ese momento. Ariel recordó a los lobos que le seguían y volvió a sentirse preocupado, pero se distrajo cuando se dio cuenta que el joven al que creía haber matado, le miraba con detenimiento. No era una simple mirada fija, más bien, parecía sorprendido.

Debido a la posición, la frente de Demian volvió a sangrar, como Ariel sujetaba su abrigo, estiró la mano y la colocó sobre la herida. La primera reacción fue de rechazo. Demian intentó alejarse, pero Ariel sujeto su mano apartándola. Al tacto, resultó que esa mano estaba demasiado caliente —en el mejor de los sentidos—, hubiese querido sostenerla un poco más, pero nuevamente fue rechazado.

— Estaba en el bosque… —intentó explicar — quería dibujar unos árboles, entonces escuché algo y comencé a correr, son lobos… — Habló tal cual lo pensó, y el resultado fue un discurso breve y sin sentido.

Demian le había mirado pasivamente desde el piso, mientras le escuchaba hablar, hasta que mencionó la palabra lobos. Sobre todo, porque dicha palabra fue acompañada por unos gruñidos conocidos. Ariel volteó asustado y se encontró con dos imponentes lobos pardos, inconscientemente retrocedió sin darles la espalda. Demian tuvo que empujarlo con la mano para que no terminara cayendo encima de él, ya había tenido suficiente con ese golpe en la frente.

Los lobos, inclinados sobre sus patas mostraban sus intimidantes colmillos mientras le gruñían única y exclusivamente al más bajo. Uno de ellos avanzó y Ariel instintivamente se volvió pasando los brazos sobre el cuello de Demian como si intentara cubrirlo con su cuerpo y de esa manera protegerlo.

La acción los tomó por sorpresa a ambos, pero de alguna manera, el más sorprendido fue Demian. Para empezar, ese cuerpo pequeño no lograría proveerle la más mínima protección, y después estaba el hecho de no comprender, porque un extraño se tomaría la molestia de hacer algo como esto, sobre todo, después de como lo había sujetado contra el piso.

Fueron segundos los que el Ariel se aferró aquel cuerpo que estaba agradablemente caliente, sentirlo a él era como estar al sol a las doce del mediodía en su antigua ciudad. Pero poco le duró el gusto, Demian terminó rompiendo el contacto mientras lo empujaba con brusquedad para que se apartara.

Cabe aclarar que no se trataba de que Ariel le desagradara, aunque tampoco era lo contrario, pero al sentir el cuerpo tibio contra el suyo, pudo también, sentir su cambio. Hacía un par de días la bestia se había alimentado, y ahora mismo, la sentía queriendo salir de lo más hondo de sus entrañas para desgarrar y corromper esa piel que él había encontrado suave y solida sobre la suya. El olor que desprendía aquel chico no ayudaba mucho. Era un aroma fresco y suave. Olía a bosque, pero no porque hubiera estado corriendo de aquí para haya en los árboles, sino que ese, que era el único olor que Damián conocía a la perfección, se desprendía de ese cuerpo pequeño, casi como el de un adolescente.

Ariel resintió haber sido rechazado nuevamente, pero olvidó todo cuando notó que los lobos ya no estaban. Demian por su parte, volvió a perderse en esa mirada azul intenso, y supo lo que el muchacho buscaba. Nunca había visto unos ojos como aquellos y sintió que quizá podría ver salir el sol en ese cielo de mirada.

— Ya no están… — Susurró Ariel, confundido—. Los lobos se han ido.

— ¿Qué lobos? — Demian sabía lo que sucedería si el chico contara que había visto lobos. Los buscarían y les darían caza hasta matarlos y él no quería eso. —Yo no vi ningún lobo.

— ¿Cómo qué no? Estaban aquí, justo ahora… —Demian lo miró como si estuviera loco, mientras finalmente lograba ponerse de pie y caminaba hasta su moto. El coraje resurgió en él al ver los rayones que habían quedado sobre ella como producto de la imprudencia del menor.

— Pagaré por la moto y por tu herida… — se adelantó Ariel al notar como el Demian enfurecía, era imposible ignorar como le temblaban las manos. — Pero…

— ¡Solo lárgate de aquí! —Gritó Demian, acto que extrañamente hirió a Ariel. La gente no solía hablarle de esa manera ni mirarlo con tanto desdén. —El bosque no es para niños estúpidos, cobardes y dementes como tú.

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