CAPÍTULO 2

II

Relata Jean McMan

      En el mundo del narcotráfico Iván Marsans no existe, Víctor en cambio y bajo la pantalla de los negocios en Sevilla, limpia los activos de la venta de droga. Sus otros negocios van desde lavado de dinero, encriptación de tarjetas de crédito y números telefónicos. Trabajos que realizamos en sus bodegas en Lora del Rio.

      Con apenas treinta y siete años Víctor posee una sólida fortuna. Y como es de imaginarse, basta mirarlo para saber que es un hombre recio, peligroso y despiadado, pues su trabajo así se lo exige. Pero incluso alguien como él, tiene un punto débil. Un pequeño punto débil que escondía del mundo y protegía con cada aspecto de su persona. Su nombre es Saffi Dawes, el hijo menor de Edward Dawes.

      Cierto es, que la vida da muchas vueltas y en una de esas tantas y locas vueltas, pasó con él, lo que nunca creí. Este punto en la historia es muy interesante y para entenderla mejor me gusta dividirla en dos partes: la vida de Víctor antes de que Saffi nazca —un episodio que únicamente conozco yo, y por ende me toca relatarlo—, y la vida de Víctor después de Saffi. Y es que, no basta con decir que Víctor cambio, fue más que eso.

      Mucho más.

      Conocí a Víctor en San Diego, cuando él tenía 17 años.  Mi padre le debía mucho dinero a la gente equivocada y lo mataron por esa misma razón. En ese tiempo, mi vida era realmente un caos. Tenía catorce años y entraba y salía de la correccional de menores como un niño en el Kindergarten. Víctor decía que yo era un chico problema y que poseía la grandiosa habilidad de atraer las dificultades con la fuerza de un imán gigante. Casualmente, cada vez que me topaba con él, yo estaba metido en líos: huyendo de la policía o en compañía de la gente equivocada.

      En una de mis travesuras le robé a un tipo. Le apunté con un arma de juguete en la cabeza y el pobre hombre se asustó de más, yo solo quería su dinero, pero sufrió un infarto y murió a mitad de la acera.  En el alboroto del robo, la policía me persiguió durante varias cuadras y Víctor me escondió.

      No miento al decir, que nadie nunca me había regañado como él lo hizo en ese momento. Dijo que existía una enorme probabilidad de que yo no llegara a la mayoría de edad. —Si de todos modos te van a matar, le daré provecho al poco tiempo que te queda… — jamás olvidaré esas palabras, aunque de ese día ya pasaron casi veinte años. 

      Aquella vez, me ofreció ir con él y no me rehusé. Aunque tampoco era como si Víctor me estuviese dando muchas opciones… lo seguía o terminaba en prisión. Obviamente, elegí irme con él y para ser honesto, la vida con Víctor no fue menos peligrosa. A su lado, vi a la muerte coquetearme en más ocasiones de las que hubiese deseado. Claro que no volví a padecer hambre, él vivía rodeado de todos los lujos con los que alguien como yo únicamente podía soñar y me dejó disfrutar de ellos.

      Víctor me enseñó muchas cosas, desde usar un arma hasta el por qué no debía consumir la droga que vendía. Me dio estudios, es decir; me apunto con un arma en la cabeza y dijo que si no iba a clases me traspasaría los sesos con una bala. Entendí el mensaje, así que gracias a él terminé una carrera que no me ha servido para nada, pero…, el señor quería y pues, tuve que hacerlo. A cambio de todas las cosas que ponía a mi alcance, debía seguirlo como un perro a su amo y aprender, de preferencia en silencio.

      Durante muchos años vivimos de una forma temeraria: huyendo, cada día al filo de la muerte. No podíamos confiar en nadie, dormíamos con una pistola bajo la almohada, un viejo habito que aún conservo. Me atrevo a decir que ni siquiera dormíamos realmente, abandonarte al sueño es un lujo que en este negocio no podemos darnos. Pero no todo era terriblemente malo y es que, Víctor tenía un lema: hay que vivir cada día como si fuese el último y predicaba con el ejemplo. Cuando no estábamos trabajando en el infierno, nos regocijábamos en el cielo.

      Víctor se rodeaba de mujeres tan hermosas que estar alado de ellas era un insulto a la belleza y lo que yo prefería, licor. Los mejores Moët et Chandon, los más caros wiskis y cerveza para bañarte en ella. Estar ebrio era mi vicio y me entregaba a esto, tanto como Víctor se regalaba a sus mujeres. Nadábamos en nuestras lujurias, y éramos un par de malditos descarriados. Bebíamos y cogíamos hasta el amanecer y aun después. Cuando estaba en alguna de sus casas, todo en donde yo pusiera los ojos había armas y dinero por montones. La gente nos miraba con temor y Víctor alentaba ese miedo en ellos. Gozábamos de todo tipo de excesos; desde cerrar bares tan solo para nosotros, hasta armar balaceras al amanecer. Todo por el simple placer de escandalizar al pueblo. Definitivamente no era buena, pero tampoco puedo decir que fuese una mala vida.

      Entonces, cuando mejor nos la estábamos pasando, llegó Edward y su loca idea de ir a España. Lo admito, fui el primero en decir que sí y no me arrepiento, pero debo admitir que, al principio, sí que lo hice. Creo que estaba demasiado acostumbrado a la vida liberal que teníamos en México, que me costó adaptarme a este nuevo ambiente tan cálido y refinado. Estar con Edward me recordaba el sentimiento amargo de la familia que nunca tuve y siempre deseé. Ese hombre podía ser un maldito y, sin embargo, con su familia era casi un santo. Y de alguna manera, nos contagiaba ese sentimiento, por eso llegué a odiarlo. Él me recordaba todo aquello que pensaba, jamás podría tener. 

      Después del primer mes detesté el calor de España y la gente que habla tan raro… en cuanto se me pasó el encanto por Europa, quise volver a San Diego. Víctor en cambio, actuaba como pez en el agua. Edward lo había colocado en una posición formidable. Vestíamos bien, comíamos aún mejor y nos volvimos personas de sociedad. Siempre en campañas de beneficencia y cenas en honor a gente que no conocíamos. Víctor empezó a invertir mucho dinero en estas cosas y yo no estaba de acuerdo, pero era su dinero.

      Claro que todo era una pantalla. Igual seguíamos con la venta de droga, e incluso probamos con otras cosas tan ilegales como redituables. Edward y Víctor se volvieron muy cercanos, tanto que incluso vivimos en su casa durante varios meses. Fue entonces que conocimos a Lucia, la esposa de Edward y a Steel, su primogénito. Ambos llevaban una vida de anonimato, alejados de cualquier relación con el narcotráfico.

      Cuando Saffi nació, Víctor tenía veintiún años. Fue su padrino de bautizo, pero jamás imaginamos lo que diez años después, habría de suceder. Así que, es precisamente en esta etapa donde la segunda parte de la historia inicia: la vida de Víctor después de Saffi.

      El narcotráfico es un negocio peligroso en el que la lealtad y los verdaderos amigos escasean. Edward fue traicionado y se vio en medio de un fuego cruzado con capos de la oposición y militares. Hay quienes dicen que todo fue tramado con mucha antelación, por eso lograron emboscarlo cuando volvía con su familia de oficiar la inauguración de una casa hogar en Sevilla. Víctor y yo estábamos en Texas ese día y jamás imaginamos que alguien de su propio cartel lo iba a vender. Precisamente a él, uno de los hombres con más poder y reconocimiento en España.

      En el tiroteo falleció Lucia, Steel resultó con heridas menores y Saffi tuvo que permanecer en un hospital privado por casi un mes. Por si esto no fuese suficiente, Edward fue detenido. Se le encarceló en un proceso judicial demasiado corto como para permitir su apelación. La mayoría de los negocios ilegales fueron puestos al descubierto y cada uno sumó varios años a su condena. Aunado al repudio de una sociedad doble moralista, que le dejó sentir todo su desprecio… ¿A dónde estaban las amistades? ¿Dónde acabaron todas aquellas personas que le debían favores? Todos se esfumaron como la bruma.

      Perderlo nos dolió más de lo que creímos. Sin embargo, la orden que Víctor recibió en aquel momento fue clara; los padrinos de los hijos de Dawes debían mantenerse alejados mientras se llevaba a cabo el proceso judicial, para evitar que se les relacionara con Edward. Los chicos no asistieron al funeral de Lucia, ni siquiera nosotros pudimos ir. Fueron días de impotencia y mucho dolor. Para bien o para mal, no podíamos entregarnos al rencor; tanto Victor como yo, estábamos dispuestos a bañar las calles de España con la sangre de los traidores, pero durante las primeras semanas posteriores al funeral, Víctor se quedó con ambos niños en Benalmádena. Fue de esta manera hasta que Maxiley Brahuna, el ahora, tutor de Steel y líder de la zona norte de Europa, pudo viajar para llevarse al chico.

      Maxiley y Víctor comenzaron a odiarse desde el siguiente segundo después de que Edward los presentara. El motivo de la rivalidad entre ambos hombres es desconocido para mí, pero fue debido a su mala relación, que cuando separaron a los chicos, decidieron que los hijos de Dawes no volverían a verse, ni a tener ningún tipo de comunicación, por lo menos, hasta que Saffi cumpliera la mayoría de edad. Solo entonces y si ambas partes estaban de acuerdo, los hermanos volverían a estar juntos.                                                               

      Para protegerlo o como dice Víctor, para apoderarse de él, Steel fue reconocido como hijo legítimo de Maxiley y cambio su nombre Evak Brahuna. Víctor en cambio, demoró un par de años antes de saber qué hacer con el niño de tan solo diez años que había quedado a su cargo. Aquellos fueron años difíciles para él, que de un día para otro se vio obligado a sentar cabeza y dividir su tiempo entre sus múltiples obligaciones tanto con la Federación como en Benalmádena y el niño.

      Se intentó de todo, desde una nana de tiempo completo para el niño hasta sacarlo de España y llevarlo con unos amigos en México que tenían hijos de la misma edad que Saffi, para que creciera con ellos. Nada funcionó, no sabría decir que era lo que el chico hacia para que las mujeres renunciaran a las pocas semanas y cuando Víctor en un momento de arrebato lo dejó en México, el niño prácticamente se dejó morir.  Cuando entendió que las suplicas y lágrimas no harían que Víctor regresara por él, dejó de hablar, de comer y se obligaba a mantenerse despierto. Fue cuestión de semanas, poco menos de dos meses para que su salud menguara y terminara en un hospital de la capital. La determinación de Saffi estaba puesta en permanecer junto a Víctor, y este no tuvo más que ceder y concedérselo.

      Como yo era lo más cercano que Víctor tenia de una familia, me ordenó comprar una casa y cuidar de Saffi. Mi trabajo cambió, el licor se acabó y las escapadas pasaron a la historia. Protesté, por supuesto que lo hice, yo quería mi vida de antes, pero mis quejas fueron ignoradas.

      Nos tuve que dar una oportunidad y si, digo “nos” … no sé qué le hizo creer a Víctor que yo quería cuidar a un niño, por muy lindo que este fuese. Aunque después de algunas semanas no volví a quejarme. ¿La razón? Fácil…, aun ahora, Saffi es el tipo de persona a la que simplemente no puedes decirle que no, demasiado dulce, inocente y despistado. Si ahora es así, a sus diez años era un encanto, me bastaba mirarlo para derretirme de algo muy parecido a la ternura.

      No tuve hermanos menores, era entendible que perdiera la cabeza por él. Saffi me recordó lo que era sentir amor, lo que significaba cuidar de alguien indefenso y tener una vida con sentido. La importancia de ser un buen ejemplo porque hay alguien bondadoso que sigue mis pasos.

      A decir verdad, no sé cómo pasó, pero cuando menos lo esperaba, ya me había encariñado con el niño. Hice tanto como pude, me esmeré por aprender y cuidarlo, pero Saffi solo quería a Víctor, siempre fue él… así que, Iván Marsans se vio a forzado a aparecer en la figura de lo más parecido a un padre para Saffi. Un tutor “responsable” que lo respaldaba en todo momento. Por supuesto que seguía trabajando para la Federación, pero sus viajes eran de ida, corre y vuelve. En aquellos tiempos el despacho se volvió la excusa perfecta para no permanecer en México más de lo necesario, aunque en realidad, lo que le movía a volver era el niño.

      Cuando Edward recibió su condena, Víctor decidió que los tres nos instalaríamos en Lora del Rio, una comuna en la Provincia de Sevilla.  En ese momento supe que jamás iba a recuperar la vida que teníamos cuando vivíamos en México, ni el libertinaje que disfrutaba cuando visitaba San Diego. Y es que, puede sonar exagerado pero un niño en casa lo cambia todo. Absolutamente todo. Si lo sabrá Víctor, que luego de que Saffi lo descubriera con una de sus mujeres en una situación complicada, jamás volvió a traer a nadie a la casa. Dinero continuó habiendo por todos lados, pero las armas que a Víctor tanto le gustaba exhibir tuvieron que esconderse. Nuestro vocabulario cambio para no ser mal ejemplo para el chico. Y lo que nunca creí, tuvimos que trabajar en cosas honestas e ir al colegio a contar delante de un montón de caritas serias a que nos dedicábamos.

      Iván comenzó a involucrarse cada vez más en la vida de Saffi, admito que prácticamente fue forzado por este, pero en el fondo creo que los tres disfrutábamos de nuestras nuevas circunstancias. Claro que hubo muchos baches en el camino, la personalidad de Víctor es ruda y desconfiada por naturaleza. Es un hombre frío y para nada atento; Iván en cambio, tenía que ser comprensivo, cariñoso y todo aquello que un niño de la edad de Saffi necesitaba. Sé que actuar de esta manera le costaba mucho trabajo, tanto que inclusive en varias ocasiones pensó en desistir de su promesa. Mandar al chico a algún internado donde estuviera cómodo y seguro, para de ese modo, poder continuar con su vida desahogada e improductiva. Pero tras cada vez, Saffi supo convencerlo de lo contrario.

      Era pequeño, pero tenía sus encantos y era plenamente consciente de ellos, al grado que no dudaba en usarlos contra nosotros para conseguir lo que quería. Ante su obstinación revestida de paciencia, esa sonrisa tierna y toda la amabilidad que derrocha, Víctor no ha podido más que rendirse ante él. Le consentía entonces, hasta el menor de sus caprichosos, pero en sus momentos de seriedad o enojo, le confesaba de mala manera que no estaba listo para ser padre y que no deseaba conservarlo. Esas palabras siempre han tenido el poder de apagar el brillo de Saffi, al principio solo lloraba al escucharlas, se entristecía. Pero conforme crecía, el efecto también se intensifico, la última vez fue la peor.

      Tuvimos problemas con la mercancía, Víctor había estado de mal humor toda esa semana, más que nada, estaba estresado porque parte del producto había desaparecido. No pudimos volver a España para el cumpleaños de Saffi, envié regalos, pero no fue suficiente. Cuando todo se resolvió y regresamos a casa, el chico dijo que guardó los obsequios para que los abriéramos juntos, Victor se negó, porque ni siquiera estaba enterado de que habían sido enviado. Se lo dijo y Saffy se mostró inconforme, no dijo nada malo, solo lo que sentía, pero Victor decidió explotar y desquitarse con él de todo lo malo que le había pasado.

      Fue la primera vez que Víctor se impuso sobre el Iván amoroso y consentidor. Empujó al chico y dijo palabras hirientes que incluían un <<yo jamás quise tenerte, me tienes harto, no te soporto>> y el peor <<ojalá hubieses muerto con tu madre>>. Recuerdo que Saffi ni siquiera pudo llorar, simplemente se dio la vuelta con rumbo a su habitación y cabe aclarar que los regalos aún siguen sin abrirse. Esas palabras tan irresponsables le costaron mucho a Iván. Hubo idas al médico repentinas, casi dos meses de una silla vacía en la mesa. Un espacio frío en el lado derecho de su cama, que era el sitio que Saffi solía ocupar los fines de semana o cuando no tenía que ir a clase al día siguiente. El peine que Iván ocupaba cada mañana para tratar de desenredar esa melena que ambos amábamos, fue relegada a una esquina en el buró. Se acabaron las tardes de película, las idas a los eventos del colegio, las cenas con fogata en el jardín trasero. La casa volvió a ser silenciosa y ordenada. Y solo quedó una habitación con la puerta cerrada y un chico enfermo que se encerró en su mundo y su tristeza. Iván intentó remediarlo muchas veces, lo llenó de obsequios, le compró un perro, algo a lo que se había resistido hasta ese momento, le ofreció viajes, ropa, coches, pero cuando nada funcionó, lo volvió a regañar y así tuvimos que aventarnos un mes más.

      El punto más álgido fue cuando Víctor amenazó con enviarlo a un internado si no reaccionaba y Saffi aceptó irse. Creo que ese fue el momento en el Víctor también se rindió ante Saffi. Lo necesitábamos, el chico nos había cambiado y ni siquiera el siempre duro y despiadado Víctor, pudo soportar la idea de perderlo. Entonces, en un intento desesperado intento por retenerlo, Víctor ofreció un espacio libre y permanente en su habitación, cama y vida especialmente para Saffi y ese fue el fin del problema.

      El niño nos sorprendió a todos por lo poco que pedía, aunque al mismo tiempo agradecíamos que las cosas volvieran a la normalidad.

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