LUTO POR TÍ
“Donde sea que esté tu corazón, ahí también estará tu tesoro.”
ARIEL
— Demian Katzel no es una buena compañía, Ariel…
Asentí de forma automática, al parecer Ferka había dicho algo más pero no lo escuché. Mi mente vagaba en lo imprudente que era ese tipo al conducir sin un casco. No iba a toda velocidad como en la mañana, incluso casi podría asegurar a que redujo la velocidad al pasar, porqué en esos instantes en que nuestras miradas se encontraron, pude sentirlos como los segundos más largos. Sin embargo, había nieve sobre el asfalto y él conducía de manera descuida.
—Demian…—repetí—así que ese es su nombre.
Ferka simuló una sonrisa, pero fue determinante cuando sujetó mi brazo. Hubo seriedad en su expresión, lo que me obligó a dejar de divagar y escucharlo.
—Ningún Katzel es una buena compañía, créeme…—dijo—, pero entre todos, definitivamente Demian es el peor. Él no es lo que quiero para ti.
—Y ¿qué es lo que quieres para mí? — Hablé sin pensar, pero ya estaban dichas y no me arrepentía. Me considero el tipo de persona que tiene derecho a crearse una opinión por mis propios medios, no necesito la de los demás para crear un criterio. Ferka me miró en silencio y después simplemente negó. Su mano aun estaba contra mi brazo, pero él retrocedió y me soltó.
—Solo ten cuidado, ¿de acuerdo?
Quizá era el cambio de horario o el clima tan frío que me había puesto voluble, pero sus palabras de alguna manera me hacían sentir ofendido. No era un tonto y tampoco estaba buscando meterme en líos, solamente tenía… curiosidad.
—Tu hermana podría impacientarse—hablé molesto. —No deberías hacerla esperar.
—Ariel…—intentó detenerme, pero fue mi turno en retroceder y alejarme.
—Buenas noches.
—Ariel.
Casi corrí a la casa, Ferka no insistió más, aunque antes de dormirme recibí un mensaje; una disculpa. Esa noche, soñé con lobos.
DEMIAN
Decir que pocas cosas me perturban, sería mentir, en mi condición, todo me perturba, pero pocas son las cosas que realmente me afectan a tal grado que no sienta el cambio. Esta era la quinta vez en toda mi vida en la que, al despertar, el animal reposaba donde el humano se había acostado. Pero esta era la primera ocasión en la que no estaba inquieto, la bestia estaba inusualmente en paz. Era yo el que no lo estaba y me obligué al cambio.
La transformación es brusca, dolorosa, pero con el paso de los años también he logrado que sea rápida. Cuando salí de la cabaña estaba por amanecer. Las trizas de lo que la noche era mi ropa, quedaron regadas por el piso. Excepto una, un pedazo de tela que no había notado que sujetaba en la mano. El olor en ella ya casi desaparecía; sin embargo, lo sentía más fuerte que nunca, porqué ahora había sido registrado en mi memoria.
Caminé hasta el ojo de agua, un caudal en deshielo que cruzaba por mi patio hasta llegar al rio. Cuidando de que la bufanda no se mejora, la dejé en la orilla, para justo después, hundirme en el agua. Estaba helada, era obvio, pero aun así me estremecí por el cambio brusco en mi temperatura. Buscaba aclarar la mente, no quería obsesionarme… no era normal que algo me rondara la cabeza por tanto tiempo y era la primera vez que soñaba con quien posteriormente mataría. Es precisamente ese el tipo de cosas a las que suelo no prestarles atención, pero ahí estaba, esa mirada azul gravada en lo profundo de mis pensamientos y su olor.
Su aroma era distinto, nada especial pero distinto… olía a algo que nadie conoce mejor que yo; bosque. Aire frío, tierra mojada, nieve, pinos y sauces, todo en perfecta armonía: si está enojado huele a el calor del miedo día, si se asusta… a un día de lluvia, si está en calma, su aroma es como el del amanecer. Y yo detesto los amaneceres, los odio tanto como lo odio a él, porque no quiero pensarlo y, sin embargo; no me lo puedo sacar de la cabeza.
Sentí al animal revolverse en mi interior, los últimos días habían sido así, por lo general no me producía ningún malestar, pero en esta ocasión me hacía sentir enfermo. El humano estaba furioso, la bestia en cambio, cuando mucho estaba ansiosa. A mi lobo le entusiasmaba la idea de él y no estaba seguro de si lo que realmente quería, era matarlo. Sentía que había algo en ese pedazo de ser vivo que no había visto en nadie más y lo detestaba por esa razón. Lo odiaba por tener esa mirada y alterar mi mente.
Lo odiaba, pero valoraba su arte. Y fue precisamente ese último pensamiento el que me hizo recordar los dibujos que escondí en el cajón del dinero. Esa noche cuando volvía de la ciudad, no esperaba topármelo de nuevo. Pero lo vi ahí, en la última casa del camino, no estaba solo… no se trata de que me importara con quien este, pero al parecer, es de los que aprovecha el tiempo. Nuestras miradas se encontraron, y tuvo el valor de sostenerla. Jamás lo haré en su delante, pero reconocía que, para ese tamaño realmente tenía valor.
Pensé entonces, que eso sería todo, pero más adelante, en el lugar en el que casi me mata. Su olor estaba tenue, pero se encontraba presente. Supuse que con la prisa debió dejar sus cosas. Me orillé en la carretera y mi olfato y sus veinte millones de receptores hizo el resto.
Me bajé de la moto y caminé alrededor, debía ser algo pequeño. Algo que usaba con frecuencia y por eso guardaba su olor. Parado en el medio de la carretera reviví lo sucedido en la mañana. La manera tan improvisada en la que había aparecido frente a mí fue lo que me sirvió de guía. Miré la prominente bajada por la que supuestamente rodo, era una piedra enorme cubierta de nieve.
Cerré los ojos y me concentré más en el olor, instintivamente me acuclillé frente a donde me encontraba y enterré mis manos en el suelo que también estaba cubierto de nieve. No fue difícil encontrarlo, mis dedos sintieron la superficie sólida y se aferraron a ella. Era un cuaderno que tenía un forro de plástico que simulaba piel, la forma en la que lo envolvía le daba la apariencia de un portafolio. Sin embargo, había pasado demasiado tiempo entre la nieve y las hojas estaban húmedas.
Lejos de eso, no había nada más. Al menos, eso fue lo que inicialmente creí, pero al llegar a la cabaña los gemelos jugaban con algo que alguna vez fue una mochila. Y sí, el olor también estaba ahí. Ahora era solo retazos maltrechos pero las cosas que resguardaba habían quedado regadas por el piso. Era la bufanda, lápices, y más hojas. Buena parte de la noche la había usado para secarlas, y sí, todos los dibujos eran muy buenos. Había cierto realismo en cada uno y a simple vista se podía observar lo detallista que era. Su nombre estaba escrito en la contraportada con una caligrafía pulcra.
— Ariel Sanders West.
El solo nombre me ponía los pelos de punta, con pereza salí del agua y reposé en el poco pasto que no estaba cubierto de nieve. Impulsivamente mi mano se aferró de nuevo a ese pedazo de tela y me lo llevé al rostro, inspiré profusamente como queriendo acabar de una vez con el poco aroma que quedaba. Había pasado poco más de una semana y no lo había vuelto a verlo, tampoco esperaba que sucediera hasta el momento adecuado, y, aun así, lo soñaba con frecuencia.
El mismo sueño una y otra vez, y no era un sueño agradable:
La situación no había sido distinta a las anteriores, pero en cierta forma, el sueño resultó diferente; llegué tarde a la caza. Cuando esto sucede, siempre es Vant quien dirige… tenían a la presa completamente dominada.
La presa era Ariel, estaba sobre la nieve… podía sentir como la poca calidez de ese cuerpo pequeño y frágil se congelaba. Estaba rodeado de los siete lobos. Roua al igual que Vant dejaron que los cachorros fueran los primeros en comer, Kaiser e Invierno aguardaban por su turno, Niebla y Viento lo mordían y lamian la sangre que iba chorreando mientras despedazaban lentamente su cuerpo, Joker en cambio; era un simple observador, al igual que yo. Y su mirada serena no se apartaba del chico. Tampoco yo dejaba de mirarlo. La nieve blanca brillaba y contrastaba con lo negro de su cabello y al mismo tiempo y de manera progresiva, se iba tornando roja. Él podía haber luchado, pero no lo hizo, pudo haber gritado, pero no se movía ni emitía el menor sonido, su aliento frio hacía figuras de humo que viajaba alrededor de nosotros. Solo estaba ahí, mirando detenidamente el cielo nublado, con esos azules ojos grandes.
Caminé hasta quedar frente a él, mi presencia no lo intimido, aun si yo era distinto a los otros siete, sus ojos se centraron en mí, nos miramos fijamente durante segundos que me parecieron horas. Él estaba muriendo, podía sentirlo…, los latidos de su casando corazón se hacían lentos y cada vez más azarosos. Lo vi derramar lágrimas, y sentí mi corazón estremecerse, por alguna razón que no compendia, no deseaba que muriera. Entonces hizo algo inesperado, lentamente levantó su mano que reposaba junto a mi e intentó tocarme. Cuanto desee sentir su tacto, pero justo cuando estaba por acariciarme, su mano se volvió al piso sin fuerza. Me sentí confundido, acaso ¿se había arrepentido? Le busqué con la mirada y descubrí que sus ojos estaban cerrados, el azul ya no existía, no respiraba ni su corazón latía. Ariel había muerto.
Eran los aullidos del lobo los que me habían despertado. Pero la sensación de vacío no desaparecía ni con el correr de las horas. Si no que permanecía clavada en mi pecho. Era una sensación extraña, pero en mi interior creía que, si Ariel moría, el bosque entero estaría de luto.