CAPÍTULO 3

Relata Iván Marsans (Víctor)

      Nadie me dijo que sería fácil, pero tampoco nunca nadie dijo que iba a ser así de difícil. Deseo tanto volver al principio, ser lo que éramos antes y mientras pienso en estas cosas no puedo asegurar a que principio exactamente me refiero, si a mi vida antes de que él llegara o tan solo a lo que éramos unas cuantas horas atrás.

      Lo admito, yo nunca quise la responsabilidad de él. Acepté ser su padrino tan solo porque su padre era mi amigo, pero en mi mente jamás estuvo la idea de que algún día Saffi se quedara conmigo y fuera yo, quien tuviera que verlo crecer. No quería estar con él, pero no era porque lo despreciara, al contrario, solo que tenía miedo de no poder dirigirlo hasta hacer de él, un hombre de bien, pues yo jamás iba a serlo.

      Hace mucho tiempo que perdí la cuenta de todas las veces que pensé en enviarlo a un internado o con Maxiley. Pero tras cada vez, él lloraba y me suplicaba que no lo hiciera. Pese a su corta edad, la vida se había encargo de obligarlo a madurar en todos los sentidos, a tal punto que, cuando hablaba con él, sentía que platicaba con un adulto. Ha tenido siempre todo tan claro en su mente: lo que quiere, lo que jamás toleraría. Cada uno de sus sentimientos podía llamarlos por nombre y explicármelos de tal manera que me dejaba sin palabras. Así que, cada vez que yo tocaba el tema de separarnos, él me persuadía de que no debía hacerlo pasar por otra perdida. Decía que la ausencia de sus padres había dejado un dolor permanente en su alma, entonces se aferraba a mí y me convencía de que yo era todo lo que le quedaba. Y también todo lo que le importaba, que no soportaría perderme y pudiera parecer estúpido, pero no sabía que necesitaba escucharlo decir esas cosas, hasta que las mencionó por primera vez, entonces las quise siempre, quería faltarle, que me necesitara, para que nunca se fuera, porque se había convertido en lo más importante para mí.

      En aquellos días aceptaba conservarlo, pero me quedaba siempre con la sensación de que él era una carga para mí. Jean solía decirme que debía intentarlo, que Saffi era un buen chico. Quizá lo único bueno que iba a tener en mi vida y con eso mente, decidí darnos una oportunidad.

      Después de todo, ¿qué era lo peor que podía pasarnos?

      Con el paso de los meses y gracias a nuestra convivencia, la relación se fue estrechando y más que padre e hijo, aprendimos a querernos como buenos amigos. Saffi me contaba cada cosa que le sucedía, mientras yo le veía crecer sano y feliz. De alguna manera me dejé seducir por todo eso que él representaba en mi vida. Comencé a ceder cada vez con mayor facilidad y con él a mi lado, descubrí otra forma de vida, menos vacía. Cada día aprendíamos juntos, fue extraño, pero, sobre todo, sorprendente para mí, el finalmente poder confiar plenamente en alguien: abrirme ante Saffi y ser afectuoso con él.

      Y es que, la relación que tenía con Jean era muy distinta a la que forme con el niño, nuestro vínculo parecía inquebrantable. No voy a negar que me esforzaba por darle todo y mi esfuerzo era bien recompensado. Así que me esmeraba aún más para que Saffi tuviese todo cuanto necesitase y más. Estaba dispuesto a cualquier cosa con tal de no ver una mirada triste en sus ojos. Y también me sentía muy orgulloso de él. Había salido listo para los estudios, no como Jean. Le gustaban los números y el deporte.

      Podía describirlo en tres simples y a la vez profundas palabras, es un niño: optimista, honesto y leal.

       Físicamente, Saffi es muy parecido a Lucia. Al mirarlo, a veces pensaba en ella. Solo a veces, pues por lo general, él es muy único para mí. Sus ojos son idénticos a los de ella, de un tono cobrizo que escandaliza. Su mirada es muy dulce y hermosa. Su cabello en cambio es como el de su padre, risos tan tupidos en un tono entre castaño claro y rojizo. Jean insistió en que se lo dejáramos crecer y aunque la mayor parte del tiempo parece que carga un nido de pájaros en la cabeza, la verdad es que, no me gustaría verlo de otra manera. Sus chinos parecen exigir ser tocados y es perfecto para mí.

      No miento al decir que Saffi se volvió mi mejor amigo, totalmente inseparables. Hasta antes de que cumpliera sus quince años, sus actividades favoritas eran reír, comer, dormir y pasar tiempo conmigo. Aunque el orden podía variar, según lo que necesitase, aunque debo admitir que nunca dejo de tratarme como su favorito. Sin embargo, las cosas entre nosotros estaban a nada de cambiar.

      El momento exacto fue precisamente ayer, y no exagero al decir que, fue el peor día de toda mi vida. Y realmente he tenido días terribles.

      — ¿Esa es la razón por la que te ves tan mal? —Asentí incomodo ante la declaración de Marilú. Ella era hija de un amigo de Edward y desde hace un tiempo trabajaba para mí. Nos conocimos cuando llegué a España y con el paso de los meses nos volvimos cercanos. Y aunque mucho se rumorea de nosotros, ella es como una hermana para mí.

      Me usaba como escudo para protegerse de los buitres al decir que está conmigo y yo no tengo ningún problema en respaldarla, aunque de eso, nada. 

      —¿Te parece poco? No esperaba que dijera algo así… Una revelación que fracturó la relación hasta el punto de que perdí la confianza que había depositado ciegamente en él. —Admito que había notado algunos cambios en su conducta hacia mí, quizá se había vuelto un poco más posesivo, pero decidí no darle más importancia, de la que, según yo, requería. Pensé que eran cosas de la adolescencia.

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