CADA LOCO CON SU TEMA Y CADA LOBO POR SU SENDA.
“Hay que tomar a las personas como son, no existen otras”
ARIEL
Después de una semana de tramites interminables, tuve un primer día de clases complicado. Mi lunes había iniciado de la mejor manera, con un maravilloso desayuno que mi abuela preparó para que no me fuera con el estómago vacío. Fue su deseo acompañarme hasta la entrada de la facultad y yo acepté porque me sentía muy nervioso. Sin embargo, todo cambio una vez que estuve en la universidad y fue de mal en peor. Me equivoqué de facultad, me perdí entre los pasillos, también hice el ridículo al meterme en un salón donde iban estudiantes de grado superior… y claro que pregunté, pero se pasaron conmigo y me hicieron creer que ese era mi edificio. Después de ser el hazme reír, un alma caritativa se aseguró de llevarme hasta el aula que me correspondía.
Llegue tarde, muy tarde.
Como interrumpí la clase, tuve que presentarme ante un montón de curiosos desconocidos que me hicieron sentir que mi compresión y sobre todo mi pronunciación del idioma no era tan buena como creía. Hubo que explicar el porqué mi piel no era rubia como la de mis compatriotas y solo pude decir que mi padre era rumano y mi madre alemana, y pese a que viví casi toda mi vida en Arizona—más cerca de Tucson que de Eloy—, lo más que el sol hizo por mí fue ponerme rojo.
Y por si todo lo anterior no fuera suficiente, estaba atrasado en la mayoría de mis materias, los profesores me evaluaron para medir mis conocimientos y creo que hice el ridículo porque hubo muchas preguntas que no pude responder. La mayoría de ellos sugirió que buscara ayuda; clases extracurriculares y sesiones privadas de tutorías. Incluso un curso sobre el idioma… Me explicaron que algunos de los chicos con los mejores puntajes se reunían en la biblioteca o en los pasillos y ofrecían tutorías por una módica cantidad.
El punto era, que mi situación económica, si bien no era tan frágil, tampoco me permitía costearme un tutor, mucho menos dos. Luego estaba la otra parte, mis pinturas habían sido de agrado para la facultad de artes, pero tal y como mi madre había decidido, estudiaría economía. Al principio lo acepté por obligación, pero después me di cuenta de que no solo era bueno en esta área, sino que, realmente me gustaba. Así que, estudiaría en la facultad de economía y mis talleres los tomaría en la de Artes. Ninguna me ayudaba con la otra, salvo por la beca que ya me preocupaba perder por mis malos resultados en las pruebas.
Me desanimé bastante, digamos que a donde quiera que fuera me hacía notar por no encajar, por mi mala pronunciación del idioma y por llegar tarde.
FERKA
—¿A dónde vas? — Preguntaron Taylor y Lonela al mismo tiempo.
Desde hace una semana que mi hermana no me dirigía la palabra, el problema fue que me demoré en volver a casa, aquel día que llevé a Ariel, luego de que me cuestionara por qué había tardado tanto en regresar, ella literalmente hizo un drama delante de nuestras amistades, y ante ello, no quise responder. Mi actitud fue tomada como sospechosa y en eso se nos habían pasado los últimos días.
No hice nada malo, mi conciencia estaba en paz. Deseaba tener algo que solo me perteneciera a mí y en ello no veía un crimen. Sin embargo, Lonela decidió aplicarme la ley de hielo, sabía que no podía soportarlo y realmente me sentí mal, pero estaba dispuesto a pasar por esto.
Durante el desayuno de la mañana me ignoró, y aunque venimos en el mismo auto, no fue capaz de dirigirme una sola de sus miradas. Por supuesto, estudiábamos juntos, nos sentábamos juntos y al terminar nuestra primera ronda de clases, caminamos juntos hasta los talleres. Nos reunimos con algunos amigos, y aunque todo parecía estar bien, ella no me dirigía la palabra. Y me cansé de ello.
—Tengo algo que hacer…—respondí mirando a mi primo.
—Ok…—dijo él abandonando su silla—, realmente no me interesa meterme en pleitos de gemelos, pero esto es muy incómodo. —Taylor, hizo el gesto de querer acompañarme, pero mi hermana lo obligó a permanecer a su lado. —¿Qué les pasa?
—Ferka ha decidido tener secretos, ya no quiere compartir sus cosas conmigo.
Esas palabras me hicieron sentir una persona vil, egoísta… ella era mi hermanita y todo parecía indicar que la estaba abandonando.
—Bueno, algún día iba a pasar —agregó Taylor, restándole importancia a la situación. —No siempre tienen que hacer todo juntos, incluso creo que es sano que…
—No Taylor, nosotros no somos así —atacó Lonela. —Sé que no lo entiendes por qué tu relación con Sean es muy distinta, ustedes no son hermanos.
—Sean es mi hermano.
—Medios hermanos… —aclaró ella de forma tajante— comparten al mismo padre, pero tienen distintas madres, así que jamás puede ser igual que Ferka y yo.
Taylor negó con la cabeza y se deshizo de su agarre.
—Relaje niña, o tu hermano no será el único que quiera huir de ti. Sean es mi hermano por elección, y siempre está pegado a mí, no porqué yo se lo exija, sino porque se siente seguro y en paz a mi lado.
Tras esas palabras mi hermana y yo nos miramos. La quería, más que eso, la amaba y necesitaba, era una de las personas más importantes de mi vida y eso nada ni nadie lo cambiaria, solo anhelaba unos minutos a solas, nada más.
—¿A dónde vas? —Volvió a preguntar.
Y cedí un poco ante ella, lo hice porque la amaba.
—Ariel esta teniendo un mal día, iré a verlo.
—¿Por qué lo sabes?
—Le mandé un mensaje y hemos estado hablando, así que iré con él.
—Te acompañaré.
—No, no Lonela —se sintió también y a la vez tan mal decirle no, qué no se cual sentimiento se impuso sobre el otro. —Quiero estar a solas con él.
—¿Ariel? ¿El distraído que se metió al aula de los de cuarto grado? —Asentí y ambos sonreímos.
—Me dijo que Sean lo ayudo —expliqué y mi primo tuvo a bien asentir.
—Bueno, ya todos en la universidad saben de él, se volverá popular, aunque no creo que por las razones correctas.
—Ser distraído no es un crimen—defendí y Taylor me miró con los ojos entrecerrados. Nos conocíamos de toda la vida, y sé bien que no podría esconderlo por más tiempo, pero aun quería un par de días en lo que todo esto, me perteneciera tan solo a mí. Le sostuve la mirada para no demostrarle que me incomodaba. —Ariel es un buen chico.
—No dije que no lo sea—reparó él. —Quisiera conocerlo… ya tenía curiosidad, y ahora más. Parece que se convertirá en alguien especial.
—Es especial —finalicé.
TAYLOR
Resultó que el tal Ariel era una cosita de metro sesenta y algo… ¿Cómo es que algo tan chiquito podía causar tanto alboroto? Por lo que pude ver, la impresión que causo en mi primo era fuerte. Esta era la primera vez que veía a Ferka imponerse ante su hermana, y esmerarse tanto por alguien ajeno a su familia.
La forma en la que lo miraba, como si el chico fuera la cosa más excepcional. El empeño en cuidarlo y consolarlo era nuevo para mí y creo que también para Ferka, porque parecía tan nervioso frente a Ariel, dudoso. ¿Dónde estaba la seguridad de siempre? ¿El temple? Ferka titubeaba y se mostraba indeciso sobre el trato que debía a darle al chico. Ariel por su parte, parecía inofensivo. Creo que teníamos una opinión muy marcada sobre los extranjeros, pero Ariel no encajaba en ella; distraído, torpe, tímido y un poco exagerado. Se comportaba como un niño y hasta cierto punto lo parecía.
—Creo que harían buena pareja —sugerí disimuladamente, Ferka se puso rojo ante mi comentario y me miró con los ojos muy abiertos. — ¿No te parece? Tu lo tienes todo tan en orden y él es un caos. Se complementarían bien.
—Taylor…
—¿Qué…? —Me burlé. — No la tendrás fácil con Lonela pero definitivamente será aun más complicado con él. De aquí a que se de cuenta de tus intensiones, llevará tiempo.
Ferka miró a Ariel quien estaba totalmente absorto en un boceto que le pedí hacer y después me miró.
—Bueno, no tengo prisa.
JAMES
—No podré llegar a tiempo para comer contigo, trabajaré hasta tarde en el taller… —Samko asintió sin apartar la mirada de su móvil. — No se trata de que no quiera, sino que la exposición será en unos días y aun hay cosas por terminar, ¿lo entiendes? —De nuevo asintió sin mirarme. — ¿Samko…?
—Sí.
—Sí, ¿qué…?
Finalmente se decidió a mirarme, llevaba días actuando extraño y yo estaba comenzado a impacientarme.
—¿Por qué estás tan estresado? Apenas es lunes…
—No estás prestándome atención.
—Lo hago, dijiste que no comeremos juntos porque tienes muchos pendientes.
—¿Y no dices nada? — Su comportamiento no era el habitual, en cualquier otro día hubiese hecho un berrinche porque no comerías juntos. También, en la última semana llegó a casa justo después de clases y el fin de semana lo pasamos en mi habitación haciendo nada.
No pidió ir de fiesta, aunque tuvo varias invitaciones, tampoco fue exigente en la comida y me ayudó con las labores del departamento. Hizo todo cuanto dije y eso era raro en él, demasiado raro.
—¿Qué quieres que diga? —Preguntó como si nada y volvió la mirada a la pantalla del móvil.
—¿Qué te pasa? —Presioné.
—Nada, ¿qué te pasa a ti?
No había forma de explicar el como me sentía, estaba ansioso, enojado y casi desesperado, esa nueva actitud me enloquecía. Samko siempre da problemas, es histérico y berrinchudo, estoy tan acostumbrado a que me meta en líos…, que no soportaba verlo tan quieto y sereno. Lo observé abandonar la silla y caminó despacio hasta que se detuvo frente a mí, me miraba y se veía tan calmado. —Por un demonio, él nunca estaba en calma—. Sus brazos rodearon mi cuello y finalizaron en una caricia de sus dedos tirando suavemente de mi cabello. Reaccioné hasta que sus labios se apartaron de los míos, fue apenas una simple presión, suave y húmeda. Entonces se apartó.
—Te veo en la cena… ¡cuídate! —Hizo el intentó de irse y ese fue mi colapso.
Bien sabía que a veces jugaba con mi estabilidad, pero nada se comparaba a lo de esta última semana, era sospechoso, me preocupaba. Y sin saber exactamente el motivo, me apresuré a detenerlo.
—¿A dónde vas?
—A casa.
—¿Por qué…?
—James, ¿qué te pasa? —Me miraba y hablaba como si el que estuviera actuado raro fuera yo y eso me trastornaba. —Terminaron mis clases, así que iré a casa. ¿Hay algo que quieras para la cena? Cuando termines tu trabajo, te estaré esperando.
No tuve un argumento solido para detenerlo, así que tuve que dejar que se marchara. No importaba lo que dijera, conocía a Samko de toda su vida, y esta nueva actitud no era normal.
SAMKO
—Tengo cuando mucho cuatro horas, así que… ¿a dónde me vas a llevar?
Demian me miró con flojera. Tenía esa actitud de no te soporto, pero sabía que solo era en apariencia. Había hecho todo cuanto me dijo, así que me lo debía.
—¿Y James? —Quiso saber.
—El pobre está un poco estresado— confesé. Demian sonrió complacido y encendió la moto.
—¿Estresado? Eso es bueno… pero aún no es suficiente. —Aseguró y me sonrió— ¿a dónde quieres ir?
—Necesito una cerveza, después hagamos lo que quieras.
—Ser niño bueno no es fácil, ¿cierto?
—Ni que lo digas.
Luego de que James me echara del departamento la última vez, Demian lo enfrentó, pero Deviant intervino y ya no se pudo hacer mucho, entonces me propuso que debíamos darle un escarmiento. Le dije que no era necesario, y era cierto, de alguna manera ya estaba acostumbrado a esas actitudes, pero Demian insistió.
En un día normal, James rechazaba cualquier atención de mi parte, cualquier acercamiento íntimo. Su actitud era siempre indiferente y fría. Sin embargo, luego de lastimarme o después de varios días de no vernos, entonces; él se comportaba distinto, me daba las atenciones que antes me negaba, coqueteaba conmigo y me dejaba tocarlo, incluso había ocasiones en las que él también me tocaba, todo dependía de cuanto me había herido. Se que no era correcto el permitirle que me tratara de esa forma, pero significaba mucho para mí. Así que, como Demian estaba seguro de que no lo dejaría, me ordenó darle una lección.
Fuimos a un bar que estaba a las fueras de la ciudad, pidió cervezas para ambos y entonces supe que me daría nuevas instrucciones:
—¿Entiendes por qué estamos haciendo esto? —Asentí ante su pregunta, pero debía reconocer que no quería hacerle daño. —Sam, no lo justifiques, ni lo consideres, porqué él no lo ha hecho contigo.
—Sí, pero…
—Sin peros, lo siguiente que harás es llevarlo al límite. Crea el momento, siempre se ha llenado la boca diciendo que no se siente atraído por ti, ¿no?
Pues ya veremos que tan enserio habla.
—Eso es demasiado —rebatí—, que voy a ganar con todo esto, por el contrario, si se entera va a enojarse.
—La única forma de que lo sepa es porque tú se lo digas— aseguró Demian y bebió de golpe todo el contenido de la botella, pidió una segunda ronda y comencé a preocuparme. — No voy a mentirte, las probabilidades de que consigas lo que quieres son pocas, pero por todo lo que me has dicho y lo que he podido ver, no lo conseguirás porque le seas indiferente, sino porque Deviant no lo va a aceptar y James hará lo que él le diga. ¿No quieres saber como se siente realmente cuando están a solas? —Claro que deseaba saberlo, pero me preocupaba el precio. Intuía que sería muy alto, tanto que realmente no lo valía. Creo que de alguna manera le tenía miedo a lo que encontraría.
Había quienes decían que me había obsesionado con él, porque era el único con la capacidad de llevarme la contraria. Creo que era algo más, algo menos trivial… James me hacía sentir que yo era in-merecedor. No valía la pena o merecía que me quisiera, me hacía sentir alguien pequeño, insignificante y yo no podía soportarlo. Solo quería estar con él, estar juntos… no creía hacerle daño con eso, y tampoco entendía porque siempre, sin importar lo que yo hiciera, me rechazaba.
—Por el mismo jamás te lo dirá, debes presionarlo e incluso averiguarlo por ti mismo. Siempre te he dicho que, aunque sea momentáneamente, puedes conseguir lo que sea que quieras, y James no será la excepción.
—Es tu hermano, Demian.
—Lo sé—aseguró— y sobrevivirá a esto. Pero si a eso vamos, él eligió a Deviant, así que eres más hermano mío de lo que él lo será alguna vez.
—Entonces, ¿no sientes culpa? — Demian me sonrió. No, definitivamente no la sentía, y yo en cambio, me atormentaba. —Dime Samko, ¿lo harás?
—Lo haré.
—Ese es mi muchacho.
La llamada de mi ex.
Dime que me extrañas, que te equivocaste. Que estabas molesto y por inmaduro fue que lo aceptaste. Seremos discretos, no tendrás problemas. Nadie va a enterarse, te doy mi palabra, mi niña no temas.
Se que te comes las uñas y le das mil vueltas, no es lo que esperabas, por qué no me cuentas que es un mentiroso que te ha confundido que solo al principio era divertido.
En tan pocos dia no puedes amarlo, regresa conmigo, tienes que intentarlo, agarra tus cosas, dejale un escrito en donde le digas no te necesito.
Ven a recostarte amor en mi pecho, no lo justifiques ni lo consideres…
daño me causo antes.
mi carrera
DEMIAN
Volví al
SEGUNDA PERSONA
Dicen que una mente ocupada no tiene tiempo de recordar, ni mucho menos, de extrañar. ¿Qué hay de falso o de verdad en esa frase? No lo sé. Soy de las personas que gustan del fino equilibrio entre el dolor y el gozo.
Pero… ¿Acaso no todos en algún momento tenemos encuentros especiales? Nunca les ha pasado que de repente y por un extraña razón que no pueden comprender, llega alguien que curiosamente no encaja en su inexistente lista perfectamente detallada con los atributos de su persona ideal y sin embargo, se mete hasta lo profundo de su ser y se adueña de una de las recámaras principales de su corazón. ¿Nunca han sentido que el olor de esa persona es embriagador? ¿Que su sonrisa tiene algo místico que la vuelve especial, distinta de otras tantas? ¿Que sus ojos son como un par de estrellitas que brillan en lo alto del firmamento opacando la belleza de luceros más grandes e incluso de la luna?
Y la pregunta del millón. Que curiosamente no suele ser nunca, una sola pregunta: ¿De qué depende ese tipo de encuentros? ¿Qué tan reales e intensos pueden llegar a ser? Si todo en esta vida tiene una fecha de caducidad ¿Cuánto duran? ¿Qué queda después de esa delgada línea entre no me desilusiones y no me des ilusiones? Y solo por el lujo de hacerlas, agregare unas más. ¿Es muy pronto para hablar de atracción entre Damián y Ariel? Mejor aún ¿Es posible que dos personas tan distintas puedan llegar a tener una segunda primera impresión? Porque voy a confesar un pequeño secreto: Ariel no es el único que no ha podido olvidar, cierto chico, desde hace cinco días despierta en las madrugadas, algunas veces sobresaltado otras tantas completamente contrariado. ¿Quieren saber la razón?
DAMIÁN
Era la tercera vez que pasaba en toda mi vida. No sentir el cambio en mi cuerpo y al despertar ver al animal reposando en donde el humano debería estar. Pero curiosamente no estaba inquieto, la bestia estaba inusualmente en paz. Pero yo no.
Desnudo como estaba, salí de la cabaña, estaba por amanecer. Alrededor de mi puño había enredado la bufanda delgada, el olor ya casi desaparecía, sin embargo, podía sentirlo más intenso que nunca, porque ahora estaba en mi memoria.
Caminé hasta el ojo de agua y dejando la bufanda a un lado para que no se mojara, me dejé caer sobre el agua. Estaba helada y esperaba que eso me ayudará. Me sentía aturdido, no era normal que algo me rondaba la cabeza por tanto tiempo y era la primera vez que soñaba con quien posteriormente me serviría de alimento. Pero la verdad era innegable, había algo en él que no había visto en nadie más. Y entre otras cosas, valoraba su arte.
Ese último pensamiento me hizo recordar los dibujos que escondía en el cajón del dinero. Después de que Deviant me amenazará sobre eso de que debía trabajar, volví a casa. El sol estaba por caer y con el cielo ligeramente despejado, se presumía un buen atardecer. Sé que esperar algo así era estúpido, pero al volver por el camino, guardaba cierta esperanza de toparme de nuevo con ese bribón. Que quizá no lo pareciera en ese momento, pero tenía mucho valor, al menos, ahora que ya habían pasado tantos días, podía aceptarlo.
Recuerdo que me detuve en esa parte del sendero y miré alrededor, él ya no estaba pero su olor tenue seguía ahí, no por algo tengo veinte millones de receptores olfativos, lo que implica tener un olfato diez mil veces mejor que el de un humano normal. Me bajé de la moto y caminé alrededor, debía ser algo pequeño, algo de su propiedad que usaba con frecuencia y por eso guardaba su olor. Parado en el medio de la carretera reviví lo sucedido en la mañana. La manera tan improvisada en la que había aparecido frente a mí, fue lo que me sirvio de guia. Miré la prominente bajada por la que supuestamente rodo, era una piedra enorme cubierta de nieve.
Cerré los ojos y me concentré más en el olor, instintivamente me acuclillé frente a donde me encontraba y enterré mis manos en el suelo que también estaba cubierto de nieve. No fue difícil encontrarlo, mis dedos sintieron la superficie sólida y se aferraron a ella. Era un cuaderno que tenía un forro de plástico que simulaba piel, la forma en la que lo envolvía le daba la apariencia de un portafolio. Sin embargo, había pasado demasiado tiempo entre la nieve y las hojas estaban ligeramente húmedas.
Lejos de eso, no había nada más. Al menos, eso fue lo que inicialmente creí, pero al llegar a la cabaña los gemelos jugaban con algo parecido a una mochila de lona. Y sí, el olor también estaba ahí. Ya estaba toda mordisqueada, pero dentro pude encontrar la bufanda, también había comida y muchos lápices. El resto de la tarde me la había pasado secando las hojas, todos los dibujos eran muy buenos. Había cierto realismo en cada uno y a simple vista se podía observar lo detallista que era. Su nombre estaba escrito en la contraportada con una caligrafía pulcra. – Ariel Sanders West.
El solo nombre me ponía los pelos de punta, con pereza salí del agua y repose en el poco pasto que no estaba cubierto de nieve. Impulsivamente mi mano se aferró de nuevo a ese pedazo de tela y me lo llevé al rostro, inspiré profundamente como queriendo acabar de una vez con el poco aroma a él que quedaba. No había vuelto a verlo, tampoco esperaba que sucediera hasta el momento adecuado, y aun así, lo soñaba con frecuencia. Tal y como hace un momento.
La situación no había sido distinta a las anteriores pero en cierta forma, el sueño había sido diferente; en esta ocasión había llegado tarde a la caza. Carsei se había encargado de dirigirlos y ahora tenían a la presa completamente dominada. Pero algo era inusual. Él estaba sobre la nieve, podía sentir como la poca calidez de ese cuerpo pequeño y frágil se congelaba. Estaba rodeado de los siete lobos. Nymeria al igual que Carsei dejaron que los cachorros fueran los primeros en comer, Kaiser e Invierno aguardan por su turno, Niebla y Akira lo mordían y lamían la sangre que iba chorreando mientras despedazaban lentamente su cuerpo, Joker en cambio, era un simple observador, al igual que yo y su mirada serena no se apartaba del chico. Tampoco yo dejaba de mirarlo. La nieve blanca brillaba y contrastaba con lo negro de su cabello y al mismo tiempo y de manera progresiva, se iba tornando roja. Él podía haber luchado pero no lo hizo, pude haber gritado pero no se movía ni emitía el menor sonido, su aliento frío hacía figuras de humo que viajaba alrededor de nosotros. Solo estaba ahí, mirando detenidamente el cielo nublado, con esos azules ojos grandes.
Caminé hasta quedar frente a él, mi presencia no lo intimido, aun si yo era distinto a los otros siete, sus ojos se centraron en mí, nos miramos fijamente durante segundos que me parecieron horas, él estaba muriendo, podía sentirlo, los latidos de su cansado corazón se hacían lentos y cada vez más azarosos. Lo vi derramar lágrimas, y sentí mi corazón estremecerse en mi pecho, por alguna razón que no compendia, no deseaba que muriera. Él hizo algo inesperado, lentamente levantó su mano que reposaba a mi lado e intentó tocarme. Cuanto desee sentir su tacto, pero justo cuando estaba por acariciarme, su mano se volvió al piso, no lo comprendía ¿Se había arrepentido? Le busqué con la mirada y descubrí que sus ojos estaban cerrados, el azul ya no existía, no respiraba ni su corazón latía. Ariel había muerto.
Fueron los aullidos del lobo los que me habían despertado. Pero la sensación de vacío había quedado y aun ahora, permanecía clavada en mi pecho. Era una sensación extraña, pero en mi interior creía que si Ariel moría, el bosque entero estaría de luto.
ARIEL
– Apenas es el segundo día y ya te ves agotado…
– No, para nada… – Me había encontrado en una de las bancas del patio intentando dormir. Agotado no estaba, pero tenía sueño. – ¡Hola! ¿Qué tal han ido las clases?
– Pues al parecer más entretenidas que las tuyas. – Su tono era amable y revolvió mis cabellos mientras hablaba.
Axel era de segundo grado y también estudiaba Diseño Gráfico, era presidente del club de Dibujo. El director nos había presentado ayer en la primera hora y él amablemente me había dado un recorrido por toda la universidad y el que sería nuestro taller. Pues casi a último momento, había decidido que aceptaría la beca.
Él era en mi opinión, un chico muy agradable. Su técnica de contraste e iluminación era sorprendente. Sus diseños eran casi todos originales, y era muy pulcro y meticuloso en cada uno de los talles.
– ¿Hay algo que te incomoda? Podría encargarme personalmente… – Su pregunta me resultó confusa.
– ¡Estoy bien! – Me limité a responder. – Pero gracias…
– Cuando quieras… – Sonreía mucho y digamos que no tenía mucho respeto del espacio vital de los demás. Aun con eso, me resultaba agradable. – ¿Terminaste el dibujo?
– Si, lo terminé en la tarde. – Busque entre mi mochila mi cuaderno de dibujo y lo saqué, me había pedido que dibujara la parte frontal del edificio de la biblioteca, era como mi pase de entrada al taller. – Busqué entre las hojas y se lo entregué. – Así quedó. ¿Qué opinas?
– No sería mejor si pusieras tus dibujos en plásticos protectores… – Cierto, también era muy ordenado, yo no sentía la necesidad de ser tan estricto, pero sí era cuidadoso con ellos y no dejaba que ni siquiera las puntas de las hojas de doblaran. – Estarían un poco más accesible para ti. – Agregó. Aun sonreía pero no podía dejar se sentir que aquello había sido una orden.
– Lo pensaré… – Respondí restándole importancia al asunto. – ¿Qué opinas del dibujo?
– No lo pienses mucho… Debes ser un poco más ordenado. – Esta vez hablo con mayor seriedad, aun si conservo ese semblante amable. – Esto es solo un requisito… – Agregó mientras observaba mi dibujo. – Sé que eres bueno, por algo te elegí. – Inmediatamente guardo mi dibujo en su carpeta. – ¿Qué es lo que no te deja dormir Ariel? Dime… ¿Quién ronda tus sueños?
– Ah, no es nada en particular… – Respondí con cierta incomodidad. Él me miraba de manera aprensiva y nerviosa, desvié mi mirada de la suya mientras acomodaba mis dibujos. – Solo no he podido tener un sueño reparador.
– ¿Quién es? – Preguntó mientras me quitaba las hojas de las manos y rebuscaba entre ellas. – ¿Te gustan los lobos? Tienes muchos dibujos de ellos.
– ¡Algo así!
– No eres un gran conversador… – No era que yo no pudiera hablar, sino que él era algo intimidante. – ¿Quién es él? – Al parecer, finalmente encontró lo que buscaba. Me devolvió los demás dibujos y sostuvo el que había hecho durante la madrugada. En cuanto vi de qué se trataba, intenté quitárselo, se supone que eso era personal y no tenía por qué verlo.
– No es nadie… – Nuevamente intenté arrebatarselo sin éxito. – ¡Dámelo! – Le pedí con cierta molestia, esto pertenecía a mi intimidad y no me agradaba que nadie traspasara mis límites. – Axel, entregame ese dibujo. ¡Por favor!
Lo puso sobre la mesa y me hizo señas de que me acercara. Resalto algunas fallas que había tenido y dijo que esa falta de técnica no debía permitírmela.
– Aun no está terminado, además, es algo que hice para mí. – Me defendí de inmediato.
– ¡Eres muy lindo! – ¿Y ahora a qué venía eso? – No me mires de esa manera, no lo he dicho con mala intención. Solo digo lo que veo, eres bastante lindo, sobre todo cuando te muestras molesto, como hace unos segundos, me gustan los chicos que tienen carácter, como tú.
– Yo… No sé qué decir al respecto.
– Un «gracias» basta. – Nuevamente sonreía y había vuelto a ser carismático y amable.
– Bueno, la verdad es que soy de los que cree que ningún hombre debería ser descrito como alguien «lindo». Es poco masculino…
– Ariel… ¿tienes novia? – ¿Qué le importa? Acaso tengo un letrero en la frente que dice «jamás besado».
– ¡No!
– ¿Quieres tener una? – ¿Él va a conseguírmela?
– ¡No!
– ¿Y novio? ¿No quieres tener un novio, Ariel?
Lo miré con cierto asombro, por qué habría de preguntar algo así, ¿acaso parezco ese tipo de chico? No es que este mal, pero no era algo sobre lo que me hubiera puesto a pensar con detenimiento.
– ¡Entiendo! Necesitas tiempo… Lamento haberte metido en esta situación. – Una de sus manos acarició mi mejilla de manera juguetona, y yo aún no podía seguir el hilo de esa conversación. Dicen que el que calla otorga y no era lo que deseaba hacer, pero tampoco me sentía cómodo tocando el tema. – Solo dejame aclararte dos cosas – Colocó su mano frente a mi rostro mientras me mostraba el símbolo de paz y al mismo tiempo resaltaba lo que había dicho. – Que seas lindo, porque en realidad lo eres, no te hace menos hombre, al contrario. Te vuelve alguien más… atractivo. Y la segunda cosa: Creo que tienes derecho a conocer cuáles son tus posibilidades, en caso de que más adelante te interese una compañía un tanto más especial. ¿Comprendes? – En lo absoluto. Sin embargo me descubrí asistiendo. – ¿Qué te parece si ahora te invito a comer? Hay un lugar cerca de aquí en donde la comida es en verdad, deliciosa. – Intenté disculparme y decirle que quizá en otra ocasión porque ahora solo quería ir a casa y dormir, pero no me lo permitió. – Nos esperan todos los miembros del taller para conocerte, ¿No les vas a hacer el desaire? ¿Cierto?
La verdad era que desde que pise la universidad ayer, no dejaron de hablarme. Mis compañeros eran muy agradables y aunque algunos ya se conocen y yo era el único que venía de afuera, me habían hecho sentir tan bien. Somos un grupo mixto, y las chicas son muy lindas, algunas incluso hasta intercambiaron números conmigo. Me sentía como flotando en una nube, porque aquí parecía no ser invisible como en mi antigua escuela. Incluso si quisiera presumir, podría decir, que era un chico que gozaba de cierta popularidad que iba en aumento. Por supuesto que quería conocer a los miembros de mi taller.
– No los hagamos esperar entonces…
El lugar no quedaba lejos de la universidad, solo a unas cuantas cuadras, era modesto pero el servicio era muy amable y todo rezumaba limpieza.
Axel me dirigió hacia una zona del fondo, ahí se habían acercado tres mesas para que todos estuviéramos juntos , era también un grupo mixto, veinte conmigo. Axel se sentó a mi lado, ambos pegados a la pared y con la vista del todo el lugar de frente. Los chicos se fueron presentados y al mismo tiempo mostraban el más reciente de sus dibujos. En efecto, todos los llevaban en plásticos protectores. En general, la técnica de todos era muy buena, pero hubo un dibujo que me cautivo, estaba hecho todo a bolígrafo, era de una chica de cabello castaño y grandes ojos negros de nombre Bianca. Dibujar con bolígrafo requiere de una gran habilidad.
Algo me distrajo del parloteo de todos ellos, frente a mí, en una de las mesas del costado derecho, unos ojos castaños claros se cruzaron con los míos. Eran tal y como los recordaba, la mirada fiera y sombría. Era él, el chico del camino.
– ¿Qué opinas Ariel?
Le sostuve la mirada y él hizo lo mismo. Comenzaba a creer que no volvería a verle y sin embargo, ahí estaba frente a mí.
– ¿Ariel? – Sentí las manos de Axel sujetar mi rostro para obtener mi atención, tuve que romper el contacto y me giré para mirarlo, casi al mismo tiempo tuve que hacerme hacia atrás, él estaba demasiado cerca de mí, a tal punto que resultaba incómodo.
– ¿Qué sucede? – Pregunté intentando sonar amable. Mientras con cuidado quitaba sus manos de mi rostro.
– Sobre la galería… ¿Qué te parece si exponemos tus dibujos ahí? – Explicó otro de los chicos.
– ¡Sí! Sería grandioso… – Le sonreí entusiasmado, pero mis ojos volvieron a buscar al que estaba frente a mí. Pero ya no le encontré.
– Se ha ido… – Me susurró Bianca ante la mirada escrupulosa de Axel.
– Viene a comer aquí cada tarde… Tal vez quieras darte una vuelta.
– ¿Por qué lo dices?
– Por nada en particular, no me hagas caso. – Me sonrió con cierta picardía que solo logró avergonzarme. – De lunes a viernes, llega puntual a las doce del mediodía. Y siempre se sienta en esa misma mesa… Solo.
SUEÑO DE ARIEL
ARIEL
Era una noche helada, había árboles por doquier, enormes cipreses, pinos y de otros tipos que no reconocí. Sabía que no eran propios de la región, por lo que en un primer momento pensé que aquel bosque no pertenecía a Sibiu. Sus raíces sobresalían por sobre la superficie de la tierra. Quizá era la reciente temporada que anunciaba su llegada, pero las hojas ya no eran verdes, tal y como esperaba, a cómo las había visto justo ayer, ahora estaban amarillentas y se desprecian con facilidad debido a la fiereza con la que el viento las azotaba.
No recordaba cómo había llegado hasta ahí, pero lo que si sabía, era que corría por entre los árboles con rumbo a la casa. Nuevamente estaba esa extraña intuición en mi pecho que me atormentó durante todo el día, como si de un mal presentimiento se tratara. Y que me hacía intentar correr aún más rápido. Porque en mi interior, algo me gritaba que mis abuelos estaban en peligro.
Mi parte racional me decía que no tenía fundamentos para tal sentir, ellos estaban bien, hace poco más de cuatro horas que había hablado con la abuela por teléfono y había encontrado todo en orden. Y aun así, el miedo no desaparecía.
Tropecé en varias ocasiones, las ramas me habían arañado el rostro y los brazos, era como si el bosque quisiera retenerme en él, como si su intención fuera que dejara de correr. No me detuve, las heridas ardían y mis rodillas raspadas también, pero seguí corriendo hasta que frente a mí, estuvo la casa.
Sentía que el corazón me iba a estallar debido al esfuerzo, y aunque jadeando, avancé hasta la puerta principal, todo estaba en silencio, las luces apagadas, incluso las del corredor. Una vez que estuve dentro, tanteé con mis dedos sobre la pared hasta que encontré el interruptor y encendí la luz. En apariencia, todo parecía normal. Pero se respiraba un aire extraño, quizá todo era producto de mi alteración, quizá no. Caminé hasta la sala, sentía que me ahogaba y mis latidos seguían disparados, no solo por haber corrido tanto, sino porque algo en la casa me ponía los nervios de punta.
En la sala no había nadie. Tampoco en el comedor.
– ¡Abuela! – Mi voz se escuchó asustada y traté de corregirla – Abuela, estoy en casa… – No hubo respuesta.
Un ruido repentino proveniente de la cocina me hizo contener el aliento. Me quedaba de espaldas, así que lentamente me giré y avancé hacia la cocina de manera sigilosa, cuidando en exceso que mis pies al tocar el piso no hicieran el menor ruido.
La puerta estaba entreabierta y las luces apagadas. Lamenté el hecho de que mi abuelo le pusiera puertas a cada sitio importante en esta casa.
Metí la mano por el espacio que había entre la pared y la puerta y busqué con desesperación el interruptor, pero la luz se encendió justo antes de que yo lo tocara. El ruidito del botón al cambiar de posición me resonó fuerte. Yo no lo había apretado. Como si una corriente eléctrica me recorriera, retiré mi mano, sentí mi cuerpo erizarse, esto era tanto como una película de suspenso. Solo que en esta ocasión yo era el protagonista y he de confesar, que estaba asustado. Aseché sin decidirme del todo a abrir esa puerta, pero salvo las cosas comunes de una cocina, no podía distinguir nada más.
Mi mano derecha viajo hasta la perilla y la sostuvo, se escuchó un ruido más ligero desde adentro. – ¿Abuela? – Pregunté en tono bajo, nuevamente, no hubo respuesta.
Finalmente abrí la puerta y me aventure dentro. Ella estaba ahí, sobre el piso, podía ver su cabeza cubierta de una espeso cabello blanco que sobresalía de la barra enlozada. La rodeé y tras un breve espacio de vacilación la miré a la cara.
– ¿Abuela? – Mi voz se escuchó rara que tuve miedo de volver a hablar.
Me arrodillé a su lado, ella estaba pálida, con los ojos abiertos de par en par y esa mirada desenfocada, como viendo hacia ninguna parte. Llevaba la ropa con la que la había visto esta mañana, y su rosario en la mano. – ¿Abuela? – Intenté moverla y su cuerpo resultó demasiado frío a mi tacto. No había el menor rastro de violencia o sangre en su cuerpo, pero aun así, supe que estaba muerta.
Por un momento el tiempo se detuvo para mí y mi corazón con él. Esto no podía ser verdad. Mi mundo entero se sacudió con violencia hasta hacerme tambalear. ¿Qué iba a decirle a mi padre? ¿Y al abuelo? Todo comenzó a darme vueltas a una velocidad abrumadora. Sentimientos encontrados me hacían sufrir, no podía creerlo, no podía ser real.
– ¡Abuela! ¡Abuela! Por favor abuela… ¡Levántate abuela! ¡Despierta! ¡No me hagas esto! ¡Tú no puedes abandonarme también! ¡Abuela! ¡Por dios! – Nunca he sido muy creyente, contrario a ellos que depositaban fielmente su fe en esculturas de barro y yeso, no los juzgaba, jamás lo haría, menos ahora que necesitaba creer que alguien, quien fuera, podría ayudarme.
Mi voz se quebró en interminables sollozos de desconsuelo y terror. Me abracé a ella y lloré no sé exactamente por cuánto tiempo, aunque no debió ser mucho, entonces, un pensamiento vino a mi mente, busque con desesperación mi celular en mi abrigo, llamaría a la ambulancia, quizá ellos sí podrían despertarla, o sabrían que hacer para devolvérmela.
No lo encontré, pero recordé que en la sala había uno, me levanté lo más rápido que pude y corrí de nuevo hacia donde se encontraba. Con impotencia miré el cable a donde debería estar conectado el teléfono, ¿Por qué no estaba?
– ¡Abuelo! ¿Qué hicieron con el teléfono? – Grité. Comencé a buscar entre los cajones del mueble, las lágrimas me imposibilitaban la visión y cada cierto tiempo las limpiaba con violencia con la manga de mi abrigo. – ¡Abuelo, por favor!
Corrí hasta su habitación él debía estar ahí – ¡A-abuelo…!– Me detuve en seco, al final del pasillo había un hombre, alguien que no era a quien yo buscaba, lo miré desconcertado y él me sostuvo la mirada.
Se trataba de un hombre joven, muy alto, quizá uno noventa, su piel era morena y su cabello negro y un poco largo, le caía sobre el lado derecho de su rostro como una especie de mechón rebelde que casi le llegaba a la quijada. Llevaba puesta una especie de túnica negra y desgastada que le llegaba hasta los pies, y que entre entreabierta dejaba ver un poco de su cuerpo corpulento. Lo que captó mi atención de él, fue el color dorado de sus ojos, esa mirada fiera y severa que parecía destilar luz propia. Y ese iris negro que contrastaba a la perfección. Incluso desde donde me encontraba podía apreciar esos rasgos delicados pero con esa expresión dura y casi arrogante. Él me recordaba a alguien, pero no sabía a quién.
– ¿Q-quién eres? – Le pregunté aún con la voz rota por las lágrimas que no dejaban de salir. – ¿Qué haces en mi casa?
No obtuve respuesta, aquel hombre seguía parado frente a mí sin hacer el más mínimo movimiento, pero algo distrajo mi atención de él. A sus pies, un bulto ligeramente prominente captó mi atención. Basto distinguir el color de la bata que lo cubría para que mi mundo, nuevamente se tambalee, a tal punto que tuve que recargarme en la pared, ese era mi abuelo, que pálido y con el rostro volteado hacia mí, me mostraba la misma expresión ausente que mi abuela en la cocina.
– ¡Abuelo! – Grité y sin importarme esa extraña presencia fui corriendo hasta donde se encontraba, sostuve su rostro entre mis manos y vi en sus ojos grises, ese vacío. Él también estaba muerto.
La sangre se me congelaba en las venas, y mi cuerpo se estremecía en espasmos. Ambos estaban muertos. No podía ser cierto, no podía estar pasando realmente. Lo demás, sucedió todo muy deprisa.
– ¡Ariel! – Me nombró el hombre frente a mí.
La realidad me golpeó de repente y la aceptación llegó en el peor de los momentos dejándome sin aliento y obligándome a que me lanzará hacia atrás cuando él intentó sostener mi mano. Entonces, después de todo lo visto, deduje que ese hombre había sido el responsable de la muerte de mi familia. El dolor era punzante y me hacía gemir y sollozar sin control.
Pero el miedo que me carcomía se agudizó cuando lo vi acercarse, fue un golpe de adrenalina el que me hizo levantarme y corrí en dirección a la puerta del frente, estaba por llegar cuando la vi cerrarse, nada la había empujado y en mi vaga opinión, era poco probable que el viento la haya movido, la madera era pesada. Intenté por las ventanas pero todas se fueron cerrando como por arte de magia, una tras otra. Estaba volviéndome loco, o de otra manera no podría explicar esto. Él no se había movido pero me miraba impaciente, di media vuelta y corrí escaleras arriba, lo escuché seguirme. La puerta de mi habitación también se cerró impidiéndome entrar. Corrí hasta la sala, aún quedaba la corrediza de cristal, no me sorprendió que también estuviera con seguro, pero tomé una de las sillas metálicas por el respaldo y la lancé contra la puerta, el cristal estalló en varios pedazos y pude salir. Corrí por la terraza en dirección a las escaleras. Él apareció detrás de mí casi pisándome los talones.
Debí poner más atención a lo que hacía, de esa manera no hubiera resbalado a causa de la humedad, ni hubiera terminado rodando escaleras abajo hasta finalmente, enterrarme en la nieve del piso.
– ¡Ariel! – Volvió a llamarme. Su voz era sedosa y cálida, contrario a su apariencia intimidante y poco humana.
Intenté alejarme de él, pero el cuerpo me dolía por el golpe tras esa caída, luché por arrastrarme, él no me lo impidió, al contrario, parecía complacerle el que no me rindiera.
– ¡Mira quienes vinieron a hacernos compañía! – Dijo mientras señala delante de mí. En un primer momento no comprendí a qué se refería, pero dándole la espalda los vi, entonces lo recordé, era el hombre del camino y aquellos que me gruñían eran los lobos pardos que me habían querido dar caza en el bosque.
Cuando volví la vista hacía él hombre, ya no estaba, en su lugar había un lobo mucho más grande que los demás. Su apariencia era distinta, pero eran los mismo ojos siniestros y fríos, la misma mirada letal, los tres avanzaron con sigilo hacia mí, estaba aterrado, horrorizado, este no era el final que había esperado. Me cubrí el rostro con las manos como si con eso, pudiera mejorar la situación. Justo antes de que esas fauces me tocaran, desperté sobresaltado.
Estaba literalmente bañado en sudor. Mi respiración era errática y las manos y piernas me temblaban. Solo un sueño… solamente había sido una pesadilla. Como pude, alcance el interruptor del candelabro y encendí la luz, eran las cuatro cuarenta y ocho de la madrugada del día martes.
Sentándome en la cama, me cubrí el rostro con ambas manos, no podía seguir así. Ya habían pasado casi seis días desde que me perdí en el bosque y vi a los lobos y a ese sujeto. Y no había dejado de soñarlos desde entonces. En diferentes escenarios pero los mismos actores y a mí siempre me iba mal. Nunca antes me había obsesionado tanto con algo, pero aunque todos me lo parecían, este había sido el más real de mis sueños.
No fui consciente de lo que hacía hasta que me vi bajando las escaleras con rumbo a la habitación de mis abuelos. Ni siquiera me tomé la molestia de encender la luz. Con cuidado abrí la puerta de su habitación y entré. Fue reparador para mí el verlos dormir, tranquilos, tan ajenos a mis miedos. Era cierto que no habíamos convivido mucho pero en esta última semana, ellos se habían vuelto indispensables para mí. Los quería y sería terrible perderlos.
Volví a mi habitación casi corriendo. Aún estaba algo alterado y me sentía expuesto. Pero todo quedó atrás cuando estuve en la seguridad y comodidad de mi cama. Tomé mi libreta de dibujo y finalmente decidí ceder ante ese fuerte impulso que había rechazado con vehemencia.
A los lobos ya los había dibujado un par de veces, pero a él, sería la primera vez. Aun sí el encuentro, había sido breve, su recuerdo estaba nítido y más fresco que nunca en mi mente. Me coloqué los auriculares que había dejado conectados a mi celular antes de irme a dormir y encendí el aleatorio. Lost in your eyes de Debbie Gibson comenzó a escucharse, no sabía qué hacía esa canción en mi lista de reproducción, digamos que no era de mis favoritas, aunque no voy a negar que quedaba muy bien en este momento. Salvo por el romanticismo de la letra, que queda más descartado, era así cómo me sentía, perdido ante una mirada que me debilita, perdido en sus ojos.
Había algo ahí, no lo puedo negar y salvo porque desde que lo sueño siempre se empeña en destruir mi vida o propiamente a mí, diría que es atractivo, aunque con bastante mal genio. Pero sobre todo, es alguien en quien no debería pensar, lo que tuvimos fue un encuentro fatídico y creo que ambos recibimos primeras impresiones negativas. ¿Qué posibilidad tendría de reparar mi falta? Cierto, tal vez ninguna. Y lo único que me quedaría como recuerdo serían los dibujos de su cabello desalineado, de sus cejas pobladas y con esa forma tan peculiar, de su nariz perfilada y esos pómulos definidos que lo hacen lucir tan masculino, de su cuerpo alto y ejercitado, dibujos… un concentrado en papel bond y grafito de todo lo que es.
Dejando mi dibujo sobre la cama me revolví el cabello con cierta brusquedad, ¿Qué me pasaba? No se supone que debería estar pensando de esa manera. Aún era temprano, quizá lo mejor era intentar dormir un rato más. Solo pedía un sueño reparador, en el que no hubiera lobos pardos y sobre todo, sueños en los que él y sus ojos fieros no me perturbaran.