Capítulo Cuatro

El cuento del niño que tomó el camino equivocado

Pasaron dos días trabajando juntos en el departamento de Leandro mientras aclaraban la información y Facundo sanaba de los golpes y heridas. Durante las primeras horas, la comunicación era tensa y delicada. Leandro hacía todo lo posible para no incomodarlo ni asustarlo. Era importante para él que Facundo se sintiera bien a su lado, en su casa. El detective estaba consciente de que había casas de seguridad, un programa de protección de testigos y gente preparada… el sistema le permitía ocultar y proteger a Facundo, pero eso significaba que el chico dejaría de estar bajo su cuidado. Lo alejarían de él.

No.

Nadie lo buscaría jamás en su departamento porque nadie sabía de su existencia.

La única persona que podría llegar a visitarlo era Marcela y ya se había encargado de ello.  No le costó nada terminar su insípida relación. Marcela reaccionó como si siempre hubiera sabido que el detective no era para ella. No hubo drama, ni gritos ni acusaciones. Simplemente, una cordial despedida.

FACUNDO

El primer día, se mostró desconfiado y renuente… aun no comprendía del todo el cambio que se estaba produciendo en su vida… no era fácil aceptar que había sido traicionado y estaba solo… en verdad solo. Miraba a Leandro y pensaba que, ahora, él era la única persona con quien se podía comunicar… un completo extraño que lo cautivaba al hablar y mirarlo… un hombre mayor que decía querer protegerlo… que sabía muchas cosas de él … se sentía extraño. Él no sabía nada del detective, pero cada minuto estaba aprendiendo. ¿Quién sabe? Quizás la locura que había pensado resultaría siendo verdad y Leandro, policía y todo, terminaría siendo su amigo. Vaya que necesitaba uno. No era agradable sentirse solo, traicionado y ahora, mas encima, temer por su vida.  Pensó fríamente que debería comenzar por estar agradecido. Si el detective no necesitara la información que él poseía… ¡diablos! Esos hombres eran malos. Sin la mercancía lo habrían golpeado hasta matarlo y nadie, absolutamente nadie en el mundo habría salido en su defensa. Si no lo hubiera estado vigilando, Tomas habría hecho y deshecho con él en la trampa preparada por su madre… ¡ahhh! Rayos. No iba a llorar allí en la cama del policía… Tenía que ser más fuerte.

Poco a poco se fue acomodando en la cama. El dolor de los golpes era cansador. ¡Maldito Tomás!

-. Te traje un jugo… para que tomes el analgésico.

No tenía idea que era la pastilla blanca que le estaba ofreciendo… a él no le gustaban las drogas

-. Yo… no tomo drogas – respondió a la defensiva

-. Lo sé. Tú no usas drogas, pero esto es una medicina. ¿Ves? Aquí está el envase. No hace daño. Es para el dolor.

Se tragó la pastilla. ¿por qué le creía todo lo que le decía? Esa forma que tenía de hablarle…

Más tarde, despertó cuando comenzaba a caer la noche. Se sentía mejor. Estaba solo en el dormitorio, pero escuchaba a Leandro en la sala. Se levantó de puntillas y comenzó a curiosear por el cuarto. Todo estaba limpio y ordenado. Caminó descalzo y sintió la suavidad y limpieza del piso, sin polvo ni mugre bajo sus pies. Por la puerta un poco abierta del closet pudo ver ropa perfectamente arreglada. Deslizó su mano por la cajonera… se detuvo en las fotos enmarcadas y tomó la primera. Dos adultos y un niño…  ¿era el detective con sus padres? estaban en una playa con mucho sol… ¿estarían vivos? ¿Había sido siempre feliz como se veía en la foto? La segunda mostraba a Leandro durante su graduación; un adolescente serio, con su diploma en la mano y los mismos adultos a su lado. Si. Eran sus padres y Leandro había terminado la escuela. Quizás él también debería haberlo hecho… se encogió de hombros. No había tenido tiempo… solo había cursado la básica y ya después se largó a la calle. Estudiar no le daba dinero.  La tercera foto fue la que más le gustó. Estaba Leandro solo y era una selfie. Era una foto reciente. El detective sonreía hacia la cámara y su gesto era… diferente… más cálido. Se quedó mirándola varios segundos. Era un hombre atractivo… misterioso, diferente a lo que conocía. Dejó la foto donde estaba y volvió a la cama. Le gustaba el orden del dormitorio y la amabilidad con que lo trataba. Sentía que hoy le había pasado todo lo malo del mundo, sin embargo, estar en el hogar de Leandro era como haber cruzado un portal mágico y entrar a una vida desconocida.

-. ¿Cómo te sientes?

-. Estoy bien

Le trajo comida en una bandeja. Luego, él se sentó al final de la cama para acompañarlo a comer.  Facundo miró lo que había en el plato. Olía bien. Tenía hambre. No había probado comida así en ninguno de los locales donde habitualmente comía

-. ¿Dónde compraste esta comida?

Leandro demoró en responder…

-. No es comprada. La preparé yo. – respondió como si se avergonzara de ello

-. ¿Sabes cocinar?!- preguntó agudizando la voz.

-. Si. Sé cocinar

Facundo no conocía a nadie que supiera cocinar excepto la gente que había visto en la televisión. parecía un trabajo muy complicado. Su mamá preparaba comidas enlatadas o congeladas y aun así le quedaban mal. Vaya… el detective era toda una caja de sorpresas.

-. Te dejaré mi dormitorio para que descanses

-. No. No es necesario. Yo puedo dormir en el sillón o en la alfombra– respondió de prisa, levantándose de la cama.

La mano firme de Leandro se posó suavemente en su pecho, reteniéndolo.

-. Quédate tranquilo, por favor. Quiero que hoy duermas Aquí. Hay otro dormitorio con una cama aquí al lado.

El detectivedeslizósu manocon calma desde el pecho al delgado brazo de Facundo. Él ya se había calmado pero la mano continuó allí.. suave y segura.

-. Pero este es tu cuarto…

-. Si. Y tú vas a usarlo esta noche.  Cuídalo bien. Le tengo cariño a esta cama

El detective sonrió y le cerró un ojo en un gesto muy afectuoso.

-. Si necesitas algo, solo llama mi nombre en voz alta

Facundo lo quedó mirando fijamente…  no conocía el poder de la amabilidad… menos cuando iba acompañado de una sonrisa… Se quedó en la cama… sintió una burbuja cálida revolotear en su cuerpo. Movió el cuerpo adolorido como si deseara repartir lo que sentía por todas partes. Nunca había estado en un lugar tan especial. Se arrebujó en la ropa de cama para dormir sintiendo la comodidad. Ni por un instante pensó en la mano de Leandro que lo había tocado… y él odiaba que lo tocaran.

El olor del desayuno recién preparado lo despertó temprano la mañana siguiente. Leandro estaba en el umbral de la puerta

-. Buen día. ¿Dormiste bien? – preguntó entrando al dormitorio

Facundo no respondió de inmediato. El policía estaba recién duchado, olía a algo delicioso, su piel relucía de limpia y el pelo, aun mojado, se le pegaba al rostro dándole un aspecto estupendo. A través de la fina camisa blanca podía ver la forma de su cuerpo

-. ¿Aún te duelen?

-. No. Estoy mejor. Voy a levantarme…

Al sacar los pies de la cama recordó y se quedó en blanco…

-. ¿Qué pasa?

-. No tengo ropa – murmuró mirando al suelo

Tras una breve búsqueda en el closet, Leandro dejó sobre la cama pantalones deportivos, sudadera y una toalla blanca.

-. Después buscaremos algo que sea de tu tamaño. Por ahora usa eso.

Todo le quedaba grande, pero Facundo hizo lo que el policía indicaba. En realidad, no le importó mucho lo de la ropa; su corazón quedó prendado del baño, del espejo grande y brillante, del agua de la ducha, caliente y en gran cantidad, de la tina donde podía sumergirse si quisiera, de las cremas y cosas perfumadas que nunca había visto y que abrió y olió.

-. ¿Necesitas ayuda?

-. ¡No! Ya estoy listo

Luego del desayuno, Facundo descubrió el resto del departamento. En términos generales, era un departamento de tamaño normal, pero para el chico, acostumbrado a la miseria, era elegante y grandioso. La vista de la ciudad desde el piso dieciséis era extraordinaria.

Se instalaron en otro cuarto, frente a frente en una mesa llena de documentos.

-. Facundo, nadie sabe que tú estás entregándome información. Mi intención es detener a los traficantes con la evidencia necesaria para que no tengas que declarar ni tu nombre esté implicado

-. ¿Tu jefe no sabe?

-. Nadie sabe. Necesito que me digas todo lo que sepas. Comencemos por esto…

La paciencia y conocimientos del detective lograron que Facundo se fuera relajando. Le ayudaba a recordar, lo guiaba en lo que quería saber y hacía que la información fluyera casi como si Facundo estuviera contando una historia que no tuviera relación con él. Leandro tomaba nota de todo.

Luego de dos días de intenso trabajo, Facundo había cambiado completamente de bando sin tener más que la palabra del detective, estaba confiando en él, se sentía cómodo hablándole, mirándolo. De hecho, le estaba gustando estar allí, con él.

-. Hay una casa en esa calle también. Tienen drogas escondida en un sótano

Ambos habían mirado mil veces las fotografías que Leandro había desplegado sobre la mesa. Había un mapa en el que Facundo señalaba calles y direcciones. Llevaban dos días en ello.

-. Mmhh… si… esta casa – Leandro busco entre el montón y le mostró una foto – el sótano está detrás del portón

Facundo se sorprendía…

-. Y si ya sabes todo eso ¿para qué me necesitas a mí? – preguntó Facundo sonriendo por primera vez desde que estaba en su casa.

A Leandro se le borró el mundo, el mapa, las fotos, el trabajo…

Solo era capaz de ver el rostro sonriente y luminoso de Facundo…

Sentado frente a él, con su ropa que le quedaba grande, las rodillas abrazadas sobre la silla… un pequeño duende encantador, un ser mágico encantado…

-. Te necesito…- escapó de sus labios

-. ¿Para qué? – preguntó Facundo que también se perdía en el mar de tranquilidad de los ojos del detective…

Fueron segundos de intenso intercambio…

Esta vez fue Leandro quien reaccionó primero y bajó los ojos, buscando entre los papeles

-. Para que me digas más… hay mucho que no sé… está claro que no puedo saberlo todo ¿Quién es este?… por ejemplo… No sé eso… dime tú

Facundo se sorprendió ante la reacción del detective… ¿Qué había sido ese cambio tan brusco?  Un segundo atrás estaba feliz y en calma perdiéndose en las motitas de sus ojos oscuros y luego Leandro se había puesto todo nervioso y hablaba sin parar…

-. ¿Sabes que hablas mucho cuando estas nervioso?

La afirmación se le escapó de la boca antes que pudiera pensar

Leandro se quedó inmóvil al escucharlo

-. ¿Yo? ¿nervioso? No estoy nervioso. Estoy preocupado porque necesitamos entregar pronto esta información y no quiero que nadie te encuentre aquí. Mira la cantidad de documentos que hemos revisado… mucha información… ya ves.

-. Pues ya no sé qué más decirte. Te he contado todo.

.

FACUNDO Y LEANDRO

Dime que se siente besarte… dime a que sabe tu boca… tu piel… dime como sería pasar mi mano por tu pelo sedoso y sostenerte de la nuca para…

-. ¿Detective?

Facundo levantó las manos y las movió frente al rostro de Leandro que se había perdido en sus sueños

-. Si… si…  Tomemos un descanso

¿El chiquillo se había dado cuenta que lo ponía nervioso?  ¡Por dios!!! que mal detective era… Facundo había aprendido a leerle las expresiones en solo dos días… dos días de trabajo intenso, pero a la vez, los mejores de su vida.

-. Voy a pedir comida Thai de la calle ocho – dijo Leandro, estirando los brazos.

Reaccionó tarde, cuando vio la mirada fija del chico sobre él

-. ¿También sabes que me gusta esa comida?

-. Podemos pedir otra cosa… no sé… lo que quieras… cualquier comida estará bien… solo fue una idea… ¿quieres otra cosa? ¿Hamburguesas? ¿Te gustan las hamburguesas?

-. Estas hablando mucho de nuevo

-. Pediré comida Thai. Es más saludable

Tenía un informe completo que iba a desmantelar una de las bandas más grandes de la ciudad. Lo felicitarían, le dirían que había hecho un gran servicio, ¡un héroe!!!… ¿cómo era posible entonces que hablara sin parar cuando estaba nervioso frente a Facundo?? ¿Sería su falta de experiencia en tratar con otros hombres?… ¿Hombres? ¡Pero si era casi un niño!!!… Leandro rio a escondidas mientras realizaba la llamada. Era tan despierto y astuto… hermoso… se giró a verlo… ni cuenta se dio del enorme suspiro que escapó de su pecho…  estaba completamente e irremediablemente cautivado por Facundo.

Comían frente al gran ventanal de la sala. Facundo deseaba mantener las cortinas completamente abiertas, pero Leandro… (¡aaahhh! Le gustaba el nombre) las dejó a medio abrir además de apagar la luz de la sala.

-. No quiero que nadie nos vea…

Siempre estaba pensando en todo… le gustaba esa gran cualidad de Leandro… L e a n d r o … 7 letras. ¡Su nombre también tenía siete letras!!!

-. ¿Qué va a pasar conmigo?… después que termine todo eso – preguntó el chico apuntando a los papeles sobre la mesa

-. ¿Qué te gustaría hacer?

¿Hacer? Así como ¿Qué hacer en la vida?… no tenía idea…

-. No sé…

-. Ese es el problema – respondió el policía, terminando su comida y tomando aliento para hablar – no sabes lo que quieres o puedes hacer porque no conoces lo suficiente

-. ¿Conocer qué?

Facundo se había sentado en la alfombra y miró hacia arriba. Leandro estaba cerca, sobre el sofá

-. Para saber cuáles son tus capacidades, primero, tienes que terminar la escuela. Luego, cuando sepas más del mundo, puedes elegir si quieres estudiar más o trabajar o lo que desees

-. ¿Quieres que vuelva cuatro años a la escuela?

-. Si eres listo, puedes terminarlo en dos años

Facundo dirigió la vista a las luces de los edificios distantes que se veían por la ventana…

-. No sé si soy listo – murmuró bajito. A veces se sentía muy tonto

-. ¡Pero claro que lo eres! ¿No recuerdas que a ti te abrían todas las puertas? ¡A ti te eligieron de entre todos para ascenderte y entregarte más responsabilidad! Superaste a tu vecino, a su hermano a todos los que estaban antes que tú porque tú eres más inteligente

Leandro sintió que necesitaba convencerlo una vez más. La autoestima de Facundo no era buena. No conocía su propio valor. Bajó hasta la alfombra y se acercó hasta tocar su pierna con la suya.

-. ¡Tú eras el que entendía las instrucciones sin ayuda! No tuviste problemas en llegar cada día a un lugar diferente para entregarles el dinero… nunca te faltó ni un centavo… era un trabajo de mierda y no lo vas a volver a hacer jamás, pero tú lo cumpliste muy bien ¿entiendes lo que te digo?

¿En qué momento sus manos habían subido para sostener los brazos de Facundo?… ¿Cuándo cruzó el espacio personal y se acercó hasta sentir su olor? ¿Por qué Facundo lo miraba con los ojos tan grandes y dulces?… ahí… justo al lado de su rostro. Escuchó su respiración y la del chico…. Respiraban al mismo tiempo… sincronizados.  Facundo abrió la boca… quizás para decir algo, pero el pequeño movimiento inició una explosión caliente en el cuerpo del detective. Su mirada cambio de los ojos a los labios… su respiración se agitó tal como su corazón… Facundo estaba tal cual como lo soñaba… mirándolo como si esperara que él hiciera un movimiento y se acercara a tocarle los labios entreabiertos que parecían invitarlo… su sueño a unos centímetros de volverse realidad… ¡Dios! No iba a poder controlarse

-. Auch…

Los labios de Facundo emitieron un gemido…

Leandro despertó del trance hipnótico seductor en el que se encontraba. ¡Mierda! Estaba apretándole los brazos

-. ¡Por dios!

El detective saltó como si lo hubieran pinchado con electricidad

-. Discúlpame, por favor. No sé qué me pasó. Me entusiasmé hablándote de todo lo que escuché y que tú aun no dimensionas. Hay muchas cosas que puedes hacer… tienes talento innato. Volver a la escuela es solo una de las muchas cosas que vamos a hacer…

-. ¿Escuchaste?

Facundo también se puso de pie.

El silencio fue ensordecedor mientras se miraban por un minuto completo

Leandro bajó los hombros y exhaló con fuerzas. En las maravillosas horas que habían compartido, Facundo había depositado en él toda su confianza… ¿no era hora de que él también compartiera un poco?

-. Espera un momento – dijo Leandro antes de dar vuelta y salir de la sala.

Facundo lo vio volver con su chaqueta roja en las manos

-. Ven – dijo el detective invitándolo a sentarse con él en el sofá. Obedeció, intrigado

-. Un día te esperé en el local donde ibas a comer.

-. Te vi, pero tú no me viste a mi… estabas con tu celular

Leandro rio de esa manera cálida…

-. Te estaba esperando, Facundo. Tú eras mi objetivo. En realidad, tu chaqueta roja era mi objetivo

Leandro puso la chaqueta frente a Facundo y tanteó la parte baja hasta encontrar el pequeño bulto que buscaba

-. Siente esto

Tomó la mano del chico y lo hizo sentir el dispositivo

-. ¿Qué es?

-. Micrófono y localizador – respondió sacando el aparato y sosteniéndolo en la mano

La boca y los ojos de Facundo volvieron a abrirse grandes nuevamente… esta vez no había nada de romanticismo en la escena sino asombro absoluto

-. Fuiste al baño y dejaste la chaqueta en la silla – aclaró Leandro antes que el chico preguntara

Facundo cambiaba su mirada de la chaqueta a Leandro y de él a la chaqueta… Pasaron varios minutos antes que dijera algo

-. ¿Fue por eso que me encontraste en la casa donde me mandó mi mamá?

Leandro asintió

Los ojos del chico se llenaron de lágrimas…

Leandro apretó las manos hasta que le dolieron. Quería abrazarlo, pero no se atrevió a tocarlo. Podía sentir el rechazo y el susto en Facundo

-. Si sabías todo ¿para qué me necesitabas?

No aguantó… simplemente lo necesitaba más que el aire que respiraba. Lo abrazó con seguridad. Lo envolvió con su calidez. No podía soportar causarle tristeza ni que se creyera engañado nuevamente

-. No sabía todo. Solo parte de la información. Tú has sido de gran ayuda.

Las lágrimas que Facundo dejaba caer en su camisa eran como gotas de fuego que le dolían a él también

-. ¿No me estas engañando?

-. ¡No! por Dios, te juro que no. Sin tu ayuda directa no habría logrado nada.

Poco a poco se calmó. A Leandro le dolió recibir una mirada en la que nuevamente había una chispa de desconfianza

-. Perdón por no habértelo dicho antes.

-. No me engañes nunca. No tengo a nadie más en el mundo

Leandro volvió a abrazarlo. Esa vez fue para calmarse a sí mismo y ocultar las lágrimas que, descontroladas, le rebalsaron los ojos y fluyeron por sus mejillas

-. Nunca… jamás

.

El tercer día comenzó antes que amaneciera y de manera diferente

-. Hoy es el gran día – dijo mientras ponía el desayuno delante de Facundo – habrá una operación a gran escala

-. Ahá… 

Facundo ni siquiera estaba seguro de que le siguiera importando esa gente con la que había convivido y trabajado por cuatro años. Leandro le había enseñado lo que nunca nadie le explicó; la droga producía adicción, freía el cerebro y causaba la muerte de la gente… de todo tipo de gente. Había sido una forma de vivir y mientras duró, fue bueno… al menos, le permitió comer y vivir, pero ahora que entendía mejor… pues… no creía ser capaz de volver a hacerlo.

-. Voy a llevarte a otro lugar – dijo Leandro

Ahora sí tenía toda la atención del chico

-. ¿Qué lugar? ¿Por qué? No quiero ir

-. Es por tu seguridad mientras todo esto dure

-. ¿Qué tiene de malo tu casa? Tú dijiste que nadie sabe de mí ni que estoy aquí. Me quedo aquí

-. Escúchame. Será por un tiempo. Hasta que dicten sentencia y estemos seguros de que nadie vendrá a vengarse del detective que encabezó la operación o algún otro policía deba venir a buscar algún documento de ese montón

-. Llévate todos los papeles. Así no vendrá nadie

-. Facundo, escúchame, ya no podré pasar todo el tiempo contigo a partir de ahora.  Tendré mucho trabajo que hacer en la calle y en la estación. Habrá días en que ni siquiera vendré a dormir. Además, creo que tenemos a todos los involucrados y los detendremos hoy mismo. Pero si alguien faltara o se nos escapa, pueden querer vengarse de mí. Soy quien encabeza la operación. Podrían llegar aquí.

La lógica de Leandro era real. Él había escuchado a esos hombres hablar de esas cosas… pero… aaahhh ¡rayos!! No quería irse de allí, ni de la ducha, ni la ventana grande, ni la comida, ni la cama y mucho menos perder la compañía de Leandro

-. ¿Cuánto tiempo? – preguntó con el rostro lleno de tristeza

-. Pasará tiempo antes que el juez dicte una sentencia de cárcel para todos ellos.

-. ¿Cuánto tiempo?!! – gritó Facundo aceptando lo inevitable.

-. Semanas… no sé cuánto exactamente

-. Bien

Dolió darse cuenta que no tenía nada que fuera suyo allí, excepto la chaqueta roja. En un gesto simbólico caminó hasta ella y la apretó entre sus brazos.

-. Estoy listo

Solo el entrenamiento recibido evitó que Leandro se desarmara en pedacitos frente a lo que sucedía. Quería llorar… su departamento sin Facundo ya no sería un hogar… pero tenía que pensar en la seguridad de él antes que cualquier otra cosa.

En las afueras de la ciudad, más de una hora de distancia, detrás de un pequeño cerro lleno de bosques, había un sanatorio que era dirigido por monjas. Tenía jardines amplios y cuidados, una huerta con frutales, verduras y mucha tranquilidad. Recibían pacientes que no tenían dinero o no podían ir a otro lugar. Su tía, hermana de su madre, era la monja que dirigía el sanatorio y había estado de acuerdo en recibir a Facundo por el tiempo que fuera necesario, como un favor especial a su sobrino.   

Llegaron cuando el sol apenas salía y las monjas ya estaban en pie. Leandro bajó del vehículo seguido por Facundo que no había vuelto a emitir ningún sonido.

-. Mi tía dirige este lugar. Si quieres puedes ayudar en la huerta o en el jardín. ¡Ah! También tienen gallinas y vacas.

Facundo no dijo ni una palabra mientras Leandro lo llevaba por los largos pasillos de una casa enorme y antigua, lo presentaba con las monjas, le asignaban un lugar y él veía como toda su vida cambiaba de golpe nuevamente. No dijo nada cuando le mostraron un cuarto pequeño donde había ropa que podría usar. Tomás y él habían visto películas donde las monjas eran las malas. No le gustaban. Esas ropas negras que usaban eran terroríficas. No quería quedarse allí… No. No iba a llorar. Iba a hacer caso de lo Leandro le dijera. Esperaría como le había pedido… confiaba en él… no.… no.… por favor no… pero los ojos se le inundaban sin que pudiera evitarlo

En la puerta de salida, Leandro se agachó frente a él y puso algo en su mano

-. Es un celular. Te llamaré cada vez que pueda. No lo uses para llamar a nadie. Deja que hable primero quien llama y si no escuchas mi voz, cuelga de inmediato.

Facundo no quería mirarlo… o si… pero las estúpidas lágrimas… El piso era de baldosas y también estaban limpias

-. Hay un par de juegos para que no te aburras…

Sintió las manos de Leandro en sus brazos. Por primera vez reaccionó y se sacudió para quitárselas. No quería hacerlo, pero fue un movimiento automático. Leandro lo percibió al instante y las quitó.

-. Está bien. Tienes derecho a estar enojado, pero tienes que escuchar lo que tengo que decir. Te prometo que vendré a buscarte en cuanto dicten la sentencia… Facundo. Por favor.

El piso tenía muchas baldosas… no eran todas del mismo exacto color…

Leandro se puso de pie… se marchaba

-. Otra cosa… solo por si acaso. Mi tía sabe que hacer contigo en caso de que me pase algo

El piso no era importante. Los ojos preocupados de Leandro sí lo eran

-. No. No te asustes. Nada va a pasarme… es solo una medida de precaución.

Había vuelto a estar a la altura de sus ojos

-. Prométeme que vendrás lo antes posible – balbuceó Facundo

Que importaba que estuviera llorando… estaba triste o enojado y le daba una mierda…

Se dejó envolver en el cálido abrazo. Subió los suyos y se pegó al torso de Leandro en el primer y único abrazo estrecho que daba en su vida.

-. Te lo prometo. – juró Leandro con la voz temblorosa

.

La operación comenzó temprano. Varios departamentos de policía participaban y habían estado preparándose con la información que Leandro había hecho llegar. Ese primer día actuaron en conjunto. Todas las vías para salir de la ciudad estaban custodiadas. Los allanamientos y arrestos comenzaron. Incautaron cantidades enormes de drogas, dinero en efectivo, propiedades, vehículos…

La prensa no tardó en percatarse de que algo grande se llevaba a cabo. Al día siguiente, la noticia era circulación nacional.

-. Bien hecho, detective

-. Felicitaciones, Leandro

-. Gracias.

Había recibido innumerables felicitaciones. Todos se alegraban con él, por la unidad y por la escoria que sacaban de las calles.

El trabajo recién comenzaba; había mucho que hacer para lograr condenas importantes, pero no todo se podía hacer en un día. No había tenido un segundo de descanso en las últimas 36 horas. Ni siquiera se atrevió a manejar de lo cansado que estaba. Pidió a una patrulla que lo llevara hasta su domicilio.

Antes de caer dormido tomó uno de los teléfonos baratos y desechables que había comprado por docenas. Se tendió en la cama y marcó… necesitaba saber que estaba bien.

-. Hola. Soy Leandro.

-. Hola detective. ¿Cómo fue todo?

Se relajó nada más escucharlo… su voz aún sonaba triste pero más tranquila. Le contó un resumen de lo que había pasado. Le preguntó un par de cosas que necesitaba saber. Le pidió que se cuidara y se durmió escuchando su voz.

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Leandro le había dicho que podían ser varias semanas, pero Facundo esperaba verlo aparecer cada día. Al principio, se aisló en el cuarto, pero al segundo día, una monja había llegado a pedirle que saliera a comer. Lo llevó a un comedor grande. Había varias personas además de las monjas. Se sentó en el rincón más aislado, sacó su celular y mantuvo la cabeza baja

-. ¿Eres nuevo? ¿Tú que tienes? – preguntó alguien cerca de él. Facundo se dio vuelta a mirar quien le había hablado.  Era un señor de unos 40 años, algo pasado de peso y que no sonreía

-. ¿eh?

-. ¿De qué estas enfermo? – insistió el tipo

-. Deje al joven tranquilo, Don José – intervino una monja

-. Yo solo quería hablar

Le sirvieron un almuerzo sencillo. No estaba malo… mejor que la comida de su madre, pero ni cerca de lo que preparaba Leandro… ahh… debería haberse quedado con él…  Le gustaba verlo moverse en la cocina… lo extrañaba. Comió muy poco.

-. ¿Solo eso vas a comer? – preguntó la tía de Leandro

-. No tengo hambre – respondió preguntándose cómo lo hacían las monjas para moverse en silencio y aparecer de la nada.

-. Yo sé lo que necesitas. Sígueme – ordenó ella

Las gallinas eran locas y divertidas; chillaban por todo, se asustaban y corrían a ciegas, escarbaban y comían gusanos asquerosos. Tenían plumas brillantes. Limpiaron el gallinero, recolectaron los huevos y persiguieron las aves para encerrarlas.

-. Mañana y tarde hay que recolectar los huevos. – dijo la monja enseñándole a hacerlo-  Ese será tu trabajo mientras estés aquí. No vayas a quebrar uno porque la hermana Rosario se enojaría mucho

-. ¿Quién es?

-. Está a cargo de la cocina. Allí, en esa puerta grande la encuentras. Se los vas a entregar cada vez que los recojas.

-. ¿Puedo quedarme aquí un rato?

Los pollitos pequeños eran la cosa más suave y tierna que había visto y tocado. Tenía una bola de pelusa caliente amarilla en sus manos y varias más revoloteando a su alrededor.  Se sentó en el pasto con ellos cerca. Acarició a cada uno. Estaban calentitos… igual que las lágrimas que vertía.

La monja sabía su oficio. Cuando llegó la noche, Facundo se durmió de inmediato.

Fue a la hora de desayuno, el día siguiente, cuando el mismo hombre se sentó junto a él.

-. Ayer vi que tienes un teléfono – dijo, asustándolo

Instintivamente, Facundo metió el celular en su bolsillo y miró en busca de ayuda

-. Podríamos ver películas – insistió el hombre hablando bajo – las monjas no tienen tele ni radio.

-. No. No se puede

-. Claro que sí. Yo sé cómo se hace… 

La recomendación de Leandro no incluía nada sobre ver películas… ¿sería malo?

-. ¿De verdad sabes?

-. En verdad sé

José estaba enfermo, pero no era ni peligroso ni contagioso y sí, efectivamente sabía cómo descargar, conectarse y hacer maravillas con el teléfono. Se fueron juntos al patio de las gallinas

-. Listo – dijo José orgulloso

-. ¿Podemos ver televisión también?

-. ¿Cuantos canales quieres? – alardeó José

.

Las horas de los días eran demasiado pocas y no alcanzaban para todo lo que tenía que hacer en la estación policial. Declaraciones, interrogatorios, clasificación de evidencia, llenar millones de papeles y lo peor, tratar con abogados y periodistas que llenaban las oficinas. Trabajaba los siete días de la semana, igual que todos los que estaban involucrados en el caso. Como Leandro era el que más sabía del tema, todos querían hablar con él.  Se desenvolvía con su habitual tranquilidad. Intentaba mantener la calma, aunque a veces deseaba salir corriendo hacia las afueras de la ciudad. Facundo estaba siempre en sus pensamientos. Lo llamaba en cuanto tenía un tiempo libre… generalmente bien entrada la noche, justo antes de dormirse. Le agradaba escuchar su voz. Lo extrañaba tanto… su departamento se sentía vacío… podía imaginarlo correteando en el patio del sanatorio o jugando con los pollitos. Leandro sonrió antes de cerrar los ojos… Facundo era tan suave como esos pollitos… su piel era tierna y dulce… quería probarla… quería verlo… no podía arriesgarlo…

Semanas más tarde, uno de sus compañeros le preguntó

-. ¿Te suena alguien llamado Facundo?

Leandro sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Controló su respiración y mantuvo la calma.

-. ¿Facundo? – repitió interrogativo

-. Si, uno de los detenidos, el pelirrojo grandote no deja de repetir su nombre.

Movió la cabeza como si no tuviera idea de lo que hablaba. ¡Dios! Odiaba mentir, pero por Facundo haría lo que fuera necesario.

-. Podemos revisar las fotos – ofreció Leandro con seguridad. Sabía que no había evidencia contra Facundo

-. No. No es necesario. Está sufriendo el periodo de desintoxicación. Lo encontraron machacándose la cabeza contra la pared. Lo tuvieron que amarrar y llevar a enfermería. Está perdiendo la cordura.

.

Siete semanas se habían vuelto una eternidad.

Facundo pensaba que se le había contagiado la depresión de José porque lloraba mucho. Hablaba con Leandro casi todos los días, pero las conversaciones eran cortas y rápidas. Siempre quedaba con ganas de hablar más. No es que tuviera algo especial que decirle… solo le gustaba escucharlo y saber que estaba ahí, al otro lado del teléfono.  Entendía que estaba ocupado y que su trabajo era importante. En secreto, miraba los canales de televisión locales en el celular y estaba al tanto de las noticias del caso. Cuando recién pasó, la noticia estuvo en todos los canales, mencionaban al detective y Facundo sentía una sensación rara y bonita cuando escuchaba su nombre… como si uno de los pollitos se le hubiera instalado por dentro… calentito, suave, dulce. Rico. Respiraba profundo y se le hinchaba el pecho. Incluso, una vez, lo había visto unos segundos en una declaración. Era tan apuesto ¡Cuanto lo echaba de menos!!! No le había contado lo que había hecho don José. Seguro le diría no, pero no estaba hablando con nadie de fuera.

Miró el techo del cuarto donde dormía. Todo era de un color ceniza… quería volver a ver la ventana que parecía pantalla panorámica desde el piso dieciséis… Comenzaba a olvidar los detalles de los días que había estado con Leandro… repasaba todo lo vivido con el detective cada noche antes de dormirse, después de escucharlo… 

Su trabajo con las gallinas estaba bien, al menos tenía en qué ocupar su tiempo. Se había hecho amigo de todos los pollitos y lo seguían por el patio. Había aprendido a guardar restos del pan del desayuno para darles migajas a cada uno.  José y él veían películas a escondidas en uno de los bancos del jardín cuando las monjas no estaban cerca y cuando José estaba bien y podía salir afuera.  Las monjas ya no le parecían tan terribles. Algunas eran amables. Tenían mucha paciencia con los enfermos. A veces se ofrecía para ayudar.  No podía quejarse. Para alguien que no tiene nada en la vida, no estaba en un mal lugar, tenía techo y comida. Es solo que, a los diecisiete años, siete semanas de espera eran una maldita eternidad… rayos! De nuevo  estaba mojando la almohada con lágrimas.

.

Leandro se vistió con la última camisa blanca limpia que le quedaba. No había tenido tiempo de llevar la ropa a lavar ni de ordenar su casa. A veces, apenas tenía un par de horas para dormir.

. Hoy es el último día – se dijo en voz alta frente al espejo. La imagen que reflejaba el espejo era genial: tenía que vestir formalmente para declarar y Leandro cuidaba que su apariencia fuera impecable. Después de 10 días vistiendo traje, estaba comenzando a cansarse. Sabía que a ratos actuaba impaciente. Se calmaba pensando que cada día faltaba menos.

-. Nueve semanas… – murmuró

Sabía que iba a ser así de largo. Creyó que podría soportarlo… Facundo se le había metido muy dentro en el corazón. Solo la importancia de lo que estaba haciendo y el posible riesgo evitaba que Leandro corriera a verlo. Las monjas tenían horarios estrictos y, aunque su tía fuera la superiora, no lo iba a dejar entrar a medianoche.

Hoy era el juicio final. Se dictaba la última sentencia. Uno a uno los traficantes habían sido condenados a largos años de prisión o cadena perpetua. El pensamiento lo animó. No tenía tiempo para desayunar. Comería después… quizás esta noche, por fin, podría comer con Facundo… aahh.. Tenía muchas razones para estar contento y él era la primera. Si todo iba bien, pasado mañana comenzaba su periodo de vacaciones y sabía muy bien lo que quería hacer. No sabía a qué playa iban a irse, pero sería lejos, soleada y tranquila… Facundo nunca había estado en un lugar soleado. Lo bañaría con lociones protectoras de arriba abajo… suspiró y sonrió ante la imagen mental… Descansarían mucho y planearían el futuro de Facundo. Se preguntaba qué era lo correcto de hacer con él. Mantenía siempre en su mente los diecisiete años del chico y su vulnerabilidad. No podía dejarlo solo pero tampoco sabía si estaba bien que viviera con él… Llegó a la estación. Volvería a pensar en ello más tarde. Se concentró en su trabajo.

-. Felicitaciones, Leandro. Fue un trabajo bien hecho- el capitán estrechó la mano del detective. Rebosaba de orgullo. Había concluido una operación exitosa y las condenas habían sido dictadas

-. Gracias capitán

Comenzaba a anochecer. Si salía de inmediato tendría tiempo justo para llegar donde facundo antes que las monjas cerraran las puertas

-. Los muchachos y yo hemos preparado una pequeña celebración para ti

Se quedó inmóvil…

-. No te sorprendas tanto. Tus compañeros también están orgullosos

A una cuadra de la oficina estaba el café donde siempre llegaban todos ellos. No tenía excusa para rechazar la primera celebración que hacían para él. Procuraría que fuera breve. Quizás, si hablaba con su tía y no era demasiado tarde, lo dejaría entrar.

-. Otra cosa más, detective. Quiero que conozcas a tu nuevo compañero

-. ¿ahora? – escapó de su boca… ¡no! ¿por qué justo ahora?

-. He estado aplazando el momento de presentarlos porque estábamos ocupados en el caso, pero ahora tenemos tiempo y me gustaría que se conocieran antes que te vayas de vacaciones

-. Si, capitán

¿Qué podía hacer?… todo se conjugaba en su contra…

Suspiró y siguió al capitán hasta su oficina con los hombros bajos y el caminar cansado. Solo una palabra rebotaba en su mente y le llenaba todo el pensamiento: Facundo

Ese día, José había estado mal. Facundo no entendía mucho, pero había días en que su nuevo amigo se quedaba encerrado durmiendo, con muchos remedios

-. Es bipolaridad… a veces se vuelve manía – explicó José, pero Facundo no entendió. Le daba pena verlo en esos días complicados. No lo dejaban estar cerca. Generalmente era un hombre simpático y lleno de extrema vitalidad. Le había contado de su familia y sus hijos. Le dijo que tenía uno casi de su edad. Le habló del trabajo muy importante que tuvo y de las cosas que aun quería hacer… cuando se mejorara. Tenía mil planes. En los días buenos era una compañía muy agradable.

El sol apenas calentaba esa tarde, se esperaba lluvia, pero todos estaban acostumbrados al clima en esa fría ciudad. Facundo se tiró sobre el pasto y sacó su celular. Pocos minutos después cerró los ojos y sonrió cuando los pollitos llegaron a revolotear cerca de él, con sus chillidos suaves y sus plumitas de seda. Escalaron su chaqueta roja. Había bolitas amarillas sobre él, en sus brazos, su pelo… por todas partes. Ya se había acostumbrado. Facundo los acariciaba con una mano y sostenía el celular con la otra. De pronto se enderezó bruscamente… los ojos muy abiertos y las dos manos en el teléfono

y así ha concluido exitosamente el encarcelamiento del último de los detenidos en la operación de tráfico de drogas….

El corazón comenzó a rebotarle de prisa…

Buscó otro canal de noticias…

… veintidós años de cárcel fue la última condena para el culpable de….

-. Woahhh… – gritó asustando a sus amigos plumíferos. Facundo arrastró los brazos y recogió varios pollitos que apretó contra su pecho

-. Es hoy día. ¡¡¡hoy día va a venir!!!

Se tomó unos minutos para bailar con sus pequeños amigos…

Leandro vendría por el… el detective, su amigo ¡iba a venir hoy!!!

No cabía en sí de la alegría.

Corrió de vuelta al pequeño cuarto. Puso las 4 prendas de ropa que tenía en una bolsa. Recorrió con la vista el dormitorio

-. Hasta nunca – se despidió. 

-. ¿Puedo ver a Don José? – preguntó a la monja a cargo de los pacientes

-. No. Lo siento. No es un buen día para él

Lamentó no despedirse. Había sido buena compañía. Caminó hasta la entrada de la casona y se sentó en el banco a esperar, con la bolsa en una mano y el teléfono en la otra.  Ya vendría. Pronto lo iba a llamar y todo volvería a estar bien.

Si le hubieran dado a elegir un compañero de trabajo, Leandro habría elegido justamente a la persona que le fue asignada. El detective Salgado tenía más experiencia que él, aunque recién pasaba los 30 años. Era conocido por ser sagaz e implacable. Tenía sentido del humor y había trabajado en casos importantes. Tenía esposa y una hija pequeña que una vez llevó a la estación para presumir.

-. Son compañeros de trabajo ahora. Será mejor que se lleven bien – dijo el capitán

Se saludaron con complicidad, como si ambos estuvieran felices de trabajar juntos.

Leandro fue ubicado al centro de la larga mesa. El café había cerrado para la pequeña celebración. Todos estaban contentos, era un éxito rotundo para la unidad. Salgado y él aprovecharon de conversar bastante… iban a pasar la mayor parte de su tiempo juntos de ahora en adelante y estaban deseando conocerse. Descubrieron que vivían casi en la misma cuadra, lo que facilitaría mucho el trabajo.

Pasada la medianoche, Leandro por fin tuvo la oportunidad de marcharse.

-. Me voy contigo– dijo Salgado

-. Claro. Te llevo a tu casa

-. Naaahh. Me bajo en tu casa y camino una cuadra. Me hará bien el aire frío. Creo que bebí una copa demás.

Cuando Leandro estacionó el vehículo, demoraron unos segundos en bajar. Salgado quería detalles sobre su regreso luego de las vacaciones.

-. Felicitaciones, compañero. Hiciste un buen trabajo. Me alegro de que trabajemos juntos.

La calle estaba fría y el viento soplaba en ráfagas heladas

-. Yo también – respondió Leandro

-. Que tengas unas buenas vacaciones – dijo Salgado al tiempo que se adelantaba para darle un abrazo – te las mereces

-. Gracias. Volveré con mucha energía

-. Te estaré esperando, compañero.

Salgado se alejó en la calle casi desierta a esa hora.

Leandro caminó lento hasta el edificio de su departamento. Miró la hora. Casi la 1 am. ¡Mierda!  No había forma de que pudiera ir a buscar a Facundo ahora. Lo haría mañana temprano, muy temprano. Pocas horas y volverían a estar juntos.

.

Facundo se había cansado de esperarlo.  Las monjas habían ido a buscarlo para cenar y él no se había movido del banco de la entrada, a pesar del viento frío. Leandro le había prometido que lo iría a buscar en cuanto todo terminara y había terminado. Llegaría en cualquier momento.

Cuando oscureció y las monjas cerraron el portón de acceso, Facundo tomó una decisión. Se escabulló por la parte de atrás mientras las monjas rezaban y todos se preparaban para dormir. Nadie se daría cuenta de su ausencia. Caminó hasta la carretera e hizo parar un auto de desconocidos que lo acercaron a la ciudad. No conocía ese barrio ni las calles, pero caminó más de una hora hasta encontrar una avenida transitada con buses que lo llevarían al centro. Se subió por la puerta trasera sin pagar pasaje. No tenía un centavo. No tenía más que la bolsa con las 4 prendas de ropa, el celular y su chaqueta roja. Aaahhh.. pero estaba lleno de ilusiones y esperanzas y esas eran un motor poderoso que lo impulsaba más fuerte que un camión. Sonreía de solo imaginar lo que iba a ser su nueva vida. Tenía que llegar donde Leandro. Casi tres horas más tarde, se detuvo frente al edificio y miró hacia el piso 16. Estaba a oscuras. Pasó frente al portero con su mejor cara de inocencia… hasta se atrevió a saludarlo. Golpeó la puerta muchas veces, pero nadie respondió. Esperar afuera no parecía una buena opción. Se iba a congelar, pero si se quedaba en el pasillo, lo verían por las cámaras y tendría problemas.

-. Volveré más tarde – dijo al portero cuando salió.  Caminó por la cuadra ida y vuelta… movió las piernas para crear calor. Finalmente descubrió la esquina protegida de una tienda y se sentó allí a esperar. Ardía en deseos de verlo.

Facundo miró la escena afirmado contra la pared lateral de la tienda donde se protegía del viento frío. Había estado listo para correr hacia él cuando vio llegar vehículo… se detuvo en seco cuando distinguió otra figura dentro del auto. Hablaban. Se bajaron y siguieron hablando… y luego se habían abrazado… Leandro se abrazó con otro hombre…   Retrocedió… se hizo un ovillo en la esquina de la tienda, escondido en la oscuridad. El mundo acababa de quebrarse frente a sus ojos y dolía tanto.

Ni por un momento había pasado por su cabeza la posibilidad de que Leandro tuviera otro hombre en su vida…

Estaba solo así es que le daba lo mismo llorar… tenía la cara mojada por la lluvia… no importaba…

El juicio había terminado.

El detective era un héroe.

¿Para qué diablos podría necesitarlo en su vida?  ¿Cómo había sido tan tonto de creer las mentiras que le había dicho? 

Era un chico de la calle… no tenía estudios ni nada… ¿Por qué pensó que Leandro iba a cumplir con lo que le había ofrecido?

Leandro se había burlado de él…

Lo había usado igual que los traficantes…

Y él, pequeño imbécil, se había tragado hasta la última migaja de sus mentiras…

Se metió a la cama, desnudo. Cerró los ojos y esperó dormirse de inmediato. Imágenes de Facundo… de la playa donde irían… de sus ojos… de sus labios…

¡Ah, rayos! No estaba acostumbrado a comer tan tarde ni beber alcohol. No le gustaba, pero tuvo que hacerlo durante la celebración. Ahora sentía ardor.

Se levantó y caminó desnudo hasta el mueble de la sala donde tenía algunas medicinas. De pronto escuchó un sonido extraño… no pudo identificarlo, pero lo escuchaba claramente. Olvidó las medicinas y corrió al dormitorio. Se cerró una bata sobre el cuerpo y tomó la pistola. En la oscuridad y con sigilo, buscó el origen del sonido. Llegó hasta la puerta de su departamento. El sonido provenía de allí… ¿quejidos?… ¿llanto? Con precaución se asomó por la mirilla de medio lado… la imagen que vio lo dejo boquiabierto. Miró bien hasta convencerse que no era una ilusión. Abrió la puerta de golpe. Facundo, frío, mojado en lluvia y lágrimas, estaba sentado en el suelo.

-. ¿Facundo? – miró a ambos lados del pasillo. Estaban solos – ¡Qué!… ¿Qué haces aquí?

No entendía nada, pero estaba tan feliz de verlo. Se agachó para ponerse a su altura y estiró los brazos para acogerlo.

Facundo reaccionó empujándolo fuerte y saltando para ponerse de pie.

Leandro cayó al suelo… completamente desconcertado

-. No fuiste a buscarme…

Desconocía esa mirada de facundo… rabia, dolor… ira. Se limpiaba las lágrimas y se cerraba como una ostra.

-. No.… yo…

-. Estabas ocupado. Siempre estabas ocupado

De reojo Facundo miró hacia el departamento. Le sorprendió ver un poco de desorden… ese lugar había sido lo mejor del mundo por unos días… se mordió los labios por dentro para no llorar. Ya no volvería a sentarse en la alfombra frente al ventanal ni a dormir en la cama ni a probar la ducha…

-. Iba a ir a buscarte mañana temprano – Leandro estaba de pie. Su actitud era prudente. Sabía que algo pasaba y estaba tratando de entender que era  – el juicio terminó y ya se dicta..

-. Ya sé. No te molestes en contarme. No quiero escucharte.

¿Qué diablos estaba pasando?

-. Ya me voy. Solo vine a… no sé. Ya me voy. Adiós.

¿Adiós?… ¿Se iba? ¿Estaba en una pesadilla o qué?

-. Un momento. Explícame qué te pasa

-. No vale la pena.

Facundo dio la vuelta y pasó por su lado. Se iba

Leandro estiró el brazo y lo sujetó con fuerza. Facundo reaccionó. En segundos se habían trenzado en una danza de fuerzas; Facundo golpeaba y Leandro aguantaba sin soltarlo.

-. Suéltame

Leandro estaba en un dilema… la escena era un recuerdo horrible en la mente de Facundo, pero si lo soltaba… no iba a volver a encontrarlo.

. Escúchame primero. No sé qué te pasa y quiero que me lo digas

-. ¿No sabes?… en serio no sabes???!! – lo golpeaba con sus brazos delgados, lo pateaba y le dejaba marcas. Leandro tenía más fuerza y aguantaba estoico – quiero irme. Ya déjame… por favor, suéltame… suéltame…

La fuerza de Facundo comenzó a decaer… sus palabras dejaron de ser gritos para convertirse en llanto. Al instante siguiente estaba abrazado a Leandro, llorando sin control. Se dejó guiar hasta dentro del departamento…Leandro no lo soltó en ningún momento. Lo mantenía apretado contra su pecho desnudo.  Le dio tiempo para que llorara y se calmara.

-. Me usaste ¿verdad?… nunca ibas a ir a buscarme. Solo necesitabas que te diera la información y ahora ya no te sirvo de nada. ¡Solo me dijiste mentiras!! ¡Eres igual que todos!

-. Iba a ir a buscarte mañana muy temprano

-. ¡Mentira!!!

-. No miento.

La mirada de ira en Facundo comenzó a volverse dudosa

-. Por favor cree en mí. Hoy terminé muy tarde porque me hicieron una celebración. No pude faltar ni llamarte

Facundo dudaba. Lo veía en sus ojos

-. Puedo probarte lo que digo

-. ¿Cómo?

Leandro quitó los brazos alrededor de él, pero lo tomó fuertemente de la mano y lo guio hasta el dormitorio. Con una mano, extrajo del velador dos pasajes de avión y se los extendió a Facundo

-. No sé qué es esto – dijo reacio a recibirlos

-. Era una sorpresa. Son pasajes de avión. Fíjate. Uno tiene tu nombre y el otro es para mí. Pensaba sorprenderte mañana. Eran un regalo de bienvenida

Facundo tiró de su mano y se soltó de Leandro para poder leerlos.

El detective se ubicó a su lado. Nada… por ningún motivo en esta vida iba a dejar que Facundo saliera de su departamento sin aclarar la situación. Bajó los hombros y soltó la tensión cuando los ojos de Facundo encontraron los nombres…

Facundo lo miró asombrado… desconcertado… luego fue llenándose de lágrimas… esta vez no eran de ira…su boca balbuceaba… Facundo quería hablar, pero no podía. La única cosa que atinó a hacer fue abrazarse a el

Leandro lo recibió con los brazos abiertos… se fundió con el

-. Nunca te he mentido

-. Yo creí que…- lloriqueaba el chico arrepentido

-. Sshhh.. ya no digas nada. Estas aquí y estoy muy feliz

-. Perdón… yo no sabía…

-. No te fui a buscar porque no pude desligarme de mis obligaciones. Pero jamás voy a dejarte

Facundo se estremecía al escucharlo… no podía creer que todo si era verdad… se sentía horriblemente mal por haber dudado de él… y golpearlo ¡oh Dios! ¡Lo había pateado de lo lindo! Más lloraba al darse cuenta de lo ridículo que había sido

. Todo, todo lo que te dije es verdad. Voy a estar contigo

-. Lo siento…

-. Vamos a irnos de viaje… a una playa con sol

No necesitaba que lo convenciera más. Ya se había dado cuenta que había actuado como niño chico y se sentía avergonzado. Lentamente se separó de Leandro. Solo entonces se dio cuenta que el detective tenía puesta solo una bata… su boca se abrió mientras le recorría el cuerpo con la vista. ¿Cómo pudo ser tan tonto y dudar de él?… las semanas de separación lo habían vuelto idiota

-. Llegaste con otro hombre

-. Es mi nuevo compañero de trabajo

-. Pero te abrazó

-. Me estaba deseando buen viaje…

-. ¿No te gusta? ¿no tienes una relación con él?

El brusco cambio y la pregunta sorprendieron a Leandro

-. ¿Relación? – sonrió tontamente… – es otro hombre… ¿Cómo crees que yo..? No. No me gusta. Es mi compañero de trabajo y nos estábamos conociendo… vive aquí cerca y por eso se vino conmigo

-. Lo estás haciendo de nuevo- dijo Facundo esbozando una sonrisa brillante

Leandro cerró los labios. Estaba hablando mucho

-. Vi muchos hombres que tenían relaciones durante mi vida en las calles… se amaban… eran pareja. ¿Te parece mal eso?

¿Mal?… no estaba mal. Es solo que él no hablaba de eso con nadie. Era su vida privada… su secreto más íntimo.

-. No. No está mal que dos hombres se amen – respondió sin dudar

-. Que bien que pienses así

Leandro mantuvo los labios cerrados pero sus ojos se abrieron un poco. Sus músculos se tensaron al sentir que Facundo volvía a acercarse

-. ¿En verdad no te gusta tu nuevo compañero?

Facundo le pasaba los brazos por la cintura para abrazarlo. Se ceñía a él… le hablaba bajito y dulce…

-. No

No iba a hablar ni una palabra demás… no podía… su cuerpo estaba enloqueciendo y Facundo iba a darse cuenta porque solo tenía puesta una bata… delgada… y la tela se estaba levantando en la entrepierna

-. Estas todo mojado – declaró Leandro. Necesitaba cambiar de tema

-. Si. Voy a quitarme la ropa

Antes que las neuronas de Leandro pudieran terminar de procesar, Facundo se quitaba la chaqueta, los pantalones y la camisa. Alcanzó a estirar la mano y detenerlo para que no se quitara la última prenda. Tenía que hacerlo, pero no se dio cuenta que sus cuerpos quedaron completamente en contacto… era como sentir una descarga eléctrica… Miró a Facundo preocupado por su reacción.

Se encontró con el par de ojos mas hermosos, traviesos y adorables del mundo, fijos en él…

-. ¿Has visto a dos hombres amarse?

Leandro no pudo dejar de mirarlo. Movió la cabeza afirmativamente

El duendecillo de ojos negros que estaba en su habitación se puso en puntillas y le rozó los labios

-. ¿Qué haces? – preguntó sintiendo que ascendía al cielo… devolvió el roce con la misma delicadeza. Subió los brazos para estrecharlo… ¡ay dios!… estaba tocando su piel desnuda… fría… suave…

-. Quería explicarte que es lo que había visto… – respondió Facundo con la cara llena de picardía

-. Vas a volverme loco – dijo Leandro sin poder contenerse más. Sus labios se cerraron sobre los de Facundo. Su boca tenía sabor a pasión… a deseo… era intoxicante. Lo abrazó con todo su cuerpo.  Lo levantó en el aire hasta que su rostro quedó a la misma altura y le habló sin separar la boca de sus labios.

-. ¿Cómo supiste?

-. Es que hablas mucho…

-. Me gustas a morir… eres lo más hermoso que he visto en mi vida. No voy a dejarte ni a mentirte jamás. Todo lo que te dije es verdad… creo que me estoy enamo…

Facundo lo calló con sus labios. La pasión se encendía con rapidez. Se besaban reparando las semanas de distancia, el malentendido, los miedos… se entregaban el uno al otro en miles de besos

-. Me gusta tu cama – dijo el pequeño ser mágico abrazado a él con manos, brazos y pies

Una campanilla tintineó en el fondo de la mente en éxtasis de Leandro

-. Eres muy chico… tendremos tiempo. Mucho tiempo.

La risa íntima de Facundo en su oído parecía una cascada de cristales. Bajó una mano y se abrazó al miembro erecto de Leandro por sobre la bata

-. No. Creo que no vamos a esperar nada. De verdad me gusta mucho tu cama

-. Facundo… – le daba la última oportunidad de arrepentirse

-. Leandro… – lo apuraba acariciando su miembro y besándole el cuello

Calló blandamente sobre la cama, cobijado y sostenido por los brazos fuertes de Leandro.

-. ¿Estás seguro? No me importa esperar… tendremos tiempo

-. ¿Es solo conmigo que hablas tanto? – preguntó besándole el torso y pasándole las manos por las tetillas. Se erizaban… le encantaba…

Lo escuchó reír

-. Si. Sólo me pasa contigo. Me pones nervioso

-. ¿Así de nervioso?

Facundo le quitó la bata y se dio al placer de contemplarlo desnudo. Le fascinaba… desde que lo vio por primera vez le había atraído. Bajó la cabeza y, con la boca abierta, depositó un beso mojado, chupando, sobre la corona del miembro de Leandro. Escúchalo gemir temblorosamente fue un premio delicioso

-. Si. Así mismo mi pequeño duende

-. ¿Soy tu duende?

Leandro lo abrazó con fuerza, lo levantó y lo dejó sentado sobre él. Iba a enseñarle a Facundo lo que era el amor físico. Le enseñaría todo sobre el amor entre dos personas. Iba a dedicar su vida a hacerlo feliz porque solo así sería feliz él también.

-. Eres mi duende, mi amor… eres todo en mi vida Facundo. No lo dudes nunca

Se emocionó hasta las lágrimas… luego se miraron y rieron juntos mezclando risas, lágrimas, besos y caricias atrevidas. Rodaron por la cama abrazados, calentándose el uno sobre el otro. Tenían tiempo, ganas, deseo y amor de sobra.  

Tenían toda la vida por delante.

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