El horror de Puerto Almas
1.
La lluvia arreciaba sin tregua alguna, inundando cada solitaria calle de aquel pueblo medio vacío, perdido y olvidado en los extremos más recónditos del país. Las calles que antes estaban llenas de niños y familias ahora estaban vacías y sin vida, como si todo lo que alguna vez dio alegría a aquel miserable pueblo se hubiera ido con aquellos que residieron allí. Ahora, cuarenta años después del desastre de Puerto Almas, no había más que recuerdos y cicatrices de un terrible mal que jamás debió ser olvidado.
Entre sus vacías y embarradas calles aún vagaban algunos ancianos que se negaban a salir de aquel lugar que los vio nacer, pese a que el pueblo estaba al borde de desaparecer para siempre. La vieja escuela se caía a pedazos en el fondo de la calle principal, en estado de completo abandono ante la falta de niños. Sólo había un comercio en todo el pueblo y el hospital se utilizaba en gran parte como bodega ante la falta evidente de pacientes.
Puerto Almas estaba maldito, o eso decían los recortes de antiguos periódicos que se salvaron de ser destruidos y registraron la escasa información que existe sobre ese lugar. Durante más de cien años aquel puerto perdido en las australes islas del sur de Chile fue una de las principales paradas para los barcos mercantes que viajaban hacia el norte del pacífico desde el estrecho de Magallanes. Fue un pueblo próspero y tranquilo que vio nacer y morir generaciones completas de familias chilenas, argentinas, inglesas y alemanas, que fusionaron sus culturas hasta hacer de aquel perdido pueblo en mitad de la nada su hogar. La vida allí bordeaba el aburrimiento diariamente y el único pasatiempo para muchos era la llegada de los barcos que traían mercancías y viejos cuentos del mar.
Pero todo cambió con aquel desastre.
Algo ocurrió hace cuarenta años que cambió para siempre la vida de aquel pueblo. Las personas comenzaron a morir en extrañas circunstancias, sin que nadie pudiera encontrar una respuesta para ello. A veces ni siquiera se daban cuenta de sus decesos hasta que el hedor de los cuerpos pudriéndose en el interior de las casas les avisaba sobre lo que había ocurrido. Aquellos que lograban sobrevivir se negaban a hablar sobre lo que había asesinado a las personas y muchos morían entre gritos de agonía frente a la mirada desesperada y asustada del personal del hospital. Unos cuantos se suicidaron, llevándose consigo el secreto de por qué prefirieron una muerte tan horrible antes de revelar la verdad.
De las mil quinientas personas que vivían en aquel pueblo, la mitad perdió la vida en el transcurso de un año. Ni siquiera la policía de investigaciones pudo hallar la causa de las muertes y el veredicto de las autopsias no hizo más que aumentar el desasosiego.
Paro cardiaco fulminante.
¿Acaso todas esas personas murieron de un ataque al corazón? ¿Qué es lo que pudo causar tal impresión como para asesinar a casi mil personas en menos de un año?
Ante la falta de pruebas y los hechos acontecidos en el país durante esos años, el caso fue cerrado y olvidado. Las pruebas reunidas se perdieron junto con cientos de documentos que los militares hicieron desaparecer en aquellos tiempos oscuros, y el misterio de Puerto Almas pasó al olvido.
Pero pese al desalentador panorama que reinaba en Puerto Almas, el joven Tomás Vera, de veintinueve años, aceptó postular al puesto de enfermero jefe que vio publicado en el diario hace unas semanas. Lo aceptaron de inmediato, no muchos aceptaban irse tan lejos de sus hogares pese a la jugosa paga que ofrecían. Fue el propio gobernador quien lo contactó por teléfono para concretar la entrevista.
La paga era buena y el trabajo era poco. En vista de su situación económica precaria y la falta de oportunidades, Tomás aceptó sin tomar en cuenta las advertencias de sus conocidos sobre aquel lugar.
- Yo no iría si fuera tú – le dijo Antonia, su novia, mientras mantenía la vista fija sobre el recorte del diario que traía en sus manos – Nadie acepta el cargo. Es obvio el motivo…
- No digas cosas sin fundamento ¿Quieres? No son más que cuentos.
- ¿Y sabes por qué se liberó aquel cargo? ¿No te parece raro le ofrezcan un puesto de jefatura a un enfermero recién egresado? – Insistió Antonia – ¿No te hace sospechar? Mira esto – dijo ella mostrándole el anuncio que aparecía en una esquina del periódico que le regalaron cuando compró el desayuno – Se necesita enfermera(o) para trabajar en el Hospital de Puerto Almas, 44 horas semanales, categoría B, sueldo base dos millones de pesos… ¿Es en serio? ¿No te pusiste a pensar el motivo que tienen para que nadie haya postulado a ese cargo?
- Mira Antonia, si no te conociera diría que estás exagerando la nota – respondió Tomás dejando su vaso de café sobre la mesa con expresión molesta – Sabes la situación en que me encuentro. Necesito trabajar ¿Entiendes?
- Lo sé, lo sé – respondió ella sacudiendo su mano con vehemencia – sé que la situación laboral está muy mal para tu profesión, pero esto me da para pensar. Me puse a investigar (cosa que tú no hiciste) y resulta que la única enfermera que había EN TODA LA ISLA falleció la semana pasada a los 81 años. No hay médico ni dentista, el único personal de salud que existe en todo ese lugar es una enfermera y un paramédico que nadie conoce ¿No te parece raro?
- Pues no. Si salieras de tu burbuja sabrías que en las zonas rurales del sur las cosas funcionan de esa manera.
- Escúchame por favor Tomás… es obvio el motivo que tuvieron para rechazar esa oferta…Hay muchos profesionales que han ido a parar a ese sitio atraídos por el sueldo que ofrecen y no duran ni una semana.
- No has investigado nada por lo que veo…
- Es en serio – replicó ella poniéndose seria – cuando aparece un anuncio de trabajo con esa cantidad de dinero en juego en un sitio del que jamás oíste hablar lo primero que haces es buscar donde demonios está.
Antonia sacó su teléfono y le mostró el mapa. La isla donde se encontraba Puerto Almas estaba uno de los tantos archipiélagos que había en la undécima región. Sólo se podía llegar a ella en barco, el aeródromo más cercano estaba Coyhaique y ningún helicóptero cruzaba a través de esos canales producto de las violentas turbulencias que acechaban los vuelos. No se habían reportado accidentes fatales, pero sí numerosos informes de vuelos fallidos que tuvieron que devolverse cuando intentaron despegar para ir a buscar a un paciente crítico a aquel pueblo situado en medio de la nada.
- Antonia, escúchame por favor… necesito ese trabajo. Quiero que lo entiendas de una buena vez- dijo Tomás seriamente – Yo no creo en supersticiones, todo eso que has estado leyendo no son más que mitos, cuentos que alguien con demasiado tiempo libre publicó para asustar a los más crédulos.
Antonia lo miró apretando los labios, pero no dijo nada.
- Ya acepté el puesto y tengo los pasajes comprados… no vas a hacerme cambiar de opinión, no importa lo que me digas.
- Entonces así es como van a terminar las cosas…
- ¿A qué te refieres?
Antonia lo miró con los ojos brillantes de lágrimas y se alejó de su lado sin decirle nada. Tomás estaba mudo e impactado por el giro que habían tomado las cosas en los últimos minutos. Antonia cruzó el departamento sin voltearse para mirarlo pese a que sabía que él estaba caminando tras de ella. Tomó su cartera y su chaqueta, y sólo entonces se giró y lo enfrentó.
- Ni siquiera lo harías por mí si te lo pidiera ¿Verdad?
- Ya tomé una decisión – respondió Tomás apoyándose en el dintel de la puerta – se supone que deberías apoyarme, o al menos eso fue lo que esperaba de ti.
- ¡Se supone que ibas a quedarte a mi lado! ¡Eso era lo que debía suceder! – chilló ella al borde de las lágrimas – ¡Yo podría haberte mantenido mientras encontrabas otro trabajo!
Pero no… siempre haces las cosas sin preguntarme.
- Antonia, escúchame… – dijo Tomás acercándose a ella lentamente para no enfurecerla más. Pese a que sabía que esa reacción era lo mínimo esperable de alguien como ella, jamás imaginó que se lo tomaría tan mal – Necesito este trabajo… llevo meses sin encontrar
nada estable y ya no tengo más dinero. No he podido pagar el arriendo de este departamento desde marzo y me pidieron que lo dejara a fin de mes. Tuve que vaciar mi cuenta de ahorro para pagar las deudas. No tengo nada ¿Entiendes?
Antonia comenzó a llorar, pero no le dijo nada. Ni siquiera una palabra de aliento, ni siquiera un mínimo esbozo de comprensión.
- No te vas a ir.
- Si, si me iré y no vas a impedírmelo. Ya acepté el cargo, y si tú no quieres entenderlo es tú problema. Yo no tengo a mi familia como para que puedan ayudarme económicamente como es en tu caso.
Antonia se colgó la cartera sobre el hombro y se secó las lágrimas con todo el dramatismo que podía realizar. Siempre fue una reina del drama, y ahora que de verdad estaba viviendo una situación difícil no podía ser la excepción a la regla.
- Yo no me iré contigo.
- Lo sé.
- Entonces esto lo dejamos hasta aquí.
- Como quieras.
Ambos se miraron un par de dolorosos segundos que se les hicieron eternos. Ella esperando que Tomás cambiara de opinión y dejara esa locura para quedarse a su lado, él esperando que le deseara suerte y que prometería llamarlo para saber si la lluvia no lo ahogó. Pero ninguno de los dos hizo nada. No pudieron emitir ni una sola palabra.
Antonia dio un gemido de desesperación y salió del departamento dando un portazo y rompiendo a llorar a gritos mientras bajaba las escaleras.
“Tonta… eres tan tonta ¿Tan difícil es entender la situación desesperada en la que estoy?”
Se obligó a sí mismo a mantener la compostura y no salir corriendo tras de ella como todas las veces. Llevaban cuatro años juntos y ya estaba acostumbrado a sus pataletas y lloriqueos por cualquier cosa. Antonia ya sabía cómo manipularlo y siempre conseguía todo lo que quería, incluso contra su voluntad. Sus amigos le habían dicho en incontables ocasiones que su relación era tóxica, pero la necesidad de tener a alguien a quien pudiera llamar su novia era más fuerte que su sentido común. Él también lo sabía, carajo, pero se quedó a su lado pese a que era consciente que esa relación no daría para más.
Se acercó a la ventana disimuladamente y vio que Antonia aún estaba de pie frente al condominio llorando sin control. Suspiró.
La quería, si, pero ya estaba cansado de su inmadurez. Ella tenía una familia que la apoyaba económicamente y podía darse el lujo de hacer prácticamente nada y vivir de las rentas que le daban las numerosas propiedades que poseía su familia. Él no tenía nada más que el título que arrastraba consigo durante meses esperando encontrar un trabajo. Y tenía demasiado orgullo como para permitir que alguien lo mantuviera.
Tomás dejó su hogar apenas terminó el colegio. Nació y se crio en los campos del sur, ya conocía lo que era el frío extremo y estar alejado de todo. Su familia nunca tuvo recursos, su padre era un campesino borracho que trabajaba de forma esporádica en las forestales y que se pasó toda la vida golpeando a su madre cuando llegaba a la casa. Un cáncer le quitó a su madre cuando él sólo tenía quince años y tras su partida, Tomás vio que no tenía nada más que perder si dejaba aquel sitio.
Estaba solo. La necesidad de tener una compañera lo hizo caer en las garras de una princesita como Antonia.
Se acabó. Debía hacer las maletas, debía marcharse lo antes posible.
Todo lo que le dijo Antonia no eran más que mitos, patrañas que se inventó para buscar una forma de retenerlo a su lado. Podría haber buscado una excusa mejor, como fingir un embarazo, pero ni con eso lograría convencerlo. Si con o sin bebé iría a Puerto Almas, un par de cuentos no lograrían hacerle cambiar de opinión.
Sintió el estómago apretado cuando escuchó el vehículo de Antonia alejarse a toda velocidad por la calle.
No. No había vuelta a atrás. Él ya había tomado una decisión.
2.
Las olas rompían con violencia contra el casco del transbordador mientras la lluvia arreciaba contra los cristales, impidiéndole ver hacia adelante. El barco se mecía sin control sobre las aguas congeladas del estrecho y las nubes oscuras eclipsaban la luz, haciendo parecer que era más tarde de lo que realmente marcaba el reloj.
Tomás estaba nervioso.
Tras volar hasta Coyhaique y hacer varios trasbordos en barco, finalmente estaba próximo a su destino. Sabía que aquel pueblo estaba en mitad de la nada, pero jamás dimensionó qué tan difícil era acceder a él. Subestimó enormemente la distancia y el clima. Incluso unos cuantos le dijeron que tendría que esperar hasta una semana para poder cruzar a aquel remoto lugar.
Hace muchos años que no sentía tanto frío. El viento lo golpeaba como si de mil agujas se tratara cada vez que sacaba la cabeza fuera del refugio para ver dónde diablos estaban, haciéndolo esconderse y retorcerse dentro de la cabina.
Nadie hablaba. El pequeño trasbordador llevaba principalmente carga proveniente de las ciudades más grandes, él era el único en el barco que se quedaría en aquel puerto, el resto volvía a Coyhaique apenas terminaran de descargar las provisiones.
- ¿Aún falta mucho? – preguntó Tomás al capitán del navío.
- Media hora aproximadamente- respondió él de forma lúgubre.
El capitán era un hombre aparentemente mayor, y cuando lo conoció no se explicó cómo seguía trabajando alguien de su edad en un clima tan austero. Tenía la cara quemada por el viento y llena de arrugas profundas, el poco cabello que le quedaba se mecía lacio sobre
su frente y estaba completamente lleno de canas. De seguro la vida en altamar y los golpes del clima lo hacían parecer más viejo de lo que realmente era.
- ¿Por qué aceptaste venir a trabajar a un sitio así? – preguntó de pronto el hombre, sin despegar la vista del horizonte – Si vienes buscando aventuras y un clima extremo no aguantarás ni una semana en ese maldito pueblo.
- Soy enfermero. Supe que había una vacante disponible y acepté el cargo.
- Espero que al menos te paguen bien… he traído muchos jóvenes como tú a lo largo de
los años buscando las mismas oportunidades y han llamado desesperados a los tres días pidiendo que los sacara de ese lugar – replicó – No quiero asustarte, pero ese lugar está maldito.
- Algo me han contado… pero no creo en esos cuentos – respondió Tomás soltando una risa burlona.
- No son cuentos. Ese pueblo debería haber sido olvidado hace mucho.
“Si, como no…”
- Mi novia me dijo algunas cosas cuando le conté que había encontrado un empleo – dijo Tomás intentando calmar al viejo y sintiendo una punzada de dolor al recordar a Antonia –
pero no son más que leyendas. Crecí en el campo y escuché muchas historias así cuando era niño.
El viejo lo miró de reojo sin decirle nada. La expresión seria de su mirada le dijo que para él no había nada de gracioso en todo aquello.
- Sólo te diré una cosa, chico – dijo el hombre dando por terminada la conversación – No salgas de noche por ningún motivo, y no se te ocurra abrir la puerta si alguien llama, no importa lo que pase.
Tomás sintió que algo frío bajaba por su espalda.
- No creo en supersticiones.
- Pues deberías empezar a creer si piensas quedarte en ese lugar.
Ante la aspereza de sus respuestas, Tomás decidió no insistir en iniciar una conversación con él. El viejo no parecía contento de tenerlo en ese barco y menos aún tener que llevarlo hasta Puerto Almas con ese clima como compañía. El resto de los que viajaban en el barco ni siquiera lo tomaban en cuenta y varias veces sintió que susurraban cosas a su espalda. Ya estaba un tanto preocupado por la constante sicosis que giraba en torno a él y las miradas preocupadas de las personas que lo acogieron antes de iniciar su partida.
Quizás sólo eran mitos, pero lo cierto es que ya no era la primera vez que le decían algo sobre aquel sitio.
Como nadie le hablaba, Tomás se acercó solitario hacia la ventana de la cabina principal y observó el horizonte esperando ver el pueblo que de ahora en adelante sería su hogar. El oleaje furioso se alzaba en la proa con furia como si intentara hacerlos retroceder, mientras el viento ululaba con fuerza entre los mástiles del navío. La intensa bruma que cubría el horizonte le impedía vislumbrar más allá de un par de metros, por lo que durante varios minutos lo único que vio delante de él fueron sólo kilómetros y kilómetros de mar. Por un momento creyó que no les quedaría más remedio que volver al puerto debido a la violencia del mar, pero todo temor se disipó cuando la bruma comenzó a despejarse y vio tierra firme a lo lejos.
Tomás se acercó al vidrio lo más que podía intentando distinguir el tétrico paisaje que veía ante sus ojos. Puerto Almas apareció ante él como un fantasma en el medio de la neblina. Las casas antiguas se desperdigaban por las laderas del bosque milenario que cubría gran parte de la isla, formando semi círculo alrededor de una plaza central que daba al único
puerto que conectaba la localidad con el resto del continente. Las calles estaban vacías y por un momento pensó que el pueblo estaba abandonado. Aquel sitio hacía honor a su nombre y su leyenda: jamás había visto un lugar más tenebroso que aquel al que aceptó ir.
- Apenas tengamos la orden para desembarcar te bajas – le dijo un hombre de aspecto rudo que parecía ser el segundo al mando – nos iremos apenas entreguemos las provisiones. Se avecina una tormenta, nos acaban de avisar por radio.
- ¿No es más seguro quedarse aquí? No tendrán tiempo para volver a Coyhaique…
El hombre soltó una risa nerviosa y miró con respeto a la isla que estaba cada vez más cerca.
- No me quedaría aquí ni aunque me pagaran. Prefiero ahogarme en el mar.
- ¿Es por lo de las leyendas? – preguntó Tomás sintiéndose molesto. A estas alturas ya estaba empezando a creer que le estaban tomando el pelo por ser nuevo en la zona, algo así como una especie de bienvenida de mal gusto.
- No son leyendas – respondió el hombre, tragando saliva – no creas que nosotros nos
hemos inventado todo esto. En este maldito pueblo pasan cosas muy raras… yo mismo las he visto. Créeme que es mejor que lo veas por ti mismo, pero no te lo recomiendo. Si quieres cuidar de tu salud mental deberías hacer caso a lo que dicen. No salgas solo apenas caiga la noche y ni se te ocurra abrir la puerta si alguien llama pidiendo ayuda.
Tomás desembarcó lo más rápido que sus pies le permitían moverse. El viento había cambiado, y ahora los golpeaba con más fuerza. Corrió como pudo a través de la rampla que conectaba con el muelle mientras se afirmaba de las sogas para que el viento no lo hiciera caer. Un chico joven envuelto en un impermeable azul lo esperaba junto a una
caseta de guardia que estaba torcida producto de las trombas marinas que chocaban con su estructura todos los días.
– ¿Tomás Vera?
Tomás abrió la boca para hablar, pero una violenta ráfaga de viento lo ahogó antes de que pudiera pronunciar palabra. Intentó distinguir al chiquillo que había ido a buscarlo, pero gran parte de su rostro estaba cubierto por la capucha del impermeable. Por más que trató, el viento no le permitió hablar, por lo que sólo le hizo un signo afirmativo con la mano.
- ¡Sígame! – dijo el chico colocando ambas manos alrededor de su boca tratando de imitar un megáfono, en un intento de hacerse oír a través de la tormenta.
El chico tomó una de sus maletas y comenzó a caminar hacia la plaza central. Tomás se volteó para darle las gracias a los marinos que lo habían traído hasta ese remoto lugar y vio que ellos ya estaban dejando los últimos encargos antes de partir. Les hizo una seña para despedirse y vio que ellos sólo se limitaron a mover la cabeza en señal de resignación, volviendo apresuradamente a su tarea con las cajas.
¿Qué podría ser tan terrible como para motivar a un grupo de personas a preferir entregarse a la violencia desmedida de un mar en tormenta antes que quedarse en aquel lugar?
3.
Tomás caminó tras el chico que llevaba sus maletas, casi completamente a ciegas. La chaqueta que había traído, y que decía ser resistente a prácticamente todo, se le pegaba al cuerpo y estilaba agua por cada una de sus costuras. Resbaló innumerables veces producto del barro y no le quedó otra más que dejarse guiar por aquel chico que tuvo el valor de ir a buscarlo con ese clima.
El panorama era simplemente desolador. Aquel pueblo parecía estar completamente deshabitado y en completa decadencia en vista de la condición en la que estaban muchas casas. Y ni hablar de la cantidad de casas semi derrumbadas y a todas luces en estado de abandono que vio mientras seguía al muchacho por las solitarias calles.
Tras caminar varias cuadras en completo silencio, finalmente llegaron al que parecía ser el hospital de Puerto Almas. El edificio, de estilo alemán, debía tener al menos unos cien años, pero a diferencia de muchas de las casas que vio en el camino, éste se mantenía en perfectas condiciones. Era un edificio de madera y concreto, de color blanco, decorado con hermosas cornisas de madera tallada y mosaicos de cristal en las enormes ventanas que decoraban uno de sus corredores. La única ambulancia que había en el pueblo estaba estacionada bajo un alero unos metros más allá, por lo que asumió que tendría una noche tranquila. O eso esperaba.
– Una terrible bienvenida ¿No cree? – dijo el chico una vez que lograron ponerse bajo techo
– En promedio aquí llueve trescientos días en el año, así que creo que debería empezar a acostumbrarse.
Tomás se quitó varios mechones empapados de cabello castaño de la frente, mientras hilos de agua escurrían por su ropa como si se hubiera bañado vestido.
El chico se había quitado el impermeable y las botas de agua y lo observaba con expresión divertida. Era muy joven, quizás debía tener unos dieciocho años, de piel rosada y losana, tenía el cabello más rubio que Tomás recordaba haber visto. Era casi blanco. Por un segundo juró que era albino, pero sus profundos ojos marrones descartaban esa posibilidad. Tenía un rostro interesante, esculpido y de rasgos poco comunes. Nada había en él que le recordara al chileno promedio que tenía grabado en su memoria.
– Me llamo Phillip Hudson – dijo el chico tendiéndole la mano y sin dejar de mirarlo.
- Bueno… creo que tú ya sabes quién soy – respondió Tomás torpemente.
- El nuevo enfermero, por supuesto. También trabajo aquí. De ahora en adelante seré su asistente. Antes asistía a la señora Carmen, pero me imagino que le contaron sobre su
fallecimiento…
Tomás asintió. El chico seguía hablándole animadamente mientras caminaban por los vacíos pasillos de aquel viejo hospital.
Según le contó, en los tiempos en que Puerto Almas era parada obligatoria para los barcos mercantes que iban rumbo a Valparaíso, el alcalde de aquel entonces mandó a construir ese hospital para atender las necesidades de las familias que vivían en las islas más perdidas del archipiélago. Durante años estuvo operativo, pero hace más de cuatro décadas que el pueblo había caído en desgracia y junto con su caída partieron gran parte del personal médico del área. La única que se quedó era la enfermera, Doña Carmen Blanco, y el paramédico, Hermann Kramer.
El muchacho, que trabajaba como asistente de enfermería, había nacido en esa isla, por lo que conocía cada rincón del pueblo como si fuera su propia mano. Tomás entendió que por ese motivo el chico parecía no inmutarse por el aguacero que caía sobre él. Mientras caminaban, Phillip le mostró cada una de las dependencias que estaban en uso y le mostró el calendario donde estaban anotadas las fechas agendadas para que el médico general de zona pasara a la revisión mensual.
Finalmente lo condujo por el pasillo con amplios ventanales que vio cuando llegó y le mostró unas pequeñas habitaciones al fondo de éste.
- La primera es la pieza del paramédico – dijo hablando en voz baja – sólo se queda aquí cuando tiene turno. El resto de los días se va a su casa, al otro lado del camino.
- ¿No está aquí hoy?
- Está saliente de turno. Ha estado cubriendo los turnos desde que falleció la enfermera.
Le mostró una habitación cerrada frente a la del paramédico y vio que tenía un pequeño frasco con flores frescas justo en la entrada.
- Es una gran pérdida… la extrañaremos mucho – añadió el chico con tristeza – todos la conocían en el pueblo, pese a que era un poco malas pulgas.
Junto a la habitación del paramédico estaba una vieja salamadra de hierro con un reconfortante fuego ardiendo en su interior, al otro lado del pasillo estaba la habitación del chico y una que tenía la puerta abierta. No era excesivamente grande y sólo tenía una cama, una mesita de noche y un viejo armario de madera.
– Esta será su habitación – dijo Phillip haciendo un ademán de presentación con sus manos
– Sé que no se ve muy acogedora, pero creo que podrá verse mucho mejor cuando ya esté instalado. Tiene su baño propio – dijo mostrándole una puerta blanca que estaba escondida tras el armario – Se supone que esta es la habitación del médico, pero cuando hacen ronda nunca se quedan y siempre está vacía.
– Gracias – respondió Tomás dejando una de sus maletas en el suelo.
Tras explicarle cómo funcionaban las cosas en el hospital, el orden de los turnos y algunas fechas claves en el calendario, Phillip dio por terminada su presentación y se quedó de pie junto a él con las manos en los bolsillos.
- No sé si tiene alguna duda…
Tomás observó su figura delgada y su expresión infantil. Si, Phillip era demasiado joven y dudaba que tuviera mucha experiencia como asistente de enfermería, pero pertenecía a esa isla y si estaba allí debía ser por el mismo motivo que él. Nadie quería el cargo.
– Hay unas cuantas cosas que me llamaron mucho la atención cuando venía hacia acá – dijo Tomás mientras sacaba sus cosas de la maleta – Me dijeron muchas historias sobre esta isla y este pueblo y no te imaginas cuánto me costó conseguir un trasbordador que me trajera. Muchos me decían que no se acercaban en esta fecha.
Phillip abrió mucho los ojos cuando se giró para mirarlo y abrió la boca un par de veces, sin dejar salir ni una sola palabra de sus labios.
- No… No todos creen en las viejas historias…
- ¿A qué te refieres?
Phillip bajó la mirada hacia sus dedos temblorosos y se mordió el labio con fuerza, como si estuviera meditando profundamente sus palabras. Tomás comenzó a impacientarse y sostuvo su mirada de ojos marrones sobre él hasta que finalmente lo obligó a hablar.
- En esta isla tenemos una ley muy simple para cualquiera que quiera quedarse – dijo casi susurrando, como si temiera ser escuchado por alguien – Al caer la noche nadie debe salir de su casa bajo ningún motivo y no deben abrir a nadie que llame a la puerta.
Tomás sintió que algo se agitaba en su interior. Era la cuarta vez que le decían lo mismo, pero esta vez no podía tomar tan a la ligera las palabras del chico pues este se veía profundamente afectado, casi temeroso de hablar más de la cuenta.
- Los marinos me dijeron eso cuando venía hacia acá ¿Es por algún brujo o algo así? Phillip no contestó.
- No hablamos de Él – respondió con vehemencia – No le pasará nada si no sale de noche y protege las entradas de su casa. Pero como vivirá aquí no debería tener problemas…
Una falsa carraspera a sus espaldas casi los hace dar un grito de horror. Phillip palideció de golpe y se aferró del brazo de Tomás de un salto, casi al borde de echarse a llorar.
Cuando por fin pudieron reponerse del susto, vieron que junto a la puerta estaba de pie un hombre de unos cuarenta años con el impermeable aún puesto y que les sonreía ampliamente.
- No deberías estar diciéndole esas porquerías a un recién llegado, muchacho – dijo con una voz dulce y profunda que erizaba los vellos de todo el cuerpo – Con lo mucho que necesitamos a un enfermero y tú lo estás asustando.
Tomás se quedó observando al hombre cuando éste se quitó la capucha. No podía estimar muy bien su edad debido a que su cabello aún era negro, pero en su mirada podía leer la experiencia de alguien que ya llevaba más décadas de vida de las que realmente quería admitir. Era alto y fornido, una espesa barba le cubría gran parte de la cara y llevaba el cabello amarrado en una coleta en la parte baja de la cabeza. Tenía enormes e impactantes ojos de color ámbar, capaces de quitarle el aliento a cualquiera.
- Bienvenido Tomás, soy el paramédico. Hermann Kramer – dijo el hombre observándolo fijamente y dándole un apretado abrazo – Encantado de conocerlo.
Tomás se sintió extrañamente perturbado cuando tocó las manos de aquel hombre. Pese a que venía de afuera sus manos estaban extrañamente cálidas, como si acabara de salir de la ducha. Su cuerpo era mucho más tonificado que el suyo, y pudo sentir la fuerza de sus músculos bajo la ropa.
- Te necesitan en la recepción Phillip – dijo de pronto mirando al chico – Doña Laura quiere saber cuándo viene el Dr. Figueroa y no estoy seguro si cambiaron la fecha de la ronda.
Phillip pareció salir de su estupor y salió apresuradamente hacia el pasillo, dejando a Tomás a solas con Hermann.
- No tomes en cuenta las historias que cuenta este crío – dijo Hermann una vez que estuvo seguro de que Phillip se había marchado – No son más que leyendas absurdas que cuentan los marineros para darse importancia. Este niño aún cree en cuentos de fantasmas.
- Bueno… yo tampoco creo en todas esas historias, pero me llamó muchísimo la atención
que la tripulación del barco no quisiera quedarse y se marcharan antes del anochecer.
Hermann rio con ganas, mostrando una fila de impecables dientes blancos.
- Creo que ya tuviste un chapuzón al llegar. Este estrecho es extremadamente peligroso en estas fechas. El viento y la lluvia no dan tregua a los incautos y ya varios han cometido el error de venir a aventurar a este pueblo sin tomar las precauciones debidas. Si te dijeron que debías cerrar todo y no abrir la puerta es por el frío que hace por las noches. Morirías congelado en un par de minutos.
Tomás rio con él, pero no muy seguro de que lo que le decía Hermann era totalmente cierto. Al igual que algunos con los que habló, Hermann tampoco parecía demasiado confiado en sus palabras.
Una vez que terminaron de hablar y ponerse al día con las cosas que ocurrían en “la capital”, Hermann miró su reloj y dio un respingo.
– Debo marcharme. No he dormido nada desde ayer.
Tomás le dio un apretón de manos en señal de despedida y volvió a notar que el calor de sus manos seguía siendo el mismo.
- Una última cosa – agregó Hermann cuando iba a salir de la habitación – Ten cuidado con Phillip.
- ¿Por qué?
- No me malinterpretes… es un buen chico, pero está algo afectado – dijo Hermann llevándose el dedo índice a la sien y girándolo en círculos – perdió a sus padres cuando era un crío y creo que algo terrible le hicieron en el internado donde se lo llevaron, cuando volvió a la isla no era el mismo niño que yo recuerdo. No te asustes si de repente lo escuchas gritar por las noches. Que descanses.
Hermann cerró la puerta lentamente, dejando a Tomás congelado en su posición, completamente aturdido ¿Qué diablos ocurría en aquel sitio? Todas las explicaciones que recibió no hacían más que aumentar su desasosiego y la sensación de que algo allí no estaba del todo bien.
Menuda mierda de pueblo donde se fue a meter.
4.
Cuando finalmente se extinguió el último rayo de sol en el horizonte, Puerto Almas quedó sumido en el silencio, sólo interrumpido por el constante sonido de la lluvia sobre los tejados. Desde que Hermann se fue ni una sola alma apareció en el hospital y pronto pudo ver a Phillip asegurando las puertas y las ventanas de todo el edificio, no una, sino varias veces, como un completo desquiciado. Tomás no dejaba de observar al muchacho de cuando en cuando (nunca se sabe, quizás el chico era un potencial asesino y él no estaba dispuesto a dormir sin antes analizarlo detalladamente), pero nada salvo su obsesión con cerrar las ventanas y las puertas parecía indicarle un rasgo sicópata.
Tomás se excusó cuando vio que Phillip acomodó el sofá para iniciar una nueva conversación y le dijo que estaba demasiado cansado producto del viaje y se marchó a su habitación sin darle oportunidad de cambiar de idea.
Una vez a solas, Tomás cerró la puerta con llave desde adentro y se lanzó a la cama.
Estaba tan agotado producto del intenso viaje que se quedó inmediatamente dormido.
Todo estaba tranquilo. Comenzó a soñar que Antonia venía a buscarlo vestida de novia y exigiéndole que volviera a Santiago mientras le lanzaba zapatos a la ventana. Era un sueño bastante absurdo, pero este se diluyó bruscamente en la profundidad de su mente en cosa de segundos. Antonia desapareció, y en su lugar Tomás pudo verse a sí mismo en la habitación donde ahora dormía. Algo raro estaba ocurriendo. Intentó moverse, pero tenía el cuerpo completamente paralizado. Ni siquiera podía abrir los ojos, por más que trató.
Al principio intentó calmarse, pero súbitamente algo comenzó a ocurrir que lo puso inquieto y en completo estado de alerta. Había alguien en su habitación, no podía verlo, pero sabía que no estaba solo.
La presencia era intensa y robusta, como un manto oscuro que lo envolvía por completo. Se sintió ahogado, como si lo que fuera que estaba con él en aquel momento estuviera a punto de aplastarlo. Quiso gritar, pero su cuerpo parecía no reaccionar bajo ningún motivo.
“Es un sueño, es un sueño… es un sueño… es… un…”
Cuando sintió que las sábanas comenzaban a deslizarse hacia los pies de su cama supo que todo aquello era real y el pánico comenzó a fluir por sus venas. Sintió una mano fría y larga recorriendo su estómago plano con los dedos, subiendo y bajando a lo largo de su torso. La mano levantó su camiseta hasta dejar los pezones libres, que se endurecieron de inmediato ante el frío mortal que había dentro de esas paredes.
“Auxilio ¡DIOS MÍO, AYÚDAME!”, imploró Tomás dentro de su inmovilidad. Trataba de abrir los ojos, pero nada ocurría. Estaba completamente catatónico.
Sea lo que sea que estaba con él, se acercó tocando su torso con ambas manos, deslizando unas largas uñas sobre la delicada piel que reaccionó estremeciéndose sin control. Intentó llamar a gritos a Phillip o a Hermann, a quien fuera, pero era completamente inútil.
Su desesperación creció aún más cuando sintió que el pantalón comenzaba a bajarse lentamente a lo largo de sus caderas. Quien lo estaba tocando no parecía querer parar y se deslizaba a lo largo de su cuerpo entumecido buscando tomar posesión de cada noble rincón. Su pantalón se había deslizado completamente hasta la mitad de los muslos, dejando libre su pene que fue masajeado inmediatamente por aquellas manos cadavéricas frías y largas como ramas de un árbol seco.
– ¡DÉJAME!
Tomás se sentó en la cama, transpirando profusamente. Tenía la camiseta enrollada sobre sus axilas y el pantalón rodeándole los muslos, tal cual como sintió mientras estuvo inmóvil, con la diferencia que era su propia mano la que sostenía el pene en completa erección y no esa mano congelada e inhumana.
Como pudo encendió la luz, desesperado y completamente aterrado, como nunca lo estuvo en su vida. Ni siquiera hizo un esfuerzo en volver a vestirse ¿Realmente había sido él quien hizo todo eso durante una pesadilla?
En la habitación no había nada, todo estaba tal y como lo vio la última vez. Se agarró la cabeza con pesadez, intentando convencerse de que todo aquello no había sido más que una horrible pesadilla impulsada por la paranoia, nada tenía que ver con los disparates que contaban sobre esa isla. Aún no podía quitar de su mente la sensación de aquellos largos dedos recorriendo su torso y deslizándose a lo largo de su pene.
Se volteó hacia la mesita de noche en busca de un vaso de agua, pero recordó que aquel no era su antiguo departamento. Fue entonces cuando vio que algo lo estaba observando a través de la ventana.
El alarido que dio fue de tal magnitud que no pasaron ni diez segundos cuando sintió que Phillip aporreaba su puerta sin dejar de llamarlo.
Tomás tropezó con sus propios pantalones y abrió la puerta de un tirón, sin importarle demasiado que estaba prácticamente desnudo frente a un muchacho que acababa de conocer.
- ¡¿QUÉ ES ESO?!
- ¿Qué ocurrió? – dijo Phillip primero pálido por el miedo y luego ruborizado ante la evidente erección que Tomás presentaba frente a él.
Tomás se giró para observar hacia la ventana, pero no en ella no había nada más que la sombra de los árboles que se agitaban con la lluvia.
- Había algo… una cosa… era… era…
Phillip se acercó lentamente a la ventana y revisó el broche de seguridad y la celosía.
- No hay nada aquí… la ventana está cerrada.
Tomás temblaba de pies a cabeza, completamente aterrado por lo que acababa de presenciar. No estaba seguro de lo que sus ojos habían visto, pero sea lo que sea no era de este mundo.
- Yo…
- ¿Podría vestirse? Por favor… – dijo el chico mirándolo con timidez, pero deteniéndose con especial atención en su entrepierna.
Tomás reaccionó y ordenó su ropa muerto de vergüenza. Le explicó a Phillip lo que había estado soñando y la forma en la que había despertado. Insistió con especial énfasis en que no era él quien había hecho todo eso, no quería que el muchacho se hiciera una idea equivocada de su persona. Describió con horror cada cosa que sintió mientras estuvo paralizado, pero Phillip no parecía impresionado, sino todo lo contrario. Su expresión era de profunda preocupación.
- Creo que es mejor que se vaya de esta isla – dijo el chico cuando Tomás terminó de contarle lo que le había sucedido – Él ya sabe que está aquí.
- ¿Él? ¿A qué te refieres?
Phillip lo miró de soslayo y bajó la cabeza mientras envolvía sus rodillas firmemente alrededor de su cuerpo.
- No sé qué es… nadie lo sabe. No somos muchos los que hemos logrado verle y vivir para
contarlo. No tiene nombre, simplemente es Él. Creo que ya es lo suficientemente horrible como para tratar de darle un nombre con el cual identificarlo.
Tomás sintió que se abría el piso bajo sus pies.
- Espera un momento… ¿Lo has visto? ¿Me crees?
- O sea… que todo esto ¿Fue real? ¿Esa cosa vino a tocarme?
Phillip asintió. El muchacho estaba evidentemente afectado por todo lo que había ocurrido en tan pocas horas y estar a solas con Tomás bajo esas circunstancias no parecía darle muchas esperanzas.
- Hay unos cuantos que han sido víctimas de Él, al menos los que han sobrevivido. Los selecciona, por así decirlo, hombres y mujeres, pero principalmente hombres jóvenes – dijo
Phillip acercándose cada vez más a Tomás mientras temblaba de pavor – la gran mayoría dicen que se les aparece en sueños durante muchas noches seguidas antes de lanzarse a atacarlos. A mí siempre me visita en sueños…
Tomás estaba en shock. No quería creer lo que estaba escuchando y estaba a punto de tomar todas sus cosas y devolverse a Santiago. Antonia tenía razón; había sido el peor error de su vida aceptar el cargo para trabajar en ese pueblo. Su razón no le permitía creer que todas esas locuras que le habían estado diciendo desde que postuló al cargo fueran ciertas, simplemente no quería creerlo.
- ¿Te visita en sueños? ¿Lo has visto más de una vez?
- No se detendrá a menos que se vaya de esta isla… por favor… no importa que deje el puesto si con eso puede salvar su vida…
5.
Apenas amaneció, Tomás intentó convencer a Phillip de que lo acompañara al muelle para esperar el primer barco que saliera de aquel espantoso sitio, pero el chico miró a través de las ventanas el intenso temporal que sacudía los árboles con expresión de desamparo.
- No pienso quedarme ni un segundo más en este mugroso lugar, Phillip por favor… sé que
está lloviendo, pero no me interesa. Debo salir de aquí, tú mismo me lo sugeriste.
Tomás no había podido dormir en toda la noche después de esa espantosa visión del ser mirándolo por la ventana. Con el paso de las horas la imagen se fue distorsionando en sus recuerdos hasta el punto de no estar completamente seguro del aspecto de lo que había visto. Caminó en círculos por la vieja cocina intentando tranquilizarse con una taza de
humeante café que Phillip le preparó, pero estaba tan alterado que ni siquiera pudo tomar la taza sin derramar su contenido producto del temblor de sus manos.
- No hay nada que podamos hacer… los barcos no zarpan cuando hay tormentas como esta… sólo iremos a perder el tiempo.
- ¡TIENE QUE HABER ALGO QUE PUEDA HACER! ¡NO PIENSO QUEDARME AQUÍ ESPERANDO A QUE ESA COSA VENGA A POR MI!
- No nos queda otra más que esperar…
- Yo no pienso esperar…
Tomás se puso su chaqueta y las botas de agua y salió al corredor del hospital sin importarle el diluvio que caía sobre él.
- ¡Pierde su tiempo! ¡Nadie vendrá a buscarlo hasta que no pase la tormenta!
- ¡No pienso quedarme! ¿Me oyes? ¡Alguien tiene que sacarme de este sitio como sea!
Tomás estaba asustado, aterrado, al borde de perder la cabeza. No podía quitar de su mente el recuerdo de esas manos tocando su cuerpo abusivamente, rodeando su pene para masturbarlo mientras él no podía defenderse.
Tomás salió del hospital a toda prisa, con Phillip pisándole los talones y gritándole que sería inútil salir. Los marineros tenían razón sobre ese lugar y se arrepentía una y mil veces de haber venido tan lejos, sólo motivado por la desesperación económica.
El viento soplaba con tal intensidad que incluso le costaba caminar y a duras penas podía respirar. Phillip intentaba llamarlo para que volviera, pero su voz se perdía cada vez que lo hacía. No había logrado avanzar más de un par de calles cuando sintió el sonido de una rama desganchándose de un árbol. Antes de que pudiera reaccionar, Phillip se lanzó contra él para cubrirlo y recibió el golpe de aquella rama directamente sobre la cabeza.
- ¡PHI…LLIP! – gritó cuando logró incorporarse. Ráfagas de viento huracanado le secaron a boca y le impidieron hablar.
El muchacho se había desplomado y con horror vio que un profundo corte emanaba sangre de su cabeza, tiñendo su rubio cabello de rojo intenso.
Era una pesadilla, una horrible e interminable pesadilla. Desobedeció las advertencias del chico y se aventuró a salir de su refugio para huir de aquel pueblo maldito sin medir las consecuencias de sus actos.
Phillip no reaccionaba. Intentó escapar de aquel horror que él mismo se había aventurado en seguir y ahora Phillip estaba inconsciente y sangrando en el suelo.
Todo era culpa suya.
6.
- No hay caso… las líneas debieron caerse con el temporal.
Tomás se afirmaba la cabeza mientras Hermann colgaba el teléfono por centésima vez. Como pudo, logró llevar al chico de vuelta al hospital y le realizó las curaciones necesarias, pero Phillip no reaccionaba a ningún estímulo por más que intentó reanimarlo. Seguía inconsciente, y su cabeza cubierta de vendajes era el firme testimonio de que aquella pesadilla sólo acababa de comenzar.
Tomás no quiso contarle a Hermann la razón por la que intentó salir del hospital con esa lluvia, arriesgando que alguno sufriera un accidente, pero pudo leer en su mirada que el hombre ya sabía cuál era el motivo. No se lo dijo, pero estaba seguro de que sabía qué fue lo que lo impulsó a salir de esa forma apenas amaneció.
- Los centros de salud regionales no se arriesgarán a enviar ayuda para salvar a un paciente con este clima. Ya nos ha sucedido antes y sé que no van a correr riesgos. Sólo esperemos que Phillip reaccione en unas horas o si no estaremos en un grave problema, en especial tú.
Tomás bajó la mirada y acarició la mano pálida de Phillip. El muchacho se había puesto incluso más pálido de lo que ya era y su respiración se había vuelto lenta y acompasada.
- Asumo que no vas a decirme el motivo por el cual estabas huyendo del hospital. Tomás volvió a negar con la cabeza. Hermann suspiró.
- Pues ni modo – dijo poniéndose de pie – tuviste suerte de que viniera en camino hacia acá. Vine por mis cosas, tal parece que doña Laura está mal de salud y necesita que alguien la ayude a cuidar de su marido inválido mientras llega el siguiente barco. Lo siento mucho, pero no puedo quedarme aquí.
Tomás sintió que el miedo volvía a hacerse dueño de su cuerpo. ¿Lo iba a dejar solo después de todo lo que había pasado y con su asistente inconsciente?
- No puedes dejarme solo ¿Qué pasará con Phillip?
- Va a despertar. Es un muchacho fuerte y joven, no creo que el golpe sea tan grave como dices – repuso Hermann sin mirarlo – además tú eres el enfermero y creo que sabes qué hacer en caso de que presente convulsiones.
- ¡NO PUEDES IRTE SIN MÁS!
- Tampoco puedo dejar a mis pacientes abandonados, menos ahora que Phillip no está en
condiciones de acompañarme. Escúchame Tomás… este sitio es seguro, nada te pasará si te quedas aquí hasta que yo vuelva. Sólo serán unas horas nada más. No hay por qué preocuparse.
Tomás no quedó tranquilo y fueron inútiles todos sus intentos para evitar que Hermann se marchara. El paramédico tomó sus cosas y se marchó en la ambulancia sin agregar nada más y con un evidente dejo de apatía. ¿Cómo alguien podía ser tan frío como para abandonar a uno de sus colegas en esa situación? Con las líneas de comunicación caídas no tendría forma de recurrir a él en caso de que Phillip empeorara o peor aún, si es que ese ser volvía a aparecer por la noche.
De nada valía seguir buscando una salida. Lo único que podía hacer era sentarse y esperar a que nada malo ocurriera.
7.
Cuando cayó la noche, Tomás entró en estado de intensa locura. El temporal empeoró y Hermann no volvió al hospital como había prometido. Estaba solo, completamente abandonado a su suerte.
Cada sonido era un inminente ataque, pese a que la gran mayoría de las veces eran sólo ramas que volaban arrastradas por el viento. Sucedió varias veces, sin mayores problemas hasta que finalmente un golpe seco en el piso superior terminó por destrozar sus nervios. Algo había roto una de las ventanas de las salas vacías y sabía que no era una rama, ni siquiera una roca. Era algo corpóreo, enorme y bestial. Sintió que la sangre se le congelaba en las venas y se quedó petrificado en su posición, completamente aterrado.
Sea lo que sea, había traspasado las barreras que habían puesto. Eso, lo que lo había estado observando por la ventana la noche anterior había vuelto, y esta vez no iba a conformarse con sólo mirarlo.
Las maderas del segundo piso comenzaron a crujir. El sonido de pasos pesados y profundos que caminaban con firmeza sobre las viejas tablas que cubrían el piso superior, husmeando los alrededores, esperando encontrar a su presa entre aquellas paredes desnudas. Aquello que lo había estado observando finalmente había encontrado una forma de llegar hasta él.
Cuando sintió que aquello había llegado a las escaleras, Tomás recuperó la compostura y recordó a Phillip.
Sin pensarlo dos veces, y pese a que estaba aterrado, corrió con toda la fuerza que tenía en sus piernas hacia la sala donde el chico dormía completamente ajeno a lo que acababa de colarse al interior del edificio. Revisó rápidamente sus signos vitales e intentó despertarlo, pero no reaccionó. No había mucho que pudiera hacer por él.
La entidad comenzó a bajar las escaleras lentamente.
Tomás ahogó un grito de desesperación y cerró con fuerza la puerta de la pieza donde dormía su único compañero justo en el momento en que el ser que tanto temió alcanzaba el último escalón. Quiso gritar de terror, quiso echarse a llorar y arrancarse los ojos para no seguir viendo lo que estaba frente a él, pero ya era demasiado tarde.
Era un ser mitad humano, mitad demonio, de casi dos metros de alto y de constitución musculosa, completamente desnudo. La fiereza de su mirada de ojos negros casi lo desploma. Tenía la piel de un color ceniciento y con marcados músculos bajo la piel desprovista de vellos y surcada por prominentes venas que palpitaban con fuerza. Era el ente más impresionante y espantoso que había visto en toda su vida.
Cuando el ser le sonrió, Tomás reaccionó y echó a correr, intentando escapar de aquel ser diabólico. Abrió las puertas que conducían a la sala de emergencias y se lanzó corriendo despavorido hacia el exterior, donde quedaba completamente expuesto y desprotegido.
– ¡AUXILIO! ¡AYÚDENME POR FAVOR!
El ser comenzó a correr tras de él. Tomás intentó huir a pesar de que no veía nada más que la luz amarillenta de los faroles iluminando su camino y el barro lo hacía patinar. Llovía torrencialmente, y por más que gritó, el viento se llevó cada una de sus palabras a un sitio en las alturas donde nadie podría escucharlo. Y aunque gritara e implorara por ayuda sabía que nadie abriría la puerta, nadie lo socorrería.
Casi se orinó encima cuando el ser se le adelantó y lo interceptó de frente. Su sonrisa se había ensanchado y lo observa con firmeza, como un depredador frente a su presa. El ser pareció notar su temor e intentó atraparlo tironeando su chaqueta, la que desgarró con sus afiladas garras.
Tomás logró librarse de él e intentó golpearlo, pero sabía que sería inútil. Muy pocas veces en su vida se había enfrentado a golpes con alguien y nunca salió bien parado, esta vez era seguro que tenía todas las de perder frente a semejante criatura.
Estaba empapado de pies a cabeza y sin su chaqueta el frío comenzó a calarle los huesos. El ser lo perseguía, disfrutando ver su sufrimiento y el horror reflejado en su mirada. Sin darle tiempo a reaccionar, la criatura estiró su brazo y lo alzó varios metros sobre el suelo tomándolo por la camisa, la que comenzó a romperse entre el forcejeo de Tomás y la tensión de las garras sobre la tela.
Finalmente, la tela cedió y Tomás cayó al suelo con el torso desnudo. La criatura no le dio tiempo para incorporarse y se lanzó sobre él, tironeándole los pantalones mientras arrancaba los zapatos de un tirón.
– ¡SUÉLTAME! ¡SUÉLTAME! ¡DÉJAME EN PAZ! ¡AYUDA!
El ser lanzó un largo y sonoro gruñido que le erizó los vellos de todo el cuerpo. Vio que su cuerpo se tensaba y vio alzarse una poderosa erección entre sus piernas. El grueso falo era firme y enorme, de un color oscuro, pulsátil. Tomás se sintió asqueado cuando vio cuales eran las intenciones de aquel demonio. Peleó y lo golpeó innumerables veces hasta que sus nudillos se lastimaron, pero parecía como si todo aquello no eran más que caricias en comparación a la fuerza descomunal de aquel ser. Su risa diabólica y malvada estaba radiante de júbilo y parecía disfrutar verlo luchar por su vida.
De un solo zarpazo, destrozó sus pantalones y la ropa interior, dejando sólo jirones colgando de su cintura, liberando su pálido pene a la vista de la criatura. Estaba desnudo, indefenso y aterrado. No tenía escapatoria por más que intentara luchar.
El ser volvió a gruñir y rompió lo que le quedaba de tela, dejándolo completamente desnudo. Tomás temblaba de pies a cabeza producto de la ira, el miedo y el frío. Forcejeó, pero el ser lo tomó por ambos brazos y lo volteó, casi sin ningún esfuerzo.
– ¡NO TE ATREVAS! ¡SUÉLTAME!
La criatura lo torció de tal forma que Tomás quedó apoyado en sus rodillas y con la cara enterrada en las piedras. Sin darle tiempo a un nuevo enfrentamiento, el ser abrió la boca y comenzó a lamer su trasero con violencia.
Tomás dio un alarido. La lengua larga y filosa de aquel demonio recorría su ano y sus testículos, girando en círculos, recorriendo su cuerpo sin pudor. Intentó incorporarse, pero las piernas de aquel ser lo inmovilizaron. Tomás se quejaba y temblaba mientras el ser saboreaba una parte tan íntima de su cuerpo una y otra vez, recorriendo su anatomía con movimientos circulares lentos y firmes, disfrutando el sabor de una piel nueva.
Él dio un largo rodeo lamiendo su trasero y sus testículos antes de introducir su lengua larga y filosa a través de su ano. Tomás gritó enfurecido, pero la tormenta que arreciaba calló sus
gritos. Le dolía y la horrible sensación del movimiento de la lengua dentro de su cuerpo era algo que jamás podría olvidar si lograba salir con vida de aquel ataque. Pensó en el pobre Phillip, quien yacía inconsciente en su cama totalmente ajeno a lo que aquel ser le estaba haciendo y recordó que la lengua de aquel ser también había recorrido el cuerpo débil de Phillip sin ninguna resistencia de su parte.
Sin darle más preámbulos, el ser dejó de lamerle el culo y lo penetró ferozmente mientras le tomaba el pene con su mano libre y comenzaba a masturbarlo. Tomás dejó de forcejear. El dolor que sentía clavado en el interior de su ser mientras aquella criatura del averno lo sodomizaba superaba la intensidad de cualquier pensamiento. Se echó a llorar. Mientras Él embestía una y otra vez contra su cuerpo y se movía lenta y profusamente contra sus nalgas, pudo sentir que su pene reaccionaba entre los dedos gélidos que presionaban su glande. Su pene estaba completamente erguido y latía bajo los dedos de la criatura que gruñía de placer tras de él.
La criatura lo cambió de posición varias veces y aprovechaba de lamer su cuerpo cada vez que podía, pese a que Tomás intentaba alejar su lengua cada vez que veía sus intenciones. Ya había dejado de luchar puesto que era en vano vencerlo, pero supo que había algo más que le impedía detenerlo. La agitación de su respiración ya no era producto del frío ni del miedo, tampoco era producto del dolor. Se sentía embriagado, débil; como si con cada roce del pene de ese demonio dentro de su cuerpo estuviera drenándole la energía.
Tomás sintió que se venía y aquel demonio también lo supo, puesto que cerró los ojos y envolvió su pene con la boca, tratando de no enterrarle los dientes al succionarlo. Tomás acabó dentro de la boca del demonio y éste parecía complacido por lo que había obtenido.
Se echó a llorar. Nunca en su vida se había sentido tan humillado.
El demonio salió de su cuerpo y lo soltó, dejándolo caer desnudo sobre las piedras mojadas antes de desplegar unas enormes alas y desaparecer entre las copas de los árboles.
Tomás se quedó tendido sobre las piedras, esperando la muerte. En el transcurso de un día su vida había dado un giro brusco que lo cambiaría para siempre. Las historias que se contaban sobre aquel pueblo resultaron ser ciertas y él había vivido en carne propia lo que muchos no se atrevieron a contar por vergüenza.
Algo terrible acechaba en las noches, y él había sido elegido como víctima por aquella cosa. Lo había violado, lo había sentido dentro de su cuerpo. Había eyaculado dentro de la boca de aquel ser que se alimentaba de la vitalidad del cuerpo masculino. Phillip también había sufrido lo mismo que él, eso era lo que intentó callar cuando le preguntó cómo había sobrevivido. Quizás los marineros que intentaron advertirle sobre ello también habían sido víctimas de la criatura que vivía en aquella isla.
Tomás se sintió herido y furioso, trastornado, iracundo por lo que le había ocurrido. Pese a que luchó, pese a que intentó huir, la bestia lo había elegido como su presa.
Lloró en silencio, sintiéndose sucio, temblando de frío y abandonado a su suerte.
No huiría como los demás, no después de lo que había pasado. Cobraría venganza, no descansaría hasta acabar con aquella criatura que sodomizó su cuerpo y que había llevado al suicidio a tantos otros como él.
Por él.
Por Phillip.