Capítulo 1

RAIMUNDO

CAPITULO 1

El silencio del amanecer en el elegante barrio de Quintina estaba siendo perturbado por el ruido no solo del rugido del vehículo, sino, además, por la música a todo volumen que escapaba por las ventanas abiertas. Dentro del auto, dos pasajeros jóvenes con varias copas demás y oliendo a yerba. Tanto el vehículo como el aspecto de los chicos denotaba que pertenecían a una clase social acomodada; ella llevaba un vestido corto de marca que dejaba poco a la imaginación y el pelo rubio muy liso. No le quedaba mucho maquillaje luego de la noche de baile, sexo, juerga y besuqueos; El chico vestía intencionalmente de manera casual, jeans que calzaban a la perfección, remera y una chaqueta negra y larga, de corte gótico, que combinaba con sus botines de hebillas. El pelo castaño oscuro, largo bajo los hombros y desordenado, no alcanzaba a ocultar totalmente el más hermoso par de ojos gris azulosos con los que cautivaba con facilidad. Estaban enmarcados por una gruesa hilera de pestañas oscuras que parecían delinear sus ojos otorgándole mayor belleza. Resaltaban notoriamente haciendo contraste con su piel clara, su nariz pequeña y un par de labios irresistiblemente proporcionados. Era hermoso. Lo sabía. Lo odiaba.

Odiaba que se lo dijeran o que la gente se lo quedara mirando idiotizados y que trataran de acercarse a él.

Raimundo pensó que podía maniobrar sin problema para entrar a su casa, sin chocar en la entrada, a pesar de la velocidad. ¿Cuántos cientos de veces lo había hecho? ¡Él era experto!!!

-. ¿Estás loco??!! – chilló la chica que viajaba en el asiento de copiloto, afirmándose de lo que pudo cuando vio lo que intentaba hacer

-. Aahh!! Conchesumadreeeeeeeee…. – grito Raimundo por la ventana abierta, sujetando el volante con fuerza para tomar la curva

Pasó raudo la entrada y cruzo justo a través del impresionante portón de fierro labrado y ladrillos, sin tocarlo, pero debido a la velocidad, perdió el control. El auto pegó un salto y se salió del camino empedrado escalando hacia el jardín, destruyendo los focos de luces estratégicamente ubicados entre los arbustos y encaramándose sobre las rocas y macizos de flores que formaban parte del decorado. Ruidos de fierros raspando y torciéndose y un golpe brusco al detenerse. Gritos histéricos de la chica que lo acompañaba que había golpeado su cabeza contra el vidrio. Raimundo sintió que un rash de adrenalina lo despertaba del entumecimiento alcohólico. Miró a la chica como si recién notara su presencia…  ¡Demonios! ¿Quién era y que hacía aquí con él? Ni siquiera se acordaba en qué momento había subido a su vehículo ni por qué… ¿Estaba herida? Apagó el motor y la música calló. Solo se escuchaba el quejido de la chica. Raimundo la revisó con rapidez. Solo eran golpes.

-. ¿Estás bien? – preguntó preocupado intentando acercarse a ella para consolarla. La chica se alejó de golpe, rehusó responder y le dirigió una mirada asesina.

Más allá, el silencio de la madrugada y el espectáculo del amplio jardín. La casa distaba aun unos ciento cincuenta metros y no parecía que nadie hubiera escuchado el estruendo. Raimundo abrió la puerta y fue, tambaleando, a inspeccionar el daño. La muchacha no perdió tiempo y se bajó del auto a la carrera, alisando su mini vestido

-. Yo me voy…- anunció bamboleando también y quitándose los tacos altos – Eres un peligro y un idiota – dijo enfilando hacia la calle.

Raimundo quiso detenerla, decirle algo que la tranquilizara. Hacía frío y la rubia delgada iba vestida con un vestido minúsculo. Tenía una vaga idea de haber estado con ella esa noche, recordaba su cara muy cerca de la suya… Aunque no sabía quién era, igual le daba lástima

-. Espera…. Eh… oye… espera… hey! – le gritó, siguiéndola

Se iba a quitar la chaqueta para cubrirla cuando ella se volvió furiosa

-. ¿Pasaste la noche conmigo y ahora no te acuerdas de mi nombre?

Raimundo la miró perplejo. Eehhh… No esperaba eso. Si había estado con ella … ¿Debería recordarlo?

-. ¡Dijiste que era tu chica ideal y que me ibas a presentar a tus padres!!!

La boca de Rai se abrió de sorpresa… ¿Cuándo le había dicho tamaña estupidez?  Tanta fue su cara de asombro que la chica lo entendió de inmediato

-. Eres un imbécil, Raimundo Lariarte. Todos me lo habían dicho, pero no lo creí. ¡Púdrete!!!  – y se alejó decidida hacia la calle.

Por un instante Rai pensó en seguirla. Estaban en los suburbios de la ciudad. Las casas estaban separadas por cuadras una de otra. Por allí no pasaba ni un taxi ni tendría donde encontrar transporte a las 5:30 de la mañana… bueno, pero ella quería irse… además, de seguro tenía su celular y podría pedir ayuda.  Tranquilizado por ese pensamiento, Raimundo volvió al problema que lo aquejaba con urgencia. Tenía que sacar el vehículo y guardarlo antes que alguien se diera cuenta. Lo arreglaría en la mañana. Se quitó la chaqueta para poder maniobrar con tranquilidad: a sus 19 años, era delgado, estatura promedio, aunque con músculos muy firmes y tonificados. Quizás el único verdadero placer que disfrutaba a fondo era ejercitarse cada dia. El deporte que practicaba era la tabla a la que se agarraba para sobrevivir. Era su mantra, su guía, su salvación.  Raimundo se había iniciado en la práctica del Parkou a los 12 años guiado por su profesor de gimnasia en el colegio quien descubrió su particular habilidad para saltar, dar volteretas y escalar. Tenía un cuerpo en extremo elástico y liviano. Rai lo había amado desde el inicio. Era un deporte exigente y para el cual no necesitaba compañía. Cuando lo practicaba, desaparecía por horas y perdía todo contacto con la vida real. Al principio había formado parte de un grupo mientras aprendía, pero actualmente no necesitaba de nadie. Era un traceur avanzado, nivel experto, y cualquier lugar que presentara obstáculos era perfecto para saltar, escalar, dar volteretas y vencer. Deslizarse con velocidad increíble en lugares dónde parecía imposible, era algo que podía hacer a la perfección. A veces se encontraba con otros muchachos que intentaban unirse a él y lo seguían. Tal vez su aspecto físico no era el más alto ni fuerte, pero indudablemente, era quién más esfuerzo ponía, tenía más experiencia y nunca, jamás, se daba por vencido. Llevaba su cuerpo al extremo y se exigía hasta el punto de dolor. Parecía como si Raimundo siempre estuviera compitiendo por demostrar que él podía con lo que fuera y no conocía obstáculos.

Se acomodó el pelo largo detrás de las orejas y comenzó a trabajar. Con paciencia y haciendo uso de su fuerza y maña, maniobró moviendo las pesadas rocas que su mamá había traído de un lugar lejano a un elevado costo. Le dio lo mismo tirarlas amontonadas en cualquier parte. Alguien se encargaría después de arreglar su desorden. Siempre era así. Finalmente, logró desmontar el vehículo y lo encendió. No le importó la humareda ni los ruidos de metales raspando. Condujo a tirones hasta el garaje detrás de la casa y cerró la puerta del mismo para que nadie husmeara por ahí. Suspiró cansado. Demasiado alcohol, yerba y ruido. Deseaba meterse en su cama a dormir. ¡Demonios! Tendría que levantarse temprano para mandarlo a arreglar. Antes que alguien se diera cuenta. No quería soportar otra rueda de discusiones con sus padres. ¡mmmhhh… no….Ya podía imaginar los regañidos de su padre y el escándalo de su madre y hermanos!!  No. No quería nada de eso.

Luego de haber iniciado el camino hacia la casa, se detuvo y regresó. Que torpeza. Había estado a punto de dejar su paquete de marihuana y otros elementos en la guantera del auto. Se llenó los bolsillos de la chaqueta con las evidencias que tenía que ocultar. De reojo vio las botellas vacías y otros restos desparramados entre los asientos y el suelo

-. Mañana – dijo cerrando la puerta

Caminó hacia la entrada posterior con toda la prisa que le permitía su estado. No tuvo ningún cuidado de abrir sigilosamente ni de desplazarse con cuidado o silencio. Al pasar por la cocina, dio vueltas buscando algo con que alimentarse y llenó un plato con pan, carne fría, queso, chorros de kétchup y mayonesa. Arrastró en su otra mano una coca cola. El desorden fue quedando detrás de sus pasos. Diez minutos después, el plato yacía vacío en el suelo al costado de su cama, la chaqueta había caído sobre los restos de la comida y Raimundo dormía despachurrado, sin haberse preocupado siquiera de quitarse la camisa, mucho menos de lavarse.

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Raimundo había estado a punto de salirse con la suya.

Su viejo, como cada mañana, salió temprano camino al ministerio donde era asesor legal y prestaba sus servicios desde hacía ya ocho años. Un abogado de renombre y mucho profesionalismo. El ministro en persona solicitaba sus consejos y asesoría. Siempre revisaba las noticias camino a la oficina.  Pero hoy, justo hoy día, se le había ocurrido mirar el jardín mientras el chofer conducía.

-. ¡Deténgase!!- gritó eufórico al ver las huellas del desastre.

Volvió hacia la casa y directo al garaje. Sus sospechas se transformaron en furia. Comenzó a vociferar en ese mismo instante asustando a todos los habitantes de la casa.  Minutos más tarde, interrumpió a gritos el pesado sueño de Raimundo. El dormitorio de su hijo tenía un pesado olor rancio a alcohol, suciedad y ¡quién sabe qué más!!

-. ¡Pero que pasa contigo!!!  ¡Es la tercera vez en este mes! – Gritaba en ese momento

¿Tercera en el mes?… no.. no podía ser… seguro su viejo estaba exagerando. Solo había chocado una vez más… ¿o no?

-. Ya. Ya… si yo voy a arreglarlo

-. ¿Qué vas a arreglar tú? ¿No te das cuenta de lo que tengo que gastar con tus payasadas? ¿Hasta cuándo, Raimundo?

-. Y el peligro al que te expones, hijo – su mamá, además de sus hermanos, habían llegado todos al dormitorio

Podrías haber resultado herido, hijo

-. ¡Ay mamá! No le pongas. Fue apenas un raspón

-. Eres un tarado – aportó su hermano mayor, Ernesto junior desde la puerta, acomodándose la corbata de su terno de abogado– no deberían dejarlo conducir. Cualquier día de estos vamos a tener que ir a buscar sus pedazos a la morgue

-. ¡Oh por Dios!! ¡No digas eso!!

Como siempre su mamá estalló en llanto. Su papá se molestó aún más y gritó más fuerte remarcándole su irresponsabilidad y falta de consideración, su inmadurez y toda la cantinela que siempre le repetía. Ernesto jr. se marchó dando un sonoro portazo en la salida. Estaba harto de las estupideces de su hermano.

Raimundo había dormido apenas 3 horas. Aún estaba bajo los efectos de lo que había consumido. Su cabeza parecía estallar con cada sonido. Lo único que quería en ese momento era que lo dejaran en paz. Él podía arreglar todo, pero dentro de un rato…

-. La llevaré al mecánico… – dijo con la intención de que por fin se terminara el escándalo

-. Ya vinieron del taller a buscarla.  lo corrigió su padre acercándose peligrosamente a su cama – seis botellas, Raimundo!!  – lo miraba iracundo – seis botellas vacías de licor en el vehículo

¿Tantas? Es que estuve con amigos… no me las tomé todas yo solo. ¿Cómo crees?  Sí había pagado por ellas, como hacía siempre… todos esperaban siempre que él pagara… pero seguro que no se las había bebido él solo.

-. ¿Estuviste conduciendo ebrio? – preguntó su madre subiendo el tono de voz – Cuantas veces te hemos dicho…

-. Solo bebí un poco, mamá…

Ella ya no lo escuchaba. Raimundo conocía bien esa mirada de lástima y sufrimiento. Cerro los ojos y movió la cabeza… no le gustaba cuando estas cosas pasaban…

-. Mamá, voy a arreglarlo – dijo para tranquilizarla.

Palabras necias dado que él sabía que no podía arreglar el verdadero problema de fondo

Pero su padre no había terminado aún

-. Lo que vas a hacer ahora mismo es ducharte, ordenar este desastre de dormitorio y ponerte decente. ¡No pareces hijo mío!!! – con la vista recorría el dormitorio y su rostro reflejaba asco y disgusto – Vives en una casa no en un chiquero!!!- luego se volvió hacia su madre y la agarró con ella

-. No sé por qué le aguantas todas las tonteras a este mocoso, Marisa. ¡Lo malcrías que da gusto!!!

-. Es una etapa, Ernesto. Ya verás que pronto se le pasa y volverá a ser el mismo de antes

¿Por qué su madre insistía en defenderlo a pesar de todo? ¿Ni su propia madre se daba cuenta del fracaso que él era?

-. ¡Pero Marisa!!! ¿Cuánto más hay que esperar a que este malcriado madure? Ha estropeado tres vehículos en un par de meses. Bebe como condenado toda la noche y duerme durante el día ¿No te parece que ya ha es hora de hacer algo?

Raimundo odiaba cuando su padre le gritaba a su mamá… sentía que su sangre se encendía. Quería decirle algo para que se callara. Ella no tenía la culpa…  nadie más que él tenía la culpa de todo

-. Ernesto, ya sabes lo que dijo el siquiatra…

-. ¡Me cago en tu siquiatra!!!- gritó su padre perdiendo totalmente la paciencia – Jamás debí permitir que este mocoso irresponsable se tomara un año sabático!  ¡No sé cómo me convenciste!!! Se supone que durante ese tiempo iba a madurar, a viajar o aprender idiomas y a hacer algo útil con su vida antes de volver a la universidad. Lo único que hacer es dar saltos como conejo en el jardín y perder el tiempo.

Solo un año de ingeniería en la universidad le había bastado para darse cuenta que no era lo que quería hacer con su vida… no podía estar en un lugar con tanta gente… todos intentaban acercarse a él… había tantos hombres nuevos y curiosos.

-. Su carrera está congelada. Puede volver cuando quiera – replicó su madre

-. ¡Que va a volver, mujer por Dios!!! ¡Apenas si asistió a clases y no tiene ningún interés!! Se está transformando en un vago. ¡Eso es!! ¡Un vago en la familia!!! Lo único que nos faltaba.

Tampoco le gustaba que hablaran como si él no estuviera presente

Ernesto Lariarte se ahogaba en su rabia. Estaba rojo como un tomate, transpiraba y tuvo que apoyarse en un mueble. Su esposa acudió a su lado al notar que no estaba bien

-. Ernesto, el niño está en tratamiento. Ya sabes lo que dice el doctor. Los medicamentos lo están ayudando

Él también sabía el diagnóstico que le había dado el siquiatra. Tenía depresión… ¡Ja! Estúpido doctor. No estaba tomando ninguno de los medicamentos que le compraba su mamá. No los necesitaba. Nada de lo que tomara solucionaría su problema. De eso estaba seguro. Ojalá existiera un remedio verdadero que pudiera curarlo y hacer que funcionara normal como todos los demás…

-. Así no vamos a llegar a ninguna parte, Marisa. – la voz de su padre era glacial. Se volvió hacia él

-. Cuando vuelva esta tarde quiero que te hayas cortado el pelo y estés presentable. Se acabó esta tontería, Raimundo. No más andar saltando por los árboles y embriagándote. Yo mismo te llevaré de vuelta a la universidad mañana. No te aguanto nada más.

-. Pero Ernesto…

Su mamá salió corriendo detrás de su padre… Posiblemente con la intención de seguir defendiéndolo y hacerlo entender. Ja! No había nada que entender. Él era un desastre. Le dolía causar tantos líos, pero… ¿Qué podía hacer?… Nunca le resultaría nada bueno en la vida… se iba a volver loco…

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Raimundo de pronto notó el bulto pequeño que se había hecho su hermana, sentada contra la pared de su dormitorio y encogida sobre sí misma. Parecía menor que sus 20 años con su cara hermosa y mirada triste. Aun llevaba una camisa de dormir blanca y el pelo castaño como el suyo, largo y liso, le cubría parte de los ojos también grises. Abelia y él eran muy parecidos. Tenían apenas un año de edad de diferencia… solo que las facciones y detalles del rostro de Raimundo parecían haber sido talladas con un cincel más delicado; ella era como un ensayo y él era la perfección. Al menos por fuera. Por dentro la cosa era diferente. Abi era toda dulce y cariñosa, incluso hasta con él que no se lo merecía…

-. ¿Por qué lo haces? – gimió Abi casi susurrando y aguantando el llanto

-. No hago nada – respondió sin poder evitar ser arisco. No quería serlo, pero las palabras escapaban de su boca antes de que tuviera tiempo de pensarlas. Llevaba tanto tiempo ocultándose y cubriéndose que siempre estaba a la defensiva y reaccionaba de manera brusca. Había aprendido que así alejaba a la gente y nadie se tomaba el tiempo de tratar de conocerlo a fondo. Mejor. No quería a nadie cerca.

-. Andas buscando problemas todo el tiempo

-. ¿De dónde inventas eso?

-. Estamos en la era digital, Rai. Puedo ver lo que publican tus amigos sobre ti. Sé lo que hiciste anoche y todos los otros días

Nota mental: bloquear a Abi

-. Solo me divertí un poco. ¿Qué tiene de malo?

Abi se levantó ágilmente y camino hacia él, para disgusto de Raimundo.

-. Sé que tomas hasta caer inconsciente, no te acuerdas de lo que haces ni con quien estuviste. Ya no te juntas con tus amigos de antes. Buscas peleas y te vuelves violento. La gente empieza a tenerte miedo. Algunos de tus amigos del colegio ya no quieren juntarse contigo

Abi hablaba con dulzura. Raimundo podía reconocer que ella estaba preocupada por él… pero no quería que nadie lo compadeciera. Menos su hermana que era una de las pocas personas en el mundo a quien quería de verdad porque ella era pura y buena. ¿En serio sus amigos ya no lo querían cerca? La información se le clavó dolorosamente en el pecho.

-. No los necesito. No necesito a nadie – respondió más huraño que antes – cierra la puerta al salir – dijo tapándose con las sábanas y pretendiendo volver a dormir.

Abi se quedó esperando unos minutos, pero al ver que Raimundo no iba a volver a hablarle, se marchó arrastrando los pies. Rai podía sentir la pena de su hermana hasta en su forma de caminar. Una voz en su interior le gritó que la consolara y le pidiera perdón… que la abrazara y se dejara envolver en el cariño que ella deseaba darle… pero su dolor era más hondo y lo asfixiaba. Él no merecía ese cariño ni esos abrazos. Sus músculos se tensaron hasta doler bajo las sábanas. No fue capaz de hacer nada hasta que escuchó la puerta cerrarse. Solo entonces liberó gruesos lagrimones que cayeron calientes por su cara provocándole aún más rabia al ver como mostraba su debilidad. Llorar no era de hombres… pero todo burbujeaba en su interior: rabia, pena, tristeza, soledad, mucho dolor. Se sentó bruscamente y con los puños bien apretados arremetió contra la mesa de noche. Se sentía tan bien golpearla y que las coyunturas de su mano se machacaran y dolieran. No fue suficiente con romper la mesa. Ya de pie, golpeó la pared hasta lograr dejar marcas profundas. Se miró las manos ensangrentadas. Bien. Al menos ahora podía culpar al dolor por sus lágrimas.

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Marisa estaba muy preocupada. Sus uñas largas y con manicure francesa golpeteaban inquietas contra la mesa del comedor. Eran las 8 y muy pronto llegaría Ernesto a cenar. Estaba segura de que lo primero que haría sería preguntar por Raimundo.  Indudablemente su marido esperaba que su hijo hubiera seguido sus instrucciones. ¡Ay Dios! Cómo iba a explicarle que el niño había tomado su vehículo diez minutos después que él se fuera y no había vuelto a saber de él en todo el día. Había llamado incontables veces al celular, pero Rai no respondía. Posiblemente lo había apagado.  Hasta intentó discretamente con algunos de sus amigos, pero nadie dijo haberlo visto. Los nervios la estaban carcomiendo por dentro. Sentía culpa por no haberle contado a Ernesto todas las otras tonteras que Raimundo había hecho y que ella le ocultaba para evitarle más problemas. La última fue nuevamente lo de sus tarjetas de créditos; se había excedido en todas y ella había pagado, llamándole la atención a su hijo, rogándole que dejara de hacerlo, pero sin contarle al padre. Tampoco podía quitárselas… ¿Qué haría Raimundito solo y sin dinero para regresar a casa?… La jaqueca estaba comenzando a latir en su sien. Es que Ernesto era tan duro y no creía en el diagnóstico del siquiatra. El profesional le había recomendado llevar a su hijo a un sicólogo, pero él se negaba rotundamente a ir. Y para peor, Ernesto no ayudaba en nada. Él quería resolver todo a su manera autoritaria.  Raimundo tenía problemas y era su deber de madre ayudarlo. Ernesto debería entenderlo y apoyarlo…

Se sobresaltó cuando escuchó la puerta principal abrirse. Ernesto estaba en la casa. Tontamente, se alejó por el pasillo hacia el interior de la casa, como si pudiera ocultarse. En el camino encontró la puerta abierta del dormitorio de Abelia.

-. Abi… – dijo entrando, nerviosa

Su hija estaba frente al computador preparando un trabajo para sus clases. Lo dejó de lado para brindar toda la atención a su madre. Ellas dos siempre eran cómplices y juntas protegían e intentaban ayudar a Raimundo.

-. Tú… por casualidad… hija… ¿Sabes dónde está Rai?

Abi sonrió con amargura y los ojos se le llenaron de lágrimas. Levantó su celular para enseñárselo como si fuera evidencia

-. Me bloqueó, mamá… el muy tarado me bloqueó de todos sus contactos. Ahora no sé dónde puede estar ni que hace. Me bloqueó, mamá

Abi estaba aguantando con firmeza, pero ver a su madre llevarse la mano a la frente y gemir como si fuera a desmayarse, rompió con toda su contención. De un salto estaban las dos abrazándose y llorando, una vez más por causa de Raimundo

-. No sé dónde está…

-. Va a volver, mamá. Siempre vuelve. No tiene dónde más ir.

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