Capítulo 22
Mientras Santiago se encontraba paseando por la playa, había tomado una serie de decisiones respecto de su forma de tratar a Matías de aquí en adelante. para él, era importante que Matías siguiera manteniendo su dulzura y suavidad… su docilidad, esa forma suave de rodar sus ojos sobre él y admirarlo como si fuera un premio… le gustaba todo de su pequeño esclavo, amaba cuando sus ojos verdes le sonreían… y le gustaba, aún más, cuando se llenaban de lágrimas y sufrían por el dolor que él le provocaba… Maldición!!! No quería perder nada de eso.
Pero luego había existido la conversación con Adamir… lo hacía replantearse lo que había decidido… ¿Qué había visto Adamir para sugerirle la posibilidad de cambiar de esclavo?.. ¿Estaba siendo demasiado indulgente? ¿blando?… NO!! no era eso… es que para los demás podría ser fácil creer eso porque nunca les había tocado un esclavo como Mati… no entendían la delicadeza y la maravilla de su sumisión y su entrega..
Era completamente cierto que con Matías se portaba de manera diferente comparado con su trato duro a los chicos anteriores… pero Mati era especial… no había que forzarlo ni obligarlo. Su carácter era el más dócil que le tocara alguna vez… todo había funcionado bien con su joven esclavo… hasta lo de las agujas.
Se detuvo un momento poco antes de ingresar al dormitorio… el recuerdo de las agujas en la delicada piel de Matías era extremadamente potente y lo sacudió. Habían existido muchos otros chicos… muchas otras agujas… pero nada parecido a lo que le provocó verlas enterrarse en su preciosa piel. Quería más… a pesar de todo, sabía que iba a volver a hacerlo… ahora no podía ni quería detenerse… demasiado excitante y poderoso para dejarlo… aunque Matías hubiera reaccionado de esa manera. Era su culpa por no haberle advertido y no haberlo preparado. Debió saber que con este niño tenía que actuar diferente. Pero repararía el error. Mati producía en él un efecto nuevo que le gustaba mucho… atesoraba esas sensaciones… ni siquiera él mismo entendía como había llegado a volverse tan valioso e importante… ¿tendría que ver con el hecho de que Matiseguía siendo virgen?…
Abrió la puerta del dormitorio. Hacia unas horas había dejado a un Matías enojado y que le había contestado mal, por primera vez. Sabía que tendría que cambiar las cosas…. También sabía que necesitaba de vueltas al Mati de antes.
Estaba sobre la cama… ¿dormido? Aun vestido… ¿una prueba de su naciente rebeldía? Esperaba que no… que solo fuera un descuido, producto del cansancio.
– Mati… Mati…- lo remeció suavemente.
Matías abrió los ojos… tan verdes y dulces… sonrió por costumbre al ver a Santiago, pero la sonrisa se congeló al recordar lo que había sucedido. Se quedó mirándolo fijamente, con frialdad que molestó a Santiago.
– Vamos a comer
Lo tomó de la mano como siempre y espero a que se moviera… como siempre.
– No tengo hambre. No quiero- lo desafiaba
Tomó aire. Seguía con la misma actitud. Era mejor atacar el problema directamente.
– De acuerdo. Vamos a conversar
No se movió. Santiago esperó unos instantes y luego dio vuelta a la cama y lo tomó en sus brazos como tantas veces… tan liviano y suave. No se resistió pero tampoco se acomodó a su cuerpo como otras veces.
Lo llevó cargando hasta los sillones y lo depositó suavemente en uno de ellos. Se acuclilló frente a él, posando un brazo a cada lado del pequeño cuerpo.
– Vas a escucharme… y a intentar entender lo que te digo– firme y seguro.
Matías calló. Estaba tan dolido con la actitud de Santiago… con que lo hubiera dañado…el le habría confiado su vida… tenía sentimientos muy fuertes por él… era lo mejor que había conocido… y lo había dañado… ahora… ¿Qué quería explicarle?
– Mati… ¿hay algo que te guste mucho?
Tú… me gustabas tú más que nada en el mundo… pero no lo dijo en voz alta. Miraba a Santiago con temor y enojo… no quería responder
A Santiago no le estaba gustando esa mirada de Mati sobre él.
– ¿Lo hay?… dime que te gusta?- exigió un poco más fuerte
Matías pensó en su vida anterior… ¿qué le gustaba de aquello?.. ah si!… la televisión… en la televisión daban películas y series que lo transportaban a otro mundo…
– La… televisión.
Santiago respiró aliviado… tenía como comenzar a explicar y Mati le había respondido. En su interior, se negaba tercamente a pensar en utilizar la fuerza con su dulce esclavo… eso cambiará para siempre su relación… perdería la docilidad espontánea y no quería… la entrega voluntaria de Matías era parte del tesoro
– ¿Por qué te gusta?
– No sé…- no quería hablarle, pero Santiago lo esperaba exigiendo- es… me hace pensar en otra cosa… me hace sentir feliz-
– Todos tenemos cosas que nos hacen feliz
Matías quiso preguntar que lo hacía feliz a él pero, al pensarlo, sintió miedo de la posible respuesta… todo esto era muy extraño… estaba nervioso. Se daba cuenta de que algo diferente estaba sucediendo.
– Mati… conmigo es lo mismo…- pensó cuidadosamente lo que diría pero no había como suavizarlo- solo que… lo que a mí me gusta mucho… son esas agujas que viste en tu cuerpo-
Mati se cerró… su cuerpo se encogió y tembló… ¿eso era lo que más le gustaba?… ¿significaba que volvería a hacerlo?… sin darse cuenta, las lágrimas rodaron pos sus mejillas. Santiago se acercó un poco más… extasiado… adicto… sus ojitos asustados y llorosos eran pequeñas perfecciones gloriosas… Dios!!! Se excitaba mirando el sufrimiento en el rostro y cuerpo de su niño esclavo… el susto de Matías era el mejor afrodisiaco. Algo caliente y salvaje corría por sus venas y se depositaba en su sexo
– Sshhh….
Lo abrazó y besó su rostro. Lo consolaba. Necesitaba tocarlo.
Matías permaneció encogido y llorando, totalmente inconsciente de lo que su actitud provocaba.
– ¿Te gusta… clavarme… agujas?
– Lo siento Mati… pero sí… así es
No lo soltó aun cuando el niño se replegaba más en sí mismo al escuchar la respuesta y gemía como un animalito herido
– Pero… duelen mucho… lo que a mí me gusta no le duele a nadie!!!-
– Lo sé… es difícil entenderlo pero… me gusta tu dolor Mati
Santiago soltó la frase son un suspiro de alivio… Vaya!! Se sentía tan bien decírselo… hacerle saber que lo complacía su sufrimiento… nunca antes lo había confesado en voz alta a ningún esclavo… solo Adamir lo había escuchado alguna vez.
Matías, más asustado que antes, intentó que lo soltara y sus lágrimas aumentaron.
– Entonces… ¿vas a volver a hacérmelo?- más que una pregunta solo estaba buscando la confirmación… no podía entender lo que Santiago le decía… ¿Qué le había hecho él para que quisiera dañarlo?… ¿Por qué le gustaba su dolor?
Santiago no lo soltó. Tomó su pequeña mano, estampó un beso en su palma abierta y la guio directamente bajo su ropa, hasta donde su erección, dura y ardiente, comenzaba a molestar
– ¿Sientes eso Mati?… ¿lo sientes?
El niño lo miró asustado, sin entender… ante la insistencia, asintió con la cabeza… Santiago estaba duro como una roca, caliente, hinchado y grueso.
– Son tus lágrimas… el dolor que estas sintiendo ahora me provoca esto
Era enfermizo pero había un alivio tan grande en la pequeña mano que tocaba su miembro.
Mati lo miraba con su rostro angustiado… comenzaba a entender… creía… no, no entendía nada… solo se daba cuenta que cuando él sufría Santiago disfrutaba… ¿cómo podía ser eso?… ¿Qué clase de hombre era?… peor aún… ¿Qué le esperaba de ahora en adelante?
Santiago retiró su mano y Matías intentó hacer lo mismo… pero Santiago se lo impidió. Volvió a sujetar su mano sobre su miembro indicándole… pidiéndole con sus ojos que quería que permaneciera allí. Fue una corta batalla de miradas y deseos… el miedo de Matías contra la voluntad de Santiago…
Los ojitos verdes estaban muy asustados… pero había algo tan fuerte en los ojos oscuros de Santiago… mezcla de orden y súplica. Matías, vencido, dejó su mano sobre aquella pieza adolorida de tanto desearlo
Santiago besó al chico en la frente… un beso diferente
– Gracias…- murmuró despacio, sin separarse.
Matías sabía lo que Santiago esperaba… es solo que estaba muy asustado ahora… no podía mover su mano… ¿su dolor le provocaba placer?… ¿lo haría sufrir a cada rato entonces?… se sorprendió comenzando a llorar nuevamente… no… no debía!!!. Tenía que aprender a no sufrir delante de Santiago… si lo hacía, solo lograría excitarlo aún más…
Con su mano libre se limpió las lágrimas y respiró profundamente. Quería calmarse para que todo terminara.
Santiago se dio cuenta de lo que Mati estaba haciendo
– No… no lo hagas
Su carita, nerviosa, preguntaba.
– Si dejas de hacerlo voy a comenzar a hacerte sufrir más hasta verlo en tu cara… ¿me entiendes?
Entendía.
Sintió frío.
Nunca había tenido tanto miedo en su vida…
– Pero… tengo miedo
– Lo sé…
Se quedaron en silencio un momento
– ¿Quieres que tenga miedo de ti?- temblaba su vocecita
– No, Mati
– ¿Qué quieres de mí, entonces?
Tenía la respuesta clara. Lo sujetó firme antes de responderle
– Quiero tu dolor
Sus brazos fuertes abrazaban el pequeño cuerpo tembloroso.
Matías no supo qué hacer… se sintió débil y enfermo… había algo en la actitud de Santiago que no parecía cruel… aunque sus palabras lo eran… su dolor… quería su dolor… estaba muy confundido y asustado… de a poco se abandonó en el cuerpo de Santiago apoyando su rostro en el hombro y lloró abiertamente… su verdugo y su consuelo… buscaba amparo en el mismo hombre que le causaba el miedo que sentía… Su mano seguía en donde Santiago la dejara… cada lágrima y sollozo suyo parecía endurecer su miembro más aún… era como si existiera una conexión directa… ahora si estaba comenzando a entender de verdad… No estaba mintiéndole… estaba sintiendo en su mano lo que él mismo le provocaba… no tenía opciones… estaba atrapado… Santiago le confesaba que quería su dolor y el susto lo consumía… ahora sabía que era verdad.
– Vas a causarme dolor de nuevo, ¿verdad?
Era segunda vez que lo preguntaba y Santiago evitaba la respuesta… Si… si… maldición!!! Se lo iba a causar muchas veces más porque él era su droga, su adicción, su locura… lo supo desde el primer momento en que lo vio en la sala de exámenes… cuando sintió temor de que Adamir se lo entregara… tan inocente… lo supo entonces con la misma seguridad que lo sabía ahora… este niño dulce y sumiso era su propia perdición
– Voy a enseñarte…
– ¿Enseñarme qué?
– Enseñarte a aceptar el dolor…
Volvió a asustarse y llorar. Eso sonaba como una amenaza terrible. Se apretó al cuerpo de Santiago en busca de consuelo. Enseñarle a aceptar el dolor?… ¿cómo?
Santiago sostuvo el pequeño cuerpo con más fuerzas… tan delgado… tan frágil y fuerte a la vez… este niño era como el aire que respiraba… una necesidad… su propia debilidad. La confesión que le hacía era aterradora para Matías pero liberadora para él… lo sabía. El cuerpo en sus brazos era el objeto de su locura y no iba a dejarlo hasta que pudiera cumplir con él todos sus oscuros deseos… no podía ser de otra manera… requería que Matías aprendiera del dolor de la misma forma en que había aprendido a obedecerle, a nadar, a comer, a tolerar los óvolos, a hacerle una felación… Sabía que Matías era un buen aprendiz… lo necesitaba. Se volvería loco si no lo conseguía.
La caja de agujas estaba cerrada, sobre la mesa. Estaban en el dormitorio, sentados frente a frente, con la vista fija en la caja de madera. Santiago la abrió… los sobres con agujas, de todos tamaños, aparecieron ante la vista de Matías.
Instintivamente su cuerpo retrocedió hasta topar con el respaldo de la silla.
– No tengas miedo ahora. No voy a usarlas contigo ahora
Entendía su temor… estaba nervioso él mismo… la tentación era tan grande… Mati asustado frente a él y las agujas a la mano… todo gritaba porque hiciera aparición la bestia que habitaba en él y sometiera brutalmente a Matías… disfrutara de una vez y tomara todo lo que deseaba de su cuerpo. Era lo que siempre había hecho con sus anteriores esclavos… solo que ninguno había sido Matías.
Con él no iba a hacerlo por la fuerza.
Ahora lo tenía muy claro. Entendía mejor lo que Adamir había visto. Estaba contraviniendo todas las reglas posibles… no iba a forzarlo; quería que Mati se sometiera por su propia voluntad… iba a enseñarle hasta que le pidiera dolor solamente para complacerlo a él… había visto la forma en que su pequeño esclavo lo miraba y lo mucho que él significaba en su vida… sabía que podía lograrlo… ego?, egoísmo? Demencia?… lo que fuera. Pero lo haría de esa manera. Tomaría tiempo… pero Mati se lo pediría… y sería el mejor momento de toda su vida. Su cuerpo temblaba y se encendía de solo pensar la idea…
Tomó aire concentrándose en lo que tenía sobre la mesa y dejando de lado otros pensamientos.
Tomó una aguja de tamaño pequeño, la sacó de su envase sellado y la puso sobre la mesa, frente a Matías.
– Puedes tocarla…- su voz era suave.
El corazón de Matías saltaba alocado en su pecho y un escalofrío de temor lo recorría. Había cientos de aguja en esa caja… los sobres eran de todos tamaños. ¿Destinadas a su cuerpo??… Clavó sus ojos en la pieza de metal brillante que Santiago dejó sobre la mesa. Tocarla?… no… no quería.
Con mucha paciencia, Santiago tomó otra aguja de tamaño un poco mayor. Repitió la operación anterior de abrirla, hasta que tuvo la aguja entre sus dedos. La sentía amiga… cercana… una delicada pieza de fino metal. Con mucha seguridad la acercó a su antebrazo izquierdo
– Mati…
Llamó su atención. En solo dos movimientos rápidos insertó la aguja en su propia piel y volvió a sacar la punta un par de centímetros más adelante. No emitió un sonido… las conocía tan bien… era agradable sentirlas nuevamente. Un dolor suave… familiar… excitante. Quitó su mano derecha y dejó la aguja enterrada a plena vista para Matías…
Los ojos abiertos a más no poder… la respiración errática… había sido tan rápido… se retiró hasta el fondo de la silla… el respaldo no lo dejaba alejarse más… le horrorizaba lo que estaba viendo.
– ¿No… no… no vas a hacérmelo?..
Respiraba muy perturbado, casi lloraba.
– Ven aquí
Su voz segura y tranquila era una orden. Matías se tomó su tiempo… analizaba el rostro y la mirada de Santiago… desconfiaba
– Ya te dije que ahora no voy a usarlas en ti
Se bajó de la silla y caminó hasta su lado muy lentamente. “ahora”… no iba a usarlas ahora… ¿Cuándo, entonces?…
Santiago lo dejó acercarse tranquilo, hasta que estuvo al alcance de su mano derecha. Lo abrazó con movimientos suaves y posesivos. Lo atrajo, mostrándole más de cerca su antebrazo izquierdo. Matías estaba inmóvil… choqueado.
– Tócala
Negó con la cabeza… con todo su cuerpo…
– No, no…
Con firmeza, Santiago tomó la mano y la acercó hasta que los pequeños dedos rozaban la piel y sentía la dureza de la aguja bajo ella. Mati experimentaba una extraña mezcla de horror y atracción… retenía el aire en sus pulmones… no había sangre… la piel solo estaba un poco enrojecida. Se sentía caliente… deslizó sus dedos… sintiendo.
– ¿Te duele?- preguntó en un hilo de voz
– No
No podía creerle… ¿cómo no iba dolerle?… solo lo decía para engañarlo. Lo miró desconfiado.
Santiago entendió. Sonrió y tomo otro paquete. Liberó una tercera aguja y la puso entre sus dedos de la mano derecha.
– Sostenla conmigo
Matías se agitó violentamente. Comprendió sus intenciones. NO!. No iba a hacerlo… pero la mirada de Santiago quebraba su voluntad… con el horror pintado en sus ojos puso sus dedos alrededor de los de Santiago sujetando la aguja.
– Siéntela Mati… siente el metal
Mierda!!!… sus palabras eran como una declaración de amor… estaba demasiado excitado con el cuerpo del niño temblando y rozando el suyo y sus pequeños dedos en la aguja junto a los de él. tenía que domar a la bestia en su interior.
Tranquilizándose, ambas manos se movieron juntas hasta llegar al antebrazo izquierdo. La mano de Matías titubeó.
– No la quites- fue una orden.
Matías obedeció a pesar del espanto que sentía. La punta de la aguja desapareció suavemente bajo la piel de Santiago quien no parecía experimentar ningún dolor, pero se detuvieron justo antes de hacerla aparecer nuevamente unos centímetros más adelante.
Un suspiro largo y más parecido a una exclamación de placer escapó de la boca adulta…
Quitó su mano de la aguja y buscó la boca de Matías para darle un beso lleno de pasión… Durante largos segundos toda su concentración estuvo puesta en ese beso.
– Ahora, mi dulce Mati…
Extendió su antebrazo izquierdo y puso la mano de Matías de vuelta en la aguja a medio camino
– Termina tu solo. Empuja la aguja hasta que aparezca al otro lado
Capítulo 23
Tomó el extremo plástico de la aguja entre sus pequeños dedos. Temblaba. Sudaba. Pero Santiago exigía.
– Ojos bien abiertos, Matías
Los había cerrado fuertemente con la intención de no ver lo que tenía que hacer. Los volvió a abrir. Santiago lo miraba esperando a que cumpliera su orden.
– Es que….
El corazón bombeaba a todo ritmo… le temblaban los dedos… no podía… no podía
– Hazlo- su voz era firme y su mirada una orden.
No admitía excusas. Con un gesto de genuino horror en su cara, empujo muy despacio y la sintió moverse… el frío metal atravesaba la carne de Santiago que ofrecía muy poca resistencia… era un espectáculo grotesco y fascinante al mismo tiempo… la punta de la aguja asomó de a poco unos centímetros más adelante. Su estómago se encogió y algo subió a su garganta. Nauseas. Sintió como el metal se abría paso y emergía… Cuando ya no pudo empujar más, se quedó con sus dedos pegados en la aguja, mirando los ojos de Santiago, sin poder moverse… lo había hecho… había atravesado la piel de Santiago con esa aguja…
– Ya está, Mati. Ya lo hiciste
Lo encerró con ambos brazos. El izquierdo aún con las agujas. Matías no dejaba de temblar. No sabía cómo digerir todo lo que había escuchado y vivido en las últimas horas. Se apretó contra Santiago, buscándolo en forma desesperada. Necesitaba su cariño y su refugio. Que lo acogiera en sus brazos abiertos.
– No quiero que me claves agujas… por favor
Lloró suavemente en su hombro.
Santiago lo sostuvo amorosamente acariciándolo con ternura. No hizo caso ni contestó a su petición. Tenía muy claro que iba a volver a hacerlo. Solo era cosa de tiempo. Besó su cabeza, sus mejillas húmedas, sus ojos tristes. Enloquecía por este niño que sufría en sus brazos.
– Aprenderás Mati… aprenderás para mí
Matías se tranquilizó al cabo de unos minutos. Santiago guardó la caja de agujas y retiró las de su antebrazo que fueron a parar a la basura.
– No te ocultaré nada más, Matías– lo miraba de frente – te enseñaré a superar el miedo que puedas sentir
Santiago estaba haciendo un pacto con su esclavo. Iba contra toda norma dentro de la isla. Los esclavos estaban para aprender, servir y ser usados. No para entender y adaptarse. Eran considerados mercancía, productos para la venta. Pero su sentido común le indicaba que era así como tenía que ser con Matías. Iba a conseguir mucho más de su niño esclavo si lograba que él mismo accediera voluntariamente. Quería su sumisión y su entrega.
Matías sabía que era verdad todo lo que Santiago le estaba diciendo. Había una sinceridad muy grande en su rostro y en su forma de mirarlo y acariciarlo. Sus ojos oscuros le pedían comprensión y le aseguraban que estaría a su lado para ayudarlo. Todavía tenía mucho, mucho miedo. Las emociones de las últimas horas lo habían dejado exhausto… el miedo, el dolor… la confesión de Santiago… pero necesitaba volver a confiar. No tenía suficiente fuerzas para pasar por todo esto él solo. Santiago era el único que estaba cerca de él. Era lo más parecido que tenía a una familia o a un ser amado. Sus sentimientos por él eran una locura… tan grandes… Se había enojado mucho con él por dañarlo… pero… estaba entendiendo de a poco las razones.
– Amo… ¿me dirás antes de volver a hacerme… algo?
Santiago suspiró aliviado. Había vuelto a llamarlo “amo”. La confianza estaba de nuevo en los ojos de su niño.
No se había equivocado al elegir este camino.
– Te diré todo de ahora en adelante, Mati. Aprenderemos juntos
Solo eso bastaba para doblegar su voluntad de adolescente. Santiago sonrió apenas y Matías le devolvió la sonrisa. No estaban alegres. Estaban aceptando lo que tenían, lo inevitable, y sabían que sería difícil y doloroso. Pero estaban juntos. Los brazos de Matías rodearon su cuello y su cuerpo se pegó al de Santiago. Volvía a ser como antes.
Satisfacción… alivio… se perdió en el cuello del chico aspirando su olor y sintiendo que se abrían lentamente las puertas del paraíso.
Santiago no pensó. No se dio cuenta de la grandeza del sentimiento que lo embargaba. La paz que sentía en su corazón con Matías refugiándose en su cuerpo.
De la mano, como antes, salieron a cenar.
La conexión que los unía era ahora mucho más sólida.
Matías volvía a experimentar una extraña seguridad con Santiago a su lado. Le daba miedo todo lo que iba a pasar de ahora en adelante… mucho miedo… y por eso, se aferraba con más fuerza a la mano de Santiago mientras caminaban hacia el comedor.
Comieron en silencio. Matías no podía elegir sus alimentos como algunos de los otros esclavos que ya estaban casi listos. Santiago le indicaba que comer y él aceptaba en completa mansedumbre. Comía y bebía lo que estaba delante suyo sin protestar, sin un gesto en su rostro.
Terminada la cena, volvió a tomar la pequeña mano entre las suyas. En vez de tomar el camino hacía el dormitorio Santiago lo llevó hacía otro lado. La piscina estaba solitaria a esa hora de la noche. Se tiró sobre una de las tumbonas y Matías sobre otra, a su lado. Las manos aún juntas. La brisa del mar era fresca. Las estrellas llenaban el cielo.
– ¿Te gustan las estrellas?
– Mucho!… son tan hermosas… miles de lucecitas en el cielo.
Santiago pensó que nada… ni ese cielo tachonado de estrellas era tan hermoso como Matías.
– ¿Te doy miedo, Mati?
No debería preguntarle… no debería, pero quería saber…
Se tomó su tiempo antes de responder.
– Un poco… pero cuando estás conmigo y me miras, no me da miedo
Sonrió para sí mismo. Complacido. Matías era mucho más fuerte de lo que parecía a simple vista.
– Ven aquí
Tiro de su mano y en dos segundos lo tuvo estirado sobre su cuerpo. Apenas pesaba. Se besaron despacio… volviendo a reencontrarse. Había algo de ritual en la manera en que Santiago le acariciaba el cuerpo y besaba su boca. Se dejaba llevar por lo que Matías le inspiraba. El chico le abría gustoso la boca y lo dejaba explorar… reía cuando su lengua le tocaba el paladar y le provocaba cosquillas. Se abrazaba fuerte a él cuando comenzaba a sentirse acalorado… Matías era un libro abierto que él había aprendido a leer muy bien.
Se fueron apasionando de a poco… los besos de Santiago más profundos en su boca, las caricias más intensas.
– Volvamos
Se puso de pie, capturó la mano entre la suya y volvieron hacia el dormitorio. Nada más entrar, lo quedó mirando fijamente.
Matías sabía lo que esperaba. Se quitó la ropa y la dejó ordenada sobre el mueble. Desnudo frente a él. Volvía a ser obediente.
– Posición de examen Mati
Se lo había enseñado tiempo atrás, pero no lo había pedido nunca. Era suyo nuevamente. Lo quería por completo.
Matías recordaba. Subió sus manos uniéndolas detrás de la nuca, mantuvo su cuerpo derecho y separó un poco sus piernas. Tragó saliva. ¿iba a doler?… quiso preguntar… pero no se atrevió. Le había dicho que le avisaría cuando fuera a causarle dolor… cerró los ojos, tragó saliva. Confiaría en él.
Piel pálida de porcelana… sus formas lo encendían… su cuerpo pequeño y tan bien esculpido… sin protestas, sin miradas feas… dócil… completamente sumiso y adorable. Su propia sangre rugía dentro de su cuerpo. Comenzó en su cabeza… tocando y acariciando. Fue bajando lentamente por su rostro y su cuello… lo tocaba de la forma en que se le antojaba… su propiedad… con sus manos y sus labios… bajaba por el torso… sus labios abiertos apenas rosaban la espalda.
– No te muevas
Los glúteos llenaban sus manos grandes… Santiago cerró los ojos… palpó todas las formas de su sexo con los ojos cerrados, solo quería sentirlo y aprendérselo de memoria… lo escuchaba respirar agitado… se excitaba con el sonido de su respiración… significaba que estaba alterado… quiso más… pasó un dedo entre sus nalgas, sintiendo contraerse la entrada al paraíso… ¿estaba listo Matías?… Abrió los ojos bruscamente, sintiendo un fuerte golpe de excitación que llegaba a doler en su bajo vientre… ¿todo suyo?…
-. Mati…
No hablaba. Mantenía su posición, su cuerpo hormigueaba entero. Tenía una erección y necesitaba de Santiago. Ambos necesitaban el uno del otro.
-. Mati, Mati- suspiraba su nombre
Olvidó el examen, lo envolvió en un abrazo apretado y corrió con él hasta la cama. Matías se sujetó a su cuerpo con sus brazos y piernas. Se besaban y se tocaban… Santiago sostuvo el rostro de Matías entre sus manos… sus ojos lo miraban inocente… lo deseaba, quería poseerlo, quería clavarlo con mil agujas, quería ver el dolor en esos ojos… escuchar su llanto y sus gritos… su miembro pedía por ello.
Entonces Mati le sonrió… dulce, ajeno a sus crueles pensamientos.
– Eres el mejor amo, aunque tenga miedo no importa porque me vas a enseñar
Fue un cuchillo en su garganta… una patada en su vientre…
Lo soltó de a poco.
– Si Mati. Te voy a enseñar todo
– Lo sé
Se volvía a abrazar a él. Al pegar sus cuerpos notó la dura erección de Santiago. Sonrió. Sabía lo que tenía que hacer y quería hacerlo.
– ¿Puedo… amo?- bajó lentamente…
Santiago entendió. Asintió y sujeto la cabeza de Mati delicadamente entre sus manos. Hoy tendría que conformarse con la dulce boca de su esclavo.
Mañana sería un día diferente en muchos aspectos.
Amanecieron juntos, abrazados, en el medio de la cama, con sus piernas enredadas y los brazos de Santiago alrededor del cuerpo de Mati.
Se estiró aún con flojera.
-. Vamos al agua- lo tomó por la cintura y lo llevó consigo. Se ducharon juntos. Santiago vigilaba cada detalle de los movimientos de Matías y corregía lo que no le gustaba. Le indicaba como peinarse y que vestir. Matías obedecía sin chistar.
Desayunaron. Matías comió lo que Santiago ordenó para él. Pero entonces sus ojos inquietos, generalmente bajos, sin cruzarse con los demás, se fijaron en un trozo de pastel que pasaba en una bandeja. Su rostro se iluminó y su boca se hizo agua… había probado los pasteles y tortas en varias ocasiones en su vida anterior… le encantaban. Lo siguió con la vista unos segundos y luego volvió a posarla en su plato.
Santiago se dio cuenta de inmediato. Su mente pensaba rápidamente en cómo utilizar esta nueva información. Guardó lo que había aprendido y no dijo nada.
Estuvieron en la piscina, en el gimnasio, donde se ejercitaron juntos. Almorzaron algo liviano y disfrutaron de una película en las primeras horas de la tarde. Luego Santiago lo dejó solo en el cuarto. Tenía algo importante que hacer. Volvería pronto.
Matías apagó el televisor. Había estado esperando el momento de estar solo. Caminó muy despacio hasta la mesa donde habían estado el día anterior. Se sentó en la misma silla, solo que esta vez su cuerpo se inclinaba hacia la mesa. Sus ojos fijos en lo que aún permanecía sobre ella. La miró detenidamente varios minutos. Primero la tocó con sus dedos. Se sentía fría. Entonces la tomó y la acercó a sus ojos. La respiración agitada. Se veía tan grande y dañina… ¿cómo podía no doler?… la miraba fijamente… imaginando. La acercó a su antebrazo… despacio, con muchísima calma la paso por su piel… apenas rozando… no sentía nada especial. Ejerció un poco más de fuerza. Sentía un pequeño rasguño que apenas dolía. Se detuvo. Quería saber que había sentido Santiago… ¿Cómo lo hacía para manejar el dolor?. Presionó la punta de la aguja contra su piel, apenas entró y se detuvo nuevamente. Dolía. Pero era soportable. Entonces se dio cuenta de lo acelerado que respiraba y como latía de rápido su corazón. Dejó la aguja donde estaba antes y se puso a pensar en lo que había pasado el día anterior.
A pesar del miedo y de la dura confesión de Santiago, Matías sintió que estaban cerca nuevamente…
Nunca había tenido a una persona cercana en la cual confiar o de quien depender. Matías conocía muy bien la soledad y el abandono, la pobreza, el hambre y el frío. Santiago era lo más parecido a un refugio seguro, al amor, solo que este amor tenía un precio que era su dolor.
La sinceridad con la que le había dicho toda la verdad de lo que experimentaba con su dolor, era aplastante… lo sofocaba porque sabía que no tenía escapatoria, pero al mismo tiempo, entendió que Santiago era sincero y que estaba buscando su comprensión…
Quería entenderlo… pero… ¿Cómo aprender a aceptar el dolor?…
Tomó nuevamente la aguja entre los dedos de su mano derecha. Eligió el dedo índice de su mano izquierda. No sabía cuanta fuerza ejercer así es que comenzó pinchándose muy despacio. Al cabo de tres intentos la aguja se hundió en la piel de su dedo. La quitó rápidamente y vio una pequeña gota de sangre en donde estuviera la aguja. Si. Le había dolido. Pero no tanto. Era soportable… ¿era a eso a lo que se refería Santiago?.
Con el dedo en su boca corrió a la cama.
Estaba entendiendo todo.
Estaba asustado.
Se había dado cuenta que iba a acceder y aceptar lo que Santiago quisiera hacer con él.
Se hizo un pequeño ovillo en la cama y se quedó quieto hasta que se durmió.
Cuando Santiago volvió lo encontró durmiendo encogido como un bebé y con el dedo en su boca. Se quedó observándolo un largo rato. La belleza de Matías… su pureza… la quería. Quería todo de su esclavo.
Se tendió a su lado y con calma lo fue acariciando hasta despertarlo.
– Ven. Lávate la cara y ponte ropa. Vamos a ir a un lugar especial
Matías obedeció y estuvo listo muy pronto.
De la mano abandonaron la habitación sin saber hacia dónde iban.
– Voy a mostrarte algo importante, pero debes permanecer en completo silencio. ¿Podrás hacerlo?
– Si, amo
Santiago estaba arriesgándose una vez más al traer a Matías de observador a este lugar. Lo había pensado mucho durante todo el día. Podía resultar un desastre y jugar en su contra. O podía tener el efecto que buscaba. Aún así decidió hacerlo. Quería que Matías supiera que había otros como él, chicos que aprendían a aceptar el dolor en silencio y a complacer a sus amos. Quería que lo viera con sus propios ojos.
Entraron al edificio de los esclavos mayores. Santiago sabía que a esta hora, los amos pasaban a relajarse con los chicos. Era la hora favorita, cuando terminaba el día. A eso había salido del cuarto. A muchos de ellos no les importaba ser vistos mientras hacían uso de los esclavos; al contrario, cualquier público exaltaba su excitación. Santiago mismo había sido observado muchas veces mientras experimentaba con las agujas. Resultaba un espectáculo atractivo para los demás.
Abrió la puerta de la sala sin saber qué iba a encontrar al otro lado. Sujetó fuerte la mano de Mati.
– Ni una palabra Mati. No importa lo que veas. ¿De acuerdo?
– Si, amo
Sintió un pequeño escalofrío de nervios ante tanta advertencia. Se mantendría callado. Quería complacerlo.
Los chicos reaccionaron de inmediato al ver la presencia de un amo en la sala. Se silenció el televisor, los videojuegos y cualquier otro ruido. Abandonaron de prisa sus posiciones relajadas. Cinco chicos, escasamente vestidos, se arrodillaron en el suelo, la cabeza gacha, las piernas separadas y las manos extendidas sobre los muslos. Expectantes. Serviles.
Capítulo 24
MATIAS
No sabía adónde me llevaba el amo ni creí prudente preguntarle pero no esperaba entrar a un lugar donde hubiera otros chicos. Era una sala grande y cómoda donde los chicos podían divertirse, jugar y hacer cosas entretenidas.
Como robots, todos dejaron de hacer lo que hacían cuando mi amo entró al lugar. Me sorprendió verlos arrodillarse, separar sus piernas, bajar la cabeza. Sus manos descansaban abiertas sobre sus muslos. Todos exactamente iguales. Me quedé asustado, sin moverme, hasta que sentí que el amo tiraba de mi brazo. Caminé junto a él. No quería soltarme de su mano. Me sentía un intruso. Pasamos lentamente entre los chicos. Ninguno de ellos se movía… tampoco levantaron su cabeza para ver quién era o que quería. Al pasar frente al cuarto chico, Santiago se detuvo.
– ¿Ya están ocupadas las salas de abajo?
– Si, amo. Hay tres salas ocupadas, amo- respondió sin mirarlo.
Santiago me miró… creo que se preguntaba qué tan asustado estaba yo… me habría gustado decirle que mucho… demasiado… pero que a pesar de eso quería seguir… quería que me mostrara todo lo que sucedía en este lugar.
Continuamos avanzando hasta una nueva puerta al fondo de la sala. La abrió con su llave de seguridad y un código de números. Cruzamos. Parecía otro mundo. Silencioso. Más oscuro y un poco siniestro. Bajamos una escalera de piedras.
– Matías. Recuerda guardar silencio
Se había adelantado un paso y se giró hacia mí. Me sujetó de los hombros y esperaba mi confirmación antes de seguir avanzando
– ¿Qué vamos a ver, amo?
Tal vez no debía preguntar pero quería estar preparado. Se demoró un poco, pero me respondió.
– Amos… hombres que juegan con sus esclavos
– ¿Juegos? ¿Con agujas?
Instintivamente retrocedí. Santiago me sujetó aun más fuerte de los hombros.
– No Mati. Las agujas son solo mías…- se calló un minuto y luego añadió – te dije que sería sincero contigo. No sé qué vamos a encontrar pero veras a los esclavos complaciendo a sus amos
Me dio unos segundos para acostumbrarme a la idea
Mi mente estaba en blanco… ¿de qué tantas maneras se podía complacer a un amo?…¿había otras cosas además de las agujas?… quería… no, necesitaba saber. Tenía nervios… algo se me encogía en el estómago. ¿Veríamos algo terrible?
– ¿Cómo?… ¿Qué hacen?
– Hay muchas formas de complacer a alguien- me acarició la mejilla – ¿Quieres seguir?
– Si, amo… pero…- Santiago me miró esperando a que continuara… – no me sueltes, por favor, amo- mi mano buscó la suya. Me respondió apretando mis dedos con fuerza.
– No te voy a soltar
Al terminar las escaleras había un largo pasillo: en algunas partes iluminado y en otra completamente oscuro. A un lado había salas insonorizadas con una pared completamente de vidrios que permitía ver todo lo que sucedía en la sala. Al otro lado del pasillo, apenas iluminadas, pequeñas mesas rodeadas de cómodos sillones… especiales para espectadores. Ahora estaban vacías. Pasamos por la primera sala. Estaba iluminada pero no había nadie dentro más que muchos aparatos y muebles parecidos a los que tenía nuestro dormitorio.
La segunda sala estaba también iluminada. Me detuve. Completamente inmóvil. Sin poder apartar mis ojos de lo que veía. Apreté fuerte la mano de Santiago. Un chico muy joven estaba desnudo, con sus muñecas sujetas en altura por un par de cadenas y esposas. Sus pies apenas alcanzaban a rozar el suelo. Su cuerpo tenía algunas marcas muy rojas… en la espalda, las nalgas y las piernas. A unos cuantos metros de distancia había alguien que yo conocía. Lo había visto la primera vez que conocí a Santiago en la sala de exámenes. Era otro amo cuyo nombre no recordaba. Vestía solo unos pantalones oscuros. Se notaba agitado. En su mano tenía una especie de correa larga… un látigo. No pude evitar hacer unos cuantos gestos de asombro en mi cara. ¿Qué había hecho ese chico para que lo golpeara? El hombre dentro de la sala nos miró. Sentí congelarme cuando sus ojos se posaron en mi. Hubo un gesto de reconocimiento con mi amo. Una especie de saludo sin palabras. Luego, levantó la correa, la balanceó en el aire y la dejó caer sobre el cuerpo del chico. No pude evitarlo. Me había prometido no hablar ni gritar, pero di un paso hacia atrás dejando mi brazo muy tirante del de mi amo. No se escuchaba nada. No oímos el sonido del látigo ni los gritos del chico… nada. Santiago volvió a tirar de mí. Nos alejamos hacia uno de los sillones.
– Pon atención a ese chico. No quites tus ojos de él- me susurró muy despacio en el oído.
Volvió a levantar el látigo y a dejarlo caer en el cuerpo del chico. No quería mirar… pero no podía dejar de hacerlo. Mis ojos estaban fijos en su cara. No me atrevía a respirar. El chico apretó fuertemente sus ojos y boca cuando el látigo estalló en su piel… pero su boca permaneció cerrada. Solo después que hubo pasado el golpe la abrió con mucha calma, para decir una palabra que no entendí. Miré rápidamente a Santiago… ¿Qué había dicho?.. ¿Por qué no chillaba de dolor?!!
– Esta contando los azotes– me aclaró muy despacito
¿Contándolos?… ¿para qué?… ¿por qué?… Seguí mirando a mi amo. Quería más explicaciones, pero entonces él tomó mi cara de la barbilla y la giró nuevamente hacia los ventanales. Fueron dos latigazos más que me hicieron encoger. El chico solo contaba aunque contraía los músculos de su rostro pero no gritaba. Entonces el hombre dejó el látigo a un lado. Se acercó al chico y le hablo con cariño… ¿Qué pasaba?… lo golpeaba… estaban enojados, no?… Soltó un poco la cadena que levantaba las esposas hasta que el chico tuvo sus dos pies apoyados en el suelo. Estaban los dos muy cerca. El chico dejó caer su cara en el hombro del hombre quien lo abrazó con ternura. Creo que ahora si estaba llorando. Lo acariciaba y lo besaba despacio en la cara y el cuello. Entonces noté algo que no había visto antes. El chico tenía una erección y la mano del hombre la buscó para tocarlo. Soltó completamente la cadena de las esposas y el chico cruzó sus brazos aun esposados por el cuello del hombre. Sus piernas se doblaban. Se besaban en la boca.
Santiago eligió ese preciso momento para levantarse y tirar de mi mano…
Mi cabezas daba vueltas… ¿Qué era lo que acabábamos de ver?… ese hombre… ese chico… ¿Se excitaban con los azotes?… ¿Cómo Santiago con las agujas?!!
La siguiente sala estaba cubierta. El ventanal completamente tapado con una cortina gruesa. Se podía ver la iluminación del otro lado, pero era imposible ver o escuchar que sucedía adentro.
La sala a continuación estaba iluminada. Sentí miedo de lo que íbamos a ver pero estaba irremediablemente atraído hacia esa luz. Quería saber que sucedía ahí. En el centro de la sala había un chico desnudo, pegado a un poste de madera… completamente envuelto en film transparente que le impedía realizar movimientos, con excepción de unos agujeros en algunas partes de su piel; su boca, sus tetillas, su pene, testículos y sus nalgas estaban al aire. El rostro del chico estaba cubierto completamente por una máscara negra… solo tenía un agujero para respirar… en su cuello tenía un especie de collar con púas hacia dentro. No podía moverse sin pincharse y hacía esfuerzos por mantener su cabeza erguida. Había dos hombres en la sala, un chico joven casi desnudo, y un hombre. Ambos se acercaban y lo acariciaban en las partes que no estaban envueltas. Uno de ellos estaba de rodillas delante del chico. Me pareció que era otro esclavo. Se veía muy joven y atractivo. Abría su boca y con la lengua acariciaba el miembro del chico envuelto. Supe que era un esclavo porque nunca se atrevió a mirarnos, en cambio el hombre que estaba de pie entre las nalgas del chico saludó abiertamente a mi amo y con un gesto de su mano lo invitó a entrar a la sala. Me quedé de piedra. Dejé de respirar. ¿Entrar ahí con ellos?… no!!! no quería.. no!!
– Quieres entrar?- susurró muy despacio en mi oído.
Negué con la cabeza y con el miedo asomando en mis ojos muy abiertos. Me había prohibido hablar sino le habría gritado que por favor no entráramos.
Dio media vuelta y nos fuimos hacia los sillones nuevamente. Al hombre pareció no importarle que no entráramos. Respiré aliviado dejando entrar aire nuevamente a mis pulmones. Volví mis ojos hacia lo que sucedía en la sala. Observé con morbosa fascinación como el amo de los chicos tomaba en su mano algo que parecía una varilla delgada de cristal. De pronto comenzó a emitir una intensa luz de color violeta (VioletWand*) El amo ocupó el lugar del chico delante del inmovilizado. Acercó esta vara luminosa al miembro erecto del chico. Por un momento su cuerpo cubrió mi visión. Vi al chico estremecerse… ¿Qué era?. ¿Qué hacía esa cosa brillante?… miré a Santiago pero no me devolvió la mirada… seguí contemplando. La pasaba una y otra vez cerca del pene del chico. Vi como intentaba no moverse debido a la restricción en su cuello pero le estaba costando demasiado… de pronto todo su cuerpo se estremeció a pesar de la envoltura y el líquido blanco escapó por la punta de su miembro. El amo sonrió… le había gustado lo que el chico había hecho. Le dio una palmada cariñosa en la cabeza, quito el collar con las púas de su cuello y le susurró algo al oído. El chico dejó caer su cabeza, cansado.
Entonces se giró hacia el otro chico que permanecía expectante a un par de pasos de ellos. Algo dijo el hombre, muy serio. Una especie de orden. El chico se arrodillo rápidamente frente a una especie de caballete con su torso hacia adelante y su trasero expuesto. Su ropa eran unas tiras de cuero negro que no lo cubrían mucho. El hombre se acercó y levantó algunas tiras que aún cubrían su culo. Lo acarició bruscamente unos minutos. Encendió nuevamente la varita brillante y la acercó a su ano… entonces vi claramente… no alcanzó a tocarlo cuando unos pequeños rayos salieron en dirección a su piel, parecían electricidad… pero el chico cometió un error grave. Se movió. El amo apagó la varita y la dejó sobre una mesa cercana. Volvió despacio donde el chico. Sentí miedo por él. Hasta yo supe lo que iba a pasar al ver su cara. Estaba molesto porque el chico se había movido y se lo iba a hacer pagar. Apreté más fuerte la mano de Santiago y lo miré. Expectante. Me devolvió la mirada unos segundos y luego me indico con los ojos que siguiera observando. La mano del amo cayó repetidas veces sobre el trasero del chico… se volvió muy rojo. Debía de doler por la fuerza con que lo golpeaba. El chico no se movía. No estaba amarrado a nada. Podía pararse y correr, o gritar… o que se yo. Pero no. Permanecía quieto, con sus manos apretadas al caballete, soportando el castigo en silencio y sin moverse esta vez. Luego de varios golpes el amo volvió a intentarlo con la vara, esta vez no se movió ninguna de las veces que lo tocó. Miraba fascinado la resistencia de aquel chico.
El amo apagó la vara. Se puso detrás del chico y bajó su pantalón. Tenía una erección a toda regla… enorme. Con toda tranquilidad acercó su miembro al ano del chico y se enterró en él. Cielos!! eso debía doler más que todos los golpes… El hombre cerró los ojos complacido y sus dos manos tomaron al chico por las caderas…
Santiago tomó mi mano.
– Vamos
Quise gritarle que no… que ahora quería ver todo lo que estaba pasando. Incluso me demoré unos segundos en ponerme de pie y recibí una mirada reprobatoria de su parte. Me paré rápidamente y lo seguí. Mareado con toda la información que acababa de recibir… todo lo que había visto… esclavos y amos… Tenía mucho que pensar y entender.
Caminábamos en silencio hacía el dormitorio. Nos detuvimos en una de las terrazas. Ya era de noche.
– ¿Quieres preguntar algo?
¿Preguntar?.. si, cielos!! Tenía un millón de preguntas que hacer… quería todas las respuestas. Pero solo una se me vino a la mente como la más importante de todas.
-. ¿Por qué me llevaste, amo?
Soltó mi mano y se alejó un par de pasos. Se escuchaba el ruido de las olas en el fondo.
– Quería que vieras a los esclavos. Que supieras que no estás solo
Muchas preguntas más se atropellaron en mi mente.
– No estoy solo. Estoy contigo- caminé hasta él
-Si Mati. Estamos juntos. Pero quería que supieras que hay más chicos que han aprendido lo que te quiero enseñar. Que sepas que se puede hacer
– Ya lo sé– respondí orgulloso
– ¿Cómo?
Presumido, levanté mi dedo índice de la mano izquierda. No podía ver nada con la escasa luz así es que le aclare.
– Lo pinché… – me miró muy raro – con la aguja… pinché mi dedo– repetí por si no me había entendido
SANTIAGO
Pinché mi dedo
Mati jamás sería capaz de entender lo que sus palabras significaban para mi… pinché mi dedo… se había aventurado a tomar una aguja y experimentar… quise llorar, abrazarlo hasta fundirlo en mi cuerpo… lo que Mati había hecho solo podía compararlo con un acto de amor… este niño era mi mayor debilidad y mi gran fortaleza… tan pequeño… tan valioso. Un solo pinchazo en su dedo cambiaba mi mundo… se había atrevido… Mi Matías…
Lo levanté, estrechándolo muy apretado. Mati reía. Su risa era una cascada cristalina en mi oído
– Te quiero, Mati-
Giré con él en brazos en el amplio espacio de la terraza… reíamos juntos… te quiero… te quiero… te quiero…
Me paré de golpe dejándolo en el suelo.
Su carita alegre seguía mirándome… no se daba cuenta… yo tampoco hasta hace unos segundos atrás… ¿“te quiero”???!!!. En solo un segundo estaba al borde de la locura… me pasé la mano por el pelo repetidas veces… completamente perturbado… abrí la boca buscando aire… te quiero… le dije “te quiero”…
– ¿Amo?- tomó mi brazo. Me acerqué a su rostro– también te quiero
Sus ojos claros, tan puros… su expresión era lo más hermoso de este mundo.
Mis piernas dejaron de sostenerme y caí de rodillas frente a él. Lo miraba como si fuera primera vez que lo veía… con miedo y adoración… estaba comprendiendo algo terrible y hermoso a la vez…
“te quiero”…
Suspiré largamente, abrazándolo y escondiendo su rostro en mi cuello. No quería que viera mi expresión de confusión y… terror. Lo retuve pegado a mi mucho rato mientras mi mente volvía a funcionar. ¿Qué había hecho?… ahora si estaba completamente loco. Adamir tenía razón. Lo había visto antes que yo. Se había dado cuenta antes que yo pudiera razonarlo… antes que la lógica alcanzara mis neuronas… pasé la mano por mi rostro intentando limpiar no se qué cosa… lo alejé un poco de mi… aturdido… desconcertado…
Lo miré de arriba abajo fijándome en cada detalle de su persona.
Necesitaba comprobar…
Y entonces lo supe con toda seguridad. Sin duda alguna.
Me había enamorado perdidamente de mi esclavo.