CAPITULO 82
ADAMIR
Pasaron varios minutos en que el piloto no atinaba a moverse… no sabía que decir o hacer. Lo que sucedía era inaudito; simplemente miraba como Adamir se había desmoronado y su cuerpo se estremecía en llanto e impotencia. El piloto era un hombre mayor y sabía que a veces el silencio era la mejor forma de comunicación. Sin embargo, esa misma experiencia lo hizo ponerse en alerta cuando en medio de la lluvia y el viento escuchó el crujido de troncos y paredes. Tenía conocimientos sobre el clima y esto no pintaba nada bien.
Su dormitorio, junto a los de los demás amos, estaba en un edificio alargado, bonito y cómodo, rodeado de árboles añosos pero nada seguro para estas condiciones
-. Señor, el viento sube de intensidad– dijo tocándole el hombro y lamentando interrumpir pero percatándose que el clima se volvía una emergencia
El roce detuvo el movimiento del cuerpo de Adamir. alzó el rostro para mirarlo pero solo duró breves segundos; las ampolletas pestañearon un par de veces y luego se apagaron, dejándolos en completa oscuridad y con el creciente rugido del temporal cada vez peor.
Adamir se levantó. Estaba aplastado por la falta de Max pero la amenazante realidad no podía ignorarse.
-. Hay que salir de aquí – dijo el amo recuperando la voz y activando su sentido de supervivencia.
El piloto, hombre preparado, encendió una linterna. Justo cuando iban saliendo se escuchó un ruido muy fuerte, como si algo muy grande hubiera caído sobre parte del edificio
-. Creo que debemos apurarnos – había alarma en la voz del piloto que intentaba alumbrar hacia donde habían escuchado el ruido pero solo había oscuridad y lluvia
-. Hay que llegar al sótano de la sala de esclavos! – gritó Adamir pensando en el mejor lugar para protegerse.
Avanzaron con dificultad; el viento había aumentado de intensidad y hacía difícil caminar. Unas cuantas sombras que escapaban de la destrucción del árbol surgieron de la oscuridad atraídos por la linterna. Eran amos y guardias asustados. Caminaron juntos los largos metros que los separaban del edificio de la sala de esclavos que era la construcción más firme de toda la isla. Peleando cada paso contra la inclemencia, lograron llegar. Una vez dentro, alguien activó las luces de emergencia y pudieron por fin verse las caras nerviosas y alterados.
-. Están cayendo los árboles!- gritó uno de los hombres.
-. Es un maldito huracán – dijo otro
-. ¿Dónde están los chicos?- preguntó uno de los amos alarmado, mirando a Adamir. Era Joel, el amo más joven de la isla. Había cinco niños en la isla, cada uno encerrado en una de las habitaciones de esclavos
– Voy por ellos – decidió el joven amo, que corrió sin esperar respuesta ni autorización.
La situación era un verdadero caos, el sonido exterior se volvía terrorífico; ya no solo era el viento sino objetos que arrastraba y que golpeaban, chocando contra las paredes externa. Los vidrios de las ventanas vibraban muy fuerte amenazando con no resistir el embate del viento y, en medio de aquello, se escuchaban gritos cada vez que la puerta de la sala era golpeada con urgencia por otros amos, personal del comedor o guardias que buscaban refugio atraídos por las únicas luces en toda la isla; algunos de ellos habían sido alcanzados por ramas u otros elementos y tenían cortes y golpes menores. El personal de la cocina llegó llorando y aterrado, exhibiendo heridas en diversas partes del cuerpo; contaron a gritos que el viento había destrozado las ventanas del comedor lanzando vidrios y escombros contra ellos; se habían salvado de milagro.
Había ya alrededor de quince personas en la sala, todos mojados y con señales de pánico; cada vez que la puerta se abría para dejar entrar o salir a alguien, el viento tronaba hacia el interior provocando nuevos gritos y aumentando el nerviosismo. Finalmente una de las ventanas de la sala de esclavos cedió y los vidrios estallaron hacia el interior.
-. Debemos bajar! En las salas del sótano estaremos protegidos – Adamir hizo escuchar su voz
Varios comenzaron a bajar de inmediato
-. Donde está la señora Cellis?! – preguntó alguien a gritos viendo que una de las mujeres de la cocina tenía un feo corte en la frente y sangraba mucho.
Adamir hizo un gesto de preocupación; recordó que la mujer se había roto algo, no recordaba qué específicamente, pero no podía caminar. ¿Qué había pasado con el ayudante de la mujer? ¿Por qué no habían venido?
-. Hay que traerla. No puede caminar. Está herida – dijo en voz alta.
Se miraron entre ellos. ¿Quién sería el valiente que arriesgaría su vida para ayudarla?
-. Iré por ella – dijo Adamir sintiendo que todas las miradas convergían sobre su persona. Era el amo mayor. El responsable de todos ellos y aunque estuviera enojado con la mujer no podía negarle su ayuda.
-. Voy con usted – dijo el piloto tomando la linterna y preparándose para salir.
Solo un par de pasos fuera de la protección de la sala y ya no alcanzaban a ver nada. Se sujetaron de lo que encontraban a mano y que no había sido destruido. Cada paso era un desafío y el piloto se preocupaba de alumbrar bien hacia todos lados antes de moverse; no solo los pasillos que conectaban las construcciones estaban dañados sino que los objetos volando alrededor de ellos podían significar peligrosos proyectiles. Por el ruido podían deducir que el viento estaba llevándose los techos. No se habían alejado más de angustiosos treinta pasos cuando escucharon llantos y gritos histéricos. Joel intentaba sujetar a los cinco niños y avanzar con ellos. En sus brazos portaba a uno que estaba herido. Algo en el instinto más básico de Adamir lo obligó a acercarse y ayudarlo. Los chicos, semi desnudos, lloraban y chillaban aterrados intentando colgarse de Joel para no caer a causa del viento y era imposible calmarlos. Adamir tomó firme a dos de ellos por las manos. Intentó gritarles para ordenarles que se calmaran pero su voz se perdía en el viento y la lluvia. Todos estaban empapados y aterrados. Por medio de señas, los tres adultos emprendieron el regreso a la sala levantando a los chicos que caían debido al viento y a su propio miedo.
-. LLévalos abajo – ordenó Adamir gritando por sobre el llanterío cuando entraron a la sala. Joel asintió y partió con los niños por la escalera
Adamir y el piloto se miraron apremiados y sin decir palabra, volvieron a emprender la peligrosa misión bajando por el camino hacia el edificio de la enfermería, ubicado en el extremo más bajo de las instalaciones, casi a nivel del mar. En condiciones normales, tomaba tres o cuatro minutos caminar desde la sala de esclavos hasta allá. Quince minutos después y varios metros antes de la enfermería, Adamir y el piloto dejaron de pisar sobre suelo firme. Se miraron alarmados. El nivel del agua crecía impulsado por el viento. Avanzaron unos cuantos pasos hasta que el agua les llegó a las rodillas y seguía subiendo.
-. Debemos volver – gritó el piloto tomando a Adamir del brazo – Está subiendo muy rápido
El amo tuvo unos cuantos segundos de duda… el agua alcanzaba sus muslos
-. No podemos llegar hasta ellos!!
-. Volvamos – dijo Adamir pensando en todos quienes se habían refugiado confiados en la sala de esclavos. Si el agua llegaba hasta ese edificio, el sótano se convertiría en una trampa mortal.
Corrieron a ciegas, arriesgándose. No era posible orientarse así es que Adamir seguía el haz de luz que marcaba el piloto. La situación era grave pero él ponía atención a su seguridad. Si algo le pasaba ¿Qué sería de Max?.
Bajaron jadeando las escaleras
-. Debemos salir de aquí… el agua está subiendo, se va a inundar
Todas las miradas eran de miedo e iban directas hacia él. Solo quedaba un lugar más alto y resistente; uno que estaba prohibido para todos ellos
-. Nos refugiaremos en mi casa! – gritó Adamir.
La tormenta azotó con furia durante horas.
En total, había veinte personas en total refugiadas en el cómodo sótano de la casa de Adamir. El piloto y Joel habían curado a los heridos y calmado a los más aterrados. Sin duda la enfermera era el caso más grave pero también estaba la mujer de la cocina con un corte que no paraba de sangrar en su cabeza vendada y uno de los pequeños esclavos que había recibido un fuerte golpe al caer parte de una pared sobre él. Joel había buscado entre las ruinas hasta encontrarlo.
Cuando Adamir tuvo la certeza de que no había nada más que pudiera hacer, se deslizó despacio por la escalera hacia su casa. Torpemente, se dirigió al cuarto donde había estado Max. Con el alma encogida de angustia y la alarma por los vidrios que vibranban estrepitosamente, Adamir recolectó de prisa la mayoría de las cosas que eran de Max; sacó la ropa del closet y todos los objetos que el chico había dejado. Era importante para él resguardarlos del peligro. A Max le gustaban tanto y sin duda iba a querer tenerlas cuando regresara. Se dirigió hacia su escritorio y abrió la enorme caja fuerte empotrada en la sólida pared. Acomodó todo dentro, de manera desordenada. Tenía que protegerlos. Solo en ese momento recordó el dinero que había recibido de los compradores y buscando los sobres, lo puso junto con los objetos de Max. Se movía con rapidez preocupado del momento en que su casa comenzara a sufrir el ataque de la naturaleza pero no podía evitar pensar… ¿Habría afectado también a la ciudad?… ¿Estaría bien Max? ¿Cuánto tiempo iba a durar? Dios! tenía que terminar pronto. Necesitaba ir a buscarlo…
-. Necesitamos agua y comida! – Joel lo sorprendió asustándolo – y ropa seca si tiene– agregó el joven
Adamir no tuvo ni tiempo para gastar en molestarse; más bien se recriminó mentalmente que no se le hubiera ocurrido todo eso antes a él mismo.
Las primeras ventanas cedieron antes que pudieran sacar todas las ridículas provisiones de la despensa; caros productos de cocktail, chocolates finos, bebidas y jugos de fantasía, licores, etc.
-. Son las ventanas del cuarto de Max!! – se angustió Adamir
-. No hay tiempo que perder. Debemos bajar ya
El viento se colaba hacia la cocina…
A desgana, pensando en que su casa quedaba a merced de la furia de la naturaleza, Adamir tomó las bolsas y siguió a Joel hacía su propio sótano.
Fueron horas de mucha angustia e incertidumbre para los habitantes de la isla mientras esperaban sin saber cuánto duraría la locura del clima. Ninguno recordaba una situación igual con anterioridad.
Muchos de los que se encontraban en el sótano dormitaban luego del desgaste emocional. Adamir estaba despierto pero con su mente muy lejos de la isla y todo lo que allí pasaba. Tal parecía que su caos interno superaba a la tormenta. El estrepitoso sonido de la destrucción externa se asemejaba a lo que sentía por dentro. ¿Dónde estaba Max? ¿Cómo había sido Exequiel capaz de venderlo? ¿A quién se lo había entregado? ¿Se había ido Max sin protestar? Recordaba perfectamente el día en que le había dicho a Exequiel que Max no se vendía ni se tocaba. Hervía de furia con tanta fuerza como el temporal. Lo encontraría… Primero a Max y luego a Exequiel y lo iba a matar con sus propias manos. Le había entregado a Max a otro hombre… apretó cada fibra nerviosa de su cuerpo… Más le valía a ese comprador no tocar a Max. El solo pensamiento le revolvía el estómago de coraje. El maldito viento tenía que terminar pronto. Se mantenía en un rincón, con la mirada fija y la impaciencia volviéndolo loco.
-. Tiene que descansar, señor – le habló el piloto, única persona que entendía el verdadero estado de ánimo del amo
Adamir asintió sin responder. El hombre tenía razón. Necesitaría de todas sus fuerzas cuando el temporal cesara y pudiera ir en busca de Max.
Horas después, dormitaba a ratos y se despertaba exaltado con el fuerte ruido, buscando a su alrededor solo para darse cuenta que no había sido una pesadilla sino la cruda realidad. Max no estaba con él y volvía a doler y a enrabiarse.
Finalmente, al cabo de un tiempo que pareció eterno, el ruido exterior se calmó.
Adamir fue el primero en subir. Las nubes se despejaban viajando de prisa y el sol alumbraba en el cielo como si nada hubiera pasado y era factible verlo desde lo que había sido su oficina ya que faltaba gran parte del techo. Toda su casa era un caos. Avanzó aturdido entre los restos del desastre, poniendo atención a los objetos cortantes o peligrosos. La caja fuerte estaba donde mismo cubierta por restos de madera y escombros de lo que fueran sus muebles
-. Oh Por Dios!
Detrás de él habían subido Joel, el piloto y algunos otros de los hombres que miraban alrededor con igual estupefacción.
Solo quedaban partes de su casa… todas las paredes con ventanales habían desaparecido y lo que permanencia en pie había sido estropeado por el viento, la lluvia, las ramas y escombros. Torpemente, demasiado atontado por la increíble realidad, Adamir se dirigió a lo que había sido el cuarto de Max cuidando de no caer en los agujeros del piso. No había terraza ni ventanales, la pared había sido arrancada de cuajo por el viento y el resto estaba destrozado. Los muebles, en su mayor parte destruidos, se encontraban amontonados contra un costado formando una curiosa torre. Era imposible distinguir ahí lo que alguna vez fue el hermoso dormitorio blanco con azul de Max. Adamir sintió que le faltaba el aire, como si lo hubieran golpeado. Max no estaba ni tampoco el dormitorio. Abrió la boca pero no encontró palabras…
-. Debemos buscar a los que faltan – dijo Joel pensando en la enfermera, el ayudante, uno de los amos y dos guardias que no habían estado con ellos.
Al salir fuera de la casa lo primero que notaron fue que se habían salvado por poco; Las marcas de la inundación llegaban tan solo unos metros más abajo en que el agua había socavado la elevación sobre la que estaba su casa. El paisaje había cambiado dramáticamente. Destrucción hacia donde miraran.
Caminaron cautelosos. El nivel del agua había retrocedido pero había dejado una estela de barro húmedo y pegajoso en todo el recinto. Los corredores de madera que conectaban las construcciones se habían derrumbado como así mismo el comedor y gran parte de los dormitorios de esclavos. Buscarían entre lo que quedaba en pie de los dormitorios de amos y luego irían a la enfermería cuya silueta se veía dañada.
El primer cuerpo apareció enredado entre las ramas del árbol que primero cayó sobre los dormitorios. El amo faltante no había alcanzado a escapar. No era primera vez que Adamir veía una persona sin vida pero el impacto lo atrapó de manera diferente.
-. Oh Dios… Allí hay otro – gritó alguien más atrás
Apenas se lograba distinguir parte del cuerpo de un guardia que yacía de espaldas entre barro y escombro en el área socavada
Adamir sentía el peso de los acontecimientos caer sobre él… Cada paso le iba costando un poco más a medida que se materializaban las evidencias de lo sucedido.
-. Tenemos que sacarlos – dijo con la voz temblorosa
Entre los restos derrumbados de la enfermería encontraron a la señora Cellis. Cuando pudieron llegar a ella se dieron cuenta que estaba fría y cubierta de lodo pero aún respiraba. Rescatarla se convirtió en la prioridad del momento. Sus piernas estaban parcialmente rotas y era una bendición que la mujer no estuviera consciente.
Establecieron el centro de operaciones en la parte alta de la sala de esclavos. Hasta el momento no habían encontrado indicios del ayudante de la enfermera ni del guardia desaparecido
-. No tenemos forma de comunicarnos con tierra firme – dictaminó el piloto horas después. Ni la pista ni el avión estaban en condiciones operativas, la línea de teléfonos estaba muerta, el teléfono satelital se había dañado y eso agotaba sus recursos de comunicación
-. No sabemos qué pasó en el continente – murmuró bajo el piloto dando a entender su gran preocupación
-. Vendrán en nuestra ayuda – indicó Adamir tratando de recordar cuando correspondía la llegada del barco de provisiones.
-. El barco vendrá en cinco días – informó la encargada de la cocina
Adamir asintió comprendiendo. Cinco días era demasiad tiempo. Necesitaban atención médica urgente para la enfermera y los demás heridos; había pocas provisiones y agua para todos ellos y aunque el sol había vuelto a brillar en el cielo, su calor no alcanzaba a calentar el espíritu de quienes habían sobrevivido a la tragedia. Y él… Dios no! Él no podía esperar cinco días para buscar y traer de vuelta a Max.
MAXIMILIAN
Max abrió los ojos de golpe, asustado por un sonido fuerte y cercano que era desconocido. Se sentó de golpe en la cama y sintió una tela extraña bajo sus manos… desconocía todo… ¿qué cama era? ¿Dónde estaba? Se quitó bruscamente el pelo de los ojos y entonces se dio cuenta… levantó las manos en el aire… no estaba esposado ni atado, podía moverse a gusto. Las vendas que lucía en las heridas de sus muñecas eran nuevas como también lo era la ropa que vestía; un chándal celeste muy claro… ¿cómo había llegado a su cuerpo? ¿Quién se lo había puesto?
Bajó los pies de la cama, único mueble de la habitación, y observó desconfiado alrededor. Era un cuarto de proporciones extrañas, largo y angosto, con un techo muy alto, una puerta cerrada y una única ventana alargada muy arriba en la pared por la que entraba algo de sol. En una de las paredes había una pequeña repisa y sobre ella un televisor y un control remoto. Dio unos cuantos pasos examinando. Un gesto amargo se pintó en su cara al descubrir lo que buscaba, disimulado cerca de la lámpara en el techo.
-. ¿Dónde estoy? – Preguntó calmado a la cámara que pestañeaba indicando que estaba funcionando – Por favor, dígame dónde estoy – repitió mirándola directamente por varios segundos.
No hubo respuesta.
Max bajó los hombros resignándose al silencio. La cámara no iba a responderle. No quería alterarse, solo quería un poco de información, saber cómo había llegado a donde fuera que estuviera. Dio vueltas observando en espera de alguna indicación. Max era muy sensible al tacto por lo que se dio cuenta de que sus pies tocaban una alfombra suave y esponjosa. Se agachó para comprobarlo… indudablemente era nueva y se sentía agradable… era como la alfombra que Adamir tenía en el cuarto donde lo había.. OH!! ¿Estaba con Adamir??!! A él le gustaban las alfombras finas y…
El ruido que lo había despertado volvió a repetirse interrumpiendo sus pensamientos y esta vez pudo identificarlo. Saltó de prisa sobre la cama y miró hacia la ventana: ahí cerca alcanzaba a verlas revoloteando en el aire! Había gaviotas volando y graznando. Muchas gaviotas… en la isla no había gaviotas… ¿Dónde estaba?
El brusco salto hizo que su torso doliera y se dejó caer lentamente sobre la cama levantando su ropa para ver qué le dolía. Tenía una gruesa marca rojiza atravesándole el pecho… ¿cómo se la había hecho…? OH! En un destello mental tuvo la imagen de Exequiel descargando su furia contra él con un cinturón… El desgraciado de Exequiel lo había golpeado, en el cuarto , con otra persona… sintió una nueva puntada en la cabeza y se llevó la mano a la frente… Demonios… Recordaba cosas pero no estaba seguro de que era real y que no. ¿Exequiel lo había vendido? ¿Había un hombre bajo y callado en el cuarto?… Dios no!!! ¿Otro loco se creía su dueño ahora? ¿Todo de nuevo?? Se llevó la otra mano a la frente para apaciguar las puntadas de dolor y acomodó la cabeza sobre la almohada. Era suave y fresca. Cerró los ojos. Necesitaba ordenar sus pensamientos.
No estaba en la isla…
Se detuvo a pensar cómo podía saberlo con tanta seguridad.
La respuesta le llegó en los sonidos que escuchaba y que lo hicieron abrir los ojos de golpe nuevamente: Por todos los santos!!! Eran vehículos, bocinas, calles, tránsito… era un sonido tenue, distante, pero lo reconocía. Estaba en una ciudad!! ¿Con quién? ¿Qué ciudad y qué país? Max se movió y fijó la vista en las nubes de la ventana durante varios minutos. Ya sabía otra cosa. No había movimiento ni balanceo. Estaba en tierra firme y no en un barco ¿De quién era esta casa?
Un sonido diferente lo alertó. Una ventana rectangular en el centro de la puerta del cuarto se abrió. Max se exaltó y olvidando su cabeza se puso de pie a la defensiva. No sabía que esperar.
Por el pequeño hueco alcanzaba a distinguir una silueta oscura que empujaba una bandeja que se sostenía sobre una saliente alargada de la puerta. Max miraba expectante
Tan de prisa como la habían abierto, la ventana en la puerta fue cerrada
-. No! NO! Espereeee, por favor
Corrió hacia la puerta pero ya era tarde.
-. Por favor ¿Dónde estoy?
Max golpeó la apertura e intentó volver a abrirla rasgando con las uñas pero estaba tan bien hecha que era casi imposible verla y mucho menos abrirla.
-. Solo quiero saber donde estoy… y con quien… – dijo despacio sintiendo que perdía fuerza.
Dejó escapar el aire desilusionado y prestó atención a lo que le habían dejado en la bandeja. Una primorosa bandeja con una botella, un sandwich y un pequeño sobre blanco.
Max miró hacia la cámara… todo parecía inofensivo… en verdad tenía hambre y sed… pero…
Levantó la bandeja y avanzó con ella hasta la cama. Tomó el sobre y lo abrió. Un papel doblado y un pequeño envase metálico de medicina cayeron en su mano. Contenía una pastilla blanca que Max miró intrigado. Leyó lo que estaba escrito con letras de impresora
“Esa pastilla te ayudará con el dolor”
Frunció las cejas y pestañeó varias veces mirando la pastilla y la cámara. O sea, había alguien observándolo y se había dado cuenta de que le dolía la cabeza y el torso. Ja! Estaba loco si pensaba que iba a tomársela. Si se iban a aprovechar de él quería al menos estar consciente para defenderse. Devolvió la pastilla a la bandeja y aprovechó de revisar su contenido. Levantó una ceja al ver el envase sellado de coca cola y un sándwich de… mierda!!! Un sándwich de atún con frescas hojas verdes de lechuga, pepinillos y mayonesa… se relamió los labios por instinto y tuvo que luchar para evitar la tentación de agarrarlo y morderlo. Con el dolor de cabeza aumentado por las ansias de probar aquello y sintiéndose frustrado y enojado, Max levantó la bandeja en el aire para arrojarla pero se detuvo… iba a estropear la alfombra y era tan suave… todo el cuarto era limpio, nuevo y ordenado. La devolvió a la saliente de la puerta y se dirigió hacia la cámara para gritarle de cerca
-. No voy a comer nada hasta que me diga donde estoy y porque. Tengo derecho a saber!!
Se dejo caer agotado sobre la cama haciéndose un ovillo. Le latía la frente y le dolían los ojos y el cuello. Sí tenía derecho aunque Adamir se lo negara. Era una persona y no un esclavo!!! Malditos todos los medicamentos que le había puesto esa vieja bruja y maldito ese sándwich que se veía delicioso y la coca cola y la puta hambre que tenía… Malditos todos!!! El dolor de cabeza aumentaba.
-. Tengo derecho… – murmuró muy bajito y con la voz completamente quebrada
Se cubrió la cabeza con una de las almohadas. Nadie lo iba a ver llorar de nuevo.
MIKI
Heinrich no volvió a dirigirle la palabra a Miki hasta que llegaron a su casa casi al final del día, luego de un viaje en helicóptero hasta el yate, varias horas en el mar y finalmente, en un vehículo que los esperaba en el puerto para llevarlos a su casa.
Miki permanecía en el lugar que le indicaban, intentando hacerse invisible y se preguntaba si tal vez Heinrich estaba desilusionado de él puesto que no lo miraba ni le prestaba atención. Sin embrago, él si tenía ojos para observar a su nuevo amo: Le gustaba el porte regio e imponente de Heinrich; es verdad que era mayor pero bajo la ropa de buena clase se adivinaban músculos firmes y formas atractivas. Hablaba con seguridad y era obedecido de inmediato. Tenía una voz calmada y segura y sus movimientos eran acompasados. Tenía manos grandes y hombros amplios, un rostro muy diferente a los que acostumbraba ver en su país; no había nada de pálido o delicado en el rostro de Heinrich: Mandíbula cuadrada y fuerte, nariz recta, ojos azules intensos bajo cejas arqueadas, la piel levemente tostada y lisa. Miki se quedó pegado bastantes minutos en el brillo que emitían los botones del puño de su camisa blanca, la costura de los zapatos y el tenue brillo de la seda en su camisa. Le agradaba todo lo que veía mirando de reojo… le gustaba su nuevo dueño.
Solo en el momento en que llegaron a su casa, Heinrich le dirigió la palabra a Miki
-. Ve a ducharte y prepararte
Miki escuchó en silencio y sin entender qué exactamente se esperaba de él ni hacia dónde tenía que ir. Heinrich desapareció subiendo de prisa los escalones que conducían a una gran puerta doble, seguido de varios hombres. Él se quedó cerca del vehículo, en el centro de un gran patio rodeado por una enorme casa de estilo alemán con cuidados macizos de flores y arbustos, fuentes, faroles y estatuas. Todo era elegante y hermoso. Miki estaba muy nervioso pero no quería ser un problema ni desilusionar a su nuevo amo. Iba a preguntar respetuosamente al chofer cuando un hombre joven, vestido provocativamente y con un mechón de pelo rubio cubriéndole la mitad del rostro, bajó por la escalera y se acercó a él. Era delgado, elástico en sus movimientos y más alto que Miki. El recién llegado lo miró de arriba abajo con cierta altanería antes de decir
-. Ven conmigo
Miki se preguntó si había escuchado correctamente pero a través de los gestos entendió que debía seguir al joven. Caminaron por el patio, cruzaron pasillos y puertas. Finalmente descendieron una corta escalera
-. Este es tu cuarto, ahora – dijo el joven abriendo la puerta e indicándole que entrara. Un dormitorio cuadrado con amoblado muy simple.
-. Encontraras en el baño todo lo que necesitas
El joven lo había seguido dentro del cuarto y parecía no tener intenciones de salir
-. Disculpe señor ¿Qué debo hacer?
Miki mantuvo la cabeza baja y por eso no pudo ver cuando el joven rodó los ojos con un gesto de impaciencia
-. Ducharte, lavarte, limpiarte por todos lados, ¿entiendes?
Miki levantó los ojos para mirarlo y sintió caliente el rubor en sus mejillas
-. Si, señor
-. No me llames, señor. Solo tengo un par de años más que tú y aquí el único señor es el amo.
El joven tomó asiento sobre la única silla del cuarto, cruzó una pierna sobre la otra y se dispuso a esperar
-. ¿Cómo debo llamar usted?
-. Puedes decirme Lanz, aunque el amo me llama Lanzi
La boca de Miki se abrió sin querer
-. ¿Vienes de la isla? – preguntó Lanz acomodándose en la silla
-. ¿Conoce la isla?!!
Miki sabía que era mala educación responder con otra pregunta pero estaba tan sorprendido que no pudo contenerse
-. Si, claro. Estuve allá más de un año hasta que el amo me trajo a su casa.
Lanz alzó los hombros para restarle importancia al asunto, no era algo que quisiera recordar, pero Miki tenía mil preguntas que hacer… Era difícil creer que ese joven tan apuesto, seguro y bien vestido hubiera sido alguna vez un chico de la isla como él o los otros
-. Deberías apurarte. Al amo no le gusta esperar
Lanz subió una ceja para reforzar su comentario
-. Dāngrán – respondió Miki yendo de prisa hacia el baño en el cuarto
-. Ay no! Yo que tú no haría eso – advirtió Lanz en tono dramático
MIki se detuvo inmediatamente y se dio vuelta a mirar al joven ¿Qué había hecho?
-. No hables en tu idioma raro. Al amo no le va a gustar no entender lo que dices.
-. Oh! Me perdona, por favor. Yo no volveré a hacer. Gracias.
Miki agradeció la advertencia y acompañó sus palabras con una pequeña reverencia. No sabía porque había hablado en su idioma. Quizás porque estaba muy nervioso y su cerebro respondió en lo que le era más conocido.
-. ¿Qué haces?
Para Lanz fue extraña la reverencia del nuevo esclavo. Él era el más antiguo de los chicos de la casa y se había ganado la confianza del amo Heinrich quien le permitía ciertas libertades y le encargaba algunos deberes. Le tocaba siempre recibir a los nuevos y enseñarles las costumbres y preferencias del amo. Lanz se había acostumbrado a ver chicos nerviosos y asustados en su primer día. Este chico de exquisita belleza y fina educación era diferente al resto y lo sacaba de su esquema.
-. Lo lamento, señ… Lanz. Iré al baño ahora.
MIki entró al cuarto de baño y de una mirada rápida se ubicó. Sobre el mesón estaba el equipo completo que necesitaba para limpiarse por dentro y por fuera. Juntó la puerta pero al instante la sintió abrirse y la voz de Lanz
-. Aha… nada de puertas cerradas
A Miki se le encogió el estómago… Lo había hecho muchas veces desde que el amo Exequiel le enseñara a limpiarse pero nunca frente a nadie más que no fuera él…
-. Vamos! ¿Qué esperas?
Lanz lo apuraba desde la puerta y Miki se había quedado como atorado, pegado al piso, consumido por la creciente vergüenza. A pesar de todo lo vivido, era en extremo pudoroso.
Tragó fuerte y comenzó a quitarse la ropa. Estaba de espaldas pero sabía que Lanz estaba observándolo
-. Aséate bien. El amo es exigente
Era incómodo realizar una limpieza tan íntima con Lanz al lado de la puerta abierta pero Miki no se detuvo y repitió todos los pasos dos veces para estar doblemente seguro.
-. ¿Quién te preparó en la isla? – preguntó Lanz que había vuelto a la silla, sin importarle aumentar el nerviosismo de Miki
-. El amo Exequiel
-. No lo llames así! – protestó Lanz -. Ahora el único a quien puedes llamar amo es al amo Heinrich
Miki apretó los labios, las preguntas casi se le escapaba de la boca… ¿Cómo es el amo Heinrich? ¿Qué le gusta y le disgusta?… ¿Cómo debo ser con él para agradarle? Pero la actitud de Lanz no era abierta ni amistosa. Honestamente, Lanz no parecía un esclavo sometido.
-. ¿Quién enseñó a usted? – preguntó Miki.
Lanz demoró la respuesta intencionalmente por dos razones: uno, no le gustaba recordar al maldito de Santiago y el horror de las agujas; Aún le producía terror ver una aguja cerca de él y agradecía mucho que el amo Heinrich no hubiera descubierto su temor hacia esos objetos afilados en los cuatro años que llevaba viviendo en esta casa. Estaba seguro que si lo supiera, el amo Heinrich lo usaría contra él sin dudarlo y disfrutaría enormemente cada uno de sus gritos… arrugó la nariz al recordar cómo había gozado Santiago de su miedo. Así es que Lanz lo mantenía tan callado que no se lo confesaba ni a sí mismo. Y en segundo lugar… en maldito segundo lugar, Lanz había torcido la boca y afilado los ojos al ver a Miki desnudo. El mocoso tenía piel de seda y terciopelo y su cuerpo parecía haber sido esculpido a mano por algún artista maravilloso… si hasta se movía con delicadeza para limpiarse. Era un deleite mirarlo… y eso era un peligro inminente para él. El amo nunca había traído a casa a un asiático y este espécimen era detestablemente hermoso y perfecto, tan suave y sumiso, diferente a todos los anteriores. Lanz decidió de inmediato que no le gustaba. No quería a nadie que amenazara su lugar.
-. Se llamaba Frank pero se fue el mismo año que yo me vine a esta casa
Lanz había inventado esa historia hacía tiempo, cuando el segundo de los chicos llegó de la isla y preguntó. Ninguno conocía a Frank porque no existía y su secreto estaba a salvo. A Santiago lo conocía todos ellos y por lo tanto sabían también de las agujas.
-. ¿Ya terminaste? – lo apuró
-. Si. Solo falta me visto ropa.
Lanz lo miró y alzó los ojos con impaciencia como si Miki hubiera dicho una estupidez. Le alcanzó una bata blanca que se cerraba con un cordón.
-. Jamás te presentas vestido con el amo.
Miki asintió. «Jamás vestido» Tenía que recordar eso.
Se puso la bata y ató el cordón mientras seguía a Lanz por una serie de pasillos y puertas cerradas.
SANTIAGO.
La lenta sucesión de días era gris e interminable. Santiago no tenía idea si llevaba una semana o un mes asistiendo diariamente a los astilleros ni tampoco le importaba. El tiempo se había convertido en un accesorio obligatorio que debía cumplir para poder alejarse de todo, antes de comenzar otra vida en un nuevo país. Cada día era una rutina idéntica al anterior y al que vendría. No se fijaba si llovía o el sol calentaba en lo alto. Nada le importaba. Cumplía con lo que le ordenaban de manera eficiente y solitaria, automático. No conversaba con nadie. Al principio, algunos de los operarios intentaron acercarse e incluirlo pero Santiago se mantenía frío y distante. No tenía nada en común con esos hombres ni buscaba divertirse o hacer amigos. En un resquicio de su mente se había hecho a la idea de que su sufrimiento era la única conexión que tenía con Matías y no estaba dispuesto a perderlo.
Nazir lo visitaba de vez en cuando y lo felicitaba por su progreso.
-. Si sigues aprendiendo así de rápido muy pronto voy a enviarte donde quieres.
Se suponía eran buenas noticias. Él mismo había impuesto esa condición y Nazir iba a cumplirla, pero Santiago no respondía y aceptaba en silencio las nuevas responsabilidades que el supervisor le daba por órdenes directas de Nazir.
Al caer la tarde, en la soledad de su cuarto, justo antes de caer aturdido por los medicamentos que lo ayudaban a dormir, se miraba las manos y sentía que por fin estaban aprendiendo a hacer algo que no fuera causar dolor…
Dolor…
La sola palabra evocaba en él sensaciones de vértigo y electricidad. Un calor violento lo sacudía de pies a cabeza y le dejaba el cuerpo en llamas recordándole que era hombre, que su cuerpo mejoraba y que tenía carencias que podía cumplir con solo salir a la calle y buscarlo.
No podía.
No debía.
No quería.
Era impensable hacerlo. El recuerdo de Mati lo abrumaba. Aun no se sentía suficientemente fuerte como para dedicarse a pensarlo con calma. Estaba consciente de que su sacrificio al renunciar a Matías era lo mejor para el chico… pero se derrumbaba cada vez que la dulce sonrisa de su niño aparecía en un recuerdo… No era capaz de evocar sus gemidos o la maravillosa forma en que le había ofrecido su dolor, el sonido de su voz, la forma en que se movía. Santiago se echó la pastilla a la boca y la tragó con un vaso de agua. Aún era demasiado temprano para dormirse pero no podía hacerse esto a sí mismo. Pensar en Matías era una tortura. El sicólogo decía que debía aprender a vivir nuevamente con sus heridas y buscar otras formas de distracción… ¿Qué demonios podía saber ese payaso?!!! Nazir lo había enviado con alguien que entendía sobre el BDSM y trataba a diario con pacientes que presentaban problemas vinculados… pero Santiago estaba desilusionado. No quería hablar de Matías ni de nada relacionado con su niño. Eso era suyo y de nadie más. Lo único que quería con urgencia era una píldora mágica que le permitiera dejar de extrañar a Mati y que ya no doliera como si le arrancaran la piel lentamente… Su niño precioso… su dulce masoquista… Estaba con Clara… ¿Qué estaría haciendo a esta hora el único amor de su vida?
Apretó los ojos con fuerza reteniendo las lágrimas que intentaban escurrir por los costados. Bendita pastilla. Comenzaba a hacer efecto en solo minutos…
MATIAS.
Matías había encontrado un nuevo motivo para sufrir: era el chico más atrasado de su clase y eso lo avergonzaba fácilmente. Muchas veces le tomaba bastante tiempo y estudio, entender la materia que explicaba el profesor. No bastaba con las horas de enseñanza que Clara pacientemente le dedicaba ni con todas las veces que estudia con Tobías; Mati tenía años de retraso en la escuela respecto de los otros chicos. Lo bueno era que los profesores lo alentaban para que se pusiera al día y a veces, lo calificaban de manera especial. Clara había hablado con ellos y les había dado excusas justificables de su retraso.
Pero nada de eso era suficiente y Matías se lamentaba por su retraso y lo convertía en una causa visible para su sufrimiento, en la explicación fácil que resultaba creíble para todos los demás. No es que hubiera olvidado la causa real de todo su sufrir, pero al menos esta resultaba simple de entender para todos.
-. Matías, estudiamos juntos en la tarde. Las matemáticas son fáciles… son puros números nomás. Te vamos a explicar todo, si?
Tobías y su amigo Jairo lo habían adoptado y entre juegos de video, la tele, futbol en el patio, hamburguesas y bromas, le ayudaban a estudiar y lo trataban de poner al día en todas las carencias de conocimientos que Mati tenía en todo aspecto. Solo una vez alguien en la clase se burló de él y no resultó nada bien para el infortunado alumno que no tuvo en consideración que los dos chicos más grandes y fuertes del curso eran amigos y protectores de Matías
-. Si vuelves a molestarlo te parto la cabeza – amenazó Tobías levantando al chico del cuello y aplastándolo contra la pared durante el recreo
-. Te metes con él y te metes con nosotros – recalcó Jairo con una sonrisa de arrogancia de sus 13 años
Desde entonces nadie molestaba a Matías. Pero no era necesario tampoco. Él se sentía bastante mal sin necesidad de que los chicos se lo hicieran notar.
Santiago estaba en su pensamiento en todo momento, especialmente cuando vagaba por la playa y tocaba el agua del mar. Se quedaba con la mirada perdida en el horizonte hasta que la tarde se volvía noche y Clara llegaba a buscarlo.
Su relación con Clara estaba en un buen punto; Matías había vuelto a conversar con ella aunque solo de temas generales; Clara entendía que Santiago y todo lo relacionado era aún un asunto intocable y Matías se cerraba y alejaba cada vez que el tema se presentaba. Clara esperaba con paciencia. Respetaba la privacidad que Matías había impuesto
-. Yo me encargo de mi cuarto – le dijo el día que la vio escoba en mano queriendo limpiar su habitación.
-. Yo puedo hacerlo – ofreció ella sonriente
Matías la miró afligido
-. Prefiero hacerlo yo – pidió muy despacio pensando en que era muy cuidadoso al deshacerse de las agujas pero tal vez alguna podía quedar rezagada.
Clara lo miró sintiendo nuevamente que los secretos de Matías eran un peso enorme para que los cargara solo un adolescente tan chico… a veces lo veía tan triste y carente de algo impreciso… ¿qué quería su hijo? ¿cuándo por fin confiaría en ella? ¿Qué necesitaba para descargar en ella el dolor que portaba? Porque a Clara no le cabía duda que Matías sufría y ella quería ayudar.
-. Está bien. Tú te encargaras de ello, entonces.
Y desde entonces, cada día antes de desayunar, Matías dejaba su cuarto impecable. Cientos de veces Clara se había detenido en la puerta de entrada al dormitorio… Podía revisar los cajones, buscar entre la ropa, bajo el colchón o entre los libros… podía buscar en todas partes hasta encontrar alguna pista… pero no le serviría de nada porque con ello no conseguiría que Matías le contara y terminaría perdiendo la confianza que estaban construyendo. Así es que suspiraba con pesar, daba media vuelta y no tocaba nada. Ya llegaría el día en que su hijo le abriera el corazón. Esperaba con ansias.
-. Tenemos que estudiar en mi casa – dijo Jairo – Estoy castigado y no me dejan salir
-. ¿Y qué hiciste ahora? – preguntó Tobías riendo.
-. Mi papá se enoja por todo, ya sabes cómo es
Jairo era un buen chico. Al igual que Tobías sus notas no eran las mejores, pero sobresalía en los deportes y tenía buen corazón. Su familia, sin embargo, y en especial su padre, era muy exigente y en ocasiones había llegado a castigarlo con violencia por alguna mala nota o desobediencia.
-. Está bien. Nos iremos a tu casa después de comer –aceptaron los chicos.
A mitad de la tarde, Tobías pasó a buscar a Mati.
-. Buenas tardes, maestra – saludo Tobías que se había acostumbrado a la dulzura de clara y le gustaban las clases con ella – Hoy vamos a estudiar en la casa de Jairo.
La noticia había sido una novedad para Clara cuando Matías lo comentó mientras almorzaban. Se alegró de que conociera nuevos chicos y familias y su círculo de amistades se ampliara
-. Bien. No vuelvan muy tarde
-. No, maestra
Tobías y Mati emprendieron el camino cerro arriba. La casa de Jairo estaba un poco lejos de las de ellos.
-. Wow! ¿Esta es su casa? – dijo Matías evidentemente impresionado por el cuidado jardín y la casa grande rodeada de terrazas
-. El papá de Jairo es el agente del banco – Tobías repitió la explicación que siempre escuchaba. A decir verdad y a pesar de que eran amigos de muchos años, al padre de Jairo lo conocía poco y lo veía en raras ocasiones. Rara vez se encontraba en la casa y siempre tenía mucho trabajo. Le caía mejor su mamá que era una señora muy simple que cocinaba cosas deliciosas. Esperaba que hubiera hecho algo rico para ellos ahora.
-. Adelante chicos – dijo la mujer que abrió la puerta – le diré a Jairo que ya llegaron
Esperaron en la zona de entrada. Tobías conocía la casa por lo que el asombro de Matías le causaba risa
-. Es una casa enorme – murmuró Mati mirando a todos lados y con ganas de salir de allí. No se sentía cómodo.
-. Nah… he visto otras más grandes – se jactó Tobías
Una de las puertas cerca de ellos se abrió dando paso a un hombre adulto, vestido formalmente, pelo oscuro bien cortado y lentes delante de ojos castaños de mirada penetrante. Con el rostro grave los miró de arriba abajo hasta que reconoció.
-. Ah! Tobías ¿Cómo está tu familia?
Mati supuso que se encontraban frente al padre de Jairo. El hombre no impresionaba por su físico pues era de tamaño y contextura promedio sino por su gravedad y señorío. Mati lo vio acercarse, el hombre caminaba y se movía con seguridad, hablaba con confianza y hacía notar su presencia. Era de esas personas imponentes que no pueden ser ignoradas cuando entran a un lugar.
-. Todos bien señor. ¿Y usted?
Se notaba la sorpresa y el respeto en la voz de Tobías.
-. Muy bien, gracias.
Cuando el papá de Jairo estuvo cerca, prestó atención a Matías. El corto intercambio de miradas tuvo un efecto fulminante en el menor. Comenzó a sudar… Lo hizo sentir pequeño, ínfimo… una manchita temblorosa de nada en medio de su casa…
-. ¿Y tú eres…? – preguntó el hombre con repentino interés
Matías no era capaz de responder. Se le había secado la boca y sus labios estaban sellados. No podía hablar… estaba viendo en ese hombre el tipo de mirada y actitud que conocía bien… autoridad, dominación, control, poder.
-. Él es Matías. Es nuevo en la escuela. Ahora es nuestro amigo – aclaró Tobías con aire de sabelotodo – Venimos a estudiar
Matías sentía ondas eléctricas en su cuerpo… algo vibraba en su interior y no era capaz de sostener la mirada fija de aquel hombre. Parecía como si con una simple mirada él se hubiera internado en su mente y descubierto sus secretos más íntimos
-. Matías – El hombre se detuvo frente a él y repitió su nombre con intencional lentitud… saboreando el efecto que sabía estaba produciendo en el menor… como si esperara algo…
-. Soy Santino, el papá de Jairo.
Los músculos de Mati respondieron sin darle tiempo a pensar, las rodillas le flaquearon y Matías quiso hacer lo único que sabía hacer muy bien
-. Mati!! ¿Qué te pasa??!
La voz de Jairo llegando lo despertó del momento hipnótico en el que había entrado. Se detuvo un segundo antes de caer arrodillado frente al adulto. Quedó inmóvil, sin saber qué hacer. Aturdido, Mati levantó la vista y se encontró con los ojos de Santino. No había una gota de asombro en la mirada de aquel hombre… su mirar más bien sugería que estaba esperando a que Matías terminara de caer de rodillas frente a él.
Mati quedó a medio camino al suelo, sin saber qué hacer ni decir… El cerebro apagado y completamente en blanco.
-. Hey! ¿Te sientes bien? – Tobías lo tomó del brazo y lo ayudo a ponerse de pie
-. ¿Te duele algo? – preguntó Jairo ayudando también
-. Yo… Estoy bien – dijo Mati poniendo ambos pies firme sobre el suelo y deshaciéndose del contacto de sus amigos. Aun no soportaba bien ser tocado por otras personas
-. ¿Estás seguro? Casi te caes… – Tobías se sentía responsable de Matías por ser más alto y fuerte
-. Si. Estoy bien – repitió Mati en un susurro
-. Bien. Vamos a mi cuarto entonces
Los chicos avanzaron por el pasillo. Matías iba con ellos pero antes de desaparecer tenía que darse vuelta y mirar atrás… tenía que comprobar que no estaba demente
Santino lo esperaba sin haberse movido. No hubo sonrisa ni amabilidad en el gesto que le devolvió sino la actitud soberbia de quien entiende y se sabe dueño de la situación.
Matías bajo la vista y agacho la cabeza. Era lo que sintió correspondía hacer. Dudó antes de girarse y caminar detrás de sus amigos… como si debiera pedir autorización…
“Él sabe” – pensó Matías sintiéndose desnudo y examinado – “Él sabe” – se repitió temblando. No tenía ninguna confirmación más que su intuición y el corto intercambio de miradas, pero estaba seguro.
ADAMIR
La enfermera Cellis volvió a perder la consciencia luego de unos minutos de agudo dolor. Fue un alivio para todos ya que los gritos desgarrados de la mujer cuando recobraba el conocimiento los alteraban a todos. Nadie entendía cómo seguía con vida luego de que sus piernas hubieran quedado rotas y con parte de los huesos al aire. Se los habían amarrado con mucha fuerza, hasta volver la piel morada, para evitar el desangramiento, pero la muerte parecía inevitable. No había medicinas disponibles. Todo en la enfermería había quedado cubierto de lodo. La agonía ya duraba horas y todos se preguntaban cuando iba a terminar.
La segunda noche los encontró a todos agotados. Habían rescatado los cuerpos y revisado lo que quedaba en busca de alimentos y protección. El panorama era muy malo. Se acomodaron lo mejor posible para dormir en la sala que compartían. Los niños despertaban gritando y con pesadillas; la señora Cellis otro tanto. Algunos no aguantaban la tensión y se arriesgaron a salir al exterior.
Al amanecer, el piloto salió afuera y encendió un cigarrillo. No era su costumbre fumar pero bajo las circunstancias, un cigarro era un lujo que no podía despreciar.
-. No aguantaremos cuatro días más
Adamir también había abandonado la sala común para sentarse sobre los restos de una terraza a ver nacer un nuevo día
-. No sé qué podemos hacer – declaró con honestidad y un toque de desesperación. Había pensado en todas las formas posibles de comunicación con tierra pero no dio con ninguna. Sus opciones no solo eran limitadas por la falta de medios en la isla sino también por quienes serían los posibles receptores de su mensaje. No era factible pedir ayuda a organismos oficiales como policía o bomberos… ¿cómo explicaba qué hacían allí y la responsabilidad de los muertos y desaparecidos? Adamir había dormido apenas. La falta de Max y pensar en lo que podía estar sucediendo con él lo estaba volviendo loco. No bastaba con la emergencia que tenía entre manos… Max seguía siendo una prioridad y enloquecía hasta desear golpearse contra una pared al tener las manos atadas y no poder correr en su busca. ¿Por qué nunca había pensado en tener radios de onda corta? ¿o una lancha rápida escondida? ¿o más teléfonos satelitales? ¿Por qué nunca pensó en una emergencia como esta? Se recriminaba y enojaba por su falta de previsión… pero nunca antes habían tenido una emergencia tan grave. Esta lección le serviría para el futuro. Nunca volvería a permitirse estar tan aislados en la isla. Si tuviera una lancha rápida ya tendría a Max de vuelta… Dios!! no quería pensar en que alguien lo tocara… alguien que se creía su dueño y con derechos sobre él. Maldito Exequiel
-. Voy a matarlo
Solo después de escucharlas se dio cuenta que había hablado en voz alta. El piloto aspiró el cigarro y arrojo el humo el lentas exhalaciones
-. Usted quiere a ese chico
-. Es mío! El maldito de Exequiel sabía que no debía venderlo. Él no era un esclavo para la venta!!
Adamir sabía que el piloto no era la mejor persona con quien desahogar su frustración y rabia pero no podía contenerse. Estaba ahogándose en un mar de emociones.
-. Sí, pero usted está interesado en él, ¿no? Yo los vi juntos – declaró el hombre
Adamir escuchó las palabras y le sonaron extrañas. Max era su esclavo personal. Al fin había encontrado uno que solo fuera para él. Por supuesto que estaba interesado en quedárselo!!!… sin embargo, le cupo la duda de que la intención del piloto fuera indicar eso
-. ¿Nos viste juntos?
-. En la ciudad, en el avión – aclaró – Usted era diferente cuando estaba con él. Se veía alegre y mas…
-. ¿Más qué?
-. Más humano. Se veía tranquilo
Si. Eso era verdad y lo tenía claro. Max le proporcionaba tranquilidad y alegría… Max significaba muchas cosas y ahora que no estaba todo se volvía un caos… mira nada más lo que había pasado en la isla justo después que él se fuera!!! Lo necesitaba y tenía que traerlo!!!
Adamir iba a contestarle pero su atención se distrajo al escuchar un sonido en la distancia.
-. ¿Escuchas eso? – preguntó buscando la confirmación
en el cielo
No solo lo escuchaba él sino que el piloto también se movió buscando. Sonaba como un… helicóptero…
-. Allí!! Allí está!!! – Adamir casi gritaba.
En la claridad del amanecer ambos vieron un pequeño punto de esperanza que se acercaba a la isla desde el mar.
🙊🙉🙉🙉🙊😨😨😨
No la intriga😵😵
Hola Hanna! Ya pronto sabremos la respuesta a todas las interrogantes!.
Gracias! <3
Wooooou de tantas cosas que siento no 👎 ir donde empezar. De alguna manera me entristece que la isla haya sido devastada por el huracán. Y mi pobre Adamir, lo siento tanto por él 😭😭😭😭😭😭 no mse gusta verlo tan triste.
Y luego Max sufriendo en ese lugar extraño 😔☹️. Miky me tiene con los nervios de punta, ese lanz no me agrada pero me sorprendió que subamo haya sido Santiago, creo que por el trato que le dio a Mati para mi era siempre inofensivo incluso en sus peores momentos.
Miky… se fuerte hijo. Tu puedes con la esto y mucho más.
Matiiii huye de ese hombre…. no por favor, que nadie más te toque.
Adamir… estas en mi corazón. Se que ahora todo es gris y tengo la certeza de que se pondrá peor, deseo en los más hondo de mi corazón volverte a ver feliz con Max.
Nanita, me encanto el capítulo. Lo ameeee ❤️❤️❤️❤️