Despertarse de madrugada, ducharse de prisa, evitando mirar y ser visto, limpiar y dejar ordenado. Una hora de ejercicios antes del desayuno. Luego clases de instrucción, almuerzo, más instrucciones y finalmente una hora de libertad antes de irse a dormir. Durante esa hora el celular volvía a sus manos. Pasaron varios días antes que Raimundo decidiera usarlo para algo más que jugar. Se alejó del resto saliendo al patio y buscó un lugar solitario bajo un árbol para llamar a su mamá. Había visto ya varias escenas de soldados llorando mientras hablaban con sus familias. Extrañaban sus hogares y algunos deseaban volver. Él no quería dar un espectáculo. No sabía qué tanto podía doler escuchar la voz de su mamá… pero tendría presente el rostro de su padre en caso de que sintiera que extrañaba su casa.
Marisa respondió al primer timbrazo. Se notaba su voz emocionada. Raimundo no pudo controlar la emoción. No se había dado cuenta de lo mucho que extrañaba a su mamá, su hermana, sus cosas, la comodidad de tener todo…
-. Estoy bien, mamá.
No mentía del todo. Habría preferido estar en otra parte, ojalá donde nadie le gritara y lo dejaran dormir a horarios normales, pero hasta ahora, nada había sido insoportable. Su casa tampoco era el lugar donde quería estar.
-. Tu padre te envía cariños – dijo ella al despedirse.
Él no envió saludos ni cariño de vuelta
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Félix seguía pegado a él y Raimundo lentamente se acostumbraba a su presencia y conversación. Sabía bien cómo podía deshacerse de él con uno de los tantos gestos y actitudes que había aprendido con años de práctica… pero Felix era un chico inocente y buena persona… además, era el único que le hablaba además de los oficiales y sus interminables gritos e instrucciones. Le gustaba así. No quería entablar conversación ni saber de la vida del resto de los soldados de su grupo. No le interesaba. Raimundo pensaba que, si no fuera por la imposibilidad de practicar su deporte favorito, todo estaba resultando demasiado fácil. Desde levantarse temprano hasta aprenderse el nombre de cada parte de un fusil o trotar por largo rato en el patio. Casi era decepcionante la falta de exigencia que encontraba en lo que hacían. Los únicos momentos del día que presentaba dificultad para él eran los que pasaban en el comedor. ¡Dios!! Como extrañaba una hamburguesa con papas fritas y coca cola… o una pizza. Rara vez podía con todo lo que le servían, pero se esforzaba. No quería volver a ser el centro de un llamado de atención.
–. ¡Ah, aquí estas! Mi abuelo te manda saludos – dijo Félix acercándose
-. ¿Tu abuelo? Pero si ni me conoce – respondió Rai con su habitual falta de sociabilidad
-. Yo le conté sobre ti
A Félix no parecía importarle la actitud huraña de Raimundo.
-. Somos compañeros y eso es importante. Estamos sirviendo juntos a nuestro país.
El chico llevaba el deber patriótico por dentro. Por primera vez en los días que llevaba dentro del regimiento, Raimundo esbozó una leve sonrisa. Había algo en el entusiasmo de Félix que era contagioso.
-. Si… eso estamos haciendo – respondió pensando que él estaba allí exclusivamente porque su padre quería deshacerse de él.
-. ¿Tú querías ser soldado? Porque yo estaba ansioso – preguntó Félix dándole una larga explicación de cómo él había esperado mucho tiempo hasta cumplir la edad necesaria y se presentó de voluntario. Él estaba cumpliendo un sueño
Raimundo emitió un sonido por respuesta. No era ni un si ni un no, era simplemente un ruido para llenar el silencio. ¿Soldado? ¿Él? Ja! No había dedicado un segundo de su vida a pensarlo.
-. ¿Vamos a estudiar de nuevo las instrucciones?
Félix no esperó a que Raimundo contestara. Partió seguro de que él estaría de acuerdo con estudiar nuevamente algo que le había tomado solo dos minutos aprender.
En su otra vida, la que tenía hasta hace unos días atrás, jamás se habría fijado ni acercado a alguien como Félix ni cualquiera de los soldados que formaban su grupo. Ninguno de ellos pertenecía a su círculo social. Vivían todos en la misma ciudad, pero en diferentes niveles.
Rai se encogió de hombros… solo eran diferentes los rostros, pero él siempre había sido el diferente de cada grupo en que había estado.
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Las semanas de instrucción pasaron y terminaron muy rápido. Raimundo se había destacado en varias de las tareas que les habían asignado, lideraba su grupo de manera natural, cuando se trataba de competir con el resto por terminar primero los ejercicios o tareas encomendadas. No se sentía particularmente orgulloso porque sabía que él podía más. Su educación y preparación le servían ahora.
-. Este fin de semana podrán visitar a sus familias- anunció el sargento – Deben estar de vuelta el domingo a las 1900 horas. El lunes serán asignados a las unidades donde prestarán el resto del tiempo de servicio
-. ¡Ojalá nos toque juntos! – dijo Félix arreglando su mochila para partir de visita con su familia
Raimundo asintió, aunque tenía la cabeza en otra parte. ¿Qué iba a hacer durante el fin de semana? No le estaba permitido quedarse en el regimiento y no pensaba ni remotamente asomarse por la casa de sus padres.
Avanzó con el grupo fuera de las puertas del regimiento. Todos tenían prisa menos él. Muy pronto estuvo solo caminando por calles desconocidas y sin haber decidido aún que haría con su fin de semana de libertad. ¿Juntarse con sus amigos?… No. ¿Cuáles amigos? En realidad, eran muchos, pero a la vez ninguno. Quizás todos eran conocidos nada más. No tenía un amigo verdadero ni nunca lo había deseado. La cercanía extrema con otra persona le parecía peligrosa, significaba intimidad y compartir; dos cosas para las cuales él no estaba preparado.
Oscurecía y seguía vagando por calles que no le eran familiares. Se detuvo. Una última revisión a sus ganas de ver a su madre y hermana… pero significaba ver a su padre y hermano también. Decidido, llamó un Uber en su teléfono. Aún tenía la tarjeta de crédito que su mamá le había dado. Pasaría el fin de semana solo en un hotel y comería todas las pizzas y hamburguesas que su estómago pudiera resistir. Correría a las plazas y edificios cercanos y daría rienda suelta a los saltos y volteretas para escalar hasta el cansancio.
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El lunes, justo después del desayuno, un oficial fue informando a cada uno el lugar donde cumplirían el resto del tiempo de servicio.
Raimundo nunca había escuchado hablar del Regimiento de Montaña Ventisquero, pero si reconocía la ciudad dónde lo habían enviado
-. ¡Voy al norte! ¿tú, también?
Félix lo estaba esperando ansioso. La mayoría de ellos iban al norte. Raimundo meneó la cabeza, negando. Félix bajó los hombros, decepcionado y esperó a que Raimundo le contara
-. Voy al extremo sur – dijo sin detenerse.
Ahora si estaba perplejo. Había estado en el extremo sur del país y era hermoso… si uno iba de turista a un hotel de cinco estrellas y calefaccionado. Pasar dos años en un regimiento de montaña aislado, congelado y cerca del fin del mundo, no era lo que esperaba.
Esa tarde volvió a sentir ganas de llamar a su mamá. Mal que mal, tenía que informarle de su nuevo paradero. No resultó una conversación fácil. Marisa reaccionó sorprendida y preocupada
-. ¡Pero eso queda muy distante!!
-. No es mi decisión, mamá. Me envían allá
-. ¿Por qué tan lejos?
-. No me dan muchas explicaciones, mamá. ¡Esto el ejército!
-. Pero hijo…
-. Dicen que mis estudios de ingeniería pueden servir allá
-. ¿Cuándo tienes que partir?
-. En un par de días
-. ¿Y no vendrás a vernos antes?
Sonaba desesperada y triste
-. No puedo salir.
Le remordió la conciencia recordando su estadía solitaria en el hotel
-. Bien. Entonces, te llevaré ropa abrigada y una chaqueta resistente al frío. ¿Qué más puedes a necesitar?
-. Mamá, no puedo usar nada que no sea parte del uniforme
Se produjo entonces un momento de silencio, cargado de emoción. Raimundo odiaba esos momentos que lo ponían a prueba.
-. Tengo que cortar – dijo alterado
-. Rai ¿Me llamarás más a menudo?
¡Demonios! No le gustaba cuando su mamá lloraba
-. Si, mamá. Te voy a llamar
-. Le diré a Abi que le mandas un beso
No. No podía quebrarse. Eliminó la imagen de su hermana y mamá de su mente y fijó la vista en lo que estaba frente a el
-. Si. Dile por favor que le mando un beso y que… que … ya me tengo que ir. Adiós, mamá.
Cerca de él, la mayoría de los jóvenes soldados pasaban comentando su nuevo destino. Casi todos estaban sonrientes y entusiasmados. Rai no quería escucharlos. Él no estaba feliz. En mala hora había informado sobre sus estudios de ingeniería. ¿Qué demonios podría hacer él? ¡Apenas había ido a clases!!!
-. ¡Vamos! vas a llegar tarde – dijo Félix pasando de prisa por su lado.
Ese lunes, a punto de terminar su instrucción básica en el regimiento, Raimundo se ganó su primer castigo por llegar tarde al ejercicio. Sin embargo, al caer la noche, estaba agradecido por el gasto extra de energía que tuvo que hacer. No tenía ganas de escuchar los comentarios entusiasmados de los otros soldados que discutían sus destinaciones. Se había cansado al punto que se durmió apenas puso la cabeza sobre la almohada.
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Viajó en uno de los aviones de transportes del ejército junto a otros soldados que no conocía. De reojo, notaba las infaltables miradas de admiración que se posaban sobre él, aunque nadie le dijo nada. Él era un paria… quizás todos, inconscientemente, podían percibirlo. En total eran 25 jóvenes los que descendieron del avión y se acomodaron en un camión rumbo al regimiento. Raimundo, al igual que la mayoría de los otros soldados, aprovechó el momento en que estaban solos en el transporte y envió un breve mensaje a su mamá para decirle que había llegado y estaba bien. Soplaba un viento helado que lo obligó a ponerse la chaqueta que le habían entregado como parte del nuevo uniforme. Por el breve espacio que quedaba libre, Raimundo vio el paisaje que lo esperaba: extensas planicies cubiertas de hierbas altas, mecidas por el viento, escasos árboles, terreno accidentado y cerros antes de las montañas cubiertas de nieves eternas. No parecía un paisaje amigable. ¿Qué diablos iba a hacer él ahí durante dos años?
El regimiento estaba ubicado en las afueras de la ciudad. Un espacio amplio, lleno de construcciones y mucho movimiento. Allí los recibió un oficial que les dio la bienvenida y las primeras instrucciones. En el comedor recibieron alimentos. Se miraban unos a otros… algunos conversaban entre ellos, pero nadie le hablaba a Raimundo. Terminado el horario de comida, se presentó un sargento que fue llamando el nombre de cada soldado y asignándoles un camarote en la cuadra. Todos desaparecieron. Raimundo no fue llamado y quedó solo con el sargento
-. Soldado Lariarte– dijo leyendo su nombre en el uniforme y buscando en sus papeles – Usted va al Puesto de avanzada. Venga conmigo.
-. Si, sargento – respondió confundido
Raimundo quería preguntar más. No sabía de qué hablaba el sargento, pero no parecía amigable. ¿Por qué no se quedaba con los otros soldados?
-. Espere cerca del vehículo que está allí – indico el sargento – Es la camioneta del capitán Ahumada. Vendrá en cualquier momento. Él está a cargo del puesto de avanzada.
Espere… ¿Qué es el puesto de avanzada? ¿Por qué no me quedo aquí con el resto? ¡Oiga!! ¡Dígame dónde voy!!! Gritaba en silencio ya que el sargento se había marchado y lo había dejado sólo
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Raimundo, con su bolso colgando descuidadamente de un hombro se quedó esperando cerca del vehículo. Alrededor, la vida del regimiento continuaba. Todos tenían algo que hacer excepto él, que tenía órdenes de esperar. No era bueno para eso. Nunca había cultivado la paciencia. Al cabo de unos minutos, se subió el cuello de la gruesa chaqueta verde oscuro de camuflaje. Maldito frío. Tampoco era bueno para soportar el clima helado. Definitivamente prefería las playas del caribe donde habían pasado las vacaciones en más de una oportunidad con su familia. ¡Ufa!… el caribe parecía otro planeta en estos momentos. Aunque era primavera, hacía frío. Su piel empalideció, sus labios enrojecieron y sus ojos grises resaltaban más que nunca. Comenzó a caminar ida y vuelta para no congelarse. ¿Adónde lo mandaban? ¿Quién era el capitán que esperaba y por qué diablos lo estaba esperando? Deseaba que le hubieran dado más información, pero estaba en el ejército, un lugar donde se obedecía sin preguntar y no se cuestionaban las decisiones de los superiores. Además, ya había llegado tan lejos de la que fuera su casa y ciudad, de todo lo que conocía y había dejado atrás. Daba lo mismo donde fuera a parar, ¿no?
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