Capitulo cinco

CONOCIENDO AL ENEMIGO.

El Capitán Fernando Ahumada, recientemente ascendido, había llegado al Regimiento de Montaña Ventisqueros, en el extremo Sur, como teniente, hacía ya casi dos años. Ostentaba con orgullo la mayor antigüedad de su clase. Tenía un historial intachable como uniformado; era perfeccionista, disciplinado y riguroso. Todos los oficiales de mayor rango con quienes había trabajado solo tenían palabras elogiosas para hablar de él. Su personalidad autoritaria era también capaz de aguantar las órdenes impartidas por un superior y llevarlas a cabo con la mayor eficiencia. Su aspecto físico a los 31 años era imponente; alto, fuerte, piel curtida por el viento y el frío de la zona, pelo castaño de corte militar que hacia juego con un par de ojos castaño oscuro, penetrantes y, normalmente, muy serios, nariz recta, cejas perfiladas y mandíbula cuadrada. Lo que más resaltaba en él era la seguridad natural con que siempre actuaba y ejecutaba sus tareas. Hasta su forma de caminar y moverse era confiada y llamativa; pisaba firme, el mentón levantado y los brazos y piernas largas se balanceaban con precisión.  Daba la impresión de que el capitán jamás dudaba, sabía qué hacer en cada ocasión y siempre, siempre, esperaba que se le obedeciera sin cuestionar. No por nada le había tomado tiempo y esfuerzo reunir a su unidad, el grupo de hombres que trabajaban con él; no aceptaba flojera, cuestionamiento de sus órdenes y, mucho menos, que alguien desobedeciera sus instrucciones.

Había sido criado para obtener esa preparación y forma de actuar.

Provenía de una familia de clase media con un historial de servicio en las diferentes ramas armadas; padre, hermanos, primos, tíos y tías servían al país en diferentes zonas y cargos. Se había criado entre uniformes, armas, himnos de guerra y camaradería de oficiales. En su casa, los juegos con sus hermanos mayores siempre consistían en batallas, luchas cuerpo a cuerpo o enfrentamientos de voluntades, muchas veces bajo la estricta supervisión de su padre. El perdedor quedaba desacreditado y perdía puntos ante la familia. Ganar, tener todo bajo control y saber aprovechar cada oportunidad estaba embebido desde niño en la mente del capitán. Pocas veces había tenido la oportunidad de desarrollar lazos de amistad con otros jóvenes de su edad ya fuera porque su espíritu controlador molestaba al resto o hacían que él no se sintiera a gusto cerca de gente desordenada y licenciosa o porque los destinos de su familia eran cortos en cada ciudad y debían mudarse constantemente. Fernando jamás pensó en un camino diferente al que veía diariamente en sus familiares. Le acomodaba. Se adaptaba a su personalidad. Le gustaba el orden y la disciplina que la vida militar le ofrecía, además de la oportunidad de desarrollar sus capacidades como estratega y líder.   Su única duda fue que rama debía elegir: aviador, marino, policía… El peso de la elección decantó por el ejército porque pensó que allí sería donde tendría mejor oportunidad de demostrar sus habilidades, que no eran menores. Ayudaba a su padre y hermanos a limpiar y ensamblar sus armas desde niño; a los doce años ya había comenzado a practicar tiro en un polígono y actualmente, su puntería era excelente. A los 15 años sabía la historia militar del país, la ubicación de cada regimiento y entendía a la perfección cómo funcionaba el sistema de jerarquía, mandos y ordenes en el complicado sistema del ejército. Tenía un talento innato para liderar situaciones y controlar problemas que le había valido las felicitaciones de sus superiores en numerosas ocasiones. El Capitán Fernando ahumada era el tipo de oficial que cualquier comandante de regimiento deseaba tener entre su personal. Por ello, dos años atrás, se le había encargado una importante misión para resguardar y proteger un área cercana a la frontera del país.  El puesto de Avanzada y la unidad a su cargo estaba situado a 80 kilómetros hacia la cordillera en el territorio extremo sur del país. Era un territorio casi virgen, donde él y su personal trabajaban bajo duras condiciones climáticas. En el puesto de avanzada vivían 25 personas y todos eran de rango inferior. Bajaba al regimiento en la ciudad una o dos veces por semana para proveerse de suministros específicos, enterarse de las noticias y compartir algunos momentos con los oficiales. Cada quince días, puntualmente, hablaba por teléfono con su familia, aunque el tipo de conversación más parecía un informe de acontecimientos que una llamada cariñosa. En realidad, los amaba, pero no era parte de su personalidad demostrar afecto.

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Ahumada jamás permanecía mucho tiempo en el regimiento de la ciudad. No le gustaba dejar solo al personal a su cargo. Necesitaba estar al pendiente de cada mínimo detalle.  No era paciente para aceptar errores. Solamente una vez al mes, generalmente un fin de semana en que paraban todas las faenas, el capitán descansaba su mente de militar y se tomaba un fin de semana libre para visitar a una familia amiga en el pueblo cercano que los habitantes, orgullosamente, llamaban ciudad. Los Carvajal eran amigos de sus padres desde hacía muchos años. Lo recibían en su casa como a un hijo y procuraban hacer que esos días fuera placentero para él. De manera principal, dejaban a Cecilia, la hija mayor del matrimonio, que se ocupara del capitán. Fernando aceptaba, como un correcto caballero, e intentaba comportarse como tal. Acompañaba a Cecilia a pasear, al cine, cenar, conversaban largamente y de vez en cuando caminaban del brazo alrededor de la plaza después de asistir a misa. Algunas noches, Cecilia se colaba en su habitación y, como adultos que eran, compartían sus cuerpos y se brindaban amor que ambos necesitaban.  Todas estas demostraciones públicas y privadas, les había valido que los habitantes del pueblo, el personal de regimiento e incluso la familia del capitán, pensaran que Cecilia y el Capitán no dudarían en anunciar pronto su noviazgo y matrimonio. Nadie dudaba de eso, incluido los padres de Cecilia. Solo era un tema de “cuando “.

Cecilia tenia rostro agradable, piel clara y ojos marrones y su pelo era una maraña rubia de rizos que costaba mantener en control. Era simpática, educada, tenía tema de conversación y estaba preparada para ser la compañera perfecta de un oficial.  No era una belleza esplendorosa, pero era una elección excelente para esposa de un oficial, sobre todo para alguien como él, que no necesitaba de una mujer con mucho carácter ni con aspiraciones liberales, sino de una mujer que lo siguiera y cumpliera con lo que se esperaba. Ella sería un punto más que añadir a su ascendente carrera. Con el grado de Capitán llegaban algunos extras que no estaban incluidos en ningún documento escrito y uno de ellos era la necesidad de encontrar esposa y mostrarse como un hombre estable y felizmente casado, planeando la formación de una familia.  Era lo que todos en el círculo social y militar esperaban.

Fernando lo había pensado cientos de veces, especialmente cuando se encontraba solo y aislado en el puesto de avanzada, el frío arreciaba y se sentía solo.  Casarse con Cecilia era el próximo paso lógico de su vida. Algunos domingos partía muy decidido a casa de los Carvajal. Hablaría con ella y oficialmente pediría permiso a sus padres para iniciar un noviazgo que no debería ser muy largo. No le cabía duda que ella lo esperaba y aceptaría de inmediato. Pero luego…  algo sucedía… al llegar a su casa y tenerla cerca, la miraba detenidamente y no era capaz de iniciar la conversación tan cuidadosamente planeada sobre el matrimonio. Cecilia no era mala sino una bellísima persona… pero… a veces se le cruzaba un pensamiento extraño… un deseo de “algo más” que no se podía explicar. ¿Era esto todo lo que cabía esperar de la vida? ¿Dónde estaban los rugidos de pasión y los sentimientos desbordantes que anunciaban los libros, películas, sus compañeros y amigos enamorados?? ¿Dónde estaba la dificultad a superar para conseguir una meta importante?… Le faltaba la pasión… el desafío… extrañaba la competencia y la lucha a la cual estaba acostumbrado. En aquellos momentos recordaba las palabras de su padre “es más valioso si tienes que sangrar para obtenerlo” Él había sangrado para sacar adelante su carrera compitiendo por ser el mejor de su clase, había sangrado para obtener el nombramiento que actualmente ostentaba, había sangrado eligiendo y desechando hombres para formar su equipo… pero Cecilia y su vida futura eran algo tan fácil y simple que parecían una estafa.

El capitán Fernando Ahumada sentía que, en ese aspecto de su vida, no estaba obteniendo de la vida todo lo que debería.

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Ese miércoles no era uno de los días en que visitaría a Cecilia. Había bajado por unos repuestos y otros encargos, necesarios para el buen funcionamiento del Campamento. El comandante del regimiento en la ciudad le había informado recién que tenía, además, que llevar a un soldado conscripto que le habían encomendado a su cargo. Brevemente, el comandante le informó que era hijo de alguien importante y que el soldado sabía algo de ingeniería y podía ser un aporte para el trabajo que estaban realizando. Cuidadosamente, evitó revelar la información adicional que calificaba al soldado como un “chico problema” al cual su padre había forzado a ingresar al servicio. No era necesario informar de eso al capitán. El comandante confiaba plenamente en la capacidad del capitán Ahumada para manejar un problema menor como este.

-. No espero que le dé un trato especial, capitán – añadió el comandante – sigue siendo un soldado conscripto y espero que le sea de ayuda

-. Entiendo, señor. Yo también lo espero.

Abandonó la oficina del comandante con la sensación de que le habían encargado el trabajo de niñero de un soldado, hijo de alguien de peso. La idea no le agradaba de manera particular. Cualquier cambio en su equipo significaba potenciales problemas y pérdida de tiempo.  Estaban realizando un verdadero trabajo allá en la cordillera y nadie tendría tiempo para cuidar a un soldado novato y malcriado. Pero el comandante se lo había ordenado y no cruzaba por su mente rechazar una orden directa.  Bien. Llevaría al soldado y se daría el trabajo de indicarle que debía hacer y cómo debía hacerlo, pero que no esperara ningún trato especial de su parte. Allí, en el puesto de avanzada, el que no trabajaba a su ritmo y control, se encontraba con serios problemas.

Con la mente predispuesta, Fernando Ahumada caminó de vuelta hacia su camioneta. Eran las cuatro de la tarde y aún tenía más de una hora de camino. Caminaba decidido, grandes zancadas, firmes, seguras, llamativo.

Vio la silueta de alguien que caminaba ida y vuelta al lado del vehículo militar. Debía ser el soldado. No alcanzaba a ver de él más que una figura delgada, completamente envuelta en la chaqueta y gorra. Se acercó sin ser visto por el soldado que caminaba en sentido contrario

-. ¡Soldado! – llamó con voz fuerte y autoritaria

Raimundo escuchó el sonido demasiado fuerte y cerca. Se volvió rápidamente y de manera automática y torpe por el frío, su mano se levantó hacia la frente para saludar al imponente militar que había hablado.

-. Soldado Lariarte, Capitán – su voz sonó temblorosa.

Correspondía que, aunque fuera con un movimiento mínimo, el capitán respondiera el saludo del soldado… pero nada había preparado a Fernando Ahumada para su reacción ante el rostro del soldado que se cuadraba en saludo militar frente a él. Durante varios confusos segundos, el capitán Ahumada sintió como si una granada hubiera explotado frente a él dejándolo herido e incapacitado… no pudo apartar su vista del rostro del soldado… nunca había visto a una persona que pareciera celestial… no sabía que podían existir ojos que tuvieran la capacidad de abrumar. Conteniendo el aliento, lo examinó de arriba abajo porque necesitaba hacerlo… comprobar si los pies del soldado estaban pegados a la tierra o flotaba. Aturdido, volvió a mirar el rostro del soldado y se encontró con un par de mejillas intensamente coloridas y una expresión de confusión que lo hizo volver bruscamente a la realidad. Pestañeó repetidas veces…

-. Deje su mochila atrás y suba a la camioneta – ordenó más bruscamente de lo necesario.

¿Qué diablos había sido eso???

Fernando Ahumada estaba molesto consigo mismo y con el chico que le había provocado una reacción tan imprevista y fuera de control. Echó a andar el vehículo sin volver a mirarlo. Sabía que tendría que hacerlo, pero estaba esperando aquietar el impacto y los pensamientos dementes que había tenido. ¿En serio había pensado en “celestial”? De soslayo, pudo distinguir que el joven soldado parecía intimidado y se mantenía encogido y callado.  Eso estaba bien. Le agradaba que no fuera un charlatán o un petulante. 

Avanzaron en silencio por varios minutos. Cuando volvió a hablar, no lo miró.

-. ¿De dónde viene, Lariarte?

-. De la capital, capitán

-. ¿Conocía esta región?

-. Si, capitán. Había estado de vacaciones con mi familia

-. El lugar donde vamos no es ninguna vacación – comentó brusco y sarcástico. Sentía la necesidad de ser duro y sancionar al soldado por lo que le había provocado – ¿Qué sabe del puesto de avanzada?

Raimundo quiso decir que sabía al menos algo… era muy estúpido responder la verdad… que no tenía idea de donde iban ni que haría

-. Me dijeron que podría ser útil por mis estudios de ingeniería, capitán

Por alguna razón, a Fernando le irritó la respuesta del soldado. Era un mocoso… una joven con cara de niño angelical que seguramente jamás había trabajado en su vida. ¿Y ahora quería ser el ingeniero de su proyecto???!!

-. Entonces, ¿Tiene título de ingeniero? – preguntó a sabiendas de que no lo tenía

-. No, capitán. Solo estudié un año – respondió Raimundo, mortificado

La respuesta y el hecho de sentirlo humillado le produjeron una enorme satisfacción al capitán. Volvió a sentirse totalmente en control de su persona y respiró a sus anchas

-. El proyecto que llevo adelante es de mucha importancia. Hay mucho trabajo por hacer. Ya veré para que puede servir

-. Si, capitán – respondió el soldado con la voz quebrada.

La garganta de Rai se estrujó en un nudo. Apretó los labios y entrelazó sus manos, apretándolas. Dirigió su vista al paisaje que iba lentamente cambiando. Se había sentido impresionado al conocer al capitán. Nada más mirarlo y escucharlo supo que estaba ante alguien diferente a todos quienes había conocido. Su nuevo superior hablaba y se movía de una manera que resultaba atractiva. Tenía ganas de agradarle… pero no estaba resultando.

El capitán Ahumada escuchó el cambio de voz y respiración del soldado. Solo por una décima de segundo se preguntó que le pasaba y por qué estaba actuando así con el recién llegado… pero lo descartó de inmediato cuando volvió a sentirse bien y encontró la explicación que necesitaba. No quería que este chico de ciudad, hijito de papá, sintiera que podía interferir en su trabajo o que recibiría algún trato preferencial. 

Pasado un rato de avance silencioso, el paisaje cambió bruscamente. Se internaban en la cordillera y se podían ver árboles cada vez más grandes e imponentes. Algunos bosques en la distancia. El camino subía y bajaba serpenteando entre los cerros. El pavimento había quedado atrás hacia varios kilómetros y recorrían un camino de tierra. En algunos sectores se volvía peligroso, pero era compensado con cascadas de agua cual velo de novias, el brillo de un río metros más abajo y pequeños manchones de nieve entre una naturaleza frondosa y salvaje. Raimundo comenzó a sentir que la belleza del horizonte penetraba en él lentamente y lo calmaba.

-. Hay 25 personas en el puesto. 26 con usted, ahora.

Fernando, ya repuesto de toda tontera, aprovechó el tiempo para explicar a Raimundo hacia dónde iba.

-. Estamos construyendo un camino en tierras vírgenes. Hay una pequeña localidad poblada por compatriotas, 20 kilómetros más arriba del puesto de avanzada. Se encuentran casi aislados y muy cerca de la frontera. Su único medio de transporte es a través del río en primavera y verano, pero en invierno quedan completamente aislados. El camino que construimos será un adelanto para ellos y reforzará nuestra soberanía.

Raimundo también se había repuesto de la injusta humillación sufrida. La novedad de lo que estaba viviendo era más interesante.  Escuchaba con agrado las explicaciones que el capitán le daba y de vez en cuando, de manera furtiva, se atrevía a mirarlo. Había algo en el rostro del oficial y en su porte que le inspiraba tranquilidad y confianza. Por fin, se enteraba de su próximo paradero. En cuestión de minutos se encontró prestando toda su atención al capitán. Le gustó el entusiasmo que demostraba al hablar del trabajo que realizaba con sus hombres; se expresaba con claridad y seguridad. Antes que Raimundo tuviera necesidad de hacer una pregunta, el capitán fue aclarando todas sus dudas

-. Tenemos maquinaria y personal especializado. Avanzamos lentamente porque el terreno es difícil y es necesario estabilizarlo. Llueve mucho en esta zona. Hay poca nieve en esta época, pero la temperatura al despertar suele rondar los 5 grados bajo cero.

La boca de Raimundo se fue abriendo lentamente…

-. La geografía de la zona es accidentada. A veces un tramo corto puede tomarnos semanas.

-. Se le entregaran elementos de protección contra el frío y para su seguridad, soldado. El trabajo puede ser riesgoso. Quiero ver que los use en todo momento. En mi puesto no se ha accidentado nadie y quiero que así continúe

-. Si, capitán

Finalmente, en el fragor del entusiasmo y ya olvidado el incidente de hacía un rato, el capitán Ahumada giró su cabeza y miró a Raimundo. Recibió la mirada clara y directa del soldado en respuesta. Nuevamente desprevenido y tomado por sorpresa… ¿Qué tenía este soldado en sus ojos? ¿en la luminosidad de su piel? ¿en ese aire de niño perdido?… Su rostro era… era… indescriptible. No se acordaba de una palabra que pudiera utilizar para describir el conjunto de piezas que formaban el rostro del soldado Lariarte. Habría querido explicarle unas cuantas cosas más… sin embargo, condujo en silencio el resto del camino. Su rostro serio y con la vista al frente.  No recordaba que alguien lo hubiera impresionado de manera tal con tan solo mirarlo. Era una soberana estupidez.

Llegaron al destino cuando ya comenzaba a oscurecer. El puesto de avanzada era un sitio amplio sobre terreno emparejado, con varias construcciones rústicas de madera y amplios galpones para maquinaria. Todo estaba cerrado con simples estacas de madera y el paisaje a los alrededores era abrumadoramente espectacular. Rai tuvo que recordar que no era un campamento de lujo para pasar unas vacaciones sino una zona de trabajo.  La nieve estaba solo a unos metros del puesto y la temperatura bajaba rápidamente al ponerse el sol. Raimundo contó 3 construcciones de tamaño mediano y una más grande. La luz que se desprendía por las ventanas de los edificios era cálida y hogareña. Por su mente pasaron imágenes de tarjetas postales. Seguramente adentro había calor. Estaba rodeado por bosques y montañas que formaban un hermoso paisaje. En la entrada, un soldado de guardia se cuadró ante el capitán para permitirle el acceso

-. Venga conmigo – dijo el capitán Ahumada poniéndose de camino hacia la construcción de mayor tamaño.

El lugar servía de cocina/comedor, sala de reuniones y para todo lo que no fuera dormir.  Había varios mesones grandes y algunos asientos tipo sofá. En una de las paredes había una chimenea rústica de piedra donde ardía un fuego enorme. Era una sala muy simple pero acogedora.

Cuando el capitán entró, todos los hombres se pusieron de pie para saludarlo.

-. Señores, este es el soldado Lariarte. Cumplirá su Servicio militar con nosotros.

Raimundo saludo nervioso a todos los presentes, unos quince hombres de diferentes edades. Si a algunos de ellos le extrañó tener un soldado en servicio militar entre ellos por primera vez no se notó… lo que si fue notorio fue la forma en que todos ellos lo observaron atentamente y con una pisca de asombro… algunos, como era usual, mantuvieron su vista sobre él más de lo necesario… sorprendidos de esa mirada gris azulosa, los rasgos delicados de su rostro y su cuerpo delgado y estilizado que se adivinaba bajo las gruesas ropas que lo cubrían

El capitán Ahumada se dio cuenta al instante. A pesar del frío exterior notó como la sangre se le calentaba en las venas. ¡Demonios! Si le había pasado a él, ¿Por qué no iba a pasarle al resto? Respiró molesto. El soldado recién llegado no había dado más que un par de pasos en el complejo y ya estaba causando problemas.  Esto requería de una acción drástica para evitar mayores inconvenientes.

-. Sígame – ordenó autoritario

Avanzaron entre los hombres hasta una puerta al fondo de la sala. Al cruzarla se encontraron con la cocina del recinto.

-. ¡Sánchez! – llamó el capitán a un hombre mayor que se encontraba entre ollas, preparando la cena – Aquí tiene al soldado Lariarte. Será su nuevo ayudante en la cocina. Explíquele el funcionamiento del Puesto.

Acto seguido, Fernando Ahumada dio media vuelta y cerró la puerta un poco más fuerte de lo necesario. No disminuyó el apuro de sus pasos

-. Teniente, descarguen los repuestos y el resto de las cosas que traje

-. De inmediato, capitán – respondió un joven que se puso en movimiento al instante.

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