Capítulo seis

Normalmente, cuando el capitán Ahumada bajaba al pueblo, lo primero que hacía al volver era conversar con los encargados y pedir cuentas del avance diario o las tareas que había encomendado. Se sentaba con ellos y, luego de la conversación, cenaban todos juntos. A veces pasaban un rato de camaradería o proyectaban alguna de las películas que alguien tenía grabadas en un computador, aprovechando las pocas horas de energía eléctrica que el generador les proveía.  El atardecer era la hora para relajarse y compartir antes de retirarse a dormir.  La vida en el puesto era dura y tenía horarios estrictos, no solo por el trabajo que realizaban sino también por el frío permanente, la falta de electricidad y la dificultad de las comunicaciones.

Ese día, Fernando no se detuvo a conversar con nadie, sino que continuó caminando hasta que llegó a una de las construcciones que correspondía a su vivienda en el campamento. Al igual que el resto, era una construcción simple y cálida, hecha con madera de la zona. Estaba dividida en dos secciones; al entrar había un escritorio, una caja fuerte, teléfono satelital, mapas en un muro y todo lo necesario para que efectuara su trabajo; detrás, cruzando una puerta, estaba su área privada. Un dormitorio que constaba de una cama, un sillón, una mesa de noche y tras una pared, estaba el lujo de su propio baño con una tina. Hasta allí era donde se dirigía con tanta prisa. Se detuvo frente al lavamanos, echó a correr el agua que salió casi congelada y se lavó abundantemente el rostro. Dejó que el agua corriera por su cara hasta que sus dedos y mejillas comenzaron a helarse. Con la toalla aun en la mano, volvió al dormitorio y se quedó de pie en el medio… posición firme y cejas fruncidas.

No le gustaba.

Definitivamente el comandante le había dado una orden que debía cumplir, pero no le gustaba.

Ese soldado… ese chico iba a traerle problemas.

Ese soldado… ese chico iba a traerle problemas. Lo sabía. Podía sentirlo en su sangre y en su mente. ¿Qué era lo que tenía? ¿Por qué todos lo miraban? ¿Qué les había pasado en el comedor que se quedaron como idiotas sobre él? No es como si nunca antes hubieran visto una persona de ojos claros… por otra parte, ¿Qué demonios estaba haciendo el soldado en su campamento?  Nunca, desde que iniciaran las obras, les habían enviado un conscripto en Servicio Militar. ¡Este no era un sitio para cuidar mocosos!!! ¡Menos uno como ese que tenía… que tenía…  lo que fuera que tuviera para distraer a todo el mundo!!! El chico traería problemas. Lo llevaba escrito en la frente y en esos ojos…

Dio un par de pasos hasta quedar de cara a la ventana que mostraba el comedor iluminado. Detrás de esas paredes se encontraba el soldado.

Fernando movió la cabeza de lado a lado. No toleraba que alguien de su personal causara problemas; significaba una distracción innecesaria que acarreaba atrasos. Pues bien, había tomado una decisión. Con o sin sus estudios de ingeniería, el soldado Lariarte pasaría su tiempo en la cocina, detrás de las puertas donde nadie lo viera y menos él. No quería verlo ni tenerlo cerca, pero lo mantendría vigilado.

RAIMUNDO

Desconcertado era una palabra que solo describía a medias lo que Raimundo sentía en ese momento. Durante el viaje al puesto de avanzada se había alcanzado a sentir feliz de formar parte de un grupo de hombres que trabajaban en algo interesante y de tener por superior a un hombre que parecía digno de respeto además de… ¡gallardo!  ¡Si! Esa era la palabra que lo describía. Enérgico y gallardo. No recordaba haber usado esa palabra nunca antes en su vida ni mucho menos haber conocido a alguien a quien pudiera aplicarla. Ciertamente, el oficial que dirigía el campamento no era común y corriente. Eso había quedado claro desde el principio, cuando fue incómodo estar en el vehículo con él. Sin embargo, después se había sentido bien y le gustó escucharlo hablar del trabajo y de la zona. Pero, en cuanto entraron al comedor y conoció al resto del personal, el capitán había cambiado en 180 grados y parecía otra persona. ¿Qué había pasado? ¿Algo que hizo él? ¿Qué? De pronto fue como si se hubiera convertido en una molestia y el capitán deseara deshacerse de él en un santiamén y dejarlo en la cocina con ese señor gordito y sudoroso que lo miraba casi tan sorprendido como él mismo.

El suboficial Sánchez, encargado de la alimentación en el campamento, estaba gratamente impresionado de tener un nuevo ayudante. Solo eran él y otro soldado, López, quienes preparaban alimentos y mantenían el orden y funcionamiento del lugar.

-. Puedes quedarte con tu teléfono – le dijo mientras Raimundo dejaba su mochila donde le indicaban – aunque aquí no hay señal, pero te advierto que te lo quitaré y echaré a la basura si te sorprendo usándolo mientras estás trabajando. ¿has comprendido?

¡Dios!! ¿No tenían señal???!! ¿De que servía entonces??¿cómo iba a comunicarse con el resto del mundo?

– Sí, señor

-. Dormirás acá atrás con nosotros. Debes agradecerlo – le decía el hombre a Raimundo – la cocina a leña esta prendida día y noche por lo que este dormitorio esta siempre temperado. Nos levantamos a las 5, primero que todo el resto, para preparar los desayunos…

Con detalle, Sánchez fue explicando a Raimundo sus nuevos deberes que consistían, principalmente, en cocinar y limpiar. Dos cosas que no había hecho nunca en su vida.

-. Supongo que sabes cocinar bien – preguntó el suboficial leyéndole el pensamiento

-. No, señor. No sé cocinar

Sánchez se volvió a mirarlo, manos en jarra

-. ¿Y qué haces aquí entonces?

-. Yo… no sé… yo… no elegí venir… me dijeron que mis estudios… -titubeaba más de lo normal y su mirada parecía perdida. ¿Qué iba a hacer en una cocina? ¿Para esto había pasado semanas de instrucción en un regimiento? ¿Para qué le habían enseñado a usar un arma? ¿Para cocinar??? Estaba tan confundido que no atinaba a pensar con claridad

-. ¿Qué estudios, soldado? – preguntó Sánchez impaciente

-. Estudié ingeniería, señor

Las cejas de Sánchez se elevaron y miró a Raimundo con otros ojos.

-. ¡Válgame, Dios! Ahora serás ingeniero de la cocina – respondió riendo – Más vale que dejes tus cosas en este cuarto y te laves de prisa. Debemos servir la cena en 15 minutos.

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Desastre… Si. Desastre podía utilizarse para referirse a la primera experiencia de Raimundo en la cocina del campamento.

Pásame los platos” “Sirve las papas” “Dos fuentes más” “eso lleva pimienta” “No, en esa fuente no” “¡No! El plato del teniente no lleva eso” “¡La otra bandeja, no esa!”

Un grito tras otro seguido de una equivocación tras otra. No atinaba a acertar una sola de las instrucciones que Sánchez le dio. Todo lo pedía a gritos y sin explicarle… solo lograba alterarlo ¿Qué sabia él lo que era una y otra cosa o como se hacían? Lo único bueno fue que en todo momento se mantuvo detrás de la puerta cerrada que lo distanciaba del resto de las personas en el campamento.

-. Tienes mucho que aprender, Lariarte. ¿Acaso nunca te enseñó nada tu mamá?

Sánchez no estaba de buen humor. Todos los hombres llegaban cansados y hambrientos después del trabajo. La cena era un momento importante del día y debía servirse de prisa y caliente.

-. Mi mamá tampoco sabe cocinar, señor – contestó Raimundo cabizbajo, pensando en que siempre alguien le servía la comida en la mesa en su casa o compraba lo que se le antojaba ya listo. A veces, incluso, pasaba una semana completa pidiendo pizza y hamburguesas por teléfono. ¿Cómo esperaba que supiera de que platos o bandejas hablaba? ¿O fuentes o pimienta o lo que fuera!!!  Apretó los dientes esperando el siguiente regañido… conteniendo las ganas de responder y gritar.

-. Pues, a ver si al menos aprendes a lavar bien – dijo Sánchez indicando con la mano la enorme pila de platos, vasos y ollas que habían ocupado para preparar la cena para 26 personas

-. Te lo ganaste. Todo tuyo – dijo Sánchez con ironía

Raimundo lo miró con los ojos grises incrédulos y muy abiertos…

-. Y apresúrate en ir a acostarte. Mañana debes levantarte a las cinco

Raimundo vio, desolado, como el hombre tiraba el paño que sostenía en la mano con un gesto de molestia y dejaba la cocina rumbo al dormitorio. Estaba aterido… ¿tenía que lavar y ordenar todo eso??? Nunca jamás iba a terminar esa montaña de cosas… no tenía idea por dónde empezar ni que usar o dónde iba a guardarlo, ni tampoco…

-. Te voy a ayudar, aunque me cueste un regañido

El que había hablado era el otro soldado encargado de ayudar a Sánchez. Se habían saludado brevemente rato atrás pero no habían intercambiado ni nombres ni palabras. Era un joven más o menos de su porte, un par de años mayor, de pocas palabras, tez oscura y ojos pequeños inexpresivos y sabía todo lo que él desconocía

-. No tienes que hacerlo – dijo Raimundo esperando que sí lo hiciera. López se quedó.

Pusieron manos a la obra. El trabajo parecía titánico pero el soldado López tenía experiencia y le fue enseñando. Sus manos en el agua volaban restregando y luego secando. No podía decir que era divertido, pero al menos era agradable que el soldado Jarim López se hubiera quedado a acompañarlo. Trabajaban en silencio. Los ronquidos de Sánchez se escuchaban fuertes y López le advirtió que sería suicidio despertarlo.

Tardaron casi dos horas en terminar de lavar, guardar, trapear, barrer y dejar el comedor limpio y dispuesto para el día siguiente. Raimundo sentía que ya no podía más. Era un trabajo muy desagradable.

-. Voy a revisar el fuego – Dijo Jarim – hay que hacerlo todas las noches antes de dormir

Puso una reja frente a la chimenea para evitar chispas que provocaran un incendio. Ambos chicos se detuvieron frente al fuego a calentarse

-. Gracias, Jarim – dijo Raimundo rompiendo el silencio.

Tal vez, era la primera vez en su vida que Raimundo expresaba un agradecimiento real y con sentimiento

-. No fue una buena bienvenida – dijo Jarim mirándolo con tristeza

-. Yo… no sé. Pensé que… – Rai se encogió de hombros con tristeza – creí que iba a ayudar en la construcción del camino o los planos… o algo.

Permanecieron unos segundos en silencio, calentándose…

-. ¿Hiciste algo que enojara al capitán? – se atrevió a preguntar Jarim sorprendiendo a Rai

-. ¿Qué? ¡No! Apenas si hablé con él. No dije nada que lo enojara. ¿Por qué lo preguntas?

-. Porque estaba molesto cuando te fue a dejar con nosotros

Esa frase quedó dando vueltas en el cerebro de Raimundo. Él también había sentido el cambio en el humor del capitán … ¿Qué podría haberlo molestado?

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El dormitorio era un cuarto de madera muy simple, con cuatro camas y un baño. A pesar de que una de las paredes daba a las estufas de la cocina, Raimundo estaba congelado cuando se puso el pijama negro reglamentario. Era más grueso que el anterior, pero aun así sus pies parecían cubos de hielo. Intento moverlos para generar calor.  Odiaba el frío… le iba a costar dormir… además, Sánchez roncaba. Raimundo repasó en su cabeza el tiempo que estuvo con el capitán y no descubrió nada que pudiera haber dicho o hecho para enojarlo. Sin desearlo, sintió tristeza de que el capitán se hubiera molestado con él… a pesar del difícil primer momento, Rai había podido distinguir en su nuevo superior alguien a quien parecía valer la pena respetar y admirar.  Incluso sintió que el capitán se había entusiasmado explicándole lo que estaban haciendo y preguntándole sobre él… ¡Oh no!  ¿Sería por lo de sus estudios de ingeniería?… ¿estaba castigándolo y rebajándolo porque pensaba que quería meterse en su trabajo??? Rai se cubrió la cara con las manos para no gritar. ¡Pero si ni siquiera sabía más que lo poco que aprendió en los primeros meses!!!… No le gustó, no le interesaban los profesores ni sus compañeros. Todos lo miraban demasiado y se le acercaban a conversarle y no lo dejaban tranquilo. Las chicas lo perseguían… ¡Maldición!!! Estaba sentido, helado, enojado y muy frustrado.  Quería patear el suelo o salir afuera a gritar… hasta deseaba ir a decirle al capitán que no era justo lo que estaba haciendo….  Si tan solo no hiciera tanto frío… Quizás si hubiese seguido estudiando no se encontraría ahora congelándose el trasero junto a un hombre gordo que roncaba en la parte trasera de una cocina en un maldito campamento del fin del mundo.  Estaba tan helado, confundido y desilusionado que le costó mucho quedarse dormido.

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Parecía que recién había cerrado los ojos cuando Sánchez lo despertó con un grito. Saltó de la cama y corrió a la ducha. La temperatura no había subido ni un grado. El agua cayó apenas tibia sobre su cuerpo y en pocos minutos estuvo listo con su uniforme puesto. 

Sánchez repartió órdenes a diestra y siniestra; avivaron el fuego, entraron leña, prepararon pan, batieron cientos de huevos, calentaron leche… parecía que el trabajo no iba a terminar nunca. Jarim respondía a sus miradas interrogativas y le ayudaba indicándole que tenía que hacer. A las 6:30 en el comedor había 23 personas esperando desayunar. Jarim y Sánchez sirvieron las mesas y dejaron a Raimundo encargado de vigilar que nada se quemara, el agua hirviera, el fuego permaneciera encendido y otras diez cosas más, todo al mismo tiempo.

El capitán Ahumada desayunaba en la cabecera de la mesa junto a un par de oficiales que lo acompañaban. Esa mañana estaba inusitadamente callado y de vez en cuando, su mirada se dirigía a la puerta de la cocina. Cuando terminó de desayunar, con un movimiento de su mano llamó a Sánchez

-. ¿Capitán? – preguntó el hombre servicial

-. ¿Cómo anda el soldado nuevo?

Se sabía bien el nombre… lo había repetido varias veces en su mente durante la noche y al levantarse, pero no quería pronunciarlo.

Sánchez dudó unos instantes antes de responder

-. Es lento, capitán. Creo el muchacho nunca ha trabajado en una cocina. Se nota que es un muchacho de otra clase, con estudios…

-. Bien. Enséñele lo que sea necesario y manténgalo ocupado – interrumpió impartiendo una orden.  No deseaba escuchar ninguna insinuación de que tal vez el soldado debería estar en otro puesto. Terminó de desayunar y salió caminando con sus impresionantes pasos largos y elásticos.

Cuando el capitán terminaba de desayunar, todos terminaban. La faena se puso en movimiento en solo minutos. Raimundo vio por la ventana como los vehículos y las máquinas encendían sus motores y se calentaban para evitar dañarlas por el frío. De a una fueron partiendo hacia el lugar de trabajo. ¡Demonios! Deseaba estar allí, con ellos.

-. ¿Qué tan lejos está la construcción? – Le preguntó a Jarim

-.Mmmhh yo diría que unos 4 a 5 kilómetros ahora. Antes era mucha distancia así es que hubo que mover el campamento hace unos meses porque ya estaba muy lejos.

Raimundo anhelaba conocer el lugar… no estaba tan lejos y la descripción del trabajo que Ahumada le había hecho sonaba tan interesante.  Entonces, por la ventana, vio una imagen inesperada. Tanto el capitán como el teniente y otros oficiales pasaron frente a la ventana montados en sendos caballos. ¡No usaban vehículos!!! La realidad sorprendió a Raimundo. Observó con atención al capitán. Se lo podía distinguir claramente por su regio porte incluso sobre la montura. Lo manejaba con elegancia y maestría, con la espalda recta y una fusta en la mano.  Sonrió al seguirlo con la vista.

-. Seguro que ni el caballo se atreve a desobedecerle – murmuró con sarcasmo

-. ¿Qué está murmurando soldado? Dígalo en voz alta para que todos escuchemos

Sánchez había llegado a su lado

¡Mierda!

-. Me sorprende ver los caballos, señor. Pensé que usarían vehículos

Rai mintió eficazmente y regresó al trabajo de recoger los restos del desayuno y volver a lavar más y más platos y tazas

-. Pues claro que tenemos caballos en el campamento. Son el mejor medio de transporte cuando se viaja por sendero virgen.

-. También hay corrales con ovejas y gallinas– añadió Jarim

-. Es cierto. Terminen con la loza y me traes cuatro gallinas para la cena. Hoy serviremos cazuela – Sánchez parecía disfrutar de la idea

– Luego, quiero que comiencen con el aseo de los dormitorios. Explícale a Lariarte lo que debe hacer. – dijo dirigiéndose a Jarim

Atrapar gallinas no era de su agrado, menos aun sabiendo que las llevaba al matadero, pero con un par de movimientos precisos, gracias a su entrenamiento, Raimundo tenía una gallina en cada mano, sorprendiendo a Jarim.  Entregaron los plumíferos a Sánchez.

-. Vamos. Toma esos elementos de ahí. – Jarim señalaba unos baldes, escobas y otros –  Ponte los guantes y el gorro. Al capitán no le gusta vernos sin los elementos de protección. 

Hizo lo que le ordenaban. Siguió a su compañero hasta la primera de las construcciones. En el camino se detuvo y giró en redondo lentamente

-. ¿Qué haces? – preguntó Jarim desconcertado

-. No puedes estar en este lugar y no ver todo lo maravilloso que nos rodea – la voz de Rai casi era un suspiro. El sonido del bosque, los mil colores de verdes a tan solo unos metros, las formas de los árboles y el paisaje de montañas y volcanes. ¡Vaya! Ni su mamá con todo el dinero del mundo lograría crear algo tan sublime

Jarim miró y no vio nada diferente a lo que había visto toda su vida. Se encogió de hombros y siguió con la tarea encomendada

-. Aquí duermen los mecánicos y operadores – explicó el muchacho – Ese de allí es el dormitorio de los oficiales y la de más atrás es la del capitán. Mira, así hay que limpiar

Le fue explicando el trabajo que debían hacer. No era demasiado ya que cada persona dejaba su cama estirada antes de salir, pero, así y todo, Rai necesitaba aprender cosas básicas que nunca había hecho en su vida como barrer o pasar un paño para limpiar. Raimundo repetía lo que Jarim hacía, pero se aburría soberanamente y se quedaba pegado mirando por la ventana deseando haber partido hacia la aventura. El paisaje que los rodeaba parecía llamarlo: las montañas nevadas tan altas y puntiagudas, el bosque lleno de escondites secretos. Era como estar viviendo en una tarjeta postal. Sus manos y pies le picaban de ganas de salir a saltar, rodar y escalar hasta la cima de los cerros aledaños, ver todo y olerlo… seguramente no olía como los jardines de la capital…

-. ¡Lariarte! – lo llamó Jarim devolviéndolo a la realidad

-. Dividamos el trabajo; yo me voy a la de los oficiales. Te voy a dejar la parte más fácil a ti. Ve a limpiar el dormitorio del capitán. Es muy estricto con el orden, No desordenes nada o nos meteremos en problemas

Raimundo asintió agradecido. Esta era una oportunidad genial. Sentía curiosidad grande por ver el lugar donde vivía el capitán.

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