Jarím le entregó una llave y Raimundo partió hacia la cabaña con sentimientos encontrados. No le gustaba limpiar ni ordenar. Ja! Nunca había limpiado ni siquiera su dormitorio, pero ahí estaba, obligado a hacer de cocinero y lavaplatos por culpa de las mañas del capitán y la idiotez de su padre. No se explicaba porque lo había mandado a la cocina cuando perfectamente podía ser parte del grupo de construcción. Eso sí debía ser entretenido…
Le sorprendió que, tras abrir la puerta, se encontró con una oficina antes del dormitorio. Dejó los elementos de aseo apoyados contra la pared y con toda calma fue recorriendo la habitación. Era luminosa, con una ventana grande que mostraba el paisaje de bosques y cordillera… pasó su mano por el escritorio de madera gruesa y firme, algo tosco, pero de buen gusto. Miró los papeles y elementos sobre el escritorio, pocos y perfectamente alineados en una pila pequeña. Se giró en 360 grados y comprobó lo que Jarim le había dicho. Efectivamente el capitán Ahumada era ordenado. Quiso abrir los cajones, pero fue inútil ya que todos estaban con llave. Siguió curioseando hasta que su vista se fijó en un mapa grande desplegado en la pared. ¡Uh! ¡Mapas!!! ¡Eso si le gustaba! Se acercó a estudiarlos. Eran mapas a escala de la zona donde estaban; uno tenía marcada la ubicación del Puesto de Avanzada y una línea gruesa roja delineaba el camino en construcción que serpenteaba entre cerros, riachuelos y quebradas… 4,6 kilómetros era el avance de las últimas 8 semanas. Estudió con atención la geografía del lugar… ríos, lagos, montañas… todo estaba señalado, incluso el poblado aislado… De pronto, Raimundo ladeó la cabeza… ¡Un momento! Si uno avanzaba por el camino en construcción, con sus curvas y desvíos estaba a casi 5 kilómetros, pero si uno trazaba una línea recta desde el campamento hasta la construcción posiblemente habría… ¿1 kilómetros? ¿uno y medio? Quizás menos… Se alegraba mucho de tener su celular a mano. Tomó varias fotos del mapa y se entretuvo mucho tiempo mirándolos.
Limpió como Jarim le había enseñado, barrió desganado y luego pasó al dormitorio. El capitán tenía una cama grande para él solo que estaba ordenada a la perfección. Se fijó en la chimenea de cobre en un rincón y la pila de leña que estaba muy baja en ese momento. No había muchos muebles… abrió el cajón de la mesa de noche para encontrar una libreta y un lápiz. La hojeó descaradamente. Eran anotaciones de los eventos diarios, cosas que parecía anotar antes de dormirse. En el pequeño armario que hacía de closet tampoco encontró más que la ropa de militar ordenada, botines de uniforme limpios, elementos para montar su caballo y un curioso par de jeans que resaltaban como si fueran luminosos entre tanto uniforme. ¡Allí no había nada extraño tampoco!!! Raimundo estaba decepcionado. Quería saber más sobre él, pero no había detalles personales como fotos, un recuerdo o algo diferente que le permitiera saciar su curiosidad sobre el capitán.
-. Si alguien curioseara en mi dormitorio de seguro encontraría mucho con que sorprenderse – sonrió, hablando solo en voz alta
Bueno. No era el caso aquí. El Capitán Ahumada tenía un dormitorio de campamento intachable. ¿Qué esperaba encontrar? ¿Licor? pornografía? ¿Drogas o fotos de mujeres??… no había nada de eso.
-. ¿Todavía no terminas? – interrumpió Jarim sorprendiéndolo
-. Ya casi – dijo poniéndose a trabajar, pero deteniéndose al instante al recordar algo. Se acercó a los mapas y preguntó
-. ¿Esta es la construcción? – señaló el punto donde terminaba la línea roja
Jarim entrecerró sus ojos para intentar entender los mapas…
-. Si… creo que si
-. ¿Y este?
-. Es el poblado que está más arriba
-. ¿Y qué es esto?
Rai señalo una mancha azul oscura a los pies de un volcán. Era el único lugar que no tenía nombre
-. Mmhhh.. creo que es la laguna Quebrada. Los lugareños dicen que es bonita, pero está lejos y no hay caminos.
-. ¿Una laguna quebrada? – preguntó Rai levantando las cejas
–. No está quebrada… la llaman así porque solo se puede llegar a ella a través de una quebrada de difícil acceso
-. ¿La conoces?
– No. Nadie de aquí la conoce.
-. Debe ser genial ser de las primeras personas en conquistar un lugar…
-. ¿Y por qué mejor no “conquistas” la limpieza del baño? – preguntó Jarim algo fastidiado, señalando una puerta
¿Qué era esa puerta?… ¡Ay no! ¿También tenía que limpiar el baño? Se preguntó frunciendo la nariz
-. Demonios… – dijo volviendo a la realidad, arrugando la nariz y tocando todo como si estuviera contaminado. Su expresión era chistosa y Jarim soltó la risa
-. Apuesto a que nunca habías limpiado un baño – dijo empujándolo y haciéndose él cargo de la limpieza
-. No. En verdad no – respondió Rai profundamente agradecido
-. Se te nota
-. ¿Qué se me nota?
-. Que eres un joven rico y que nunca has trabajado – Jarim seguía riendo, pero Rai estaba súbitamente serio. ¿Había notado eso mismo el capitán? ¿Esa era la razón de haberlo relegado a la cocina? Estaba enojado mientras deducía. Por lo menos debería haberle preguntado, ¿no? O haberle dado la oportunidad de demostrar que podía hacer algo… no sabía qué, pero algo que no fuera estar limpiando baño… ¡tenía que haber alguna cosa diferente en la que pudiera servir!!! Después de todo era educado y había ido a la universidad, aunque no estudió mucho, pero eso nadie lo sabía.
-. El capitán es injusto – sentenció en voz alta.
Jarim escuchó y detuvo sus movimientos. Su expresión era seria
-. Lariarte. No puedes decir eso. Voy a hacer como que no escuché nada. – advirtió con el dedo levantado – No puedes hablar mal de un superior, sobre todo del Capitán. Puede costarte muy caro
-. ¿Aunque sea verdad?
Insistió Raimundo, terco como siempre
-. No estás en el colegio ni en tu casa. Esto es el ejército y aquí se obedece. Si tienes algo de que quejarte hay un conducto regular. Se lo dices al suboficial Sánchez y él se lo informará a quien corresponda. Cadena de mando, ¿entiendes?
Rai estaba impresionado de ver a Jarim tan serio, apuntándolo y elevando la voz ¿Otro soldado de corazón? ¿Qué tenían todos con la manía de gritar? ¿No podían entenderse hablando civilizadamente? ¿Acaso él no podía hablar directamente con el capitán? Era para la risa… en su otra vida, cualquiera de los que se había topado hasta ahora podía ser un empleado de su casa o de su padre. Su padre… sintió una bofetada invisible en el rostro. Por culpa de ese viejo desgraciado estaba metido aquí. Dos años de su vida en este lugar. No tenía donde más ir por ahora. Tenía que comenzar a pensar qué haría con su vida luego de esos dos años…
-. Lo siento – se disculpó con Jarim. No quería ver enojado a la única persona que le ayudaba y le hablaba – no volverá a suceder
-. No me pongas en problemas – dijo el chico – Mi deber es reportar todo lo malo que suceda contigo o cualquiera. Eres el último que llegó aquí. Eres el de menos rango ¿Te das cuenta de eso?
Un nuevo balde de agua fría… bien congelada esta vez
-. Si. Discúlpame Jarim. Ya no diré nada
Estaba nuevamente choqueado. Él no había llegado a esa conclusión aún. Ni siquiera se le había pasado por la cabeza pensar que, entre todos los hombres del campamento, él era el último en importancia. Que golpe directo a su ego… bajó la cabeza y soltó los hombros… súbitamente se sentía horriblemente mal y triste.
-. Vamos a terminar
Concluyeron con la limpieza, picaron y entraron leña para los dormitorios y el comedor, dieron de comer a los animales y ya era hora de volver a la cocina a preparar el almuerzo que Sánchez junto con Jarim iban a repartir al lugar de trabajo cada día, en una de las camionetas.
-. Tiene dos horas de descanso, soldado Lariarte – dijo Sánchez justo antes de partir – Recuerde que no puede abandonar el campamento
La camioneta partió dejando a Raimundo inmóvil frente a la parte posterior de la cocina, donde habían cargado los almuerzos. La última frase de Sánchez lo había dejado estupefacto. ¿Cómo que no podía salir a recorrer?… ¡si era lo único que quería!! ¿No había nada más que hacer en ese lugar??? ¿Por qué eran todos tan cuadrados y lo trataban como imbécil? ¿Creían que se iba a perder? Raimundo respiró de prisa… tan enojado que hasta pateó una de las piedras que rodó hasta el corral de las gallinas. Caminó apurado hasta el cerco de tranqueros que marcaba el límite del campamento. Estaban solo él y el soldado de guardia en la entrada del campamento, bastante lejos. Tenía dos horas de libertad y no pensaba quedarse encerrado mirando el viento pasar. Se aseguró de no ser visto por el soldado de guardia y pasó al otro lado del cerco y comenzó a avanzar. La vegetación crecía salvaje, árboles nativos muy grandes y otros tan pequeños que apenas tenían un par de hojas, musgos desbocados, mil colores de verdes. Su vista pasaba de los canelos a los coigues, las Lengas y sobre todo, a los majestuosos alerces. Le sorprendió recordar los nombres. Le gustaba la naturaleza. Había troncos enormes caídos, pequeños arroyos cristalinos, helechos de todo tipo, algunos con hojas tan grandes que podrían taparlo por completo. No era un camino fácil ya que no había huella, pero Raimundo tenía una agilidad increíble para saltar obstáculos, de hecho, era algo que le encantaba hacer. Se detuvo cuando se sintió lo bastante lejos y protegido entre la frondosa naturaleza. Aaahhh se sentía bien estar allí. El aire era tan puro y frío que se sentía maravillosamente bien respirarlo. Los sonidos propios de la naturaleza eran relajantes y el frondoso paisaje se sentía como una cobija. Solo le faltaba algo para estar aún más feliz. Sonriendo, se quitó la gruesa chaqueta forrada y extrajo un alfiler de gancho de uno de los bolsillos. Con cuidado descosió el borde interior de la chaqueta. Un agujero pequeño desde dónde extrajo una bolsa.
-. Que gusto verlos – dijo admirando su preciada colección de cigarrillos de marihuana, tan pulcramente preparados como el tiempo y paciencia que le había tomado ocultarlos en los dobladillos de casi toda su ropa. Tomó uno de la bolsa y guardó el resto en el mismo lugar, cerrando cuidadosamente con el alfiler de gancho. Volvió a ponerse la chaqueta. No estaban bajo cero, pero si hacía frío. Prendió el pitillo acomodándose sobre un tronco caído y apoyando su espalda contra una de las ramas. Aspiró hasta el fondo. Cerró los ojos ante la maravillosa sensación que comenzaba a sentir. Cuando volvió a abrirlos podía ver el mundo con otros ojos: veía el cielo gris detrás de las copas de los árboles, escuchaba toda clase de ruidos de pájaros y animales pequeños, incluso podía escuchar como los árboles susurraban moviendo las ramas. Que calma… que delicia estar en ese lugar en ese preciso momento. Entonces, con un movimiento decidido, sujetó el cigarro en la boca y buscó en su celular la foto que había tomado del mapa en la oficina del capitán. Usó sus dedos para ampliarla y estudiar la información que ofrecía. De pie, sobre el árbol caído, se giró hasta quedar en dirección hacia donde suponía, si sus cálculos eran correctos, estaba la construcción. Dio una última profunda aspirada al cigarro, lo retuvo largo rato y luego exhaló el humo.
-. No pierdo nada con intentarlo – se dijo a sí mismo con la cara llena de risa
Tuvo cuidado de apagar cuidadosamente el cigarro. Se quitó la gruesa chaqueta y junto con los guantes, hizo un ovillo que dejó escondido entre las ramas. Miró el mapa una vez más y se puso en movimiento. Al principio lentamente, estudiando el terreno y mirando cuidadosamente donde podía correr, saltar, balancearse y caer, sin hacerse daño. Al poco andar había agarrado suficiente velocidad y se deslizaba ágilmente como un animalillo liviano entre el bosque. Sus manos parecían garras firmes que se sujetaban de las cortezas y rocas, sus pies eran como plumas etéreas que apenas tocaban el suelo para rebotar nuevamente adquiriendo altura y velocidad. El primer obstáculo fue un arroyo que casi podía clasificarse de río por el ancho. Rai, que en esos momentos sudaba de calor y adrenalina, se quitó la camisa y se la amarró en la cintura. Estudió el lugar con paciencia. Avanzó rio abajo hasta descubrir unas piedras que le servirían para cruzar. Era riesgoso pues estaban mojadas y heladas, pero no tanto como para detenerlo. No lo dudo. Retrocedió para tomar velocidad y limpiamente cruzó. Nuevos obstáculos aparecían a cada instante, paredes de roca sólida, hendiduras, montones de árboles caídos, follaje tupido, pero estaba tan entusiasmado que de alguna manera encontraba la forma de superarlos…. Hasta que llegó a una quebrada abrupta que descendía varios metros. Un río circulaba impetuoso en el fondo. ¡Diablos! Esto si le tomaría tiempo cruzar… comenzó a mirar para buscar la mejor forma de atravesarlo. ¿Se había equivocado en el camino? No recordaba un río en el mapa. Sacó el teléfono que se había asegurado en el pantalón en busca del mapa. De reojo y solo por casualidad, sus ojos se fijaron en la hora que marcaba el reloj
-. Conchesumadrrreeee!!!! – exclamó sintiendo horror. Su voz rebotó haciendo eco en el bosque.
Se le había pasado el tiempo. ¿Cómo había sido tan estúpido para no poner una alarma? ¡Por los mil demonios!!!… estaba en graves problemas. Solo tenía 25 minutos para hacer todo el trayecto de vuelta. Quizás tendría suerte y Sánchez no volvería tan exacto. Dios!! ¡Qué tonto era!
Regresó intentando recordar mentalmente cada obstáculo que había superado. Esta vez no se detenía a estudiar donde caer como debería, sino que avanzaba casi a ciegas como alma perseguida por el diablo. El riesgo que estaba corriendo era extremo. Un mal paso y podía caer en un barranco o desaparecer en una grieta. Sus manos lo estaban pagando muy caro llenándose de arañazos y rasguños que sangraban. Cuando finalmente reconoció el lugar donde había dejado su chaqueta, Raimundo jadeaba intentando respirar. Ya estaba atrasado en diez minutos. Tomó el atado, se puso los guantes y siguió corriendo. No había nadie a la vista cuando volvió a cruzar el cerco, sin embargo, la camioneta de Sánchez estaba estacionada frente a la cocina
Mierda. Estaba frito. Llegaba 20 minutos atrasado.
Sudando a mares, entró sigilosamente a la cocina.
-. Lariarte. Al fin llega
Sánchez había vuelto justo a la hora.
-. ¿Dónde estaba, soldado? – preguntó dejando de lado lo que hacía para centrar en él toda su atención
-. Lo siento, señor. Estaba haciendo ejercicios y perdí la noción del tiempo – hablaba entre jadeos, aun sin recuperar la respiración normal.
Sánchez era un hombre que bordeaba los 45 años, entrado en carnes, aunque ágil, pero la palabra ejercicio era desconocida para él: ejercitarse era una tarea titánica que solo se hacía cuando era obligatorio… no podía entender a quienes lo hacían por gusto o voluntad. Por ello, miró a Raimundo asombrado
-. Ejercicios… ¿Dónde estaba haciendo ejercicios?
Raimundo pensó rápido. Necesitaba un lugar que no tuviera vista hacia la cocina
-. En el patio, detrás de las cabañas de oficiales, señor
Sánchez alzó las manos en un gesto que daba a entender que no comprendía nada
-. ¿Para qué haces ejercicios? ¡Eres flaco como una lombriz!!!
-. Estoy acostumbrado, señor. Todos los días hago un par de horas de entrenamiento.
-. Pues a mí el capitán no me dijo nada de sus ejercicios
La mención del capitán provocó un escalofrío en Raimundo
-. Lo hago solo por diversión, señor. No es obligatorio
Sánchez le dedicó una última mirada. También le gustaría volver a ser delgado como cuando era más joven. Quizás si hubiera hecho ejercicios…
-. Mire, es su tiempo libre y puede hacer lo que quiera.
Raimundo respiró aliviado… antes de tiempo
-. Pero nada justifica que llegue tarde.
-. Lo siento, señor. No volverá a pasar – dijo Raimundo bajando la cabeza y sosteniendo ambas manos en la espalda en actitud de arrepentimiento. Pero no bastó para convencer al suboficial
-. La loza y limpieza de la comida será toda suya por esta semana – decretó Sánchez – y esta vez, sin ayuda – gritó dirigiéndose a Jarim
-. Sí, señor – respondió Raimundo apesadumbrado.
¡Dios!! Como odiaba el castigo que le imponían
-. Ahora vaya a ducharse y póngase decente. Lo necesito de vuelta en diez minutos
-. Sí, señor
Raimundo corrió hacia el baño y la ducha con una fuerte impresión en el pecho. Las palabras de Sánchez sonaban parecidas a las de su padre. ¿Qué demonios tenían todos contra él? ¿Por qué todos querían que se “pusiera decente”? ¡Él era decente!!! ¡Lo era!!…. maldición, Sí que lo era. Si tan solo pudiera gritarles a todos que luchaba cada día por ser una persona decente y no caer en la tentación… Si supieran la cantidad de veces que había huido del pecado para seguir siendo “decente”.… del dolor del deseo insatisfecho que había experimentado en carne propia tantísimas veces… Que se fueran todos a la mierda con sus ganas de volverlo decente. Lo era…
Las gotas de la ducha disimulaban las gotas de sus lágrimas. El agua caliente que se conseguía a esa hora relajó sus músculos extenuados. Le dolían las manos donde se había cortado y raspado. Habría dado lo que fuera por echarse a dormir un rato. Simplemente imposible. Le quedaba toda una tarde por cocinar y luego, lavar y limpiar en solitario. Jarim no podría ayudarlo.
-. ¿Qué hago señor? – preguntó de vuelta en la cocina, 10 minutos exactos más tarde, con los guantes bien puestos en las manos y la expectativa de mucho trabajo antes de poder descansar.
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