Capítulo ocho

La cena se servía a las 7:30 en punto. A esa hora todos los funcionarios del campamento estaban sentados en el comedor y el fuego de la chimenea estaba prendido. Los hombres estaban hambrientos y esperando su cena. Faltaban cinco minutos y Sánchez estaba atrasado y de mal genio. Raimundo creía que era por su causa: seguía equivocándose y sin saber lo que tenía que hacer, adivinando lo que se le pedía.

-. Pica el cilantro – le ordenó el suboficial

Raimundo miró los paquetes de hierbas verdes y no supo distinguir la diferencia entre uno y otro. Tomó el que estaba más cerca y comenzó a picarlo sobre una tabla, cuidando de no cortarse los dedos

-. ¡Eso es perejil!!!  – gritó Sánchez furioso y colorado. Tomó una de las hierbas en cada mano y se las enseñó a Raimundo

-. Cilantro – dijo levantando una mano – y perejil – dijo enseñándole la otra – son diferentes, ¿entiende, soldado?

No entendía porque no le gustaba ninguna y las veía iguales pero el suboficial no estaba de humor para su respuesta

-. Si, señor – respondió tomando el cilantro que le había mostrado y comenzando a picarlo. Sánchez se alejó para comenzar a servir los platos.

-. No veo cual es la tremenda diferencia – murmuró Raimundo quejándose, solo para los oídos de Jarim

-. Mucha – respondió el chico – al capitán no le gusta el perejil, pero si come cilantro.

-. Ustedes dos servirán hoy día – gritó Sánchez con la bandeja llena de platos – espolvoreen cilantro a la cazuela antes de llevarlos al comedor

¡Oh diablos! Raimundo comenzó a sufrir por anticipado al pensar que tendría que balancear una bandeja en sus manos y servir a los hombres. Posiblemente se le iba a caer todo encima de alguien…  Dejó que Jarim tomara la primera bandeja y puso atención a lo que hacía. Luego, él tomó la segunda y con cuidado fue espolvoreando cilantro sobre los platos de cazuela… de pronto su mano se quedó inmóvil en el aire. Cuando la volvió a estirar se fijó que Sánchez no viera como tomaba la hierba equivocada que había alcanzado a picar y la esparcía sobre el plato más cercano a él en la bandeja. Empujó la puerta con su cadera y salió al comedor. Sin dudarlo, caminó hasta la mesa de oficiales y sirvió el primer plato al capitán. El que estaba más cerca. Su rostro se mantenía impasible y no miraba a nadie a los ojos. Suficiente esfuerzo tenía con cargar la bandeja y caminar sin tropezarse. Su corazón latía acelerado. Terminó de repartir lo que tenía en la bandeja y fue por otra. En la segunda pasada, vio de reojo como el capitán se llevaba la cuchara a la boca y acto seguido hacia una mueca de desagrado. Lo vio mirar el plato y darse cuenta que tenía la hierba que no le gustaba. Raimundo suspiró contento y apretó los labios para no largarse a reír. ¡Se lo merecía!  Aguantó las ganas de sonreír y siguió sirviendo de espaldas al capitán, pero estaba esperando, atento, a que el capitán gritara y pidiera que le cambiaran el plato. Sin embargo, el tiempo pasaba y no escuchaba ninguna queja.   Cuando estaba poniendo el último plato frente a un operador, Rai no se aguantó y levantó la cabeza para revisar que hacía el capitán. Sus ojos se encontraron con los de él en una mirada directa y sin dudas. El capitán estaba siguiendo sus movimientos y parecía como si hubiera estado esperandolo. Ahumada, sin quitar sus ojos de él, se llevó la comida a la boca y la tragó sin protestar. Raimundo sostuvo la mirada solo por unos segundos. Ese hombre miraba de manera tan intensa que era imposible de mantener. Apretó la bandeja vacía contra su pecho y caminó lo más rápido que pudo hacia la cocina.  ¡Dios!!! ¡Sabía!!! ¡No entendía como pero el capitán sabía que había sido él!!!

-. Jarim ¿Qué pasa si le sirves a alguien algo que no le gusta? – preguntó lejos del suboficial

-. Depende… – respondió el chico dudando – Si es uno de los oficiales no va a decir nada y se lo comerá callado. No pueden dar un ejemplo de mañas o rechazar lo que se les sirve. Es un mal precedente para los de menor rango. Por eso es que Sánchez y yo sabemos de memoria lo que no le gusta a cada uno y jamás se lo servimos

Rai retrocedió un paso y se afirmó de la mesa con la que chocó. Ahí estaba la respuesta… la explicación de porqué el capitán sabía que él era el culpable. ¿Por qué no pensaba las cosas antes de hacerlas?  Solo había sido una broma tonta que no pensó… Raimundo no sabía que podía esperar ahora.

A las 9:30 todos se habían retirado a sus dormitorios, incluyendo a Sánchez y Jarim. El suboficial se había asegurado de que el soldado López no se quedara a ayudar a Raimundo con su castigo. El comedor estaba desierto. Los únicos sonidos que se escuchaban era el crepitar de los últimos leños en la chimenea y Raimundo lavando los platos. Fregaba con la cabeza baja y los dientes apretados. Tenía ganas de tirar toda la pila al suelo y mandarse a cambiar. ¡Cielos!! Todavía le quedaban las ollas y sartenes, fregar el piso y ordenar el comedor para el desayuno de mañana. No iba a alcanzar a dormir.

-. Buenas noches, soldado Lariarte

Hasta sus manos sintieron un frío paralizante al escuchar la voz del capitán cerca de él.

.

FERNANDO.

El capitán Fernando Ahumada había tenido un mal día que había comenzado y terminado de empeorar con la misma persona. No le cabía duda alguna de que el perejil en su plato había sido obra del chico. La única duda había sido si lo había hecho por equivocación o intencionalmente… duda que el mismo soldado había aclarado cuando lo sorprendió vigilando sus actuar, en espera de su reacción. Intencional. Bien. No era de lo único que tenía que culparlo. Al mismo soldado le debía una mala noche de sueño y un día cansador. Desde el viaje del día anterior, la imagen del soldado se había fijado en su mente como si fuera algo importante… lo primero que pensó al despertarse esa mañana fue en el soldado en la cocina… veía sus ojos claros y su rostro de niño, repetía en su cabeza las palabras que el soldado le había dicho, degustaba el timbre de su voz y los gestos de su rostro. No tenía idea de porqué le pasaba eso, pero sin duda alguna, era porque estaba preocupado… quizás estaba presintiendo los problemas que traería.  Había desayunado como todos los días en el comedor… solo que esta vez fue diferente. Aunque nadie pudo percibirlo, el capitán Ahumada esperaba ver aparecer al soldado que estaba detrás de aquella puerta, en la cocina, donde él mismo lo había relegado. Tal vez, solo quería comprobar que estaba haciendo y cómo se estaba comportando.  Hasta antes de la cena solo lo había supuesto… quizás por la forma de hablar del soldado, o de moverse, o por la cara y esos ojos expresivos que causaban impacto o porque venía de un mundo demasiado diferente… pero ahora tenía la seguridad de que Lariarte iba a significar problemas en su campamento y seguramente eso era lo que deseaba chequear. Sin embargo, el soldado no había aparecido por el comedor durante el desayuno así es que, sin poder contenerse y en nombre de su deber, había tenido que llamar al suboficial para averiguar sobre él.

“Lento” “nunca ha trabajado” “es de otra clase”

Fueron las palabras que Sánchez uso para referirse a él. El capitán estaba intrigado. Él también sabía que ese chico no correspondía a la clase de soldado que uno regularmente encontraba cumpliendo el SM. ¿Cuál era su historia? ¿Por qué había venido a parar a su campamento? ¿Quién era ese chico malcriado en medio de su unidad? Estaba sorprendido por la curiosidad que Lariarte le despertaba, pero se justificaba pensando en el trabajo que le había costado reunir al grupo de personas que laboraban con él ahora. Todos obedientes, entendidos en su trabajo, dispuestos a seguirlo y conocedores de sus hábitos y forma de trabajar. Lariarte era en ese momento una pieza fuera de control… una piedrilla en su zapato que comenzaba a inquietarlo más de lo normal. De hecho, hasta le molestaba tenerlo rondando en su cabeza. Apenas sabía sobre él.  Le habría gustado hablar con el comandante del regimiento que lo recibió y que le contara más detalles sobre el soldado, pero el presupuesto para llamadas satelitales era escaso y no tenía motivo válido para indagar sobre él, excepto la curiosidad que lo estaba carcomiendo y no lo dejaba tranquilo. El chico tendría que aprender a comportarse y no causar ni una sola molestia más. Había devuelto a uniformados de carrera que llegaron ansiosos a su campamento porque no fueron capaces de adaptarse a su sistema. Manejar este tipo de situaciones no era nuevo para él.

Cuando todos terminaron de cenar, Fernando se retiró al dormitorio como hacia usualmente. Tomó una ducha y se preparó para dormir temprano. Durante el intercambio de miradas que sostuvo con el soldado Lariarte le había dejado claro que sabía de su culpabilidad. Hablaría con él en la mañana. No podía quitarse de la cabeza la imagen del chico. La mirada de sorpresa al sentirse sorprendido, su gesto al darse cuenta… la forma en que había abierto sus ojos muy grandes y lo había mirado. Todo era intrigante. Molesto por sentirse inquieto al punto de espantarle el sueño, el capitán miró la hora y volvió a vestirse. Aún era temprano y las actividades de la cocina no habrían terminado. Para poder dormir, necesitaba aclarar las cosas y no podía esperar.

Con las manos aun chorreando agua, Raimundo respondió al saludó militar del capitán

-. Buenas noches, capitán

Parte de la enseñanza a los soldados era siempre mantener la vista al frente, pero Raimundo se había sorprendido de tal manera que sus ojos se encontraron mirando directamente los del capitán, varios centímetros más arriba. Oscuros…directos… fríos… inaguantables. Desvió la vista hacia la pared

-. Descanse, soldado – dijo el capitán y Raimundo bajó la mano, pero en ningún momento sintió que podía descansar

-. ¿Esta solo? – preguntó Fernando recorriendo la cocina sin ver a nadie más

-. Si, capitán

-. ¿Por qué lo han dejado solo con todo este trabajo? – indicó la pila de loza por lavar

Raimundo pensó en su paseo de la tarde… ¡aahh diablos! Se había sentido tan bien corriendo en libertad y trepando a los árboles y rocas. No podía contarlo.

-. Llegue tarde del descanso, capitán

Tampoco podía mentir

Fernando seguía mirándolo con atención… se había acercado dos pasos más y alcanzaba a ver algunos detalles en el rostro de Raimundo que normalmente se le habrían pasado por alto en cualquier otra persona, pero este chico era diferente y parecía inevitable observarlo con detenimiento. 

-. ¿Motivo? – preguntó mientras caminaba lentamente alrededor del soldado

-. Estuve ejercitándome y se me pasó la hora

Fernando se detuvo un momento para entender la respuesta del soldado… ¿Ejercitarse?… sin pensarlo sus ojos bajaron por el cuerpo de Raimundo. Sin duda el chico era delgado, pero tenía los músculos firmes y un cuerpo trabajado. Nada mal para ser un hombre.

-. ¿Qué le pasó en las manos?

La reacción de Raimundo fue instintiva, automática y reveladora. Escondió sus manos en la espalda ocultándolas de la vista del capitán.

Ese simple gesto fue suficiente para que Fernando se molestara y sintiera que algo extraño sucedía. No era un gran analizador de las personas, pero sí pudo, con mucha facilidad, entender el gesto de Raimundo. Alzó las cejas en espera de una respuesta que no llegaba y solo confirmaba lo que pensaba. El chico estaba ocultando algo.

-. Me rasguñé con unas ramas, capitán – respondió muy de prisa sin soltar sus manos empuñadas

El gesto siguiente de Fernando también fue causado por el instinto. Se acercó a Raimundo y estiró la mano

-. Déjeme verlas – exigió con calma

Raimundo respiró entrecortado… por un breve segundo volvió a mirar el rostro del capitán para comprobar si hablaba en serio. ¡Diablos! Sí quería ver sus manos. Despacio, temblando, extendió una de ellas hacia la mano estirada del capitán, sin tocarlo.

Fernando, con toda su autoridad, tomó la mano del soldado entre la suya para examinar las heridas. Por largos segundos no dijo nada… Había tocado a otros hombres cientos de veces ya fuera por camaradería o algún accidentado, pero jamás había sentido escalofríos al tocar a otro hombre… la mano de este joven se sentía diferente sobre la suya. La sostuvo con firmeza mientras estudiaba las heridas.

-. ¿Con que dice que se hirió?

-. Creo que fueron unos arbustos al lado de la cerca… y la leña… también la leña, capitán

Los cortes y rasguños en la palma y muñeca podrían haber sido causados por ramas, ¿pero los del dorso??? …  No creía una palabra de lo que el chico le estaba diciendo pero no tenía pruebas.

-. ¿Debo entender, soldado, que no estaba usando los guantes de seguridad?

¡Mierda!!! Estaba frito por todos lados.

Raimundo bajó levemente la cabeza

-. No, capitán– respondió en un hilo de voz

Solo en ese instante, Fernando dejó ir la mano de Raimundo y volvió a dar un par de pasos.

-. Lariarte… ¿Cuál es su nombre?

-. Raimundo, capitán

Fernando asintió. Sonaba bien. Calzaba con su personalidad.

-. ¿Se da cuenta que lleva apenas 24 horas en mi campamento y ya ha quebrantado varias reglas?

Ahora hablaba desde posición firme, piernas levemente separadas y seguridad total

Raimundo se sintió empequeñecido. El capitán exudaba autoridad por cada poro

-. Si, capitán. Lo lamento.

-. Lamentarlo no sirve de nada, soldado. No me gusta que mi personal cree problemas. Puedo hacer que su vida sea muy complicada si no mejora su actitud.

¿Complicarla más aun? ¿Qué otra cosa peor podía hacerle?

-. Yo soy la autoridad en este lugar y su deber es acatar las órdenes tal y como se le indican. ¿entiende eso?

-. Si, capitán. Entiendo.

-. No quiero que vuelva a salir fuera de la cocina sin el equipo de protección completo. No quiero escuchar que ha vuelto a llegar tarde y sobre todo… por ningún motivo, vuelva a estropear mi comida

Fernando había hablado bastante alto, aunque sin llegar a gritar.  Raimundo estaba asustado. La tensión en su estómago era dolorosa. Sabía que algo relacionado con la broma de la cena iba a decirle. Las palabras que buscaba demoraron unos minutos en salir de su boca

-. Lo siento mucho, capitán. Le pido disculpas. Fue mi error.

¡Maldición!! ¿Por qué era tan sensible?? Odiaba cuando alguien tocaba sus botones de emotividad y lo dejaba expuesto y vulnerable… le temblaba la voz y aparecía ese estúpido nudo de siempre atragantado en su garganta. Sus ojos se habían vuelto húmedos mientras escuchaba la voz firme del capitán

-. Trabajamos duro todo el día en medio del frío, la nieve y el viento. El terreno es difícil. Llegamos cansados.  La hora de la cena es el momento más esperado del día. Comer algo agradable, preparado por Sánchez, mantiene en alto la moral de mis hombres. Usted estropeó mi cena hoy.

Raimundo apretó los labios entre sus dientes. Se sentía horriblemente mal. Una broma estúpida de la que ahora se arrepentía.

-. Le prometo que ya no volveré a hacerlo. Tiene mi palabra, capitán.

-. ¿Sirve de algo su palabra, soldado Lariarte?

Raimundo respiro hondo y se envalentonó

-. Sí, capitán.

Raimundo supuso que iba en contra de alguna de las muchas reglas que existían, pero de acuerdo a su educación anterior, extendió nuevamente su mano herida para estrechar la del capitán. Era su forma de confirmar lo que estaba prometiendo.

Fernando también sabía que había reglas contra chocar la mano con un soldado raso a raíz de una promesa… pero no dudó en estrecharla. Deseaba tocarlo de nuevo.

En cámara lenta recibió la mano de Raimundo entre la suya y la apretó con delicadeza. Que nadie en el mundo le preguntara que era lo que le sucedía porque no tenía una puta explicación que dar. Lo único que podía decir era que el soldado Lariarte… Raimundo… era alguien de un magnetismo especial, de un carisma más allá del razonamiento y que él… él estaba fascinado escuchando su voz temblorosa, viendo cada uno de sus gestos asustados, mirando el nerviosismo que le provocaba y que lo hacía sentir poderoso como no había sentido anteriormente… La actitud dócil del soldado le provocaba una sensación de complacencia muy agradable de sentir.

Mantuvieron sus manos unidas por breves segundos. Raimundo no se atrevió a retirarla hasta que el capitán la soltó.

-. Vea al enfermero mañana temprano. Quiero que le revise las manos – dijo Fernando pensando que alguna de las heridas podía infectarse y dejar una marca permanente

-. No es nada, capitán – respondió Raimundo encogiéndose de hombros.

Fernando, de una sola de sus largas zancadas estuvo justo frente a él y le habló desde su altura

-. No es una sugerencia, soldado. Es una orden

Raimundo tragó saliva y se sintió aún más pequeño. No acertaba ninguna respuesta. 

-. Lo siento. Si, capitán. Mañana temprano.

-. Bien. Tiene mucho por hacer aún –señaló la loza pendiente

No esperaba que Raimundo sonriera con tristeza

-. Supongo que me lo merezco – dijo con los hombros caídos y el rostro triste

Fernando abrió la boca… ¿cómo lo hacía este chico? ¿Cómo cambiaba de la risa al dolor, de la tristeza a la contención en solo una pestañeada? Era increíble la variedad de expresiones que podían hacer con su rostro… y con sus ojos claros y luminosos… cada una tan expresiva y real. Estaba impresionado… asombrado… de pronto tenía curiosidad por ver todas las expresiones de las que era capaz. Pensó que habría podido quedarse sentado simplemente mirándolo…  pero tenía que marcharse

-. Yo… lo dejo para que termine. Buenas noches, soldado

-. Buenas noches, capitán

Raimundo esperó a que el oficial saliera para desmoronarse sobre una silla. Se tomó la cabeza entre las manos. Casi había estado a punto de meter la pata… no, mierda, había metido la pata a fondo al echarle el maldito perejil y obligarlo a comer a disgusto. El capitán le había dado una lección y ahora se sentía mal por ello… Había pasado un gran susto, pero a la vez sentía que había conocido un poco más a su superior y… no le desagradaba. El capitán tenía un aplomo que lo hacían merecedor de respeto. Podría haber recibido un castigo mucho mayor, sin embargo, había preferido darle una lección. Sin darse cuenta qué hacía, Rai se llevó la mano que habían estrechado sobre su corazón y se la cubrió con la otra. No era el ogro que había creído… aunque tampoco era alguien a quien tomarle el pelo. Había que tratarlo con consideración si uno quería estar bien con él.  Quizás si podría hablar con él cuando no estuviera castigado y pedirle que reconsiderara su puesto de trabajo. Tal vez, hasta podía suplicarle que lo dejara visitar las faenas…

-. Ah! Ya bájate, Lariarte – se dijo a sí mismo regresando a los platos y ollas – parece un buen tipo, pero mejor no abusar.

Continuó la ardua tarea que tenía por delante pero su estado de ánimo no era el mismo. Se sentía más animado y con energía que hasta hace un rato atrás no tenía.

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