FERNANDO
Salió del comedor y se detuvo a respirar el aire de la noche austral. Se sentía bien algo que enfriara la impresión que el joven le había causado. Lo menos que podía decir de él en ese momento era que estaba totalmente confundido… desconcertado. Ciertamente, el soldado Lariarte era diferente a cualquier otro que hubiera conocido. Raimundo… era un nombre que iba bien con el chico, un nombre de niño rico malcriado. Creía que ya no necesitaba pedir a nadie que le informara sobre el soldado. Tenía la mitad del misterio resuelta. Lariarte no tenía nada especial en el rostro ni en el cuerpo: no había señales mágicas ni chispas divinas saliendo de él. Sus pies se plantaban en el suelo como todo el resto de los mortales. Todo lo que había era el más hermoso rostro que le había tocado conocer en su vida. Era inexplicablemente atractivo. Insólito. Siempre había pensado que sería el rostro de una mujer el que lo deslumbraría. Se sentía extraño pensar que dentro de la cocina de su campamento estaba la persona más hermosa que había visto y que, más encima, era un hombre. No conocía una mujer que lo hubiera impresionado así. Cecilia era agradable de mirar, pero por cierto que no era una causa de locura. Era curioso como la vida tenia tantas vueltas sorprendentes: lo cierto era que el misterio del soldado Raimundo Lariarte radicaba en ser poseedor de una belleza extraordinaria que cautivaba y aturdía. Si… Se había sentido abrumado cuando toco su mano… no era una mano suave y frágil que hiciera juego con la delicadeza de su rostro, sino una mano de hombre de piel firme y dedos largos… pero el contacto había causado que se le erizara la piel. No una, sino dos veces. ¿Cómo podía Dios otorgarle tanta gracia a una sola persona? Porque no solo era su rostro… la forma en que miraba, y hablaba… ¿Se daba cuenta Lariarte de lo que podía hacer con su rostro? ¡Demonios!!! ¿Qué hacía él a las 10 de la noche parado en medio del frío pensando en los ojos y gestos del soldado que lavaba platos adentro?… y su cuerpo… se notaba que hacia ejercicios ¿Qué tipo de ejercicios hacía?… ¿Cuál era el misterio de sus manos? ¿De sus gestos?
Sin darse cuenta, el Capitán Ahumada sonrió al recordar el temor y nerviosismo del chico. Realmente, Lariarte era capaz de expresiones que lo hacían ver… especial. Sacudió el cuerpo para espantar el frío y los pensamientos y se puso en marcha de vuelta a su dormitorio. La temperatura descendía con rapidez en el extremo sur. A su debido tiempo, él mismo averiguaría todo lo que necesitaba saber sobre el joven soldado y lo tendría bajo su control para evitar problemas. Había despertado su atención y curiosidad. Atizó el fuego de la chimenea y a medio desvestir se quedó pegado mirando las llamas sin realmente verlas. De pronto sonrió y alzó el mentón… recordó la expresión de Lariarte mientras era reprendido… había bajado la cabeza con un aire de sumisión… La expresión en el rostro del chico era de lo más cautivante que había visto en su vida.
-. Vaya con el poder de la belleza… – dijo en voz alta, alzando las cejas y metiéndose a la cama para dormir.
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Si el capitán Ahumada pensaba que el día anterior había sido un dolor de cabeza pensar en el soldado Lariarte, no estaba preparado para lo que sucedía ese día. En cuanto abrió los ojos su primer pensamiento fue para él.
¿A qué hora terminó sus deberes? ¿Habría tenido tiempo de dormir? Debía recordar que el enfermero le revisara las manos. él mismo se encargaría de comprobarlo. No podía olvidar usar sus elementos de seguridad. Se lo recordaría a Sánchez. Ejercicios… ¿Dónde hacía ejercicios y a qué hora? ¿Para qué?
Entró al comedor por el desayuno a la hora habitual. Saludó a todos y tomo asiento en la mesa de oficiales. Se unió a la conversación del teniente Moreira con los demás sobre los trabajos del día. Todo parecía un día normal… excepto que Fernando era como una cuerda de guitarra en tensión. Cada vez que se abría la puerta de la cocina, miraba de reojo para ver quien salía; la mayoría de las veces eran López o Sánchez. La tensa espera finalmente fue recompensada con la visión de Lariarte llevando una bandeja. Fernando siguió con la vista cada movimiento del chico… la forma en que balanceaba su cuerpo, la muñeca y mano que sostenían la bandeja, los ojos que rehuían mirar de manera directa a los demás, la inseguridad con que ponía los platos frente a las personas… los labios apretados en señal de nerviosismo… iba leyendo cada gesto de su rostro hasta que se volvió a perder tras la puerta.
La segunda vez, el soldado Lariarte se dirigió a la mesa de oficiales para dejar una fuente. Las comisuras de la boca de Fernando bosquejaron una sonrisa al sentirlo cerca y notar su nerviosismo. Esta vez fue el capitán quien agachó la cabeza y tomó su jarro de café para que nadie notara la sonrisa de satisfacción que experimentaba. Raimundo se alejó de prisa de vuelta a la cocina y Fernando quedo con la sonrisa boba pintada en el rostro mientras bebía su café. Era fascinante comprender que su sola presencia alteraba al chico.
De pronto, la conversación en la mesa, atrajo su atención
-. Nunca había visto a alguien así – Dijo uno de los oficiales con la vista fija en la puerta que el capitán había mirado también.
-. Tiene rostro de mujer – dijo muy serio el teniente Moreira, que también había seguido a Raimundo con la vista
-. No es justo. ¡Es más bonito que mi novia!! – declaró riendo otro de los oficiales causando que todos rieran con él.
Todos… excepto el capitán.
El arrebato de calor que sintió lo tomó por sorpresa. ¿Cómo se atrevían a hablar así de Lariarte, un soldado compañero de armas?
-. El soldado no es tema de conversación – decretó con la voz más alta de lo necesario – Terminen su desayuno de prisa. Tenemos mucho trabajo hoy día
Sus palabras fueron seguidas de varias disculpas y asentimientos para luego dar paso a un tenso silencio interrumpido solo por el sonido de los platos y cubiertos. El apetito de Fernando había sido reemplazado por un sentimiento que desconocía: por un lado deseaba castigar a todos quienes habían hablado o mirado a Lariarte y por otro lado deseaba llamarle la atención seriamente al soldado por… por… por tener esa cara!! Por venir a dar vueltas por su mesa y dejar que todos lo vieran y hablaran de él… por perturbar la tranquilidad del campamento…
-. ¿Está bien, capitán?
Moreira había preguntado al ver que el capitán se encontraba muy serio y respirando alterado.
-. Perfectamente – respondió haciendo un esfuerzo por sonar calmado – Todos a trabajar
Fernando se puso de pie y dio por terminado el desayuno para todos. Al pasar cerca de la otra mesa, se dirigió a uno de los uniformados
-. Medina, antes de partir, revise las manos del soldado Lariarte en la cocina – ordenó
RAIMUNDO
Raimundo estaba soberanamente aburrido. El oficial Medina le había dado una crema para los cortes y le había ordenado no mojarse las manos por un par de días… pero Sánchez le había ofrecido unos guantes de goma muy largos que le protegían hasta el codo. No pudo librarse de su castigo. Llevaba más de una semana en el campamento y creía haber lavado toda la loza de su vida.
Los días pasaban en una repetición rutinaria que lo estaba volviendo loco. Todos eran iguales, levantarse de madrugada, cocinar, limpiar, lavar, volver a cocinar, correr a cumplir las órdenes y aguantar la lluvia y el frío eterno que lo congelaba por fuera y por dentro. Sánchez se había encargado de limitar su tiempo libre durante los días de castigo y ni siquiera podía disfrutar de un poco de yerba o de correr entre los árboles. Se sentía prisionero cuando veía por la ventana el paisaje abierto y majestuoso a su alrededor al cual no tenía acceso. Solo le quedaban escasos minutos en el día para ejercitarse y los usaba, esta vez en verdad, para elongar sus músculos detrás de los corrales. Ni una posibilidad de un poco de yerba. Su máxima diversión en los momentos de descanso eran los juegos que tenía en su celular y que ya lo estaban aburriendo. ¿Cómo demonios había cambiado tanto su vida en solo unas semanas?… Cada vez que lo pensaba recordaba a su familia y sus sentimientos eran extremos; pensar en su padre le causaba rabia y el recuerdo de su madre y hermana era triste… las extrañaba. Ja! Él, que nunca había querido abrazos ni tiempo con ellas, ahora las añoraba a ambas. Sentía nostalgia por su casa y su vida anterior… por las comodidades, la casa caliente, los años de buena vida sin preocupaciones ni gritos. Para empeorar las cosas, llovía ininterrumpidamente desde hacía tres días. Había tenido tiempo para sentarse solo frente a la chimenea del comedor y pensar en su vida, su familia y su incierto porvenir. La tristeza se abrazaba a él y lo envolvía como un manto cerrado cada vez que pensaba en su futuro. La realidad era que no tenía ningún futuro que imaginar y le costaba pensar qué haría luego de los dos años de servicio. ¡Dios! Dos años parecía un tiempo taaaaan largo. Retomar las clases en la universidad era una opción, pero también significaba volver a depender de su padre. No quería regresar a lo mismo. Quizás buscaría un trabajo… no sabía hacer muchas cosas. Podía enseñar Parkour pero no ganaría lo suficiente como para costear el estilo de vida al que estaba acostumbrado. Además… estaba ese otro tema… ese “pequeño detalle” que lo forzaría a mantenerse distanciado de la gente para siempre. ¿Alguna vez iba a tener la oportunidad de enamorarse? ¿De quién? ¿Nunca podría ser feliz?… Sabía que, con mucho esfuerzo de su parte, podía intentarlo con una mujer. No le desagradaban… simplemente no las veía como una pareja sino como amigas. Ciertamente interesadas había siempre. Se casaría, tendrían hijos, una casa bonita y una vida normal que complacería a todos, menos a él, pero sería mejor que soportar el rechazo de todos quienes conocía.
Un suspiro doloroso y cansado se le escapó de la garganta… No era un futuro feliz pero no veía ningún otro camino posible. Era amargo y doloroso entender esa dura realidad.
Tampoco tenía verdaderos amigos. Conocía a mucha gente y era aceptado en los círculos sociales, pero no había ninguna persona especial que fuera cercana. A su mente acudió de improviso el rostro de Félix provocándole una sonrisa. Era un buen chico y nunca se había intentado entrometer en su vida, aunque había compartido la suya con él. Era muy tonto pensar que conocía tanta gente, pero se sentía tan solo.
El sonido de un vehículo aproximándose lo hizo levantarse a mirar.
¿Sería el capitán otra vez? Pensó con ilusión. Los últimos días el capitán había estado llegando a horas inesperadas al campamento a buscar un documento o algún elemento para el trabajo. Raimundo había llegado a pensar que quizás lo estaba espiando para ver si volvía a hacer alguna tontera porque el oficial siempre se tomaba un momento y pasaba por el comedor a ver qué estaba haciendo e intercambiaba un par de palabras con él antes de partir de vuelta a las obras. Eso le gustaba. Que el capitán se preocupara de él, aunque fuera para ver si estaba portándose bien.
El día que más lo sorprendió, se llevó un susto enorme. Rai creía que nadie se había dado cuenta de los momentos en que escapaba a ejercitarse. Después de tantos años de practicar Parkour, Rai sabía que no podía dejar de elongar y mantener su cuerpo en forma, casi a diario. Era como manejar en perfectas condiciones el motor de una máquina de alta precisión. Por lo que, aunque lloviera y estuviera cansado, se tomaba parte de su tiempo libre en realizar una rutina de ejercicios a diario. Ese día llovía suavemente. Su ropa se había mojado y se pegaba a su cuerpo como una segunda piel, pero no le incomodaba. Rai mantenía el equilibrio sobre un pie mientras el otro se alzaba completamente casi paralelo a su cuerpo, rozando su oreja. Requería de mucha concentración y balance. Estaba en ello, enfocado y sintiéndose en perfecta sincronía con la naturaleza a su alrededor cuando captó una figura humana contrastando con el paisaje que ya comenzaba a volverse familiar. Enfocó sus ojos y su ejercicio se desmoronó por completo al descubrir que el capitán lo observaba en silencio
-. Capitán – exclamó Raimundo entre susto y sorpresa, alzando la mano para saludar
-. Soldado – respondió el capitán apenas moviendo la mano y con la vista fija en él.
La sorpresa de Raimundo aumentó al ver que el Capitán seguía observándolo de arriba abajo y no le decía nada. Estaba completamente mojado y se había quitado la chaqueta del uniforme por lo que la camiseta marcaba cada músculo de su torso. Siempre había odiado a quienes se quedaban mirándolo fijamente, pero lo del capitán era diferente. No lo sentía como un intruso malintencionado. Posiblemente estaba enojado o pensando que él era extraño… o ¿quizás estaba rompiendo otra regla más? Toda la relajación que había alcanzado a lograr, desapareció en un instante
-. ¿Esto es lo que hace en su tiempo libre?
-. Si, Capitán.
Raimundo pensó en dar más explicaciones, pero el rostro del capitán permanecía imperturbable. Como una muralla de granito que no podía leer. Entonces, con apenas otro leve gesto de su cabeza y sin decir una palabra más, el capitán dio media vuelta y desapareció tan sigilosamente como había llegado.
Raimundo no sabía que pensar, pero la lógica le indicaba que su comportamiento era objeto de investigación por parte del capitán y lo entendía. Había cometido errores, pero ahora se estaba portando bien y deseaba continuar así. No quería más castigos ni gritos ni ser una molestia para nadie. De hecho, su opinión sobre el capitán estaba cambiando… un poco, a medida que lo iba conociendo. Quería ganar su aprobación. El capitán Ahumada tenía un magnetismo especial, aunque nadie miraba al capitán de la forma en que lo hacían con él. Los hombres lo respetaban mucho y parecía que todos confiaban en él. Eso era importante ¿no? No podía negar que era un hombre buenmozo cuya presencia se hacía notar de inmediato, pero más importante que aquello, era la incipiente admiración que comenzaba a sentir por él. Seguía dándole vueltas a la idea de conversar con él. Estaba molesto por el puesto asignado y de a poco reunía fuerzas para atreverse a hablarle.
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El vehículo recién llegado estacionó frente al comedor y alguien, envuelto en gorra y capa, corrió hacia el comedor.
-. Maldita lluvia – refunfuñó una de las personas mayores que formaban parte del equipo, entrando todo mojado al comedor
-. Ayúdame con esto – le pidió a Raimundo intentando quitarse la capa, chaqueta, guantes y gorro, todo al mismo tiempo. Rai corrió a ayudarlo. No sabía su nombre, pero lo veía todos los días en el comedor, sentado en la mesa de los oficiales.
-. Mucho mejor – dijo una vez se vio libre de tanta ropa – ¿Crees que podrías conseguirme un café con leche, bien caliente?
Raimundo no sabía que podía o no hacer y Sánchez no estaba para preguntar, pero si el hombre se sentaba en la mesa de oficiales más valía que él corriera a traer lo que pedía.
-. Claro que sí, señor
Cuando trajo el pedido encontró al oficial sentado cómodamente frente al fuego de la chimenea.
-. Gracias, soldado… Lariarte – dijo leyendo su nombre en el uniforme
– Por nada, señor
Raimundo iba a retirarse
-. Siéntate – invitó el hombre indicando otra silla – conversa un rato conmigo
Raimundo lo miró dubitativo
-. Ah, tranquilo, soldado. Yo no soy militar de profesión. Era un civil, reservista. Tuve que volver a ingresar al ejército para poder venir a abrir paso en este camino
-. ¿Cómo es eso, señor?
-. Hernán Rubilar. Puedes llamarme Hernán – el hombre estiró la mano y Raimundo se la estrechó.
-. Yo vivo en la ciudad. Mi familia está allá. Tenía una empresa de construcción, pero los problemas me llevaron a tener deudas que terminaron por arruinar mi negocio. Me quedé sin nada y ninguna posibilidad de empleo. La ciudad es chica y esto es lo que yo sé hacer…
Había capturado toda la atención de Raimundo
-. Entonces escuché sobre este camino y me interesó mucho. Mi familia posee tierras un poco más arriba, pero no podemos explotarlas porque hasta ahora son inaccesibles por la falta de camino. Me dije a mi mismo que era una buena opción y fui a ofrecer mis servicios al regimiento. ¿Creerás que me dieron instrucción militar y me pusieron un uniforme??!!!
Hernán reía de su propia vida y su sonrisa era contagiosa.
-. Entonces, ¿usted no es un militar de verdad?
-. Digamos que puedo dar órdenes y portar un arma, pero mi servicio en el ejército es, más que nada, en la construcción. Soy un civil integrado a la vida militar
-. ¿Y qué dice su familia? ¿Cada cuánto los visita?
Hernán sonrió amable ante la pregunta. Sin tantas prendas del uniforme parecía un señor cualquiera. Rai le calculó unos 48 años, de contextura fuerte, algo grueso y rostro amigable. Por supuesto, su cabello ostentaba el corte militar, pero se podía ver que era castaño al igual que sus ojos. Emanaba de él un cierto aire protector que agradó a Raimundo.
-. Bajo a la ciudad tantas veces como el capitán nos lo permite, generalmente cada 15 días. Pero está bien así. ¡Tengo un empleo y mi mujer y yo llevamos más de 30 años de matrimonio – Hernán sonrió con picardía – ¡Son como unas vacaciones… ella me espera feliz, no peleamos y hasta mis hijos se alegran de verme!!!
Hernán era gracioso y un conversador ameno. La tarde fría y lluviosa se prestaba para quedarse cercanos al fuego y abrir los corazones. Raimundo le trajo una segunda taza de café con leche y unas galletas que Jarim había preparado para el desayuno del día siguiente pero que nadie extrañaría. Don Hernán tenía ganas de hablar y Raimundo quería escucharlo. Se enteró de muchas cosas más de su vida: no tenía 48 sino 52 aunque no los aparentaba. Había tenido mucho dinero del que solo quedaba la propiedad donde su mujer y 3 hijos vivían y un campo al cual no se podía llegar. Había pasado por malas rachas, pero ahora estaba contento del trabajo que desempeñaba y muy agradecido con el capitán.
-. Cuéntame algo de ti…. ¿Cuál es tu nombre muchacho?
-. Raimundo, señor
-. Cuéntame de ti, Raimundo. ¿De dónde eres?
Raimundo no sintió la presión que normalmente experimentaba cuando alguien se aproximaba a su vida e intentaba entrometerse. No había en su interlocutor ninguna mala intención más que la de conocerlo. Hernán parecía un hombre abierto y relajado, dispuesto a escuchar
-. Soy de la capital. Servicio militar obligatorio – dijo Rai encogiéndose de hombros
-. ¿Querías hacerlo?
-. No, no quería
-. ¿No estabas estudiando o trabajando?
-. No señor. No estaba haciendo nada que fuera útil
¿Estaba él repitiendo las mismas palabras de su papa?
-. Sé bien por experiencia que los jóvenes pasan etapas difíciles hasta que encuentran su camino. Tú también vas a encontrar el tuyo
-. Eso espero, señor.
-. A mí me pasó con mis hijos; hubo momentos en que los creí perdidos, especialmente a uno de ellos… fue muy duro como padre y familia, pero finalmente puedo decir que los 3 son personas de bien y me hacen un padre orgulloso
Raimundo escuchó lo último con admiración y tristeza. Ja! Él nunca sería motivo de orgullo para su padre.
-. Ahora, Raimundo, ayúdame a levantarme e irme a acostar. Estoy aquí porque el capitán pensó que sería buena idea que me viniera a descansar.
Solo entonces Raimundo notó que a Don Hernán le costaba moverse.
-. No es nada, soldado. Una operación en la columna que a veces molesta con el frío
Pero se le notaba el dolor en la cara y al moverse.
Raimundo le sirvió de apoyo y lo llevó hasta el dormitorio. Lo ayudo a meterse en la cama y luego encendió la chimenea de la cabaña.
-. ¿Puedo hacer algo más por usted, Don Hernán? – preguntó
-. Ya has hecho mucho. Estoy bien así. Ya se me va a pasar
-. No se preocupe por salir al frío. Yo mismo le traeré la cena más tarde
Entonces el hombre extendió su mano y le dio unos breves golpes cariñosos en la espalda a Raimundo junto a una sonrisa agradecida
-. Eres un buen chico, soldado Lariarte. Ya decía yo que tus ojos claros eran una puerta a tu alma generosa.
Rai se sintió tocado por las palabras y tuvo que mirar a Don Hernán para comprobar si lo decía en serio. Es que… nadie nunca le decía que él era bueno para algo o que era generoso… o nada amable.
-. Volveré luego a ver cómo sigue, señor. – dijo deseando poder cuidarlo mejor y quitarle el dolor. En lo inmediato, se preocupó de que el fuego estuviera seguro y salió a la lluvia y de vuelta al comedor. Recogió la taza sucia y se encaminó a la cocina. En su mente iba repasando la conversación con Don Hernán. Le había agradado sobremanera hablar con él. Al menos ahora podía decir que tenía dos conocidos en el campamento… casi amigos, ya que Jarím era demasiado cuadrado en sus pensamientos y no podía compartir con él nada de su vida, pero al menos era buena persona y lo ayudaba cada vez que podía.
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El día menos pensado, justo cuando dejó de llover y el sol brillaba tímidamente, el suboficial Sánchez salió al patio a buscar un cordero y mientras intentaba atraparlo, resbaló de manera estrepitosa por el barro que se había acumulado sobre una piedra. Salió volando por el aire y cayó con todo su peso sobre la cadera izquierda. Se escuchó un gran crujido seguido de un grito de dolor. No pudo volver a ponerse de pie y tanto Jarim como él, ayudados por el soldado de guardia, tuvieron que asistirlo. Al revisarlo se dieron cuenta que algo no estaba bien y que el malestar del suboficial iba en aumento.
-. Ve a la radio y llama al capitán– urgió Jarim – dile que es una emergencia
Claro… la radio… en la oficina.
Poco después, la camioneta que transportaba las herramientas cada día, hizo ingreso al campamento, trayendo al enfermero Medina y al capitán Ahumada.
Medina meneó la cabeza luego de inmovilizar a Sánchez de la cintura hacia abajo
-. Hay que llevarlo a la ciudad, capitán. Si quiere yo mismo lo llevo con el soldado López
Fernando accedió. Sánchez se veía mal y era mejor que lo acompañara Medina. Entre los cuatro lo acomodaron en el vehículo y partieron de inmediato…
Y de pronto, Fernando Ahumada se dio cuenta que eran las 3 de la tarde y se encontraba solo en el campamento con el joven que le había estado revolviendo los pensamientos desde que había llegado. No solo era que pensara mucho en él. Había llegado al punto de sentir urgencia de verlo e inventaba excusas estúpidas para volver al campamento y hablarle, aunque fueran unos segundos. No podía explicárselo, aunque se disculpaba con excusas que ni él mismo creía sobre controlar su comportamiento. ¿Qué justificaba que en más de una ocasión hubiera espiado al soldado mientras realizaba su rutina de ejercicios sin que el soldado se diera cuenta? Cada día se sentía más intrigado por Lariarte… y tenía muy claro que no era el único. Por doquier entre su gente, los escuchaba hablar de él; algunos envidiaban su belleza y les parecía demasiado extraño en un hombre, otros comentaban que mejor incursionara en el cine o televisión y muchos otros no entendían qué hacía en ese lugar olvidado del mundo. Pero todos tenían algo que opinar, bueno o malo, sobre él. Fernando pretendía no escuchar las conversaciones, pero no le gustaban en lo más mínimo. En su opinión, nadie tenía razón válida para opinar sobre Lariarte. El joven estaba justo donde tenía que estar. Le gustaba saber que se encontraba en el campamento cada tarde que llegaba. Le agradaba verlo servirle la cena y que estuviera cerca. No le hablaba. No tenía nada que decirle, pero su presencia era reconfortante. Tras varias noches de análisis intensivo y mal dormir, Fernando había llegado a la conclusión tan rara y simple de que le gustaba mirar al chico porque tenía un rostro hermoso… ¡vamos! ¿Quién no se siente atraído hacia una persona de belleza singular? Sobre todo, cuando se encontraban tan alejados de un centro urbano y Raimundo era interesante. Pocas veces dejaba de rondar en su mente… y aunque era agotador, el capitán estaba lentamente haciendo las paces con sus pensamientos
-. No creo que Sánchez vaya a volver tan pronto. Usted y López se tendrán que hacer cargo de la cocina
Raimundo abrió sus maravillosos ojos en señal de horror… Fernando sonrió al verle la expresión… ¿Se daba cuenta que se veía tan… ¿cuál era la palabra adecuada para expresar lo que veía?… ¿Cómo un niño asustado y adorable?
-. El soldado López sabe cocinar muy bien – continuó Fernando – Estoy seguro que entre los dos podrán hacerlo. ¿Acaso no ha aprendido nada en estos días?
-. Capitán… sobre eso… – Raimundo apretó los labios para evitar que temblaran. El capitán tenía la facultad de ponerlo nervioso.
Fernando no le quitaba los ojos de encima… sus labios rosados y húmedos se volvían una línea blanquecina. Costaba quitarle los ojos de encima.
-. ¿Sobre qué? ¿Hay algo que quiera decirme, Lariarte?
Raimundo tenía una oportunidad única… ¿Cuándo más volvería a estar a solas con el capitán y con este grado de cercanía?
-. Si. Es que… me gustaría hablar de mi trabajo en el campamento
Si Fernando Ahumada lo hubiera pensado bien se habría dado cuenta que la petición de Raimundo era perfectamente normal… aspiraba a más y venía de un mundo donde él era servido y no al revés… sin embargo, el capitán tenía sus propias ideas y gustos, y algo que le agradaba mucho era ver al chico sirviéndole su comida cada día y quedando protegido de miradas y habladurías detrás de la puerta de la cocina y en un dormitorio bastante más privado. Creía que ya había escuchado demasiados comentarios de los hombres acerca de Raimundo; a algunos les llamaba la atención y simplemente lo comentaba, otros se referían a él de manera despectiva catalogándolo de “demasiado delicado” y había algunos más que sentían violentados con su presencia… como si tener en la unidad un soldado de belleza excepcional fuera una amenaza para su masculinidad.
¿Cambiarlo de trabajo?… estaría más expuesto al escrutinio de los hombres. Podría prestarse para más problemas… Además, por ahora, la ausencia de Sánchez hacía imposible un cambio… quizás más adelante… Era casi una decisión que ya había tomado en su mente, sin embargo, su respuesta lo sorprendió a él mismo.
-. Podemos discutirlo más tarde en mi oficina, después de la cena. Escucharé lo que tenga que decir.
-. Gracias, Capitán.
– Ahora está solo Lariarte. Mejor vaya de inmediato a comenzar los preparativos. López no volverá hasta tarde.
Y con esas palabras dejó a Raimundo solo, encargado de la cena de todo el personal.
Rai caminó como zombie hacia la cocina y miró todo lo que había a su alrededor. Abrió la boca… dejó caer los hombros… ¡Dios!! no sabía por dónde empezar!!! Tenía que preparar la cena para 26… no, 25 personas… él solo… ¿Qué iba a hacer?… Justo cuando estaba a punto de caer en la desesperación, recordó algo importante: ¡Sánchez tenía un libro de recetas!!!
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