Demasiado de prisa se fueron acostumbrado a esa nueva vida de complicidad que los incluía solo a ellos dos. Comenzaba desde el momento en que se levantaban en la mañana, el uno pensando en el otro; pasaba por las miradas furtivas que compartían durante el desayuno que los dejaba anhelantes… deseando más. Continuaba con las labores distintas que cada uno hacía a lo largo del día y que parecían ser más ligeras y simples de ejecutar. Estaban ambos llenos de una nueva energía vital. Todo era más fácil de hacer y nada parecía imposible. El secreto que compartían les otorgaba un poder especial, los volvía cómplices y únicos entre todos los demás.
Por la mente del capitán pasaban pensamientos que elaboraban excusas para llevar a los hombres al trabajo, volver al campamento y llevarse a Lariarte al dormitorio… No le faltaba imaginación para soñar en lo que podría hacerle. Entonces, tenía que desviar sus ojos del soldado, mirar a los hombres a su alrededor y recordar quién era y que estaba a cargo de que todo funcionara bien. Nunca antes le había costado subir a su caballo y marcharse a trabajar. Nunca antes su mente había librado tantas batallas entre el deseo y el deber. A ratos, no sabía si agradecer o maldecir su estricta formación que le permitía mantenerse bajo control y continuar con la rutina diaria. Raimundo jamás abandonaba sus pensamientos… dicha y tortura en el mismo paquete
Los días en que no correspondía verse, la hora de la cena era un momento complicado para los dos. Casi, casi, evitaban mirarse porque cualquier gesto podría delatar la urgencia que los estaba consumiendo. Fernando, con el mayor disimulo posible, le entregaba una última mirada de despedida y se retiraba a desgana a su dormitorio. Basándose en su entrenamiento y control, contenía el deseo apremiante de ir a buscarlo, traerlo a su oficina, desnudarle el culo y golpearlo por alterarlo y volverlo ansioso. No podía quitárselo de la cabeza, del cuerpo y el alma… todos sus pensamientos eran para él. Deseaba verlo. Saber que estaba tan cerca era un suplicio. La imagen de Raimundo semi desnudo deseando ser castigado lo perseguía y excitaba. La oficina no era lo mismo sin él… ningún momento ni lugar le proporcionaba ahora la tranquilidad y satisfacción que sentía cuando estaba con el soldado. Daba vueltas por su dormitorio como animal enjaulado… a ratos, se quedaba hipnotizado mirando el fuego arder en la chimenea y comparaba esas llamas con lo que el soldado Lariarte le hacía sentir… se quemaba por dentro al mirarlo, al escucharlo, tocar su sedosa piel… No… Ni aunque su madre se lo hubiera jurado al pie de un altar se lo habría creído… ¡jamás! no sabía que era posible sentir lo que estaba sintiendo. La inmensa satisfacción y placer que Lariarte le proporcionaba era una fuerza tan grande y novedosa que opacaba cualquier otro sentimiento. Solo a fuerza de autodisciplina, lograba meterse a la cama y dormir. Mañana sería otro día y ese nuevo día traería al joven soldado hasta su puerta, a las 10 exactas de la noche.
Para Raimundo era aún más complicado. No sabía cómo controlar su deseo de correr hacia el capitán y se desesperaba. Durante la mayor parte de su vida lo habían consentido y permitido todos sus caprichos; Bastaba una pataleta para que alguien corriera y sus deseos fueran satisfechos. ¿Tenía algo que ver con ser el menor de tres hermanos? Tal vez sus hermanos mayores recibieron más atención de sus padres y cuando él llegó ya estaban cansados… no… posiblemente tendría más que ver con el deseo suyo de llamar la atención y el momento en que comprendió que rabiando y haciendo escenas lograba lo que quería. Nadie se dio tiempo para enseñarle paciencia y no venía incluida en sus genes. El esfuerzo que estaba haciendo le parecía algo extraordinario… doloroso y capaz de hacerlo perder el genio con mucha rapidez. La tolerancia a la frustración no estaba entre sus cualidades y se sentía como una bomba de tiempo a punto de explotar. Fregaba la loza, el piso, las mesas y todo, con enorme exageración y casi con rabia. Su genio andaba alterado y a veces, respondía mal a Jarim que no tenía culpa ninguna. Inventaba cosas que limpiar y atender. Odiaba el momento en que terminaban sus labores y todo estaba preparado para el día siguiente, porque entonces… entonces solo le quedaba un vacío enorme.
.
-. ¿Qué crees que haces? – preguntó López exaltado al ver que una noche, Raimundo se enfundaba en su gruesa chaqueta y se preparaba para salir
-. Voy afuera a practicar mis ejercicios – respondió decidido, como si fuese normal hacerlo en plena oscuridad y con una temperatura apenas sobre los cero grados. Al menos no llovía.
-. ¡Estás loco! No puedes salir – gritó López confundido
-. ¿Ah sí? Pues mírame…
Sin preocuparse de la opinión de su compañero, Raimundo se aventuró en la noche. Necesitaba hacer algo. Moría de ganas de ir a golpear la maldita puerta del capitán y pedir a gritos su castigo… desnudar su cuerpo y que sus manos lo tocaran… escuchar de su boca pegada a su cuello las palabras excitantes que le susurraba al oído… sabía que podía perder la cordura en cualquier momento… el capitán le daba órdenes y él había llegado a pensar que era capaz de hacer lo que fuera por complacerlo. Nunca antes alguna persona había logrado traspasar sus capas de defensa y encubrimiento y llegar hasta el centro de su alma… Fernando Ahumada lo desnudaba no solo físicamente, sino que le dejaba el corazón abierto y hurgueteaba en él… metía sus dedos no solo en su cuerpo sino indagando en cada rincón de su mente… se apoderaba de todo su ser y se volvía su dueño. ¡Dios!!! Confiaba en él de manera ciega… ¿Cómo no hacerlo cuando sin siquiera preguntarle, el capitán sabía de él más cosas de las que él sabía de su propia persona? ¿Cómo era que el capitán había sido capaz de ver más allá del gris azulado de sus ojos donde todo el resto se detenía?… Al principio… quizás en una o dos ocasiones, Raimundo se preguntó sobre la sensación de humillación que a veces experimentaba. ¡Ja! ¡Él!!! Él más arrogante y rebelde… él que se jactaba de hacer todas las locuras y pavonearse con las chicas más hermosas… él… que lo único que deseaba ahora era bajar la cabeza, doblar las rodillas y acurrucarse como un perro a los pies de Fernando en espera de cumplir cualquier orden que él quisiera darle.
Como lo deseaba…
Quería con locura ver su cuerpo y tocarlo…
Como ansiaba sus palabras reconfortantes
¡Un abrazo!… moriría el día que Fernando lo abrazara…
Pero no le correspondía esa maldita noche.
Se encaminó hacia el área de los animales. Allí había una zona de terreno plano con unos cuantos árboles grandes que le permitirían quemar energía y agotarse hasta caer exhausto. Era lo que buscaba. Comenzó estirando su cuerpo para calentar sus músculos. Quizás era la rabia o el deseo insatisfecho del momento, pero Rai sentía que su cuerpo estaba caliente, lleno de energía y dispuesto para trepar hasta la última rama. Minutos más tarde se había acostumbrado a la luz de la luna y podía distinguir lo que lo rodeaba. Se quitó la chaqueta. Corrió de un lado a otro dando volteretas en el aire y cayendo limpiamente. De a poco, comenzó a rebotar en los troncos, descubrir sus ramas y sujetarse con agilidad para dar vueltas, trepar, subir y bajar. Encontraba su propio ritmo. Se concentraba con facilidad en lo que estaba haciendo. A fin de cuentas, era lo único que sabía hacer bien en la vida. Una hora después, el sector donde se movía ya no tenía secretos para él. Trepaba, giraba y saltaba con exquisita precisión alcanzando altura en cosa de segundos y volviendo a bajar como si estuviera hecho de goma… cada vez más rápido, cada vez con más empeño… cada vez más exigente
-. ¡Lariarte!!!
Raimundo se detuvo asustado y lleno de ilusión.
No. No era el capitán.
-. ¿Qué demonios es eso que haces? – preguntó López alumbrándolo con una linterna y con sus pequeños ojos achinados tan abiertos como podía. Estaba envuelto en su gruesa chaqueta y miraba a Raimundo en remera como si estuviera loco
Raimundo estaba transpirando y respiraba cansado.
-. Se llama Parkour. Esto es lo que sé hacer – respondió de mala gana, poniéndose la chaqueta para no enfriarse
-. Pero… pareces un mono saltarín!!! ¡estabas por allá arriba en el árbol y luego caíste y distes vueltas y … bum! Arriba de nuevo
La sorpresa e ingenuidad de López lo hizo sonreír. En algunas cosas le recordaba a Felix que también era inocente y buena persona, pero López tenía carácter y se lo había demostrado en más de una oportunidad. Le agradaba.
-. Si. Lo sé. Ya te dije. Eso es lo que sé hacer. Ya terminé. Vamos a dormir
-. ¿Crees que podría aprender? ¿es muy difícil? ¿Cómo lo haces?
-. Si quieres te enseño un par de cosas – dijo Rai mientras caminaban de vuelta al dormitorio – pero… por favor no le digas a nadie lo que me viste hacer
-. ¿Por qué no? ¡Si es fantástico!!! Apuesto a que nadie me creería
-. Por eso mismo. López. Nadie te creería. Tendría que demostrarlo y además, se supone que a esta hora estamos durmiendo y no practicando
-. Si. Eso es cierto… oye, ¿Por qué no lo practicas de día?
Habían llegado al dormitorio y se ponían sus pijamas de espaldas el uno al otro
-. Si claro… ¿a qué hora?
López se volvió a mirarlo. Raimundo le resultaba cada día una persona más sorprendente. Reconocía que se había equivocado completamente al juzgarlo cuando lo conoció. No era el joven rico y mimado que él había creído… o tal vez si lo era al principio pero ahora, trabajaba codo a codo con él en la cocina y el aseo, aunque lo hiciera a disgusto, pero cumplía… y eso que hacía de saltar y escalar… ¡Guau! Era impresionante.
-. Después del almuerzo – respondió López con evidente asombro – podemos cambiar la forma de hacer las cosas mientras no esté el suboficial Sánchez. Así tendremos la tarde libre para practicar… y tal vez puedas enseñarme un par de cosas
-. ¿La tarde libre?…
-. ¡Claro! Si nos apuramos alcanzamos a dejar todo preparado y limpio, entonces tendríamos toda la tarde para… eso que tus haces.
Esa era una idea estupenda. Tener varias horas libres sería maravilloso…
.
Habían pasado ya más de dos semanas desde que soldado y oficial comenzaran una relación extraña pero permanente que los mantenía a ambos en estado de ensoñación. De a poco aprendían a controlar la ansiedad que les provocaba no verse a diario, pero la compensaban con los encuentros cada vez más largos y osados. Fernando había descubierto que tenía una creatividad interminable cuando se trataba del soldado. No por nada, pasaba horas pensando en lo que haría con él cada encuentro y de tan solo pensarlo, disfrutaba y se excitaba. A veces lo esperaba con la fusta en la mano y le exigía desnudar su culo de inmediato; necesitaba pocas palabras y mucha acción porque lo había tenido tan presente durante el día que lo único que faltaba era la última gota para llevarlo al orgasmo. Otras veces, antes de ordenarle que se desnudara para castigarlo, se tomaba todo el tiempo del mundo y le hacía preguntas en que lo forzaba a responder con honestidad temas que sabía eran difíciles para el soldado… sin embargo, algo más allá de la obvia humillación que veía en Lariarte, lo llevaba a entender que el soldado deseaba y necesitaba sacar de su interior temas que eran complicados.
.
-. ¿Siempre supo que le atraían los hombres? – preguntaba con toda calma. Podía ver el sufrimiento en los ojos de cielo… como el soldado se agitaba e intentaba esconder su rostro. Fernando usaba la fusta bajo la delicada barbilla de Rai para levantarle el rostro y buscar su mirada. No le gustaba cuando Lariarte intentaba escabullirse o huir de él. Esperaba apremiándolo, con las cejas alzadas, a que le respondiera
-. Si, capitán. Lo supe antes de la adolescencia.
-. ¿Y qué opina su familia sobre eso?
Si. A veces los ojos del soldado se volvían tan brillantes que terminaban derramando lágrimas
-. No lo saben, capitán – respondía Rai deseando que la tortura terminara pronto. Fernando metía la mano en su corazón y se lo estrujaba hasta sacar todo lo que siempre había escondido con tanto cuidado
-. ¿Y sus amigos?
Rai dejaba que las lágrimas rodaran sin preocuparse de que Fernando las viera. Ante él no le importaba parecer débil
-. Nadie sabe, capitán
-. ¿Solo yo? – preguntó Fernando con verdadero asombro
-. Solo usted, capitán
-. ¿Por qué yo?
-. Porque usted me prestó más atención que nadie
Fernando detenía las preguntas justo a tiempo… había aprendido a detectar cuando había llevado a Raimundo al punto máximo que podía soportar en una noche. Entonces, la intuición del capitán lo llevaba a acercarse al soldado y acariciarlo… a veces dejaba una leve caricia en su cuello o lo sentía reclinarse contra él y suspirar aliviado. Era en esos momentos en que el capitán se daba cuenta que el soldado se sentía liberado del enorme peso que llevaba cargando sobre sus hombros. Si. Le era difícil hablar sobre ciertos temas, pero también le hacía bien compartir la carga con él. No podía negar que disfrutaba de aquellas conversaciones no solo por el efecto positivo que tenían sobre Lariarte sino tambien porque lo sentía bajo su domino… a él TENIA que responderle y contarle lo que a nadie más le contaba. Fernando se sabía fuerte. Él podía escuchar y comprender, sabiendo que para Lariarte, finalmente, hablar temas complicados era un alivio y lo acercaba aún más a él.
OH-DIOS-MIO! :O
Ya se encendió la mecha y esto no hay quien lo pare :3
Solo te pido, Nani, que Fernando no sea un animal con Rai. El chiquillo no lo soportaría :'(
Hola Itzel!. Creo, al igual que tú, que va a ser muy difícil detener esto ahora… aunque no veo que ninguno de los dos tenga ganas de detenerlo tampoco. ¿Por qué se han quedado todos con la impresión de que Raimundo es un pobrecito chico debilucho?? Ya nadie se acuerda de los primeros capítulos y las tonteras que hacía?? no es un bebé… es un chico que puede defenderse y es muy capaz cuando se lo propone. Le falta experiencia en ciertas cosas y tiende a ser rebelde y caprichoso.. algo arrogante, pero todo eso es para ocultar sus miedos. Créeme que Raimundo puede soportar y desear mucho más de lo que nosotras suponemos. Yo veo que él anda feliz dela vida, sonriente y encantado!!!
Gracias! Saludos!!
Es que se lee taaaan lindo, así tipo conejito re esos chiquitos ternuritos que se olvida todo lo demás jajajaja
De verdad que está la historia que engancha! ❤️ Me alegro mucho por Dora y Octavio. De verdad que los hay que no aprenden…. Agustín y Valeria…